domingo, 26 de junio de 2016

HISTORIAS DE USERA

Sala: Lazona Kubik Autores: Alfredo Sanzol, Miguel del Arco, Denise Despeyroux, José Padilla, Alberto Sánchez-Cabezudo, Alberto Olmos, Pilar Franco, Yolanda Menéndez y Flor Cabrera Director: Fernando Sánchez-Cabezudo Intérpretes: Inma Cuevas, Jesús Barranco, Ana Cerdeiriña, José Troncoso, Huichi Chiu, Iván Jiménez, Juan Ramón Saco, Juan Antonio Rodríguez, María Teresa Prado, Juan Antonio Montes y Luis Sureña Duración: 1.55' (entreacto de 10')
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Me llegan voces de varios sitios insistiendo en que no me la pierda. La crítica de Vallejo en El País hace unos días dice nada menos que "la factura de la producción [...] nada tiene que envidiar a las mejores que puedan verse en el teatro parisino independiente o en los teatros públicos berlineses". En fin. No nos pasemos. Historias de Usera es exactamente lo que uno piensa que va a ser si fija su atención en todo el paisaje, por así decir, sentimental de la pieza: la participación de vecinos en el montaje, la evocación melancólica del pasado, la ubicación de los textos en un entorno costumbrista y de barrio. O sea, que SÍ resulta una cosa simpática. Y no es nada de lo que piensa que va a ser si, en cambio, se concentra en la otra vertiente del montaje: la escritura de un buen número de autores muy bien considerados y la dirección de Sánchez-Cabezudo, nombre en boga. O sea, que NO resulta una puesta en escena de calidad relevante ni, sobre todo, homogénea. Se me ocurre un término de comparación: El manual de la buena esposa (donde también estaban Sanzol y Miguel del Arco). El resultado está muy lejos de la redondez de aquel invento.

Heterogéneo es, quizá, el adjetivo que mejor cuadra a esta sucesión de piezas breves. Una heterogeneidad que depende en cada caso de la mayor o menor calidad del texto y del mayor o menor acierto en la dirección. Así que vamos por partes:

Auge y caída de un amor en Usera (Denise Despeyroux). Un breve juguete cómico bien dialogado -Despeyroux es una experta dialoguista- con una puesta en escena discreta y muy bien defendido por Ana Cerdeiriña (inolvidable Letizia en Trágala, trágala). Simpático.
El vampiro chino (Alberto Olmos). Excelente monólogo, lleno de sugerencias pedestre-poéticas, imaginativo, rico de posibilidades. Estupendamente planteado en su arranque en el interior de la tienda china de comestibles que vemos a través del vidrio del escaparate y en la que evolucionan los vecinos del barrio (literalmente, son vecinos que colaboran en el montaje) con coreografías hilarantes. El monólogo se despieza y sus otros dos fragmentos no alcanzan la brillantez escénica de este arranque -en uno la actriz se sube la azotea de la maqueta que ven en la foto y en el otro al poste de la luz que también ven ahí- pero Huichi Chiu, que es mucha actriz, consigue que el relato chisporrotee. Creo que es un error no hacerlo todo seguido.
El 37 (José Padilla). Un sainete en formato miniatura, bien escrito, no excesivamente bien dirigido: el desenlace, que debería provocar carcajadas, pasa desapercibido y, zas, se acabó la cosa.
Copacabana (Alfredo Sanzol). Aquí el resultado está a la altura de todos los implicados, autor, director y los dos magníficos intérpretes: Inma Cuevas y Jesús Barranco. Escrita al nivel del mejor Sanzol, dirigida con delicadeza e interpretada con virtuosismo. Es, con diferencia, la pieza más lograda.
La Narcisa (Flor Cabrera, Pilar Franco, Yolanda Menéndez). El texto no tiene remisión. Troncoso y Cuevas se emplean a fondo, pero no hay por dónde coger la cosa. Me temo que en una duración tan breve se puede plantear lo cómico, un drama -digamos- suave, el minisainete o mil matices más, pero es extremadamente difícil conseguir la aceleración de cero a cien necesaria para sumergir al respetable en un dramón de tal calibre. Error inicial de enfoque no sé si superable y que el desarrollo del relato -que no se aparta de lo lacrimoso- no supera.
El sereno (Alberto Sánchez-Cabezudo). El texto, previsible y trillado, se ha vestido muy bien a base de atmósfera y del bordado del personaje que se marca Barranco, pero no hay manera. Aburrido.
El lado salvaje (Miguel del Arco). La idea era buena -recrear el pollo armado en Usera durante el abortado concierto de Lou Reed- pero el resultado es penosamente tedioso. El reiterativo texto no va a ninguna parte y puede hasta con la Cuevas (cosa que nunca creí poder decir). No sé si, dirigido de otra manera se hubiera salvado algo, pero lo dudo. 

Todo lo que se refiere al valor social de la función (y de la labor de la sala durante estos años), al interés de la participación de los vecinos, a la intención de expandir el teatro más allá del escenario... todo eso loable y estupendo. Pero una cosa es una cosa y otra, otra. Respecto al resultado teatral, el minidrama cómico de Despeyroux, el melodrama de Sanzol y el monólogo de Olmos (sobre todo, la parte ubicada en la tienda) son piezas acertadas. El resto, flojo o muy flojo.

Terminemos con lo más sobresaliente, que en este caso es lo que llamamos a veces "envoltorio" en este blog. Realmente magníficas la escenografía de Alessio Meloni (que acaba de firmar la también estupenda de Tom en la granja) y la iluminación de David Picazo, y muy eficaz la música de Sandra Vicente y Mariano García.
P.J.L. Domínguez
          
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viernes, 24 de junio de 2016

LA TEMPESTAD

Sala: La Puerta Estrecha Autor: William Shakespeare (no encuentro al autor de la versión) Director: César Barló Intérpretes: Sayo Almeida, Míriam Cano, Roberto González, Pablo Huetos, Emilio Lorente, Rafa Núñez, José Gonzalo Pais, Javi Ródenas y Eva Varela Lasheras Duración: 2.00''
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José Gonçalo Pais, vestido por Karmen Abarca. No lo juzguen exagerado, es
Ariel. ¿Quién sabe cómo se visten los genios? 


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Vi una de las primerísimas representaciones de esta Tempestad, y me dio la sensación de que algo estaba por terminar, de que en alguna escena faltaba el nervio que recorre el resto. Pero la intensa vibración subterránea que hace palpitar la puesta en escena me convenció de que se iría redondeando en cada función.

    
El rasgo más peculiar de la propuesta es, quizá, el uso de todos los espacios de La Puerta Estrecha, algo que Cortizo hizo ya en la memorable Este sol de la infancia. Pero aunque el aprovechamiento escenográfico de cada rincón (Sánchez y Fou) es, desde luego, una baza importante, el mayor atractivo de la excursión a la isla mágica reside en la dirección de actores y la interpretación. 

No puedo mencionarlos en detalle, pero ver a Eva Varela Lasheras (Próspero) y José Gonçalo Pais (estrepitoso Ariel vestido con brillantez por Karmen Abarca) trabajar juntos justifica sobradamente el viaje. En este Madrid, repleto de talentos escondidos, son dos gemas escondidas en estuches de modestia. Quien se perdiera a la primera en Cenizas a las cenizas o A puerta cerrada y al segundo en De noche justo antes de los bosques tiene ahora posibilidad de resarcirse. 

Y lo que no cabía allí:
Hace unos años, mi Shakespeare favorito era Romeo y Julieta. Luego pasé por Hamlet y -aunque tras lo de Donnellan, creo que he conseguido asimilar la grandeza de Medida por medida- ahora me quedo con La tempestad. Ya sé que estas frases parecen salidas del cuestionario de un concurso de misses, pero ¿qué quieren? Ya que nadie me admira por mi inteligencia que lo hagan al menos por mi físico. 

Mientras escribía esa bobada he recordado que mi predilección por La tempestad empezó, probablemente, en una representación al aire libre vista en Nápoles en 2008. Viaggio, naufragio e nozze di Ferdinando, principe di Napoli, la tituló Carlo Presotto. Se suele abusar del adjetivo "mágico", pero no se ocurre nada más certero para describir aquel anochecer en el centro del mundo (Nápoles es el centro del mundo, por si no lo sabían) en medio de esa historia de (precisamente) magos, genios listos o torpes, doncellas ingenuas y príncipes honestos o traidores.

 Carlo Presotto. Algo hay que parece indicar que estamos ante un tipo
interesante... Ah, sí. Las orejas. Es el encabezamiento de su página.

Precioso cartel de José
Gonçalo Pais.
¿Aprecia uno más una pieza después de un determinado montaje? Sin duda. Pero seguro que la edad tiene también bastante que ver. Fíjense en que Romeo y Julieta y Hamlet podrían ser descritas como un catálogo de los sentimientos de la adolescencia (el deslumbramiento amoroso) y la juventud (la rebelión contra la corrupta realidad). Tanto Medida por medida como La tempestad exigen una mirada más experimentada, unas entendederas que hayan tenido tiempo de asumir la incómoda verdad: que entre esos grandes y trágicamente antitéticos términos de las primeras (tengo su amor o me muero, me someto o me los llevo a todos por delante) cabe una enorme gama de matices, componendas y medias tintas. Tintas con las que nos las tenemos que ver los seres humanos durante toda la vida. En fin, terminemos este párrafo lleno de lugares comunes con uno bien gordo: La tempestad es una maravilla. Viva Perogrullo.

La gente que la ha montado ahora se llama Almaviva Teatro. Tengo la mala costumbre de no mencionar el nombre de las compañías, quizá porque son entes gaseosos en constante metamorfosis, algo que descoloca a espíritus clasificadores como el mío. No obstante, es una información relevante: de manera más o menos fluida -la estabilidad de lo que llamamos compañía es muy distinta de unas a otras- a menudo es evidente una cierta continuidad ético-estética. De Almaviva he visto sólo La noche justo antes de los bosques, en una versión notable que interpretaba José Gonçalo Pais. Se me quedó en eterno borrador.
* * *
Esto del público itinerante tiene siempre sus pros y sus contras. O, mejor dicho, un pro y una contra que son dos caras de la misma moneda. Introduce un elemento más de amenidad que contribuye al pulso esencial de toda función, que es distraer (RAE 2: Divertir / Entretener), pero representa, a la vez, una amenaza de dispersión, un estímulo que puede distraer (RAE 2: Apartar la atención de alguien del objeto a que la aplicaba o a que debía aplicarla) la atención del espectador. Esta itinerancia por los espacios de La Puerta Estrecha compite, impepinablemente, con el recuerdo de la deslumbrante Este sol de la infancia, y aguanta bien la comparación, porque es radicalmente distinta. Aquella era polvorienta y feísta, de un polvo y una fealdad cercanas a La Zaranda. Ésta es luminosa y festiva, como corresponde a este texto que tanto se acerca a las fábulas tradicionales en su exaltación de lo bueno. Se aprovecha algún rincón insospechable, (como el arranque de una escalera, con Ariel empotrado en el hueco tapizado convenientemente. Ver foto:


(Sí, la parte que toca a Ariel del vestuario de Karmen Abarca es espectacular). O el pequeño patio de vecindad que, con algún añadido escenográfico, permite colocar al aire libre la escena del encuentro de la pareja joven. Es una de las que más flojas estaban en mi función (a pesar de una lluvia fina que aportaba verosimilitud), pero seguro que se ha ido centrando. 



Sin embargo, el mejor aprovechamiento escenográfico es el del último de los espacios, una sala rectangular en uno de cuyos extremos se ha dispuesto un plano inclinado (con micrófonos, esta temporada no hay funciones sin micrófonos, la última semana los he visto en Perplejo y Lorenzaccio) y que tiene en el opuesto una trampilla por la que entran varios personajes. Próspero espera oculto en las alturas, desde donde desciende por una escala adosada a la pared. Arriba, abajo, delante, detrás. Todo esto lo han urdido Rosa María Sánchez y Jacobo Fou. 
* * *
Eva Varela Lasheras, gran actriz. Y gran foto de Bruno Rascao. 
Mencionaba en la crítica en papel a Eva Varela y José Gonçálo Pais, que son dos pesos pesados. Pero quiero añadir a Javi Ródenas (Calibán), Sayo Almeida (Sebastián / Trínculo) y Rafa Núñez (Antonio / Estéfano). La tempestad es un interesantísimo trabajo de grupo que, como decía en la Guía, seguramente ha ido creciendo.

Mañana veo otro Shakespeare, los Trabajos de amor perdidos de Rodrigo Arribas. Ya les contaré.
P.J.L. Domínguez
          
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sábado, 18 de junio de 2016

TOM EN LA GRANJA

Sala: Cuarta Pared Autor: Michel Marc Bouchard (versión de Line Connilliere y Gonzalo De Santiago) Director: Enio Mejía Intérpretes: Yolanda Ulloa, Alejandro Casaseca, Gonzalo de Santiago y Alexandra Fierro Duración: 1.45'
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La foto es de @imateoss y refleja bastante bien la óptima escenografía de Alessio Meloni.
La cuestión del tema es siempre un asunto bien complicado. ¿De qué va La caída del Imperio Romano? ¿De la susodicha caída o de los amores entre Sofía Loren y Stephen Boyd? Imaginen que son ustedes los encargados de redactar la frase publicitaria, ese puñado de palabrejas que deben vender el producto: Una mujer atrapada entre el amor y los bárbaros. Creo que no cuela. Quien se encontró de verdad en el brete optó por la épica en vez de la lírica (en el cuadradito rojo). 


A la más mínima complejidad que presente un texto (o que un montaje complejo preste a un texto simple), la pregunta "¿de qué va?" pone en serios aprietos al interpelado. Olvidemos La caída del Imperio Romano (perdonen, la ESO y sus carencias pedagógicas me obligan a buscar materiales históricos alternativos) y echemos un vistazo a algunas entradas recientes del blog. ¿Cuál es el tema de Los temporales? Si nos ponen una pistola en la cabeza, tendremos que admitir a regañadientes que es la fagocitación de las personas por el trabajo. ¿Pero eso no da una idea completamente distorsionada de lo que la función es en realidad? ¿El tema de Animales nocturnos es la discriminación hacia el inmigrante? ¿Es El trompo metálico, como oí a alguien el otro día, una reflexión sobre la educación? ¿Va Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales de las relaciones familiares? El problema de todas esas afirmaciones no es que sean falsas, es que son medias verdades y nos dejan peor que cuando no sabíamos nada. Me parece que una foto dice muchísimo más de cualquiera de ellas que las sinopsis que no hay más remedio que incluir en publicaciones y conversaciones.

¿A qué viene todo esto? A que Tom en la granja NO es un texto sobre la homofobia en el medio rural. Buf, me da pereza hasta la frase que he escrito. Cuidado, no es que me parezca un problema menor o aburrido. Es que, como les digo siempre, trasladar un análisis o reivindicación social a la escena sin el suficiente talento dramatúrgico produce pestiños antológicos, panfletos en forma escénica aburridos como anuarios del colegio de odontólogos y de los que -además- es peligroso renegar, porque siempre llega el de los silogismos incorrectos: si no le gusta esta pieza sobre el maltrato animal es que le gusta el maltrato animal. Poco Bárbara-Celarent en la ESO.

Retomemos. Tom en la granja es también un texto sobre la homofobia en el medio rural, pero cualquier cosa menos un panfleto de recorrido unidireccional. Se trata, bien al contrario, de un texto densísimo de significados y connotaciones que -me pareció- otorga un amplísimo margen a la interpretación que de él quieran hacer director y actores. Con una gran capacidad de sugerir desviaciones hacia géneros de todo tipo, desde el melodrama hasta el terror de campos de maíz, pasando por la telemovie de comunidad rural americana. Esto no es la historia de un pobre gay que llega a un lugar anclado en la homofobia troglodita, sino mucho más. El papel de Tom y el del hermano de su difunto novio tienen unas fabulosas posibilidades, son personalidades con muchas capas que desvelar y que pueden enfocarse desde muchos puntos de vista distintos. La historia -con sus derivaciones hacia los lobos, la zanja en la que se pudren las vacas muertas y otras zonas quizá más oscuras- guarda un cierto parentesco (en esto del abismo primigenio de las pulsiones a un paso de la vida "normal") con Equus. Tengo unas enormes ganas de ver la película para compararla con lo que Mejía ha hecho, que no está nada mal.

Estrenó hace poco otra cosa, La ciudad borracha, perfectamente fallida, así que me acerqué a la Cuarta Pared temiendo lo peor. Por si hiciera falta, vuelve a demostrarse otra vez que los directores de escena pueden equivocarse en una y dar en el clavo en la siguiente.  Para Tom en la granja, Mejía ha contado, además del texto, con dos bazas formidables:

    * Una escenografía acertadísima de Alessio Meloni. El director la ha usado bien (uno puede contar con la mejor del mundo y pifiarla perfectamente) y le saca partido, con algún momento brillante, la iluminación de Jesús Almendro. Tienen una foto bastante ilustrativa arriba del todo.

    * Una actriz superlativa que se llama Yolanda Ulloa y que tiene mucha menor presencia en los escenarios de la que merecería. La vi hace unos años en una función fallida, salvando todo lo que tocaba. Espléndida en Montenegro. Aquí tiene más espacio y lo aprovecha a fondo. Hace uno de esos personajes a los que se les debe notar que se guardan más de lo que sueltan y lo clava. 

    Del resto, se salva Alexandra Fierro, en un papel breve. Los intérpretes masculinos están muy por debajo de lo que demandan sus personajes (Casaseca, mucho más centrado en Inmunidad diplomática). Y aun así, como les decía el otro día sobre Equus, la potencia del texto y la claridad de ideas de la dirección salvan un montaje que no sólo se deja ver, sino que atrapa. Espero que se reprograme.

* * *
Para terminar, una de crítico picajoso. No es, como el material promocional dice, la primera versión de la pieza en castellano (a no ser que hablemos del castellano de Castilla). En México se ha montado al menos dos veces, por Boris Schoemann y Alejandro León.
P.J.L. Domínguez
          
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lunes, 13 de junio de 2016

LOS TEMPORALES

Sala: Teatro María Guerrero Autora: Lucía Carballal Director: Víctor Sánchez Rodríguez Intérpretes: David Boceta, Mamen García, Carlos Heredia, Lorena López, y Nacho Sánchez Duración: 1.10'
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De izquierda a derecha: Lorena López, David Boceta, Carlos Heredia, Mamen García y Nacho Sánchez.

Ya se han dado cuenta los habituales de que, como siempre por estas fechas, no son precisamente prisas lo que aplico últimamente a mi dedicación al blog. El estrés del año se me va a acumulando, y mi eficiencia baja a menos de la mitad. He perdido la cuenta de las cosas que llevo vistas y sin reseñar. Y, sin embargo, salía ayer del María Guerrero pensando, "tengo que avisar de inmediato, porque no puede quedar una butaca libre".

No puede quedar una butaca libre de aquí al domingo, que es cuando termina la cosa. Once funciones -del 8 al 19 de junio- no le hacen justicia a este diamante, pequeño pero de exquisita talla. A ver si se reprograma, en el María Guerrero o donde sea, más adelante, aunque entre tanto mejor darse prisa y sacar entradas.

Los Escritos en escena son unos talleres del CDN (ahora se llaman laboratorios, hemos sustituido el símil industrial por el científico: ya no se construye, se investiga) en los que se encierra a un director, un dramaturgo y unos intérpretes y... a ver qué sale. Es una caricatura, pero no crean que está muy alejada de la verdad. Como suelo decirles, los talleres son formatos peligrosísimos en los que todo el mundo opina y que presentan siempre el riesgo de que los ataques de enajenación / inspiración colectiva terminen en alguna galaxia alejadísima de la realidad, en la que todo es coherencia y significado para la comunidad creadora y arcano impenetrable para el resto de los seres humanos. Podría empezar a poner ejemplos de desastres de este tipo, pero voy a evitarlo. No se acostumbren.
* * *
No llego a todo. No llego ni a la cuarta parte, si nos ponemos así. Me resultan nuevos en escena tanto Carballal (la autora: Mejor historia que la nuestra, A España no la va a conocer ni la madre que la parió) como Sánchez Rodríguez (el director: Nosotros no nos mataremos con pistolas, A España no la va a conocer ni la madre que la parió, esta última la escribieron juntos). Semana tras semana hago marcas al lado de los títulos en la cartelera de la Guía del Ocio y semana tras semana veo cómo desaparecen docenas de cosas que no he podido ver. Ahora mismo, me voy a quedar sin Big boy, por ejemplo. This is my life, what can I do?, como decía la gran Eartha Kitt (hoy estaría llorando a los cincuenta de Orlando, háganles un homenaje poniéndose la canción de fondo mientras leen).
Sí, claro que me afectan las cosas que ocurren fuera de los escenarios. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para concentrar el blog en la crítica -llamémosla así- estética de teatro, sin meterme en pantanos, por ejemplo, de política cultural (que lo mío me cuesta, con la cantidad de memo suelto haciendo de las suyas) o de actualidad. Pero cincuenta muertos afectan a cualquiera, ¿no? Bueno, ya han salido aquí, volvamos a Carballal y Sánchez Rodríguez.

Sería difícil repartir méritos en un laboratorio de este tipo, donde estoy seguro de que las aportaciones han llovido de todas partes, pero el resultado es, para empezar, de una admirable coherencia. Y ojito: de una coherencia lograda con elementos heterogéneos, no vayan a pensar que es una función de dos más dos o piñón fijo. Tiene unos excelentes diálogos que saltan del drama a la comedia, pasando por la comedia de costumbres salpicada de sainete, y hay que ver cómo encaja un final que podría quedarse en simple boutade y que, sin embargo, remata perfectamente. Si yo les digo que la cosa termina [ATENCIÓN: SPOILER] con un correo electrónico proyectado en la pared y Mamen García cantando Chandelier de Sia (con Carlos Heredia y Nacho Sánchez haciendo de boys desprovistos -adrede- de toda gracia) ustedes pensarán que suena catastrófico. Efectivamente, cualquiera lo pensaría, pero no vean qué final espléndido, qué subidón emotivo después de todas las burradas -aliñadas con fino humor- que uno ha oído durante setenta minutos. 

¿He mencionado a Mamen García, verdad? No sé a qué esperan para ponerle una plaza. Qué dominio, qué control, qué uso milimetrado del gesto y la voz. ¿Se la perdieron en Éramos tres hermanas? ¿Se la perdieron en Yernos que aman? Aprendan de sus errores y no se la pierdan esta vez. Esta mujer no sólo tiene ese talento de ponerlo todo en su sitio, sino también la capacidad -¿congénita? ¿aprendida?- de producir una empatía instantánea. Fíjense en cómo escucha a los demás, exactamente como si oyera por primera vez lo que están diciendo. Hay un momento antológico en la función, en el que está sentada a la derecha del espectador junto a Nacho Sánchez. No hacen más que escuchar, pero dan un recital de interpretación, con los pequeños movimientos de cabeza y microcambios de expresión facial. Alguien debería ponerlos a trabajar juntos en algo gordo. Sánchez me dejó atónito en La piedra oscura (no sólo se me reveló a mí, se llevó el premio de la Unión de Actores al actor revelación) y confirmo ahora aquella sensación. Creo que tiene veinticinco años y tiempo para hacer lo que le dé la gana a nada que la suerte lo acompañe.

A Boceta lo vimos crecer desde muy joven con la Compañía Nacional de Teatro Clásico y -hecho, derecho y cuajado- en El público de Rigola, uno de los mejores espectáculos de la temporada pasada. Aquí borda a este tipo insufrible y despreciable, cuidándose mucho de dibujar el villano villanísimo que todo lo haría inverosímil, y deja tanto peligro bien escondido bajo la pulcra apariencia del carismático estafador intelectual. Conozco unos cuantos. Lorena López estaba estupenda como Nerissa en El mercader de Venecia de Vasco y aquí camina muy segura por la cuerda floja de los cambios de humor extremos de un personaje comido por la ansiedad. Vis cómica y capacidad de conmover.  Carlos Heredia también perfectamente en su sitio en el papel que podría parecer, a priori, más ingrato: es el que defiende el viejo orden sindical-laboral. Sí, ése que ya hemos empezado a echar de menos. Los cinco brillan. Es lo que suele llamarse, en expresión manida, un elenco en estado de gracia. Algo tendrá que ver Víctor Sánchez.
* * *
Aún no les he dicho de qué va. Son los trabajadores de una ETT, sometidos a una sesión de coaching (se me revuelven las tripas con estos términos de importación mema). Ahí tienen, en hora y diez y en un tono de exquisita ligereza, la catástrofe de la pérdida de derechos laborales de los últimos años. No hace falta ningún panfleto, no hace falta que nadie nos largue un ensayo (cosa, ay, excesivamente frecuente en los escenarios). Basta poner a hablar a estos entrañables personajes para que todo quede meridianamente claro. Los temporales es una pieza tristísima en el fondo, pero está tan bien escrita y montada que uno casi ni se da cuenta mientras lo pasa en grande en su butaca. ¡Gracias Almería!
P.J.L. Domínguez
          
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domingo, 5 de junio de 2016

TIERRA DEL FUEGO

Sala: Naves del Matadero Autor: Mario Diament Director: Claudio Tolcachir Intérpretes: Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar, Juan Calot, Malena Gutiérrez y Hamid Krim Duración: 1.15'
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Alicia Borrachero, Malena Gutiérrez, Tristán Ulloa y Abdelatif Hwidar
La vi el 21 de abril, y fíjense. Más de un mes rondándome las neuronas. Y, por más vueltas que le doy, no le veo mucha gracia. Nací y me crié en un lugar en el que la violencia política era un rasgo más del paisaje. Así que, como todos los que me rodeaban y tenían un par de dedos de frente, me hice estas preguntas que el texto plantea muy, muy joven, casi como en un rito de paso a la edad adulta. Era imposible no tener opinión y no tenerla bien fundada. Lo que aquí se trata es el ABC, es de dos más dos. Siempre funciona igual, en cualquier lugar del planeta y con la violencia al servicio de la causa que sea, la independencia de Nagorno-Karabaj o la mayor gloria de Alá (mejor poner ejemplos lejanos, porque este asunto está envenenado, y es prácticamente imposible decir algo que no sea malinterpretado por quien ande buscando tres pies al gato).

Tierra del fuego ni se pregunta ni se responde nada que no se le pueda ocurrir al espectador en la soledad de su salón. Eso no la descalifica en absoluto, porque el teatro no está obligado a avanzar ideas, como sí lo está, por ejemplo, un ensayo filosófico. A lo que está obligado es a presentar lo que presente -en este caso, dilemas morales- de forma veraz y entretenida, en el más alto sentido de la palabra "entretenida". El problema de Tierra del fuego es, por una parte, que a ratos más parece un ensayo (ensayo en el sentido de "escrito en prosa" y no de "acción de ensayar") que una función de teatro: más que mostrar los conflictos de forma implícita habla sobre ellos de forma explícita. Como si los personajes de Hamlet discutieran sobre si el príncipe se debe a la memoria de su padre muerto o al amor por su madre viva, en lugar de hacer cosas. Por otra, cuando la historia se despega -por fin- un poco de este didactismo pelín moroso para acometer la fábula que debe iluminar el fondo de toda la cuestión, no se puede decir que haya mucha imaginación desplegada. La protagonista se topa con [ATENCIÓN SPOILER] el pasado de su padre, reo de la misma violencia que con sacra indignación condena su entorno. Su padre. Además, esto se confirma por la peripecia de un pequeño objeto, reflejado en el título de la pieza... ¿A qué me suena todo esto? Ah, sí. A La caja de música. No pasa nada si unas cosas recuerdan a otras. La cultura es la historia milenaria de cómo unos copiamos a otros. Pero Tierra del fuego no alcanza la altura de sus originales. Salí con la intensa sensación de que alguien había intentado escribir Incendies explicada a los niños. Incendies más corta, más fácil, más sosa.

* * *
Eso en lo que atañe al texto. La puesta en escena es correcta, pero poco más. Desde luego, nada a la altura de Emilia, que creo que es lo último de Tolcachir que hemos visto, y tanto menos de su antológica trilogía. Estuve en el estreno -cosa que suelo evitar como la peste, ya les contaré por qué- y a veces los estrenos muestran un aspecto distorsionado de lo que la función terminará siendo, pero, hecha esta salvedad, los actores principales estaban un poco raros. Alicia Borrachero, una excelente actriz, como todo el mundo sabe, no estaba centrada. Hablaba, además, con un extraño lío de acentos. Abdelatif Hwidar, el antagonista, plano de toda planitud. Ulloa, todo el tiempo para abajo. Se salvaban Juan Calot y Malena Gutiérrez.

En fin, como les dije de El jurado, no va a ser la función de la temporada, pero no vayan a creer, después de todo lo que les he dicho, que es un desastre: se deja ver.

* * *
Tengo montones de cosas retrasadas sin reseñar. Todos los años por estas fechas me amontono y voy ya sin resuello. Por si al final no me da tiempo a escribir en extenso: los que gusten más de la aventura del descubrimiento que del placer del acabado perfecto, no se pierdan Equus (Arte&Desmayo), Tom en la granja (Cuarta Pared) y La tempestad (La Puerta Estrecha). 
P.J.L. Domínguez
          
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NUMANCIA

Sala: Teatro Español Autor: Miguel de Cervantes (versión de Luis Alberto de Cuenta y Alicia Mariño) Director: Juan Carlos Pérez de la Fuente Intérpretes: Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Chema Ruiz, Raúl Sanz, Carlos Lorenzo, Alberto Jiménez, Markos Marín, Maru Valdivielso, Julia Piera, Críspulo Cabezas, Mélida Molina y Miryam Gallego Duración: 1.35'
(la función ya no está en cartel)




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Muchísimos de los clásicos que vemos representados son el resultado de podas y modificaciones más o menos atrevidas. Nunca causan sorpresa, excepto si tocan a Cervantes, tratado a menudo más como momia sagrada que como gran escritor. Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño firman esta excelente adaptación de una pieza que muchos juzgan, aunque sea en susurros, muy pesada para la sensibilidad contemporánea. Salvado algún detalle, el texto funciona a las mil maravillas como base del espectáculo que Pérez de la Fuente ha orquestado.


    Había mucho que orquestar en las potencias sumadas de escenografía (Meloni), iluminación (Guerra), música (Cobo) y vídeo (Raió), que configuran un resultado espléndido y que no se comen, como a veces pasa, a los intérpretes. También los insertos más estridentes (violación de Lira, carro y parto de la muerte), con los que Pérez de la Fuente muestra una vez más su admiración por la vena grotesca de nuestro teatro, se engarzan con naturalidad. 

La idea de hacer descansar el invento sobre dos pilares de fuerte contraste –Beatriz Argüello y Alberto Velasco- da frutos: buena parte del peso dramatúrgico se sustenta sobre sus intervenciones. Tanto ellos como el resto del elenco salen muy bien parados de este combate con el envoltorio visual y con un texto nada fácil.

P.J.L. Domínguez
          
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CINCO HORAS CON MARIO

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: Miguel Delibes (versión de Miguel Delibes, Josefina Molina y J. Sámano) Directora: Josefina Molina Intérprete: Lola Herrera Duración: 1.20'

Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Foto de Sergio Toro.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Leída a edad precoz, Cinco horas con Mario me pareció el retrato de una bruja mediocre que había amargado la vida a un hombre íntegro. En la madurez, justo lo contrario: una pobre mujer aplastada por el ciego machismo de un egoísta. Ahora que me deslizo hacia la senectud, los entiendo a ambos. Eso habla, en primer lugar, de la lentitud de mis entendederas, pero define también lo que es un clásico: se revela progresivamente. Como aquello que se dijo siempre del Quijote: los niños se aburren, los mayores se divierten, los viejos lo entienden.


    Treinta y siete años lleva Lola Herrera desmenuzando este texto hasta el nivel atómico y asegura que entiende mejor ahora a Carmen Sotillo. Que le produce ternura y angustia. Quizá sea así siempre. Quizá, si pudiéramos estudiar a cada semejante desde dentro, todos nos producirían ternura. Odio ponerme hiperbólico, pero la empatía con el personaje que la posee a diario se traduce en una interpretación que me atrevería a calificar de insuperable. El trabajo de Josefina Molina es invisible, el mayor elogio que cabe hacer a la dirección de escena. Hay que pensarlo después para comprender que su larga mano está por todas partes. 

Es infrecuente que una peluca aparezca en una crítica de teatro, pero ésta se lo merece: la que Gema Moreno ha colocado a la actriz habla a gritos del personaje y su tiempo.
P.J.L. Domínguez
          
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jueves, 2 de junio de 2016

LA LISTA

Sala: Cuarta Pared Autora: Jennifer Tremblay Director: Javier G. Yagüe Intérprete: Frantxa Arraiza Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Prefiero siempre las fotos de la puesta en escena, pero no encuentro ni media.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

    Un acercamiento descuidado a La lista puede hacer pensar que se trata de un buen melodrama, pero sería una definición muy corta. El espectador suele ser un mirón en ese género, un mirón conmovido por dolores ajenos. La lista no permite mirar desde lejos, nos cae muy cerca. Esta mujer, agobiada por sus responsabilidades, perdió la medida, no fue capaz de discernir lo accesorio de lo realmente importante, y la culpa que arrastra es la de todos los que confundimos en la misma ansiedad las obligaciones primeras y las tareas más ordinarias.


    Veo por ahí que las puestas en escena anteriores tendían, en general, a la abstracción, pero me parece que García Yagüe ha acertado con este aspecto familiar, con este espacio de aspiradora y juguetes. Ahí está también Frantxa Arraiza, instalada en lo trivial, sin apenas necesitar que la desesperación quiebre en algún momento la rutina para dejar entender que está rota para siempre. Como dijo la autora, el suelo de este escenario es el de la cocina: la tragedia nace del más banal de los sucesos cotidianos. La lista es una gran experiencia teatral y moral.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- Tremblay escribe literatura infantil, y me parece un dato relevante. La lista sale de ese mundo de habitaciones pintadas de azul o rosa pastel, de móviles de mariposas o elefantes suspendidos sobre la cuna, de madres a tiempo completo que terminan de enterrar su vida social hablando exclusivamente de problemas domésticos a cualquiera que se les ponga a tiro. Sí, he dicho madres, porque la más abrumadora de las estadísticas hace que ese planeta esté habitado casi exclusivamente por mujeres. Algo añadiré sobre esto más abajo. La lista se ubica en esas mañanas de soledad, en una casa repleta de zapatos que están donde no deben o de manchas que limpiar en el sofá. En esas tardes de esperar a un marido que no hará nada de lo que podría hacer para aliviar la angustia. Por eso creo que la escenografía, que he llamado "de aspiradora y juguetes", en la crítica en papel es un gran acierto de Yagüe. No vayan a creer que es una escenografía realista, que tenemos delante esa casa llena de tareas que sobrepasan a la protagonista. Pero los objetos -globos, dibujos, dulces, escoba- ayudan mucho.

2.- Además de otros muchos, el texto tiene un detalle de virtuosismo que, a base de naturalidad, casi pasa desapercibido: el dibujo de la vecina, el personaje antagonista, tan bien perfilado con unos pocos trazos. Todos conocemos personas así, entregadas a los demás: a sus hijos, a sus padres, a su marido. Digo marido, porque casi siempre son mujeres (si me leen las del último párrafo, me aspan). Entregadas con alegría, sin vida propia. Resultan hasta un poco molestas, de aburridas. Desde luego, nunca encuentran una compensación pareja a lo que dan. Es más, resultan más bien ninguneadas, por obvias y carentes de atractivos glamurosos. Algún día les contaré la historia de Juana Manuela, la más triste del mundo. Tienen la ventaja de esa alegría que les da la vocación, frente a la protagonista, comida por el ansia de su vida frustrante. El nudo dramático de todo esto reside, precisamente, en que la peor parte se la lleva el personaje que menos se la merece.

3.- No, no es melodrama, aunque llora hasta el apuntador. No había visto nunca a Frantxa Arraiza, pero me la apunto. Por lo poco que he podido ver en red de algunas versiones, otras actrices han subrayado más el acento dramático. Pero hacen bien, ella y Yagüe, en hablar desde la derrota. Es una mujer cansada, en el sentido tanto moral como físico.

4.- A la salida, dos mujeres me preceden por la acera. Oigo todo lo que dicen, porque están escandalizadas y gritan bastante. Se indignan. ¡Cómo es posible que en pleno siglo XXI esta función presente a una mujer que es esclava del hogar! Y me asusto. No me asusto retóricamente, me asusto realmente. ¿Es posible que dos personas cultivadas no entiendan la diferencia entre la realidad y su representación? Si un individuo asesina a otro y un tercero saca un fotografía, ¿el fotógrafo es responsable del asesinato? ¿Acaso no saben que en el mundo hay millones de mujeres que viven en esa situación? Tengo que suponer que prefieren que esas mujeres no aparezcan en escena y las dejemos bien escondidas en su miseria. Estoy a un milímetro de meterme donde no me llaman y decírselo. ¿Y saben por qué no les digo nada? Porque me da miedo su reacción. Y me da miedo, porque estamos viendo esta misma pauta de comportamiento todos los días, cada vez con mayor frecuencia, y métase usted con el energúmeno. Da igual que los indignados sean de derechas o de izquierdas, furibundamente conservadores o rabiosamente progresistas. Otra vez, igual que en el tiempo de los procesos a los novelistas, la confusión entre lo que ocurre en la ficción y la moralidad del autor. ¿No vamos a poder representar personajes machistas, homófobos, asesinos, terroristas, pederastas, racistas...? Regresa el puritanismo, el arte de esconder lo que no nos gusta. O quizá es que nunca se fue.

5.- Vayan a verla. A lo mejor, reconsideran sus prioridades y salen mejores personas de lo que entraron. Ojo, el teatro no se justifica nunca por sus buenas intenciones (encuentran un buen porrón de ejemplos en mis críticas recientes), pero es estupendo cuando, además de ser buen teatro, resulta que tiene alguna posibilidad de hacernos mejores.
P.J.L. Domínguez
          
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