sábado, 28 de mayo de 2016

¡CÓMO ESTÁ MADRIZ!

Sala: Teatro de la Zarzuela Autores: La gran vía: Felipe Pérez González (libreto), Federico Chueca y Joaquín Valverde (música); El año pasado por agua: Ricardo de la Vega  (libreto), Federico Chueca y Joaquín Valverde (música); versión libre de Miguel del Arco Director: Miguel del Arco Intérpretes: María Rey-Joly, Luis Cansino, Amelia Font, Ángel Ruiz, Carlos Crokke, Pedro Quiralte, Isabella Gaudí, Amparo Navarro, Paco León, Manuela Paso, Natalia Huarte, Rocío Peláez, Ángel Burgos, Jorge Usón, Verónica Moreno, Nuria García, Miriam Montilla, Ana Goya, Esther Ruiz, Diego Molero, Carlos Martos, Manuel Moya, Ángel Perabá, Alberto Sánchez, Miguel Ángel Jiménez, Gonzalo Kindelán y Juan Ceacero  Duración: 2.40' (entreacto de 15')
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La idea era estupenda. En su empeño por empujar a la zarzuela al lugar que le corresponde, Pinamonti (anterior director del Teatro de la Zarzuela) dio entrada en su programación a Miguel del Arco, uno de los mejores directores de escena con que contamos. Era inyectar vida, sacar al género de la vitrina y echarlo a respirar el mismo aire que respiramos todos. Subir a ese escenario a Jorge Usón, Manuela Paso, Juan Ceacero... le hace mucho bien al propósito de oxigenación. Quienes adoramos la zarzuela y admiramos a Del Arco esperábamos la cita con muchas ganas.

Eso es lo que fue bien: las intenciones. Fin de la parte positiva.

El resultado es horroroso, sin paliativos. Muchas cosas mal, por muchos motivos. Pero nos centraremos en lo más grave que puede suceder en un teatro, como siempre les digo: el aburrimiento. ¡Cómo está Madriz! es un tostón superlativo. ¿Por qué? Vamos a hacer una breve excursión para responder a esa pregunta.
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La función se basa en La gran vía y El año pasado por agua. Muy libremente: se interpretan casi todos los números de la primera (incluso los añadidos tiempo después del estreno) y varios de la segunda (más algún añadido de otra procedencia). De la trama original, muy gaseosa, se conservan la estructura de revista (luego explicaremos esto) y fragmentos del texto. Y se añade mucho texto a base de chistes de actualidad política, aparición de personajes históricos, metachistes ("sigo hablando en verso", "vaya sueño más largo, ha tenido hasta intermedio", cito de memoria y mal). Ahora voy a repetir la frase con juicios de valor: se añade una cantidad obscena de texto a base de chistes sin la menor gracia. Lo que sigue es una larga explicación del término "obscena".

Tanto La gran vía como El año pasado por agua son ejemplos del género chico. Casi todos ustedes estarán pensando que me han entendido, pero aproximadamente la mitad se habrá equivocado. Hay una confusión muy extendida (lo dicen mal hasta los telediarios) entre la zarzuela y el género chico. Vamos a ponerlo en lenguaje matemático.


Zarzuela  Género Chico
Zarzuela = Zarzuela grande + Género chico

Hay zarzuelas grandes y chicas. Son dos géneros muy distintos, pero durante muchísimo tiempo, en España se llamó zarzuela a cualquier cosa en la que se cantara y se hablara en castellano. Las diferencias entre ambos géneros son, más o menos, las que vamos a enumerar. Dicho mal y pronto (porque encontraríamos excepciones a todo): 

ZARZUELA GRANDE - ZARZUELA CHICA
DURACIÓN
larga / corta
EXIGENCIAS VOCALES 
importantes / modestas
TRAMAS 
dramáticas y complejas / simples y humorísticas
PERSONAJES
alta sociedad, aristocracia, etc./ populares

Antes de que se me eche alguien al cuello, insistiré en que esto es un esquema aproximado que sirve sólo para comparar el "tipo" característico de un género y del otro. El epígrafe que podría producir más candidatos a rebanarme la yugular es el de la exigencia vocal, porque hay, sin duda, papeles de zarzuela chica que exigen grandes cantantes. Sin embargo, hay otros para los que basta un actor que cante medianamente, cosa que difícilmente se encuentra en la grande. La única característica que distingue sine qua non los dos géneros es la duración: por eso se llaman "grande" y "chica". O sea: varios actos, un solo acto. Y a esto íbamos, precisamente: a que estas obritas son una maravilla y un encanto, porque duran una hora escasa. [Si alguien tiene ganas de seguir ilustrándose, en este enlace encontrará un breve resumen del fenómeno económico y social que impuso esta duración: el teatro por horas]
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El teatro es un arte del tiempo y, por tanto, la característica más importante de un espectáculo teatral es su duración. Es la madre del cordero de todo el resto. Unos determinados materiales de partida dan para cinco horas en 2666 de Rigola y otros para dieciséis minutos en 59' de Esteban Garrido. Chueca y Valverde -músicos- y Pérez González -libretista- sabían perfectamente cuánto podía estirarse La gran vía. Poco. La trama es prácticamente inexistente: un paseo por Madrid para dar pretexto a las intervenciones musicales de personificaciones de todo tipo (calles, barrios, conceptos... hasta publicaciones taurinas) y de personajes pintorescos. Ese tipo de estructura se llama revista y es el tipo de trama más ligero posible, apenas un peldaño por encima del espectáculo de variedades. Aderazada con la música dicharachera de Chueca y Valverde, la historieta daba para una horita. Una horita deliciosa, porque de más está decir que las cosas pueden ser breves y excelentes, como también breves y horrendas, largas y fantásticas o largas e insoportables.

La operación Del Arco ha consistido en figurar que todo esto es un sueño de Paco (el personaje de Paco León) y en inyectar texto, texto y texto. Síntoma: dos horas cuarenta de función (incluidos los quince de entreacto). Diagnóstico: una función del género chico estirada hasta más del doble de su duración original. Pronóstico: mortal de necesidad al 99%.

¿Y el 1% restante? Como les digo a menudo, todo es planteable. A) Ahí tienen la revista de lentejuelas, género que se apropió del nombre que designa, genéricamente, la estructura definida más arriba, y que consigue, casi sin trama, estirar los tiempos a base de explosiones visuales con plumas, escaleras, piernas y escotes. B) La otra posibilidad era, lógicamente, armar un texto con fuste. Pero no hay tal. El texto se mantiene en la ligereza propia de la duración breve y es, cosa grave, bastante peor que el original. C) La tercera posibilidad que se me ocurre es tontorrona, y se practica con frecuencia: interpretar dos zarzuelas, una tras otra. Es lo que hizo Lima con El bateo y De Madrid a París y le quedó estupendo.

Hasta aquí lo fundamental. La base del enorme error de ¡Cómo está Madriz! Lo restante, lo despacharemos con brevedad.
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Los daños producidos por ese error hubieran podido atenuarse, quizá, si la operación showman hubiera salido bien. Me explico: la función descansa de principio a fin sobre los hombros de Paco León, siempre presente. Pues bien, no sé si él hubiera sido suficiente para ese cometido, pero lo que parece evidente es que había que dirigirlo. Es Paco León en el registro Paco León que todo el mundo conoce, un tipo simpático. Una vez más, esto da para un cuarto de hora, pero no para llevar, encauzar, acompañar y liderar dos horas cuarenta. La cosa roza, como me dijo en el entreacto un gran hombre de teatro, la falta de respeto al género, y perdonen que me ponga tremendo. Todo el que haya hecho de gracioso en la zarzuela (o en la revista) entenderá lo que escribo.
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El resultado coreográfico es confuso. El de vestuario en su conjunto, también, salvadas algunas piezas estupendas (la Deuda, la Municipalidad, la Justicia...). La escenografía -las escaleras móviles que ven en la foto de más arriba y los paneles sobre los que se proyecta- tampoco ayuda lo más mínimo, con algún momento (las cortinas rojas del teatrillo) especialmente feo.
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El texto tiene muchos problemas, el primero de los cuales es la falta de gracia de todo lo que se supone que tiene que hacerla. Sin embargo, hay otro rasgo que creo que merece comentario. 

La gran vía nació como una rechifla crítica sobre la gestión municipal de la época. Esta libérrima versión se ha vendido como igualmente crítica y respondona, y corren por ahí infinidad de memeces sobre si los indignados y el 15-M tienen aquí una zarzuela hecha a su medida. Hasta tal punto se ha difundido esa voz, que ante la aparición en escena de Pablo Iglesias (primero sale el fundador del PSOE, pero luego el de la coleta), algún espectador soliviantado se puso a gritar en mi función, porque, al parecer, entendió que se le estaba haciendo propaganda. En otras palabras: la rechifla está tan, pero tan mal planteada, que buena parte del público ni siquiera entiende que la cosa vaya en broma. Pero volvamos a lo que iba. Si esto es una función crítica, vamos listos. No hay ni una sola línea que Carmena, Cifuentes, Rajoy o Juncker (máximos responsables de las cuatro administraciones que gobiernan Madriz) no pudieran oír sonrientes desde una butaca. No seré yo quien diga que la función debía ser crítica, pero que quede claro que no lo es. Al original de Chueca y Valverde hubo que cortarle a menudo algún número, pero los responsables de esta versión pueden estar tranquilos: ni con la Ley Mordaza va a toser nadie a este humor de parvulario.

Otra: no consigo entender qué aportan Galdós, Barbieri, Baroja, Machado, Valle-Inclán, Benavente, Pardo Bazán, Tórtola Valencia, Max Estrella, Lerroux, Pablo Iglesias (a), Pablo Iglesias (b, qué pedazo de chiste), Cánovas, Sagasta y... ahora no recuerdo si también si salen Ramsés II y el Tato. También podrían. Los del 98 protagonizan una escena que parece salida de otra función que se estuviera ensayando en el mismo teatro y se hubiera quedado ahí por error. Por cierto, una bonita escena, con algo del garbo que le falta a todo el resto.  
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Jorge Usón
Algo se salva, sí. Casi todos los intérpretes están por encima del resultado general. Hay, sobre todo, dos que no hacen ni un solo gesto que no esté dibujado en estilo, que no caiga exactamente donde debe: Jorge Usón y Ángel Ruiz. Al primero le da igual salir de gran travestona que de Barbieri, las da todas. Ruiz es un regalo de los dioses al musical. Todo lo que hace aquí está simplemente perfecto, pero hay un par de minutos con Isabella Gaudí (Somos la crem) antológicos: ni un dedo fuera de donde tiene que estar ese dedo en una interpretación canónica. También memorable el Pobres amas de Amelia Font.
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Esta crítica puede compartirse o no, pero me gustaría que se entendiera el punto de vista desde el que está hecha. Me parece fantástico que el género se renueve, no tengo nada en contra de banderas gays, remedos de políticos reales, felaciones a prelados o cualquier otro producto del genio creativo escénico. Pero las cosas pueden salir bien o mal, y las intenciones -de renovación en este caso- no redimen a nadie. Esta función se ha puesto la venda antes de la herida, y el personaje de Barbieri le dice al público un par de cosas sobre la necesidad de puesta al día. Me parecen muy bien dichas, aunque me temo que responden a objeciones que nadie ha formulado. El público de la Zarzuela (del Teatro de la Zarzuela, quiero decir) será todo lo conservador que quieran. Pero cuando se marcha dando voces -se fue bastante gente de mi función, y me dicen que está siendo habitual- no lo hace por cuestiones morales o de carcundia escénica, sino porque el resultado es -clásico o moderno, conformista o crítico- malo y aburrido. Mi vecina de butaca se pasó la función diciendo a media voz "canten, canten, que es una zarzuela", y me parece un título perfecto para esta crítica.

Igual que la felación en primera línea de proscenio me parece la imagen perfecta de un proyecto que perdió el norte. Ojo: ni ofende mi sensibilidad religiosa ni es que mi moral sexual excluya este tipo de exhibición. Es, simplemente, que le pega al resto de la función como a un Cristo dos pistolas y que está fea y fuera de lugar (en sentido literal y figurado). Si sumamos que el obispo llega en patines y que se trata del mismo intérprete (o que lo parece, que es lo mismo) que ha llegado antes en patines caracterizado como la Deuda, lo que uno piensa mientras la felación se desarrolla es "anda, sólo tenían uno que sabía patinar ". Un desastre. 
P.J.L. Domínguez
          
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lunes, 23 de mayo de 2016

ANIMALES NOCTURNOS

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Juan Mayorga Director: Carlos Tuñón Intérpretes: Jesús Torres, Pablo Gómez-Pando, Viveka Rytzner, Irene Serrano  Duración: 1.40'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Carlos Tuñón dio la campanada en 2014 con La cena del rey Baltasar, personalísimo Calderón de gran impacto. Animales nocturnos es un salto estilístico de alcance: del verbo barroco a la claridad transparente del lenguaje de Mayorga; de lo convencional a lo real. Sugiere ubicar al director entre los plurales zorros, y no entre los obsesivos erizos, según el fragmento de Arquíloco mencionado en el texto. Y, no obstante, el mismo perfume alegórico también en esta pieza desprovista de retórica.


    Como en La cena, el estilo visual parece preocupación fundamental de Tuñón y, como entonces, pero por motivos casi opuestos, el resultado es un éxito: la escenografía de Pizarro es un personaje más -siempre presente, nunca en demasía- y Díaz Cortés demuestra que se puede iluminar estupendamente con los escasos cuatro metros de altura disponible. La dirección de actores, y el trabajo de éstos,  impecables. La historia avanza sin aspavientos, fluye con naturalidad y se muestra como un tapiz tejido por Mayorga con hilos de múltiples colores. De todos los temas que allí se entremezclan, se me antoja que el más desgarrador es el del abismo de clase que separa a quienes carecen de cultura de los que viven en su seno.

Y algunas cosillas que no cabían allí:

1.- Me ha costado lo mío encontrar documentación sobre el escenógrafo, Alfonso Pizarro, en red, pero he conseguido confirmar lo que creía: éste es su primer trabajo teatral. Les recomiendo que sigan este enlace para entender bien el artefacto que ha diseñado para representar todas las ubicaciones de la función (dos casas, el parque, el zoo, el geriátrico, el bar). Es una preciosidad, además de un mecanismo perfecto repleto de pequeños recursos ingeniosos. Los cuatro personajes entran, salen, se sitúan e este o aquel lugar y los movimientos encajan con naturalidad. Sin embargo, en manos de un director con menos dominio de su arte una escenografía con tanto carácter se hubiera podido comer la función. Tuñón usa los resortes que el invento pone a su disposición, pero la historia pasa por encima, como debe ser. En cualquier caso, es un estreno espectacular para un escenógrafo novel.

2.- Tampoco encuentro referencias al iluminador, Jesús Díaz Cortés, más que en un trabajo anterior de la misma compañía (El Aedo). ¿Otro que viene de la nada? No sé si hay mucha gente que saldría tan bien parada de tener que iluminar esto (día, noche, dentro, fuera...) con las limitadas posibilidades de la sala pequeña del Fernán-Gómez. El resultado es óptimo.

3.- Cualquier sinopsis que lean por ahí les hará pensar que es una historia sobre inmigración, sobre cómo las injustas normas que discriminan a los inmigrantes pueden favorecer los abusos. Así es como comienza: un hombre comunica a su vecino que ha deducido que está en situación ilegal. A partir ahora, tendrá que hacer todo lo que le ordene si quiere evitar una denuncia que conduciría directamente a su deportación. Sin embargo, y ya desde esa primera conversación, Mayorga desvía el curso que parecería natural, el de máxima pendiente, para esa corriente narrativa. El abusador deja muy claro que sus motivaciones no son las habituales: no quiere ni sexo ni dinero. También se descarta la que quizá ocupa el tercer lugar cuando la indefensión deja a un ser humano completamente a la merced de otro: no quiere humillarlo. La función va revelando lo que quiere (lo que necesita, me atrevería a decir), y me temo que aquí las interpretaciones serán variadas. Yo creo que se trata de un tipo tan enfangado en la mediocridad, tan atrapado en una vida rutinaria que no alcanza a iluminar el único afecto con el que cuenta (la relación malsana e insatisfactoria con su mujer), que ha recurrido a la coacción para encontrar algo que le convierta en persona, que le otorgue la tercera dimensión que le falta para no parecer una figurita recortada en cartulina. Necesita a Viernes. Le satisface que un hombre culto, al que admira, le preste atención, escuche el hilo de sus pensamientos, le acompañe a los lugares en los que se refugiaba solo.

4.- Es también una sutil reflexión sobre los mecanismos de la dominación. El dominador es un pobre hombre. Pero el dominado parece dejarse atrapar por la fascinación de esa extraña situación, esclavo de un tío que no le llega a la suela del zapato. [ATENCIÓN, SPOILER] Su mujer huye, él se queda. La escena final parece sugerir que a partir de ahora va a tener dos amos: el vecino y su esposa. Me recuerda a otro personaje que también se queda y renuncia a su voluntad para entregarla a otro en Sótano. Dos escrituras antitéticas para un único tema. El texto toca otros (el tapiz con hilos de muchos colores del que hablaba en la crítica en papel): la relación de pareja (hay una sana y otra herida de gravedad), la relevancia de la cultura en la realización personal...


Jesús Torres
5.- El centro de la función es Jesús Torres, que compone con sobriedad este personaje cuyo riesgo era el de parecer un sicópata desde lejos. Se comporta objetivamente como un sicópata, pero sigue pareciendo un tipo normal que podría ser nuestro vecino. Sé de lo que hablo, tuve uno que descuartizó a su mujer, y tenía una mirada de pobre hombre parecida a la que le presta Torres. Consigue que entendamos al sicópata, que es de lo que se trata, como les digo siempre. Por cierto, qué bonita dicción. Está muy bien secundado por Pablo Gómez-Pando, viendo a los dos, se me antoja que esta función hubiera podido ser una de esas piezas para dos actores que, en algún sentido, son la cumbre del teatro de texto. El personaje de Irene Serrano permanece en segundo plano durante mucho tiempo, pero tiene una eclosión final, que, gracias a la habilidad de la actriz, resulta interesantísima de ver desde el punto de vista interpretativo. Alguien -que no se ha enterado de la mitad de la misa- ha escrito que le cuesta dar con el tono del personaje. No es eso. Es el personaje el que cambia y ella la que sabe interpretar el cambio. Viveka Rytzner tiene la parte más convencional, es un prodigio de normalidad al lado de las zonas erróneas del resto de personajes. Le correspondía no parecer boba (que es lo que parece una persona normal al lado de estimulantes personas torcidas), y lo consigue.

6.- "El zorro sabe muchas cosas, el erizo sólo una, pero importante", frase que campea en el cartel y que sobrevuela toda la obra, es un fragmento de Arquíloco. No un fragmento de un texto que conservamos, sino un fragmento que ha atravesado huérfano los milenios, y del que sólo sabemos que formaba parte de un cuento. El relieve de la frase en la cultura contemporánea se debe a Isaiah Berlin, que la usó (El erizo y el zorro, 1953) para clasificar el estilo mental, el genio, el carácter -llámenlo como quieran- de escritores y pensadores. Los erizos se agarran a un único asunto que tratan durante toda su vida (Dante) y los erizos saltan de acá para allá, ocupándose de todo lo que pillan (Shakespeare).
P.J.L. Domínguez
          
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jueves, 19 de mayo de 2016

REINA JUANA

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Ernesto Caballero Director: Gerardo Vera Intérprete: Concha Velasco Duración: 1.25'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Justo antes de ponerme a esto oigo en la ra­dio que Dario Foe quiere escribir sobre Juana la Loca. No me extraña. La fascinación de este per­sonaje encerrado durante más de media vida en el ojo del huracán del poder es irresistible. Ahí es­tá, clavado en nuestro imaginario por el cuadro de Pradilla y la Locura de amor de Orduña.

De cómo ocupar lugar en ese imaginario sabe un rato Concha Velasco, que lleva seis décadas construyendo el suyo (Las chicas de la Cruz Roja es de 1958). Y me perdonarán Vera y Caballero que este párrafo se lo dedique a ella, porque Reina Juana es –superposición, añadido, conti­nuación de Aurora Bautista– la Velasco. Tal des­pliegue de verdad, tal capacidad de poner carne y rostro a lo que cuenta que se le pasa a uno por la cabeza que si recitara la ley del suelo el resultado sería igual de satisfactorio. Quien se sube todos los días al escenario de La Abadía es historia vi­va de nuestra cultura. Viva y, lo que es más impor­tante, activa. No solo hay que correr a verla, sino que –quien tenga edad para ello– debería llevar­se a cualquier hijo, sobrino o nieto que encuen­tre a mano.
P.J.L. Domínguez
          
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martes, 17 de mayo de 2016

PLACENTA

Sala: Guindalera Autor y director: Julio Provencio Intérpretes: José Luis Alcobendas, Aurora Herrero y Neus Cortés Duración: 1.20'
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Alcobendas en primer plano y Aurora Herrero al fondo.
Leí en alguna parte una sinopsis atractiva sobre una joven que, golpeada por la policía durante una manifestación, se refugia en casa de una anciana prostituta. Nunca le compren un coche usado a una sinopsis.

Placenta es, quizá, lo peor que he visto esta temporada, a la altura de El cuarto jinete. Y, si me apuran, aquello era malo de esa manera que hace que uno tenga que sujetarse la risa con la mano apretada sobre la boca, porque las sorpresas provocan hilaridad de puro grotescas. Esto es de un malo plomizo, insufrible, mortal. Ochenta minutos de asfixia en la butaca. El texto se regodea morosamente en dar vueltas y más vueltas alrededor de ideas carentes de interés y de un conflicto enano. Para cada personaje se ha usado un estilo literario distinto (son monólogos sucesivos, no dialogan nunca), sin que la cosa dé para alegrar mínimamente el cotarro. Dicen cosas tan aburridas y tan reiterativas que daría exactamente igual que lo hicieran en verso, en clown  o desnudos y en un trapecio, como en esa maravillosa escena de Mel Brooks en la que una actriz debe entretener a un cine repleto mientras llega la película que hay que proyectar. 

Herrero y Alcobendas hacen lo que pueden con lo suyo, echándole bravura, último recurso del intérprete consciente enfrentado a la nada. La actriz joven no puede ni con lo que hace. Pausas-somnífero. La juerga se remata con un vídeo en el que se ve, sobre todo, el pavimento de algunas calles de Madrid. Voz en off de la chica, de lentitud exasperante. Si lo de antes parecieron banalidades, ríanse ustedes ahora. De pronto, lo que no llegaba a conflicto se topa con algo que no llega a resolución. ¿Se ha terminado? Pues parece que se ha terminado.
P.J.L. Domínguez
          
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lunes, 16 de mayo de 2016

LA ROSA TATUADA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Tennessee Williams (version de Vicente Molina Foix) Directora: Carme Portaceli Intérpretes: Jordi Collet, Roberto Enríquez, David Fernández "Fabu", Alba Flores, Gabriela Flores, Ignacio Jiménez, Aitana Sánchez-Gijon, Paloma Tabasco y Ana Vélez Duración: 1.45'
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Aitana, perdida ahí en medio de un espacio descomunal y mal iluminado. Es un buen resumen de la función. Foto de David Ruano.
"No está mal, pero el texto es un poco aburrido". Comentario de un conocido que, dada su juventud, no ha visto aún mucho teatro. ¿Se imaginan el esfuerzo que hay que hacer para que un Tennessee Williams parezca "un poco aburrido"? De acuerdo, es posible que -frente al Tranvía, la Gata o la Noche de la iguana- sea una obra menor, pero un Williams menor es como un Velázquez menor o un Mozart menor. Miles de dramaturgos de todos los tiempos hubieran dado uno o dos dedos por firmar este texto "menor". Cualquiera con un poco más de experiencia que el joven citado les dirá lo que ocurre en el María Guerrero: una pieza estupenda demolida a conciencia por una dirección de escena que no da ni una en su sitio.

El error es de partida, y todo lo impregna. Enfrentado a este relato, uno debe decidir qué quiere hacer. En ese momento, como siempre les digo, todo es lícito. Habría pocas dudas respecto a que Williams pretendió escribir un drama realista, pero si el director de escena (directora en este caso) ve cualquier otra posibilidad, pues como si le da por montar un espectáculo de natación sincronizada: sólo la juzgaremos por los resultados (dejados aparte los militantes de purismos que ellos mismos inventan, indignados si Cervantes deja de ser Cervantes). Hay funciones a las que uno no les pilla el género hasta que pasa un bueeen rato, y eso es estupendo: es una especie de metasuspense. Estoy pensando en La omisión de la familia Coleman. Las hay incluso que repelen la etiqueta hasta después de vistas y bien rumiadas. Estoy pensando en Paseíllo (atentos, porque Hugo Pérez de la Pica está a punto de publicar los textos de ésa y de Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama). El director de escena juega en esos casos con un elemento más de sorpresa frente a los habituales (trama, etc.). El problema es que el batiburrillo no cuaje. Es la mayonesa que se corta: no hay emulsión, el huevo por aquí, el aceite por allá, el limón -cuyo cometido era añadir un puntito de alegría- se ha salido con la suya. Es como el escorpión del cuento de la rana, está en su naturaleza comportarse como un ácido, y los ácidos descomponen.

Es lo que le ha ocurrido a Portaceli con las gotas (bueno, chorros) de ácido chusco que ha querido verter en el drama realista. Los detalles "puntuales", como se dice ahora, son bastante horrorosos: el tipo cantando micrófono en mano (¡Aaaarrrgggh! ¡Micrófonos! ¡La peste de la temporada 2015-2016!); la caracterización y enfoque interpretativo del travestón... Pero es aún peor que ese deslizamiento aceitoso hacia la comedia (e incluso hacia la farsa) esté más insidiosa y pertinazmente presente en, por ejemplo, las vecinas, que lejos de torcidas y entrometidas casi terminan por parecer malos entrañables de Disney (¿los buitres de El libro de la selva? ¿había buitres en El libro de la selva? ¿o me estoy confundiendo con Las urracas parlanchinas?). Los mecanismos de causa y efecto en este tipo de desajustes son difíciles de establecer, pero yo diría que el jaleo de género es lo que subyace incluso en errores tan puramente visuales, y aparentemente inocentes en su torpeza, como el botellero que baja y sube desde el peine justo cuando hace falta (y que provoca que los espectadores intercambien miradas de estupor, porque es casi La mansión de los Plaff) o el desastre de iluminación que firma alguien habitualmente tan competente como Yagüe

Aquí viene al pelo lo de "aparentemente inocentes en su torpeza", porque Yagüe no es ni torpe ni inocente y, sin embargo, el efecto combinado del escenario mantenido durante minutos y más minutos completamente iluminado (casi parece luz de ensayo, "sólo faltan los fluorescentes" me decía un amigo) y la escenografía desparramada es mortal de necesidad. Me explico. La escenografía lo sacrifica todo a una feliz idea: la función se abre con una casita plantada en medio. La acción se desarrolla ante la casa de Rosa. Cuando hay que pasar al interior, las tres fachadas (frontal y laterales) se abaten sobre el escenario. Como llevaban el mobiliario fijado en su interior, encontramos ya todo dispuesto en su sitio. Cómo cargarse cualquier posibilidad de funcionalidad escenográfica por mantener un único efecto inicial (que será más o menos espectacular, pero que dramatúrgicamente no aporta nada, porque se malgasta demasiado pronto). 


Afortunadamente, encuentro en la red un par de fotos ilustrativas (que deben de corresponder a los ensayos), porque me temo que todo esto no es fácil de entender. En la primera, tienen la casita montada: no es el aspecto final, que incluye la proyección de las palmeras que pueden entrever en la foto de arriba del todo (y que también aportan más o menos nada; inefables los pajarracos mal animados). La segunda, reproduce la fachada izquierda (cuando es el espectador el que mira) a medio bajar. Por una feliz circunstancia, sale hasta el botellero mencionado.

Cuando los tres frentes caen, el efecto final es el de un escenario abierto a todos los vientos, con las paredes laterales a la vista. Ya que estamos, y que tenemos esta especie de enorme solar con los muebles plantados aquí y allá sin concierto, abonemos el desorden haciendo que todo el mundo entre y salga por cualquier parte: laterales, foro y pasillo de platea. Dicen los créditos del programa de mano que había una asesora de movimiento.


Ah, una cosa más. ¿Han visto lo que han hecho los del fútbol ahora que los datos están siempre a mano? Nos machacan con datos estadísticos del tipo "es la tercera vez desde 1972 que el Albacete mete un segundo gol antes del minuto diecisiete jugando con un equipo que no empiece por A". Estomagante. Si nos pusiéramos en ese plan y analizáramos estadísticamente las ubicaciones de los intérpretes en los teatros, comprobaríamos que, trazada una línea imaginaria paralela a la corbata y que dividiera en dos el escenario, es mucho mayor el tiempo que pasan en la parte delantera (la más cercana al espectador) que en la parte trasera. En La rosa tatuada, no. En La rosa tatuada hay muchas cosas que ocurren allá lejos, hacia Cuenca.

Recapitulemos. Un enorme espacio desordenado que se extiende de pared a pared del escenario del María Guerrero; entradas y salidas desde todas partes; mucha luz durante mucho tiempo; acción desplazada a menudo al segundo o tercer término. Resultado: actores y actrices perdidos en el hiperespacio. Si suman botellero, micrófono, travestón vociferante, vecinas desubicadas... comenzarán a pensar que la función es un desastre. Digamos que se queda a un centímetro.
* * *
Gracias a los protagonistas. En primer lugar, como todo el mundo ha dicho, gracias a Roberto Enríquez (les dejo los enlaces a Málaga y Fausto). Su personaje es la carnalidad, la vida, el oxígeno que penetra en el ambiente enrarecido de esa casa donde se veneran las cenizas del macho muerto. Con sus lastres a cuestas, claro está, no esperen encontrar un personaje unidimensional en Williams. Enríquez está coherente y entregado en todo el arco de la bronca, el abatimiento, la ilusión... Cada vez que abre la boca eleva el tono de la función y apuntala el trabajo de Aitana Sánchez-Gijón.

También ella contribuye a evitar el desastre, aunque en distinta medida, porque lo suyo era más difícil. Me explico. Toda la función pasa por dentro del personaje de Rosa. No ocurre prácticamente nada más que lo que ocurre en su fuero interno. La rosa tatuada es la historia de la evolución de Rosa. Este trabajo de sostén de la función tiene que realizarlo la actriz desvalida en medio de esos espacios desolados descritos más arriba. Tiene que mostrar las tripas fuera sin que la arrope el mínimo recogimiento escenográfico o de iluminación. Pocas veces encuentra uno una foto que ilustra a la perfección lo que quiere decir, pero el blog de EINA me ha dado varias alegrías. Aquí tienen una:



Un detalle que puede parecer nimio, pero que considero ilustrativo: la camiseta de Enríquez está atrezada para simular el sudor del camionero. Sin embargo, el camisón de ella, que se supone no se quita desde hace dias, está inmaculado y parece recién planchado. Vamos, que no parece que nadie haya ayudado mucho a la actriz. Me remito, para disculpar cierta frialdad, cierta escasez de llamas en este personaje todo fuego, a la Medea que Lima supo recientemente hacer bramar en el barro o -incluso- al minuto de oro que logra aquí, cuando grita fuera de sí a su rival en el pasillo del patio de butacas (digamos entre paréntesis que esa ubicación funciona raramente, pero que esta vez deja al público hipnotizado). En resumen, rinde lo suficiente, sobre todo en las escenas con Enríquez -y con su hija-, como para salvar la representación, pero Portaceli no ha sabido ponerla en el lugar adecuado para aprovecharla a fondo.

Muy bien Ignacio Jiménez. Lleva camino de convertirse en un actor fenomenal, estaría bien verlo en algún papel que trascienda ese fisico de muchacho formalito. Alba Flores tiene momentos convincentes y otros más planos. Los demás están demasiado absorbidos por el desbarajuste como para juzgarlos.
P.J.L. Domínguez
          
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