sábado, 9 de febrero de 2019

EL SUEÑO DE LA VIDA

Sala: Teatro Español Autor: Federico García Lorca y Alberto Conejero Director: Lluís Pasqual Intérpretes: Dafnis Balduz, Ester Bellver, María Isasi, Raúl Jiménez, Daniel Jumillas, Jaume Madaula, Juan Matute, Antonio Medina, Chema de Miguel, Koldo Olabarri, Sergio Otegui, Juan Paños, Luis Perezagua, César Sánchez, Nacho Sánchez, Emma Vilarasau  Duración: 1.40' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)


La foto es de Sergio Parra.
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

ORGÁNICAMENTE LORQUIANO

Cuando Conejero se arriesgó a completar la Comedia sin título (de nuestro autor más universal) y Lluís Pasqual (lorquiano entregado) decidió dirigir su texto treinta años después de montar el original, había algo previsible: las mil lupas que se iban a aplicar al resultado. No cabe duda de que ese escrutinio minucioso encontrará aspectos discutibles. Pueden sobrar, por redundantes y por restar universalidad, las referencias a los “cuarenta años” o –creo recordar- al “caudillo”. Puede objetarse que los gritos empiezan demasiado pronto. O que hay un bache de tensión al comienzo del segundo acto, quizá superable con el rodaje. 

    Pero todo esto no oscurece el hecho de que el formidable reto se supera con muchas más luces que sombras. Para empezar, y esto es un gran elogio, el texto de Conejero se integra de forma tan orgánica con lo escrito por Lorca que preveo también mucho bisturí aplicado a la tarea de si esto o aquello es más o menos lorquiano. Y, en cuanto al montaje, se trata de un gran espectáculo que lleva al espectador por donde quiere y que, a pesar de las dificultades de optar por un escenario vacío; por integrar platea, palcos y pisos; por mantener al público iluminado… no deja ver las costuras. No hay espacio para más menciones, pero citar a Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es inevitable.


Se hace uno mayor, y su punto de vista se va deslizando por la escala temporal. Decía ayer un amigo en el grupo de whatsapp de los compañeros de carrera que la primera vez que vio Mujeres al borde de un ataque de nervios los personajes le parecieron mayores. Ahora le parecen muy jóvenes. Inevitable. Por ese efecto distorsionador que produce el ir entrando en el campo brumoso de la próxima senectud, Conejero me había parecido hasta ahora mismo un jovencísimo escritor, y acabo de darme cuenta de que cuando yo tenía su edad me hubiera ofendido que me llamaran "jovencísimo". Afinemos. Desde un punto de vista meramente humano y observado desde donde estoy, ES, efectivamente, muy joven: una vida por delante. Suerte que tiene. Pero desde los estándares de análisis de lo que es una carrera pública, es un artista que entra en la madurez.

Y no sólo cronológicamente. He sido más crítico con su labor de adaptador, versionador o, dicho brevemente, con las piezas que parten de labor ajena (me gustó una cosita breve sobre El banquete y me pareció correcta la versión de la Odisea hecha para La Joven Compañía, pero no me convencieron ni Fuenteovejuna ni Rinconete y Cortadillo; creo que tiene bastantes más). Es en su labor como autor en primera instancia -por decirlo brevemente- donde está labrándose una trayectoria notable. Ya saben que no soy de elogio fácil, pero estoy un poco hartito (¿No se dice "ofendidito"? Pues hala) de tanto meteoro rutilante que atraviesa la cúpula celeste de la creación dramatúrgica suscitando coros de arcángeles (a)críticos, y me parece importante dejar las cosas claras. Estoy de buen humor, así que no pondré ejemplos, pero seguro que se les ocurren varios. Conejero es un dramaturgo consolidado que se merece una mirada atenta sobre lo que hace.

Foto de Marcos G Punto
¿Y qué hace? Resumen. Húngaros: ni la he visto ni la he leído. Cliff: buena. Ushuaia: buena. La extraña muerte de una cupletista contada por su perro: ni la he visto ni la he leído. Eso sí, vaya título. Uno de los proyectos que acaricio para cuando me jubile es un ensayo sobre los títulos. En medio de tanta gente que titula como si lo hiciera adrede para cargarse su propia obra, éste de la cupletista brilla con fulgores entre Mendoza y González Ledesma (y no me refiero a los títulos, sino a las atmósferas de ambos). En fin, volvamos al hilo. La piedra oscura: un bombazo. Todas las noches de un día: muy buena. Puñeta, no la colgué. (Ya la he colgado)

El resultado hasta ahí es envidiable. Ya me gustaría a mí que, en la modestia de mi dedicación a la crítica, la calidad de lo que escribo alcanzara esas medias. Y en esto llegó Lorca.

Decía más arriba que he sido más crítico con la parte de Conejero que arranca de otros autores. Aquí, el duelo era nada menos que con Lorca y, ya lo puse en lo publicado en papel, la unión estrechísima que ha conseguido entre lo propio y lo ajeno es, sin duda, lo más admirable. Estrena hoy La geometría del trigo. Ya les contaré.


Foto de David Ruano
Me quedo sin tiempo y me temo que, a estas alturas, lo que les va a interesar del otro protagonista -Pasqual- será su aventura en Málaga, más que esto estrenado ya hace la enormidad de tres o cuatro semanas. Sólo voy a añadir un pequeño apunte paranormal. Vilarasau tiene un curriculum teatral potente. Me parece una fantástica actriz y, desde luego, no tiene que parecerse a nadie para serlo. Pero durante la función me pareció que la poseían, sucesivamente, la Espert, la Sardá y la Velasco. ¿Estoy loco? Pues se diría que no, porque tres -igualmente sucesivos- conocidos, me dijeron que les había recordado a alguna de las tres. A mí, a las tres a la vez. Es un extraño elogio, pero es un elogio.

Hay muchísimo buen hacer desparramado por todo el elenco. Sobre Nacho Sánchez (uno de los valores emergentes más evidentes del panorama) puedo dejarles los enlaces a La piedra oscura He nacido para verte sonreír. No les daré el de Iván y los perros, porque (ay) tenía entonces el blog a medio gas y nunca colgué nada al respecto. Aquí -ya lo decía en la Guía- Pasqual lo pone a vociferar excesivamente pronto, pero sus capacidades interpretativas no dejan de ser evidentes por ello. No tengo tiempo (ah, que ya lo he dicho más arriba) para ponerme a escribir sobre ellos (ahora mismo estoy haciendo varias cosas a la vez, "ya se le nota en la prosa", dirán ustedes) pero al menos me gustaría mencionar a Otegui -que me gusta siempre, siempre- y a Jumillas, que me parece un tipo con mucho peso. Las suelta con un aplomo, casualidades, parecido al de Otegui. Me acaba de pasar algo que me deja siempre estupefacto y contento. Me he ido a ver la crítica de Ushuaia, por repasar lo que dije de Jumillas. Y resulta que usé la misma palabra: aplomo. Qué sensación de bienestar ésta (siempre ilusoria) de la coherencia con uno mismo. Lo cierto es que el resto del elenco merecería un repaso detallado, pero no me da la vida.

Sí quiero terminar con una consideración general. Por una vez, mi aprecio es superior al del consenso del resto de la crítica. Aventuro una hipótesis, ya apuntada en lo que publiqué en papel. La apuesta era muy alta: Lorca, Pasqual, el recuerdo de La comedia sin título, el arrojo de Conejero... En estas circunstancias, se invierte la dificultad de la opinión. Me explico. Habitualmente, es mucho más fácil, agradable y rentable tener una buena opinión. En este caso sucede lo contrario, lo jorobado es reconocer la altura del resultado, porque el aprecio puede hacer quedar al opinador como un indocumentado. Todos -yo también, por supuesto- nos ponemos más puntillosos. De no ser por ese factor, es muy posible que a mí se me hubiera escapado una estrella más (le puse cuatro). Pero cuanto más lo pienso, más redondo me parece lo conseguido.
P.J.L. Domínguez

          

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