Sala: Teatro Lara (creo que a punto de cambiar de sala) Autor: Carlos Molinero Directores: Carlos Molinero y Gabriel Olivares Intérpretes: Ana Villa, Cecilia Solaguren, Lorena Berdún y Silvia de Pé Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Miedo, lo que se dice miedo, sólo lo he pasado una vez, y el espectáculo no transcurría en un teatro, sino en un angosto sótano de Lavapiés que goza (?) de la fama de haber sido mazmorra de la Inquisición. Nos sentaron a unos doce, apiñados rodilla contra rodilla alrededor de un agujero cerrado con barrotes en el suelo. Nos dejaron allí solos sin luz (sin NADA de luz), y durante un buen rato nos quedamos en la boca del lobo oyendo gemidos en la lejanía que parecían proceder del boquete del suelo. (No recuerdo quién lo hizo, y no tengo el archivo a mano, si alguien lo sabe, a ver si deja un comentario). Verónica no tiene la mazmorra a favor, había que desarrollarla en un escenario convencional, y eso es otra cosa.
Ana Villa, Cecilia Solaguren, Lorena Berdún y Silvia de Pé. |
Verónica
se
anuncia como teatro de terror. Así me fui para allá, aterrorizado, y convencido de que los días en que aterrorrizar era posible en un teatro se fueron a la historia con la invención del
cine. No hace falta dar explicaciones de por qué el cine tiene muchas más
herramientas para despertar en el espectador sentimientos de esa gama, es algo
que se entiende intuitivamente.
Por si fuera poco, la última vez que asistí a
un intento, el Drácula de Bazo y de Juan, lo pasé
bomba: de risa, claro, mientras Langa se escondía detrás de un sofá para
simular una desaparición o un retal deshilachado sobrevolaba el patio de
butacas (Yo: "¿Qué es eso?" JM: "¿No lo ves? Unas bragas rotas"). Por no hablar de la ventana abierta que, movida por la ventolera,
golpeaba el marco… con una cadencia perfectamente ritmada por el mecanismo: tan - tantán / tan - tantán.
Pocas cosas más patéticas que algo que quiere dar miedo y da risa. Por eso fui al
Lara ya asustado de casa, por las dimensiones del fiasco al que pensaba
asistir, con la única esperanza de que la cosa se desplazara más bien hacia el thriller, el suspense o a un cierto agobio psicológico. Eso hacía el Drácula de García May, que creo que no gusto a mucha gente, pero que a mí me encantó: ponía el acento en la reacción de los personajes ante el horror, con una puesta en escena elegantísima.
Langa haciendo el ridi en el Marquina. |
No encuentro fotos que den idea de la preciosa escenografía de Alicia Blas para el Drácula de García May. Tienen que contentarse con esto. |
Pero Molinero es mucho Molinero. Una
inteligencia extraña que se mueve con igual soltura por la alta cultura que por los prados geek.
Un tipo que viene del cine, que del cine ha extraído los parámetros del
género y que, a juzgar por Verónica, sabe
muy bien que los elementos semánticos –de la semántica del horror en este caso-
exigen una reconversión profunda antes de pasar de uno a otro medio. Firma la puesta en escena con Gabriel Olivares, que tiene Burundanga en escena desde... ya no sé ni cuándo.
Primer acierto: uno se ríe bastante con la
función. Sobre todo al principio. Es una jugada perfecta, porque todo el mundo
llega como yo, pensando “bah, qué voy a pasar miedo”, y temiendo en el fondo de
su corazoncito que aquello le dé risa. Todos los elementos cómicos del comienzo
son un mensaje del autor: “ande, ríase tranquilo, no se esfuerce por remar
a favor de lo anunciado, relájese y déjenos a nosotros”. No es la
risa de los amantes del subgénero de risa cinematográfico, porque ya saben que hay dos
tipos de películas de éstas: el miedo en
serio y el miedo en broma, éste
último hecho para incondicionales, y en el que los incondicionales adoran lo
inverosímil, el más-delirante-todavía para partirse la caja. Esto es mejor, es
miedo en serio, pero su arranque
cómico tiene una función dramatúrgica de primer orden.
No quiero desvelar absolutamente nada de la
trama, porque les destrozo el efecto, pero a estas alturas ya supondrán que el
asunto serio, la sugerencia de que aquello es de verdad, se va insinuando
por aquí y por allá. Y aquí viene el segundo gran acierto de la función. Como
todo el mundo sabe, lo que más miedo da es lo que no se ve. Molinero y Olivares han desplegado todo el catálogo de los efectos “adivine lo que no ve” al que nos
tiene tan acostumbrados el cine, y los han adaptado a un teatro. Hay luz, no hay
luz, hay poca luz. Hay ruidos que llegan desde fuera del campo visual. No se podían usar los recursos del cine (encuadre, primer plano...), pero se han exprimido los exclusivos del medio escénico. La historia transcurre en el teatro de un colegio, así que es todo el espacio (platea, pisos, vestíbulo) el que sirve de escenario. Los pocos y sencillos trucos están muy bien incorporados. En el momento del clímax, además del teatro en su conjunto, también los espectadores son incorporados a la trama como figurantes. Y hasta aquí puedo leer.
Tercer acierto: las actrices. Que están de muerte, y nunca mejor dicho. Si son asiduos a este blog (si no lo son, no entiendo a qué esperan) recordarán quizá mi afición a las monjas. Qué monja la de Cecilia Solaguren (gran Emma en la Traición de Fernández Ache en el Español). Un tipo poco frecuente: ha sido compañera de estudios de las otras tres, así que debe mantenerse a medio camino entre la monja-monja y la amiga confianzuda. Tan logrado su personaje como los de Ana Villa (gran Ofelia en el Hamlet de Will Keen) -la alocada-, Silvia de Pé -la bruta- y Lorena Berdún -la obsesionada por averiguar lo que ocurre-. Entre las cuatro, hacen creíble el invento. Están tan centradas en el registro comedia-de-chicas (tipo Lastres, para que me entiendan, con la pequeña diferencia de que esto está bien) como en el de horror paranormal.
Fui con un DAD (Detector de Anticlímax Dramatúrgicos) infalible: un niño de diez años. Entrenadísimo, además, en el terror cinematográfico. Se pasó la función susurrándome al oído "qué bueno", y pegó varios botes. Dice que es lo mejor que ha visto en su vida en un teatro (aunque, en honor a la verdad, tengo que decirles que ha visto cuatro funciones).
No sé si se morirán ustedes de miedo, pero les aseguro que se pasa un buen mal rato. Yo casi me contracturo, que es lo que me pasa cuando algo me obliga a concentrar la atención intensamente.
La de azul es Ana VIlla de Ofelia. |
Tercer acierto: las actrices. Que están de muerte, y nunca mejor dicho. Si son asiduos a este blog (si no lo son, no entiendo a qué esperan) recordarán quizá mi afición a las monjas. Qué monja la de Cecilia Solaguren (gran Emma en la Traición de Fernández Ache en el Español). Un tipo poco frecuente: ha sido compañera de estudios de las otras tres, así que debe mantenerse a medio camino entre la monja-monja y la amiga confianzuda. Tan logrado su personaje como los de Ana Villa (gran Ofelia en el Hamlet de Will Keen) -la alocada-, Silvia de Pé -la bruta- y Lorena Berdún -la obsesionada por averiguar lo que ocurre-. Entre las cuatro, hacen creíble el invento. Están tan centradas en el registro comedia-de-chicas (tipo Lastres, para que me entiendan, con la pequeña diferencia de que esto está bien) como en el de horror paranormal.
Cecilia Solaguren, con Sanjuán y Keen, en Traición de Pinter. |
Fui con un DAD (Detector de Anticlímax Dramatúrgicos) infalible: un niño de diez años. Entrenadísimo, además, en el terror cinematográfico. Se pasó la función susurrándome al oído "qué bueno", y pegó varios botes. Dice que es lo mejor que ha visto en su vida en un teatro (aunque, en honor a la verdad, tengo que decirles que ha visto cuatro funciones).
No sé si se morirán ustedes de miedo, pero les aseguro que se pasa un buen mal rato. Yo casi me contracturo, que es lo que me pasa cuando algo me obliga a concentrar la atención intensamente.
P.J.L. Domínguez
Hay en cartelera otra cosa de terror: Yo amé a Edgar Allan Poe, de Pilar Massa, en La Casa de la Portera. Si me organizo para poder verla ya les contaré.
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Ánimo, comente. Soy buen encajador.