domingo, 7 de octubre de 2018

PERFECTOS DESCONOCIDOS

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Paolo Genovese (versión de David Serrano y Daniel Guzmán) Director: Daniel Guzmán Intérpretes: Alicia Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Fernando Soto, Elena Ballesteros, Jaime Zataraín e Ismael Fritschi  Duración: 1.35' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Es la única foto que encuentro en la que se aprecie la escenografía. Pagudo, Ballesteros, Molina y Fritschi.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


PERFECTOS IDIOTAS

Bajo nuestra escena subyacen prejuicios inmortales: el circo es un antro de leones piojosos; la zarzuela, una colección de chulapos viejunos; el teatro comercial, una cosilla que da de comer pero que no puede toser a la intelectualidad. Errores como elefantes. Hay vanguardia infame y teatro comercial excelente –como al contrario- y el género no significa nada a priori. Perfectos desconocidos es un ejemplo de este antiaxioma.


   Estos siete idiotas siguen, como todos, el consejo de Voltaire (Hay que mentir como un diablo, no tímidamente, no por un tiempo, sino con arrojo y siempre), pero olvidan su corolario: no hay mentira digna de tal nombre si no se oculta. Poner los móviles –lo más parecido al alma- a disposición de los amiguetes sólo podía provocar una catástrofe. Catástrofe bien graduada en el texto y que Guzmán ha montado con momentos de virtuosismo: siete son multitud, pero los mueve con tal destreza que anduve buscando un asesor coreográfico en los créditos. Las intervenciones están muy equilibradas y el resultado es franca y logradamente coral, pero hay un tenue hilo conductor que llevan Borrachero y Soto, y un personaje-bombón que aprovecha Elena Ballesteros. Entre todos, nos ponen ante las narices nuestra propia idiotez. Lo pasé en grande.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

Para empezar: hay un error en lo que publiqué. Debía decir: hay un tenue hilo conductor que llevan Borrachero y Soto, y escribí Pagudo mientras pensaba en Soto. Lo que se llama un lapsus calami. Ambos (Borrachero y Soto), con una profundidad de personaje poco corriente en este tipo de producción. Aunque fuera de lugar, tampoco estaba de más la mención a Pagudo. Los siete tienen sus momentos de gloria, y él la ocasión de lucirse cuando, para evitar una catástrofe mayúscula, tiene que hacerse pasar por lo que no es, provocando una aparentemente igual de devastadora pero que tiene caducidad (precisamente, porque no es lo que en ese momento parece que es). Comprendo que esto les parezca un trabalenguas, pero no quiero espoilerizar más de lo debido. No voy a detenerme en lo que cada uno de los siete hace bien, pero hacen bien muchas cosas.

El tenue hilo conductor es la pareja anfitriona, que abre y cierra la historia, provocando un leve parentesco con Los vecinos de arriba. Comparten género casi al milímetro, así que si vieron aquélla, la comparación es muy ilustrativa: cómo la dirección puede destrozar (allí) o exprimir (aquí) un buen texto. Justo cuando la crítica en papel -en la que hago alguna consideración genérica sobre el teatro comercial- debía de estar en prensa, me fui a ver otro ejemplo "comercial", signifique eso lo que signifique, estrechamente emparentado con Perfectos desconocidos. Tienen 7 años en los Teatros del Canal: también teatro comercial de gran calidad, también un elenco coral con todas las piezas muy bien ajustadas... y también con origen audiovisual. Las dos han sido cine antes que teatro. Y las dos entretienen que da gusto.


En tiempos analógicos hubo una catástrofe atribuida a una máquina de escribir. Es un fotograma de La ley del deseo. Algunos de ustedes son tan indecentemente jóvenes que me veo en la obligación de recomendarles que la vean.
Últimamente me da por imaginar alternativas a lo que veo, voy a tener que vigilarme, no vaya a ser el primer síntoma de deslizamiento hacia ese odioso tipo de crítico al que no le gusta así, porque él lo hubiera hecho asá. Como el que enmienda la plana al seleccionador nacional de fútbol acodado en la barra del bar. Pero se lo voy a contar. Eché de menos una escena catártica de venganza contra el móvil. ¿Recuerdan a Eusebio Poncela tirando la máquina de escribir por el balcón en La ley del deseo? [¿He dicho la máquina de escribir? ¿Qué siglo era?] Cae en un contenedor de ésos de obras y provoca una explosión. Pues hubo un momento en que me pareció que Molina iba a tirar su teléfono a la calle y otro en que imaginé a Borrachero poniendo algún líquido inflamable en una ensaladera y quemando todos los aparatejos causantes del estropicio. Pero no.

Ahora les cuento mi vida. Un fragmento de ahora mismo, no se asusten. Iba a explayarme sobre las mentiras y la sobrevaloración de la sinceridad, cuando he recordado que eso ya está en la crítica de La mentira. Incluida la cita completa de Voltaire que menciono en la Guía. Me he ido para allá para copiarles el enlace y... ¡tacháaaan! ¿Quién adaptó aquello? David Serrano, el mismo que adapta esto. Y me ha golpeado de pronto el intelecto la constatación de que gran parte de la obra de Serrano gira, precisamente, en torno a lo que se simula y lo que se hace, lo que se muestra y lo que se lleva por dentro. No estaba aquí por casualidad. Les dejo los enlaces a La Venus de las pieles, Lluvia constante, Buena gente y Los universos paralelos. Por si alguien se aburre esta tarde de domingo y le apetece investigar.
P.J.L. Domínguez
          

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