Sala: La Pensión de las Pulgas Autor: Josep Maria Benet i Jornet Director: Israel Elejalde Intérpretes: Juan Codina y Víctor Clavijo Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Resulta que lo único que había visto de Benet i Jornet hasta ahora era Amic Amant, la versión que Ventura Pons hizo de Testament. Si, a veces le pasan a uno estas cosas. Es como esa película, puede ser Los diez mandamientos o Goldfinger, que te encuentras siempre empezada y siempre en el mismo punto cada vez que la pasan por la tele. Lo mismo que me ha ocurrido, hasta el sábado pasado, con Messiez, por ejemplo, un tipo al que parece que hubiera estado rehuyendo. En fin, lo mismo con Benet i Jornet, pero el recuerdo difuso de Amic Amat vista hace mil años en un televisor enano mantenía alto mi aprecio por el autor. No se me podía escapar Sótano.
Encontrarse con un fondo argumental que no se puede desvelar sin arruinar el espectáculo es una verdadera lata para el crítico. Háganse cargo. Quiere uno decir, por ejemplo, que el actor protagonista tiene el difícil cometido de empezar pareciendo una persona [coloquen aquí un adjetivo] y terminar mostrando, por contra, un carácter [y aquí el antónimo]. Pues no, no se puede. Hay que quedarse en un tono neutral, aburrido, de parte médico: el actor protagonista tiene que comenzar mostrando un carácter y terminar reflejando el carácter contrario. "La gallina", diría alborozada mi amiga A., que dice eso cada vez que algo le suena a adivinanza imposible.
Eso me va a pasar durante toda esta crítica, pero les doy una pista. Si no quiere ni siquiera la pista, salte de inmediato al párrafo siguiente. ¿Ya? Voy. El tema que está agazapado al fondo de la pieza (al fondo y al final) es el mismo que el de La Venus de las pieles. Si saltan a aquella crítica, pueden enterarse de cuál es.
Damos la bienvenida nuevamente a los lectores que se han saltado el párrafo anterior. Vamos a describir el arco dramático de Sótano contando lo menos posible. Un hombre entra en casa de otro, aparentemente por un suceso fortuito. La conversación es banal, pero el recién llegado no se irá sin soltar lo que le reconcome por dentro. Por supuesto, hay cosas que revelar, cosas relevantes que han sucedido en el pasado de ambos. Uno de ellos podría -sería un desarrollo lógico- convertirlas en un motivo para vengarse. Pero el otro, que tiene una larga experiencia en estos jardines, consigue que en la atormentada mente del primero aflore un deseo de venganza aún mayor contra sí mismo. Todo lo ocurrido demanda expiación, castigo. El quid de la cuestión está en el carácter y la concreción de ese castigo.
Es un texto de gran sabiduría dramática, de gran habilidad en la dosificación de la información, que arrastra al espectador de conjetura en conjetura. Alguna vez les he dicho que las piezas de dos personajes son, quizá, la cumbre de la construcción dramatúrgica. Las posibilidades de efectuar maniobras de distracción son mínimas, hay que concentrar la tensión, porque, a la mínima, el invento se cae. Me sirve como ejemplo negativo la muy sobrevalorada El veneno del teatro, y como ejemplo positivo cualquier cosa de Pinter, la que más rabia les dé. El arranque de Sótano hace sospechar, precisamente, que el asunto se va a mover en los terrenos pantanosos de Pinter, casi sin asideros en la realidad. Pero la realidad irrumpe relativamente pronto, y es entonces, en el momento en que se comprende que tiene que haber una explicación en alguna parte, cuando el espectador empieza a buscar la lógica oculta. Si van después de leer esto, miren en el reloj cuánto falta para el final cuando por fin entiendan lo que va a ocurrir. Muy poco.
Para mantener esto en pie hacen falta dos actores... iba a decir sólidos, pero me quedo corto. Alguien, no sé quién, ha tenido la genial idea de peinar a Codina con unos pelillos por delante de la frente, un corte que no lleva ahora mismo nadie que no sea un friqui de tomo y lomo. Eso y la camisa, son las guindas puestas sobre su capacidad para dar la medida exacta del personaje, un tipo de frialdad calculadora en grado sumo. A veces sueño con poder ser así y otras veces me da escalofríos pensar que a lo mejor soy así. No se hagan los escandalizados, seguro que a muchos de ustedes les pasa lo mismo. Cómo habla este tipo, una de las mejores dicciones que he oído últimamente.
Clavijo tiene que interpretar un cambio en el personaje que es como para echarse a temblar. Primero es una cosa, y luego prácticamente la contraria. Lo primero casi con violencia, lo segundo casi con violencia ("¡Días!"). No puedo desvelar más, me prometo a mí mismo que en cuanto la función salga de cartelera voy a largarlo todo con pelos y señales. Bueno, Clavijo está de muerte, se creerán ustedes todo lo que hace al principio y se creerán también lo que hace al final. Yo me lo creí con tal intensidad que he visualizado lo que ocurre después del final de la función.
Más de uno se estará preguntando, "¿no dice nada de Elejalde?" Me lo he dejado adrede para el final, porque no me acordé de él hasta un buen rato después de salir de La Pensión. No sé si alcanzan el significado de esta frase. Que un crítico no se acuerde del director de escena ni una sola vez durante toda la función (más si es alguien tan relevante como Elejalde) es como que una hiena no se dé cuenta de que en la carnicería en la que se encuentra hay unas reses colgadas de unos ganchos. Siempre les digo lo mismo: la dirección perfecta, en este tipo de teatro, es la que no se nota. Pues bien, se me pasaron los setenta minutos sin que se me pasara por la cabeza que todo aquello lo había orquestado alguien. ¿Había dirigido antes? Ahora mismo diría que no, pero estoy que me caigo de sueño. Se podría esperar algo a lo Miguel del Arco, pero no. Es otra cosa. Es teatro de toda la vida, sin alardes, de ése que se centra en decir las cosas en el momento justo y con el tono justo.
Están programados hasta el 18 de junio, pero espero que el montaje tenga más vida. Me pregunto cómo quedaría en un escenario a la italiana. La ventaja de La Pensión es que el portazo final es un señor portazo. En los decorados de teatro, las puertas son siempre lamentablemente endebles.
Josep Maria Benet i Jornet |
Eso me va a pasar durante toda esta crítica, pero les doy una pista. Si no quiere ni siquiera la pista, salte de inmediato al párrafo siguiente. ¿Ya? Voy. El tema que está agazapado al fondo de la pieza (al fondo y al final) es el mismo que el de La Venus de las pieles. Si saltan a aquella crítica, pueden enterarse de cuál es.
Damos la bienvenida nuevamente a los lectores que se han saltado el párrafo anterior. Vamos a describir el arco dramático de Sótano contando lo menos posible. Un hombre entra en casa de otro, aparentemente por un suceso fortuito. La conversación es banal, pero el recién llegado no se irá sin soltar lo que le reconcome por dentro. Por supuesto, hay cosas que revelar, cosas relevantes que han sucedido en el pasado de ambos. Uno de ellos podría -sería un desarrollo lógico- convertirlas en un motivo para vengarse. Pero el otro, que tiene una larga experiencia en estos jardines, consigue que en la atormentada mente del primero aflore un deseo de venganza aún mayor contra sí mismo. Todo lo ocurrido demanda expiación, castigo. El quid de la cuestión está en el carácter y la concreción de ese castigo.
Es un texto de gran sabiduría dramática, de gran habilidad en la dosificación de la información, que arrastra al espectador de conjetura en conjetura. Alguna vez les he dicho que las piezas de dos personajes son, quizá, la cumbre de la construcción dramatúrgica. Las posibilidades de efectuar maniobras de distracción son mínimas, hay que concentrar la tensión, porque, a la mínima, el invento se cae. Me sirve como ejemplo negativo la muy sobrevalorada El veneno del teatro, y como ejemplo positivo cualquier cosa de Pinter, la que más rabia les dé. El arranque de Sótano hace sospechar, precisamente, que el asunto se va a mover en los terrenos pantanosos de Pinter, casi sin asideros en la realidad. Pero la realidad irrumpe relativamente pronto, y es entonces, en el momento en que se comprende que tiene que haber una explicación en alguna parte, cuando el espectador empieza a buscar la lógica oculta. Si van después de leer esto, miren en el reloj cuánto falta para el final cuando por fin entiendan lo que va a ocurrir. Muy poco.
Víctor Clavijo y Juan Codina |
Clavijo tiene que interpretar un cambio en el personaje que es como para echarse a temblar. Primero es una cosa, y luego prácticamente la contraria. Lo primero casi con violencia, lo segundo casi con violencia ("¡Días!"). No puedo desvelar más, me prometo a mí mismo que en cuanto la función salga de cartelera voy a largarlo todo con pelos y señales. Bueno, Clavijo está de muerte, se creerán ustedes todo lo que hace al principio y se creerán también lo que hace al final. Yo me lo creí con tal intensidad que he visualizado lo que ocurre después del final de la función.
Más de uno se estará preguntando, "¿no dice nada de Elejalde?" Me lo he dejado adrede para el final, porque no me acordé de él hasta un buen rato después de salir de La Pensión. No sé si alcanzan el significado de esta frase. Que un crítico no se acuerde del director de escena ni una sola vez durante toda la función (más si es alguien tan relevante como Elejalde) es como que una hiena no se dé cuenta de que en la carnicería en la que se encuentra hay unas reses colgadas de unos ganchos. Siempre les digo lo mismo: la dirección perfecta, en este tipo de teatro, es la que no se nota. Pues bien, se me pasaron los setenta minutos sin que se me pasara por la cabeza que todo aquello lo había orquestado alguien. ¿Había dirigido antes? Ahora mismo diría que no, pero estoy que me caigo de sueño. Se podría esperar algo a lo Miguel del Arco, pero no. Es otra cosa. Es teatro de toda la vida, sin alardes, de ése que se centra en decir las cosas en el momento justo y con el tono justo.
Están programados hasta el 18 de junio, pero espero que el montaje tenga más vida. Me pregunto cómo quedaría en un escenario a la italiana. La ventaja de La Pensión es que el portazo final es un señor portazo. En los decorados de teatro, las puertas son siempre lamentablemente endebles.
P.J.L. Domínguez
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