Sala: Teatro Bellas Artes Autor: David Mamet (versión de Bernabé Rico) Director: Juan Carlos Rubio Intérpretes: Pepón Nieto, Ana Fernández, Miguel Hermoso y Magüi Mira Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)
Pepón Nieto, Ana Fernández y Miguel Hermoso. Lo mejor es la escenografía de Wilmer. Con diferencia. Foto de Sergio Parra. |
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME
Desde luego, no es el mejor Mamet. A La culpa (The penitent, en el original). Le dieron hasta en el carné en su estreno. Les dejo los enlaces a las críticas del New York Times, Variety, Hollywood Reporter y TimeOut). Ésta es una de las cosas que nos diferencian de los países cultos. Un genio patina, y la crítica no se corta un pelo. Me asalta la tentación de empezar a poner ejemplos de lo que ocurre aquí cuando un grande del teatro pare un pestiño. Me la voy a aguantar.
Desde luego, no está a la altura ni siquiera de Muñeca de porcelana , que creo que es lo último que le hemos visto por aquí (Oleanna está escrita mucho antes), y que ya fue juzgada sensiblemente inferior a sus mejores títulos. Todo lo abarca y no aprieta nada. La deontología profesional, la homofobia, los medios de comunicación como fieras sedientas de sangre, la pareja en crisis, la amistad en crisis, la culpa, la religión como asidero... ¿Cabe todo eso en apenas ochenta minutos? No. No cabe. El resultado es una historia deshilachada, que parece ir por aquí y luego gira, y antes de que nos demos cuenta vuelve por el mismo lado, pero tampoco cuaja... etcétera. Aún así, tampoco diría yo que es un texto imposible. Puesto en escena con el hiperrealismo extremo que demandan estos textos americanos quizá hubiera dado otro fruto.
Pero Juan Carlos Rubio no ha dado ni una. Desde la primerísima frase, Pepón Nieto parece primo del Ahab de Pou. Una cosa impostada, gritona, carraspeada, tirando la voz a los graves en esos efectos supuestamente dramáticos que todo el mundo asocia al teatro decimonónico (sin haber estado nunca allí, claro). Y así toda la función. Ana Fernández -estupenda actriz- es arrastrada al mismo limo, porque dialogar con ese personaje es tarea imposible. Algo mejor parados salen Hermoso y, sobre todo, Magüi Mira, que me parece a mí que ha hecho lo que le ha salido del moño. Y menos mal, porque cada vez que abre la boca respira uno un poco más a gusto.
El colmo del asunto llega con la revelación final. Esta mina para la interpretación, este momento álgido en el que el protagonista revela a su mujer el dato que faltaba y que lo hace culpable... se dice mirando a la platea. Sí, lo han leído bien, ni siquiera se miran. Es un buen resumen de la puesta en escena.
La escenografía de Curt Allen Wilmer es memorable, lo mejor del montaje, muy por encima de todo lo demás. Es el mismo de La cocina, Consentimiento... y El mago, que recuerde ahora. No todo el mundo tiene la costumbre de leer los créditos de la escenografía en el programa de mano, pero les recomiendo que estén atentos a lo que van firmando Wilmer y Boromello.
Desde luego, no está a la altura ni siquiera de Muñeca de porcelana , que creo que es lo último que le hemos visto por aquí (Oleanna está escrita mucho antes), y que ya fue juzgada sensiblemente inferior a sus mejores títulos. Todo lo abarca y no aprieta nada. La deontología profesional, la homofobia, los medios de comunicación como fieras sedientas de sangre, la pareja en crisis, la amistad en crisis, la culpa, la religión como asidero... ¿Cabe todo eso en apenas ochenta minutos? No. No cabe. El resultado es una historia deshilachada, que parece ir por aquí y luego gira, y antes de que nos demos cuenta vuelve por el mismo lado, pero tampoco cuaja... etcétera. Aún así, tampoco diría yo que es un texto imposible. Puesto en escena con el hiperrealismo extremo que demandan estos textos americanos quizá hubiera dado otro fruto.
Pero Juan Carlos Rubio no ha dado ni una. Desde la primerísima frase, Pepón Nieto parece primo del Ahab de Pou. Una cosa impostada, gritona, carraspeada, tirando la voz a los graves en esos efectos supuestamente dramáticos que todo el mundo asocia al teatro decimonónico (sin haber estado nunca allí, claro). Y así toda la función. Ana Fernández -estupenda actriz- es arrastrada al mismo limo, porque dialogar con ese personaje es tarea imposible. Algo mejor parados salen Hermoso y, sobre todo, Magüi Mira, que me parece a mí que ha hecho lo que le ha salido del moño. Y menos mal, porque cada vez que abre la boca respira uno un poco más a gusto.
El colmo del asunto llega con la revelación final. Esta mina para la interpretación, este momento álgido en el que el protagonista revela a su mujer el dato que faltaba y que lo hace culpable... se dice mirando a la platea. Sí, lo han leído bien, ni siquiera se miran. Es un buen resumen de la puesta en escena.
Ahí tienen la escenografía completa. Y a Magüi Mira. Foto de Sergio Parra. |
* * *
Cada vez que cuelgo una entrada me doy cuenta de que olvidé colgar otra. Ya que estamos con Mamet, voy a copiar la crítica de la versión de Oleanna que dirigió Luis Luque en el Bellas Artes en 2017. Me gustó mucho la de Manuel de Benito, vista en el Español en 2011 (con Irene Escolar y José Coronado), pero creo que no escribí nada. Ahí va:
Ya decía Mamet que su obra era pertubadora. Estamos
perfectamente de acuerdo. El público lo pasa en grande mientras lo pasa de pena.
Dice también que ambos personajes tienen puntos de vista sólidos, en los que él
mismo cree por igual, y creo que el texto admite una puesta en escena
equilibrada. Pero ésta –como la de
Manuel de Benito hace seis años- no muestra ese equilibrio. Hay una discreta
prepotencia machista entreverada en la
bonhomía del profesor, pero las reacciones de ella –insisto, en la puesta en
escena- parecen por momentos tan desquiciadas que provocan murmullos de asombro
entre el respetable.
Esto no le
quita interés a la versión de Luis Luque. Es quizá el montaje más
académicamente estático que le he visto, con un lenguaje coreográfico (dónde se
ponen, a dónde se mueven cuando cambiamos de acto) bastante más sencillo de lo
que acostumbra. ¿Ha querido privilegiar la interpretación de un texto en el que
intenciones y emociones toman curvas peligrosas casi a cada frase? El resultado
puede no ser para aplaudir con las orejas, pero supera con holgura la
corrección. Guillén Cuervo cumple y Natalia Sánchez clava el tipo de una
muchacha con mucho lastre a cuestas y que, entre todas las salidas para su
dolor, elige la de la imposición a ultranza de lo que considera ideológicamente
insoslayable. Se ve mucho en estos tiempos.
P.J.L. Domínguez