domingo, 31 de marzo de 2013

KAFKA ENAMORADO

Sala: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa) Autor: Luis Araújo Director: José Pascual Intérpretes: Beatriz Argüello, Jesús Noguero y Chema Ruiz. Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Creía yo, veo ahora que erróneamente, que el ciclo De la novela al teatro del Centro Dramático Nacional programaba adaptaciones teatrales de novelas. Era el caso de La rendición (aquí tienen mi crítica), de Atlas de geografía humana (que me perdí) y de El hijo del acordeonista (que veré el domingo, ya les contaré). En mi ignorancia, me he vuelto loco buscando una novela que se titule Kafka enamorado, que no parece existir. Así que más que de la novela al teatro se trata esta vez de el novelista al teatro. También desharé otra confusión importante: desengáñense, Kafka nunca se enamoró de Luis Araújo, a pesar de que encuentren por todas partes la referencia "Kafka enamorado de Luis Araújo". La manía de no poner cursivas. Vean qué diferencia: "Kafka enamorado de Luis Araújo". Magia de la tipografía... Deshechos estos relevantes malentendidos, vamos al grano. Si sólo le interesa la crítica, sáltese los cuatro primeros apartados. Me temo que estoy en vena, y va rollo, aprovechando que hay un pretexto para hablar un poco de algo que no sea teatro. Tengo otros intereses, ¿saben?


I

La educación se basó durante siglos en el
conocimiento de textos clásicos. Ya no.
Véanse esto.
Empiezo por confesar que la novela en alemán no es mi fuerte, por simple cuestión de afinidad. Me eduqué (en todos los sentidos) con cinco literaturas: Homero; Dante; Dostoievski  y Tolstoi; Dickens; y, sobre todo, Balzac, Stendhal y Flaubert. Una educación retrasada, al menos, tres o cuatro generaciones respecto a cualquier europeo. Sumé mis propias circunstancias a nuestro retraso crónico desde Trento, y salió lo que salió. Vamos, que fui un retrasado. Aunque ese vivir fuera de mi tiempo tuvo un aspecto positivo: asimilé un tipo de educación basado en el conocimiento de los clásicos que era un anacronismo para mi generación (no digamos ya para las posteriores). Me parecí mucho más a un escolar francés de 1920 que a cualquier otra cosa y me tragué mi ración del canon antes -bastante antes- de los dieciocho. Eso que llevo ganado.


II

Ésos fueron los hilos de los que tiré para llegar al siglo XX. Y, aparte de la literatura inglesa y norteamericana, el filón más rico al que me condujeron fue el de la novela francesa, de la que llevo nutriéndome desde entones. Antes de escribir esto, y para poner un cierto orden en mis percepciones de conjunto, he echado un vistazo a la tradición francesa y alemana hasta, aproximadamente, una generación posterior a Kafka. 

   

Thomas Mann, Stefan Zweig, Alfred Döblin y Robert Musil.

Entre los contemporáneos de lengua alemana del checo, y salvo despistes, (que estoy escribiendo medio amodorrado) son cuatro los nombres que han accedido a la universalidad: Thomas Mann (1875-1955); Alfred Döblin (1878-1957); Robert Musil (1880-1942); y Stefan Zweig (1881-1942), bastante por debajo, a mi modesto entender, del resto, por mucho que su biografía de Fouché sea uno de mis libros de cabecera. Nunca he enloquecido por ninguno. Ni siquiera por Los Buddenbrook, quizá la más asimilable a modelos europeos estandarizados de las novelas de Mann. Aunque escribir esta entrada me va a servir para releer a Döblin y a Musil, que los tengo un poco desdibujados. Si los encuentro crecidos, ya les comentaré algo.


III

¿Qué apreciamos en la literatura? ¿Por qué decimos que algo es bueno? Si revisan sus propios gustos verán que les atraen cosas que deben su aprecio a motivos bien distintos. El proceso se publicó en 1925. ¿Por qué me gustan a mí El gran Gatsby (The great Gatsby, F. S. Fitzgerald), Arte amor y todo lo demás (Those barren leaves, Aldous Huxley) o Los monederos falsos (Les faux-monnayeurs, André Gide), publicados los tres el mismo año? 

                                      

Aldous Huxley, Francis Scott Fitzgerald y André Gide.

Fitzgerald, por su capacidad para crear atmósfera y rodear cualquier cosa de un aura inefable de trascendencia. El denostado Huxley, por alcanzar la consistencia de un ensayo sin ceder en la calidad de la narración (en este caso, como en Contrapunto, de un ensayo sobre las diversas maneras de afrontar la existencia). Gide, el inmenso Gide, por los alardes pirotécnicos de construcción narrativa que no descuartizan un relato convencional en el fondo: lo tiene todo, experimentalismo y emoción en el mismo envase. Por supuesto, otros muchos (Borges, Donoso, Carpentier, Moravia...) me gustan por otros muchos motivos. ¿Y Kafka? Modestamente, creo que el valor de Kafka estriba en haber encontrado alegorías tan potentes como las de El proceso La metamorfosis. Pero, humildemente, me parecen novelas "de feliz idea": un hombre amanece convertido en insecto; un hombre se ve engullido por una maquinaria administrativa incomprensible. Son imágenes en las que nuestro tiempo se reconoce, que quedan indefectiblemente marcadas en la memoria, pero cuyo desarrollo literario no tiene mucho recorrido (no por nada son novelas cortas). Poco que ver con los monumentos del apartado siguiente.

IV

Montherlant, completamente
olvidado en España.
Me he dejado para el final lo que más me apetece contar, por un motivo militante: porque no entiendo que la novela francesa de los primeros decenios del siglo XX haya desaparecido prácticamente de nuestro panorama. Bueno, no sólo la novela: ya me dirán cuánto Montherlant o Giraudoux han visto últimamente en los teatros de Madrid. En general, la comunicación cultural entre las lenguas romances (portugués, castellano, catalán, francés, italiano) que ocupan un territorio compacto en el sur de Europa ha descendido a niveles incomprensibles. Realmente difícil de explicar. Pero ciñámonos a la novela. Sí, todo el mundo les dirá que Proust es, con Joyce, el creador de la novela moderna. Pero, ¿cuánta gente lee a Proust? ¿Tiene presencia entre nosotros? Una presencia mucho menor que la de Joyce, lingüística y culturalmente mucho más lejano. Y ahí tienen, por ejemplo, a Vila-Matas, dedicándole una novela hace nada (un insufrible pestiño de novela, pero una novela, al cabo). 

Y si Proust está casi ausente, no les cuento el resto. He citado Los monederos falsos de Gide más arriba, y tengo que mencionar también Los sótanos del Vaticano (Les caves du Vatican). Si Proust nace en 1871, poco más jóvenes son Roger Martin du Gard, 1881, autor de un apabullante fresco histórico-social sobre el estallido de la Gran Guerra en Les Thibault (Los Thibaultque le valió el NobelFrançois Mauriac (otro Nobel), 1885, una de las escasas figuras públicas del catolicismo europeo que condenó la actuación del bando nacional en nuestra Guerra Civil; lean, si la encuentran, Le noeud de vipères (Nudo de víboras); Jean Giono, 1895, Le chant du monde (El canto del mundo); o Céline, 1894, Voyage au bout de la nuit (Viaje al fin de la noche). Está de más decir que todos estos títulos son obras de primer nivel. Pero el torrente no se agota. Los nacidos inmediatamente después del cambio de siglo no son mancos. André Malraux, 1901, La condition humaine (La condición humana) algo más popular que el resto en España; Irène Némirovsky, 1903, Suite française (Suite francesa), premiada con el Renaudot sesenta y dos años después de la muerte de su autora, también fue un bombazo aquí; Raymond Radiguet, 1903, Le diable au corps (El diablo en el cuerpo); 1903, Lucien Rebatet, Les deux étendards (Los dos estandartes); 1907, Roger Peyrefitte, Les ambassades (Las embajadas); 1909, Robert Brasillach, Les sept couleurs (Los siete colores). Y sólo estoy citando autores y obras que he leído, y una por autor (para no volverlos locos), y estoy muy lejos de tener un conocimiento profundo de este asunto... o sea, que imaginen. ¿Saben de aquél que decía "me gusta tanto el cerdo que me gustan hasta sus andares"? Pues a mí me gustan tanto los novelistas franceses, que me gustan hasta los nazis (Céline, Rebatet, Brasillach). ¿Qué quieren que les diga? Al lado de este derroche de talento e inteligencia, lo de Kafka se me queda un poco corto. No sé cuántas de estas novelas están en el mercado ahora mismo en castellano; desde luego, no todas. Pero si no han accedido a esta mina de oro, pónganse a ello; les garantizo muchas satisfacciones.

V

Bueno, y vamos con Kafka enamorado de una vez. José Pascual hizo hace poco un estupendo trabajo de marquetería fina con La anarquista. Repite ahora con otro formato de cámara, en el que su presencia es más evidente: La anarquista era un montaje desnudo, dos actrices frente a frente y poco más. Esto no quiere decir, desde luego, que estuviera ausente. En un montaje que funciona, siempre es buena señal que la mano del director sea invisible. En Kafka enamorado se aprecia necesariamente más su capacidad de orquestador, porque la función está más vestida: hermosa escenografía de Alicia Blas Brunel (¿Reciclada de La rendición? Si es así, funcionaba entonces y funciona ahora); delicada iluminación de Pilar Velasco; una música muy bien puesta por Luis Delgado; y un fantástico vestuario de Rosa García Andújar. Más aparente el de ella, como es lógico: en la foto de arriba del todo ven algo del discreto traje de Felice (que también luce una camiseta bordada y una túnica transparente muy molonas), y en ésta de al lado el fastuoso de Grete (también interpretada por Beatriz Argüello), que podría salir así vestida de asistir a un estreno de los Ballets Rusos. La foto no le hace mucha justicia. Pero me impresionó sobre todo el simple traje gris de Kafka: un pantalón de talle alto, con cintura ancha, y una chaqueta con las puntas inferiores siempre un poco proyectadas hacia adelante cuando la lleva abierta y las tapas de los bolsillos laterales inclinadas. Les parecerá que se me aceleran las neuronas, pero en esas tapas y esas puntas me pareció ver en germen todo el expresionismo alemán. Un vestuario claramente a favor de la construcción de los personajes.


Franz Kafka y Felice Bauer, los de verdad.
Si a uno le cuentan que la función está basada en la relación entre Kafka y Felice Bauer, con amplia presencia de las cartas que se escribieron, puede echarse a temblar, temiendo un ladrillo de cuidado. Pues nada de eso. Araújo ha sabido hilar un relato atractivo en el que las cartas, los encuentros, y algunos reflejos más o menos explícitos de la obra de Kafka, al menos de La metamorfosis El proceso, se suceden en una historia de ni contigo ni sin ti, sobre un tema de fondo: el compromiso moral del artista con su obra. Además, dura lo que tiene que durar.

Jesús Noguero, que compone un Kafka tierno, adorable por momentos, y Beatriz Argüello, que me perdí hace unos años, cuando se atrevió con 4.48 psicosis de Sarah Kane, se mueven en un registro reposado que le va a la función como anillo al dedo. Ambos con una dicción impecable, algo de cuya importancia sólo nos damos cuenta cuando tenemos delante a alguien que la domina. Me temo que el cine y la televisión nos han acostumbrado a dar por buena cualquier cosa. Los dos infinitamente más guapos que los personajes históricos, desde luego. Chema Ruiz, impecable en varios papeles secundarios. En conjunto, se le pasa a uno el rato volando ante este cuidado y pulido ejercicio de teatro de cámara.
P.J.L. Domínguez
           



sábado, 30 de marzo de 2013

LOS MIÉRCOLES NO EXISTEN

Sala: El Sol de York Autor: Peris Román Director: Peris Román Intérpretes: Irene Anula, Luis Callejo, William Miller, Gorka Otxoa, Diana Palazón y Eva Ugarte Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Para compensar las interminables entradas que les propino últimamente, ésta va a ser breve. En la función rotan dos elencos completos. A mí me tocó el de la foto. Todos buenos actores, solventes, hacen lo que pueden por defender cada uno su papel. Lástima que casi no haya papel. Un texto banal, trillado, que a lo mejor daría más juego en versión audiovisual (tirando a microserie web) que en teatro. Se salvan la brevísima escena inicial y el diálogo de las hermanas. Podría tener remisión metiendo tijera, dejando la cosa en una hora y cuarto, a lo sumo, y extendiendo a todos los intérpretes el registro más marcadamente cómico de Otxoa y de Miller (que tienen, además, los personajes mejor dibujados). Como está ahora, ciento diez minutos e interminables escenas sin chispa cómica sobre un texto que no avanza hacia ninguna parte, aburre a las butacas. El acompañamiento musical, tirando a penoso.
P.J.L. Domínguez
           

lunes, 25 de marzo de 2013

LA PASIÓN SU ÚLTIMO SECRETO

Sala: Teatro Auditorio de la Casa de Campo Autor: Argumento basado en los textos evángelicos (no constan créditos) Director: no constan créditos Intérpretes: Javier del Arco, Gustavo Galindo, Marta de Frutos, Lucía Navarro, César Alcázar, etc. Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Voy a intentar que esta larguísima entrada esté más o menos ordenadita, así que pienso hasta numerarla.

UNO.- Primer problema de fondo. Ya dijo la United Artists que ésta era la historia más grande jamás contada. Es muy difícil competir con las hermosísimas narraciones de los evangelios y con las infinitas paráfrasis, cultas y populares, acumuladas por los siglos para cada uno de los detalles, desde la entrada en Jerusalén hasta el en tus manos encomiendo mi espíritu. Un solo ejemplo: el Stabat Mater es del siglo XIII, y su peripecia histórica cuenta, otro botón, con una versión... ¡de Lope de Vega! En fin, pónganse ustedes a pergeñar algo que esté a la altura. Y estamos hablando sólo de la calidad artística de los textos, añádanle ahora su carga simbólica. La Pasión y Resurrección de Cristo es la narración central de nuestra cultura, todos la llevamos clavada (nunca mejor dicho) en lo más profundo de nuestra conciencia. Olvídense del Quijote, de Hamlet o de La Jerusalén liberada (por cierto, ninguna de las tres exenta de ecos y reflejos de la historia que nos ocupa, como casi nada). O sea, que hay que tener muchas narices para meterse en este fregado. Hay pocas salidas al embrollo: arqueología, vanguardia radical o formas populares. Eso, o pegarse un tortazo. Aquí se han pegado el tortazo por varios motivos (no sé exactamente quién se lo ha pegado, porque no encuentro créditos claros de autoría y dirección por ninguna parte). Primero, porque en vez de ceñirse a la Pasión -que es un relato fantástico, compacto y sobrecogedor- se han recogido unos cuantos pasajes evangélicos sin orden ni concierto dramatúrgico. Y segundo, porque los textos añadidos son malos de solemnidad. Para más inri (nunca mejor dicho), hasta las citas evangélicas se alteran, me pregunto por qué recóndito motivo. Respecto a las salidas citadas, véase más abajo.

DOS.- Supongamos que nuestro intrépido artista hubiera dado ya con la solución para el texto. Le quedaría todavía otro espantoso problema: el aspecto visual. Vamos con las salidas citadas. La salida arqueológica: Mel Gibson. Ya me han entendido, ¿no? Hasta las tachuelas de las sandalias de los  romanos  deben de

The Passion of the Christ, Mel Gibson, (2004)
estar documentadas (diré de paso que, vistas unas cuantas fotos, me parece que donde hay una cierta licencia es en el vestuario de la Virgen, muy parecido a las Dolorosas de unos 1600 años después). Hay otra posibilidad arqueológica: no la histórica, sino la que se engancha con una de las múltiples visiones artísticas de nuestra tradición. Llamémosla arqueología artística (si tienen un rato, léanse mi crítica de Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama).
Los últimos días de Judas Iscariote,
Adán Black, 2012. Texto de Stephen
Adly Guirguis.
Vanguardia radical: llega uno y hace lo que su soberana mente creativa le dicta, y punto. Si tiene suerte, le sale Los últimos días de Judas Iscariote. No iba exactamente de la Pasión, sino de sus consecuencias, pero sirve perfectamente de ejemplo. Una propuesta de vanguardia sobre tema bíblico que, ojito, no hacía la menor mofa de la fe (algo que, la verdad, es un recurso tan facilón que me aburre). Formas populares: no hay pueblo que no tenga una celebración de la Semana Santa. Desde las excelsas combinaciones de arte culto y expresión popular que todos conocemos, hasta la más humilde procesión (hace un par de años asistí en un pueblo de Segovia a una que consistía en un sacerdote, una cruz, cuatro señoras portando un mini-paso y unas quince personas más dando vueltas alrededor de la iglesia: im-pre-sio-nan-te). Aquí cambiamos de liga. La búsqueda artística queda relegada a objetivo secundario y, de rebote, aparece el relámpago de emoción estética, por mucho que los romanos lleven cascos de plástico del todo a cien. La dignidad está en otros factores.

Como les decía, esas tres vías se me ocurren (si algún lector tiene más propuestas, que las haga) y, si no, el desastre. Basta que piensen en Atalaya, esa revista de los Testigos de Jehová que todos hemos visto alguna vez. Y no me resisto a ponerles esta foto que he encontrado, que no es de Atalaya, pero que me parece una joya del kitsch, en la confluencia entre los Testigos y los pósters de payasos con lágrima.


La pasión su último secreto -por cierto, ¿qué secreto?, es un poco Dan Brown el título- oscila entre algún momento arqueológico que no está mal, y Atalaya. Con un par de excursos hacia.. la.. ¿vanguardia? (los palos) y hacia el desastre, con la irrupción de unas figuras en mallas y máscara blanca que, sin duda, llegaban de otra función (de El fantasma de la ópera en versión megapop). Tienen que verlo, está aquí abajo. Piensen que es una foto salida de la misma función de la arriba del todo, la de la crucifixión.


TRES.- Visto ya que el texto no da una y que el aspecto visual se hunde en el desastre, nos quedan la dirección y la interpretación. La primera, simplemente muy mal. Resbalando hasta en los momentos aprovechables. ¿Hay momentos aprovechables?, se preguntará el lector. Pues sí, un par. La escena del pozo con la samaritana no está mal, capta -por fin- la atención. Y la cosa adquiere cierta dignidad a partir de la Flagelación y, sobre todo, en la Crucifixión. Primero, porque la historia sigue siendo escalofriante dos mil años después, pero también porque hay alguna incursión en la arqueología artística (ver foto de arriba del todo) y porque se ha optado por una fisicidad que subraya el sufrimiento. Uno no puede contemplar impávido cómo suben a un señor a una cruz, o cómo lo bajan, percibiendo el peso de ese cuerpo exánime. Sin olvidar que, con música barroca a todo volumen, casi no hay nada que no tenga un pasar. Errores de dirección: Cristo camina con el peso de la cruz a cuestas, y lo mandan al extremo más lejano del escenario, mientras los demás trajinan con la maquinaria a plena vista en el lugar central. Sí, ya sé que hay que preparar la erección de la cruz, pero hombre: eso es hacer teatro, solventar esos problemas. Otro: sublime momento de la Piedad. La madre (la Madre por excelencia, el arquetipo de Madre) con su hijo muerto en brazos. El mejor momento. Los dos mejores actores de la función. ¿Cómo los colocan? En escorzo. Para que se vea lo menos posible. Como si se fueran ustedes a Roma y sólo les dejaran ver la de Miguel Ángel de lado. 

A Javier del Arco lo vi en la Sala Azarte en La partida, pero lo cierto es que no tengo el recuerdo tan fresco como para opinar. Aquí hace lo que puede con el papelón de Jesucristo edulcorado que le han marcado, en algún momento está hasta encantador, con ese físico de chico bueno que tiene con la barba cuidada y el pelo largo. La actriz que hace de Virgen María (creo que es Marta de Frutos, pero no puedo asegurarlo porque los créditos no están claros) eleva el nivel general cada vez que abre la boca.
P.J.L. Domínguez
           

DONDE MIRA EL RUISEÑOR CUANDO CRUJE UNA RAMA

Sala: Teatro Español (sala pequeña) Autor y director: Hugo Pérez Intérpretes: Estíbaliz Martyn, Mª Ángeles Pérez Muñoz / María Maciá (alternando para el San Gabriel), Katia Antipova, Badia Albayati, Pablo Rossi Rodino, José Miguel Baena, Iván Oriola. Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Las fotos no corresponden a la versión del Español, sino a la previa de la Sala Tribueñe. Da igual, las voy a poner, porque dan idea de la altura de una propuesta alucinante (una palabra de la que se abusa, pero que aquí es obligada).









Estupefaciente. No encuentro nada más adecuado que resuma mejor el espectáculo. No hay manera de adscribirlo a genéro o tendencia que yo recuerde en el Madrid de los últimos años. Algunos intentos ha habido de resucitar formas teatrales antiguas, pero el Ruiseñor es eso, y mucho más que eso. Detrás hay un individuo que es un meteoro de órbita excéntrica y luz propia: Hugo Pérez. Autor, director y todo lo que se puede ser de Por los ojos de Raquel Meller, un éxito clamoroso de crítica y público. Firma esta vez la autoría, la dirección, la iluminación (con Miguel Pérez Muñoz), el vestuario (con Ana Moreno) y las proyecciones. No he conocido en mi vida (y he conocido a mucha gente de la que sale en los libros de texto) a nadie con más talentos distintos. Perdonen que me ponga tremendo, pero puesto a buscar un referente, tengo que picar hasta, por ejemplo, Robert Wilson. Porque lo realmente estupefaciente del Ruiseñor es que todos y cada uno de los elementos que el espectador percibe en todos y cada uno de los momentos de la función están ajustados milimétricamente: música, dicción, prosodia, canto, vestuario, iluminación, movimiento de actores, ritmo narrativo. ¿Ven las fotos? Pues imaginen eso en movimiento y tendrán una pálida idea.

Sólo la autoría del texto revelaría ya una personalidad fascinante. Creo que se va a publicar, cosa que espero, porque es imposible apreciar sólo con la escucha la profundidad geológica de semejante artefacto, que incorpora estratos de muy diversa profundidad. Ya sorprende la habilidad con la que se reproduce el estilo de nuestra poesía -del tardomedievo al barroco- tanto de origen culto como popular; pero hay, además, un impresionante dominio de los conceptos y las imágenes poéticas de carácter sacro al alcance únicamente de un estudioso de la mística y las expresiones religiosas de todo tipo hasta el siglo XVII. Y no es un pastiche (aunque también es un maravilloso pastiche): este enorme caudal de conocimiento se combina de forma creativa, absorbiendo detalles contemporáneos (como "la primera vértebra judía y la última musulmana", cito de memoria). El espectador penetra un porcentaje variable de los significados, dependiendo de su cultura religiosa, pero no se preocupe. El efecto de conjunto es igualmente impactante, pille lo que pille. Este texto va a ser pasto de tesis doctoral, y si no me creen, al tiempo: va a salir algún exégeta de inmediato. De entre todos los momentos de brillantez, creo que me quedo con la enumeración de docenas de advocaciones de la Virgen... ¡con la melodía de Peregrina de Ricardo Palmerín! Otra genialidad. Y más abajo hablaremos de la música.

Este texto prodigioso se escenifica de forma no menos prodigiosa, a la manera de un auto sacramental. Todo está extremadamente ritualizado, estilizado, desde los anuncios de cada una de las jornadas que el acólito recita (la obra se subtitula Santo retrato de Gabriel y María en seis jornadas que hacen siete con el Glorioso epílogo a modo de Auto Sacramental). Los personajes se mueven con una lentitud majestuosa; en ocasiones, todos a la misma velocidad (y a la misma velocidad de los movimientos en las proyecciones, en un alarde de precisión). Apenas se relaja esta actitud en el delicioso baile de la escena de los Desposorios de la Virgen. La acción se detiene a veces en tableaux vivants calcados de la pintura barroca (vean las fotos); se extrema la estilización en los gestos de las manos, constantemente colocadas en ademanes místicos. La iluminación (sigan viendo las fotos) es colaboradora imprescindible para acentuar estos parentescos, con resultados magistrales a partir de medios tan sencillos como una gasa o una superficie reflectante en el suelo. La inundación simbólica es acentuada por elementos de utilería (la pluma de pavo real, la copa, la espiga, las flores...) que le hacen a uno desear salir corriendo a buscar un diccionario de símbolos.

De toda esta belleza, resaltaría dos momentos. La adoración de Gabriel, Santa Ana, la Virgen y San José que, congelados en una postura inclinada e iluminados desde abajo, acentúan de pronto la inclinación todos a una. El efecto es de emoción sobrenatural. El otro: la Dolorosa recibe un beso en la mano y, un segundo antes de que la luz se extinga, hace un mohín con la cabeza. Les parecerá quizá que se me ha ido la olla mientras escribo, pero tengan en cuenta que la función está construida sobre sutilezas de este calibre.

Casi todo el texto se canta, y el acompañamiento de piano es constante. Mikhail Studyonov ha compuesto una música con una pata en la tradición y otra en la modernidad, en la que se merodea alrededor de núcleos centrales -más modales que tonales- ocultos entre brumas. Tiene a ratos, y es lógico, un parentesco evidente con la música de la Generación de la República. A veces emergen con mayor claridad ritmos de origen popular. O la citada Peregrina en una versión (tengo que usar otra vez la palabreja) sorprendente. Es, desde luego, una música muy por encima de los estándares que estamos acostumbrados a oír en escena.

¿Qué decir de los intérpretes? Cantan -y cantan cosas realmente complicadas con ese acompañamiento que presta muy pocos apoyos a la línea melódica- mientras se mueven como si estuvieran programados y mantienen posturas imposibles. No quiero ni pensar en los ensayos que habrá costado todo esto, y en la entrega que supone. Más que intérpretes, se me antojan miembros de una secta encabezada por un visionario.  

Bueno, quizá ya basta, ¿no? Supongo que ya lo han entendido. Nadie que vea este montaje lo olvidará nunca. A la salida, JM me dijo lo que iba yo pensando: "esto debería verse fuera". Y dentro. Corran a por entradas, y manifiéstense a la entrada del teatro, si es preciso, para que la prorroguen o la reprogramen. A una mala, supongo que volverá a la Sala Tribueñe, que es donde nació. 
P.J.L. Domínguez
           

sábado, 23 de marzo de 2013

A CIELO ABIERTO

Sala: Teatro Español Autor: David Hare (versión J.M. Pou) Director: José Mª Pou Intérpretes: José María Pou, Nathalie Poza y Sergi Torrecilla Duración: 2.20' (30 minutos de entreacto)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Hay cosas que gustarán a los seres humanos mientras el mundo exista. Nuestra sensibilidad está abierta a las mezclas de género (Return), al circo contemporáneo (Kooza), a la revitalización de los géneros ínfimos (La mirilla) o al más transgresor de los creadores. Eso sí, el teatro-teatro de siempre no deja nunca de atraparnos. A cielo abierto es texto convencional, intepretación convencional. 

Pero qué texto, y qué interpretación. Una pareja se enfrenta a sus divergencias políticas, sí, pero más que políticas: tienen visiones opuestas de la vida (esto recuerda mucho a Tal como éramos). Alrededor de ese núcleo narrativo se trenza la peripecia de los dos personajes presentes y de la definitivamente ausente: la batalla entre nuestros afectos y lo que la vida nos impone. O sea: una pieza sobre el amor, y sobre todo lo demás. Con aciertos supremos, como la escena final, que leída debe de parecer un estrambote arbitrario, pero cuyo rendimiento dramatúrgico en escena confirma y remacha la altura de la obra.


    Pou y Poza, en estado de gracia. El primero se dirige a sí mismo, cosa al alcance de pocos talentos. En mi función se llegó a aplaudir un parlamento de la segunda, algo infrecuente hoy en día. Sergi Torrecilla, muy bien. Son casi dos horas y media de disfrute ininterrumpido.

Y lo que no cabía allí (las frases en negrita son los enlaces entre ambos textos):


El teatro-teatro de siempre no deja nunca de atraparnos.  La idea de progreso científico transplantada de cuajo al arte ha producido graves daños en disciplinas como la pintura o la música "contemporáneas" (ambas prácticamente difuntas por ese motivo), pero también serios -y perfectamente gratuitos- problemas en mucha gente a la hora de percibir y disfrutar las formas y géneros del arte histórico. Como si uno no pudiera ser friki del manga y lector empedernido de Baroja. Lo cierto es que el arte no progresa hacia ninguna parte. Evoluciona, cambia sin cesar, pero lo nuevo no anula a lo viejo, como una teoría científica cancela a la anterior. Nuestra sensibilidad está hecha de múltiples capas, y esto es especialmente importante en el teatro, donde no hay una obra (como pueden ser el Doríforo o la catedral de Siena) sino una obra y su representación. 

Le bourgeois gentilhomme (2004)
de Le Poème Harmonique
(Foto de Marco Borggreve)
Tomemos un ejemplo: podemos ver El burgués gentilhombre en la versión arqueológica de Le poème Harmonique -que resucita su aspecto primigenio, con la música de Lully-, en versión tradicional con texto original -sin música, con vestuario de época e interpretación convencional- o despanzurrada, incluso con el texto vuelto del revés, si a cualquier creador de vanguardia se le ocurre hacerle la autopsia. Todas valen. Todas las podemos entender, porque nuestro bagaje incorpora todo lo que nuestra cultura ha aportado históricamente (y, desde hace un par de siglos, también lo que han aportado otras muchas culturas del planeta). Estoy, en el fondo, enmendando la plana a tanto maestrillo -los he conocido- que explican a sus alumnos que la tosca pintura medieval progresó cuando el renacimiento perfeccionó las técnicas de representación. O al amigo Adorno, que condenaba al círculo del infierno reservado a los reaccionarios a todo aquel que no compusiera siguiendo con fervor religioso la serie dodecafónica. Les estoy metiendo este rollo porque hace unos días pillé a alguien arrugando la naricilla al hablar de Deseo de Miguel del Arco, con ese prejuicio absurdo que eleva o rebaja la altura de una propuesta a priori, según se adscriba a tal o cual género. Y también para tranquilizarles: les puede gustar una revista de la estupendísima Norma Duval (si vuelve a hacer alguna, que ojalá) a la vez que les entusiasma el último delirio chino de la Liddell. No dejen que nadie les obligue a avergonzarse de su Duval personal, serán más modernos que nadie.

Les sugiero un ejercicio. Cojan la lista de obras de la Guía del Ocio en papel (o abran el desplegable de la web donde dice "obra / selecciona"). Repasen los títulos e intenten adjudicar género a cada uno. Aparte de que sufrirán serios tropiezos en la tarea (a ver quién es el guapo que le pone etiqueta a Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama) comprobarán que hay rigurosamente de todo. Pues bien, esa etiqueta no sirve rigurosamente de nada para deducir la calidad de lo que esconde. A cielo abierto no puede ser más convencional, pero esto no le quita ni un miligramo de su valor.

Esto recuerda mucho a Tal como éramos. Pues sí. Bastante. Por si me lee algún jovenzuelo, le recomiendo la peli (The way we were, Sidney Pollack, 1973). En ambos relatos, una pareja que obviamente se quiere se enfrenta a enormes obstáculos derivados de la visión de la vida que cada uno tiene. Diríamos, apresuradamente, que profesan opiniones políticas divergentes. Pero al hablar tanto de una como de la otra historia, la palabra "política" adquiere una dimensión mucho más profunda que la que le otorgamos en el lenguaje cotidiano. No es que voten a partidos distintos, sino que su forma de estar en el mundo es radicalmente opuesta. La grandeza del texto de Hare estriba en que entendemos a ambos, claro está, pero también en su habilidad al trenzar la peripecia concreta que los ha conducido a la relación, y en el dibujo de un personaje ausente, pero de peso: la difunta esposa.

En mi función se llegó a aplaudir un parlamento de la segunda, algo infrecuente hoy en día. Yo diría que se  aplaudió por dos motivos: por la estupenda y emotiva interpretación de Nathalie Poza y por el mensaje. Esto se ha hecho en el teatro durante siglos (por uno y otro motivo), y se hace en otros países con más frecuencia que aquí, donde parece que hemos perdido completamente la capacidad para el aplauso, el pateo, el silbido, etc., cohibidos por la liturgia de la comunicación con las musas. Pero me gustaría señalar que, desde hace un par de años, oigo aplaudir en mitad de la representación en los lugares más insospechados (como la Zarzuela, el Valle-Inclán o el Español) en cuanto el discurso roza la cuestión social, por decirlo finamente. Alguien debería prestar atención: el teatro es un termómetro infalible del estado de ánimo de los pueblos desde, al menos, los griegos.

En fin, merece la pena pasarse a verla y medir, como decía en la crítica de la Guía, lo que supone que Pou haya sido capaz de lograr una interpretación de esta altura dirigiéndose a sí mismo (y no me hagan recordar un batacazo reciente de alguien que intentó lo mismo).
P.J.L. Domínguez
           

INVASIÓN

Sala: Teatro Conde Duque Autor: Guillem Clua Director: José Luis Arellano Director artístico: David R. Peralto Intérpretes: David Chamero, Víctor de la Fuente, Luis Enrique Moreno, Fany Núñez, María Romero. Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Les decía el otro día, a propósito de La ceremonia de la confusión, que tiene uno que hablar de cada propuesta ajustando la mira; que no es lo mismo hablar del guiñol del Retiro que de la Royal Shakespeare. Aunque no crean, lo de poner el filtro no es tan fácil como pueda parecer a primera vista; en fin, no les cansaré con mis historias. Viene todo esto a cuento de que Invasión es fruto del trabajo con jóvenes, un trabajo en el que -esto no puede perderse de vista- el primer objetivo es su iniciación en el teatro. En otras palabras: el resultado artístico final, si no queda reducido a objetivo secundario, pierde, al menos, su condición de suprema y casi única aspiración del montaje, contrariamente a lo que ocurre con cualquier propuesta artística. Así que va uno a estas cosas con la actitud de "venga, qué interesante, qué estupenda actividad de interés social", pero temiendo en el fondo aburrirse como en una función escolar en la que los niños son de otro.

Es importante señalar que en esta Joven Compañía de Teatro (que es como se hace llamar) los jóvenes son los intérpretes. El resto del equipo artístico y de producción está compuesto por personas ligadas a Acción Sur y a la Escuela Municipal de Teatro de Parla con una larga trayectoria de fomento y práctica del teatro juvenil. Parece, por tanto, que la intención es la de proporcionar a los actores noveles un entorno de trabajo de nivel profesional. Desde luego, se nota: Invasión no es una función de instituto, con todos mis respetos por el teatro escolar. Sus  pretensiones son de mayor altura. 

Guillem Clua
Ya el texto de Guillem Clua fue escrito, creí entender, con la intención de que fuera representado por jóvenes. Aunque en esto soy un poco escéptico: no sé si a una persona de veinte años le tiene que atraer más, a priori, una pieza escrita expresamente que Romeo y Julieta, por ejemplo. Algo que parece confirmar la trayectoria previa del grupo: la función anterior fue una Numancia de Cervantes, un texto no precisamente masticable. En cualquier caso, Invasión tiene su gracia. Aparte de su atmósfera de ciencia-ficción (la tierra ha sido invadida por alienígenas) es sobre todo un ejercicio narrativo de yuxtaposición troceada -espero que me entiendan- de tres historias de amor y guerra (me ha quedado como la zarzuela: Cançó d'amor i de guerra). En esos dos conceptos cabe cualquier cosa, claro, y hay de todo: traición, lealtad, odio, reconciliación, heroísmo... Pero gobierna la acción. Tres historias de acción entreveradas hasta casi la simultaneidad con una hábil técnica de escritura que permite su fácil comprensión... O sea: que la cosa entretiene. La voltereta final, que explica la relación de lo aparentemente inconexo, está bien traída. 

José Luis Arellano
No era fácil de dirigir. Mejor dicho: era bastante puñetero de dirigir. En estos casos, lo primero que se le ocurre a uno es separar radicalmente los distintos relatos mediante la escenografía, la iluminación, etc. Pero aquí hay una renuncia evidente a estos (legítimos) recursos. Los elementos escenográficos y la iluminación están utilizados con acierto, pero reducidos al mínimo imprescindible. Así que el único modo de evitar un barullo de narices entre tres líneas narrativas situadas en planos espaciales y temporales distintos que comparten el mismo escenario era extremar el cuidado en tiempos, movimiento de actores, uso del espacio... Algo que Arellano hace muy bien: se había entrenado en La piel en llamas del mismo Clua, que recurría también a las acciones paralelas en escena, y donde contó con la colaboración de Chevi Muraday. La cosa quedó impecable. En Invasión hay pequeños detalles virtuosos, como cuando el mismo movimiento de la misma valla representa simultáneamente la puerta de la acción precedente y la de la acción posterior. También juegan a favor la musica y los efectos de sonido (otro detalle que no sé si estará ya en el texto: la misma explosión, o las mismas detonaciones, integradas en las distintas historias).

Los chicos/as, bien. Lamentablemente, no encuentro sus nombres por ninguna parte. A mí me gustaron más el soldado gay y la chica que alimenta al monstruo (que, ciertamente, son los papeles con más matices). A JM, el soldado machirulo y el novio de la mencionada. Desde luego, todos tienen empuje. En general, cabe recordarles una máxima casi siempre de aplicación. Dejemos hablar a Muñoz Seca, santo patrón de este blog:

Es que su inocencia ignora
que a más de una hora, señora
las siete y media es un juego

¿Un juego?

Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas
pues juegas cien veces, mil
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor
porque indica que mal tasas.
Pero ¡ay de ti, si te pasas!
Si te pasas es peor.


Si te pasas es peor. Una parte importante del aprendizaje del actor consiste en entender que, casi siempre, menos es más. Menos intensidad evidente en el actor, más intensidad percibida por el espectador. Que vale más apretar los dientes que los puños. Una cierta dosis de contención espolvoreada sobre el grupo le haría bien a la función.
P.J.L. Domínguez


POR CIERTO: Alguno de los que están entrando a chorros en esta crítica podría dejarme un comentario con el nombre de los actores / actrices (y con el papel que hacía cada uno, para que nos enteremos todos).


A ver, que ya me voy enterando. Éste de la izquierda es Víctor de la Fuente, el novio de la chica que confraterniza con el alienígena. Muy bien en la arenga inicial. El de la foto de arriba mirando a cámara es David Chamero, el soldado presuntamente hetero. No encuentro fotos de Luis Enrique Moreno, el traidor, ni de María Romero, la que da de comer al alienígena. Por cierto: no sé si esta chica sabrá que es homónima de una gran actriz de doblaje. Me pasan también el nombre de Fany Núñez, pero no sé si el tercer soldado, o la presa. Seguiré investigando.