sábado, 6 de octubre de 2018

EL FUNERAL

Sala: Teatro La Latina Autor y director: Manuel M. Velasco Intérpretes: Concha Velasco, Jordi Rebellón, Cristina Abad, Clara Alvarado, Emmanuel Medina Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Alvarado, Medina, VELASCO, Resines (ahora es Rebellón quien hace el papel-ón) y Abad.

Si tuviera que hacer una lista de las diez peores piezas vistas en mi vida, El funeral tendría un lugar de honor. Es un desastre sin atenuantes de principio a fin. Buscándole remisión por alguna parte, sólo se me ocurre dejarlo en cuarenta minutos y hacerlo en clown. Y conste que la idea es buena: el fantasma de la gran actriz (tirando a Gloria Swanson, y no es sólo el turbante) que se aparece en su velatorio a la familia y al representante, con giro final incluido. Pero ya se sabe, una buena idea sin desarrollar no es idea, sino ocurrencia, y aquí se pasa uno un buen rato esperando que arranque de una vez la trama de enredos familiares a lo Falcon Crest -sugerida incluso por la lectura del testamento y el lío amoroso de los primos que no se sabe seguro si lo son- en la que la diva ya más allá del bien y del mal, porque regresa de ultratumba, se permitirá desvelarlo todo entre descacharrantes réplicas jardielescas o lo que sea... Y nada. Ni arranque ni trama ni nada. Una sarta de chistes a cual peor, las chicas sacando con pinzas (sí, con pinzas) patitos de goma (sí, patitos de goma) del maletín del pobre Rebellón (digo pobre, porque vaya papelón, tampoco tuvo suerte con El pintor de batallas) y, en suma, el triste espectáculo de quien quiere hacer reír sin la menor gracia en el texto o en el montaje. Los tres jóvenes, completamente desamparados de dirección, hacen el ganso. La única que consigue salvar alguna frase es Cristina Abad. Alvarado y Medina no dan ni media, con un repertorio gestual tipo vamos-a-hacer-teatro-infantil-sin-tener-ni-idea-de-qué-es-eso. De verdad, creo que estoy empleando demasiada tinta virtual en glosar un título que sería menos que cero si no fuera por lo que viene en el párrafo siguiente.  


Ya está aquí el párrafo siguiente. Se llama Concha Velasco. Asimiladas todas las barbaridades del anterior, lean ahora éste con atención. Velasco las da todas, esto para empezar. No hace el ridículo ni por un segundo. ¿Cómo es posible? Pues siendo ella. Uno ve a dos metros, entrando por el pasillo central de platea en la primera irrupción, a aquella chica de la cruz roja de 1958 (!) y, por escasa que sea su tendencia a la mitomanía, no puede dejar de  maravillarse por:

a) Tener delante un pedazo de historia viva de nuestra cultura.
b) Comprobar que su carisma sigue intacto.

En fin, que los dioses nos la conserven mucho tiempo. Largado todo lo que he largado, les diría que este factor tiene -si nunca la han visto en escena- un peso suficiente como para sacarse una entrada.
P.J.L. Domínguez
          

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