domingo, 20 de noviembre de 2016

INTERRUPTED

Sala: Teatro Lara Autoras: Fiona Clift, Andrea Jiménez, Noemi Rodríguez y Blanca Solé Directoras: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez Intérpretes: Ariana Cárdenas, Andrea Jiménez, Esther Ramos y Noemi Rodríguez Duración: 1.10' 
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Encuentro la foto en rinconfriki.es. Son Noemi Rodriguez, Ariana Cárdenas, Andrea Jiménez y Esther Ramos. Son Teatro Envilo.
Interrupted está cargada de avales de todo tipo: candidaturas, premios, recomendaciones... Algún vídeo que encontré por ahí prometía. En suma, lo tiene todo. Y ahora les cuento.

Me dicen en la puerta que dura hora y media. Obediente, apago el móvil. Termina la función, y pienso: "La hora y media se hace larguísima, a esto le sobran por lo menos veinte minutos". Enciendo el móvil: hora y diez. Les comunico que tengo una percepción del tiempo bastante precisa, no sé si por vía genética (mi señor padre ha sabido siempre la hora sin mirar al reloj) o adquirida (muchos años de entrenamiento musical). ¿Por qué esta comunicación? Para subrayar que una pieza que consigue hacerme creer que han transcurrido noventa minutos, en vez de los setenta reales, me ha aburrido mucho. Pero mucho.

Excelente idea (dramatúrgica, escenográfica y de estilo), estupendas actrices. ¿Problema? Uno muy habitual en las creaciones colectivas. Falta poda. Falta un criterio unificador que tome las dolorosas decisiones de acortar, quitar lo que -visto aisladamente- puede ser gracioso, ocurrente, ingenioso... pero que resta coherencia y velocidad al conjunto. En mi modesta opinión, los materiales que conforman Interrupted dan para un espectáculo resultón de unos cincuenta minutos. Abonando el aspecto dramático -que lo hay- quizá para una horita.

Como no hay mal que por bien no venga (qué dulces mentiras consoladoras nos hemos inventado los humanos durante siglos) el esfuerzo -vaya diíta tuve yo antes de entrar al Lara- mereció la pena por conocer a Noemi Rodríguez. Un pedazo de payasa. Nota: "payasa" es un elogio en este blog. Espero verla más.
P.J.L. Domínguez
          

LA COCINA

Sala: Teatros Valle Inclán Autor: Arnold Wesker (versión de Sergio Peris-Mencheta) Director: Sergio Peris-Mencheta Intérpretes: Silvia Abascal, Roberto Álvarez, Fátima Baeza, Aitor Beltrán, Almudena Cid, Víctor Duplá, Patxi Freytez, Javivi Gil Valle, José Emilio Gimeno, Ricardo Gómez, Pepe Lorente, Óscar Martínez, Natalia Mateo, Xabier Murua, Diana Palazón, Paloma Porcel, Ignacio Rengel Lucena, Xenia Reguant, Nacho Rubio, Alejo Sauras, Marta Solaz, Romans Suárez-Pazos, Mario Tardón, Javier Tolosa, Carmen del Valle y Luis Zahera Duración: 2.20' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Foto: MarcosGpunto
Espero que tengan aquí en breve el enlace a mi crítica en la Guía del Ocio. Entre tanto, el acostumbrado avance:

He mirado en el diccionario de sinónimos el término PROEZA. Me salen varios aplicables: HAZAÑA, GESTA, EPOPEYA, HEROICIDAD. Si me dan a leer el texto, juro que no se puede llevar a escena. Si me cuentan el resultado de la osadía, no me hago ni una lejana idea. La cocina no va a dejar ni un solo premio disponible para otros montajes.


SAQUEN ENTRADAS EN CUANTO LEAN ESTO. VAN A VOLAR, Y ME PARECE IMPROBABLE QUE SE PUEDA REPROGRAMAR UNA FUNCIÓN CON 26 PERSONAS EN ESCENA.

Hasta quien no aprecie la dramaturgia (desde luego, no es mi caso) saldrá atónito ante la impecable resolución técnica (de dirección, interpretativa, coreográfica, ¡de utilería!) de un problema que parece irresoluble. A mí me parecía irresoluble incluso cuando la resolución se estaba desarrollando ante mis ojos. No me lo podía creer. Nadie va a olvidar esta función.
* * *
Escribí lo anterior a toda prisa a la mañana siguiente de verla, y acerté. Las entradas volaron, ya circula en twitter el hashtag #reposiciónlacocinaCDN. Pudo ser -al menos en parte, no voy a sobrevalorar mi influencia- una profecía autocumplida, porque la página tuvo más de dos mil entradas en un periquete. Después, publiqué la crítica en la Guía, se tituló PROEZA e iba acompañada de cinco estrellas. Ahí la tienen:
La cocina no es reto para pusilánimes. Leído, de­be de parecer a cualquiera una empresa impo­sible. La respuesta que Sergio Peris-Mencheta ha dado a este reto sobrepasa cualquier descripción. Si me lo contaran, no creo que fuera capaz siquiera de acercarme a imaginar lo que está sucediendo día tras día en el Valle-Inclán.
 Una proeza, un alarde de virtuosismo, un conflicto entre lo que los ojos dan por cierto y lo que la razón se resiste a proce­sar. Veintiséis intérpretes. Pero no veintiséis intér­pretes que se turnan en escenas sucesivas, sino una algarabía trepidante –una gran cocina a todo gas con los camareros y camareras vociferando pedidos y saliendo a servirlos– con la mayoría de ellos en escena durante prolongados períodos de tiempo. La labor de los utileros debe de ser otro es­pectáculo en sí misma.
Todo ese movimiento (el término se me queda cor­to) ha contado con la asesoría de Chevi Muraday. La inmejorable escenografía es de Curt Allen Wilmer. Pero los colaboradores imprescindibles eran estos veintiséis que podrán decir siempre “yo estuve en La cocina”. Un elenco admirable en el que nadie desentona, pero en el que sobresalen quizá –tanto por los papeles como por el derroche de talento– Xabier Murúa (muy bien secundado por Abascal y Lorente, novia y amigo) y Aitor Beltrán. Lástima no poder citarlos a todos.

* * *
A continuación vino el pasmo, cuando vi otras críticas en papel (me da la sensación de que lo digital es prácticamente unánime en la alabanza). Los pasmos son de cada uno, y ya saben que los míos suelen referirse a pestiños infumables ensalzados entre nubes de incienso. Pues hala, al revés. Vallejo (El País) tres estrellas, García Garzón (ABC) tres estrellas. Villán (El Mundo), cuatro, menos mal. Ya saben que cuando me ocurren estas cosas no puedo evitar ponerme a buscar explicaciones a la divergencia ante lo que a mis antenas receptoras les parece clarísimo (que otra cosa es cuando se queda uno en el pantano a veces indefinible del aprobadillo). Y tengo una modesta hipótesis: La cocina parecerá una obra maestra a todo el que tenga una concepción del teatro como algo que supera con mucho a la suma de texto y actores. Déjenme ser más básico: la juzgarán una obra maestra todos los que veían en los montajes del desaparecido Pandur un alarde de dominio de los tiempos (muy por encima de lo puramente visual, que a veces parecía ser lo único que se veía) y no una frivolidad que dejaba el texto a la altura del barro (perdón, del vídeo, quería decir). Ojo, que con esto no estoy descalificando a nadie, ya que cada uno puede tener la idea del teatro que mejor le parezca, faltaría más. Pero a mí, que tan buen teatro me parece Reikiavik como Fausto, La cocina me parece la bomba. Si tiene un rato y le apetece leer por qué creo que ambos tipos de teatro son igualmente válidos, siga el enlace que le he puesto al Fausto.

Así estaban las cosas de la crítica cuando ayer (sábado 10 de diciembre) salío la de Ordóñez en Babelia, a la que sólo le falta pedir que pongan una plaza a Peris-Mencheta. Como esta vez besaría por donde escribe (ha usado incluso el término proeza, encontrar estas coincidiencias me reconforta siempre, debe de ser un núcleo de inseguridad que llevo escondido en alguna parte) me ahorra escribir un porrón de cosas para las que no he encontrado tiempo desde hace veinte días. Pero algo añadiré.
* * *
Que yo recuerde, las lágrimas se me han saltado por motivos puramente estéticos -sin mezcla de cuestiones emocionales- tres veces. Una vez, al llegar al verbo principal de una frase de Proust que medía docenas de metros. Otra, con el arranque del Concierto para clave de Falla. La tercera, con el momento paroxístico de La cocina. No sé para qué les cuento estas cosas, porque terminarán sacándome coplillas; es verdad, estas cosas me pasan. Pero volvamos a La cocina: no fueron sólo lágrimas, me dio la risa histérica ante la divergencia entre lo que me decían la razón ("esto no puede hacerse") y los ojos ("lo están haciendo"). "Esto" eran los veintiséis intérpretes desarrollando la vida ante los espectadores estupefactos. La vida fingida, claro está. En la vida se improvisa, pero aquí cada movimiento debe estar milimetrado o el resultado sería un cataclismo. Semejante alarde coral es planteable en el cine, donde uno rueda fragmentos y los monta, pero esta cima del tiempo real debería quedar almacenada en nuestra retina y en la historia de nuestro teatro como determinados planos secuencia han quedado en la historia del cine (en esa lista falta uno de mis favoritos, el de la playa de Dunquerque en Expiación). Las pocas voces que me han llegado de quienes no han visto una gran función en La cocina reconocen -no hay más remedio- el gran resultado técnico. Hay que moverlos de un lado a otro, hay que conseguir que cada uno mime la actividad que realiza (pelan patatas, limpian pescado, fríen, cuelan, baten...  ¡sin comida!), hay que conseguir dirigir la atención del espectador hacia este gesto o hacia aquella frase, hay que utilizar cientos de objetos (la mayoría de las veces, evitando hacer ruido, para no distraer la atención del foco principal, cuando existe), hay que sacar y volver a meter esos objetos en sus lugares... Una locura.

¿Cómo ha sido posible? Pregunté cuánto habían ensayado. Me dijeron que lo habitual para las producciones del CDN. "Es imposible", respondí. Y me cuentan que el director llegó a los ensayos con una pila de papeles que lo contenían ya todo previamente decidido. Era la única manera. Pónganse a dirigir esto de otro modo y necesitarán seis meses de trabajo. [Después de escribir eso me doy cuenta de que Ordóñez dice "cinco meses de ensayos". Les dejo con mis mismas dudas] Todo esto supone un talento fuera de lo común para la abstracción espacial y narrativa. Me parece extraño que no lo vocifere todo el mundo. Algunos recordarán que hace tiempo tuve un rifirrafe con Peris-Mencheta, no debo de ser ser sospechoso de hacerle la pelota. Así que al César lo que es del César: La cocina tiene detrás un cerebro privilegiado. Asomaba la patita en Continuidad de los parques y en La puerta de al lado, pero esta vez hemos asistido a la conversión de alguien en indiscutible. Alguien a quien ni siquiera los futuros errores (también los cometen los indiscutibles, miren la racha de Del Arco antes de su recuperación) podrán arrebatar ese mérito.
* * *
Salí pensando que habría quien reconocería, como decíamos, el alarde técnico, pero pondría pegas a una dramaturgia "débil". Niego la mayor. En primer lugar, porque es no ver la capacidad de construcción dramatúrgica de un hallazgo técnico estrepitoso. Lo del vídeo de Pandur, si me dejan seguir usando caricaturas. Más caricaturas, que tengo siempre el pavor de no explicarme lo suficiente (es el pavor del pelmazo): si yo cuento Caperucita Roja, pero -a mitad de narración- quemo un castillo de fuegos artificiales, ya no es Caperucita Roja, es algo distinto. Según cuándo y cómo ponga los fuegos, el resultado dramatúrgico será bueno o malo, pero es innegable que tendrán repercusión dramatúrgica. Pues eso. El frenesí de esta cocina no permite distinguir técnica / dramaturgia. Es un logro técnico de brutal repercusión dramatúrgica.

Pero diré más. La dramaturgia débil -no hay una línea narrativa tradicional que comience, se desarrolle y culmine- de Wesker lo es sólo en apariencia. Cierto que son retazos de vida, pero la potente caracterización psicológica de los personajes es la sólida urdimbre en la que se apoya la trama de los acontecimientos (más o menos débiles). Eso en lo que respecta al texto. Y en lo que toca a la puesta en escena, la sucesión de los berridos y la calma, del frenesí y los momentos de charla tranquila, ensoñación o (hay un par estupendos, Lili Marlen y el sirtaki) de deriva musical están perfectamente engarzados. Repito. Niego la mayor: no es un envoltorio ténico de lujo para una dramaturgia escasa. No.

Y añado. Una consideración histórica de relieve dramatúrgico. Vista hace diez años, esta comunidad de trabajadores provenientes de todos los rincones de una Europa desolada nos hubiera parecido sólo una reconstrucción de época. Ahora se ha convertido en una ominosa advertencia. Europa o el desastre, y todo parece indicar que será el desastre. Ese sustento dramático -en el sentido general del término- colabora al desarrollo dramático -en su sentido específico-.

* * * 
Me gustaría ponerme a comentar uno por uno el trabajo de los veintiséis, pero tengo el blog desatendido y no puedo dedicar más tiempo a esta entrada. Les copio (por si han sido perezosos y no han seguido el enlace) lo que dice Ordóñez (Dios mío, qué parasitismo):

"El elenco está perfectamente repartido y todos están fantásticos, pero ahora vuelven a mi memoria el alemán Peter (Xabier Murúa), un volcán a punto de estallar, quintaesencia del antihéroe angry, quizás el protagonista porque su malestar es más intenso, y Monique (Silvia Abascal, un esperado retorno), la francesa cortejada por Peter y por Gastón (Nacho Rubio), y la humanísima Bertha (Paloma Porcel), la cocinera judía, y el alegre y vivaz Mangolis (Ricardo Gómez). Y el achulado Max (Javier Tolosa) y el amargo Nicholas (Víctor Duplá). Y el veterano Frank (Patxi Freytez), para el que “de todo hace ya mucho tiempo”, y la recién llegada Violet (Xenia Reguant). Y la angélica pareja de reposteros, Ramone (Mario Tardón) y Paul (Javivi Gil Valle, nuestro Victor Buono, siempre con el corazón en la mano). Y el chef Robert (Roberto Álvarez), que lleva el timón y no pierde la calma. Y Marango (Luis Zahera), el dueño, la versión italiana del tío Gilito, incapaz de comprender lo que desean sus empleados".

Aquí los tienen:

Javier Tolosa (Max), Aitor Beltrán (Dimitris), Mario Beltrán (Tardone), Alejo Sauras (Kevin), Roberto Álvarez (Robert), Patxi Freytez (Frank), Javivi Gil (Paul), Ricardo Gómez (Mangolis), Nacho Rubio (Gaston), Ignacio Rengel (Winter), Carmen del Valle (Anne), Pepe Lorente (Hans), Xabier Murúa (Peter), Luis Zahera (Marango), Román Suárez Pazos (Bertrán), Víctor Duplá (Nicholas), Paloma Porcel (Bertga), José Emilio Gimeno (Michael), Óscar Martínez (Jack), Natalia Mateo (Cinthia), Almudena Cid (Molly), Diana Palazón (Gwen), Silvia Abascal (Monique), Marta Solaz (Daphne), Fátima Baeza (Hettie) y Xenia Reguant (Violet).

Sólo añadiré que Murúa me gustó mucho en Los buitres, una función chiquita pero matona que, por alguna de esas extrañas leyes que rigen el recuerdo, me viene a la memoria una y otra vez. Quizá tenga que mencionarla mañana otra vez, si cuelgo de una vez la crítica de La noche de las tríbadas.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 14 de noviembre de 2016

INVENCIBLE

Sala: Teatros del Canal Autor: Torben Betts (versión de Jordi Galcerán) Director: Daniel Veronese Intérpretes: Maribel Verdú, Jorge Bosch, Pilar Castro y Jorge Calvo Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Qué decepción. Esperaba -como supongo que todo el mundo- mucho de Veronese y de este elenco. 

Suele ser complicado juzgar un texto habiéndolo oído una sola vez, pero tengo muy pocas dudas con Invencible: es excelente. Excelente, pero endemoniado. Y, además, excelente y endemoniado por la misma razón: porque va saltando de género a género, a veces de una línea a la siguiente. Esto exige mucho trabajo a todo el mundo: al director, a los intérpretes y al espectador. Me recuerda, en este aspecto, a la genial El filósofo declara de Juan Villoro, estrenada hace poco en el Romea y que aún no sabemos si llegará a Madrid. Son piezas cuyo reto fundamental es encontrar el tono. Si tiene uno un tipo básico y charlatán que sólo habla de fútbol y de lo buena que está su mujer; una pija obsesionada por la corrección político / social / ecológica de todo lo que hace y dice, y 


ATENCIÓN, SPOILER

un gato del primero que la segunda no puede soportar, porque acosa a los hámsters en el jardín, puede tirar por la comedia de trazo gordo, por el sainete... hasta por las matrimoniadas del Moreno. Pero si, de pronto

ATENCIÓN, SPOILER MÁS GORDO

y como por casualidad, nos enteramos de que este carácter tirando a rigido de la pija oculta un hijo muerto mientras sus padres se emborrachaban... ¿qué hacemos con la comedia gruesa de hace un momento? Y, lo que es peor, si ambos registros -el choque costumbrista del proletariado y la pequeña élite intelectualizada y el drama de la insatisfacción profunda en la que al menos tres de los cuatro personajes están o terminan ubicados- se van turnando... ¿en qué tono me quedo? Hay incluso uno de esos largos equívocos en los que unos personajes hablan de una cosa y otros de otra, mientras el espectador se regodea en la carcajada que le espera ahí al fondo, en algún momento. Sólo que aquí eso ocurre sobre un trasfondo dramático. Ahí está la gigantesca dificultad. Hay que encontrar un lugar, una forma de estar, moverse y decir que tanto valga para provocar una carcajada como para hacer creíble la amargura. Y, lamentablemente, este montaje no la ha encontrado. Poco más se puede decir, es un experimento fallido. Se deja ver, no es que nadie se aburriera, pero no va más allá, y de Veronese cabía esperar otra cosa.


Y, sin embargo, de algo me ha servido Invencible. He descubierto a Pilar Castro (ahí la tienen, en la foto). Me gustó en Babel, era la que mejor estaba; me gustó, y mucho, en Buena gente, maravillosa en un doblete peliagudo. En Invencible, simplemente se come la pieza. Miren si son buenos Verdú, Bosch y Calvo (un tipo que consiguió la proeza de quedar bien en un desastre del tamaño de La chunga). Pues bien, no hay quien se crea lo que hacen. Ninguno de los tres personajes alcanza la verosimilitud, en esa montaña rusa, ese ir y venir del gato al drama del que les hablaba. Calvo grita tanto desde el primer segundo para hacer reír, que cuando tiene que encogernos el corazón ya sobra cualquier inflexión de volumen. Verdú no se entiende de dónde viene, parece solo una histérica, no hay manera de sentir compasión por lo que sea que le pase por dentro para hacerle ser así por fuera. Bosch está casi reducido a comparsa. La única que todo lo pone en su sitio -cada vez que abre la boca- es Castro. ¿Por qué? Yo diría que porque, cuando tiene que ser una señora tirando a barriobajera, se guarda mucho de exagerar; no le hace falta hacerlo para que el humor rezume solito del texto, de la construcción del personaje y de su gesticulación vulgar, pero con el estereotipo sin descontrolar. Cuando tiene que cambiar de registro le basta con seguir siendo el mismo personaje real. Es una humilde hipótesis. Los dos únicos grandes momentos de la función son suyos: la explicación con su marido y el final. Viva Castro.
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 4 de noviembre de 2016

PERPLEJO

Sala: Teatro Galileo Autor: Marius von Mayenburg Director: Tito Asorey Intérpretes: Melania Cruz, Fernando González, Fran Lareu y Laura Míguez Duración: 1.25' 
La función ya no está en cartel


Esto es Perplejo, vayan calculando. Les pongo otra más abajo para que tengan un poco de perspectiva. Son Cruz, Mínguez, González y Lareu.
Séptima entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada (empecé con ésta que les enlazo). Me daba MUCHA pena dejar a Perplejo sin ninguna mención. Creía que había pasado por el Galileo sin pena ni gloria, pero veo que hubo hasta critica de Vallejo en El País. Un texto del alemán Marius von Mayenburg con un título perfectamente puesto. Así se queda uno, perplejo, cuando empiezan a pasar cosas. Un texto que demuestra que aún se puede hacer mucho jugando con el concepto de género. Esto está entre el Mihura de Tres sombreros de copa y una sit-com, pero por más que les explique, creo que se van a enterar mejor si miran las dos fotos que les he puesto. Muchos de los comentadores, la propia compañía -y, a lo mejor, el mismo autor- han subrayado que el desparrame del argumento (cambia todo de una escena a otra, este era tal ahora es cual, eran los propietarios ya no lo son...) hace referencia a la situación actual de Europa. Hay basura que huele (digo en la función, en Europa ya se sabe). Pero ya saben mis habituales que esto del tema me pone nervioso. Claro que las ficciones tienen tema. Otelo haba de los celos. Pero la frase "Otelo habla de los celos" es de una cortedad insufrible. Un artículo científico que se titule Celopatías asociadas a demencias seniles habla de los celos. Otelo es mucho más. Esta semana decía Pere Gimferrer en una entrevista que el tema de la poesía es siempre la poesía. 

El tema del teatro es siempre "a ver si consigo un artefacto que se tenga en pie durante una hora y veinticinco (en este caso) con estos mimbres". Los mimbres de Perplejo son tan peculiares que les ruego consideren eso de la podredumbre de Europa como algo completamente secundario. 


Tito Asorey había dirigido a la compañía gallega iLMaquinario (se escribe así, ya saben cómo son los artistas) en El hombre almohada, que estuvo en Madrid, pero que me perdí. Lo siento ahora, porque esto está muy, pero que muy bien llevado, y el reto de una cosa que cambia de aspecto cada pocos minuto sin dar tregua era considerable. Los intérpretes están estupendos (aquí tienen un dossier donde los encuentran a los cuatro). Me gustó mucho Fran Lareu, uno de esos tipos que tienen muchísimo más carisma en vivo que en las fotos. Y también Laura Míguez, graciosísima, a veces con un aire interpretativo a la gran Macarena Sanz. Escenográficamente sencilla -no le hacía falta más- e impecable (Luis Iglesias, "Luchi") y con un vestuario chisporroteante (el texto ayuda) de Yaiza Pinillos (La venus de las pielesen 2014). Una de las piezas de la temporada: el disfraz de volcán que lleva Míguez, entre campesina mallorquina y una imagen de la Virgen. Inenarrable verla recorrer el escenario con ese invento bamboleándole encima. La tienen en la foto de arriba del todo.

No sé si la función seguirá viva, pero si les pasa cerca no se la pierdan. (Acabo de comprobar que estuvo en Valencia el pasado día 29, así que ¡sigue viva!)
P.J.L. Domínguez

          

jueves, 3 de noviembre de 2016

LAS PRINCESAS DEL PACÍFICO

Sala: Teatros Luchana Autores: José Troncoso, Alicia Rodríguez y Sara Romero Director: José Troncoso Intérpretes: Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León Duración: 1.05' (es lo que dice el programa de mano, pero me falta mi tradicional apunte)
La función ya no está en cartel


Belén Ponce de León y Alicia Rodríguez. Encuentro la foto en elteatrero.com.

Sexta entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada (empecé con ésta que les enlazo). ¿No estaré dedicando a esto un esfuerzo digno de mejor causa? ¿Qué pasaría si dedicara todo esto tiempo a... no sé... estudiar chino? En fin, cerremos el frasco de las dudas, que luego apesta el ambiente.

Con Las princesas del Pacífico, como diría mi madre, no tengo perdón de Dios. Estuvo la tira de tiempo en cartel, creo que en más de una sala, y mira que era (o es, no sé si no va a volver) una propuesta interesante, pero se me pasó el tiempo para la crítica. 

Iba a enlazar ahora el título directamente a la voz sobre el Pacific Princess en la wikipedia, pero me he dado cuenta de que los más jóvenes van a necesitar información.  Había una vez una serie de televisión que se titulaba Vacaciones en el mar (The love boat en el original). Si son de quintas más recientes les recomiendo vivamente que sigan este enlace para ver los títulos de crédito. No sólo porque accederán a una pieza fundamental de la educación sentimental de sus mayores (que pone nostálgico a medio planeta, a mí me parte el alma), sino también porque es una pieza que retrata como pocas el Zeitgeist de la época y porque la canción de Jack Jones es estupenda, con esos uaca-uaca de fondo típicos del sonido Filadelfia.

¿De qué habla este tipo?, se estarán preguntando. Verán. A las protagonistas les toca un viaje en un crucero. Y el título remite directamente al nombre del barco de la serie. La serie era toda color de rosa: en cada episodio se subían al barco unos cuantos pasajeros cada uno con su problema vital al hombro, y todos se bajaban con la vida resuelta. El contraste que el título establece entre esta farsa tragicómica y lumpen y ese mundo en el que sólo faltaban los unicornios de colores (que creo que aún no estaban inventados) es muy sugestivo. O sea, que empezamos bien.

Y seguimos bien. No me suelo fiar yo mucho de las dramaturgias colectivas, pero este texto es redondo. Construye muy bien la historia, tiene toda la retranca imaginable, dibuja unos personajes nítidos, hace alarde de costumbrismo pero el costumbrismo no se come al resto. Ya les he dicho: farsa, tragicomedia, lumpen, esperpento... Una cosa que se aproxima, sobre todo cuando la pena honda pasa rozando las miradas de las protagonistas, a La Zaranda. Para quien no lo sepa, esto es un formidable elogio.

Dos espectaculares actrices. Dan risa, dan pena, dan miedo. Las dos a gran altura, Ponce de León, estratosférica. La he visto en alguna otra cosa, pero no me había llamado la atención. Se ha topado con un papel que es como su propia piel y encaja con Alicia Rodríguez como un engranaje de precisión. En conjunto, la función es más que interesante, aunque en algún momento la dirección se queda un pelín corta, un poco instalada en el dos más dos. Ni qué decir tiene que la dirección de actrices está fetén. A Troncoso lo vi bien en un texto imposible en Historias de Usera. Nota final: una pena que no haya créditos de caracterización. ¿Han sido ellas mismas?

Tras escribir todo eso me he puesto a buscar, y resulta que vuelven. Este mismo mes, al Galileo. Recomendada queda.
P.J.L. Domínguez

          

miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL PADRE

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: Florian Zeller (versión de J.C. Plaza) Director: José Carlos Plaza Intérpretes: Héctor Alterio, Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

A primera vista, resulta difícil encontrar el parentesco entre las comedias de Zeller –como La mentira, en cartel en el Maravillas- y este drama de éxito internacional. Yo diría que también a segunda vista. Todo lo que es chispa y movimiento en sus otras piezas es, en ésta, reflexión y sosiego, con el tono justo que permite al respetable deglutir y metabolizar una historia centrada en asunto tan serio como el Alzheimer. Quién no se espeluzna ante este futuro posible y no se acongoja frente a la responsabilidad con sus mayores.


    La pieza cuenta con dos bazas. Una feliz idea de partida. Las “felices ideas” acaban a menudo consumiendo todo el oxígeno disponible y asfixiando el montaje, pero Zeller ha desarrollado la suya con gran pericia. La historia de los mil giros -¿qué ha dicho en realidad la hija? ¿quién es la hija? ¿quién es el yerno? ¿qué le ocurre a la escenografía?- reduce al espectador a la misma perplejidad que sufre el protagonista por la degeneración de su tejido nervioso. Es un texto que sólo puede defender un grandísimo actor: Alterio, la segunda gran baza de la función. Con sus ochenta y siete años –los mismos de Robert Hirsch en el estreno francés- carga con todo, y puede con todo, de principio a fin. Muy bien secundado por Labordeta y por el resto. Me gustaron los signos de puntuación que marca la música de Mariano Díaz.

Sí, es triste, ¿y qué? La música de Chopin es triste, la vida es triste, y ambas cosas tienen una prensa excelente. Alterio está espectacuar, él es toda la función. Y la grandeza del final todo lo redime, la tristeza e incluso el mecanismo dramatúrgico de la pieza (no lo revelaré ahora) que funciona, pero que mondo y sin este remate se quedaría corto. A ver si tengo un ratillo para escribir un poco más.
P.J.L. Domínguez

          

martes, 1 de noviembre de 2016

BEYOND

Sala: Teatro Circo Price Autor y director: Yaron Lifschitz Intérpretes: Jessica Connell, Tim Fyffe, Rowan Heydon-White, Conor Neall, Kathryn O'Keeffe, Seppe Van Looveren y Billie Wilson-Coffey Duración: 1.15'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)
La foto no es del Price. En Madrid son tres elementos, cada uno con su tarima y su telon rojo, no como aquí, que es un elemento corrido.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

En algún momento del siglo XX, disciplinas milenarias como las del equilibrio, la contorsión o los volatines, incluso las habilidades del forzudo de feria, que parecían condenadas a inevitable desaparición, se toparon con la danza, cuyo eterno coqueteo con el teatro llevaba ya un tiempo de fogoso encuentro. Todas esas líneas se cruzan estos días en la pista del Price, en un espectáculo de la compañía australiana Circa que no es fácil de etiquetar: nuevo circo, circo-danza…


    ¿Puede uno enamorarse de golpe de siete personas de ambos sexos? Es lo que me pasó a mí, mientras sonaba Nat King Cole, y no soy precisamente enamoradizo. Pero el encanto, la gracia, el estilo y la elegancia que estos siete intérpretes derrochan bien merecen una excepción. Hay un cerebro detrás de todo esto, el de Yaron Lifschitz. Un cerebro capaz de comenzar con Frank Sinatra y terminar con los Sex Pistols en (no podía ser otra cosa más que este reverso exacto) My way. O de reventar la delicadeza del Bach de Glenn Gould o las atmósferas de René Aubry con la descacharrante Lena Horne, en un evidente eco del mambo que solía acompañar a los tradicionales malabares en el circo de siempre. Hay que sumar la delicada escenografía, la minuciosa iluminación, el coqueto vestuario y la gracia de unos intérpretes que todo –hasta lo más violento- lo hacen con mimo. Un espectáculo exquisito.

Y lo que no cabía allí:

Lo de elegir en la cartelera cuando anda uno desbordado no es un proceso fácil de racionalizar. Una de esas cosas de las que no se sospecha la dificultad hasta que toca hacerlas. Al final, el sendero se elige a veces por el detalle más nimio. Si les digo la verdad, lo que me hizo optar por Beyond -después de todos esos autosermones de "no puedes perderte Circa", que es como se llama la compañía- fueron esas cabezas de conejo de la foto, calcadas, un poco menos siniestras, de las de Rigola en El público y que me producen siempre el mismo desasosiego: da igual que las vea mil veces. Bien es verdad que fui sabiendo que no eran unos desconocidos y que la apuesta estaba respaldada por la unanimidad de la crítica universal. Bingo. De vez en cuando, la unanimidad de la crítica universal acierta. Ya han visto en la crítica publicada que me encantó, siento ahora no haber visto en su día ni Circa -espectáculo de igual nombre que la compañía- ni Wunderkammer, que pasaron por Madrid.

Los conejos de El público. Qué miedo.

A alguien ha podido sorprender que la mayor parte de la crítica en papel esté dedicada a la música. No es casual. Se suceden contorsionionismo, equilibrismo, trapecio, mástil, portes sorprendentes de tipos que se echan al hombro varias personas, una doble altura en puntas (puntas de bailarina clásica, quiero decir). Soy muy reacio a ponerles enlaces a fragmentos de vídeo, porque el teatro es casi imposible de reflejar con veracidad por medios audiovisuales. Pero aquí el relieve de la técnica circense es crucial, así que  creo que merece la pena que echen un vistazo a éste, para que se hagan a la idea. 

Hay quien me ha preguntado si esas cosas pueden ser la base de una dramaturgia. Claro que pueden. Los números propiamente circenses se alternan con pequeños episodios entre el clown y lo que me atrevería a llamar pantomima. Pero, sobre todo, al circo se le suman, por un lado, la expresión facial y corporal de los intérpretes (no es lo mismo retorcer un brazo a alguien, que retorcérselo mirando al público de determinada manera). Y por otro -como decía en la crítica en papel- un delicado envoltorio de vestuario, escenografía, iluminación y música. Todas esas artes son significantes, dicen cosas en voz bastante alta, pero la más narrativa es la música, y no sabríamos exagerar su importancia en la construcción de este espectáculo. Incluidos esos guiños conceptuales de Sinatra versus Sex Pistols o la explosión del mambo de Lena Horne, que se lo lleva a uno volando a aquellos circos de carpa de la infancia (¿Les he dicho alguna vez que yo vi a Pinito del Oro? Me llevó mi abuela). Otros títulos de la exquisita banda sonora: Amsterdam de Micheline, la versión de Brel del Impossible dream de El hombre de la Mancha, René Aubry, CocoRosie, Sigur Rós, Camille O'Sullivan... coqueteos con el kitsch pero rendimiento escenográfico cierto. Si quieren saber un poquillo sobre el autor / director / cerebro, aqui tienen el enlace al artículo de la wikipedia sobre Yaron Lifschitz.

Estoy publicando esto el martes y están hasta el sábado. "Para todos los públicos" se entiende a veces como sinónimo de "para niños". No. Para TODOS los públicos.
P.J.L. Domínguez