martes, 30 de octubre de 2018

MUNDO OBRERO

Sala: Teatro Español Autor y director: Alberto San Juan Intérpretes: Alberto San Juan, Luis Bermejo, Marta Calvó y Pilar Gómez  Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


LA IDEOLOGÍA Y EL TEATRO

Todo tiene debajo una ideología que lo sustenta: de los títeres de cachiporra a la gran ópera. Mucho más peligrosa la subliminal, por cierto. Pero cuando alcanza la categoría de evidente, nos resulta difícil separar la tesis de su plasmación escénica. Vemos, así, aplaudir a rabiar montajes con muy loables principios y horrorosos resultados. Hay muchos, y dedicados a todas las causas.


    Algo así me esperaba yo de Mundo obrero, la verdad.  Claro que hay ideología. Mucha. Pero nadie ha dicho que su sobrecarga deba anular por fuerza el peso de la experiencia teatral. Que se lo digan a Calderón. Mundo obrero está, para empezar, hábilmente escrita: es una colección de flashes sobre el movimiento obrero (y su represión) en España desde comienzos del siglo XX. Alguien comenta que sin matices. Por supuesto, es una sátira con un pie en la farsa, qué matiz va a necesitar. La música de Auserón -que desgrana el estilo de moda en cada momento, del pasodoble al pop y sumando- aporta una ligereza que se agradece. Y, sobre todo, las interpretaciones acaban perfilando una pieza bien equilibrada entre lo uno (la ideología) y lo otro (el teatro). Los cuatro funcionan a una. Calvó me hipnotiza siempre, Pilar Gómez tiene arranques soberbios y Bermejo… Bermejo no es de este mundo.


Les dejo, de propina, los enlaces a las apariciones en el blog de Luis Bermejo (Los mariachis, El minuto del payaso, Jugadores, Maridos y mujeres), Marta Calvó (La pechuga de la sardina, Marca España, Encierros) y Pilar Gómez (Cuando deje de llover, Emilia). Por cierto: Pilar Gómez salvó lo poco que se podía salvar de la función de Un roble que me tocó ver.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 23 de octubre de 2018

UN ROBLE

Sala: Teatro Pavón (ambigú) Autor: Tim Crouch (traducción de Luis Sorolla) Director: Carlos Tuñón Intérpretes: Luis Sorolla y Pilar Gómez (el segundo intérprete cambia en cada función) Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Israel Elejalde y Luis Sorolla. Si entienden lo que farfullo más abajo verán que Elejalde sólo hizo un función (y no la mía). La foto es de Luz Soria para El País.
¿Hay aquí más de Tuñón o más de Sorolla? Se preguntarán si la cuestión es pertinente. Les enumero los hechos objetivos. 1) A Tuñón le he visto otras dos cosas, ambas excelentes: La cena del rey Baltasar y Animales nocturnos. 2) A Sorolla le he visto otra mamarrachada bastante emparentada con ésta: Un cuerpo en algún lugar. 3) Sorolla es el autor de la traducción.

[Empiezo a preocuparme con lo de Kritilo. El término "mamarrachada" me asaltó durante la función... ¡y me lo encuentro en su crítica! Les propongo un acertijo: ¿seremos una sola persona con dos blogs para despistar? O quizá... ¿Han visto ese capítulo de Padre made in USA en el que el extraterrestre se desdobla en dos personalidades? Tiene una frase ahí que ha excitado mi peor envidia: su contenido se deshilacha en su redundancia. Eso es dar en el clavo. Y si saben leerla, son tres períodos de cinco sílabas con acento siempre en la cuarta. Me pierde la forma]

Sin haber preguntado a nadie ni tener más información que la que acabo de soltarles, me parece posible que sea ésta una de esas iniciativas en las que el intérprete impulsa una producción para la que busca hasta director. Les voy a copiar lo que dije a propósito de eso en la crítica de Tierra baja:

Algo dije –con la Ifigenia de Hervás y el Primer amor de Arquillué- respecto a los proyectos sustentados en la iniciativa de un intérprete que se tira desnudo a un pozo, cuya profundidad desconoce, para encontrar un surtidor. Es atacado por una obsesión, para eso es artista, y termina arrastrando a todo el que tiene que arrastrar para materializarla: no es lo mismo pintar un cuadro que subirse a un escenario, para esto hay que implicar a mucha gente. He visto desastres con ese mismo guión, pero si la operación sale bien, huele de lejos a implicación, verdad y vida.

El fragmento que hace al caso es "he visto desastres con ese mismo guión". Todo esto es sólo una hipótesis, pertinente únicamente para asignar el castañazo a quien se lo haya dado: Sorolla con su iniciativa (si tal era), Tuñón (en el caso de que su mano haya intervenido de forma decisiva) y ambos, si estamos ante un montaje convencional en el que el primero interpreta y el segundo dirige.

Tanto me aburrí, que a partir de cierto momento me concentré en descubrir las virtudes del texto. Creo que las tiene. Allá por los noventa nos hubiera parecido el colmo de la posmodernidad: un relato (el de la niña muerta en un accidente de tráfico), metido en otro (el del destrozado padre que asiste al espectáculo de hipnosis del autor del atropello), metido en otro (el lío del hipnotizador alternando su papel con la irrupción de su yo real dando instrucciones al segundo intérprete). Alto. Las cursivas de lío y yo real precisan explicación. El papel del padre lo interpreta un actor (actriz en mi función) que no sabe nada de la función a priori y que va improvisando con las muletas de textos escritos que debe leer en voz alta y con las indicaciones del hipnotizador (en la ficción) / conductor-apuntador-regidor de la representación (en la realidad). Estas indicaciones se dan en voz alta ("ahora di estoy bien" o "ahora siéntate") o a través de un pinganillo, con el chivato fuera de escena y la actriz asumiendo el papelón de largar un texto que le están dictando a la oreja.

Entenderán que estas cosas pongan en fibrilación a los espíritus contraídos que disfrutan con el retruécano. Como el mío. Creo que el texto leído debe de hacer disfrutar de lo lindo a este tipo de receptor.

Otra cosita es su representación. Si han entendido la descripción de más arriba, se harán cargo de que en muchos momentos el alma atribulada del espectador anda cavilando si en tal momento es Sorolla quien habla a Pilar Gómez (la actriz improvisadora que me tocó) para darle indicaciones extradiegéticas o si es el hipnotizador el que habla al padre. Sumen, además, que como resultado de la hipnosis el personaje del padre acaba no estando muy seguro de quién fue el autor del atropello mortal, si el otro o él mismo. Y que, como siempre, todo lo pretendidamente real deja de serlo en un escenario. O sea: un pollo de tomo y lomo con incontables capas de decodificación. Con una que todo lo tapa, que es el trance en el que se halla la improvisadora. O sea: con todo el mundo más pendiente de cómo sale del berenjenal en el que la han metido que de la ficción escénica. Posmoderno a tope, si me permiten la expresión noventera acorde con el término.

Me permito dudar de la posibilidad de que esto se pueda montar bien. Y la primera conclusión es que lo primero a eliminar es el improvisador. "Hala, no ha entendido nada". Yo diría que sí lo he entendido, pero me pregunto si la función no ganaría varios enteros de golpe si el segundo intérprete fuera convencional y todo estuviera ensayado previamente. INCLUSO, al loro, si después en la representación se FINGIERA que se improvisa. ¿Restaría complejidad a la propuesta? Sí, pero me temo que lo restante ya es tan complejo que este añadido impide siquiera manejarlo convenientemente. Desde luego, es una fantástica idea de marketing. Un intérprete conocido que arrastra a cada función a sus seguidores. Y, sobre todo, un producto que parece expresamente cocinado para hacer las delicias de los profesionales de la interpretación. Durante la mayor parte del tiempo parece... No, no "parece", ES un taller de improvisación.

Al margen de que se pueda o no se pueda montar bien -y algún vídeo que hay por ahí con el montaje del autor no me sugiere nada bueno- lo del Pavón es un desastre. Lleno de tiempos muertos y con un intérprete que no tiene ni un solo cambio de registro (¡con el panorama interpretativo que acabo de describir a trompicones!), bracea constantemente y abusa del tic de detenerse ante una palabra o, incluso, de pronunciar la primera sílaba, pararse, y soltarla entonces entera. Aunque quizá lo peor no sea eso, sino la actitud constante de intentar revestir de trascendencia la menor cosilla. Hacía lo mismo en Un cuerpo en algún lugar. Si algo creo entender de las críticas a Crouch cuando representa, es que su estilo reviste una cierta liviandad humorística que aquí brilla por su ausencia. Por cierto: el montaje del propio autor tiene elogios ditirámbicos allá por donde pasa. Ya saben: si uno dice que no le gusta un intento de exploración dramatúrgica alternativa es que es un carca. Pues no. Como en todo, hay experimentos delirantes coronados por el éxito y otros que ni a tiros.

Que no se me olvide Pilar Gómez, una actriz superlativa a la que me gustaría ver más, pero siempre les digo mismo: es un oficio injusto. El talento no garantiza el trabajo. Consiguió salir bien parada de este embolado el lunes, como consiguió brillar en el montaje peor que dudoso que fue Emilia. Como ya sugería más arriba, el riesgo de esta propuesta es que la performance del improvisador termine por comerse a todo el resto, porque tiene atractivo tanto circense como sádico. Si el improvisador funciona, casi peor para el conjunto. Es como si el marcador quedara Pilar Gómez 1 / Un roble: 0.
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 19 de octubre de 2018

LUCES DE BOHEMIA

Sala: Teatro Maria Guerrero Autor: Ramón María del Valle Inclán Director: Alfredo Sanzol Intérpretes: Chema Adeva, Jorge Bedoya, Josean Bengoetxea, Juan Codina, Paloma Córdoba, Lourdes García, Paula Iwasaki, Jorge Kent, Ascen López, Jesús Noguero, Paco Ochoa, Natalie Pinot, Gon Ramos, Ángel Ruiz, Kevin de la Rosa y Guillermo Serrano. Duración: 2.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Juan Codina, Chema Adeva y Jorge Kent, con uno de los espejos citados más abajo.
Esta vez, Kritilo prácticamente me ha ahorrado el trabajo. Si quieren leer su crítica (aquí) podrían perfectamente saltarse la mía. Creo que si la hubiera visto (la función, no la crítica de Kritilo) hace treinta años saldrían fuegos artificiales de estos párrafos, pero ahora mismo... ahora mismo hay que decir que es un poco polvorienta. Vamos, viejuna. Como ocurre tantas veces, no soy capaz de indicar nada que esté mal, hay incluso algunas cosas muy bien planteadas (por ejemplo, la mayoría de las interpretaciones). Pero el conjunto queda un poco ladrillo. 

Kritilo se ha atrevido a meterse con Valle-Inclán y yo, que debo de ser un poco más pusilánime, me voy a limitar a encuadrar el comentario en un principio general. Casi todos los clásicos necesitan, para ser representados, de algún retoque. Como las Campos cuando se hacen la estética. Bromas aparte, un texto clásico es un monumento intocable. UN TEXTO, he dicho. Pero su representación es harina de otro costal. Prácticamente todo lo que vemos del Siglo de Oro -y no digamos del teatro griego- es profusamente recortado. Para empezar, porque el espectador actual, con una percepción profundamente alterada por todo lo que lleva digerido, no soporta los prolongados tiempos de la producción anterior (por decir algo) a la televisión. También por infinidad de otros motivos, como el de la caducidad de las referencias culturales. Pónganse Los elementos de Literes y ya me contarán lo que entienden del libreto. El bosque mitológico del teatro griego o el mundo del retruécano, la analogía o el simbolismo renacentista y barroco llegarían para dar de comer a varias docenas de Cirlots. Endilgue esos monumentos intactos a un espectador actual y me cuenta el resultado. Valle-Inclán no llega a esos niveles, pero incluso un espectador culto, o muy culto, se pierde una buena parte de las alusiones que, sin duda, mantenían despierta la atención de sus contemporáneos. Por poner un solo ejemplo entre toda esa maraña -y un ejemplo de los fáciles- me pregunto a cuánta gente le dice algo ahora mismo la Ley de Fugas, de infausta memoria.

El recorte no es la única posibilidad, claro está. El teatro tiene recursos que la literatura desconoce. Uno, es el escenográfico, y me temo que esta opción que tira al menos es más (unos bastidores móviles con espejos a caja escénica desnuda) no aporta nada que contribuya a aligerar la contundencia del plato que tenemos que meternos entre pecho y espalda. Un montaje "muy intelectual", me dijo alguien para alabarlo. Demasiado, diría yo. Hasta la música se ha reducido a un piano a la vista que -justo, justo- acompaña un poquillo.

El elenco funciona de maravilla, con una excepción estrepitosa que callaré (y es un secundario, así que no piensen maldades). Es una pena que Codina y Adeva realicen tamaño esfuerzo y que éste quede diluido en el duermevela generalizado entre el respetable. Me gustó mucho Ángel Ruiz, sin que esto sea una afirmación remarcable, porque nunca le he visto nada que no hiciera perfectamente. Tanto el Rubén Darío como Serafín el Bonito son antológicos. Y otro tanto diría de Jesús Noguero como Bradomín y Don Filiberto. Cada vez que uno de estos dos abre la boca en esos papeles, la función vuela un poco más alto. Dicho sea de paso, siempre que veo Luces me imagino una escena entre Serafín el ministerial y Filiberto el periodista desvelándose mutuamente su opinión sobre el affaire Estrella.

Proponía, en la crítica de Nine, la comercialización de entradas dobles para ver Katiuska y Anastasia en días sucesivos. Pasa lo mismo con Luces de Bohemia y Mundo obrero (cuya crítica he publicado hoy mismo en la Guía, ya les dejaré el enlace). En esa historia del movimiento obrero en España contada a los niños que es la propuesta de San Juan (lo digo sin asomo de burla, condensar es un talento infrecuente del que carezco por completo) no sólo se cuenta algo de lo que Vallé-Inclán está tratando, lógico tratándose de un panorama histórico. Además, sobrecoge un poco ver que, en determinadas cosas, seguimos en el mismo lugar.

Creo que les dije ya, a propósito de Jane Eyre, algo que me cuesta asimilar. La miseria es omnipresente en la literatura del XIX (y más: Luces de Bohemia se publica en los años veinte). No importa que los protagonistas sean duques o banqueros, la miseria sale. Ahora, ya no sale. No es que haya desaparecido, es que ya no la vemos. No me negarán que es un gran paso adelante. Es igual que esto de la súbida del Salario Mínimo Interprofesional. Ninguno de los miserables que conozco tiene un salario que le conste al Estado, ni visos de ir a tenerlo nunca. Les trae al fresco que el SMI suba a tres mil euros. De ésos no se acuerda nadie, porque nadie los ve. ¿Recuerdan el término "lumpenproletariado"? Huy, perdón, que esto lo acuñó Marx, y ya sabemos todos que era tontito.

Nota final: el sereno hace su entrada con una discapacidad física de relieve. Hace veinte años, el teatro se hubiera venido abajo con las carcajadas, porque se habría entendido como un recurso cómico. En mi función hubo risitas de tres o cuatro personas. Algo avanzamos.

Breaking news (del 26 de octubre): Ordóñez la ha puesto por las nubes.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 13 de octubre de 2018

NINE

Sala: Teatro Amaya Autores: Arthur Kopit (libro) y Maury Yeston (música y letras) (no encuentro por ninguna parte al autor de la versión) Dirección: Javier Adolfo Dirección de escena: Ángel Borge (no sé qué signifcan exactamente estos créditos así distribuidos, lo de Adolfo debe de ser una supervisión general del espectáculo); Dirección musical: Borja Arias Intérpretes: Álvaro Puertas, Roko, Patrizia Ruiz, Chanel Terrero, Marcela Paoli, María José Garrido, Chus Herranz y Angels Jiménez
(la función ya no está en cartel)

Ahí tienen la escenografía que (casi) se carga la función. He encontrado la foto (sin créditos) en todosalteatro.com
Otra retrasada de junio. Al pie, algun comentario (éste sí) de actualidad. Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio: 

POR ENCIMA DE LOS ESCOLLOS

 Producción notable de un gran título, con un par de problemas serios. El primero tiene solución: tremenda sonorización. Además del guirigay en los conjuntos, reduce la orquesta a orquestilla de café constreñida en un ángulo. El arreglo para conseguir, al menos, el sonido envolvente al que está acostumbrado el público es elemental, y quizá se haya practicado ya (vi una de las primeras funciones). El segundo tiene peor salida: la escenografía es fea, invasora y omnipresente. A ratos, aplasta.

Nine es un musical post-Sondheim, con una trama sicológicamente compleja y pocas concesiones. Más cerca –para entendernos- de Chicago que de Mamma mia. Afrontarlo implica cierto arrojo. Este montaje acierta estrepitosamente con el elenco, empezando por un Álvaro Puertas que da a la perfección el protagonista: un canalla simpático perdido en un laberinto de mujeres y en crisis creativa. Canta bien, actúa y tiene el físico necesario. Y, de las siete acompañantes, no pincha ninguna. Bien vestido, bien coreografiado, con una dirección de actores que –salvado el nivel de estereotipo que el género reclama- tiene claros los matices, el espectáculo salta por encima de los escollos mencionados y se impone. Mi marido filma, de Roko, Follies Bergère, de Marcela Paoli y el celebérrimo Sé italiano de María José Garrido, son los momentos estelares.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

Lo de la coreografía y el vestuario ya me lo señaló JM allí mismo. Me di cuenta bastante más tarde de que ambas cosas las firma el mismo: Énder Bonilla. Un tipo que parece que sabe lo que se hace. Roko, que está estupenda, se saca la espina de La gatita blanca, donde la culpa no era suya, sino de quien la metió en un género que no domina. Aquí, perfecta, como actriz y como cantante. Otro tanto Marcela Paoli, (la tienen en la foto, de Viva Broadway) de la que ya conocíamos el talento desde Chicago, y que lo derrocha mostrando su conocimiento del género en Follies Bergère. ¿Tanta gente capaz y sólo solté tres estrellas? Les aseguro que una escenografía y una sonorización deficientes pueden destrozar el mejor musical. Bastante hicieron entre todos los demás para terminar consiguiendo un espectáculo más que decente.

Creo que a nadie se le ha ocurrido vender entradas dobles para espectáculos emparentados, pero me parece de una lógica comercial tan clara que antes o después alguien lo hará. ¿Se imaginan ver Katiuska y Anastasia en días consecutivos? La Revolución Rusa en dos espectáculos musicales que se representan a 1600 metros. Pues algo parecido ocurría con Nine y Todas las mujeres. Un tipo que construye su vida a base de manipularlas (a las mujeres, claro). Lo dicho, habría que vender entradas dobles.

Respecto a Katiuska y Anastasia espero decirles algo en breve, pero si estaban pensando en ir, vayan. Sobre todo a la primera, que le queda poco. Es una excelente producción de Sagi que lleva ya diez años dando vueltas, por algo será (expresión falaz donde las haya, pero justificada esta vez). A Anastasia me fui como quien va al matadero, temiéndome lo peor, y resulta que ME LO PASÉ BOMBA. Hala, por listo.
P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 10 de octubre de 2018

LAS CRÓNICAS DE PETER SANCHIDRIÁN

Sala: Teatro Pavón Kamikaze (ambigú) Autor y director: José Padilla Intérpretes: Laura Galán, Antonia Paso, José Juan Rodríguez, Cristóbal Suárez, Ana Varela y Juan Vinuesa 
(la función ya no está en cartel)


Vinuesa, Galán y Suárez, atrás. Hervás (en mi función este papel lo hacía Ana Varela), Rodríguez y Paso, delante.
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Sigo con las retrasadas: ésta la vi el 10 de junio.

MAGNÍFICOS GRITOS

 Vuelve Las crónicas de Peter Sanchidrián, como vuelven otros éxitos: Una habitación propia, La ternura, La cantante calva, Iphigenia en Vallecas. Gran noticia. Indica que Madrid genera público informado y mecanismos de exhibición propios de un sector maduro. A ver si consolidamos.
    Como dijo el ruso (las familias felices son todas iguales, las infelices lo son cada una a su manera), pero al revés: lo dramático siempre se parece, el humor es multiforme. 

Éste de Padilla tiene carácter, estilo propio. Metaboliza a Kierkegaard y a Pedro Salinas; a Spiderman y los gremlims; se apropia de La pata de mono, de Michael Bublé y de Lucho Gatica. Hace reír con ganas, pero no porque nadie resbale con una piel de plátano, sino por los continuos golpes de contraste extremo. Delicioso ver mezclados los parlamentos más sofisticados con las miserias de las relaciones humanas. “Pero… ¡si acaba de materializarse un ser maligno de ficción!”, se queja un personaje ante el triunfo de lo banal incluso frente a lo sobrenatural. Todo maravillosamente sobreactuado hasta el griterío (la sobreactuación es a veces imprescindible). Qué bien gritan Antonia Paso y Cristóbal Suárez. Y nada sería igual sin el magnífico envoltorio sonoro de Sandra Vicente, incluidos los truenos a lo Jovencito Frankenstein. 


Los tenía más o menos radiografiados a todos menos a José Juan Rodríguez y a Antonia Paso (confieso que no la recuerdo mucho en Carlota). Ambos fueron agradables sorpresas, especialmente los hilarantes momentos de exasperación de Paso. 
P.J.L. Domínguez
          

martes, 9 de octubre de 2018

ISLANDIA

Sala: Teatro María Guerrero Autora: Lluïsa Cunillé Director: Xavier Albertí Intérpretes: Lurdes Barba, Joan Anguera, Paula Blanco, Juan Codina, Oriol Genís, Jordi Oriol, Albert Pérez, Albert Prat, Lucía Quintana y Abel Rodríguez
(la función ya no está en cartel)


Sí, una notable escenografía de Glaenzel que consigue un efecto infrecuente: que el teatro deje de parecer un teatro.

No me he vuelto loco. Voy hacia atrás, colgando todo lo que no colgué durante el annus horribilis.
DICKENS 2.0

El protagonista ha puesto, desde el sector financiero, su granito de arena en el estallido de la crisis. Terminada la juerga, y tras cambiar privilegios por precariedad, viaja a Nueva York para visitar a su madre. Aquí es donde Cunillé imprime un giro imprevisible: llegará a destino reconvertido en el adolescente que fue. La operación empuja la crisis económica al trasfondo y convierte la pieza en un viaje iniciático como los del Julien Sorel de Stendahl, el Lucien de Rubempré de Balzac, o el Frédéric Moreau de Flaubert. El duro camino de la educación sentimental, quizá más cercano en la atmósfera –si no en las peripecias- a Dickens.

    Montar esto sin un protagonista creíble era imposible, pero Albertí ha dado con él: Abel Rodríguez, que no abandona el escenario y es el interlocutor perfecto para el rosario de vidas hundidas con las que se va cruzando. No sé ni si ha alcanzado la mayoría de edad, así que mejor estar atentos a este talento al que le queda una vida por delante. Hay quien ha reprochado una cierta lentitud, pero creo que la historia bien vale este ritmo pausado que da mucho espacio a las interpretaciones, todas de gran altura. Envuélvase en la escenografía de Glaenzel, única y diversa, y se obtendrá un espectáculo en el que el espectador se sumerge con interés por el relato y un punto de inquietud por la suerte del muchacho. Dickens.


Albertí es mucho Albertí. Citado en los créditos como "asesor dramatúrgico", supongo que su mano ha tenido bastante que ver con el enorme acierto de la versión de Miró y Homar de Tierra baja. Tengo la sensación, ahora que cuelgo esto con cuatro meses de retraso, de que Islandia suscitó menos entusiasmo del que hubiera debido.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 8 de octubre de 2018

TODAS LAS MUJERES

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Mariano Barroso y Alejandro Hernández Director: Daniel Veronese Intérpretes: Fele Martínez, Lola Casamayor, Lucía Barrado, Nuria González, Mónica Regueiro y Cristina Plazas Duración: 1.30' 
(la función ya no está en cartel)


Lola Casamayor y Fele Martínez

EL HOMBRE GELATINOSO

Interesante ver Nine, el musical, inmediatamente antes de las vacaciones y Todas las mujeres justo al regreso. Este estereotipo del hombre gelatinoso que interpone a las mujeres entre los problemas y su confort da para mucho. ¿Será tan frecuente? Me temo que sí. El protagonista de Nine podría argumentar que tanta manipulación le ha permitido consagrarse al arte (si tal argucia cuela todavía), pero este Nacho de Barroso y Fernández es un patán sin excusa, un adulto que no ha hecho frente a nada. Para eso estaban ellas: su madre, su mujer, su amante… Y, al primer apuro serio, se le dispara el automatismo: a ver si pican la cuñada o la psiquiatra.

    Veroneses hay dos. Uno, el del teatro de riesgo. Me parece que su último salto mortal fue la excelente versión de Tío Vania que tituló Espía a una mujer que se mata. El otro es un eficaz director de teatro comercial. Aquí firma el segundo, y el resultado –aunque lejos de sus creaciones de campanillas- se sostiene, divierte y hasta sugiere al espectador algunas líneas de reflexión. Hubiera sido interesante desarrollar algo más el batacazo final de Nacho contra la realidad, pero el reparto cumple al completo, la función fluye con ritmo y no es menor el aliciente de ver a Lola Casamayor y Nuria González dar todas las puntadas con hilo. Y que no se me olvide citar a Mónica Regueiro.


Sobre esto del Veronese comercial, les dejo enlaces a una que le salió mal (Invencible) y otra que le salió superlativa (Bajo terapia, donde también estaba Fele Martínez). Dentro de nada les colgaré 7 años, que parece que he vuelto a pillar el ritmo perdido hace un año. 

A Mónica Regueiro no la tenía yo controlada, pero pisa el escenario con mucha autoridad. Me encanta descubrir estas cosas.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 7 de octubre de 2018

PERFECTOS DESCONOCIDOS

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Paolo Genovese (versión de David Serrano y Daniel Guzmán) Director: Daniel Guzmán Intérpretes: Alicia Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Fernando Soto, Elena Ballesteros, Jaime Zataraín e Ismael Fritschi  Duración: 1.35' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Es la única foto que encuentro en la que se aprecie la escenografía. Pagudo, Ballesteros, Molina y Fritschi.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


PERFECTOS IDIOTAS

Bajo nuestra escena subyacen prejuicios inmortales: el circo es un antro de leones piojosos; la zarzuela, una colección de chulapos viejunos; el teatro comercial, una cosilla que da de comer pero que no puede toser a la intelectualidad. Errores como elefantes. Hay vanguardia infame y teatro comercial excelente –como al contrario- y el género no significa nada a priori. Perfectos desconocidos es un ejemplo de este antiaxioma.


   Estos siete idiotas siguen, como todos, el consejo de Voltaire (Hay que mentir como un diablo, no tímidamente, no por un tiempo, sino con arrojo y siempre), pero olvidan su corolario: no hay mentira digna de tal nombre si no se oculta. Poner los móviles –lo más parecido al alma- a disposición de los amiguetes sólo podía provocar una catástrofe. Catástrofe bien graduada en el texto y que Guzmán ha montado con momentos de virtuosismo: siete son multitud, pero los mueve con tal destreza que anduve buscando un asesor coreográfico en los créditos. Las intervenciones están muy equilibradas y el resultado es franca y logradamente coral, pero hay un tenue hilo conductor que llevan Borrachero y Soto, y un personaje-bombón que aprovecha Elena Ballesteros. Entre todos, nos ponen ante las narices nuestra propia idiotez. Lo pasé en grande.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

Para empezar: hay un error en lo que publiqué. Debía decir: hay un tenue hilo conductor que llevan Borrachero y Soto, y escribí Pagudo mientras pensaba en Soto. Lo que se llama un lapsus calami. Ambos (Borrachero y Soto), con una profundidad de personaje poco corriente en este tipo de producción. Aunque fuera de lugar, tampoco estaba de más la mención a Pagudo. Los siete tienen sus momentos de gloria, y él la ocasión de lucirse cuando, para evitar una catástrofe mayúscula, tiene que hacerse pasar por lo que no es, provocando una aparentemente igual de devastadora pero que tiene caducidad (precisamente, porque no es lo que en ese momento parece que es). Comprendo que esto les parezca un trabalenguas, pero no quiero espoilerizar más de lo debido. No voy a detenerme en lo que cada uno de los siete hace bien, pero hacen bien muchas cosas.

El tenue hilo conductor es la pareja anfitriona, que abre y cierra la historia, provocando un leve parentesco con Los vecinos de arriba. Comparten género casi al milímetro, así que si vieron aquélla, la comparación es muy ilustrativa: cómo la dirección puede destrozar (allí) o exprimir (aquí) un buen texto. Justo cuando la crítica en papel -en la que hago alguna consideración genérica sobre el teatro comercial- debía de estar en prensa, me fui a ver otro ejemplo "comercial", signifique eso lo que signifique, estrechamente emparentado con Perfectos desconocidos. Tienen 7 años en los Teatros del Canal: también teatro comercial de gran calidad, también un elenco coral con todas las piezas muy bien ajustadas... y también con origen audiovisual. Las dos han sido cine antes que teatro. Y las dos entretienen que da gusto.


En tiempos analógicos hubo una catástrofe atribuida a una máquina de escribir. Es un fotograma de La ley del deseo. Algunos de ustedes son tan indecentemente jóvenes que me veo en la obligación de recomendarles que la vean.
Últimamente me da por imaginar alternativas a lo que veo, voy a tener que vigilarme, no vaya a ser el primer síntoma de deslizamiento hacia ese odioso tipo de crítico al que no le gusta así, porque él lo hubiera hecho asá. Como el que enmienda la plana al seleccionador nacional de fútbol acodado en la barra del bar. Pero se lo voy a contar. Eché de menos una escena catártica de venganza contra el móvil. ¿Recuerdan a Eusebio Poncela tirando la máquina de escribir por el balcón en La ley del deseo? [¿He dicho la máquina de escribir? ¿Qué siglo era?] Cae en un contenedor de ésos de obras y provoca una explosión. Pues hubo un momento en que me pareció que Molina iba a tirar su teléfono a la calle y otro en que imaginé a Borrachero poniendo algún líquido inflamable en una ensaladera y quemando todos los aparatejos causantes del estropicio. Pero no.

Ahora les cuento mi vida. Un fragmento de ahora mismo, no se asusten. Iba a explayarme sobre las mentiras y la sobrevaloración de la sinceridad, cuando he recordado que eso ya está en la crítica de La mentira. Incluida la cita completa de Voltaire que menciono en la Guía. Me he ido para allá para copiarles el enlace y... ¡tacháaaan! ¿Quién adaptó aquello? David Serrano, el mismo que adapta esto. Y me ha golpeado de pronto el intelecto la constatación de que gran parte de la obra de Serrano gira, precisamente, en torno a lo que se simula y lo que se hace, lo que se muestra y lo que se lleva por dentro. No estaba aquí por casualidad. Les dejo los enlaces a La Venus de las pieles, Lluvia constante, Buena gente y Los universos paralelos. Por si alguien se aburre esta tarde de domingo y le apetece investigar.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 6 de octubre de 2018

LEHMAN TRILOGY

Sala: Teatros del Canal Autor: Stefano Massini (versión de S. Peris-Mencheta) Director: Sergio Peris-Mencheta Intérpretes: Litus Ruiz, Pepe Lorente, Aitor Beltrán, Víctor Clavijo, Darío Paso y Leo Rivera Duración: tres actos de 1.00', 55' y 1.00', con dos entreactos de 15') 
(la función ya no está en cartel)


Les he elegido la foto en la que más trocito de escenografía se veía.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

JARDINES ESPINOSOS

Peris-Mencheta parece tener poco miedo a los jardines espinosos. Puso en pie hace un par de años La cocina, empeño estratosférico que fue uno de los montajes no ya de la temporada, sino de la década (si no saben de qué hablo, de verdad, sigan el enlace). Se ha metido en otro berenjenal no precisamente fácil: una función-río de Stefano Massini que retrata, bordeando la farsa, el desarrollo del capitalismo y de su versión financiera desde la llegada del primer Lehman a Estados Unidos hasta la actualidad. Nada menos. La ha descargado de dos horitas y le ha añadido números musicales. Menor duracióny mayor complejidad. Bingo. Es lo que la sensibilidad contemporánea demanda.

    Le ha salido bien. A base de exprimir los resortes de una escenografía tan sencilla como hábil de Wilmer y de poner a trabajar como condenados a los seis miembros de un elenco que no baja la guardia ni un segundo. Si no fuera porque en el tercer acto, que abandona el relato detallado y lineal de los dos primeros y funciona a base de flashes, baja un tanto la tensión, sería una función superlativa. Pero son tres horas largas de un espectáculo de gran interés en el que no creo que nadie vaya a aburrirse. Clavijo, al que admiro hace tiempo y del que todo el mundo habla últimamente, se marca un Philip Lehman que no veo posibilidad de mejorar por ninguna parte. (Les dejo los enlaces a Sótano y a Fausto).
P.J.L. Domínguez