domingo, 29 de noviembre de 2015

EL CABARET DE LOS HOMBRES PERDIDOS

Sala: Teatro Infanta Isabel Autores: Christian Simeon (libro) y Patrick Laviosa (musica), versión de Jorge Roelas, Marc Álvarez y Alicia Serrat Director: Víctor Conde Intérpretes: Cayetano Fernández, Ferrán González, Armando Pita y Leandro Rivera Duración: 1.30'
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Foto con todo lo mejor de la pieza: el mejor intérprete (Ferrán González), la mejor escena y la mejor canción. (Foto Javier Naval)
Es una idea excelente. Su desarrollo incluye un buen texto, una música mala de solemnidad y una puesta en escena francamente mejorable. Hala, ya tienen resumen. Vamos por partes. Prometo ser breve, pero no se me acostumbren.

Idea y texto. Nueva versión del siempre efectivo arquetipo del rake's progress, ya saben, auge y caída. Este Luciano de Rubempré se llama Dicky. La gracia de la idea es el lugar al que el muchacho, perfectamente perdido en la vida, llega, un antro, mezcla de bar y estudio de tatuador, donde se encuentra a tres personajes no se sabe si de alegoría, de noche de farra o de pesadilla: el camarero-tatuador, el Destino y un personaje -Miss Lullaby- que tampoco acierto a saber si es un travestido o una mujer representada por un hombre. El texto avanza sin desmerecer de este arranque brillante: las aventuras y desventuras del héroe se cuentan a buen ritmo, con golpes de ingenio y aprovechando con habilidad los estereotipos narrativos que el espectador lleva instalados en sus dispositivos decodificadores. Cada uno de los puntos de la historia parece ser el de contacto con una tangente, de Querelle a El crepúsculo de los dioses pasando por todos los planetas de ese sistema solar. Todo muy gay, desde luego, por si no se habían dado cuenta todavía. Capas y capas superpuestas de cultura popular y elevada bien escondidas bajo una superficie de puro entretenimiento. En suma: una cosa bien tramada. Este Christian Simeon, también escultor (!), no debe de ser ningún idiota.

Música. Mala, y poco más puedo añadir. Se salva un número: el cuplé-habanera que Dicki y Miss Lullaby cantan sentados en el proscenio. No por nada es el primer enlace que salta en YouTube (y lo que me decidió a ir a verla). La intención del compositor es muy clara, y paralela a la del escritor: jugar con los estereotipos. Cada uno de los números calca clichés conocidos, lástima que lo haga sin la menor gracia. Una cosa es explotar la parodia y la ironía, y otra bien distinta redundar. La idea y su desarrollo narrativo son tan buenos, que justificarían una reescritura musical completa. Dejémoslo para cuando alguien decida hacer la película.

En el Infanta Isabel no está tan holgada, pero la foto les sirve para hacerse a la idea de una escenografía atractiva y bien resuelta.
Puesta en escena. Escenográficamente resultona (Bianco) y bien iluminada (Llorens), justita de vestuario. La dirección de actores (y/o la selección de los mismos, esto es siempre complicado de discernir), mal dibujada. El patinazo más evidente es el del personaje del Destino, que en los teatros del Canal interpretó Ignasi Vidal (bien entrenado en caracteres tortuosos, véase el Javert de Los miserables) y que en el Infanta Isabel ha recaído en Leo Rivera. No está enfocado como merece. Les ha salido un individuo entre chuloputas (con perdón) y vendedor de coches usados rozando el gañán, algo que contribuye poco al vuelo de la pieza. Cabía tanto un tipo sutilmente torcido, con aroma de azufre y seductor en todos los sentidos, como un bufón pasado de rosca tirando a maestro de ceremonias de Cabaret. No sé si Rivera hubiera podido dar alguno de estos caracteres (tiene el físico para el primero, y el perfilado de la barba podría hacer pensar que era lo buscado), lo he visto siempre de simpaticote. Armando Pita me pareció capaz de bastante más de lo que se le ha pedido, y me temo que Dicky le viene un poco ancho al protagonista (que, sin embargo, canta que da gusto).

¿No perciben en la foto algo de toda esa poesía oscura que la idea encerraba?
El mejor -y no sólo el mejor intérprete, sino lo mejor de la función- es Ferrán González. Debo de tenerlo un poco gafado, porque no vi Pegados (debo de ser el único) ni Mierda de artista (que escribió y protagonizó). Intentaré estar más atento a este hombre, que está aquí de miedo tanto de Miss Lullaby como de Catherine Glove. Si alguien duda de lo dificilísimo que es hacer de mujer sin caer en lo zafio, que espere a cuando le toma el relevo Rivera, un momento que debería ser hilarante, como en el original francés, y que se revienta a base de disfrazar al actor como en las cenas de nochevieja y esconderlo en el pasillo lateral de la platea. Hay un mundo entre el travestismo de señor que no quiere parecer señora, sino hacernos reír con la finura de La jaula de las locas, y el remedo grotesco. Pero volvamos a Ferrán González. Salta en la función de la chica-en-un-bar con incisos almodovarianos, a la sugerencia de la mirada velada (adivina uno noches, alcohol, drogas, desengaños a paletadas) o al registro bufo de la pata de palo como quien cambia de camisa. No relaja el esfuerzo interpretativo ni para sacudir las imaginarias maracas en el trío que acompaña el "Yo, yo, yo, yo" (ay, qué buen texto y qué mala música) de la Glove. Canta de maravilla. Vamos, que todo lo hace bien. Que haga más cosas.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 28 de noviembre de 2015

EL MERCADER DE VENECIA

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: William Shakespeare (versión de Yolanda Pallín) Director: Eduardo Vasco Intérpretes: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Critina Adua, Lorena López y Jorge Bedoya Duración: 1.35'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

El mercader de Venecia es una obra compleja, que yuxtapone acciones y emociones graves (envidia, odio, venganza) y una trama ligera, de amoríos y engaños. Nunca lo sabremos con seguridad, pero quizá al público de la época le resultaba menos violenta que a nosotros la cercanía entre el drama del judío –a quien destrozan la vida- y la rechifla con la que es urdido. Vasco carga las tintas del contraste, llevando algunas escenas livianas hacia la farsa desatada (Príncipe de Aragón con máscara de Comedia del Arte y acento paródico) o al humor apayasado (las idas y venidas en góndola). Es, sin merecer condena taxativa, quizá lo más objetable de la puesta en escena.


    Sin embargo, el grueso de la función se beneficia de la elegancia característica del director, maestro en la concertación de música (un piano en escena), vestuario (Caprile), iluminación (Camacho) y escenografía (gran rendimiento en su sencillez, la firma Carolina González). Querejeta es un Shylock al que comprendemos, no un monstruo de maldad irracional. Suyo es el mérito de que el personaje mantenga una cierta grandeza oscura y no desentone en medio del pitorreo. En un final felizmente añadido, él es quien cierra la historia tirando con estrépito una balanza al suelo: el comentario que a nuestra época le merece este remedo de justicia. Francisco Rojas le da la réplica a su altura.

Y lo que no cabía allí:

1.- Si sigo unos años escribiendo estas cosas, llegará un momento en que no hará falta que me lea nadie. La elegancia, no hay vez que no la saque de paseo si tengo que hablar de Vasco. Pues perdonarán, pero es que me resulta inevitable. Yo no tengo la culpa de que sea elegante siempre. Estoy recordando La fuerza lastimosa con Noviembre Teatro o Las bizarrías de Belisa con la Joven Compañía Nacional de Teatro (un montaje hecho con unas pocas sillas y punto, ¿lo recuerdan?). Es elegante hasta cuando le salen más las cosas. Miren la Hedda Gabler, tan poco conseguida, pero tan hermosa de mirar. Por eso repite muchos los colaboradores, porque se tienen pillado el punto (esto era un modismo hace tres o cuatro mil años, pero ya no sé ni si se entiende): Camacho ilumina el Mercader, y es una contribución de relieve al resultado de conjunto. Un conjunto que da gusto ver. La escenografía se limita, durante la mayor parte de la obra, a una tarima alargada y con patas, colocada inicialmente en paralelo a la línea imaginaria de proscenio y que luego los actores hacen girar a capricho. El propio mueble es hermoso, con aspecto sólido y elegancia (hala, ya salió otra vez) antigua, y es explotado a conciencia.

2.- Destaqué en la crítica en papel a Querejeta y Rojas, pero no me cupo Lorena López, que se maneja a maravilla en el breve papel de Nerissa: simpática, espabilada, un pelín burbujeante. Tengo la sensación de haberla visto en algo, pero por más que busco no doy con ello. Todos los demás están integrados con efecto coherente, excepto – diría yo- Agustí, que tiene a su cargo a Bassanio: masca, separa frases, multiplica los subrayados… Quise verlo en Penev, pero se me pasó. Lo vi en Platonov, pero no lo recuerdo. Así que es posible que tenga otras formas de hablar. Si es un efecto buscado (el tipo tiene que ser un poco chulito), a mí me parece que no funciona.

El montaje no se detiene en la atracción que Bassanio ejerce sobre Antonio. No hace falta ser muy espabilado para entender que tanta amistad de un señor de mediana edad (soltero para más señas) por un jovenzuelo alocado es difícil de concebir exenta al cien por cien de otro tipo de atracción. No me vengan con lo de que nuestra época ve homosexualidad por todas partes, porque eso que, otras veces, es perfectamente cierto, no parece de aplicación. En primer lugar, no estamos hablando de ambientes estrechos que, a base de eliminar las impurezas de la vista, terminan por conseguir galácticas ingenuidades (como aquélla, proverbial, de la censura convirtiendo a los amantes de Mogambo en hermanos, porque no podía ni imaginar una lectura incestuosa). Shakespeare escribía en un lugar y una época que no cerraban los ojos a la pluriforme actividad humana. Y el propio autor era sensible a los encantos de una y otra acera, así que es difícil sostener que su Antonio no mire con ternura a Bassanio. Es posible que Rojas haya incorporado algún matiz de este tipo, pero a mí se me escaparon, y creo que la función gana con ese subtexto (que bien queda poner “subtexto” de vez en cuando). Eché de menos alguna mirada intensa.

3.- Hay un excelente fotógrafo, Enrique Toribio, que hace –entre otras muchas cosas- series shakespearianas, y que tiene una sobre el Mercader. Echen un vistazo a las fotos, porque no tienen desperdicio.


4.- Me niego a hablar de si Shakespeare fue o no antisemita, porque me saca de mis casillas que, en estas cosas, estemos como en lo peor del proceso a Flaubert. A ver, niños: lo que hagan, digan o piensen los personajes no es lo que hace, dice o piensa el autor. Esto, que parece el abecé, es una cosa que los seres humanos no terminamos nunca de asimilar. No soporto la narrativa de Vila-Matas, pero tolero sus columnas. Hablaba esta semana de Alejandro Rossi, y lo recordaba diciendo “Cuántas veces la crítica literaria –aun la mejor- olvida la escritura y sólo busca al autor” […] El autor sería el único personaje interesante”. El mismo Vila-Matas tenía que recordar dos días más tarde (en El País del 26) que su yo literario es un personaje inventado. Es como si, a fin de cuentas, fuéramos un gigantesco Sálvame con alguien vociferando “Sí, sí, está muy bien todo esto de Shylock y Antonio, pero ¿William? ¿William era antisemita o no? ¿Y era gay o no era gay?”. De más está recordar que William habló por boca de antisemitas y judíos, adúlteros y ejemplos de pureza, espíritus abnegados y ratas, asesinos y víctimas, hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales. Ah, y también –pequeño detalle- que la obra contiene –en el celebérrimo monólogo de Shylock- uno de los más altos alegatos por la igualdad jamás escritos. Si fue antisemita, aún sería más admirable la capacidad para ponerse en el lugar del otro y hablar con coherencia desde ese lugar.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 24 de noviembre de 2015

UN ESPÍRITU BURLÓN

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Noël Coward (el programa de mano no menciona al autor de la versión) Director: César Oliva Bernal Intérpretes: Berta Ojea, Quim Capdevila, Carla Hidalgo, Antonio Albella, Eva Torres, Lola Escribano y Esperanza Candela  Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



Estas cosas de aspecto sencillo las carga el diablo. Como son ustedes bastante listos en general, y muchos serán perfectamente conscientes de las dificultades que entraña Coward, se estarán preguntando: "¿quién ha dicho que sean de aspecto sencillo?". Lo son. Tengo una prueba a favor: Coward, como Jardiel, es uno de los autores más utilizados por el teatro aficionado. Los ojos inocentes -no contaminados por los miasmas que emanan de los escenarios- sólo ven un intercambio de frases perfectamente habituales entre personajes perfectamente plausibles: en esta comedia hasta el fantasma parece, de puro civilizado, plausible, y la médium no va más allá de ser una locatis del tipo que todos hemos conocido alguna vez. (¿Locatis? ¿Se sigue diciendo locatis? ¿O la edad empieza a distanciarme del mundo real? Ay).

Colin FIrth en Relative values (Gente con clase). Estereotipo de un personaje que
recorrre la obra de Wilde y de Saki y que es pariente cercano de los de Blithe spirit.

Yo no sé si estaré distanciado, pero Coward -desde luego- revolotea a muchos kilómetros de la realidad. Lo que ocurre es que el muy puñetero (y ése es el núcleo de su talento) escribía de tal manera que toda esta irrealidad cuela perfectamente como si fuera vida cotidiana, sin que percibamos que sólo se sostiene gracias a un armazón de puro estilo. La paradoja fundamental del teatro (la misma que alimenta La paradoja del actor de Diderot) hace que este planteamiento falso-falso-falso exija una realización en escena que parezca natural-natural-natural. ¿Cómo se consigue que tanta falsedad se transmute en completa naturalidad? A través de una estilización completa de la interpretación, que debe construir un tipo de personaje que todos conocemos (piensen en Julie Andrews o Colin Firth en Relative values) y que, si alguna vez existió, desapareció definitivamente el día en que los laboristas establecieron impuestos sobre las mansiones de la aristocracia rural inglesa.

En resumen, que para que esto funcione hay que echarle casi tantas dosis de estilización y amaneramiento como a la Comedia del Arte. Si no, no se percibe el efecto cómico de que este refinadísimo matrimonio se dé todo tipo de coces en los morros sin abandonar nunca un tipo de lenguaje y de gesticulación propios de la gente que vistió faldones de encaje en la cuna. Piensen en Cary Grant y Katherine Hepburn en Historias de Filadelfia (anterior a esto en un año) y tendrán una idea aproximada. Y pueden ver en este enlace nada menos que a Dirk Bogarde haciendo Blithe Spirit.

Berta Ojea. Siempre las da todas.

¿Ha pillado Oliva ese tono? No. Con esto, la crítica está prácticamente terminada. La cosa no va mal, no es que haya bostezos, Berta Ojea -como siempre- lo dice todo bien y coloca los aspavientos donde su oficio le aconseja que los ponga, pasa uno el rato... pero de ahí a un Coward bien hecho va un abismo. Que los Condomine hayan pasado a apellidarse Salamanca ya daba pistas. Las comedias contemporáneas ganan cercanía al espectador cuando se aclimatan, pero esto es complicado de entender si no se ubica mentalmente en ese curioso ambiente -sofisticado y pueblerino a partes iguales- en el que una matrona en la cúspide de la pirámide social podía calzarse unas botas de goma para poner orden en la charca de los patos. El mundo de tantas novelillas de la Christie, de los cuentos de Saki... y, si quieren una referencia más cercana, de Dowton Abbey. Los Condomine son, treinta años más tarde, los vecinos de clase media de los condes de Grantham (cuando la clase media aún merecía ese nombre). 

* * *
Nota sobre fantasmas. Alguien señaló que la profusión de fantasmas en el cine y el teatro en los decenios de las dos guerras mundiales fue una respuesta inconsciente al dolor de tanta gente que había perdido seres queridos y quería ver confirmada su creencia en una vida después de la muerte. Suele mencionarse el gran éxito de El fantasma y la señora Muir (The ghost and Mrs. Muir), de 1947, como ejemplo destacado. Blithe spirit se estrenó el 41, aunque parece que Coward llevaba un tiempo con la idea en la cabeza. Jardiel estrenó Un marido de ida y vuelta, de asunto sorprendemente parecido, en octubre de 1939, rodeado de cadáveres de otra guerra, algo que parece apoyar esa idea de los fantasmas en la ficción como reflejo de los muertos en la realidad. ¿Hay alguna posibilidad de que Coward plagiara? Tienen en este enlace un excelente resumen de la cuestión escrito por Marcos Ordóñez. Jardiel -que no tenía ni una pestaña de tonto- lo creyó siempre, y no es imposible.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 23 de noviembre de 2015

HÉRCULES EL MUSICAL

Sala: Teatro La Latina Autores: Miguel Murillo y Ricard Reguant (libreto); Ferrán González (música) Director: Ricard Reguant Intérpretes: Pablo Abraira, Víctor Ullate, Paco Arrojo, Javier Pascual, Clara Alvarado, Nuria Sánchez y Elena Gómez (más trece bailarines y acróbatas) Duración: 1.30'
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Esto no es el Teatro La Latina, es Mérida. Pero el vestuario (glups) es el mismo.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

NO TAN JUBILADO

Este Hércules navega entre muchos escollos. Primero, el que debe sortear cualquier musical de gran formato y producción moderada. En segundo lugar, la inevitable comparación con Disney. Si, además, contamos que el héroe está jubilado y que el libreto propone un complicado ir y venir entre el presente real (el viejo Hércules trabaja en un circo) y el pasado fingido (el circo representa sus hazañas), y que ambos planos se confunden en un final abierto… cualquiera apostaría por el desastre.


    Pues no. Hay que dejar en la puerta del teatro los prejuicios y olvidar el material promocional que -entre vestuario, caracterización e imagen gráfica- tira hacia lo fallero. A la hora de la verdad, todo eso molesta poco. Detrás está Reguant, un tipo que se las sabe todas: hace comprensible el libreto y lo convierte en el mejor activo. Delante, en escena casi cada minuto, está Abraira que, a base de carisma, confiere dignidad y una sincera melancolía crepuscular a la función. Hablando de carisma: Ullate, como siempre, hace simpático todo lo que toca. Sus compañeros bufos, Javier Pascual y Nuria Sánchez, le aguantan el tirón. Las diosas (Clara Alvarado y Elena Gómez) están estupendas, y Paco Arrojo canta estupendamente la música de Ferrán González, pegadiza y resultona. En resumen, diversión para niños y mayores. Me llevé a uno de doce y no perdió comba.

Y algunas cosillas que no cabían allí:

1.- Reguant dirigió en Madrid hace poco una versión de Diez negritos parecida, en cierto sentido, a este Hércules. Rasgos de género muy marcados (aquí un musical, allí un crimen en espacio cerrado) y producción modesta. En ambos casos, las limitaciones de medios se superan gracias a un buen material de partida (la trama de la Christie y el libro y la música del musical) y a la interpretación, desde luego, pero sobre todo por la habilidad de Reguant a la hora de lidiar con los estereotipos de género. En ambos casos también, el resultado es divertido.

2.- A Nuria Sánchez la vi en Otro gran teatro del mundo, también muy bien, creo que haciendo de princesa respondona. Además de estar estupendas (sus dúos son de lo mejor de la función) Clara Alvarado y Elena Gómez, Atenea y Hera respectivamente, salen -quizá por su condición de diosas que parece justificar cualquier extravagancia- mejor paradas con el vestuario. El pobre Ullate es como si hubiera salido de otra función distinta, algo así como Los payasos de la tele en Jamaica, entre la bata y las rastas, pero es un tipo que puede con todo y eleva la energía ambiente cada vez que sale. El Hércules joven también lleva rastas, y he visto alguna foto en la que incluso Abraira las llevaba, aunque juraría que han desaparecido en La Latina (gracias a los dioses).
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 21 de noviembre de 2015

OTHELO

Sala: Naves del Matadero Autor: William Shakespeare (versión libre de Gabriel Chamé Buendía) Director: Gabriel Chamé Buendía Intérpretes: PMatías Bassi, Justina Grande, Hernán Franco y Martín López Duración: 1.50'
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¿Recuerdan el bombazo de la llegada de Tolcachir con La omisión de la familia Coleman? ¿La de Veronese con Mujeres soñaron caballos? ¿La de Zorzoli con Estado de ira? Pues bien, tenemos nuevo fenómeno argentino. Espero encontrar pronto un rato para contarles este Othelo con algún detalle, pero había una comunicación urgente que hacer: no sé si quedan entradas para las dos funciones restantes, pero si quedan, maten para conseguir una. O pónganse en la puerta, a ver si falla alguien (pero pónganse con tiempo, que hoy ya había cola de espectadores suplentes). Va a ser una de las propuestas memorables de la temporada.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 16 de noviembre de 2015

LOSERS

Sala: Teatro Bellas Artes Autora: Marta Buchaca Director: Guillem Clua Intérpretes: María Pujalte y Vicente Romero Duración: 1.15'
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Losers, estrenada en catalán en 2014, pretende ser una comedieta entre romántica y amarga. Digo "pretende", porque no llega a ninguna parte. Está hecha de lugares comunes, no tiene chispa, es -en una palabra- un ladrillo. Significativo que el fragmento que más risas provoca sea la enésima recreación de las conversaciones con los sistemas de atención teléfonica.

El texto está muy por debajo de la capacidad de ambos intérpretes,  que son de tomo y lomo -los dos- y que hacen lo que pueden. Se las ven y se las desean para que la cosa avance, pero sería realmente una hazaña de titanes conseguir que despegara. Ni hace reír ni tiene el toque de absurdo de algunas comedietas de dos personajes ni conmueve cuando tira al drama... No consigo imaginar qué ha podido verle Guillem Clua, un tipo capaz de escribir Smiley, para decidirse a dirigirla. Me aburrí como la ostra esa de la foto.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 15 de noviembre de 2015

NORA 1959

Sala: Teatro Valle-Inclán Autora y directora: Lucía Miranda (versión libre de Casa de muñecas de Henrik Ibsen) Intérpretes: Nacho Bilbao, Ángel Perabá, Rennier Piñero, Efraín Rodríguez, Belén de Santiago y Laura Santos Duración: 1.35'
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Quienes me leen habitualmente entenderán el ataque que va a darme en 3, 2, 1... ¡¡¡Micrófonos!!! ¡¡¡Aquí también hay micrófonos!!! Si repasan las últimas entradas de mi blog verán que hay una epidemia. Inexplicable. En resumen: los micrófonos se han puesto de moda, y empieza a ser difícil ver una función en la que no haya alguien que nos hable micro mediante. Que vengan a algo o se limiten a estorbar, ya es otro cuento.

En ésta no sólo hay micrófonos. Hay canciones (muchas), bailes (muchos), un adulto haciendo de niño (horrible casi siempre, por ejemplo esta vez), participación de dos espectadoras (una hace de portera y la otra custodia una mirilla que los actores le reclaman cada vez que van a llamar a la puerta), onomatopeyas del ruido de fondo en la radio cuando se mueve el dial (tres actores frente a un... micrófono, claro), teatro dentro del teatro (serial radiofónico, para ser exactos, pero con actores a la vista)... en fin, una larguísima serie de elementos añadidos a la trama de Casa de muñecas entre los que sólo falta el neperiano (si quiere saber lo que es el neperiano, siga este enlace).


Estas cosas salen a veces, otras se estrellan. Ésta se estrella con estrépito. No es sólo que la acumulación de... cosas -no encuentro término común más preciso- sea de heterogeneidad dramatúrgicamente injustificada, sino que en los ratitos en que el asunto se calma y los intérpretes dicen su texto, no hay por dónde coger el resultado. No me atrevo a asegurar que ninguno sea especialmente mal actor (o actriz, que también llevan lo suyo), porque está todo tan mal hilado, que cualquiera sabe. El único que parece demostrar una cierta capacidad interpretativa es Efraín Rodríguez (el de la foto), que está gracioso y sabe colar alguna segunda intención -los demás, planos como encefalograma de difunto- en registro de melodrama. Insisto: es posible que sean capaces de hacerlo mejor, pero aquí no hay quien lo vea. El concurso de la escena menos justificada estaría reñido, pero creo que me quedo con la conversación final entre los esposos, el nudo de toda la cuestión, el clímax dramático... en el que no se miran. Hablan al tendido con sendos... micrófonos, claro, ¿qué esperaban? Como si no tuvieran ya durante el resto de la función serios problemas para hacernos creer lo que dicen, encima van y les impiden mirarse a la cara.

Dicho todo esto, Nora 1959 no comete el peor pecado posible en un teatro. Tanta cosa, tanto lío, tanto "a dónde se supone que queremos llegar" impide que uno se aburra. Maldice un poco, pero no se aburre. Termina, además, con un rasgo de sinceridad. Como si se reconociera la incapacidad para terminar aquello mejor que con el original portazo ibseniano (al que se renuncia), se cede el final a lo mejor que pasa en los noventa minutos largos: la grabacion de voces de ancianas que hablan de la perra vida que les dieron y de su liberación en edad provecta. Un soplo de naturalidad que, después de tanta impostación, es como un vendaval liberador.
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 13 de noviembre de 2015

EL ALCALDE DE ZALAMEA

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Pedro Calderón de la Barca Directora: Helena Pimenta Intérpretes: David Lorente, Pedro Almagro, José Carlos Cuevas, Clara Sanchis, Jesús Noguero, Óscar Zafra, Francesco Carril, Álvaro de Juan, Alba Enríquez, Nuria Gallardo, Rafa Castejón, Joaquín Notario, Egoitz Sánchez, Alberto Ferrero, Jorge Vicedo, Karol Winsniewski y Blanca Agudo (músicos: Juan Carlos de Mulder / Manuel Minguillón, Rita Barber)  Duración: 1.35' (creo, ha pasado mucho tiempo, y no la anoté)
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no esté en cartel)


Joaquín Notario y Carmelo Gómez, tanto monta...

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 Pega menor: Pedro Crespo saca siete años a su hijo y cinco a su hija. Digo que es menor, porque esta extraña elección de actores se disuelve al poco rato en la verosimilitud. Pega mayor: me pregunto por qué toleramos en los clásicos convenciones que, en cualquier otro género, llamaríamos sobreactuación. Así está aquí la soldadesca, de principio a fin, con la notable excepción de Don Lope. ¿Deben por fuerza gritar siempre y, a poder ser, con voz rasposa? En la misma función se encuentra la prueba de que otro carácter casi siempre sobreactuado –el del gracioso- admite otro registro: el breve Nuño que borda Álvaro de Juan.

    Cuando los soldados callan, tanto brillan todos que hacen olvidar el vocerío. Todas las escenas de los papeles principales son de altísimo teatro, en el que luce tanto la capacidad de Pimenta en la dirección de actores como el talento de éstos: los forcejeos y la socarronería de Don Lope y Pedro Crespo; la partida del hijo a la guerra; el reencuentro con la hija violada… Notario todo lo ha hecho y lo ha hecho todo bien. Pero Carmelo Gómez, que pisa menos los escenarios, se consagra como uno de los más grandes.

Y lo que no cabía allí:

(Las frases en negrita enlanzan ambos textos; para enterarse bien, mejor leer primero aquél)



1.- Por qué toleramos en los clásicos con­venciones que, en cualquier otro género, llamaría­mos sobreactuación. La culpa no es de los actores o de la directora en la medida en que podría parecerlo. Es una tradición que, me decía un amigo el otro día, lo mismo resulta que se remonta al siglo XVII. Soldados y graciosos, sobreactuados. Aunque se remontara al Neolítico, me parece una de esas tradiciones que sería conveniente ir pensando en abolir. ¿No hemos dejado de tirar cabras desde el campanario aquel? ¿Por qué no probamos a que Rebolledo empiece la función -Cuerpo de Cristo con quien  / de esta suerte hace marchar / de un lugar a otro lugar / sin dar un refresco- como si realmente estuviera cansado. Porque lo está: ¿A qué entrada, si voy muerto? Imaginen la misma escena en el cine o en la tele, con un grupo de españolitos destacados en Bosnia o en Afganistán. El episodio comienza con un soldado muerto de cansancio que se queja de que los tengan de la Ceca a la Meca. ¿Creen que al director de turno se le pasaría siquiera por la cabeza pedirle que se ponga a bramar con voz de cazalla? Es infinitamente más efectivo que estas cosas se digan entre dientes, se mascullen. La sensación del tipo curtido y de poco fiar -de legionario de los de antes- da mucho más miedo si no se grita. Son principios tan de primero de interpretación (y dirección) que debe de ser que se ven completamente distintas desde la butaca y desde el escenario. Pimenta no tiene un pelo de tonta. El error que comete no puede ser de primero de dirección. Por eso, me inclino a pensar que lo que hace es plegarse a una larga tradición que le exige que estos tiparracos (y la tiparraca: Sanchis está pasadísima de rosca en todas y cada una de las líneas que dice) sean así de elemental y primariamente brutos, sin concesiones a la mínima maldad o torcedura siquiera algo disimulada. Y sobre todo: que está cansado, puñeta, que está cansado. 

Nota: los tiparracos son los personajes, no los intérpretes. Por si acaso.

¿Ven esa colección de muecas? Así, toda la función. No hablamos sólo de la voz, sino del repertorio gestual extraenergético que todos derrochan con entusiasmo.

Los de la foto son personajes secundarios -aunque de cierta relevancia en el caso de la Chispas y Rebolledo-, pero el caso más sangrante es el del Capitán (es el que la lía parda, el violador). El papel tiene miga, está en el centro de la trama y admite muchos matices, pero en este mapa de contornos nítidos (soldados desatados por aquí, protagonistas centrados por allá) Noguero se ha quedado lamentablemente en el primer grupo. Le ha salido un personaje de cartulina que no llega ni a Alatriste, que ya es decir. La Chispas y Rebolledo funcionan bien en una sola ocasión, y no lo digo en broma: cuando Pimenta les hace decir sus cinco últimas líneas allá en lo más alto de la escenografía, saliendo de la oscuridad y volviendo a ella como las figuritas de los relojes centroeuropeos. Es lo único que pronuncian en tono normal.

2.- Otro carácter casi siem­pre sobreactuado –el del gracioso– admite otro re­gistro. ¿No les pasa a ustedes que el gracioso de las funciones clásicas casi nunca les hace gracia? El motivo es el mismo por el que los soldados no les dan miedo. No basta exagerar y hacer volatines, el teatro -al menos este teatro de texto- provoca emociones cuando entendemos al personaje, lo otro es circo. Con los payasos nos reímos también, pero ellos no largan complejas estrofas de versos barrocos, hacen chistes elementales mientras se estampan las tartas en la cara y les brotan las lágrimas a chorros. Francesco Carril está bien como Don Mendo, pero es Álvaro de Juan (el de la foto, que ya me gustó en La cortesía de España) el que ofrece una lectura natural y sin aspavientos de un estereotipo que aparece por doquier en nuestro teatro clásico. A ver si hay suerte y crea escuela.

3.- Todas las escenas de los papeles principales son de altísimo teatro. Poco más añadiré. Decía el ruso que todas las familias felices lo son de igual modo, pero que las infelicidades son todas distintas. Es muy fácil hablar de lo que está mal, pero lo que está bien admite poca glosa. Si algo tuviera que destacar sobre lo demás sería la escena del reencuentro entre padre e hija: esa escena en la que ella espera ser sacrificada en aras del honor (talmente como en Pakistán ahora mismo) y donde Calderón presta a su padre el sentido común (ni siquiera necesitamos contar con el amor paternal) suficiente como para ubicar las culpas -y colocar el castigo- donde se hallan. Aún sale todos los días en el Telediario alguien que no ha entendido estas cosas elementales. Carmelo Gómez y Nuria Gallardo la representan como si todo esto hubiera ocurrido hoy mismo, el hipotético director de televisión invocado más arriba no creo que tuviera necesidad de cambiar el mínimo gesto. Por eso conmueven, porque se creen lo que dicen y -en vez de exagerar- simplemente dejan que su exterior esté en coherencia con lo que cualquier llevaría en el interior en este trance.

4.- Llevamos unos meses en los que es difícil encontrar una función sin micrófonos (ayer me tocaron en Nora 1959, ya les contaré) y/o cantante. Aquí no hay micros (demos gracias a los dioses), hay cantante. Canta bien, está bonito lo que canta... pero tampoco parece venir a mucho. Ojo, el efecto no es espantoso, como en la Medea de Lima o el Don Juan de Portillo, pero no acierto a ver lo que aporta.

5.-  El final. He recogido bastantes comentarios de gente a la que le ha gustado todo menos la aparición final del rey. Verán, es que el final es imposible. Calderón plantea en la obra un conflicto entre ley y moral completamente irresoluble con el bagaje conceptual de la época. Si Crespo cumple la norma, el culpable se queda sin castigo. Calderón hace lo único que puede hacer: descarga al alcalde y a Don Lope de continuar tomando decisiones (imposibilísimas de plantear, porque pasan por la ejecución del héroe o por su recurso a la sedición armada, lo que destrozaría el marco conceptual no ya político, sino teatral) y descarga el peso sobre la instancia superior: el rey. Les voy a proponer un divertido -y disparatado- paralelismo. Crespo quiebra la ley para sacar adelante lo que su conciencia le dice que es moralmente necesario. El entuerto lo arregla el rey (Felipe II en el texto, reinaba el IV cuando se escribió). Estos días tenemos a los independentistas catalanes diciendo prácticamente lo mismo: que están dispuestos a quebrantar la ley para hacer lo moralmente correcto. ¿Quién aseguró ayer mismo que la Constitución prevalecerá? ¡Otro Felipe! Felipe VI. ¿Qué comparación admite la autoridad esgrimida para arreglar el desaguisado de Zalamea con la que ahora podría usar el reinante para encarrilar la situación? Y me da igual que sustituyan al rey por el presidente del gobierno o el Papa de Roma. Ese tipo de autoridad se desvaneció con el Antiguo Régimen.

No estoy hablando de política, sino de que el artificio usado por Calderón pudo perfectamente no ser percibido como un Deus ex machina por sus contemporáneos, que lo encontrarían perfectamente lógico, al margen de la mayor o menor verosimilitud de que el rey pasara por allí en ese momentito exacto. Hoy, sin embargo, las cuerdas del mecanismo chirrían. O se plantea un delirio deconstructivo (hermosísimo como en Pandur, hondísimo como en Lenz, me valen otras opciones...) o el final es imposible de hacer bien. Dicho más corto: éste de la Pimenta está bastante bien.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 10 de noviembre de 2015

LOS DESVARÍOS DEL VERANEO

Sala: Teatro Fígaro Autor: Carlo Goldoni Director: José Gómez Intérpretes: Ana Mayo, Borja Luna, Macarena Sanz, Antonio Lafuente, Vicente León, Kevin de la Rosa, Andrés Requejo, Juanma Navas y Helena Lanza Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Lafuente (ahora lleva barba), de la Rosa (que no estuvo en mi función), alguien que no reconozco en la foto (y que en mi función era Ana Mayo), Luna (ahora no lleva barba), Requejo, Sanz, León y Navas.


Le smanie della villeggiatura es un delicioso texto de Goldoni, tan bien urdido que resiste la dolorosa operación de sacarlo del italiano, su contenedor natural. Pierde finura, pero aguanta.

Con estas cosas me pasa siempre lo mismo, supongo que como a todo el mundo. Entro al teatro un lunes a las ocho y media (cuando ya llevo un rato pensando en el momento de felicidad suprema de irme a dormir); dejo ahí fuera un mundo grotesco (véase el gigantesco lugar que la patada de Rossi o la conversación de Benzema ocupan en la plaza pública de los medios), pavoroso (la irreversibilidad del calentamiento global se anuncia al mundo el lunes 9 de noviembre de 2015) y deprimente (45 mujeres muertas a manos de los hombres que se suponía que las amaban) y me encuentro con una gente ociosa y feliz como nadie fue ocioso y feliz después de 1789 (Talleyrand dixit: "Quiconque n’a pas vécu avant 1789 ne connaît pas la douceur de vivre"), una gente tan alejada de nuestro planeta que, durante unos minutos, sufro la sensación de que me van a interesar poco o poquísimo. Luego, Goldoni despliega tal conocimiento sobre sus semejantes, tal habilidad para retorcer hasta el infinito una ligerísima trama... que me vuelve a atrapar. Una delicia.

Me fastidió perderme La isla de los esclavos de Venezia Teatro. Tenía buena pinta. "Qué será buena pinta", se preguntarán. Se parece bastante a comprar unas naranjas por el mismo motivo. Luego, pueden salir estupendas o incomestibles, pero la pinta previa siempre está ahí, no hay quien se la salte. Encuentro opiniones favorables, pero tiendo a no fiarme ni de mi sombra. En cualquier caso, me dije que ésta no me la perdía. A veces, el esfuerzo (¡un lunes a las ocho y media!) se ve premiado por la recompensa. El montaje merece la pena.

Tiene estilo. Tiene también algo en escena que les voy a dejar que adivinen. ¿Ya? Al menos la mitad de mis lectores crónicos -perdón- habrá acertado. ¡Hay micrófonos! ¡Es un capítulo de Expediente X! ¿Algún fabricante surcoreano ha colocado todos sus excedentes en los teatros de Madrid? ¿Qué está pasando? ¿Lo saben la Unión Europea, el Consejo Regulador de Denominaciones de Origen, la Asociación de la Prensa? Les confieso mi estupor. Ya me parecía suficientemente extraño lo de los jóvenes con moño como para que ahora llegue esto. En fin, sigamos. Aquí hay un micrófono en cada extremo del proscenio, pero su uso -afortunadamente- es fácil de comprender: los apartes se dicen desde ahí, con cañón sobre el intérprete. Vale. No molesta. Otro tributo a la moda: los intérpretes se sientan alrededor del escenario, a la vista, cuando no les toca. ¿Les va sonando? Sí, las dos cosas suenan a Stockman. Stockman, a su vez, sonaba a otra cosas. Pero esto son detalles de entomólogo, no tienen mayor importancia. Ni los micrófonos ni los actores a la vista ni sus ocasionales y breves intervenciones (en algún momento apoyan al que está actuando) distraen de lo fundamental. Lo fundamental es decir bien un texto que sin estilo en la interpretación no es nada. Tengan en cuenta que todo son naderías: que si me pone celoso que vayas en la carroza con ese tipo, que si no te fías de mí y eso ofende, que si quiero un vestido nuevo, que si vigile usted de cerca a su hija porque todas las mujeres son iguales... Estas naderías vienen dando de comer a miles de personas desde hace siglos, las tenemos tan archiconocidas que no encierran en sí mismas ningún atractivo: toda su capacidad de diversión se sustenta en el estilo con que se dicen. Cambie el estilo y le sale Goldoni o Arniches, Marivaux o los Quintero, todo depende de cómo haga que los actores se muevan y digan las cosas. Y Gómez ha dejado la cosa bastante cercana a lo que sería una interpretación canónica, sin pasarse de arqueológico. No olviden que los personajes de la Comedia del Arte están apenas un centímetro debajo de la piel de estos nobles del XVIII y de sus criados, y que eso impone una cierta dosis de estereotipo en la que reside toda la gracia del asunto.

Para hacer esto son necesarios intérpretes inteligentes, que sepan de qué les están hablando cuando les cuentan esta copla. Y la verdad es que me sorprendieron. No me hubiera pasado si llego a hacer los deberes antes y me estudio bien quién era cada cual, pero llevo la vida que llevo. Mírenselos si quieren en este enlace. Para empezar, hay dos veteranos que están sembrados: Vicente León y Juanma Navas, anciano estricto y cascarrabias, y padre marioneta de su hija. Las dan todas en su sitio. Andrés Requejo y Helena Lanza son criado (incluido breve doblete, porque la versión se carga un par de ellos, prescindibles) y criada; también bien los dos. El tercero en discordia -amigo molesto de la jovencita- es un papel breve, pero Borja Luna lo coloca bien, con las dosis precisas de tontorrón y simpático. El sustituto de Kev de la Rosa, que creo que hacía la función por primera vez, era el único que no terminaba de encajar. No creo que sea el amaneramiento con que encaraba el papel, porque el papel lo pide a gritos. Quizá una dicción masticada y lenta.

El trío en (ligera) discordia: el chico, la chica, la hermana del chico. Antonio Lafuente, estupendo. Difíciles siempre estos papeles de galán toreado a conciencia por una jovencita más lista que él. Sale bien librado, es -con los dos mayores- el más cercano a la interpretación tradicional del género.

Me he dejado para el final a las dos chicas. Siempre más interesantes: en el género, las mujeres son manipuladoras y torcidillas; los hombres tontuelos o huraños, sin doblez. Así que son los dos papeles más divertidos. La escena entre ambas, llena de pequeñas envidias, mentirijillas y roces cubiertos por el barniz del trato social (y curiosamente podada en la versión audiovisual que les he enlazado más arriba) es una de las cumbres de la pieza que uno espera desde el principio. Muy bien ambas. Ana Mayo ya me gustó en Stocmann. Y me llevé la gran sorpresa de la noche (¡no había leído su nombre antes de verla en escena!) al reencontrarme a Macarena Sanz. Si su curriculum está al día, he visto todo lo que ha hecho en teatro: Munchhausen, El inspector y Maribel y la extraña familia. Todo lo hace bien: abre la boca y se queda con el escenario, se mueve y sólo se puede mirar en su dirección. Vaya pedazo de carisma. Esta chica tiene un futuro estrepitoso por delante.

José Gómez ha dirigido con discreción y sin tonterías (ya les decía que los micrófonos no molestan), añadiendo aquí y allá algún detallito: las intervenciones en off de los actores que no tienen parte; la mano de León que rubrica lo que dice mientras Lafuente sigue hipnotizado su recorrido arriba y abajo; Luna que se queda en absoluto primer plano de "he hecho el canelo" mientras el final feliz se relega al fondo; el mismo Luna en el efecto de mimo de la maleta flotante; el idílico epílogo mudo de los criados... No está mal, todo ayuda, da a la función un aire simpático. Pasé un rato estupendo. 
P.J.L. Domínguez