sábado, 28 de diciembre de 2013

CARLOTA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Miguel Mihura Director: Mariano de Paco Intérpretes: Pilar Castro, Vicente Díez, Pedro G. de las Heras, Natalia Hernández, Alberto Jiménez, Jorge Marchín, Carmen Maura, Antonia Paso, Carlos Seguí, Alfonso Valejo. Duración: 1.55'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Alfonso Vallejo, Pedro G. de las Heras y Carmen Maura.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio

  Dijo Mihura, reproducido en el programa de mano, que Carlota le resultó “más bien rara”, y no la comedia con mucha trama y fácil de interpretar que pretendía. Maravillosamente rara, y cualquier cosa menos fácil de interpretar. Se mueve sobre un filo cortante entre el género policíaco y un humor altamente sofisticado y superpuesto a la trama, así que hay que mantener al espectador entre lo uno y lo otro, suspendido en una fascinante tierra de nadie en la que el interés por el misterioso asesinato debe convivir con las deliciosas salidas de tono


   La función tiene sus peros: la escenografía no ayuda mucho y sobra tanto rojo; no todo el mundo está todo el tiempo en el mismo registro; la dirección parece un poco despistada a ratos. Pero nada es tan grave como para no permitir disfrutar de Mihura. Carlota es también el celebrado regreso de Carmen Maura: está exactamente como uno espera que esté, muy Maura. Y muy bien, desde luego. Todos los demás brillan en algún momento. Alberto Jiménez, que lleva el mayor peso, y Natalia Hernández, una de mis debilidades, acaban saliendo bien parados, a pesar de que son quizá los que más sufren de la disparidad de registros mencionada. Vallejo da el tipo perfecto de policía británico salido de Jardiel o de las páginas de La Codorniz. 

Y lo que no cabía allí:


(Las frases en negrita son el enlace entre ambos textos)


Se mueve sobre un filo cortante entre el género policíaco y un humor altamente sofisticado y superpuesto a la trama. Esto es típico de Mihura (este señor de la izquierda, un genio), que introduce las granadas de fragmentación de su peculiar sentido del humor en las grietas de géneros que el espectador conoce. Aquí es el policíaco, que en La decente, por ejemplo, se mezcla con la alta comedia de pareja. Allí, la factura hallada en un bolsillo corresponde a un cerrajero de Ponferrada (carcajadas). Aquí, los londinenses están cada vez más raros, quizá por comer tanto roast-beef (carcajadas). La dificultad consiste en largar las salidas de pata de banco con total naturalidad, en medio de las pesquisas del crimen o de una declaración de amor incondicional. 

La escenografía no ayuda mucho y no se entiende tanto rojo. Debemos estar, quizá, ante la etapa roja de Felype de Lima, que desparramaba idéntico abuso en El caballero de Olmedo. Desde luego, en ningún lugar está escrito que Carlota no pueda representarse así de colorada pero, en mi modesta opinión, este exceso cansa y no se justifica. El resto de la escenografía, aparte de la bien resuelta escena inicial en el exterior, es más bien de dos más dos: un único espacio diáfano con las entradas pertinentes.

Natalia Hernández
No todo el mundo está todo el tiempo en el mismo registro; la dirección parece un poco despistada a ratos. En vez de adoptar un tono general, es como si el estilo interpretativo de cada uno derivase del carácter del personaje. Me explico. Si Miss Waths es "la persona más histéricamente constituida" que conocemos, pues que se pase de vueltas. Menos mal que es Natalia Hernández, que se pasa de vueltas como nadie y nos da algunos de los momentos más felices de la función. Pero eso no ayuda al conjunto. Si el protagonista tiene que estar in albis de todo lo que ocurre alrededor, pues que haga de despistado, en plan arreglo este reloj con aire de tontorrón. Menos mal que es Alberto Jiménez y lo hace con dignidad. Los personajes tétricos -el inefable servicio- no pueden representarse con los contrastes de Eloísa está debajo de un almendro, la cosa debe ser más fina. Etcétera.


Manuel Galiana y Victoria Vera
en La decente.
Carmen Maura: está exactamente como uno espera que esté, muy Maura. Y muy bien, desde luego. Ahora que he tenido tiempo para pensarlo, creo saber por qué estar muy Maura supone estar muy bien en Carlota. Resulta que el tono que le queda a la función como anillo al dedo es el de "yo pasaba por aquí", tan característico de la actriz. Es lo mismo que Victoria Vera hizo en la ya citada La decente hace unos años: soltar las mayores barbaridades en el tono de quien dice que se va a comer una ensalada. Y ya que estamos con aquella producción de Gustavo Pérez Puig, recordaré que Manuel Galiana, con un papel muy parecido al del antagonista masculino de Carlota, daba también con el tono justo con su actitud de "ah, bueno, si tú dices que es normal, pues será normal, no te enfades mujer". Es muy difícil dar idea de estas cosas sin gesticular y poner voz, pero como no quedemos algún día en persona, me temo que tendremos que contentarnos con estas indicaciones por escrito.

Hala, que ya les he hecho perder suficiente tiempo.
P.J.L. Domínguez
           

domingo, 22 de diciembre de 2013

MONTENEGRO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Ramón María del Valle-Inclán (versión de E. Caballero de las Comedias bárbarasDirector: Ernesto Caballero Intérpretes: Fran Antón, Ramón Barea, Ester Bellver, David Boceta, Javier Carramiñana, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Toni Márquez, Mona Martínez, Rebeca Matellán, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Edu Soto, Juan Carlos Talavera, Jandri Topera, Alfonso Torregrosa, Yolanda Ulloa y Pepa Zaragoza. Duración: 2.50' (entreacto de 15 minutos)
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Edu Soto y Rebeca Matellán.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:



Ernesto Caballero ha dado un triple salto mortal sin red y ha caído de pie. La reducción de las Comedias Bárbara no parece ni un Valle-Inclán explicado a los niños ni una novela condensada del Reader’s Digest. Ése es el primer gran acierto. El segundo, la selección de veintiuna personas entre las que no desentona nadie, algo muy infrecuente. Tercer acierto: un ritmo sostenido, con las transiciones perfectamente cosidas, apoyado por una iluminación casi violenta que se convierte en un elemento narrativo más. En resumen: un espectáculo atractivo que resalta el tronco principal de la trilogía sin cargarse su atmósfera. Pega: final un poco abrupto.

  Barea, reciente premio nacional, da el físico, la voz y la actitud de Don Juan Manuel, aunque abusa quizá de un registro monocorde. Estupendas ellas: Rebeca Matellán, Sabelita entre sumisa, alucinada y lúbrica; Yolanda Ulloa, esparciendo seguridad a su alrededor; Mona Martínez, que hace crecer hasta el protagonismo al personaje de la Roja. Las escenas de las tres son las de mayor altura dramática.

También muy bien Bellver, Gómez, Zaragoza y León. Estupendos ellos: Edu Soto y Janfri Topera sobre todo, el loco y el pícaro. Pero también Torregrosa y Talavera, y los malos hijos. Todos compenetrados, todos cantando en el mismo coro. Funciona

Y lo que no cabía allí:



1.- No, no me cupo ni una palabra sobre la escenografía de Raymond. Es una decisión arriesgada ésta de disponer a piñón fijo un puente de piedra de tres arcos para una función que transcurre en mil lugares diversos, tanto exteriores como interiores. Creo que con otra iluminación hubiera sido poco soportable. Pero, por lo que recuerdo, las luces de Valentín Álvarez no dan ni por un instante la posibilidad de percibir de manera natural las dimensiones, formas, colores y acabados del espacio escénico, que adquiere mil aspectos diversos: el puente es, durante buena parte de la función, un fondo neutro (ése de la foto de arriba corresponde, por ejemplo, al interior de la iglesia). Así que bien por la decisión arriesgada. 

2.- El final que me tocó no era sólo un poco abrupto, sino que contenía el único detalle que desentonaba en el aspecto visual de la puesta en escena: la máscara cadavérica de la figura que recogía al protagonista en sus brazos. Pero me cuenta un pajarito que ha habido varios cambios, por lo que puede ser que la función termine ahora más redonda. Otras licencias, que podrían parecer en principio poco coherentes con el estilo general, funcionan. Me refiero a las imágenes -crucificado, Niño Jesús...- personificadas por actores, un poco a la manera de Hugo Pérez, que en algunos momentos aparecen en último plano. 

3.- El vestuario funciona también, con piezas de fuerza como las que llevan en la foto inferior Alfonso Torregrosa (de rodillas en el extremo izquierdo), Pepa Zaragoza (sentada a los pies de Barea), Rebeca Matellán (de pie a su lado, con el vestido gris) y Edu Soto (tras sus faldas), incluidos los haces dorados de imaginería religiosa en la cabeza.


Sólo pondría una pega menor: los retales de piel sobre los hombros del protagonista (debe de llevar una maldición encima, le hicieron lo mismo en En la vida todo es verdad y todo mentira) y de sus hijos. ¿Quizá para subrayar su condición de lobos? Puede ser una manía mía, también me pareció horroroso lo de las pieles en El caballero de Olmedo.

4.- Decía en la Guía que, a mi juicio, los momentos más logrados del montaje son los que interpretan, de dos en dos, con algún solapamiento de las tres en escena, Rebeca Matellán, Yolanda Ulloa y Mona Martínez. La compleja Sabelita de Matellán me va gustando más a medida que pasa el tiempo desde que la vi (esto suele pasar): apasionada pero contenida. La Ulloa da gusto siempre, hace unos años la vi salvar una función. Es de esas actrices que saben pisar el escenario, se mueve como Pedro por su casa. Mona Martínez está soberbia como la Roja (la ven en la foto de aquí al lado). Fue de lo mejorcito en la Yerma de Narros.


5.- Hay loco y hay pícaro: Fuso Negro y Don Galán. Arquetipos malditos. La mayoría de las veces, nadie entiende qué pintan en los textos: si tiene uno que reírse o llorar, si ha entendido los chistes, si no interrumpen el fluir de una historia más o menos seria. Están muy bien planteados por Caballero y muy bien resueltos por Edu Soto y Janfri Topera, se entienden, quedan colocados en su lugar del paisaje. Después de ver a Soto en El lindo Don Diego y ahora aquí, es evidente que es un gran actor, dotado sin duda para estos papeles fuertemente caracterizados. Estaría bien verlo ahora en algo más neutro y comprobar si, como parece, sabe hacer de todo.

6.- Ester Bellver construye una Pichona estupenda, sin caer en la lubricidad estereotipada. Agradable sorpresa, después del mortal aburrimiento de ProtAgonizo. Sí, ya sé que toda la crítica dijo que era la octava maravilla. Yo me aburrí como pocas veces. Carmen León coloca de miedo las pocas frases de Andreíña. Me dejo bastante gente sin nombrar, pero insisto en lo dicho en la Guía: el conjunto funciona con gran cohesión. Si pudiera cambiar algo, le añadiría a Barea algún color más en la paleta y le pediría a Boceta -un tipo que ha funcionado muy bien en la CNTC- algo más de fuerza. Pero ya saben, si el crítico no se queja de algo, no se queda tranquilo. Vayan, llenen el teatro y contribuyan a salvar el teatro público. La función lo merece.

P.J.L. Domínguez
           

sábado, 14 de diciembre de 2013

LA BANQUETA

Sala: Teatro Galileo Autor: Gérald Sibleyras (versión de R. Borrás y P. Mir) Director: Paco Mir Intérpretes: Ricard Borrás y Pep Ferrer. Duración: 1.15
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Pep Ferrer y Ricard Borrás.


Aquí tienen la crítica publicada ayer en la Guía del Ocio:


El del teatro es uno de los contados ámbitos en los que nuestra tradicional relación con la cultura francesa ha sobrevivido a la inundación anglosajona. No hay temporada sin su ramillete de comedias importadas del país vecino: ahí están Toc-toc y La cena de los idiotas aguantando con bravura en la cartelera, y Una boda feliz, recién llegada. También La banqueta viene de la dulce Francia, de la mano de Paco Mir.


  Una pareja de pianistas que forma desde hace más de veinte años un dúo a cuatro manos, se retira, siguiendo la estela de Rostropovich, a un idílico refugio en los Alpes para ensayar sus próximos conciertos en Japón. Llevan tanto tiempo trabajando juntos que el tan idílico decorado alpino propicia, como en las parejas-parejas, que revienten las compuertas del reproche y se lo suelten todo mutuamente. Que si uno arrastra las aes al hablar, que si el otro se hincha mucho al saludar. Entre eso, el enigmático comportamiento de la banqueta que comparten ante el piano, y el violonchelo de Rostropovich, que se oye y no se oye, no hay manera. 

Un texto bien tramado, con mucho de extraña pareja, bastante de obsesiones compulsivas, algo de reflexión vital y la pizca de absurdo suficiente para que pique un poco. Dirigida e interpretada sin pretensiones, pero con eficacia, la función queda resultona.


P.J.L. Domínguez
           

jueves, 12 de diciembre de 2013

KATHIE Y EL HIPOPÓTAMO

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Mario Vargas Llosa Directora: Magüi Mira Intérpretes: Ana Belén, Ginés García Millán, Eva Rufo, Jorge Basanta y David San José. Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Que conste, para empezar, que todo el mundo hace todo lo que puede para levantar la función: cinco esforzados intérpretes y una aguerrida directora remando contra el viento. Lástima que el viento en contra sea al menos de fuerza siete (frescachón) u ocho (temporal) en la escala de Beaufort.

Cuando La chunga en el Español, fueron muchos los que afirmaron que aquel era el mejor texto teatral de Vargas Llosa. Desde luego, gana a Kathie. Apenas hay en éste asomo de teatralidad. Es la trasposición directa a un escenario de la narración fragmentada y multifocal típica de su autor (y no sólo de su autor). Pero una obra de teatro no es un cuento, ni una novela. La lectura permite digerir los quince capítulos en los que La Regenta avanza tres días, pero las reglas de la escena son otras. Aquí, al poquito poquito de comenzar ya sabemos de qué van todos. Hemos entendido de dónde vienen y a dónde van (o no van) los protagonistas y sus respectivos cónyuges; hemos entrevisto también aquella Lima en la que fueron jóvenes (y para la que les recomiendo Los geniecillos dominicales de Julio Ramón Ribeyro). Y luego, ¿qué? Luego poco, la verdad. Al menos, no lo suficiente para dotar de contenido relevante cien minutos de representación. En resumidas cuentas, es lo que hace tiempo llamábamos "comedia burguesa", escrita sin demasiada habilidad. "En esta buhardilla las verdades son mentiras y las mentiras se convierten en verdad" (cito de memoria). ¿No es prácticamente Benavente?

Alguien se estará diciendo "qué país lleno de prejuicios, si uno hace bien una cosa no le reconocen otra; este tiquismiquis es incapaz de ver el talento de narrador y de dramaturgo en la misma persona". Pues que me perdone quien se lo esté diciendo, pero no. Estoy encantado, por ejemplo, de decir que Rodrigo García es tan buen dramaturgo como director de escena. O que Pou interpreta y dirige que da gusto (no siempre, claro; todo el mundo se equivoca). Pero ni La chunga ni Kathie y el hipopótamo acreditan el talento dramatúrgico de Vargas Llosa.


Esforzada y meritoria compañía al completo.

Afortunadamente, hay una diferencia fundamental entre ambas puestas en escena. La chunga de Ollé era un batiburrillo incomprensible y la Kathie de Mira es de una feliz transparencia. Los planos de realidad, recuerdo y ensoñación se entienden a las mil maravillas, que para eso tiene el teatro sus recursos: registros interpretativos, iluminación, vestuario... Y, además, tanto la dirección de actores como una dramaturgia aligerada a base de tres o cuatro canciones, intervenciones del pianista y alguna broma extra-textual, procuran introducir tangentes de evasión al cerrado círculo de la buhardilla. En fin, que, como decíamos al principio, todo el mundo hace lo que puede, de manera que casi se alcanza a paliar el aburrimiento intrínseco de la pieza. 

Ana Belén, como se imaginarán, está como hecha para este registro de alta comedia un pelín deconstruida, si me permiten la expresión. Da grima, como debe, cuando hace de jovencita. Es la perfecta burguesa frustrada, como debe, cuando está en su pose acostumbrada (su de Kathie, no de Ana Belén). Y provoca simpatía, como debe, cuando se sincera un poco. Llegado de Los hijos se han dormido (donde estaba de muerte) y de Glengarry Glen Rose, Ginés García Millán choca un poco al principio, pero el problema, si lo hay, está sólo en el ojo del espectador: es un gran actor, con cintura más que suficiente para ponerse en el género que le echen. Eva Rufo y Jorge Basanta brillan con luz propia en papeles que tienen poco de secundario. La primera siempre ha estado bien con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La recuerdo sobre todo en unas preciosas Bizarrías de Belisa de Vasco; a Basanta en Los dos caballeros de Verona de la Pimenta. Nadie firma la simple pero efectiva escenografía, bien iluminada por José Manuel Guerra. 

Qué buenos vasallos si hubiera buen señor. O sea, lástima de texto. Aunque no todo el mundo opina lo mismo. A Marcos Ordóñez le ha encantado el espectáculo y parece salvar discretamente la obra, mientras que Miguel Ayanz habla, para mi pasmo, de un teatro "profundo y mayúsculo en su arquitectura". En fin, vayan y juzguen por sí mismos. Sólo me queda mencionar una prueba en negativo, siempre sospechosas: ustedes creen que, si una pieza estrenada en 1983 y escrita nada menos que por Vargas Llosa, tuviera esa supuesta calidad, ¿no se hubieran tirado en tromba sobre ella nuestras huestes teatrales hace mucho, pero muchísimo tiempo? 

Tampoco ahora, creo, ha partido la iniciativa de ningún profesional del teatro, sino de un gestor. Y en un contexto de crisis en el que tenemos ahora mismo en los teatros de Madrid los dúos Ana Belén - Vargas Llosa / Cayetana Guillén Cuervo - Camus / Carmen Maura - Mihura, además de una versión reducida de las Comedias bárbaras. Será quizá que le doy demasiadas vueltas a la cabeza, pero tengo la sensación de que la venta de entradas, algo secundario hace unos pocos años, se ha convertido en un objetivo fundamental. Si es así, y tal proceder sirve para que el teatro público capee la tormenta, me parece de perlas. Ya llegarán tiempos mejores. Y bien están Camus, Mihura y Valle-Inclán para vender entradas. Pero la supuesta bondad de la dramaturgia del escritor peruano me parece una rueda de molino demasiado grande.
P.J.L. Domínguez
           

lunes, 2 de diciembre de 2013

MC BETH INTERNATIONAL GROUP

Sala: La Pensión de las Pulgas Autor: William Shakespeare (versión de J. Martret)  Director: José Martret  Intérpretes: Francisco Boira, Rocío Calvo, Manuel Castillo, Inma Cuevas, Víctor Dupla, Maribel Luis, Rocío Muñoz-Cobo, Pepe Ocio, Francisco Olmo y Daniel Pérez Prada.  Duración: 2.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Ya dan miedo en la foto, imaginen en la representación. Las brujas, sentadas
en primer término -dos en vez de tres- son las mejores que he visto nunca en
un Macbeth. 

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

José Martret, cofundador de La Casa de la Portera, dirigió allí un Ivanov de Chejov (Ivan-off) que obtuvo gran éxito de crítica y público. Inaugura ahora La Pensión de las Pulgas con Mc Beth International Group, título que no debe engañar: aparte de los arreglos para eliminar personajes secundarios, es un Macbeth de tomo y lomo que conserva buena parte de su retórica. Menos mal, Shakespeare no es nada sin retórica.


  Excelentes colaboradores: Alberto Puraenvidia (espacio escénico), Antonio Martín (espacio sonoro), Lupe Valero (vestuario). Excelentes actores: hay que ver a Boira esperando a que Macduff le anuncie la muerte de Duncan, que debe fingir ignorar. O a Ocio, cuando ya sabe que le van a decir que su familia ha sido asesinada. O a Cuevas, pedazo de actriz, en los diversos papeles que encarna. ¡Y qué brujas! Rocío Calvo y Maribel Luis: es la primera vez que me dan miedo las brujas de Macbeth. 

Un pequeño pero: Lady Macbeth se queda, quizá, un poco corta. Todo lo demás, hasta la pequeña licencia de presentar la pieza como la visita a una gran corporación, va haciendo funcionar un engranaje de precisión que salva coitos, muertes y fantasmas y confirma a Martret como uno de los indispensables de nuestro panorama. Una maravillosa función, servida en un precioso envoltorio visual sesentero.

Y lo que no cabía allí (las frases en negrita enlazan ambos textos):

1.- Título que no debe engañar: aparte de los arreglos para eliminar personajes secundarios, es un Macbeth de tomo y lomo que conserva buena parte de su retórica. Esto de cambiar los títulos de los clásicos se ha puesto de moda últimamente. Lo hizo Martret con Ivan-off y Veronese no deja uno en su sitio: el último, Los hijos se han dormido en vez de La gaviota. Creo recordar confusamente que esto ocurrió también allá por los remotos sesenta y setenta, también en el cine. No tiene mayor importancia, pero multiplica la necesidad de referencias distintas para un mismo espectáculo. ¿Cómo buscar éste en Google o en Twitter? ¿Mbig, Mc Beth International Group o Macbeth? Pobres documentalistas del futuro.

A veces, esos cambios de título designan versiones muy alejadas del original, pero no es el caso. Me fui corriendo a casa a releer, y hay poca tijera en ésta. Se ve algún Shakespeare al que sólo le queda la peripecia -viene éste que mata al otro y blabla- y se vende como si fuera un Shakespeare, cuando la misma trama puede dar para una tragedia inmortal o para un episodio de culebrón. El quid está en otro sitio y, afortunadamente, Martret ha dejado el quid.

2.- Excelentes colaboradores. Uno de los talentos del director de escena es saber seleccionar y coordinar talentos ajenos. Como en casi todas las grandes puestas en escena, ésta es un ejemplo de trabajo en equipo. Alberto Puraenvidia es el autor de ese precioso envoltorio visual sesentero que menciono al final de la crítica. Vayan preparándose. Sabrán aquello que dicen los expertos en marketing: primero los gays, luego las chicas y al final los heteros. Quiere decir que si es usted un varón heterosexual y ve un gay con camisa de rombos, y a los tres meses una chica con pantalones de rombos, no tiene usted nada que hacer: a las dos o tres temporadas llevará un traje de rombos. Pues esto del ataque de los sesenta lleva ya un rato largo acechando desde todos los frentes, así que es muy posible que antes de no mucho tiempo todos vivamos otra vez en casas decoradas con papel pintado y llevemos melena.


La Casa de la Portera era ya una cabeza de playa de este desembarco -estaban antes de la explosión Mad Men, que alguien ha citado- pero el Macbeth de La Pensión de las Pulgas, es un Pearl Harbour. Como el espacio de la representación y el de los espectadores es el mismo -no hay escenario, se sienta uno en los mismos salones que pisan los personajes- la sensación de inmersión en el estilo es completa. Es evidente la experiencia acumulada por Puraenvidia en La Casa: el primer vistazo al espacio de la foto hace pensar que los actores van a desmorrarse en cuanto den un paso, pero no. Tienen sitio. Es evidente que tienen que extremar sus habilidades para no dar patadas a los muebles o sacar un ojo a un espectador, pero tienen sitio. De los tres espacios que el escenógrafo ha dispuesto, el primero (el de las dos fotos superiores) y el tercero (un comedor rodeado de espejos) son una maravilla.

El vestuario de Lupe Valero se ajusta como un guante a la escenografía. Fíjense bien en las dos brujas de la foto de arriba (sí, las brujas van a salir mucho en esta crítica) y en el vestidito de Inma Cuevas, que se pone varios, a cuál mejor. No es ajena al efecto la peluquería de Chema Noci, claro está. Los vestidos de Caprile y el peinado de Noci avagardnerizan y elizabethtaylorizan de forma sorprendente a Lady Macbeth. ¿No me creen? Comparen las fotos con el vestido verde.


                                

Por último, el espacio sonoro de Antonio Martín aporta lo suyo a la sensación ominosa y a la credibilidad de los momentos más peliagudos. 

3.- Excelentes actores. Pues sí, muy buenos. Esta pieza truculenta sólo puede sacarse adelante, que yo sepa, con frialdad de lagarto o con desgarro. Hay que recurrir a uno de los dos extremos para dar miedo, que es de lo que se trata. El Macbeth de Boira es desgarrado, neurástenico, angustiado. Como dice mi psiquiatra, "la angustia aniquila". Y es visible cómo aniquila a Boira/Macbeth minuto a minuto. Mis habituales me habrán leído más de una vez que la talla definitiva de un actor se percibe cuando calla. Ya he glosado la escena en la Guía del Ocio, pero me permitiré extenderme. Llega el bueno de Macduff y entra a la habitación del rey a despertarlo. Macbeth, que lo ha asesinado pocas horas antes, le acompaña hasta su puerta. Él sabe lo que Macduff verá allí dentro. Está esperando ese momento crucial de su existencia en el que el crimen se hará inexorablemente público, y no habrá marcha atrás. Debe de estar pensando en la cara que tendrá que poner y en lo que tendrá que decir. Boira está soberbio, fíjense en eso cuando vayan.


                       
Francisco Boira, Pepe Ocio e Inma Cuevas.                                       
La más bruta de la juerga es Lady Macbeth, como es bien sabido. Tiene que decir burradas del calibre de "no lo he matado porque me recordaba a mi padre" o "arrancaría a un recién nacido de mis pechos y lo estrellaría contra la pared, si hubiera jurado hacerlo". Ríanse de los peces de colores. Idénticas posibilidades que con su marido: puede ser gélida como una serpiente coral o desatada como una furia. En este caso, nos quedamos en las medias tintas, pero es posible que la cosa tenga aún remedio. Bien Daniel Pérez-Prada (Banquo), Luis Olmo (Duncan) y Víctor Dupla (Ross). Malcolm (Manuel Castillo) quizá un poco rígido, pero vi una de las primeras funciones y espero que se vaya soltando.

Muy bien también Pepe Ocio, en otra escena en la que calla bastante, y que ya he reflejado en la crítica de la revista. Es-tu-pen-dí-si-ma Inma Cuevas, que creo que dará mucho que hablar en los próximos años, a poco que las cosas le vayan bien. Estaba sembrada en ese delirio psicotrópico de Cerda. Creo haberla visto en aquella perla negra que se tituló Los últimos días de Judas Iscariote y espero pillarla en True West, pero llevo una vida muy achuchada. 

Y las brujas. Ah, las brujas. Una es Rocío Calvo, está en mi categoría de "actrices preferidas", qué les voy a contar. Estaba bien hasta en la Yerma de Narros, que ya es decir. A Maribel Luis... ¿la vi en Ivan-off? No caigo ahora. Martret las ha colocado en el registro opuesto a los demás: heladas como la muerte. Vestidas por la Valero y peinadas por Noci... no sé cómo decirlo: parecen brujas. Recuerdan a La semilla del diablo. En un marco que tira más bien al realismo, se permiten las escasas licencias del montaje: cuando callan, respiran emitiendo broncos sonidos; se sientan con el resto de comensales a la mesa del banquete: la luz verde que sale de una sopera les ilumina el rostro; sólo ellas, y Macbeth, ven al fantasma de Banquo... En conjunto, uno de los hallazgos de la función. Estás las dos que dan ganas de hacer con ellas una ¿Qué fue de Baby Jane?, una Bernarda Alba o unas Troyanas, lo que sea. En esta foto las ven más de cerca.


Rocío Calvo y Maribel Luis.
4.- Visita a una gran corporación. A todos nos escuece la mejilla de los sopapos que los poderes económicos nos están arreando. Después de esta gigantesca estafa, es lógico que los espectáculos teatrales de toda índole tracen paralelismos entre aquellos malos y estos malos. Pues bien, no haría falta. No creo que a nadie se le escape que TODOS los personajes de la tragedia, incluido ése que he llamado el bueno de Macduff, son una panda de lobos furiosos que viven de la explotación de los demás. O sea, el equivalente exacto de estos individuos que ostentan ahora el poder económico. Algo hemos mejorado por el camino: nos dejan protestar y no pueden colgarnos de los pulgares en el patio del castillo (todavía). Pero me parece que la equivalencia es tan evidente que no hace falta subrayarla. Presentar la función como una visita a la actividad cotidiana de una gran empresa aporta poco al principio. Tampoco sobra. Pero el efecto se redime y se aprovecha cuando a la amable señorita que nos conduce de despacho en despacho -Inma Cuevas- se le va quebrando el aplomo y se le reducen los muy corporativos parlamentos a balbuceos horrorizados.

5.- Salva coitos, muertes y fantasmas. Coito, entre los señores Macbeth, no sólo difícil en sí (pocas cosas más difíciles que el sexo en escena), sino también porque se supone que copulan a menos de dos metros de la nariz de algunos espectadores. Muy bien resuelto. Igual de bien la muerte de Lady Macbeth, mediante el expediente contrario: se queda en un discreto segundo plano. Y primorosa aparición del fantasma de Banquo. El salón de espejos que hasta el momento era todo glamour, se presta a maravilla, mediante un único haz de luz rebotada y las miradas heladas de las brujas (que no le desclavan los ojos), a una aparición que, al menos desde la invención del cine, es complicadísima de encajar sin que se oigan risitas. Nota de ambientación: Lady Macbeth se hace sangre; el fantasma está ensangrentado. Menos mal. En estos tiempos del concepto se prescinde a veces hasta de lo más elemental. Nota final: excelentes fotos de Jesús Ugalde.

Yo creo que esto va a estar meses y meses en cartel. Entre que caben poquitos y el enorme éxito de boca a boca que parece estar teniendo, tenemos función para rato. Pero no se confíen, vayan.
P.J.L. Domínguez
           

EL GRAN FAVOR

Sala: Teatro Reina Victoria Autores: Carolina Noriega y Mauro Muñiz de Urquiza  Director: Manuel Gancedo  Intérpretes: José Luis Gil y Mauro Muñiz de Urquiza  Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




No siempre sé explicarme las cosas, supongo que les pasará igual. No encuentro en esta comedia nada que esté estrepitosamente mal. Otra versión más de extraña pareja (hay una en el Galileo ahora mismo, La banqueta, de la que les hablaré en cuanto me lo permita el ritmo de publicación de la Guía del Ocio), tirando a sainete. No es peor que muchas otras que han tenido una vida satisfactoria. Los actores están bien, no veo tacha por ese lado. Gil, tan eficaz como siempre. El creador del arquetipo del señor Cuesta, instalado en el imaginario colectivo quién sabe hasta cuándo, es un gran actor de teatro (estaba estupendo en Tres versiones de la vida). Y Muñiz de Urquiza no desentona, se les ve compenetrados. La dirección es correcta, la escenografía no está mal, los personajes son cercanos y hasta entrañables...

Pero en teatro dos más dos no siempre son cuatro, y El gran favor no se sostiene por ninguna parte. Hora y media de aburrimiento, mitigado por los aciertos de los actores al colocar alguna línea. Ah, el video de Eduardo Gómez, incomprensible.
P.J.L. Domínguez