sábado, 13 de septiembre de 2014

JUGADORES

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Pau Miró Intérpretes: Luis Bermejo, Jesús Castejón, Ginés García Millán y Miguel Rellán Duración: 1.10' 
Información práctica (el enlace inoperante puede significar que la función ya no está en cartel)

Bermejo, Rellán, Castejón y García Millán.
[Si pasa de mis elucubraciones y quiere ver la crítica, sáltese tres párrafos y vayase al enlace. Y también un poco a la porra, dicho sea sin ánimo de faltar] 

Más de uno (o una) estaría ya pensando que se había librado de mí. Pues no. Aunque, antes o después, tiraré la toalla, No sé si hacen a la idea de lo que supone llevar una vida laboral, otra familiar y mantener un pequeño rescoldo de vida social, y sumar además las salidas al teatro, la crítica publicada en papel... y un blog. De verdad, quien no tenga un blog no sabe lo que come. Piénsenlo dos veces antes de liarse. Por no hablar de los resquemores que puede levantar hasta la palabra más inocente escrita en un momento de ingenuidad. ¿Quién decía algo así como que el éxito en la vida consiste en esconderse lo mejor posible? A veces pienso que tenía razón. Sólo a veces.


Este verano me he dado cuenta de que el buscador de imágenes de Google da
(casi siempre) en el clavo con las cuatro o cinco primeras. Ahí tienen la primera para "bloguero": un tipo que se destroza la espalda sobre una máquina, en vez de disfrutar por ahí de la vida.
A raíz de esto último que acabo de escribir, el sosiego veraniego (¿a que mola el ripio?) me ha traído consejo. Les anuncié en twitter los premios #Cercadelacerca, pero lo que no revelé es que iba a publicar también los #Lejosdelacerca, con lo peor de la temporada. Ya saben, como aquellos Premios Naranja y Premios Limón que tanta guerra daban, y que ahora mismo no sé dónde se esconden. Sin embargo, me parece que no va a haber antipremios. Hay quien se me ha mosqueado hasta cuando lo he puesto bien, así que paso de meterme en arenas movedizas. Por ahora. A lo mejor en unas semanas me cambia el humor y lo largo todo.


Y no puedo ocultarles la tercera.
¿Cuántas veces lo han pensado?
En fin, bienvenidos de vuelta al blog. Y si llega por primera vez, créame: me podré equivocar, como todo hijo de vecino, pero lo que se va a encontrar es mi opinión sincera. Nunca he puesto mal a nadie porque me cayera mal. Nunca he puesto bien a nadie porque me cayera bien. Nunca he puesto bien a nadie porque sea mediático, indiscutible o super-cool. Cada vez que me pongo a escribir, me pego a brazo partido con mis prejuicios. En fin, que hago todo lo que puedo. Sin embargo, si tiene usted una experiencia consistente como espectador de teatro y lector de críticas, sabrá que uno debe elegir crítico como quien elige color para el sofá o pareja para el baile. Y que debe interpretar lo que el crítico le diga, según su experiencia con él en encuentros (o encontronazos) precedentes. O sea, que esto no va tanto de verdad / mentira como de sintonía. Pero qué les estoy contando, como si no fueran ustedes ya bastante mayorcitos. Al grano.


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Pau Miró debe buena parte de su fama a Llueve en Barcelona (2004), que vimos en Madrid puesta en escena primero por Mario Vedoya y después por Francesco Saponaro. También tuvo éxito la versión original catalana de Jugadores, que dirigió el autor. Repite ahora en la dirección, en castellano y con nuevos intérpretes.

    Una amistad basada en el juego: en el casino mientras alcanzó el dinero; en casa, ahora que el bolsillo no da para más. Leo por ahí que se trata de cuatro fracasados, pero me niego a llamar fracasado a un peluquero en paro, si resulta que el éxito es lo que han obtenido los pajarracos que los medios ensalzan. Digamos que a estos cuatro personajes la vida les ha pasado por encima como una apisonadora, como a casi todos. Se las arreglarán para encontrar una tómbola con más adrenalina que el casino.


    La función tenía un punto de partida difícilmente mejorable: los actores. Pero la dirección se queda más bien plana, atrapada en un realismo mate al que se intenta sacar algún brillo con licencias no muy logradas: postureo, canción en directo. Sin embargo, un texto de gran altura –e intenso perfume americano- y cuatro espléndidos intérpretes salvan en buena parte el espectáculo. Me quedo con los bien colocados aspavientos de Luis Bermejo y con los miedos de Jesús Castejón a perder lo poco (¿o mucho?) que aún conserva: la escasa compañía de una esposa distante. 

Y lo que no cabía allí:
[Las frases en negrita son el punto de enlace entre la crítica de la Guía y lo que sigue]

Puesta en escena por Francesco Saponaro y destrozada a conciencia por un actor que se hizo luego político. Un poco histriónico dijo alguien de buena voluntad. E impecable García Garzón. Parece que para gustos se hicieron los colores.

Me niego a llamar fracasado a un peluquero en paro, si resulta que éxito es lo que han obtenido los pajarracos que los medios ensalzan. Esto del éxito y el fracaso, el ganador y el perdedor (no digamos ya cuando alguien dice "looser") me pone de los nervios. Me pone de los nervios porque está exactamente en las antípodas de lo que entiendo que es la vida. De lo que entiendo yo, y de lo que entiende (o entendía) la cultura que me rodea. Claro que siempre se ha podido decir de alguien que era un fracasado, pero no con esta insistencia, con este carácter de vara universal de medir que el binomio éxito/fracaso tiene en la peor cultura americana de importación. Eres un perdedor, le dicen a alguien de dieciséis años en el instituto, como si la vida fuera un bingo. Lo preocupante es que ya empieza a haber por aquí gran cantidad de papanatas repitiéndolo. Por si se les ha olvidado, conviene recordar que este apestoso lugar común está estrechamente emparentado con la creencia pararreligiosa de te-mereces-lo-que-te-ocurre. Si eres virtuoso, la vida te premia. Si te va mal, es que eras un holgazán, un inútil o un idiota. Trompetería de iglesias reformadas e ideología de Te Party. Aquí -me refiero a los países católicos- ni los conservadores llegaban a mostrar semejante desprecio por el caído. Últimamente, como vamos sustituyendo el añejo tradicionalismo local por ese neoliberalismo de camisa de raya fina recién planchada y moral sexual tolerante que no puede esconder bajo la colonia de marca que es muchísimo más peligroso que la derechona de toda la vida, empieza a llevarse esta clasificación universal del género humano: ganador o perdedor. ¿Estás en paro? Será que eres idiota.


Vázquez: éxito.
Bach: fracaso.
Pues verán. El político vivo que más tiempo ha mandado en España (o casi) ha resultado ser un chorizo. He perdido la cuenta de los deportistas de élite que residen fiscalmente en los anillos de Saturno y/o tienen serios problemas con el fisco. El profesional de mayor relieve en televisión (con una diferencia respecto a sus competidores que no sé si había dado alguna vez en la historia, ni con Kiko Ledgard) es Jorge Javier Vázquez (si el teatro más culto puede citar Mujeres y hombres y viceversa, ¿por qué no voy a poder citar yo Sálvame?). En fin, que triunfo, ganador, éxito, son términos que hay que mirar con profunda sospecha. Déjenme pensar en alguien que admiro. Ya. Me han salido dos de golpe: Bach y Tchaikovsky. El primero murió arrinconado en una sacristía. El segundo, cubierto de ignominia. ¿Quieren alguien vivo? Venga: Rodrigo García y Angélica Liddell. ¿Cuál será la proporción de españoles que los conocen respecto a los que conocen al presentador de Sálvame? ¿Quién ha tenido más éxito en la vida, el apenas difunto Botín, que heredó de su padre un banco (pequeñito, nos recuerdan ahora) o mi abuela, que crió a dos hijos viuda y sin recursos? ¿Les parece demagogia todo esto?

Me ha costado lo mío llegar hasta donde quería llegar: estos cuatro personajes me parecen cuatro tipos formidables. Y más a medida que pasan los días desde que vi la función. Héroes de la tremenda lucha que todos sostenemos contra el paso del tiempo y la inevitable decadencia de las cosas. Pobres seres humanos que, en vez de concentrarse en reventar al prójimo -como muchísimos triunfadores-, se buscan lo que pueden para mantenerse vivos: una puta ucraniana, un resto de esposa, un casino, un... Bueno, resulta que ahora no puedo contar lo que se buscan entre todos, porque les reviento la historia. Sí les revelaré que reaccionan. De una forma que me pregunto cómo es que no se le ocurre a más gente. Es mérito de Miró haber sabido construirlos dignos, a pesar de sus miserias.

Un texto de gran altura. La historia se va entendiendo a medida que los retazos de conversación van iluminando zonas progresivamente más amplias, sin que las costuras narrativas llamen la atención del espectador. Me extraña que Ordóñez le hiciera un reproche (aquí tienen su crítica), precisamente en este sentido, a la obra original en catalán. Es posible que se haya corregido luego, porque, al menos tal y como está ahora, cuenta mucho y muy bien, en relativamente poco tiempo. En un registro de realismo cotidiano que, sin embargo, no excluye el lirismo, a veces por omisión o a través de los silencios. Dibuja los personajes con gran nitidez: mediada la función, es como si fueran conocidos del espectador. Tendría que pensar con más detenimiento de dónde procede el "perfume americano" al que aludo en la Guía. Así, de sopetón, le veo dos fuentes. Por una parte, esta estructura cinematográfica de escenas extraídas como al azar del discurrir de la vida. Por otra, el ambiente de amistad masculina al borde de la marginalidad, Es probable que haya más cosas.

Licencias no muy logradas. Afortunadamente, pocas. Una canción de Bermejo y unos paseos culminados en poses Tarantino en el proscenio (ver imagen más abajo) que están metidos con calzador. No ayudan a elevar el tono de la direccion, no vienen a nada.




Los  bien colocados aspavientos de Luis Bermejo. También fue el que más me gustó en Maridos y mujeres. Castejón es un grande, no se entiende que lo veamos tan poco. Me impresionado el certero análisis de Ordóñez sobre el trabajo de Ginés García Millán, que no terminé de pillar. Tendría que verlo de nuevo desde ese punto de vista, es verdad que va a mejor. Y, por supuesto, Rellán es maestro de maestros, pero después de verlo en Novecento mi capacidad de pasmo estaba ya colmada. Esto es un elogio, que no sé si entiende bien. 

Aquí lo voy a dejar, que se me amontona el trabajo. Tengo que colgar Sé de un lugar (sí), El largo viaje del día hacia la noche (créanme: no) y Excítame (tampoco), y veré dentro de un rato Villa Puccini. Me ha alegrado volver a encontrármelos por aquí.
 P.J.L. Domínguez

           

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