Sala: Teatro de la Zarzuela Autores: Enseñanza libre: Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (libreto) y Gerónimo Giménez (música); La gatita blanca: José Jackson Veyán y Jacinto Capella (libreto) y Gerónimo Giménez y Amadeo Vives (música) Director de escena: Enrique Viana Director musical: Manuel Coves Intérpretes: Roko, Cristina Faus, Gurutze Beitia, María José Suárez, Ángel Ruiz, José Luis Martínez, Axier Sánchez, Iñaki Maruri, Mitxel Santamarina, etc. Duración: 2.00
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)
Gerónimo Giménez (el de La tempranica) y Amadeo Vives (el de Doña Francisquita) son indiscutibles. Pero no es menos indiscutible que estas dos son piececitas menores. No por ello carentes de interés. Uno termina por ver docenas de Revoltosas en la vida, pero ¿cuántas veces se le van a poner a tiro títulos como éstos? Como en el chiste, una o ninguna. Si les ha tocado dedicarse a la historia de los géneros habrán leído aquello de que la zarzuela intentó todas las vías de salida posibles en los primeros decenios del siglo XX: el verismo, la opereta, el musical a la americana, la revista... también el acercamiento a los géneros ínfimos y lo sicalíptico. De esto último, casi lo único que ha pasado al repertorio es La corte de faraón, ejemplo de que géneros menores pueden dar obras mayores (y viceversa: no habrá óperas nefandas ni nada). Así que la programación de dos juguetes eróticos que hicieron las delicias de nuestros bisabuelos, para enterarnos de primera mano de qué iba todo aquello, me parece una estupenda iniciativa. Aquí termina casi todo lo estupendo. Y si sólo le interesa la crítica pura y dura (bastante dura) del espectáculo, salte hasta las estrellitas separa-párrafos, que me voy a enrollar.
PARA SALTARSE EL ROLLO E IR DIRECTAMENTE A LA CRÍTICA, BUSQUE UNAS ESTRELLITAS COMO ÉSTAS:
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Dice el programa de mano que los chistes que contienen los libretos serían incomprensibles en algunos casos y, en otros, podrían ser tachados de machistas. Dice también que esto ha movido al director y autor de la versión, Enrique Viana, a hacer lo que ha hecho. Tanta sinceridad me conmueve. Y me hace rogar a los dioses que no encomienden al redactor del programa y a Viana el Teatro de la Comedia, porque si se ponen a eliminar los pasajes que podrían ser tachados de machistas se nos quedan los clásicos en clás, y gracias. Y como les dé por eliminar también el clasismo, el racismo, la apología de la violencia y de la tiranía y unas cuantas cosas más que se merecen la eliminación, pues nos quedan los títulos.Vamos por partes. Nada que objetar a la actualización de los chistes. Es una cosa que hay que hacer hasta con Shakespeare. Pero en esto tendríamos que ver qué quiere decir "actualizar". Yo entiendo que hay que adecuarse al tipo de humor, a la finta mental que hace reír a una generación y no a otra, a eso tan sutil que hace que los finlandeses se rían de unas cosas y los sicilianos de otras. O a sustituir referencias a situaciones sociales y tipos humanos ya inexistentes por los que tenemos alrededor. Porque si estamos hablando de reírse de un par de políticos en activo con chistecitos de patas cortas cortitas, eso ya lo vimos en Cómo está Madriz y es para morirse de pena. En fin, nunca sabremos si los chistes de estas dos obritas nos hubieran gustado, los que se han escrito en su lugar hacen bostezar.
Y ahora, vamos con el machismo. Tomar una obra del patrimonio cultural y alterarla porque va contra los valores mayoritarios en un momento concreto se llama censura. Es igual que se haga por un lado o por el otro. Si viene un reaccionario y le pone trapitos a los frescos de Miguel Ángel, es censura. Si viene un progresista y altera las tramas machistas, es censura. Y es curioso que estas censuras de uno y otro lado coincidan con admirable precisión en un asunto: el sexo. Vamos a toda velocidad hacia un puritanismo de nuevo cuño: teóricamente opuesto al anterior -de derechas- porque teóricamente éste es de izquierdas. Encontramos ahora estas voces que mutilan en nombre del progreso y hasta en mi propia generación hubo quien representó versiones mutiladas sólo para chicos en los colegios religiosos. ¿Cuánto ha durado el oxígeno? ¿Cuarenta años? La operación de Viana y la de los jesuitas -con objetivos supuestamente opuestos- terminan en el mismo sitio: la esterilización. Antes de no mucho tiempo veremos a alguien defendiendo en los tribunales -como Flaubert- que las opiniones de sus personajes no son las suyas. Ya les conté que, a la salida de La lista, dos señoras se preguntaban indignadas cómo se podía reproducir en el teatro la vida de un ama de casa tan alienada. Como si no existieran. Me pregunto si, para terminar con la alienación de las amas de casa, es mejor que salgan en las piezas de teatro o condenarlas a la invisibilidad. Lo que no vemos no existe. Me pregunto si, para acabar con el machismo (o avanzar pasito a pasito, que la cosa va a llevar generaciones) es mejor exhibirlo en la ficción o aplicarle la damnatio memoriae. ¿De qué me habla, si nunca existió? Eso nos lleva a 1984. La de Orwell, digo, y su Miniver o Ministerio de la Verdad.
Pero voy a dar un paso más. Tenemos DERECHO a reírnos con cosas que transgreden las normas morales, incluso las normas morales en las que creemos más firmemente. Para mí, la igualdad de todos los seres humanos es algo tan sagrado, y me toca de manera tan visceral, que de vez en cuando arruino alguna cena por parar los pies a alguien ante el horror de mi cónyuge. Si un taxista (pobres, la mayoría encantadores, y los usamos para cualquier ejemplo) me empieza a hablar de "las mujeres" o "los inmigrantes", lo paro y me bajo (no, mi heroicidad no da para más, no estoy muy orgulloso). Pero, como ya se encargó Sigmund Freud de enseñarnos, cuanto más serio consideramos algo, más risa nos da tomarlo a chacota. ¿Es alguien machista por reírse de un chiste sobre mujeres? ¿Es alguien antisemita por reírse de un chiste de judíos? ¿Homófobo por los chistes de mariquitas? ¿Odia a las madres, o las considera seres inferiores, por partirse la caja con los chistes de madres? Muchas mujeres, judíos, gays, madres... de la más fina inteligencia disfrutan de lo lindo con ese tipo de humor. Alguien que se ríe de un chiste machista puede ser machista, pero no todo el que se ríe lo es. Este asunto está plagado de silogismos incorrectos que terminan produciendo represión, censura... y en último término campos de concentración. Lo que diferencia a una tiranía de una democracia no es lo que se censura (ellos censuraban mal, nosotros censuramos bien) sino si se censura o no, a secas. Por no meternos en una más gorda: la confusión entre la desigualdad y la representación de la desigualdad.
Por supuesto, todo esto termina cuando se da de bruces con la apología. Hay que prohibir la apología de la desigualdad, pero la risa no puede prohibirse, porque es una prohibición liberticida. El humor es algo complejísimo de imposible reducción a normas. Un ejemplo, para cerrar esta interminable digresión. Sigamos con el machismo. Esta situación de Enseñanza libre producía en 1901, sin duda, una hilaridad que llamaremos de primera instancia. Risas sobre las intenciones -o las acciones, no lo sé- de estos señores en el internado que compartían su visión del mundo. En 2017 esa lectura sigue siendo posible, pero estoy seguro de que buena parte de los espectadores se reirían en segunda instancia. O sea, algo así como "mira tú si eran animales estos bisabuelos nuestros". Sin compartir su visión. Y ahora: ¿quién es el juez que distingue entre los que se ríen porque son machistas y los que se ríen del machismo? Es como lo de Benny Hill, denostado como la quintaesencia del humor machista, cuando -precisamente- ridiculizaba a ese rijoso e imposible personaje que se inventó. ¿Ustedes se reían de la utilización de las mujeres o del impresentable patán? ¿Nadie se ha dado cuenta de que condensar tantos ismos condenables en un, pongamos por caso, Torrente (el de Santiago Segura) es una forma mucho más efectiva de condena que cualquier explicación racional? Es como si condenáramos a Chaplin por hacernos reír con un remedo de Hitler en El gran dictador. Si me río ahí, ¿soy filonazi? En fin, como tantas cosas, ésta de la libertad de expresión es una de esas cuestiones que dejaré para escribir un libro airadísimo cuando me jubile. La igualdad de género es una cosa demasiado seria y demasiado necesitada de acciones en innumerables órdenes de la vida como para que gastemos pólvora en salvas, creyendo que eliminar la representación del machismo de los escenarios eliminará el machismo. Por cierto, en este mismo escenario hemos visto hace nada Juan José y Las golondrinas. Dos la-maté-porque-era-mía. Imaginen a Viana aligerándolas. La "operación Viana" terminaría con el repertorio desde Sófocles hasta Mihura, por lo menos.
Coda: leo a Viana en hoyesarte.com que algunos de los chistes "pueden ofender particularmente al [público] femenino". Es una frase que resume perfectamente las paradojas que rodean estas cosas. Es profundamente machista esto de que el machismo ofenda a las mujeres. Es exactamente la actitud de enviarlas al salón para que los hombres nos quedemos fumando puros y diciendo cosas abominables. Por Dios. Me imagino a mis amigas (pro-fun-da-men-te feministas) escuchando esto de que no pueden oír chistes machistas de 1901, porque se van a ofender particularmente ellas.
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Luces, cristales, brillos, espejos... dan algunos de los momentos visualmente más logrados de la función. |
Volvamos al teatro. Perdonaría las tijeras de podar si, al menos, el resultado fuera a alguna parte. De Enseñanza libre no ha quedado ni la raspa. Se ha modificado el texto para simular que los personajes preparan una zarzuela que es La gatita blanca, como si el programa doble no se hubiera inventado nunca (miren lo bien que lo hizo Lima con De Madrid a París y El bateo). El resultado es que el texto avanza trabajosamente hacia no se sabe dónde y, de pronto, entran unos números musicales extraviados, como si a alguien se le hubieran caído libros y partituras en la biblioteca de la Zarzuela y hubiera recogido papeles al azar. La gatita blanca queda mejor parada, aunque no pude evitar echar de menos los suculentos chistes que, según el programa de mano, se le habrán censurado como Dios -y tanto la conferencia episcopal como los progresistas del progresismo del rábano por la hojas- manda.
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Lo más bonito que se le suele llamar al público de la Zarzuela es conservador. De ahí, para arriba. Me parece a mí que podríamos ir rebajándole grados de ferocidad, porque si me dicen que en el templo del género lírico nacional íbamos a ver a una protagonista cantando
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y que el público no apedrearía la fachada a la salida, no me lo hubiera creído. Pues como si nada. Amables aplausos de compromiso. El Teatro de la Zarzuela es el buque insignia de un género. Eso sucede con contadísimos teatros en todo el planeta. Debe ser referencia absoluta. ¿Ustedes creen que se puede microfonar a una cantante porque no le da la voz? Será que no hay cantantes líricas con las condiciones necesarias para salir ligeras de ropa, como exigen el género y el personaje, y -además- aportar la picardía que Roko no ha sabido interpretar. Docenas. Les he dicho más de una vez que nuestro repertorio lírico exige a menudo actores que canten, más que cantantes de altura, pero... que canten. A esta chica no le llega la voz. Éste es un despropósito mayor que el de la versión, y espero que el escándalo evite que vuelva a producirse. Me extraña mucho -y demos tiempo al tiempo- no leer ya las protestas de los cantantes líricos.
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Gurutze Beitia, sin duda, lo mejor de la función. |
¿Y la puesta en escena? Sepan que la acción se desarrolla en la platea (desprovista de butacas y con el piso alzado hasta medio antepecho de los palcos) y que se ha instalado un graderío en el escenario, donde se sienta el respetable. El respetable afortunado, porque los de los pisos ven una función que se desarrolla en su 80% dándoles la espalda (a pesar del giratorio). ¿Qué aporta esta disposición? Por mucho que me exprimo las meninges, la única ventaja que se me ocurre es que el público ve el suelo de espejos que, sentado en platea, no vería. Parece una flaca ventaja, pero debía de ser fundamental en las intenciones de los creadores, porque el resultado general recuerda mucho aquella frase de Chus Lampreave en La flor de mi secreto: "Esas sillas le gustan mucho a tu hermana. Como tienen dorao... ni que fuese gitana". No he apreciado una querencia parecida en mis queridos vecinos gitanos, pero si fuera cierta podríamos pensar que los autores del montaje, las acomodadoras (esto no es sexismo, sino descripción) y hasta el segundo flauta son de la raza calé, porque en mi vida he visto una función con más dorados, plateados, espejos, telas brillantes, cristales... Madre del Amor Hermoso. En fin, es verdad que es espectacular por momentos y que lo visual es el punto fuerte de una función más bien débil, pero termina por empalagar un poco (por ejemplo, en el momento en que los portadores de los poquísimos trajes medianamente discretos, el coro, despliegan unas... ¿cosas?... convenientemente doradas). Claro, el espejo del suelo lo multiplica todo por dos, así que para eso supongo que estábamos sentados en el escenario.
Para equilibrar esta ventaja -ya saben que no hay nada gratis en esta vida- se oye de pena desde ahí. La señora de mi izquierda se pasó la velada susurrando "pero si no se oye nada". En efecto. Añadan que -al menos en la representación que yo vi- las voces de todo el mundo provenían de la boca que las emitía, excepto la de Roko, que venía siempre de un punto situado a la izquierda, cercano al arco de proscenio. Mal balanceada.
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Para cerrar el catálogo, hay que mencionar la coreografía. Salvemos el número de las bañistas, en plan Busby Berkeley. La mayor parte de lo que queda es de una ramplonería apabullante. Subo el brazo derecho adelanto el pie izquierdo, subo el brazo izquierdo adelanto el pie derecho. Además de eso, cuando un cuerpo de baile está en funciones más bien de ilustrar, decorar, rellenar o llámenlo como quieran (que es el caso) dice el manual que el físico de los bailarines debe ser más o menos homogéneo y evitar los saltos de treinta centímetros en las estaturas. Y más: alguno, simplemente, no llega al nivel mínimo exigible.
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¿Qué nos deja esta doble función? Algunos momentos visuales construidos por la escenografía de Bianco y el vestuario de Corzo. La resurrección de la hilarante Habanera de los reyes godos de El trébol. Los esfuerzos de José Luis Martínez (un tipo que sirve para esto igual que para un Misántropo) y del gran Ángel Ruiz por encarrilar algunas escenas. El quinteto de cantantes del coro de la Zarzuela, que brilla en La gatita blanca. Y, sobre todo, la IMPRESIONANTE vis comica y la capacidad de colocar frases y caras de Gurutze Beitia. Hagan algo con esta mujer, cantando, no cantando, con Jardiel, con Coward, con Arniches o con Goldoni. Pero algo.
Viana es un tipo que sabe lo suyo de teatro, al que hay que respetar, y cuyo talento ha brillado en más de una ocasión (aún tengo pendiente la crítica de Le frigo). Una mala tarde la tiene cualquiera.
P.J.L. Domínguez
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