miércoles, 27 de febrero de 2013

LASTRES

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: Jorge Roelas Directora: Heidi Steinhardt Intérpretes: Anabel Alonso, Marta Belenguer, Ana Fernández Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)


Ana Fernández, Anabel Alonso y Marta Belenguer.


La idea está bien. Fueron al mismo colegio, donde ya se odiaban cordialmente. Siguieron relacionándose de mayores, convertidas en tres mujeres egoístas, torcidillas y pasablemente incultas, algo entre sainete de barrio bajo y clase media de quiero y no puedo. Hasta que el tópico embrollo entre tópicas mujeres de tópica vida mediocre las llevó a dejar de hablarse. Siete años después, una de ellas organiza una cita en su casa, sin aclarar intenciones. Sí, la idea da para una comedia entretenida, que es lo que parece buscarse. Incluso el desarrollo -o sea, lo que va ocurriendo- está correcto. Lo que no da es el diálogo. La comicidad está basada, en su mayor parte, en la repetición estentórea y obsesiva de cosas como "puta vaca gorda", y en tonterías del tipo "tú y yo / ¿tú y yo? / no, va a ser yo y yo / ¿yo y yo? / ¿cómo va a ser tú y tú? yo de yo y tú de tú". Por supuesto, la cita no es literal, no sé ni cómo han memorizado las actrices semejantes intercambios de memeces que quizá sostienen diez minutos de gag televisivo, pero que no pueden derramarse sin cuento sobre hora y media de espectáculo. El texto sólo se redime durante el ratillo en el que las tres, una tras otra, se explican en sendos monólogos. Es el único momento de descanso.

Encima, esto está dirigido como empiezan ustedes a sospechar. Desde el primer momento, y hasta el final, las actrices vociferan completamente pasadas de vueltas, representando no ya caracteres grillados, sino caricaturas grotescas. Sólo se salva, en cierta medida, Ana Fernández, que ha tenido la suerte de verse adjudicar un registro algo más comedido. Esta magnífica actriz -muy bien en Regreso al hogarallá por 2009- da la pauta de lo que hubiera podido hacerse: va más bien tranquilita, excepto cuando le toca soltar las risas de psicópata, muy bien colocadas. Anabel Alonso y Marta Belenguer son excelentes actrices de comedia, por las que tengo especial debilidad. Todo el mundo las conoce de la tele, así que poco hay que explicar. A la primera no la he visto en teatro; Belenguer estaba estupenda en Terapias del gran Durang, montada por La Pavana. Aquel personaje estaba también considerablemente descacharrado, pero la interpretación no se desparramaba como en Lastres. Le han asignado un registro imposible, se la ve completamente fuera de lugar, como si no entendiera lo que hace (cosa que no me extraña). Alonso, que debe de estar más acostumbrada al tono apayasado, sale algo mejor parada de los repetidos trompazos tras el sofá y de su parte de griterío ininterrumpido. No sé cómo le aguanta la voz las dos funciones del sábado, y no lo digo en broma. Una duda en favor de la dirección: el texto es tan flojo, que quizá la única salida era este enfoque desaforado. Quizá.

En fin, se habrán dado cuenta de que la función me pareció un desastre imposible. Así es. Sin embargo, tengo que decir que el público que llenaba el teatro, incluida mi señora madre, no paró de reírse con todos y cada uno de los gags de medio pelo. Y, como saben, el público tiene siempre razón. Estaría bueno.

P.J.L. Domínguez
           

martes, 26 de febrero de 2013

BREVE EJERCICIO PARA SOBREVIVIR

Sala: La Casa de la Portera Autor: Lautaro Perotti (sobre textos de Tennessee Willliams) Director: Lautaro Perotti Intérpretes: Bárbara Lennie y Santi Marín Duración: 40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Lautaro Perotti, Bárbara Lennie y Santi Marín


Lautaro Perotti se reveló en España con el tsunami de La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir. Algo que no se olvida. Estaba superlativo allí, en un personaje con una leve deficiencia psíquica. Dirigió después Algo de ruido hace. La vi en la Pradillo, no sé si tuvo más vida, pero desde luego la hubiera merecido. Los intérpretes eran Santi Marín, con el que repite ahora, Eloy Azorín y la maravillosa Fernanda Orazi. El texto de Romina Paula, rodeado de esa neblina entre lo real y lo incomprensible de la que me ha tocado hablar recientemente a propósito de Lúcido y de La extravagancia / La inapetencia. Perotti salía airoso. No he pasado del primer párrafo y ya llevo "tsunami", "superlativo", "maravillosa" y "airoso". Prepárense, pero que conste que no conozco personalmente a ninguna de las personas que se van a citar en esta entrada.



El argentino se ha cocinado ahora un material personal a partir de dos obras en un acto de Tennessee Williams: No puedo imaginar el mañana (I can't imagine tomorrow, escrita para televisión; sí, para televisión, para una televisión distinta de la que vemos ahora, claro está) y Función para dos personajes (The two-character play). Estructuralmente más basado en la primera, e incorporando elementos de la segunda y algún material propio (creo, no tengo los textos a mano). Ambas obras son del período final de Williams, y poco tienen que ver con los títulos que asociamos de inmediato a su figura. La narración lineal ha desaparecido, es un teatro de atmósfera y, desde luego, de la incomunicación. Hay quien lo llama la decadencia de su autor. Opinen ustedes lo que les parezca; vista la función, ésa es la última palabra que se me ocurriría pronunciar. El invento de Perotti funciona: los caracteres están perfectamente delineados y la situación se sostiene. 



Estos dos personajes parecen instalados en el dolor de vivir, en el dolor de amar, en el dolor. Un día antes (y por casualidad, como siempre) un personaje de Billy Wilder (Berlín occidental, 1948) me explicaba en la tele que la gente no puede soportar la conciencia constante del horror de las cosas, y que por eso se evitan y se olvidan las evidencias de ese horror. Pero, como sabemos todos, hay seres desgraciados que no son capaces de olvidarlas. Él es así. Ella parece un poco (sólo un poco) más dotada para enfocar una vida "normal". Le da consejos. Le orienta. Parece un ritual que se repite todas las noches. No vemos mucha salida. Son la viva imagen de la desesperación. Texto realista, tiempo real, espacio real, interpretación naturalista. Breve ejercicio para sobrevivir es una tajada de vida puesta a centímetros de la nariz del espectador. Tan real y tan cercana, que provoca una leve sensación de obscenidad, de estar asomado al sufrimiento ajeno como nunca es posible hacerlo: espiando desde dentro de casa.

Vi a Bárbara Lennie en La función por hacer y en Veraneantes, que le valieron general alabanza y, respectivamente, una nominación y un Max. No seré yo quien diga que no fueron merecidos, pero algo encontraba que no me terminaba de cuadrar en una gran interpretación. No sé ni explicarlo. Un aire de taller de actores, casi un exceso de técnica interpretativa, una actriz demasiado cool... o quizá simplemente el prejuicio absurdo respecto a una mujer demasiado guapa (como eso de que las rubias sean tontas). Bien, no me hagan caso. Esta mujer es la bomba. Cuando una interpretación realista se borda, crea a menudo la mágica sensación de recordarnos a alguien que conocemos. Yo he visto a una mujer así: presa de un dolor lacerante que la hace oscilar entre la desesperación y los frágiles arranques de superación; entre el deseo de causar dolor y el pavor de constatar que lo causa. Lennie no da punto sin puntada: no hay un solo gesto que no contribuya al efecto. No puedo decirles más, véanla.

Santi Marín, que ya estaba muy bien en aquella Algo de ruido hace, está a la altura. Tartamudea. Todo el tiempo. ¿Cómo no tartamudear demasiado? Bueno, lo ha conseguido. Igual fragilidad, impregnada además de dependencia. Llevamos veinte minutos viéndolos, y ya nos parece haberlo entendido todo. Si me leen, sabrán quizá que acostumbro a fijarme en los demás espectadores. En la escena final, las chicas que tenía enfrente estaban sobrecogidas, completamente entregadas a lo que estaban viendo, imbuidas del sufrimiento de esta pareja.

Es una sala minúscula y la cosa dura cuarenta minutos. Da igual: va a ser una de las funciones del año. Estos experimentos saltan a veces a un teatro, pero esto hay que verlo aquí, a ochenta centímetros de los actores. Y a ver si alguien espabila y pone a Perotti a dirigir más.
P.J.L. Domínguez
           

domingo, 17 de febrero de 2013

LA AMANTE INGLESA


Sala: Matadero (Naves del Español) Autora: Marguerite Duras (adaptación de N. Menéndez) Directora: Natalia Menéndez Intérpretes: José Pedro Carrión, Gloria Muñoz, José Luis Torrijo Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


José Luis Torrijo y Gloria Muñoz.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

La Duras es una imprescindible del siglo XX que crece con el tiempo, pero yo no soy precisamente un fan. Su escritura me suele resultar morosa, aunque La amante inglesa es más masticable: quizá porque la peripecia tiene más peso sobre el merodeo reflexivo del que suele tener en su obra. No en vano, se inscribe en el género “por qué la mató”, o sea: que hay crimen. 

Atraída por el caso de una asesina que arrojó los pedazos de su víctima a los trenes que pasaban bajo un puente, la Duras dedicó al asunto una novela y dos versiones de la pieza teatral. La amante inglesa bucea en la memoria de la carnicera y de su marido, buscando la lógica de un asunto del que la protagonista no proporcionó la mínima explicación plausible. Nuestra conciencia se resiste a creer que pueda haber crímenes simplemente banales.


    Si no fuera por la presencia de un interrogador que provoca los relatos, la obra consistiría en dos extensos monólogos del marido y de la asesina. Vi una de las primeras funciones, y José Pedro Carrión exhibía un músculo interpretativo casi circense, tras asimilar el papel en pocos días. No es que no hubiera tropezones de memoria, que sería lo de menos, sino que se había centrado perfectamente en el montaje. Gloria Muñoz, una joya de nuestra escena, está superlativa, como siempre que la he visto. Se me saltaron las lágrimas en el monólogo de “los lagos debajo de los lagos”. Torrijo se mantiene casi tan neutro como la hiedra del fondo, que es como tiene que mantenerse. Creo que la obra tiende a representarse en Francia con decorados abstractos y minimalistas, incluso ocultando al interrogador para mayor contención expresiva, pero la escenografía de Barajas, más elaborada, acompaña bien al texto.

Una curiosidad que allí no cabía: el título es un Macguffin. Lo que se menciona en la pieza es una hierba llamada menta inglesa. Pero en francés la menthe anglaise y l'amante anglaise se pronuncian exactamente igual. No hay referencia explícita que permita justificar el trueque, pero puesto a pensar, me doy cuenta de que es el típico desliz habitual en los trastornos mentales. Es una hipótesis.

De propina, les pongo también una pequeña colección de carteles que muestran la vitalidad de la pieza en francés.

      


    


    




Esto es sólo el resultado de una búsqueda simple. Impresionante, ¿eh? La presencia de la Duras en la cultura de los países francófonos sigue siendo muy relevante.

El cuerpo me pide añadir aquí un par de párrafos sobre Gloria Muñoz, que se me reveló (sí, como las deidades) en aquella Ante la jubilación de la Portaceli, con Teresa Lozano y el desaparecido (ay) Walter Vidarte. Pero se me acumula el trabajo, les tengo que contar Invierno en el barrio rojo, así que será otro día. 

P.J.L. Domínguez
           
Seguir actualizaciones

sábado, 16 de febrero de 2013

DESEO

Sala: Teatro Cofidís Alcázar Autor y director: Miguel del Arco Intérpretes: Gonzalo de Castro, Belén López, Luis Merlo, Emma Suárez Duración: 1.40'
Información práctica (El enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


 
Luis Merlo, Belén López, Gonzalo de Castro y Emma Suárez.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Miguel del Arco comenzó a brillar como una supernova con La función por hacer, y no ha parado. Veraneantes, La violación de Lucrecia y Juicio a una zorra fueron aplaudidos con unanimidad por crítica y público (no vi Youkali, no puedo opinar). Ha saltado con igual acierto a otro género, llamémoslo “comercial con plus”, alejado del esteretipo de teatro comercial de poco fuste. Esta vez puede que se haga rico. Deseo tiene el potencial suficiente para representarse en cualquier lengua y para ser llevada al cine. Es una comedia dramática de infidelidades, con un personaje que se encarga de liarla parda (ecos de Las amistades peligrosas e, incluso, de Las afinidades electivas). Pero no está loca, no es una frívola: entendemos sus motivaciones. 

El texto, y los intérpretes, dosifican con habilidad los rasgos cómicos y dramáticos: hasta bien entrada la función, no sabe uno hacía dónde se decantará. Además, hay golpe de suspense final. Va a ser un éxito de público.

    Merlo y de Castro se resienten un poco del hábito de verlos siempre en papeles cómicos; los espectadores se ríen en ocasiones cuando no deben. Pero la responsabilidad no es suya, están francamente bien centrados en los respectivos papeles. El sonido/música de Perea/Vila conjura ese peligro en varias ocasiones. Belén López hace una estupenda resentida / frágil / manipuladora. Emma Suárez, tan bien como siempre. Fantástica escenografía de Eduardo Moreno, fantásticamente aprovechada: la escena más impactante se resuelve sin actores. 

Y lo que no cabía allí (las frases en negrita enlazan ambos textos):

Miguel del Arco comenzó a brillar como una supernova con La función por hacer, y no ha parado. Veraneantes, La violación de Lucrecia y Juicio a una zorra fueron aplaudidos con unanimidad por crítica y público (no vi Youkali, no puedo opinar). Y falta mencionar De ratones y hombres. La lista, que se concentra en cuatro años (de 2009 a 2013), impresiona por lo variopinto de textos y enfoques, y por el altísimo resultado en cada caso. Pirandello y Chejov desnudos de escenografía y con los actores pegados al público; Shakespeare y un texto propio en los monólogos de dos actrices del relieve de Nuria Espert y Carmen Machi (en el segundo caso, firmando también la escenografía); clásico americano, en versión propia y gran formato. Y ahora esto. Este hombre está dotado de talento como actor, director, autor, versionador, escenógrafo... ¿A ustedes les parece normal? En estos cuatro años la calidad de sus montajes sólo ha declinado un poco en El inspector (que tenía sus virtudes), y menos mal. Si no, nos estaríamos preguntando si es humano.


En Juicio a una zorra del Arco era autor, director y escenógrafo. (Creo recordar. No encuentro créditos de la preciosa escenografía por ninguna parte) Sólo le faltaba ser la Machi, y le da a uno por pensar (recuerden Los productores) que hasta eso podría haberlo hecho bien.

Deseo tiene el potencial suficiente para representarse en cualquier lengua y para ser llevada al cine. Vaya por delante que "comercial" me parece un adjetivo dignísimo. Que si consideramos un espectro que vaya de lo más comercial (pongan el ejemplo que prefieran; ¿les parece bien Lina Morgan?) hasta lo menos (me salta a la memoria una cosa truculenta sobre la tortura que le vi a Eduardo Pavlovsky en Buenos Aires, algún día les contaré la historia), ambos extremos son igualmente dignos. Así que cuando digo que Deseo es una especie de "comercial con plus", la intención no es valorativa, sino sólo la de orientar al espectador, indicando que se sitúa en la zona central de esa gradación. Mutatis mutandis, más o menos cerca de Arte o de El método Gronholm. Es una zona central interesante. 

Citando a un autor italiano de allá por el XVII (creo, porque llevo unos veinticinco años citándolo y he olvidado su nombre), en las obras de la zona central el llano encuentra diversión, y el docto materia de reflexión. Estos personajes son complejos y se enfrentan a decisiones difíciles, pero  están metidos en una trama en la que suceden cosas a bastante velocidad. A riesgo de aburrirles con los halagos, me hace pensar que el día que a del Arco le dé por escribir guiñol, también le saldrá bien. El otro día un amable lector me dejaba un comentario en el que se preguntaba si una de mis críticas negativas se podía deber a algo personal. Así que, por lo de la mujer del César, les aseguro que no conozco ni al allí vapuleado, ni al aquí ensalzado.

Ecos de Las amistades peligrosas e, incluso, de Las afinidades electivas. El parentesco del personaje de Belén López con la Marquesa de Merteuil salta a la vista, aunque el fondo de pánico de la segunda, que sólo asoma al final, es aquí más evidente. Hay un primer momento en el que sus manejos pueden atribuirse a simple frivolidad mezclada con un temperamento temerario, pero pronto se percibe que es una mujer movida por la desesperación.  Choderlos de Laclos, a la izquierda.

Las afinidades electivas están más al fondo, pero están, en esta pieza de parejas aisladas en un lugar remoto. Goethe, a la derecha. Y asoma la patita hasta Montaigne, con una de sus perlas de altísimo peso atómico, condensaciones de la más pura inteligencia. La capacidad de penetración de estas bombas es tal, que me apuesto algo a que habrá pocos críticos que no mencionen la cita. Como no soy capaz de recordar la versión exacta usada en la obra, les pongo el original completo y se lo traduzco, para que se quejen: 

Notre désir est indécis et changeant; il ne sait rien conserver ni jouir de rien convenablement. [Aquí termina lo citado en Deseo, pero el resto no tiene desperdicio] L'homme en attribue la cause à un defaut des choses qu'il possède, et il se nourrit et se gave de celles qu'il ne connaît ni ne comprend, auxquelles il attribue ses désirs et ses espoirs, qu'il honore et  révèrere. 

Nuestro deseo es indeciso y cambiante; no sabe conservar nada ni disfrutar de nada adecuadamente. El hombre atribuye la causa de esto a un defecto de las cosas que posee, y se nutre y se harta de las que ni conoce ni comprende, a las que atribuye sus deseos y sus esperanzas, que honra y reverencia. Montaigne, a la izquierda, para que le pongan cara.

Merlo y De Castro se resienten un poco del hábito de verlos siempre en papeles cómicos. El público está tan acostumbrado a verlos en televisión en roles de ese tipo, que algunos de sus gestos hacen reír, aun en situación dramática. Esto me provoca un conflicto interior: creo firmemente que el público siempre tiene razón, pero en este caso me cuesta reconocerlo. Ni el uno ni el otro colocan un sólo gesto que esté fuera de lugar: si los espectadores los vieran por primera vez en su vida, no se les ocurriría reírse en pleno drama. 

Solventaré mi conflicto señalando que  sólo se ríe parte del público. Quizá esa parte que también se parte (toma paronomasia) todas y cada una de las veces que se pronuncia la palabra "polla", aunque sea en el contexto más horrible. Extraño, pero el teatro no sería maravilloso si todo fuera explicable (me ha quedado una frase entre Hello Kitty y Derrida). Merlo consigue hacer creíble a un heterosexual que se pone ligón y testosterónico, a pesar de tener a la audiencia más que acostubrada a un gay algo amanerado en la serie de televisión. Esto les parecerá una tontería, pero superar esas cosas es más que complicado: hay actores que no se sacan al personaje de encima en toda una vida. Está, además, más guapo que nunca: imponer al propio cuerpo cuál va a ser su aspecto pasados los cuarenta lo dice todo sobre la tenacidad de alguien. Emma Suárez (notable en Viejos tiempos de Pinter el año pasadotiene un físico y una impostación que la hacen adorable de inmediato (al menos a mí me ocurre). Lo explota en un papel que requiere eso al principio, y al que sabe hacer evolucionar hacia donde los acontecimientos lo llevan. Por último, Paula es el personaje imprevisible, la rueda excéntrica que hace saltar el mecanismo, el motor de la peripecia. El riesgo era convertirla en una frívola desaprensiva, dispuesta a reventar vidas ajenas sin el menor escrúpulo. Pero Belén López (la de la foto) consigue, y con economía de medios, que nos asomemos a su angustia.


Escenografía de Eduardo Moreno para Veraneantes.

Fantástica escenografía de Eduardo Moreno. Moreno ya colaboró con del Arco en Veraneantes y en De ratones y hombres. Confieso que las virtudes de la primera se me escaparon de entrada (no a los demás, se llevó un Max por ese trabajo) y que sólo la he apreciado retrospectivamente. Digamos de paso que esto pasa mucho, y que es uno de los mayores riesgos de la crítica inmediata: la memoria y la reflexión cambian a menudo de estante lo que se colocó apresuradamente fuera de sitio. Tienen una foto aquí arriba. El contraste con De ratones certifica la capacidad de adaptación de un escenógrafo que antepone las necesidades de cada texto a cualquier otra cosa: lo que era esencial, mínimo, deviene en complejos artefactos casi escultóricos o naturalistas. 



Complejos artefactos casi escultóricos......o naturalistas.

Ésta de Deseo es feota a primera vista, tosca y de un extraño color verde, pero no se fíen de la primera vista. En ese momento, como diría Groucho, fíense de mí, y no de sus propios ojos. Se trata de un giratorio, muy de moda últimamente. La mayor parte de las veces, poco aportan (véanse Doña Perfecta o El último jinete). Éste tiene dos paneles, en el sentido de los radios de la circunferencia (no sé si tres en algún momento). Y cada uno de ellos puede girar también sobre sí mismo, y creo que desplazarse. El invento se mueve durante toda la función, adoptando todas las posiciones posibles, y del Arco le saca el máximo partido en las transiciones, desplazando a los actores sobre el mecanismo en movimiento, que atraviesan por aquí y por allá. Fantástico. Una vez más, me tengo que morder la lengua para no revelar lo que no debo, pero sí diré que la escena más dramática se remata con la escenografía solita, dando vueltas enloquecida para crear un efecto sobrecogedor. Me parece que hay Deseo para años.
P.J.L. Domínguez
           
Seguir actualizaciones


martes, 12 de febrero de 2013

MÁLAGA

Sala: Teatro del Arte Autor: Lukas Bärfuss (traducción de L. García-Araus y P. Sánchez de Muniáin) Directora: Aitana Galán Intérpretes: Críspulo Cabezas, Roberto Enríquez y Ana Wagener Duración: 1.15'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Primera visita al Teatro del Arte. Si algún lector no entiende lo que ha pasado con el Teatro de Cámara Chejov de Ángel Gutiérrez, que ocupaba antes este local, encontrará información en El País y en el blog de Máxima Estrella. Algo más se comenta en los mentideros de la Corte, pero no seré yo quien lo publique sin pruebas. Me limitaré a decir que los nuevos gestores de la sala han colocado unas butacas corridas muy cómodas y que, en algo que no sé si es un problema o un signo de los tiempos, la sala tiene Facebook y Twitter, pero no página web (que yo encuentre).

He leído en algún sitio que éste es el primer montaje de una obra de Bärfuss en España. Esto es siempre problemático de asegurar. El otro día me volví loco buscando el estreno en España de la Antígona de Anouilh, y resulta que la representó.en 1952.. ¡el cuadro de actores de La Unión y el Fénix! En fin, esto son manías de viejo crítico, pero si no lo cuento, reviento. En cualquier caso, Málaga es una obra inteligente y potente. Inteligente, porque confía a la perspicacia del espectador lo que los personajes llevan por dentro, sin perderse en explicaciones que casi siempre sobran. Y potente, porque toca una de los temas centrales de nuestro tiempo (de nuestro tiempo desde hace algunos siglos): la colisión entre nuestros deberes para con los demás y nuestra propia autonomía. O, dicho de forma más esencial, entre la generosidad y el egoísmo. Si no le interesan mis elucubraciones al respecto, sáltese los dos párrafos siguientes. 


Petrarca. Pasa por ser el inventor del
moderno concepto de individuo. Se
escuchaba mucho a sí mismo.
Me voy a permitir un excurso familiar. Los miles de veces que he oído en compañía de mi madre la famosa frase "mi vida es mía", y sus variaciones, en todo tipo de formatos televisivos, ella ha respondido al aparato "eso es lo que tú te crees", o algo parecido. Como les sucederá a ustedes si están en sus cabales, cuanto mayor me hago, más me apunto a las tesis básicas de mis progenitores. En este caso, mi adhesión es completa. Es como si todo el que tiene alguna relación con nosotros fuera propietario de una participación de nuestra vida. Ponga que su pareja tiene un 20%, sus hijos un 25%, sus padres un 15%, sus compañeros de trabajo un 4%... y así hasta el 0'1 que detenta el camarero que le sirve el cafe por las mañanas. Siento tener que recordárselo, pero tiene usted obligaciones con respecto a todas esas personas, en relación directa con la parte alícuota de las acciones que cada una posee. Esto es la base de la vida social y de todos los sistemas morales que el mundo ha alumbrado, pero en nuestra civilización el asunto entró en crisis, por lo menos desde la emergencia de la concepción moderna del individuo, cuando los paseos aquellos de Petrarca por las afueras de Aviñón y todo eso. Vivimos ahora tironeados de una parte por miles de años de solidaridad con la horda, la tribu, la familia, la patria, etc., y de otra por la exhuberante floración de los cantos a lo "mi vida es mía": 

Angélica Liddell con la cruz de
sus culpas. Éxtasis y tormento
(asumido) del petrarquismo.
Resultado: complejos de culpa y, su corolario, consumo siempre creciente de psicofármacos. (Y de terapia. Llevo años preguntándome cómo reacciona un psiquiatra ante un paciente que sufre como un perro porque, evidentemente, es un malnacido que se merece toda la culpa que arrastra. ¿Alguno dice alguna vez, "es usted un hijoputa y sólo se sentirá bien consigo mismo si atiende de una vez como es debido a su anciana madre y a sus hijos medio abandonados"? Ni idea). En esto del complejo de culpa yo pienso lo mismo que Angélica Liddell (que, por cierto, estrena este de fin de semana en el Canal): es lo que nos hace humanos. Si no se han fijado nunca, empiecen a prestar atención a la cantidad de variaciones más o menos sutiles sobre este tema que oímos cotidianamente: "tengo derecho a ser feliz", "tiene derecho a rehacer su vida", "piensa en ti mismo", "si dejas pasar esta oportunidad por menganita nunca te lo perdonarás y, lo que es peor, nunca se lo perdonarás a ella" (esta última, ay, la usé yo mismo, no pienso contar cómo). Desengáñese: las sociedades repiten sólo aquellos conceptos que encuentran resistencia. Si no, ¿para qué? En este caso, la resistencia de la conciencia y la culpa. Pero se lleva poco. ¿Han oído últimamente la frase "pero, ¿cómo vas a aceptar esa fantástica oferta de trabajo y dejar que tu madre viva sus últimos años a tres mil kilómetros de su hijo?" Decididamente, no se lleva.


Pippi. ¿No les da
escalofríos?
Ahí están los personajes de Málaga. Tienen alguien de quien cuidar, y potentísimas razones personales para mandar al carajo esa obligación durante un fin de semana. Sólo les queda un recurso: un vecino de diecinueve años al que pagar para que se haga cargo del marrón. ¿Quién puede saber si tras el modo de comportarse de un muchacho de esa edad hay una sensible alma de artista o un tipo medio zumbado? Eso se preguntan ellos, y el espectador, durante toda la función. Y, durante toda la función, su egoísmo y su sentido de la responsabilidad tiran en direcciones opuestas. Prácticamente les oímos pensar: ¿No será una imprudencia fiarse de este chaval? Bueno, tampoco es tan raro, y yo no puedo quedarme el fin de semana, tengo derecho a largarme. Ojo: no lo dicen, lo piensan. Me cuesta lo mío, pero no les voy a revelar cómo termina la cosa. Sólo les diré que, para colmo de inquietud (al menos de mi inquietud; ya me parecía inquietante y monstruosa cuando la veía a los once años), aparece por ahí... Pippi Calzaslargas. Sí, Pippi, incrustada en el bulbo raquídeo de mi generación como paradigma del desparrame. Esto de dejarnos instalada para siempre jamás la asociación de ideas entre Pippi y la cuestión de la responsabilidad respecto a los demás tiene lo suyo. Establecer  con éxito este tipo de conexión improbable es un logro que se alcanza pocas veces: mérito de Bärfuss. 

Aitana Galán se ha tirado al realismo, y ha hecho bien. Excepto en en las transiciones, atractivas, y en alguna escena extrema en la que las cosas se estilizan. Esto último no era fácil (hay alguna cosilla fuerte, que no quiero destripar), y no desentona con el tono realista del resto. Wagener (muy bien hace poco en La anarquista) y Roberto Enríquez (al que nunca he visto fallar una línea, ni siquiera en ese bodrio de Hispania), contenidos cuando deben y desatados cuando deben. Todo muy medido, muy... déjenme decir "muy ensayado", porque es la sensación; que está muy bien trabajado. Críspulo Cabezas pasa a ser una de mis debilidades. Lo he visto en montajes grandes, y no me saltó a la vista. Pero me pareció impresionante en Los persas de Francisco Suárez: tan imbuido del personaje que parecía más grande y más guapo de lo que realmente es. Mientras que aquí hace lo opuesto: es como si se contrajera, anímicamente hablando, hasta figurar un chico más joven que él mismo, con la típica arrogancia de la edad y las tìpicas inseguridades de la edad, incluido el tic de tocarse las gafas y el pelo, del que no abusa. Enfrentado a dos adultos más o menos razonables, su personaje representa lo imprevisible y es, por tanto, el motor de la acción. La escenografía de Raymond (esto es una escenografía, y no lo de Doña Perfecta) se ubica en un extraño, y acertado, lugar entre el realismo y la sugerencia. La iluminación de Perdiguero contribuye, sobre todo, a que las transiciones y estilizaciones mencionadas funcionen (ya resolvió con solvencia un formato parecido en Dani y Roberta). Una buena función
P.J.L. Domínguez
           

El viernes colgaré la crítica de Deseo. Pero, por si está pensando en sacarse entradas: hágalo.


sábado, 9 de febrero de 2013

ANTÍGONA

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Jean Anouilh (versión de R. Ochandiano y C. Dorrego) Directores: Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego Intérpretes: Toni Acosta, David Kammenos, Sergio Mur, Najwa Nimri, Rubén Ochandiano, Berta Ojea, Nico Romero, Ramón Grau (pianista) Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

En la crítica de Los Cenci introduje el concepto del logaritmo neperiano aplicado al teatro. Pero son ustedes bastante perezosos, y no les da por seguir el enlace (sólo lo han visto el 4'86% de los lectores de la página, ay qué díscolos). Deberían hacerlo ahora, porque estamos en las mismas: en este montaje sólo falta el neperiano. Lo de enumerar todas las arbitrariedades es bastante aburrido para el crítico, pero parece que entretiene a los lectores, así que haré un esfuerzo y mencionaré algunas: 

¿Por qué...

    ...lleva barbas la nodriza? (véase foto superior) ¿Es posible que nadie se haya dado cuenta de que iba a recordar inevitablemente al Hepatitos de Juan Luis Galiardo en Lisístrata? (compárese con la foto inferior)

    ...va caracterizado de payaso el guardia? (los zapatones no salen en la foto, una pena)

    ...hay extensos fragmentos en francés?

    ...la escena entre Antígona y Hemón, en la que el propio texto exige a gritos proximidad, se resuelve por teléfono?

    ...la escena entre Creonte y Hemón, idem para la proximidad, se resuelve sin que se miren?

    ...Creonte se llama Creón?

    ...Ismena, proverbialmente hermosa y coqueta, viste una horrenda blusa-falda y se coloca un no menos horrendo postizo en el pelo?

    ...Creonte está representado por un actor que está tan lejos del aspecto que el papel exige, que hay que introducir hasta una morcilla en el texto para que cuele?


Juan Luis Galiardo como Hepatitos en Lisístrata.
Veamos esto de las arbitrariedades. El año pasado, Ochandiano destrozó La gaviota en el Galileo (me parece que estrenando previamente en el vestíbulo del Lara). Aquí va un fragmento del texto original (en traducción de E. Podgursky): 


TREPLEV.- (Entrando sin sombrero, y llevando en la mano una escopeta y una gaviota muerta.) ¿Está usted sola? NINA.- Sola, sí. (TREPLEV deposita la gaviota a los pies de ella.) NINA.- ¿Qué significa esto? TREPLEV.- ¡Cometí hoy la infamia de matar a esta gaviota, y la pongo a sus pies! NINA.- ¿Qué le pasa? (Coge la gaviota y la contempla.) TREPLEV.- (Después de una pausa.) ¡Pronto, del mismo modo, me mataré yo! 

Creo recordar que el texto estaba modificado, pero es lo de menos. El caso es que la gaviota era un zapato. Sí, un zapato. (Vea en los comentarios de más abajo la controversia del zapato). Claro que un artista puede hacer lo que le salga de donde le salga. Pero que sus decisiones sean inefables no quiere decir que sean arbitrarias. Deben estar justificadas, no desde su propio discurso (que, las más de las veces, es incomprensible para quien no sea él, incluso para sí mismo) sino a partir de la percepción de la obra. Y esto de la gaviota / zapato nos sirve muy bien de ejemplo. En el mismo montaje, el lago estaba representado por un barreño lleno de agua, en evidente metonimia. Eso establecía las reglas del juego. El espectador suspende su incredulidad y se dice "vale, el barreño es un lago". Y hala, de pronto, el zapato es una gaviota. Pero... ¿no estábamos con que la regla era que mantendríamos algún tipo de parentesco metonímico? ¿Hubiera sido posible que colara el zapato? Sí. Por ejemplo (la imaginación del lector le sugerirá más), si todos los objetos en escena hubieran sido sustituidos por otros arbitrariamente. El espectador se hubiera dicho "todo representa otra cosa". En fin, esto da tanto de sí, que en cuento empiece a redactar mis proyectadas reglas de oro del teatro, la primera va a ser "los zapatos no son gaviotas". Ya les avisaré. Tengan un poco de paciencia y, antes de apedrearme, esperen a leerla completa.

Jean Anouilh. Sí, se
parecía a Groucho.
Todo lo que he enumerado en Antígona, y más cosas que no menciono, está metido con calzador, como el famoso zapato. Insisto: se puede hacer de todo. Vi ayer mismo una comedieta comercial que integra nada menos que un fragmento de teatro-danza, y cuela. El problema es que las boutades de Antígona no cuelan. Y lo que es peor: parece que toda la energía se ha derrochado en esos alardes de fantasía creativa, olvidando lo fundamental: o sea, que había que resolver de manera solvente la interpretación del texto. Saben, ¿no? Esas partes en las que dos o más actores hablan unos con otros. Y eso es un verdadero desastre. No sé si Najwa Nimri habrá estado peor dirigida alguna vez: no cambia de registro en los noventa y cinco minutos de función, una cosa agotadora. (No está de más decir aquí que el texto de Anouilh está plagado de acotaciones respecto a la cambiante actitud de la protagonista, por si alguien no se daba cuenta con la simple lectura de sus líneas) Ya hemos dicho más arriba que un par de escenas se despachan sin que los interlocutores se miren a la cara, con eso está todo dicho. Y Creonte (o Creón, como se han empeñado en llamarlo) está, simplemente, sin armar. El de Anouihl es un personaje complejo y creíble. Éste, un espantajo inconsistente y frívolo. Especialmente bochornosos los alardes de supuesto carisma interpretativo (como repetir "me desprecia" unas quince veces, o pasearse frente al público señalándolo con un dedo amenazante).

Berta Ojea, las
acierta siempre.
Atentos a Nico
Romero
Toni Acosta no me gustó nada en La gaviota, pero aquí su voz y su aspecto frágil dan el personaje. Nico Romero está muy bien, metaboliza incluso los zapatos de payaso y, lo que es más, hasta el registro tendente a la farsa o el clown. Tiene gestos secundarios de gran actor (como cuando describe "la palita" moviendo los dedos). Berta Ojea, verdaderamente estupenda, protagoniza la única escena decente de la función: la primera (Nimri no nos ha anestesiado todavía con su piñón fijo). La pobre se pasa después unos veinte minutos desparramada por el suelo (¿será una venganza freudiana del director contra la mejor intérprete del elenco?). A mí me parece que esta mujer está esperando que alguien le dé de una vez un gran papel protagonista, lo mismo nos deja boquiabiertos. Kammenos cumple, un poco pasadito a ratos en la pose de chulillo. Hemón, francamente mejorable. Por intentar decir todo lo que merece la pena, la versión no está mal, se han sustituido el coro y alguna otra cosa con pericia. Objetables las fáciles alteraciones para ajustar la descripción de la corrupta Tebas a nuestra lastimosa situación actual. No hay que subestimar al espectador, se entendía igual en el original. Bien la iluminación de Gómez-Cornejo.


Tras el desastre de La gaviota, alguien ha puesto a disposición de Ochandiano la gran nave del Matadero y los recursos de producción del Teatro Español. Bien está. Como dicen las pelis americanas, todo hombre tiene derecho a una segunda oportunidad. Mediático y polifacético como es, no le faltarán corifeos que le alaben la Antígona (con el tsunami de estrenos que vive Madrid, el suyo ya se llevó los honores del Telediario de la pública). Pero si prefiere la admiración sincera de sus pares a a las pompas del mundo, hará bien en prestar alguna atención a la crítica independiente. El patinazo de La gaviota no se puede arreglar por elevación (más medios, más espacio, más elementos arbitrarios, más alardes de modernidad, más actores mediáticos), sino en la dirección contraria. Es muy posible que Ochandiano tenga un talento que pueda desarrollarse, pero eso sólo va a ocurrir si separa sus facetas de intérprete y director, y reduce las dimensiones de sus objetivos. Humildad y paciencia, en dos palabras. Por supuesto, puedo estar completamente equivocado. Pásese el lector por el Matadero y juzgue por sí mismo.

Nota final: para los especialmente interesados en esta familia tebana que lleva más de dos mil años obsesionándonos, no puedo dejar de recomendar un libro fabuloso: Oedipe sur la route de Henry Bauchau. `[Hay traducción castellana: Edipo en el camino, Editorial del Estante]
P.J.L. Domínguez


Ya que he citado La Gaviota, (aprovechemos el  Pisuerga) quiero señalar que hay en internet una crítica de la versión de Veronese (Los hijos se han dormido) que se me atribuye, pero que no es mía. A mí me pareció admirable.
           




viernes, 8 de febrero de 2013

EL MALENTENDIDO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Albert Camus Director: Eduardo Vasco Intérpretes: Ernesto Arias, Lara Grube, Cayetana Guillén Cuervo, Juan Reguilón, Julieta Serrano. Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Casa Farnsworth, Mies van der Rohe.
Foto: National Trust for Historic Preservation
Imagine por un momento que Mies Van der Rohe me hubiera construido una casa en el campo. Una como ésta de la derecha, pero de dos o tres pisos, que me permitiría dejar la planta baja perfectamente diáfana, rodeada de vidrio, de forma que por la noche las ardillas pudieran apreciar el interior iluminado. En tal caso -ya saben que el espacio es uno de los lujos de los ricos- dedicaría toda la planta a esas funciones que en nuestros apartamentos se amontonan donde pueden: aparcar un rato unas botas, dejar la maletas de las elegantísimas visitas para acercarnos a ver el lago, leer el periódico esperando al repartidor del supermercado... Pero, sobre todo, la planta tendría como cometido principal irradiar perfección rectangular, con unos pocos muebles de madera en el mismo estilo limpio y ortogonal. Esa es la impresión que me causa el espacio diseñado por Carolina González: un lugar que me gustaría que fuera mío. Lo cito en primer lugar, porque me parece que, con el tiempo, será el recuerdo más potente que guarde del espectáculo. El espacio tiene, además, una ventaja difícil de superar por esa casa que yo tendría si me tocara el Euro-Millón: lo ilumina Miguel Ángel Camacho. Hasta aquí, todo hermosísimo. Para terminar la descripción del aspecto visual (me salto las proyecciones, luego entenderán que casi no las vi), mencionemos el vestuario: Caprile se ha plegado perfectamente al texto. Eso es un mérito notable en un creador de fantasía desbordante (basta recordar Las manos blancas no ofenden Las bizarrías de Belisa, ambas con la Compañía Nacional de Teatro Clásico). Fantásticamente vestida (y calzada) Julieta Serrano, con lo que parece una americana de su difunto marido: no creo poder imaginar el personaje a partir de ahora sin ese aspecto. Sólo una pega: el traje de Ernesto Arias es una talla menor de lo necesario. Afortunadamente, se desabrocha la chaqueta pronto.



Volvamos al desnudo rectángulo que el público rodea por tres de sus lados. Éste de la ubicación de actores y público es uno de esos temas de conversación inagotables (como la naturalidad de los actores argentinos, o si en las piezas traducidas es mejor respetar los nombres de los personajes, o si el teatro público hace competencia desleal al privado) Hagamos una miniestadística: con la de hoy, el blog contiene veintiocho críticas (no está mal en dos meses, ¿eh?). En veinticinco de esos espectáculos, el público se ubicaba frontalmente, o sea: como está en el tradicional teatro a la italiana. Los tres restantes son Un pasado en venta, Maridos y mujeres y El malentendido. El monólogo de Marta Fernández-Muro es una de esas propuestas que, por definición, no son frontales: el espacio y el texto obligan a la intérprete a deambular a centímetros del público desparramado. (Así era también aquella maravilla de Este sol de la infancia en La Puerta Estrecha)  Pero tanto Maridos y mujeres como El malentendido podían haberse representado perfectamente a la italiana. Dicho de otro modo: rodear la acción de público ha sido una libre elección del director. ¿Han ganado algo? Yo creo que no, en ninguno de los dos casos.


Camus con María
Casares, que estrenó
la pieza.
El teatro a la italiana es uno de los grandes inventos de la humanidad. Algún lector estará pensando "qué tontería". De eso nada. Las grandes ideas parecen una tontería después de realizadas. (En mi pueblo, esa afirmación se condensa en la expresión "después de visto, todo el mundo listo") La disposición tradicional tiene muchas virtudes, pero quizá la mayor sea la garantía de que todo el mundo lo vea todo. 

Tanto en La Abadía como en el Valle-Inclán, ahora mismo los asistentes ven aproximadamente la mitad de las expresiones faciales de los actores. Es un sacrificio asumible cuando la obra gana por otra parte lo que pierde por ésa. Se me antoja que eso ocurre en dos circunstancias posibles. La primera ya la hemos mencionado: sucede cuando la ubicación del público está en la esencia de la pieza. (Recuerdo, además de los dos ejemplos mencionados, otro reciente, ahora que he visto a Críspulo Cabezas en Málaga: la versión de Los persas de Francisco Suárez, con Críspulo en el Español. El pasillo entre dos masas de espectadores propiciaba movimientos de actores de aspecto ritual).  La otra posibilidad es que la potencia expresiva de la interpretación gane con la proximidad lo que pierde con la falta de visibilidad. Y ya estará pensando todo el mundo en La función por hacer. Pero ni el Woody Allen ni el Camus que comentamos están puestos en escena con esa capacidad desgarradora que del Arco le sacó a Pirandello, así que sería una curioso experimento verlos en un escenario a la italiana. Apostaría a que funcionarían mejor.


L'Echo d'Alger
6 de enero de 1935
Vamos con la capacidad desgarradora. Hay diversas hipótesis sobre la fuente que inspiró a Camus [doy el enlace en francés porque la entrada de la wikipedia en castellano es bastante floja] la espantosa historia. Esto de la derecha tiene bastantes números para serlo. La encontrara donde la encontrara, encajaba como un guante en la visión del mundo del autor: "El absurdo nace de esta confrontación entre la llamada humana y el silencio irracional del mundo"

Con otro enfoque de escritura, hubiera dado en melodrama tremebundo o en grand-guignol, pero Camus la vertió en un molde cercano a la tragedia clásica: todo parece avanzar hacia el final de manera inexorable. Una madre asesina a su propio hijo, porque las circunstancias le impiden reconocerlo (aunque, ay, en algunos momentos la verdad no se desvela por un escaso milímetro). Y Dios, irracionalmente silencioso (la crítica lo reconoció de  inmediato en el criado significativamente mudo durante toda la función, y que sólo habla para negar su ayuda a Marta, hundida en el pozo más negro imaginable). La peripecia es realmente horrorosa, sobrecoge ya en la lectura, puesta en escena adecuadamente debe mantener al público helado de principio a fin y enviarlo a casa atenazado de angustia. Me temo que nadie va a salir del Valle-Inclán helado y atenazado de angustia.


Eduardo Vasco
Vasco tiene un talento notable para la creación de atmósferas. Es uno de nuestros directores de escena que mejor combina la interpretación, lo visual y el sonido (no en vano pasa por ser el inventor de la expresión "espacio sonoro") en un mensaje único que impacta al espectador por todos los flancos. Así que no sé qué le ha podido ocurrir, pero pensar que ese enorme espacio con una marcada aceleración en el eje longitudinal haya pesado lo suyo no es una hipótesis descartable: la mitad del público no ve las proyecciones, los personajes dialogan en algún momento a gran distancia, los músicos se pierden por los extremos. En cualquier caso, la función deja una sensación de corrección, pero no de arrebato. La esposa de Jan, como Casandra, debe arrojar desde el principio una sombra ominosa sobre todo lo que va a suceder. La madre busca desesperadamente motivos para no asesinar al desconocido, como si algo le avisara de la mostruosidad de la situación. Jan se siente extrañamente conmovido por esa mujer. La rabia de su hermana se dispara, como si supiera que ese individuo que se da la gran vida es, precisamente, el hermano que la dejó cargar sola con la casa y con su madre, y que ahora se pone al alcance de su rencor. Un prodigioso cóctel de amor, odio y amargura que se nos sirve más bien tibio, cuando debería hacer que nos dolieran los dientes y se nos helara el paladar. Y ojo, no estoy pidiendo más gritos, sino más tensión. 

Los intérpretes resuelven bien lo que se les ha pedido. Julieta Serrano brilla con luz propia, merecería la pena ir a verla aunque estuviera sola con su papel. La cosa alza un poco más el vuelo en la penúltima escena, la de la explicación de Marta (Cayetana Guillén Cuervo) y María (Lara Gruber), a quien acaba de dejar viuda.
P.J.L. Domínguez
Seguir actualizaciones
Intentaré colgar en breve Málaga y Antígona, pero por si se está planificando el fin de semana, aquí tiene un resumen: Málaga, sí; Antígona, no. Esta semana me quedan por ver Hermanas, Deseo y La amante inglesa, ya les iré contando.
Ah, y comenten, que me entran a miles pero deben de ser muy tímidos.