martes, 17 de junio de 2014

EL BANQUETE

Sala: Cafetería del Círculo de Bellas Artes Autores: María Velasco, Alberto Conejero, Elena Lombao, Sergio Martínez Vila y Anna Rodríguez Costa Directora: Sonia Sebastián Intérpretes: Huichi Chiu, Miquel Insua, Aarón Lobato, Carlos Lorenzo, Natalie Pinot y Julio Rojas (voz y guitarra: María Ordóñez)  Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

De pie: Insua, Lobato, Chiu, Lorenzo. Delante: Pinot y Rojas. No se dejen engañar por la foto. Promete muchísimo
más de lo que la función da.

1.- El lugar: No seré yo quien diga que en la cafetería del Círculo de Bellas Artes no se puede actuar. Se puede en cualquier parte. Siempre que se sepa programar. No se puede hacer El anillo del Nibelungo en el Microteatro o el Quijote de Bambalina en Epidauro. Ya les digo lo que no se puede hacer en esa cafetería: teatro de texto en escenario.  A no ser, claro está que: a) Dejen sólo unas primeras filas pegadas a los actores (no más atrás de la escultura de la señora desnuda). b) Depositen a los camareros maniatados y amordazados tras la barra. c) Clausuren durante el espectáculo la puerta de entrada o, al menos, engrasen sus bisagras. 

El avispado lector ya ha entendido que: a) En las filas de atrás está uno como en Marte. b) El trasiego de camareros y la sinfonía de la vajilla es constante. c) Los que salen al baño provocan hermosos chirridos de la puerta. Pero hay algo que el avispado lector aún no sabe: en mi función, a pesar de veinticinco minutos de retraso por ese motivo, la amplificación fue un desastre.

En los últimos años, el teatro se ha hecho en Madrid en los lugares más insospechados. Nunca había visto semejante desajuste entre un espacio y un espectáculo. Tampoco semejante desastre técnico, ni en la menor y más modesta de las minúsculas salas de nuevo cuño. Hay que recordar una obviedad: si uno quiere hacer teatro en un lugar lleno de camareros y sin control en la puerta de entrada, con ruidos de toda índole y sillas de muy diversa visibilidad, el género está inventado. Se puede hacer lo que tradicionalmente se ha hecho en esos sitios: cabaré (variedades, cuplé, striptease, burlesque o cualquier cosa que venga de ese planeta), stand-up comedy... No esto, desde luego. En la actividad de los últimos años hay multitud de ejemplos a seguir, desde aquellas gloriosas cenas de la Sala Pradillo (cómo recuerdo a la Perdikidis y colegas), hasta The Hole en el Calderón (uno no sabía si era peor la cena o el espectáculo, pero el problema espacial de hacerlos convivir estaba perfectamente resuelto).




2.- La idea: Pues la idea está bien. Me ha costado un rato de reflexión abstraerme de su realización, pero reconozco que está bien. Una paráfrasis sobre El banquete de Platón encargada a cinco autores. También el concepto visual está bien: de ahí lo atractivo de las fotos. Desde luego, nada excesivamente original. No hay créditos de vestuario en el programa.

3.- Los textos: Los hay de dos tipos. Los cinco monólogos, y los diálogos de comienzo, final e intersticios. No sabría decir si son peores unos u otros. La dramaturgia general es un desastre: ni viene de ninguna parte ni va a ningún sitio. Los diálogos de introducción, relleno y despedida, un desastre peor si cabe. Incomprensibles y, esto es horrendo, sin pizca de gracia cuando parece que pretenden hacerla, ni pizca de capacidad provocadora cuando parecen querer ser escabrosos. Es hora de asumir que en 2014 es imposible provocar con alusiones sexuales de este tipo, a no ser que esté uno escribiendo para la Zarzuela (lo digo porque hace poco parte del público protestaba unos desnudos, qué maravilla). El abismo entre la supuesta provocación verbal y la nula tensión sexual real termina produciendo una sensación penosa. La provocación está ahora mismo en territorios muy lejanos de éste. Es infinitamente más provocadora la reflexión de Martínez Vila que todas las tonterías carnales coladas por aquí y por allá. Pero me adelanto. Estábamos con el material de relleno: suspenso.

En cuanto a los monólogos, y aparte de un breve fragmento interpretado por Huichi Chiu, que creo que es de Alberto Conejero, sólo se salva el de Sócrates, firmado por el ya citado Sergio Martínez Vila. El resto es una colección de banalidades y lugares comunes sobre el mito de los andróginos (Aristófanes), la vacuidad del amor actual (Fedro, y no Fredo, exquisita errata del programa de mano que parece hecha a posta; lo que el personaje dice le cuadra mucho mejor a cualquier Fredo de morondanga que al Fedro de campanillas), la exaltación de la sexualidad (Agatón) o la jeremiada por-qué-pasas-de-mí (Alcibíades). El de Martínez Vila, que ilustra las ideas sobre el amor del propio Platón que éste puso en boca de Sócrates, tiene la virtud de presentarlas con un hermoso lenguaje, salpimentado de jerga actual, y de hacerlo con una expresividad ascendente que ayuda a su interpretación. Eso sí, a alguien se le ocurrió la genial idea de intentar reventar el invento haciendo decir a Alcibíades "pausa socrática" en tres pausas de Insua. ¿Para qué? En fin, eso nos lleva al apartado siguiente:


El banquete, en versión de Anselm Feuerbach. A mí, es que los historicismos
me pirran... 
3.- La dirección y la interpretación: la dirección ha oído Pandures, pero no sabe dónde. No quiero extenderme en demoler, aunque es imposible acertar en esto. Si las opiniones negativas se argumentan mencionando todo lo que a uno le ha parecido mal, es hacer sangre. Si se ahorra la enumeración, es una opinión gratuita. En fin. Desde luego, era prácticamente imposible hacer algo masticable con semejantes textos, pero todo el resto también ayuda lo suyo al estrepitoso naufragio. Está todo el mundo aburrido -a pesar de los incondicionales aplaudiendo constante y machaconamente- a los diez minutos. Si no me creen, vayan y echen un vistazo a las caras de los que no forman parte de la claque. 


Me la perdí, snif.
Respecto a los intérpretes, iremos de peor a mejor. Aarón Lobato está muy verde. A Carlos Lorenzo le ha tocado el texto más soso, y tampoco ha sabido sacarle punta por ninguna parte. Una pena, lo recuerdo eficaz en Transición. Huichi Chiu parece mostrar una vena cómica aprovechable, pero el breve papel me supo a poco para opinar con fundamento. Además, se ha debido de correr la voz de que es muy graciosa, y los seguidores (al menos en mi función) se parten en cuanto suelta una preposición. Es un flaco favor, tanto a ella, como a quienes pretenden oír lo que dice. Julio Rojas, que tiene que largar un monólogo transgresivo (por si acaso: es un sarcasmo) se pasa la función con el torso desnudo en uno de esos papeles en los que se ha especializado Asier Etxeandia, ya me entienden. Huérfano de texto, huérfano de contexto, huérfano de dirección... hace lo que puede y no cae en el ridículo, que ya es decir. Natalie Pinot, a quien lamento no haber visto en Louella Persons batalla lo suyo contra la inanidad de lo que está contando. Me he quedado con ganas de verla en algo de mayor enjundia. María Ordóñez, ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Está la pobre colocada sin ton ni son, cantando como puede sin amplificación (al menos así me tocó a mí) y perdida en cualquier esquina. No se sabe lo que podría suceder si estuviera bien encajada. Con lo bien que estaba en La mirilla. Todo esto queda sin duda peor en el Círculo que donde se hizo antes, pero los problemas del Círculo no lo explican todo.

Y, por fin, llegamos al momento dulce de la historia. La suerte ha querido que el mejor texto se topara con la mejor interpretación. Miquel Insua es Sócrates, y le ha tocado el ya mencionado de Sergio Martínez Vila. Cuando Insua empezó a hablar, se hizo de pronto el silencio, la gente que me rodeaba abandonó las posturas de semitumbamiento y enderezó las orejas. En un alarde de dirección, resulta que había música de fondo (el único que tuvo tal honor, creo). Y a pesar de los camareros, de las bisagras, de la vajilla, del crepitar del micrófono... ¡y de que a medio monólogo dejó de funcionar la amplificación y regresó después!... Insua se quedó con todo el mundo. "Todos somos una misma cosa, una cosa atroz y formidable" dice su hermoso texto. No todos, algunos son excelentes actores. ¿Saben?, me asaltó una pregunta: ¿cómo quedaría este hombre mano a mano con Carmen Mayordomo? Me gustaría ver el experimento. Fui acompañado por dos amigos que no trabajan ni en el teatro ni en sus aledaños, y cuando Insua terminó les dije: "¿Os dais cuenta de lo fácil que es distinguir algo bueno de lo que no lo es?" Y asintieron embobados.
P.J.L. Domínguez

Hay quien ha encontrado en esto valores que yo, desde luego, no vi por ninguna parte: enlace a la crítica de Javier Vallejo.
           

lunes, 16 de junio de 2014

RUZ - BÁRCENAS

Sala: Teatro del Barrio Autor: Jordi Casanovas Director: Alberto San Juan Intérpretes: Pedro Casablanc y Manolo Solo Duración: 55' 
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No sé quién ha hecho esta foto, que quizá sería excelente si la tuviéramos con
mayor definición, pero puedo decirles que viene de este blog.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 Atención, esto no es lo que parece, sino algo más. Es, por supuesto, teatro documental, si nos atenemos a su técnica, y teatro político, si atendemos al tema. Documental, porque como se encargan de recordarnos al comienzo, no hay una sola palabra en la función que no fuera dicha en uno de los interrogatorios del juez al reo. Político, por razones obvias. Oportuno, además, porque la corrupción es, quizá, el asunto político de mayor actualidad. Éste es, probablemente, el motivo fundamental de la repercusión mediática de la pieza.


    Sin embargo, hay algo que puede pasar desapercibido, y que es preciso destacar: el enorme trabajo teatral que esta hora escasa esconde. Convertir, sólo con un par de tijeras, las actas judiciales en texto representable es una tarea que se ha tenido que confiar a alguien del prestigio de Jordi Casanovas (Un hombre con gafas de pasta), porque era extremadamente difícil. Ponerlo en escena, tres cuartos de lo mismo. Memorizar el resultado, un alarde circense. Y sólo podía evitarse dormir a las piedras con el férreo control interpretativo que Casanovas y Solo ejercen de cabo a rabo. Deben de terminar exhaustos.
P.J.L. Domínguez
           

NOVECENTO

Sala: Teatro Español Autor: Alessandro Baricco (versión de R. Fuertes) Director: Raúl Fuertes Intérprete: Miguel Rellán  Duración: 1.25' 
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Baricco, el gran fabulador de nuestro tiempo, dotado de la capacidad de conferir un aura alegórica a todo lo que toca. Esta Leyenda del pianista en el océano, así la tituló Tornatore, no sería más que una anécdota sin su capacidad para sugerir honduras y fervor emocional. Mid-cult dirá más de uno, pero innegables habilidades de narrador.
    José Antonio Ortiz hizo Novecento hace unos años con Ricardo Luna en el Galileo, y la hizo bien. Un montaje cuya mayor virtud era la sencillez tanto escénica como interpretativa. Pues bien, Fuertes acentúa esa austeridad en una puesta en escena prácticamente desnuda. No hay nada más que Rellán, unos focos (pocos) y algo de música (poquísima). El cambio de registro que usaba Luna cuando por su boca hablaban distintos personajes, apenas se utiliza ahora, con lo que casi no queda ni asomo de lo que llamamos teatralidad: esto parece, pura y simplemente, un señor contándonos la historia de un peculiar amigo suyo. Pero qué señor: Rellán en la cúspide de su carrera, un maestro que aún tiene que dar mucha guerra. Un maestro al que deberían lloverle los papeles protagonistas del gran repertorio.

PISTAS: Hay que aprovechar la extraordinaria coincidencia en la cartelera de La Venus de las pieles en el Matadero y Sótano, una gema, en La Pensión de las Pulgas, para verlas ambas. Variaciones sobre un tema escabroso.

P.J.L. Domínguez
           

miércoles, 11 de junio de 2014

LAS PLANTAS

Sala: Sala Mirador (Centro de Nuevos Creadores) Autor y director: Pablo Messiez Intérprete: Estefanía de los Santos  Duración: 50' (Creo. Tuve que preguntar la hora a dos simpáticos individuos que no se dignaron mirarla)
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1) Messiez ha dirigido bastante en estos últimos tiempos, y yo, como si lo anduviera rehuyendo a posta. Nada, que por hache o por be, se me ha escapado una y otra vez.


2) Llevo meses oyendo hablar de Las plantas. En el mundo real y en el virtual. Siempre bien.


1 + 2 = Estaba deseando verla

Así que me fui a la Mirador a esa hora tan práctica de las 13.30 del sábado. 

Pues bien, que me disculpen todos los que han derramado metros y metros cuadrados de tinta virtual en la red sobre las excelencias del texto, pero se trata de la clásica confusión entre el tocino y la velocidad, querido Watson. Sí, es una función de gran impacto emocional. Sí, mantiene un pulso intenso con el espectador. Sí, logra la empatía completa con la protagonista, una mujer atrapada en sí misma. Pero lean mis labios: es-la-ac-triz. La única virtud del texto estriba en que puede servir para un amplio desarrollo emocional de este tipo, y poco más. Denle el prospecto del Angileptol a Estefanía de los Santos, y apostaría a que consigue algo parecido.

El monólogo es muy breve. Mi función duró alrededor de cincuenta minutos con amplísimos silencios y con un estilo interpretativo que intercala todo tipo de gestos, interjecciones y exclamaciones por aquí y por allá. Más el vídeo de Nina Simone. O sea: el texto es muy breve. 


En realidad, las actrices son dos. Estefanía de los Santos y Nina Simone. María
Teresa Campos hacía menos en Sofocos y salía en los créditos.
Estoy repasando mentalmente los motivos por los que una pieza de este tipo puede sobresalir, y no le casa ninguno. No es una prosa especialmente sugestiva como la de La lengua madre. No construye un mundo autónomo de referencias propias como el de De noche, justo antes de los bosques. No relata una peripecia que atraiga por la fuerza de la narración como Novecento. No revela los entresijos de una personalidad complicada como Diario de un loco. No sorprende por el rigor literario y la contundencia expresiva como Mi relación con la comida. Está a años luz del impacto que provoca Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de putaSe limita a retratar a una mujer, una mujer dolorida, pero no lo hace con especial brillantez. Para desgarros, véanse La voz humana Psicosis 4.48'. Para dolores más controlados, y aunque no es una mujer, hay un monólogo que adoro y que nos sirve de ejemplo de algo escrito con mucha más modestia expresiva y más efectividad: Pero no lo suficiente de Trilogía de Nueva Yorkque Harvey Fierstein suelta mientras se traviste. Las plantas son apenas unas pinceladas (las propias plantas, la lefa, Nina Simone) -más un esbozo que otra cosa- que, en manos de una actriz capaz, pueden dar pie, efectivamente, a la construcción de un personaje. Pero no es un gran texto. La enumeración de monólogos de más arriba no tiene ninguna intención de apabullar. Están sólo para ubicar con perspectiva lo que puede denominarse un gran texto.

Tampoco la dirección me ha parecido gran cosa. En primer lugar, creo que se abusa del registro, llamémoslo así, de proximidad. O sea, de los momentos en que la actriz se dirige al público en plan colegueo campechano. Alguna insinuación estaría bien, pero el uso continuado del recurso provoca un efecto, al que nunca he puesto nombre, que es tramposo en el fondo: "Ahora que ya nos hemos hecho colegas cómo vais a decir que no os ha gustado".


El gallo Claudio fue a Rodrigo García lo
que Nina Simone es a Messiez.
Y, en mi modesta opinión, hay un soberbio patinazo de dirección: es completamente imposible competir contra el vídeo de Nina Simone cantando I wish knew how it would feel to be free en Montreux. En mi función éramos unas veinte personas, y me giré a ver qué hacía el resto. Nadie miraba a la actriz, todo el mundo estaba clavado en la pantalla. Este efecto del vídeo comiéndose a la acción escénica era extraordinariamente frecuente hace unos diez años. Era, salvo gloriosas excepciones como la los dibujos animados del gallo Claudio durante uno de los monólogos de La verdadera historia de Ronald el payaso de McDonald's, la norma. Después, los directores de escena han ido interiorizando el enorme peligro que supone para la dramaturgia una pantalla que compite con los actores, y en general las cosas se resuelven mejor. Aquí el efecto es demoledor, cuando entra Simone desaparece el mundo. Cuando termina Simone, la función se queda tan completamente desamparada, que hay que terminar de inmediato.

Expliquémonos. A todo el mundo le encanta ver el vídeo. A todo el mundo le encanta oír -de fondo- el entusiasmo que el vídeo provoca en el personaje, y sus comentarios sobre los efectos percusivos del piano. Nos gusta tanto que lo hacemos en nuestra propia casa cada vez que tenemos invitados: cada uno pone en Youtube sus favoritos y los comenta. Pero es que esto no era una reunión de amigos, era una función de teatro. ¿Buen rato? Sí. ¿Función lograda? No. Había mil maneras de evitarlo: girar la pantalla de manera que la actriz viera el vídeo y el público no, poner el volumen sensiblemente más bajo (o quitarlo), fragmentar la actuación... hurtar de alguna manera al espectador esta fuente de distracción de dimensiones galácticas (porque lo de la Simone es brutal en ese vídeo). Era muy duro hacerlo, claro. El director de la fantástica versión de Novecento que Rellán se está cascando en el Español, Raúl Fuertes, contaba el otro día el esfuerzo que le ha supuesto contenerse las ganas de poner música al monólogo. Ha sacrificado ese impulso, cuya satisfacción hubiera hecho feliz al público, al actor y a él mismo, en aras de un objetivo superior: la coherencia del espectáculo. Aquí era absolutamente indispensable ajustar la idea Simone a unas dimensiones manejables. ¿Saben qué será lo que más recordemos de Las plantas dentro de diez años? A Nina Simone.

Nada que objetar a Estefanía de los Santos, todo lo contrario. Me gustó en Marca España, y aquí, ya lo he venido a decir más arriba, viene a resultar como el ochenta por ciento de una función de la que parece que todo el mundo sale aplaudiendo con las orejas. Bordaba aquello y borda esto. Me gustaría verla ahora en algo diametralmente distinto, no sé, una señora fina de Noel Coward, por ejemplo, porque igual resulta que es una supernova.
P.J.L. Domínguez
           

viernes, 6 de junio de 2014

CANTANDO BAJO LAS BALAS

Sala: Kubik Fabrik Autor: Antonio Álamo Director: Álvaro Lavín Intérprete: Adolfo Fernández (músico: Mariano Marín)  Duración: 1.05'
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¿Les cayó algún premio a Fernández, Lavín o Álamo? Sí, uno en Ribadavia 
y el Chivas Telón. Eso les dirá algo de los premios importantes. Espero poder contarles dentro de poco cuál era la composición de los jurados que 
escogieron finalistas y ganadores de los últimos Max, algo que no se ha
 hecho público (!). Si no me creen, busquen.

Me entero con alborozo de que se repone Cantando bajo las balas en Kubik Fabrik. ¿Sólo tres días? Espero que sean más. Es una auténtica preciosidad de montaje redondo, y van a flipar con el personaje si no han tenido antes noticia detallada sobre él.

Les copio a continuación la crítica que publiqué en 2008:

Difícil empeño el de plantar a Millán-Astray, ese payaso tenebroso, en un escenario. Su personalidad histriónica, desalmada y perturbada generó un recorrido vital tan desaforado que resulta inverosímil. Y, por lo mismo, morbosamente fascinante. Los personajes legendarios de parecida calaña se ven atribuir todo tipo de exageraciones, pero en este caso las barbaridades están documentadas: eso es lo que pone los pelos como escarpias. Sólo una farsa podía absorber tal exceso, y una farsa es lo que se representa. Sin embargo, insisto, hay que pensar que la desmesura del personaje real probablemente no era inferior al del representado. La farsa como vía al realismo, curioso.

    Cuatro inteligencias en sintonía han parido un artefacto que, por momentos, roza la perfección. El texto de Antonio Álamo, que acierta al escamotear algunos de los sucesos más escabrosos e inverosímiles, narra con fluidez y ritmo dramático y mide muy bien la alternancia de registros. 

La interpretación de Adolfo Fernández excede los comentarios, hay que ir a verla. El espacio sonoro de Mariano Marín, que interpreta también en directo, es de lo mejor que he visto nunca: convierte el monólogo en un diálogo ininterrumpido y milimétricamente armado entre el actor y los sonidos que lo envuelven. La dirección de Lavín es impecable hasta el punto de pasar desapercibida, cosa que considero el mayor elogio que cabe aplicar a un director. Luz  y escenografía (fantásticos los muñecos), a la altura.

    Recomiendo a quien quiera complementar la información y comprobar que todo lo narrado es rigurosamente histórico una estupenda, y breve, biografía de Millán-Astray incluida en Las tres españas del 36 de Paul Preston. Tarantino avant la lettre.

Hala, que no se la pierdan.
P.J.L. Domínguez
           

jueves, 5 de junio de 2014

YO AMÉ A EDGAR ALLAN POE

Sala: La Casa de la Portera Autor: Edgar Allan Poe (versión de... no figura en el programa de mano) Directora: Pilar Massa Intérpretes: Pilar Massa y Carmen Mayordomo  Duración: 1.05'
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Joé qué foto, ¿eh? Una imagen vale más, y todo eso. Me parece que ésta cuenta la función mejor que todo lo que yo pueda escribir.

No esperen grandes alharacas, ni sustos en plan cinematográfico. Yo amé a Edgar Allan Poe -lo único malo es el título- es una función... yo diría que serena y apacible, a pesar del asunto. El asunto son tres relatos: El corazón delator, El gato negro y -estuve cruzando los dedos para que el tercero fuera mi favorito- Berenice, mi favorito. Supongo que no quedará nadie en el planeta que no los haya leído, pero, si se les han despistado, no sigan perdiendo el tiempo y malgastando su vida: les he puesto los enlaces en los títulos para que no tengan que molestarse más que en mover un dedo. Son como los de Borges, no cansan. Me recuerdo a mí mismo leyéndolos a escondidas en la cama, atenazado por el terror. Ciertamente, no me producen ahora el mismo miedo que entonces, pero de vez en cuando sigo cogiendo de la estantería el mismísimo libro de mis ocho años. No voy a determe en elogiar los textos, encontrarán miles de glosas en red y... hasta menciones en los Simpson

Sólo les diré que parecen especialmente aptos para la lectura en voz alta: ganan cuando se oyen. Son testimonio de ello la innumerable cantidad de versiones no dramatizadas (que no reparten voces entre distintos personajes, quiero decir) que se han realizado en todo el mundo, tanto las que simplemente ponen voz a la narración como las que ilustran la historia con imágenes y dejan al narrador en off. Esto no es habitual, el traslado de un cuento al audio o la pantalla suele incluir la dramatización casi por norma. Esta versión, que supongo que es de la directora, apenas retoca los originales. Cambia la primera persona a la tercera, y poco más.  


Goizalde Núñez y Pilar Massa
en ContraAcciones
Le he visto a Pilar Massa ContraAcciones y Un pasado en venta. Eso me basta para saber que es una gran directora de formatos de cámara. La primera me gustó, y me ha gustado más con el tiempo (le puse tres estrellas en la Guía y me pregunto ahora por qué no fueron cuatro). También actuaba, y estaba estupenda. Tiene una mirada abierta y directa que recuerda a la de Luisa Martín. Aquí hay una decisión de interpretación que rinde muy bien: dice todo su relato casi susurrando, sin llegar al nivel de fonación normal más que, creo, una única vez, con el efecto consiguiente. Hay que tener un par de narices (tanto narices de actriz como narices de directora) para aguantarse las ganas de levantar la voz mientras se dicen cosas horribles, pero el esfuerzo merece la pena.

Hablé cuando ContraAcciones de la sobriedad de la puesta en escena, un rasgo que parece característico en Massa, al menos a la luz de estos tres montajes. Cuando llegó Un pasado en venta ya tenía yo el blog en marcha, así que pueden leer la entrada si les apetece. Esta vez ha ejercido también una dirección liviana (una dirección de aspecto liviano, quiero decir, cosa que no tiene nada que ver con no dirigir), dejando que dos señoras de aire, y vestuario, decimonónico nos cuenten estas historias como si estuviéramos en el salón de su casa. Una casa tenuemente iluminada, como imponen los cánones del género. Ya decíamos en la crítica de Carne viva que Massa se ha inventado aquí un recurso formal surgido de las condiciones de La Casa de la Portera. El público se divide en los dos espacios, y en cada uno de ellos una de las actrices narra una historia. Después, las actrices se intercambian el lugar. Al final, todos juntos para escuchar Berenice de la boca de ambas. El truco está bien, hace más íntima toda la primera parte de la función.


Carmen Mayordomo
Y si algo hace bien Massa, es seleccionar actrices. Goizalde Núñez, Marta Fernández-Muro... y ahora Carmen Mayordomo. De pronto, me las he imaginado a las tres juntas, y casi me da un vahído. Bromas aparte, la Mayordomo es una grandísima actriz que, además, se prodiga a diestro y siniestro con una capacidad de trabajo y de adaptación sorprendentes (echen un vistazo al enlace en su nombre, sólo las entradas en las que aparece en este blog ya dan una idea de esa dedicación). Realiza aquí un delicado ejercicio de estilo, es un placer verla moverse como si estuviera en su propia casa. Iba a decir que es como si los cuentos hubieran sido escritos para que ella los declamara, pero es que esto mismo es lo que ocurre con todos y cada uno de los papeles que le he visto intepretar. Y que conste que no somos primos. Verán el día que haga una Medea o una Lady Macbeth.

Sin alharacas, les decía, sin estridencias, pero lo que estas señoras llamarían quizá una agradabilísima velada. Sólo tengo una sugerencia: esas cositas que caen al suelo al final de Berenice -no diré lo que son, por si queda alguno que no se la haya leído- deben hacer ruido, incluso si eso supone mover a la actriz al punto donde no hay alfombra en el suelo. Está uno esperándolo desde que ve la caja, y en este espacio tan pequeño, y con una interpretación tan intimista, todos y cada uno de los ruidos -el frufrú de los vestidos, el roce de un cajón- colaboran. Éste sería el remate perfecto.

P.J.L. Domínguez
           

SÓTANO

Sala: La Pensión de las Pulgas Autor: Josep Maria Benet i Jornet Director: Israel Elejalde Intérpretes: Juan Codina y Víctor Clavijo  Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Resulta que lo único que había visto de Benet i Jornet hasta ahora era Amic Amant, la versión que Ventura Pons hizo de Testament. Si, a veces le pasan a uno estas cosas. Es como esa película, puede ser Los diez mandamientos o Goldfinger, que te encuentras siempre empezada y siempre en el mismo punto cada vez que la pasan por la tele. Lo mismo que me ha ocurrido, hasta el sábado pasado, con Messiez, por ejemplo, un tipo al que parece que hubiera estado rehuyendo. En fin, lo mismo con Benet i Jornet, pero el recuerdo difuso de Amic Amat vista hace mil años en un televisor enano mantenía alto mi aprecio por el autor. No se me podía escapar Sótano.


Josep Maria Benet i Jornet
Encontrarse con un fondo argumental que no se puede desvelar sin arruinar el espectáculo es una verdadera lata para el crítico. Háganse cargo. Quiere uno decir, por ejemplo, que el actor protagonista tiene el difícil cometido de empezar pareciendo una persona [coloquen aquí un adjetivo] y terminar mostrando, por contra, un carácter [y aquí el antónimo]. Pues no, no se puede. Hay que quedarse en un tono neutral, aburrido, de parte médico: el actor protagonista tiene que comenzar mostrando un carácter y terminar reflejando el carácter contrario. "La gallina", diría alborozada mi amiga A., que dice eso cada vez que algo le suena a adivinanza imposible.

Eso me va a pasar durante toda esta crítica, pero les doy una pista. Si  no quiere ni siquiera la pista, salte de inmediato al párrafo siguiente. ¿Ya? Voy. El tema que está agazapado al fondo de la pieza (al fondo y al final) es el mismo que el de La Venus de las pieles. Si saltan a aquella crítica, pueden enterarse de cuál es.

Damos la bienvenida nuevamente a los lectores que se han saltado el párrafo anterior. Vamos a describir el arco dramático de Sótano contando lo menos posible. Un hombre entra en casa de otro, aparentemente por un suceso fortuito. La conversación es banal, pero el recién llegado no se irá sin soltar lo que le reconcome por dentro. Por supuesto, hay cosas que revelar, cosas relevantes que han sucedido en el pasado de ambos. Uno de ellos podría -sería un desarrollo lógico- convertirlas en un motivo para vengarse. Pero el otro, que tiene una larga experiencia en estos jardines, consigue que en la atormentada mente del primero aflore un deseo de venganza aún mayor contra sí mismo. Todo lo ocurrido demanda expiación, castigo. El quid de la cuestión está en el carácter y la concreción de ese castigo.

Es un texto de gran sabiduría dramática, de gran habilidad en la dosificación de la información, que arrastra al espectador de conjetura en conjetura. Alguna vez les he dicho que las piezas de dos personajes son, quizá, la cumbre de la construcción dramatúrgica. Las posibilidades de efectuar maniobras de distracción son mínimas, hay que concentrar la tensión, porque, a la mínima, el invento se cae. Me sirve como ejemplo negativo la muy sobrevalorada El veneno del teatro, y como ejemplo positivo cualquier cosa de Pinter, la que más rabia les dé. El arranque de Sótano hace sospechar, precisamente, que el asunto se va a mover en los terrenos pantanosos de Pinter, casi sin asideros en la realidad. Pero la realidad irrumpe relativamente pronto, y es entonces, en el momento en que se comprende que tiene que haber una explicación en alguna parte, cuando el espectador empieza a buscar la lógica oculta. Si van después de leer esto, miren en el reloj cuánto falta para el final cuando por fin entiendan lo que va a ocurrir. Muy poco.


Víctor Clavijo y Juan Codina
Para mantener esto en pie hacen falta dos actores... iba a decir sólidos, pero me quedo corto. Alguien, no sé quién, ha tenido la genial idea de peinar a Codina con unos pelillos por delante de la frente, un corte que no lleva ahora mismo nadie que no sea un friqui de tomo y lomo. Eso y la camisa, son las guindas puestas sobre su capacidad para dar la medida exacta del personaje, un tipo de frialdad calculadora en grado sumo. A veces sueño con poder ser así y otras veces me da escalofríos pensar que a lo mejor soy así. No se hagan los escandalizados, seguro que a muchos de ustedes les pasa lo mismo. Cómo habla este tipo, una de las mejores dicciones que he oído últimamente.

Clavijo tiene que interpretar un cambio en el personaje que es como para echarse a temblar. Primero es una cosa, y luego prácticamente la contraria. Lo primero casi con violencia, lo segundo casi con violencia ("¡Días!"). No puedo desvelar más, me prometo a mí mismo que en cuanto la función salga de cartelera voy a largarlo todo con pelos y señales. Bueno, Clavijo está de muerte, se creerán ustedes todo lo que hace al principio y se creerán también lo que hace al final. Yo me lo creí con tal intensidad que he visualizado lo que ocurre después del final de la función.

Más de uno se estará preguntando, "¿no dice nada de Elejalde?" Me lo he dejado adrede para el final, porque no me acordé de él hasta un buen rato después de salir de La Pensión. No sé si alcanzan el significado de esta frase. Que un crítico no se acuerde del director de escena ni una sola vez durante toda la función (más si es alguien tan relevante como Elejalde) es como que una hiena no se dé cuenta de que en la carnicería en la que se encuentra hay unas reses colgadas de unos ganchos. Siempre les digo lo mismo: la dirección perfecta, en este tipo de teatro, es la que no se nota. Pues bien, se me pasaron los setenta minutos sin que se me pasara por la cabeza que todo aquello lo había orquestado alguien. ¿Había dirigido antes? Ahora mismo diría que no, pero estoy que me caigo de sueño. Se podría esperar algo a lo Miguel del Arco, pero no. Es otra cosa. Es teatro de toda la vida, sin alardes, de ése que se centra en decir las cosas en el momento justo y con el tono justo.

Están programados hasta el 18 de junio, pero espero que el montaje tenga más vida. Me pregunto cómo quedaría en un escenario a la italiana. La ventaja de La Pensión es que el portazo final es un señor portazo. En los decorados de teatro, las puertas son siempre lamentablemente endebles.
P.J.L. Domínguez
           

lunes, 2 de junio de 2014

CARNE VIVA

Sala: La Pensión de las Pulgas Autora y directora: Denise Despeyroux Intérpretes: Agustín Bellusci, Fernando Nigro, Font García, Sara Torres, Mónica Rubio, Carmela Lloret, Joan Carles Suau, Victoria Facio y Juan Vinuesa  Duración: 2.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Empecé a conocer la obra de Denise Despeyroux a raíz de La realidad, una maravilla de escritura, direccción e interpretación. Carne viva es una maravilla de escritura. Lo demás, algo menos maravilloso.

Veamos si consigo explicarme. La historia está ocurriendo a la vez en tres habitaciones. Como la vida, vamos; casi todas las historias ocurren en varios sitios a la vez. De ahí el tufo "teatral" cuando vemos en el cine las que suceden en un único espacio. 

Sólo Dios y el técnico que las asiste en La Pensión de las Pulgas pueden seguir simultáneamente las tres acciones en las tres habitaciones. Así que el público, repartido entre las tres, las ve consecutivamente, aunque no en el mismo orden, claro está. A mi grupo, por ejemplo, le tocó pasar primero por el gabinete de hipnosis, después por el despacho del comisario de policía y, por último, por la academia de danza. Pero, al mismo tiempo, otros dos grupos de espectadores se sentaban en los otros dos lugares. Esto provoca una buena cantidad de cuestiones interesantes.


La clase de danza: Carmela Lloret,
Mónica Rubio y Joan Carles Suau.
Me explico. Establezcamos A = hipnosis, B = policía, C= danza. Yo vi la sucesión ABC. Otro de los grupos tuvo que ver, por fuerza, BCA, y el tercero, CAB. Esto es, las sucesiones de escenas efectivamente contempladas por alguien fueron las siguientes:


    hipnosis - policía - danza
    policía - danza - hipnosis
    danza - hipnosis - policía


Pero no era la única posibilidad. Si mi grupo hubiera visto ACB, los dos restantes habrían pasado por BAC y por CBA. O sea:


    hipnosis - danza - policía
    policía - hipnosis - danza
    danza - policía - hipnosis.

De las seis combinaciones posibles de los tres elementos, la autora desecha tres. ¿O no las desecha? ¿Varían los recorridos del público según el día? Más: ¿Hay alguno de los recorridos que su intención de autora considere privilegiado? Si uno tuviera tiempo suficiente, sería una experiencia interesantísima ver las seis variantes, porque no me cabe duda de que el resultado dramatúrgico debe de ser completamente distinto, algo que arroja -por si hiciera falta- serias dudas sobre la objetividad de nuestra percepción de la realidad. Sería interesante preguntar a la salida a los espectadores cuál de los personajes les cae mejor, o peor, y ver si el orden de visión de las escenas marca alguna tendencia. Es evidente que uno no se hace la misma idea sobre los mismos hechos si los conoce en uno u otro orden. Algo que los manipuladores hemos sabido siempre. Es también evidente que Despeyroux reflexiona sobre la realidad no sólo a través de lo que cuenta, sino de cómo lo cuenta. A través de estos juegos formales, que son un paso adelante respecto a aquella conversación con el espejo (vídeo) que evocaba La realidad. Ahora resulta que entiendo mejor aquel título.

Carmela Lloret, mordiendo a Fernando Nigro. Es una manía que tiene. Ésta debe
de ser una foto de ensayo que he pillado por ahí, si alguien prefiere que la quite,
que me lo diga.
He dedicado un rato -un rato corto, no tengo más- a pensar cuál sería mi combinación favorita de escenas en condiciones óptimas de dirección e interpretación (o sea, a base de texto puro), y creo que es danza - hipnosis - policía, una de las que, efectivamente, toco a uno de los grupos el día que yo asistí.

Sigamos. Esta disposición del público repartido en tres espacios y rotando -como María Laura, María Emilia y María Eugenia- obliga a una duración idéntica en los tres casos. Esto ya tiene su aquel, como sabrá cualquiera que se las haya visto con la dirección. Es un recurso formal que parece estar desarrollándose, al hacer de la necesidad virtud, en las minúsculas salas de última generación: hemos visto la acción repartida simultáneamente en dos espacios en Yo amé a Edgar Allan Poe y en Creep. Pero el virtuosismo técnico no termina aquí. En Carne viva los actores van de uno a otro lugar. Deténganse un momento en esa frase si no la han asimilado del todo. Aquí está pasando una cosa. Allí otra. Uno sale de aquí y se va para allá. Esto quiere decir, ni más ni menos, que los tiempos tienen que estar controlados con cronómetro. Debe de ser divertidísimo ser Dios, o el técnico que sirve la función, y ver el ajetreo en las tres dimensiones.


*  *  *

Suau y Facio
Todo esto sería suficiente para recomendar Carne viva: nada menos que el experimento formal más complejo de la cartelera (salvo algo que no haya visto, claro está, que me perdone si existe). Además, es una función entretenida, a ratos desconcertante, a ratos emotiva. Fruto de esa capacidad de Despeyroux de meter en la misma cazuela el tocino, la velocidad, el culo y las témporas, y que le ligue el caldo. Vale, en ese sentido, todo lo que dije sobre La realidad. Donde dice kundalini pongan constelaciones familiares, que ya es casualidad que aparecieran en este blog hace unos pocos días.  Esta singular galaxia humana alojada -y subalojada- en la comisaría de policía, va resultando más fascinante a cada minuto, a medida que se van asimilando las relaciones de atracción y repulsión de sus distintos planetas.

No está redonda de dirección, ya lo he dicho más arriba. Algunos momentos pierden fuerza, y las conversaciones se arrastran un poco desinfladas. Tampoco el nivel de interpretación es homogéneo. Me parece que sobresalen Font García, un tipo con notable retranca, Victoria Facio, otra argentina natural, valga la redundancia (es como si nacieran con el don), y Fernando Nigro, que suelta algunas frases con maestría tronchante ("Me parece que deberíamos analizar primero la hipótesis A", cito de memoria). Está muy bien la imagen de desolación de María Rubio, que simula un perfecto (créanme, sé de lo que hablo) acento italiano. Suau me dejó una impresión incompleta, y me explico: cuando se ve por primera vez a un actor (casi no veo cine, el tiempo no me da), y el papel está muy marcado en una dirección, cuesta juzgar. No se sabe si es el personaje o son los tics. Este personaje es gritón, exagerado, gesticulante... (vaya, se me parece, ahora que me doy cuenta). Pero he encontrado algunos vídeos por ahí, que parecen completar el dibujo de un actor capaz. 

Tuve la suerte de que los intérpretes que más me gustaron tuvieran presencia relevante en la escena que me tocó la última: la de la escuela de danza. Así que salí encantado.
P.J.L. Domínguez