martes, 19 de febrero de 2019

MOBY DICK

Sala: Teatro La Latina Autor: Herman Melville (versión de Juan Cavestany) Director: Andrés Lima Intérpretes: José María Pou, Jacob Torres y Óscar Kapoya  Duración: 1.20'  
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)

Gran efecto final. Yo diría que con ver las dos fotos que les pongo, ya lo han visto todo.
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Como ya lo ha dicho su protagonista, me ahorro la redacción: "Éste es un montaje que no deja indiferente. Hay quien dice que es un coñazo y lo odia a muerte y quien sale del espectáculo transportado". Pou, en la entrevista que le hizo José Luis Romo para Metrópoli. Les diré de paso que, en este momento, mis dos referencias principales para el teatro en Madrid son Kritilo y Romo (@mr_lemmon). Referencias públicas, quiero decir. Tengo informantes privados cuya identidad me reservo como si fueran topos infiltrados en la mafia japonesa. Algunos tienen un perfil parecido, sin ojos rasgados (¿Esta frase es racista? Espero que no. Me apresuro a declarar que todos los cortes de ojo me parecen estupendos y que la diversidad humana es fetén. Al paso que vamos, las aclaraciones de este tipo terminarán ocupando más sitio que el fondo de los asuntos)

Pou me cae estupendamente. Afinemos. Es su proyección pública la que me cae bien, porque no lo conozco personalmente. Esta aparentemente absurda precisión es muy pertinente, el asunto se presta a todo tipo de confusiones. Cuando decimos que nos caen bien -o mal- Lady Gaga, Margarita Robles, Octavio Aceves o Manolo el del Bombo, nos referimos en realidad a la máscara, al personaje público, a lo que vemos en la tele o leemos en la prensa. No tenemos ni idea de cuál sería una hipotética relación personal. Ya decía Concha Velasco que hay que evitar cuidadosamente toparse en carne mortal con la gente que admiras, porque los chascos son fenomenales, y añadía que Shirley MacLaine escupe como un camionero. (¿Esta frase es discriminatoria? Me apresuro a declarar que he conocido camioneros que no escupían y que, así en bloque, me caen también estupendamente). Volvamos. El personaje público que Pou se ha labrado es serio y profesional. Nunca le he oído o leído ninguna salida de tono. Y, a pesar de eso, trasluce espontaneidad y, sobre todo, amor por el oficio. Parece uno de esos artistas que han colocado el trabajo por encima del ego. Por eso no tiene el menor empacho en soltar lo de "hay quien dice que es un coñazo", porque no tiene que importarle y -probablemente- no le importa. Desde luego, parece que no le importa, y eso es lo que importa (esta frase parece que la hubiera escrito Lope, borracho). Es esa libertad de espíritu la que me lo hace simpático.

A estas alturas del tercer párrafo ya habrán adivinado que estoy en el bando del coñazo. Desde luego, hay que tener narices para ponerse a adaptar Moby Dick para el teatro. Ya dice Pou en la misma entrevista que tanto Orson Welles como Vittorio Gassman se dieron sendos batacazos. Welles participó en la película de John Houston, puso la historia en escena, intentó hacer una película basada en esa versión teatral (parece que la filmación se ha perdido) y rodó un segundo proyecto cinematográfico en 1971 (bastante rarito, leánlo en el enlace). Todo muy Welles, que fue toda su vida de derrota en derrota hasta la victoria final. Lo de Gassman era un megamontaje con veintitrés personas en escena. Como ven, el abanico va desde lo gigantesco al extraño experimento de Welles leyendo el texto a piñón fijo. Y ninguno de estos intentos parece haber dejado huella de éxito en la memoria colectiva, exceptuada la película de Houston que, por lo que recuerdo de la tele en blanco y negro de mi niñez, viene a ser de aventuras. ¿Será imposible de adaptar al teatro? No hay imposibles. Yo hubiera dicho que El corazón de las tinieblas era inadaptable y me encantó lo de Facal. 



Esto de Cavestany... ni fu ni fa. Lima y él han hecho caso a lo que Gassman decía: que la ballena no debe verse, porque todos la llevamos dentro. Apenas unas imágenes confusas que se proyectan al fondo. El resto es casi un monólogo. Yo diría que lo que le pedía el cuerpo era un monólogo y que todo lo que se ha añadido para que no lo fuera, sobra. Sobra, porque no hay ni un solo diálogo con los otros dos actores presentes que introduzca alguna pizca de interés dramático. Todo lo que no es lírico / épico (huy, que ya escribo como Aramburu) es narrativo o, incluso, aburridamente explicativo. El único diálogo interesante lo mantiene Ahab con un ausente: el capitán del Rachel, cuya voz en off le solicita ayuda para buscar a su hijo perdido. En escena está representado por una sombra proyectada. Vaya, tres minutos de sacudirnos el sopor, porque por fin ocurre ALGO. Algo que nos demuestra la profundidad de la obsesión de Ahab sin que sea preciso que nos la describan y expliquen minuciosamente. Ya saben, la afirmación clásica: en el teatro pasan cosas y el espectador saca sus conclusiones. Si me conocen, saben que no soy uno de esos puristas que elevan esa norma a ley, pero cuando las peroratas narrativas o líricas no alcanzan a cosquillearnos ni media neurona, se agradece mucho un milímetro cúbico de acción dramática. Tres minutos.

Vamos con Lima. Si lo del párrafo anterior tiene algún fundamento, y esto es, sobre todo, un monólogo del protagonista, el tono en el que se le ha colocado es una catástrofe. Quizá (tengo mis dudas, pero quizá) una historia de aventuras con ballena gigante, muertos y catástrofe final haría posibles los ochenta minutos con Ahab bronco, exaltado, gritón y con voz rasposa. La lírica monologada no lo soporta. El personaje no puede parecer enajenado en todo momento, esos perfiles cuadran en un hospital siquiátrico, pero no en una historia que se pretenda verosímil en alguna medida (subrayo: en alguna medida). Me chocó de tal manera este Pou instalado casi todo el tiempo en ese registro monocorde con el recuerdo de la crítica de Ordóñez que corrí a releerla en cuanto regresé a casa. En efecto, lo puso por las nubes. Apenas insinúa: "Puede que haya algún exceso tronante en la entonación". No lo entiendo. Creo que esos elogios le hacen un flaco favor a un actor que está muy, pero que muy por encima de esto. Y algo creo atisbar (cada uno atisba lo que busca) en la ya citada entrevista: "A veces esos calificativos tan maravillosos producen expectativas que luego causan desilusiones, así que no creas que me dejan muy contento". Es un tipo inteligente.

Hay poco más que decir. Torres y Kapoya me parecieron infrautilizados, el segundo moviéndose como los negros se movían en las ficciones blancas cuando La cabaña del tío Tom. Dense una vuelta por mi barrio y verán que la correspondencia entre esos andares y ese color de piel ya no se lleva. Si es que se llevó alguna vez.
P.J.L. Domínguez
          

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