domingo, 30 de septiembre de 2018

UN ENEMIGO DEL PUEBLO

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor: Álex Rigola (versión libre del texto de Henrik Ibsen) Director: Álex Rigola Intérpretes: Nao Albet, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

De la Fuente, Reyes, Albet, Escolar y Elejalde.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

CLARO QUE ES TEATRO

Todos presumimos de saber lo que es teatro y (ojo) lo que no. A propósito de la proliferación, la temporada pasada, de espectáculos más narrativos que dialogados -como el que nos ocupa- más de uno argumentó que eso no era teatro. No estoy precisamente de acuerdo, pero en este caso hay además improvisación, participación (intensa y extensa) del público, aire de taller de actores… cosas que, frecuentemente, terminan en catástrofe. En otras palabras: contada, la función corre el riesgo de parecer un espanto.

Sin embargo, algo hacen estos cinco (con Rigola al fondo) que arrastra. A estas alturas es difícil que me asalte un sentimiento violento en el teatro, y tuve el ataque de ira que se esperaba que tuviera ante la provocación. La jugada les ha salido bien: el teatro está para suscitar emociones. La provocación era el monólogo inteligentemente manipulado de Stockmann, que obliga al espectador a elegir: democracia apestosa o atractivo camino hacia el fascismo. Podría decirse que en este Ibsen Rigola amplía el enfoque emparentado de su Chejov (Heartbreak Hotel) añadiendo el ingrediente de provocación y consiguiendo hacer palpitar lo que allí a duras penas respiraba. Pensados juntos, ambos montajes provocan una estimulante reflexión sobre estas formas de (sí) teatro.
P.J.L. Domínguez
          

OTELO A JUICIO

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Ramón Paso, sobre la tragedia de William Shakespeare Director: Ramón Paso Intérpretes: Francisco Rojas, Ana Azorín, Jorge Machín, Inés Kerzan, Ángela Peirat, Felipe Andrés y Jordi Millán Duración: 1.35' 
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Francisco Rojas, Jorge Machín y Ana Azorín.
Tomamos algunas escenas del Otelo original -que se desarrollan allí y entonces- y las entreveramos con otras -éstas aquí y ahora- en las que el moro acude al despacho de una abogada inmediatamente después de haber estrangulado a Desdémona (porque era suya, claro). La motivación por la que acude no es su propia defensa, sino la voluntad de arrastrar a Yago en su caída.

Efectivamente, la altura del reto era descomunal, y ése es el único atenuante para el rotundo fracaso con el que salda. He dedicado un rato a pensar si hay algo que esté bien, para redactar al menos un párrafo amable, pero no se me ocurre por dónde tirar.  Voy a intentar no alargarme, vamos de mayor a menor.

La mayor es que la trama nueva (la del moro en el despacho de la abogada, con dos subtramas: la del pasado de ésta con el tiburón del derecho que le está enviando al cliente incómodo y la de la becaria rebotada) no le llega a la suela a la principal. Y ustedes se dirán "ya está el crítico haciéndose el listo y comparando a Paso con Shakespeare". Pues no. Con el debido respeto, es Paso quien se ha comparado sirviéndonos en el mismo plato una cosa y la otra. La tramilla del despacho se queda en nada insertada en esa monumental vivisección de... de mil cosas: de los celos, sí, pero también de la inseguridad, los mecanismos del poder, la opresión de género, etceterísima. Por cierto, vivisección de ese monstruo de ojos verdes, que es como William llamó a los celos. ¿Por qué se ha convertido aquí en un monstruo de ojos azules? Me temo que nunca lo sabré, a ver si resulta que hay un oscuro motivo histórico-filológico.

Saltando al escalón siguiente, nos damos de bruces con los diálogos del despacho. Con los insufribles diálogos, para ser exactos. Todo se repite, se calca, se repregunta, hasta la extenuación. Rollo "No lo soy / ¿No lo es? / Soy abogada / ¿es abogada? / Soy abogada y quiero hacerlo / ¿Así que quiere hacerlo? / Quiero hacerlo". Esto me lo acabo de inventar, pero ése es el tono, que acaba empalagando hasta la náusea. Además va picadito y el efecto final es de Las chicas Gilmore, dan ganas de decir "por Dios, relájense un momento, respiren, no repitan lo que acaban de oír". Digamos de paso que estas réplicas con verbo incluido (¿No lo soy?) son típicas de las malas traducciones del inglés, en castellano su frecuencia es mucho menor que las fórmulas tipo ¿Ah, no? ¿Seguro? ¿Ah, sí? y su repetición constante provoca una sensación de extrañamiento. Paso es un profesional, esto no es un error por inadvertencia. Lo ha hecho a sabiendas, y no funciona.

En tercer lugar, podría entenderse que la abogada esté profundamente enfadada con la becaria desde la primera frase (a saber lo que les ha ocurrido antes de que se abra el telón). Podría, aunque casi siempre funciona mejor ser más sutil y dejar que la cosa se vaya entendiendo con la colaboración de la inteligencia, tan minusvalorada, del espectador. Pero... ¿y con el cliente? ¿Por qué están enfadadísimos antes de haber cruzado dos palabras? Aurorita hija, que no ha pasado nada. La dirección ha colocado a Azorín en un registro que -supongo- quería ser el de abogada agresiva y sin escrúpulos -pongamos por caso,  Glenn Close en Damages- pero que se ha quedado en cotorra tensa y agresiva sin discriminación -un cruce entre las hermanas de Cenicienta y la madrastra de Blancanieves- que resulta agotadora (recuerden que además habla como hemos intentado explicar en el párrafo anterior).¿Definir un personaje femenino como cotorra podrá considerarse sexismo? Por si acaso, pongo la venda antes que la herida y proclamo a los cuatro vientos que he visto infinidad de personajes cotorra masculinos. ¿Cotorro?

Y llegamos al eslabón (bastante perdido) entre el allí-entonces y el aquí-ahora. Francisco Rojas, que es Otelo. Un buen actor, le vi otro Shakespeare dirigido por Vasco. Pero de aquí no era posible salir vivo. Salta constantemente de este despacho de todos-rebotados-hablando-rápido-y-repreguntándonoslo-todo a las escenas con texto original, vestuario (mejorable) de época y estilo interpretativo estándar (los estándares de representación del teatro clásico por estos pagos, que empiezan ya a aburrir a las vacas). O sea: un (deficiente) realismo de vida contemporánea versus un registro declamatorio de pieza de repertorio. O sea bis: imposible.

Mejor que seguir desparramando juicios de valor, voy a referir un hecho objetivo. En mi función, el público soltó la risa (y algunos llevaban un buen rato sujetándola por pura buena educación) en los siguientes momentos: 1) Cuando Otelo, comido por la rabia, exclama "¿Cómo lo mato?". Risas. 2) Cuando Yago le sugiere estrangularla en la cama. Risas. 3) Cuando la abogada le pregunta "¿Por qué ha hecho eso?". Risas. Confieso que no estoy completamente seguro de qué había hecho en ese momento (¿matar a Yago?), pero este despiste es otro hecho objetivo que califica la pieza. La vi hace veinte horas y ya no me acuerdo. En fin. El caso es que este ¿Por qué ha hecho eso? viene a ser el equivalente de ¿Qué hace aquí este burro? de la simpática Sueño de una noche de verano del Príncipe Gran Vía (ya les contaré) y del ¿Hace mucho que está así? del Hamlet de Miguel del Arco. La primera está para hacer reír. La segunda era como ésta: un síntoma del desastre, público desternillado en el colmo del drama. ¡Ah, olvidaba otra! Momentos antes del estrangulamiento los muertos se levantan como en los peores Tenorios. Risas.

Ya les he puesto el enlace a la crítica completa de Tierra baja. Con un poco de suerte, les cuelgo hoy la de Un enemigo del pueblo y -esto ya si me pongo en plan Speedy González- redacto la de Monta al toro blanco. Veo dentro de un rato Perfectos desconocidos, ya les contaré.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 25 de septiembre de 2018

TIERRA BAJA

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Àngel Guimerá (adaptación de Pau Miró y Lluís Homar, con la asesoría de Xavier Albertí)  Director: Pau Miró Intérprete: Lluís Homar Duración: 1.20' 
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Foto de David Ruano
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

DESNUDO AL POZO

Algo dije –con la Ifigenia de Hervás y el Primer amor de Arquillué- respecto a los proyectos sustentados en la iniciativa de un intérprete que se tira desnudo a un pozo, cuya profundidad desconoce, para encontrar un surtidor. Es atacado por una obsesión, para eso es artista, y termina arrastrando a todo el que tiene que arrastrar para materializarla: no es lo mismo pintar un cuadro que subirse a un escenario, para esto hay que implicar a mucha gente. He visto desastres con ese mismo guión, pero si la operación sale bien, huele de lejos a implicación, verdad y vida.

    Homar tuvo la marciana idea de representar Tierra baja él solito. La adaptó con Miró y (ojo al dato) buscó el asesoramiento de Xavier Albertí. No pillaríamos ni media sin la excelente adaptación, porque hace los cuatro papeles centrales de la función (el cruel amo, la querida utilizada, la amiga candorosa y el enamorado inocente) sin disfraces, sin vocecillas o vozarrones, con el mínimo apoyo de algún objeto. Ahora es éste, ahora es aquélla. Con una interiorización del texto y una maestría en el gesto tales que el espectador necesita apenas un instante para entender quién habla. Incluso quién mira. Me recordó a la Espert en aquella imborrable Violación de Lucrecia. La función es igual de memorable. Lástima (mucha) que no la veamos en catalán.

Y una sugerencia que no cabía ahí. Los teatros estatales hacen últimamente UNA representación en la lengua cooficial original de la función. Una no es gran cosa, pero ya es algo. Me encantaría ver esto en catalán en la Abadía, igual resulta que hay público suficiente y se llena la sala. Vemos teatro EN RUSO con sobretítulos. Y cualquier hablante culto de castellano entiende al menos el 80% del catalán pronunciado con dicción de actor. ¿Se imaginan poder entender el 80% de lo que nos dijera en ruso el tío Vania? ¿Imaginan un placer intelectual mayor que ése? La vida nos ha puesto gratis al alcance de ese 80 a Guimerá, la Cataluña profunda y las pasiones expresadas en la lengua en que se concibieron. Otra esfera, otro mundo. Y nos da lo mismo, preferimos que nos la remonten y nos den el trabajo hecho. En fin, para todo hay gustos.

Nota final: nada dije de la escenografía de Lluc Castells, y es casi media función. El cajón blanco que ven en la foto desvela al fondo, cuando se corre la cortina, un muro de mampostería con algo de vegetación y un estrecho corredor de tierra. Lo dice todo. Castells intervino también en Tierra de nadie, también de Albertí, y llamé a lo que hizo entonces "joya escenográfica". Tampoco es exagerado decirlo ahora. Hizo otra maravilla con Temps selvatge, también de Miró y Albertí, pero la vi en Barcelona, y como este blog se subtitula "teatro en Madrid" y soy tan rígido como el chiste de los Rólex y las setas, no les conté nada. Sólo me queda desear que Miró, Albertí y Castells sigan trabajando juntos.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 24 de septiembre de 2018

EL CURIOSO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE

Sala: Teatro Marquina Autor: Simon Stephens, a partir de la novela de Mark Haddon (traducción de José Luis Collado) Director: José Luis Arellano Intérpretes: Álex Villazán, Marcial Álvarez, Lara Grube, Mabel del Pozo, Carmen Mayordomo, Anabel Maurín, Boré Buika, Eugenio Villota, Alberto Frías y Eva Egido Duración: 2.15' (con un entreacto de 15') 
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Villazán es de lo poquito que se salva de la función
He vuelto. Por una vez, voy a ahorrarles la murga sobre los efectos del calor en mi cerebro y sobre las múltiples ocupaciones laborales y familiares y blabla que me alejan del blog. He hecho propósito de enmienda, así que pueden ir preparándose.

Salí del Marquina con un par de perplejidades. La primera, de peso. Resulta que considero a Arellano un director de gran talento. Nunca le había visto patinar. Y de toda la producción que le conozco, al menos un par de cosas han sido notables. Ésta es un tostón de cuidado. No es que me parezca mal esto o que aquello esté flojo. Es que me pasé las dos horas largas intentando echar una cabezada, a ver si transcurrían más livianas. Quiá, ni por esas, en mis ya largos años de vida sólo he conseguido dormirme en el teatro una vez (y eso que el espectáculo incluía un desternillante faldón de camisa saliendo por la bragueta de uno de los actores, que no se había dado cuenta).

No arranca nunca. Y uno no pierde la esperanza. Incluso durante el entreacto seguí pensando "todo esto será para preparar lo que viene ahora". No viene nada. No les voy a endilgar uno de esos análisis al bisturí que tanto les divierten, que tengo mucho trabajo atrasado. Me voy a limitar a un par de detalles. La escena cumbre del desconcierto es la del protagonista que se cae a la vía del metro. ¿Imaginan la desazón que eso les produciría si estuvieran viéndolo desde el andén? Aquí charlan los dos viandantes como si en vez de una vida humana lo que estuviera en juego fuera sellar la papeleta de la bonoloto (si es que se sellan). ¿Efecto contraste? Si la intención era ésa, aún peor, no se aprecia.

El otro detalle que voy a mencionar es nada menos que un desconcierto actoral que ríete tú de los peces de colores. Antes, la lista de supervivientes: Villazán está perfecto (y como siempre que ocurre algo así, me pregunto cómo hace un actor para bordar su papel en medio de un desastre generalizado). Todo el mundo me ha dicho lo mismo, vaya pedazo de protagonista. Hay que estar atentos a este chico, que era un chico cuando Hey boy hey girl pero que ya no lo es tanto. Mabel del Pozo (¡acabo de darme cuenta de que no colgué la crítica de Trainspotting!) y Carmen Mayordomo (¡tampoco colgué Malas Hierbas!, lo haré, lo prometo) se salvan de la quema. La primera -y diría que última- escena en la que parece que el invento va a ser capaz de sostenerse en el aire es la del primer encuentro del muchacho y su vecina, la Mayordomo. Por fin, un diálogo verosímil. Después, todo vuelve a su (triste) cauce. Del Pozo hace alguna pequeña maravilla dando réplicas justas a pies imposibles. De los demás no quiero hacer sangre, porque me pareció evidente que el problema estaba en la dirección. Lara Grube está en otra función, una de unicornios con crines arcoiris. Me ahorro el comentario sobre el enfoque del personaje de la Sra. Shears. Marcial Álvarez tiene una salida triunfal en la que lo único que hace es gritar y llevarse una lata de cerveza a la boca, como si no supiera qué otra cosa hacer con el brazo. Por Dios, que grite menos. Además, yo creía que a estas alturas esa forma de impostar la voz para gritar sin destrozarse la garganta ya no era de recibo, es decimonónica (bueno, no estuve en el XIX, pero es a lo que suena). Sé positivamente que ambos pueden hacerlo mejor. Pero la prueba del algodón de que es la dirección la que va sin norte es que Buika está estupendo en el brevísimo papel inicial en la puerta de su casa y luego no da una en el de novio de la madre.

Les decía que las perplejidades eran dos, y la mayor ésta de la desorientación de un director bregado (en fin, una mala función le sale a cualquiera). La menor es la de los créditos. ¿Escenografía de Gerardo Vera? Echen un vistazo a las fotos de esta versión y a las del montaje original y ya luego me cuentan lo que opinan. 

¿Les suelto una hipótesis general? Es una hipótesis, quede claro. Quizá los responsables del montaje han visto demasiadas veces el vídeo del que se llevó los siete Olivier. Arellano ha demostrado ser un tipo a considerar siempre que ha hecho lo que le ha venido en gana, pero quizá (repito: quizá) no se le da bien esto de seguir un modelo. Lo dicho, una hipótesis.

[Ya las tienen: Trainspotting (con Mabel del Pozo) y Malas hierbas (con Carmen Mayordomo)]
P.J.L. Domínguez