martes, 17 de junio de 2014

EL BANQUETE

Sala: Cafetería del Círculo de Bellas Artes Autores: María Velasco, Alberto Conejero, Elena Lombao, Sergio Martínez Vila y Anna Rodríguez Costa Directora: Sonia Sebastián Intérpretes: Huichi Chiu, Miquel Insua, Aarón Lobato, Carlos Lorenzo, Natalie Pinot y Julio Rojas (voz y guitarra: María Ordóñez)  Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

De pie: Insua, Lobato, Chiu, Lorenzo. Delante: Pinot y Rojas. No se dejen engañar por la foto. Promete muchísimo
más de lo que la función da.

1.- El lugar: No seré yo quien diga que en la cafetería del Círculo de Bellas Artes no se puede actuar. Se puede en cualquier parte. Siempre que se sepa programar. No se puede hacer El anillo del Nibelungo en el Microteatro o el Quijote de Bambalina en Epidauro. Ya les digo lo que no se puede hacer en esa cafetería: teatro de texto en escenario.  A no ser, claro está que: a) Dejen sólo unas primeras filas pegadas a los actores (no más atrás de la escultura de la señora desnuda). b) Depositen a los camareros maniatados y amordazados tras la barra. c) Clausuren durante el espectáculo la puerta de entrada o, al menos, engrasen sus bisagras. 

El avispado lector ya ha entendido que: a) En las filas de atrás está uno como en Marte. b) El trasiego de camareros y la sinfonía de la vajilla es constante. c) Los que salen al baño provocan hermosos chirridos de la puerta. Pero hay algo que el avispado lector aún no sabe: en mi función, a pesar de veinticinco minutos de retraso por ese motivo, la amplificación fue un desastre.

En los últimos años, el teatro se ha hecho en Madrid en los lugares más insospechados. Nunca había visto semejante desajuste entre un espacio y un espectáculo. Tampoco semejante desastre técnico, ni en la menor y más modesta de las minúsculas salas de nuevo cuño. Hay que recordar una obviedad: si uno quiere hacer teatro en un lugar lleno de camareros y sin control en la puerta de entrada, con ruidos de toda índole y sillas de muy diversa visibilidad, el género está inventado. Se puede hacer lo que tradicionalmente se ha hecho en esos sitios: cabaré (variedades, cuplé, striptease, burlesque o cualquier cosa que venga de ese planeta), stand-up comedy... No esto, desde luego. En la actividad de los últimos años hay multitud de ejemplos a seguir, desde aquellas gloriosas cenas de la Sala Pradillo (cómo recuerdo a la Perdikidis y colegas), hasta The Hole en el Calderón (uno no sabía si era peor la cena o el espectáculo, pero el problema espacial de hacerlos convivir estaba perfectamente resuelto).




2.- La idea: Pues la idea está bien. Me ha costado un rato de reflexión abstraerme de su realización, pero reconozco que está bien. Una paráfrasis sobre El banquete de Platón encargada a cinco autores. También el concepto visual está bien: de ahí lo atractivo de las fotos. Desde luego, nada excesivamente original. No hay créditos de vestuario en el programa.

3.- Los textos: Los hay de dos tipos. Los cinco monólogos, y los diálogos de comienzo, final e intersticios. No sabría decir si son peores unos u otros. La dramaturgia general es un desastre: ni viene de ninguna parte ni va a ningún sitio. Los diálogos de introducción, relleno y despedida, un desastre peor si cabe. Incomprensibles y, esto es horrendo, sin pizca de gracia cuando parece que pretenden hacerla, ni pizca de capacidad provocadora cuando parecen querer ser escabrosos. Es hora de asumir que en 2014 es imposible provocar con alusiones sexuales de este tipo, a no ser que esté uno escribiendo para la Zarzuela (lo digo porque hace poco parte del público protestaba unos desnudos, qué maravilla). El abismo entre la supuesta provocación verbal y la nula tensión sexual real termina produciendo una sensación penosa. La provocación está ahora mismo en territorios muy lejanos de éste. Es infinitamente más provocadora la reflexión de Martínez Vila que todas las tonterías carnales coladas por aquí y por allá. Pero me adelanto. Estábamos con el material de relleno: suspenso.

En cuanto a los monólogos, y aparte de un breve fragmento interpretado por Huichi Chiu, que creo que es de Alberto Conejero, sólo se salva el de Sócrates, firmado por el ya citado Sergio Martínez Vila. El resto es una colección de banalidades y lugares comunes sobre el mito de los andróginos (Aristófanes), la vacuidad del amor actual (Fedro, y no Fredo, exquisita errata del programa de mano que parece hecha a posta; lo que el personaje dice le cuadra mucho mejor a cualquier Fredo de morondanga que al Fedro de campanillas), la exaltación de la sexualidad (Agatón) o la jeremiada por-qué-pasas-de-mí (Alcibíades). El de Martínez Vila, que ilustra las ideas sobre el amor del propio Platón que éste puso en boca de Sócrates, tiene la virtud de presentarlas con un hermoso lenguaje, salpimentado de jerga actual, y de hacerlo con una expresividad ascendente que ayuda a su interpretación. Eso sí, a alguien se le ocurrió la genial idea de intentar reventar el invento haciendo decir a Alcibíades "pausa socrática" en tres pausas de Insua. ¿Para qué? En fin, eso nos lleva al apartado siguiente:


El banquete, en versión de Anselm Feuerbach. A mí, es que los historicismos
me pirran... 
3.- La dirección y la interpretación: la dirección ha oído Pandures, pero no sabe dónde. No quiero extenderme en demoler, aunque es imposible acertar en esto. Si las opiniones negativas se argumentan mencionando todo lo que a uno le ha parecido mal, es hacer sangre. Si se ahorra la enumeración, es una opinión gratuita. En fin. Desde luego, era prácticamente imposible hacer algo masticable con semejantes textos, pero todo el resto también ayuda lo suyo al estrepitoso naufragio. Está todo el mundo aburrido -a pesar de los incondicionales aplaudiendo constante y machaconamente- a los diez minutos. Si no me creen, vayan y echen un vistazo a las caras de los que no forman parte de la claque. 


Me la perdí, snif.
Respecto a los intérpretes, iremos de peor a mejor. Aarón Lobato está muy verde. A Carlos Lorenzo le ha tocado el texto más soso, y tampoco ha sabido sacarle punta por ninguna parte. Una pena, lo recuerdo eficaz en Transición. Huichi Chiu parece mostrar una vena cómica aprovechable, pero el breve papel me supo a poco para opinar con fundamento. Además, se ha debido de correr la voz de que es muy graciosa, y los seguidores (al menos en mi función) se parten en cuanto suelta una preposición. Es un flaco favor, tanto a ella, como a quienes pretenden oír lo que dice. Julio Rojas, que tiene que largar un monólogo transgresivo (por si acaso: es un sarcasmo) se pasa la función con el torso desnudo en uno de esos papeles en los que se ha especializado Asier Etxeandia, ya me entienden. Huérfano de texto, huérfano de contexto, huérfano de dirección... hace lo que puede y no cae en el ridículo, que ya es decir. Natalie Pinot, a quien lamento no haber visto en Louella Persons batalla lo suyo contra la inanidad de lo que está contando. Me he quedado con ganas de verla en algo de mayor enjundia. María Ordóñez, ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Está la pobre colocada sin ton ni son, cantando como puede sin amplificación (al menos así me tocó a mí) y perdida en cualquier esquina. No se sabe lo que podría suceder si estuviera bien encajada. Con lo bien que estaba en La mirilla. Todo esto queda sin duda peor en el Círculo que donde se hizo antes, pero los problemas del Círculo no lo explican todo.

Y, por fin, llegamos al momento dulce de la historia. La suerte ha querido que el mejor texto se topara con la mejor interpretación. Miquel Insua es Sócrates, y le ha tocado el ya mencionado de Sergio Martínez Vila. Cuando Insua empezó a hablar, se hizo de pronto el silencio, la gente que me rodeaba abandonó las posturas de semitumbamiento y enderezó las orejas. En un alarde de dirección, resulta que había música de fondo (el único que tuvo tal honor, creo). Y a pesar de los camareros, de las bisagras, de la vajilla, del crepitar del micrófono... ¡y de que a medio monólogo dejó de funcionar la amplificación y regresó después!... Insua se quedó con todo el mundo. "Todos somos una misma cosa, una cosa atroz y formidable" dice su hermoso texto. No todos, algunos son excelentes actores. ¿Saben?, me asaltó una pregunta: ¿cómo quedaría este hombre mano a mano con Carmen Mayordomo? Me gustaría ver el experimento. Fui acompañado por dos amigos que no trabajan ni en el teatro ni en sus aledaños, y cuando Insua terminó les dije: "¿Os dais cuenta de lo fácil que es distinguir algo bueno de lo que no lo es?" Y asintieron embobados.
P.J.L. Domínguez

Hay quien ha encontrado en esto valores que yo, desde luego, no vi por ninguna parte: enlace a la crítica de Javier Vallejo.
           

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