martes, 16 de septiembre de 2014

SÉ DE UN LUGAR

Sala: Cuarta Pared Autor y director: Iván Morales Intérpretes: Anna Alarcón y Xavier Sáez Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)


La foto está hecha en otro lugar. Lo cierto es que la pared y el suelo de la Cuarta
Pared le dan otro rollo a la historia. La visten más


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Sé de un lugar se llevó un Premio Butaca en 2012. No soy fan de los premios, hay que ver los despropósitos premiados a veces, pero los Butaca son quizá los más limpios y claros de concepto que conozco. Ya nos gustaría tener algo así en Madrid.

    Que una pequeña producción como ésta siga viva dos años después es también un dato relevante. Tiene méritos para estarlo, empezando por un texto que construye un cosmos, complejo pero coherente, en el que conviven Mujeres y hombres y viceversa, Triana y los pastelitos Pantera Rosa. Que nadie se alarme, en armonía. Parece una historia de pareja, pero es bastante más. Yo diría que trata sobre todo de la dificultad de cualquier espíritu sensible para adaptarse al mundo. Aunque en las antípodas en muchos sentidos, me recuerda al Breve ejercicio para sobrevivir de Perotti.


    No es una pieza fácil, emplea más tiempo del habitual en entregarse. Pero uno entiende perfectamente hacia dónde iba en cuanto la mirada consigue abarcar el conjunto. No conocía a los actores: estupendos. El personaje de ella se parece enormemente a alguien que conozco, cosa que siempre me parece una garantía de la veracidad del trabajo. Me sobran, quizá, algunas de las interacciones con el público. No, desde luego, las conversaciones de Beré con el vecino indio, un hallazgo.
Y lo que no cabía allí:
[Las frases en negrita son el punto de enlace entre la crítica de la Guía y lo que sigue. Mejor leer en ese orden, si quiere enterarse bien]


No es una pieza fácil, emplea más tiempo del habitual en entregarse. Bastante más, yo diría que casi una hora. O estaría yo torpe ese día, que todo puede ser. Pero hay un momento en el que todo (los Pantera Rosa, Triana, Tintín, el vecino hindú, Mujeres y hombres y viceversa) empieza a encajar, y se produce ese efecto que en los rompecabezas se corresponde con el punto en el que ya se aprecia que la mancha blanca es el castillo de Luis II de Baviera. Y perdón por la analogía, pero es un puzzle que ha visto todo el mundo. A partir de ahí, es como si conociéramos a estos dos desde hace media vida, porque ha asimilado sus obsesiones, sus miedos y sus dificultades. A nadie extraña que él se esconda bajo la mesa. La escena de los chupitos -ya dijo Ordóñez que es una de las cumbres- hace el efecto que hace gracias a toda esa preparación anterior. Dicho en otras palabras: en otras funciones, uno puede irse antes del final y haberse quedado con buena parte de la médula del asunto. En ésta, no.

Me sobran, quizá, algunas de las interacciones con el público. Ahora que han pasado unos días, quitaría hasta el "quizá". Me sobra todo eso de "toma este papel y dáselo a fulano" (dicen los actores a los espectadores). No suma nada y parece un recurso barato de "mira qué modernos somos". No es tal cosa, y eso también se entiende al final, cuando Beré tiene una conversación más prolongada con el vecino hindú que, eso sí, es uno de los momentos culminantes de expresividad y ternura. Pero, de todos modos, los anteriores sobran. En mi función, tuvimos además la suerte de que el vecino estuviera encarnado por una señora maravillosa, tan tranquila y tan relajada en su papel.

No conocía a los actores: estupendos. Con un nivel tal de interiorización de los personajes que se produce ese fenómeno por el que es difícil imaginar que esas dos personas tienen un carácter distinto del que muestran en escena. No les queda rastro de artificio. En buena parte, porque están muy bien dirigidos. Todo lo que es movimiento -tanto los desplazamientos por la sala como la gestualidad de cada uno- contribuye decisivamente tanto al desarrollo dramatúrgico como a la construcción de los personajes (hay un crédito de asesoramiento físico a nombre de Joana Rañé).

Estas entradas están resultando de redacción un poco más apresurada que lo habitual, pero es que tengo un comienzo de curso de alivio. Ya iré pillando el tran-tran. A ésta, le pondré los enlaces de información de actores y director cuando toque volcar aquí el texto publicado en la Guía. Ahora mismo, salgo zumbando a True west. Ya les contaré.
 P.J.L. Domínguez

           

sábado, 13 de septiembre de 2014

JUGADORES

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Pau Miró Intérpretes: Luis Bermejo, Jesús Castejón, Ginés García Millán y Miguel Rellán Duración: 1.10' 
Información práctica (el enlace inoperante puede significar que la función ya no está en cartel)

Bermejo, Rellán, Castejón y García Millán.
[Si pasa de mis elucubraciones y quiere ver la crítica, sáltese tres párrafos y vayase al enlace. Y también un poco a la porra, dicho sea sin ánimo de faltar] 

Más de uno (o una) estaría ya pensando que se había librado de mí. Pues no. Aunque, antes o después, tiraré la toalla, No sé si hacen a la idea de lo que supone llevar una vida laboral, otra familiar y mantener un pequeño rescoldo de vida social, y sumar además las salidas al teatro, la crítica publicada en papel... y un blog. De verdad, quien no tenga un blog no sabe lo que come. Piénsenlo dos veces antes de liarse. Por no hablar de los resquemores que puede levantar hasta la palabra más inocente escrita en un momento de ingenuidad. ¿Quién decía algo así como que el éxito en la vida consiste en esconderse lo mejor posible? A veces pienso que tenía razón. Sólo a veces.


Este verano me he dado cuenta de que el buscador de imágenes de Google da
(casi siempre) en el clavo con las cuatro o cinco primeras. Ahí tienen la primera para "bloguero": un tipo que se destroza la espalda sobre una máquina, en vez de disfrutar por ahí de la vida.
A raíz de esto último que acabo de escribir, el sosiego veraniego (¿a que mola el ripio?) me ha traído consejo. Les anuncié en twitter los premios #Cercadelacerca, pero lo que no revelé es que iba a publicar también los #Lejosdelacerca, con lo peor de la temporada. Ya saben, como aquellos Premios Naranja y Premios Limón que tanta guerra daban, y que ahora mismo no sé dónde se esconden. Sin embargo, me parece que no va a haber antipremios. Hay quien se me ha mosqueado hasta cuando lo he puesto bien, así que paso de meterme en arenas movedizas. Por ahora. A lo mejor en unas semanas me cambia el humor y lo largo todo.


Y no puedo ocultarles la tercera.
¿Cuántas veces lo han pensado?
En fin, bienvenidos de vuelta al blog. Y si llega por primera vez, créame: me podré equivocar, como todo hijo de vecino, pero lo que se va a encontrar es mi opinión sincera. Nunca he puesto mal a nadie porque me cayera mal. Nunca he puesto bien a nadie porque me cayera bien. Nunca he puesto bien a nadie porque sea mediático, indiscutible o super-cool. Cada vez que me pongo a escribir, me pego a brazo partido con mis prejuicios. En fin, que hago todo lo que puedo. Sin embargo, si tiene usted una experiencia consistente como espectador de teatro y lector de críticas, sabrá que uno debe elegir crítico como quien elige color para el sofá o pareja para el baile. Y que debe interpretar lo que el crítico le diga, según su experiencia con él en encuentros (o encontronazos) precedentes. O sea, que esto no va tanto de verdad / mentira como de sintonía. Pero qué les estoy contando, como si no fueran ustedes ya bastante mayorcitos. Al grano.


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Pau Miró debe buena parte de su fama a Llueve en Barcelona (2004), que vimos en Madrid puesta en escena primero por Mario Vedoya y después por Francesco Saponaro. También tuvo éxito la versión original catalana de Jugadores, que dirigió el autor. Repite ahora en la dirección, en castellano y con nuevos intérpretes.

    Una amistad basada en el juego: en el casino mientras alcanzó el dinero; en casa, ahora que el bolsillo no da para más. Leo por ahí que se trata de cuatro fracasados, pero me niego a llamar fracasado a un peluquero en paro, si resulta que el éxito es lo que han obtenido los pajarracos que los medios ensalzan. Digamos que a estos cuatro personajes la vida les ha pasado por encima como una apisonadora, como a casi todos. Se las arreglarán para encontrar una tómbola con más adrenalina que el casino.


    La función tenía un punto de partida difícilmente mejorable: los actores. Pero la dirección se queda más bien plana, atrapada en un realismo mate al que se intenta sacar algún brillo con licencias no muy logradas: postureo, canción en directo. Sin embargo, un texto de gran altura –e intenso perfume americano- y cuatro espléndidos intérpretes salvan en buena parte el espectáculo. Me quedo con los bien colocados aspavientos de Luis Bermejo y con los miedos de Jesús Castejón a perder lo poco (¿o mucho?) que aún conserva: la escasa compañía de una esposa distante. 

Y lo que no cabía allí:
[Las frases en negrita son el punto de enlace entre la crítica de la Guía y lo que sigue]

Puesta en escena por Francesco Saponaro y destrozada a conciencia por un actor que se hizo luego político. Un poco histriónico dijo alguien de buena voluntad. E impecable García Garzón. Parece que para gustos se hicieron los colores.

Me niego a llamar fracasado a un peluquero en paro, si resulta que éxito es lo que han obtenido los pajarracos que los medios ensalzan. Esto del éxito y el fracaso, el ganador y el perdedor (no digamos ya cuando alguien dice "looser") me pone de los nervios. Me pone de los nervios porque está exactamente en las antípodas de lo que entiendo que es la vida. De lo que entiendo yo, y de lo que entiende (o entendía) la cultura que me rodea. Claro que siempre se ha podido decir de alguien que era un fracasado, pero no con esta insistencia, con este carácter de vara universal de medir que el binomio éxito/fracaso tiene en la peor cultura americana de importación. Eres un perdedor, le dicen a alguien de dieciséis años en el instituto, como si la vida fuera un bingo. Lo preocupante es que ya empieza a haber por aquí gran cantidad de papanatas repitiéndolo. Por si se les ha olvidado, conviene recordar que este apestoso lugar común está estrechamente emparentado con la creencia pararreligiosa de te-mereces-lo-que-te-ocurre. Si eres virtuoso, la vida te premia. Si te va mal, es que eras un holgazán, un inútil o un idiota. Trompetería de iglesias reformadas e ideología de Te Party. Aquí -me refiero a los países católicos- ni los conservadores llegaban a mostrar semejante desprecio por el caído. Últimamente, como vamos sustituyendo el añejo tradicionalismo local por ese neoliberalismo de camisa de raya fina recién planchada y moral sexual tolerante que no puede esconder bajo la colonia de marca que es muchísimo más peligroso que la derechona de toda la vida, empieza a llevarse esta clasificación universal del género humano: ganador o perdedor. ¿Estás en paro? Será que eres idiota.


Vázquez: éxito.
Bach: fracaso.
Pues verán. El político vivo que más tiempo ha mandado en España (o casi) ha resultado ser un chorizo. He perdido la cuenta de los deportistas de élite que residen fiscalmente en los anillos de Saturno y/o tienen serios problemas con el fisco. El profesional de mayor relieve en televisión (con una diferencia respecto a sus competidores que no sé si había dado alguna vez en la historia, ni con Kiko Ledgard) es Jorge Javier Vázquez (si el teatro más culto puede citar Mujeres y hombres y viceversa, ¿por qué no voy a poder citar yo Sálvame?). En fin, que triunfo, ganador, éxito, son términos que hay que mirar con profunda sospecha. Déjenme pensar en alguien que admiro. Ya. Me han salido dos de golpe: Bach y Tchaikovsky. El primero murió arrinconado en una sacristía. El segundo, cubierto de ignominia. ¿Quieren alguien vivo? Venga: Rodrigo García y Angélica Liddell. ¿Cuál será la proporción de españoles que los conocen respecto a los que conocen al presentador de Sálvame? ¿Quién ha tenido más éxito en la vida, el apenas difunto Botín, que heredó de su padre un banco (pequeñito, nos recuerdan ahora) o mi abuela, que crió a dos hijos viuda y sin recursos? ¿Les parece demagogia todo esto?

Me ha costado lo mío llegar hasta donde quería llegar: estos cuatro personajes me parecen cuatro tipos formidables. Y más a medida que pasan los días desde que vi la función. Héroes de la tremenda lucha que todos sostenemos contra el paso del tiempo y la inevitable decadencia de las cosas. Pobres seres humanos que, en vez de concentrarse en reventar al prójimo -como muchísimos triunfadores-, se buscan lo que pueden para mantenerse vivos: una puta ucraniana, un resto de esposa, un casino, un... Bueno, resulta que ahora no puedo contar lo que se buscan entre todos, porque les reviento la historia. Sí les revelaré que reaccionan. De una forma que me pregunto cómo es que no se le ocurre a más gente. Es mérito de Miró haber sabido construirlos dignos, a pesar de sus miserias.

Un texto de gran altura. La historia se va entendiendo a medida que los retazos de conversación van iluminando zonas progresivamente más amplias, sin que las costuras narrativas llamen la atención del espectador. Me extraña que Ordóñez le hiciera un reproche (aquí tienen su crítica), precisamente en este sentido, a la obra original en catalán. Es posible que se haya corregido luego, porque, al menos tal y como está ahora, cuenta mucho y muy bien, en relativamente poco tiempo. En un registro de realismo cotidiano que, sin embargo, no excluye el lirismo, a veces por omisión o a través de los silencios. Dibuja los personajes con gran nitidez: mediada la función, es como si fueran conocidos del espectador. Tendría que pensar con más detenimiento de dónde procede el "perfume americano" al que aludo en la Guía. Así, de sopetón, le veo dos fuentes. Por una parte, esta estructura cinematográfica de escenas extraídas como al azar del discurrir de la vida. Por otra, el ambiente de amistad masculina al borde de la marginalidad, Es probable que haya más cosas.

Licencias no muy logradas. Afortunadamente, pocas. Una canción de Bermejo y unos paseos culminados en poses Tarantino en el proscenio (ver imagen más abajo) que están metidos con calzador. No ayudan a elevar el tono de la direccion, no vienen a nada.




Los  bien colocados aspavientos de Luis Bermejo. También fue el que más me gustó en Maridos y mujeres. Castejón es un grande, no se entiende que lo veamos tan poco. Me impresionado el certero análisis de Ordóñez sobre el trabajo de Ginés García Millán, que no terminé de pillar. Tendría que verlo de nuevo desde ese punto de vista, es verdad que va a mejor. Y, por supuesto, Rellán es maestro de maestros, pero después de verlo en Novecento mi capacidad de pasmo estaba ya colmada. Esto es un elogio, que no sé si entiende bien. 

Aquí lo voy a dejar, que se me amontona el trabajo. Tengo que colgar Sé de un lugar (sí), El largo viaje del día hacia la noche (créanme: no) y Excítame (tampoco), y veré dentro de un rato Villa Puccini. Me ha alegrado volver a encontrármelos por aquí.
 P.J.L. Domínguez

           

miércoles, 30 de julio de 2014

TAPE

Sala: Teatro Lara Autor: Stephen Belber (traducción de Yolanda Vega) Director: Bruno Ciordia Intérpretes: Fran Calvo, Jano San Vicente y Yolanda Vega.  Duración
(la función ya no está en cartel)

San Vicente, Vega y Calvo.
Stephen Belber es conocido entre nosotros sobre todo por El proyecto Laramie, de la que fue coautor y en la que actuó (tanto en el teatro como en el cine). Tape ha tenido parecida fortuna desde su estreno en 2000, tanto por arriba (producciones en todo el mundo, película con nombres de campanillas) como por abajo (pequeñas producciones, teatro de aficionados). En el segundo caso porque, aparte de sus virtudes dramáticas, es extremadamente sencilla de poner en escena: una habitación de hotel, no hace falta más.

Es, en este sentido, un formato clásico a más no poder. Como les he dicho más de una vez, la pieza de situación cerrada con dos personajes es quizá la quintaesencia del teatro de texto tradicional, y el formato que plantea un reto mayor a la capacidad dramatúrgica del autor. Me he puesto a pensar en ejemplos que pudieran encontrar en este mismo blog (alguna vez les hablaré de Gombrich y de cómo me influyó su idea de construir una historia del arte citando únicamente las obras que el lector podía ver reproducidas en el libro) y los he contado. ¿Saben cuántos hay? ¡Veinticinco! Hay alguno más sin la condición de la situación cerrada. Sí, ya sé que "situación cerrada" es una cosa elástica y opinable. Tiene que ver con la ubicación -un solo lugar- y con el tema -un solo asunto asfixiante-. Pero si nos queremos entender, nos entenderemos.

En Tape, la paleta se amplía al tercer personaje. Puede parecer poca ampliación, pero es un mundo. Si seguimos con la muestra estadística del blog, en el mismo período hay sólo cuatro piezas y media con tres: A cielo abierto (es el medio ejemplo, el tercero sale muy poco), La danza de la muerte, Peceras, Marx en Lavapiés y Éramos tres hermanas. Quizá, quizá, habría que meter en este saco Málaga, Elepé o Invierno en el barrio rojo, progresivamente menos "cerradas". Este ranking de, más o menos, cinco a uno no se debe a la necesidad de ahorrarse actores: son más abundantes las piezas con cuatro. Y tampoco se debe a que sea más fácil escribir para dos. Lo cierto es que es más difícil. Con dos personajes nadie llega a sacar al dramaturgo de cualquier callejón sin salida en el que haya podido meterse. Lo cierto es que no tengo la respuesta a la pregunta ¿por qué son tan frecuentes las piezas para dos personajes? Sólo una hipótesis: es una cuestión, más o menos consciente, de apego a una tradicion y de prestigio del formato. Motivos de hábito cultural, una de las fuerzas más potentes de las que mueven el mundo.

Explorar qué es lo que nos hace decir que un artefacto artístico es bueno o malo nos llevaría una vida. Es una de las tareas que me he fijado para la jubilación: un tratado bien tocho sobre esa cuestión. Como les he dicho alguna vez, son muchísimas las razones que influyen en ese juicio. Nuestro aprecio por el Doríforo o por Mi relación con la comida se fundamentan en bases distintas. Como no vamos a escribir ahora el tratado, diremos sólo sobre estas piezas de teatro de pocos personajes que hay dos aspectos fundamentales en su valoración. El primero, el que comparten con toda la literatura, también la no dramática. Lo que llamaríamos valores literarios (también plurales y variopintos, ya los enumeraremos cuando me jubile). La segunda de las características principales a la hora de valorar es el juego dramático que el texto propicia. Esto es: si ese intercambio de frases en que consiste permite, y hasta qué punto permite, el mantenimiento del interés del espectador, el lucimiento del intérprete... todo eso que llamamos teatro. Una pieza puede tener muy distintos grados de bondad en uno y otro aspecto. En la lista de funciones para dos o tres personajes que el blog contiene, El crédito sería un buen ejemplo de pieza de gran habilidad dramatúrgica sin valores literarios reseñables. No encuentro un solo ejemplo del caso contrario (altos valores literarios y desastre dramatúrgico), algo que suele darse a menudo en las adaptaciones (La chunga, con más personajes, podría andar por ahí). Cero valor literario y cero dramatúrgico: El gran favor. Todo superlativo: El policía de las ratas.

Mis lectores habituales saben que no es infrecuente que necesite este derroche de párrafos iniciales para explicar un juicio. Quizá algún día aprenda a sintetizar. Ahí va el juicio: Tape rinde dramatúrgicamente, puede dar pie, con una buena dirección, a una función interesante respecto al desarrollo de la peripecia y al lucimiento en la interpretación. De ahí su éxito en la escena y el cine. Pero no le pidan mucha literatura, porque no alcanza. Podría ser una tele-movie excepcionalmente bien escrita, pero nada que se asemeje ni lejanamente al gran teatro norteamericano.

Puede, decíamos, servir de base a una función interesante y al lucimiento de los intérpretes. Pero es imprescindible una dirección muy refinada, que siga al milímetro las sugerencias de evolución de los personajes presentes en el texto. Son tres, no salen de una habitación de hotel, la historia no se mueve de un único asunto. O se organiza el gran festival del matiz o no hay manera de que la cosa se sostenga. Y me temo que el reto es excesivo para Ciordia. Tape puede parecer a primera lectura una pieza que se sostiene sola, pero entre la lectura y la escenificación hay un abismo, y esto es muy complicado de dirigir. Como Sótano o La Venus de las pieles, por poner ejemplos recientes. Y aquí no encontramos ni el pulso de Elejalde ni el de Serrano.

Poco más hay que decir. Falta de matices, de contrastes, la función se arrastra como puede hasta su final. A Yolanda Vega no la he visto en nada más, puede que sea una buena actriz, pero aquí está plana, como está plano todo. Fran Calvo estaba muy bien en Constelaciones. Yo diría que es un actor cuyo punto fuerte es, precisamente, la falta de aspaviento, pero aquí esa contención se convierte en un lastre, nadie parece haberle dicho que había que introducir alguna variación; está plano, como está plano todo (huy, perdón, esta frase ya la había escrito). Jano San Vicente se esfuerza meritoriamente por introducir alguna vidilla en esta estepa. Parece un buen actor pidiendo a gritos que alguien lo conduzca en un papel que es un bombón. El esfuerzo le valió una nominación a los Max, ya saben, esos premios con el sistema de concesión más extraño de la historia.

En fin, si les ha parecido que la función es insufrible, tampoco es eso. Se deja ver, pasa uno el rato. Pero podría haber sido muchísimo más.
P.J.L. Domínguez

           

miércoles, 9 de julio de 2014

NO SE PUEDE MIRAR

Sala: Off de La Latina Autor y director: Jesús Amate Intérpretes: Jesús Amate, Alfonso Gómez, Diego Lescano y Marika Pérez.  Duración: 1.20' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Alfonso Gómez, Juan Carlos Alonso, Marika Pérez y Diego Lescano. No es un error
respecto a la ficha. En mi función no estaba Alonso y fue sustituido por Amate.
Creían que había terminado el martirio por esta temporada, ¿a que sí? Pues no. Es que me olvidé el cargador del portátil a varios miles de kilómetros de Madrid y no soy tan moderno como para escribir en el iPad. Como diría mi admirada Sori, soy bastante moderno, pero no TAN moderno. Además, que no quiero engañarles, llegado julio estoy ya que se me salen los flecos neuronales por las orejas, y cualquier cosa que tenga que hacer -desde comprar tomates a usar el Word- me cuesta al menos dos intentos. Así que agradecí la falta del cargador.

En cualquier caso, les quedan dos entradas para rematar esta temporada: No se puede mirar y Tape. Además de una novedad: los premios 2013-2014 Cercadelacerca y Lejosdelacerca, que celebran su primera edición y que otorgaré, espero, antes de que termine el mes.

Pero vamos ya con la (breve) crítica. No se puede mirar se llevó un premio en el Talent Madrid de este año, y tiene colgado un vídeo que me produjo cierta curiosidad (ojo, en ese vídeo no está Lescano, del que hablaré más abajo). Así que voy, cojo la cesta y me marcho (al Off de La Latina). Se trata de cuatro textos independientes: un monólogo, dos en pareja y el último con los tres varones. Los tres primeros no son para echar cohetes, situaciones convencionalmente absurdas -valga el aparente oxímoron- resueltas más o menos correctamente. Sin embargo, el último tiene bastante, pero que bastante guasa. Con razón el vídeo de promoción muestra precisamente ése. El absurdo cobra vuelo, los personajes intercambian frases como ágiles saetas que dan, ahora sí, certeramente en el blanco. El blanco no es otro que entretener, claro, ese antónimo de aburrir que es la clave de cualquier bóveda teatral. Además, las habilidades de dirección se han concentrado también aquí. Lo que en los primeros fragmentos es una monótona estepa sin la menor colina, perfil plano, bostezo, da paso al chisporroteo de todo tipo de piruetas para exprimir el texto: desde los registros estereotipados y contrastantes de los intérpretes-marioneta hasta los recursos gestuales (como los tres moviéndose sincronizádamente en paseos robotizados) que, por fin, aportan un poco de pimienta al guiso. Todos saldríamos ganando si el espectáculo se redujera a estos veinte minutos.


¿No parece un galán de 1940?
Fíjense en el mentón.
En mi función no estaba Alonso, sustituido por Jesús Amate. No más que correcto. Ella, muy justa. Respecto a Alfonso Gómez, me parece que me tengo que reservar el juicio, porque le tocan dos papeles que no me permiten formármelo. Casi simple comparsa en Homologada, robot inexpresivo en Limbo. Es imposible no mencionar su físico, porque, aparte de ser guapo -que hay muchos- tiene una característica poco frecuente: una cara que se ajusta increíblemente a la expresión "como de actor antiguo". Parece salido de una película de los años cuarenta, ¿cómo es que no trabaja en Amar en tiempos revueltos (o como se titule ahora) o en Galerías Velvet? Se ahorrarían la caracterización.



Párrafo aparte para Diego Lescano, el de la foto de la derecha. A éste le da igual el texto, la dirección o el lucero del alba. Me parece que si lo pusieran a declamar el Almanaque Zaragozano en cualquier rotonda de Alcorcón, pongamos por caso, lo sacaría adelante. Es argentino, claro, ya saben que lo primero que dicen en la cuna no es "mamá" sino "ser o no ser". ¿Es posible que este tipo salga de la nada? Encuentro un curriculum que no dice ni Pamplona sobre su eventual actividad precedente como actor. Que no lo deje.
P.J.L. Domínguez

           

martes, 17 de junio de 2014

EL BANQUETE

Sala: Cafetería del Círculo de Bellas Artes Autores: María Velasco, Alberto Conejero, Elena Lombao, Sergio Martínez Vila y Anna Rodríguez Costa Directora: Sonia Sebastián Intérpretes: Huichi Chiu, Miquel Insua, Aarón Lobato, Carlos Lorenzo, Natalie Pinot y Julio Rojas (voz y guitarra: María Ordóñez)  Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

De pie: Insua, Lobato, Chiu, Lorenzo. Delante: Pinot y Rojas. No se dejen engañar por la foto. Promete muchísimo
más de lo que la función da.

1.- El lugar: No seré yo quien diga que en la cafetería del Círculo de Bellas Artes no se puede actuar. Se puede en cualquier parte. Siempre que se sepa programar. No se puede hacer El anillo del Nibelungo en el Microteatro o el Quijote de Bambalina en Epidauro. Ya les digo lo que no se puede hacer en esa cafetería: teatro de texto en escenario.  A no ser, claro está que: a) Dejen sólo unas primeras filas pegadas a los actores (no más atrás de la escultura de la señora desnuda). b) Depositen a los camareros maniatados y amordazados tras la barra. c) Clausuren durante el espectáculo la puerta de entrada o, al menos, engrasen sus bisagras. 

El avispado lector ya ha entendido que: a) En las filas de atrás está uno como en Marte. b) El trasiego de camareros y la sinfonía de la vajilla es constante. c) Los que salen al baño provocan hermosos chirridos de la puerta. Pero hay algo que el avispado lector aún no sabe: en mi función, a pesar de veinticinco minutos de retraso por ese motivo, la amplificación fue un desastre.

En los últimos años, el teatro se ha hecho en Madrid en los lugares más insospechados. Nunca había visto semejante desajuste entre un espacio y un espectáculo. Tampoco semejante desastre técnico, ni en la menor y más modesta de las minúsculas salas de nuevo cuño. Hay que recordar una obviedad: si uno quiere hacer teatro en un lugar lleno de camareros y sin control en la puerta de entrada, con ruidos de toda índole y sillas de muy diversa visibilidad, el género está inventado. Se puede hacer lo que tradicionalmente se ha hecho en esos sitios: cabaré (variedades, cuplé, striptease, burlesque o cualquier cosa que venga de ese planeta), stand-up comedy... No esto, desde luego. En la actividad de los últimos años hay multitud de ejemplos a seguir, desde aquellas gloriosas cenas de la Sala Pradillo (cómo recuerdo a la Perdikidis y colegas), hasta The Hole en el Calderón (uno no sabía si era peor la cena o el espectáculo, pero el problema espacial de hacerlos convivir estaba perfectamente resuelto).




2.- La idea: Pues la idea está bien. Me ha costado un rato de reflexión abstraerme de su realización, pero reconozco que está bien. Una paráfrasis sobre El banquete de Platón encargada a cinco autores. También el concepto visual está bien: de ahí lo atractivo de las fotos. Desde luego, nada excesivamente original. No hay créditos de vestuario en el programa.

3.- Los textos: Los hay de dos tipos. Los cinco monólogos, y los diálogos de comienzo, final e intersticios. No sabría decir si son peores unos u otros. La dramaturgia general es un desastre: ni viene de ninguna parte ni va a ningún sitio. Los diálogos de introducción, relleno y despedida, un desastre peor si cabe. Incomprensibles y, esto es horrendo, sin pizca de gracia cuando parece que pretenden hacerla, ni pizca de capacidad provocadora cuando parecen querer ser escabrosos. Es hora de asumir que en 2014 es imposible provocar con alusiones sexuales de este tipo, a no ser que esté uno escribiendo para la Zarzuela (lo digo porque hace poco parte del público protestaba unos desnudos, qué maravilla). El abismo entre la supuesta provocación verbal y la nula tensión sexual real termina produciendo una sensación penosa. La provocación está ahora mismo en territorios muy lejanos de éste. Es infinitamente más provocadora la reflexión de Martínez Vila que todas las tonterías carnales coladas por aquí y por allá. Pero me adelanto. Estábamos con el material de relleno: suspenso.

En cuanto a los monólogos, y aparte de un breve fragmento interpretado por Huichi Chiu, que creo que es de Alberto Conejero, sólo se salva el de Sócrates, firmado por el ya citado Sergio Martínez Vila. El resto es una colección de banalidades y lugares comunes sobre el mito de los andróginos (Aristófanes), la vacuidad del amor actual (Fedro, y no Fredo, exquisita errata del programa de mano que parece hecha a posta; lo que el personaje dice le cuadra mucho mejor a cualquier Fredo de morondanga que al Fedro de campanillas), la exaltación de la sexualidad (Agatón) o la jeremiada por-qué-pasas-de-mí (Alcibíades). El de Martínez Vila, que ilustra las ideas sobre el amor del propio Platón que éste puso en boca de Sócrates, tiene la virtud de presentarlas con un hermoso lenguaje, salpimentado de jerga actual, y de hacerlo con una expresividad ascendente que ayuda a su interpretación. Eso sí, a alguien se le ocurrió la genial idea de intentar reventar el invento haciendo decir a Alcibíades "pausa socrática" en tres pausas de Insua. ¿Para qué? En fin, eso nos lleva al apartado siguiente:


El banquete, en versión de Anselm Feuerbach. A mí, es que los historicismos
me pirran... 
3.- La dirección y la interpretación: la dirección ha oído Pandures, pero no sabe dónde. No quiero extenderme en demoler, aunque es imposible acertar en esto. Si las opiniones negativas se argumentan mencionando todo lo que a uno le ha parecido mal, es hacer sangre. Si se ahorra la enumeración, es una opinión gratuita. En fin. Desde luego, era prácticamente imposible hacer algo masticable con semejantes textos, pero todo el resto también ayuda lo suyo al estrepitoso naufragio. Está todo el mundo aburrido -a pesar de los incondicionales aplaudiendo constante y machaconamente- a los diez minutos. Si no me creen, vayan y echen un vistazo a las caras de los que no forman parte de la claque. 


Me la perdí, snif.
Respecto a los intérpretes, iremos de peor a mejor. Aarón Lobato está muy verde. A Carlos Lorenzo le ha tocado el texto más soso, y tampoco ha sabido sacarle punta por ninguna parte. Una pena, lo recuerdo eficaz en Transición. Huichi Chiu parece mostrar una vena cómica aprovechable, pero el breve papel me supo a poco para opinar con fundamento. Además, se ha debido de correr la voz de que es muy graciosa, y los seguidores (al menos en mi función) se parten en cuanto suelta una preposición. Es un flaco favor, tanto a ella, como a quienes pretenden oír lo que dice. Julio Rojas, que tiene que largar un monólogo transgresivo (por si acaso: es un sarcasmo) se pasa la función con el torso desnudo en uno de esos papeles en los que se ha especializado Asier Etxeandia, ya me entienden. Huérfano de texto, huérfano de contexto, huérfano de dirección... hace lo que puede y no cae en el ridículo, que ya es decir. Natalie Pinot, a quien lamento no haber visto en Louella Persons batalla lo suyo contra la inanidad de lo que está contando. Me he quedado con ganas de verla en algo de mayor enjundia. María Ordóñez, ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Está la pobre colocada sin ton ni son, cantando como puede sin amplificación (al menos así me tocó a mí) y perdida en cualquier esquina. No se sabe lo que podría suceder si estuviera bien encajada. Con lo bien que estaba en La mirilla. Todo esto queda sin duda peor en el Círculo que donde se hizo antes, pero los problemas del Círculo no lo explican todo.

Y, por fin, llegamos al momento dulce de la historia. La suerte ha querido que el mejor texto se topara con la mejor interpretación. Miquel Insua es Sócrates, y le ha tocado el ya mencionado de Sergio Martínez Vila. Cuando Insua empezó a hablar, se hizo de pronto el silencio, la gente que me rodeaba abandonó las posturas de semitumbamiento y enderezó las orejas. En un alarde de dirección, resulta que había música de fondo (el único que tuvo tal honor, creo). Y a pesar de los camareros, de las bisagras, de la vajilla, del crepitar del micrófono... ¡y de que a medio monólogo dejó de funcionar la amplificación y regresó después!... Insua se quedó con todo el mundo. "Todos somos una misma cosa, una cosa atroz y formidable" dice su hermoso texto. No todos, algunos son excelentes actores. ¿Saben?, me asaltó una pregunta: ¿cómo quedaría este hombre mano a mano con Carmen Mayordomo? Me gustaría ver el experimento. Fui acompañado por dos amigos que no trabajan ni en el teatro ni en sus aledaños, y cuando Insua terminó les dije: "¿Os dais cuenta de lo fácil que es distinguir algo bueno de lo que no lo es?" Y asintieron embobados.
P.J.L. Domínguez

Hay quien ha encontrado en esto valores que yo, desde luego, no vi por ninguna parte: enlace a la crítica de Javier Vallejo.
           

lunes, 16 de junio de 2014

RUZ - BÁRCENAS

Sala: Teatro del Barrio Autor: Jordi Casanovas Director: Alberto San Juan Intérpretes: Pedro Casablanc y Manolo Solo Duración: 55' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

No sé quién ha hecho esta foto, que quizá sería excelente si la tuviéramos con
mayor definición, pero puedo decirles que viene de este blog.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 Atención, esto no es lo que parece, sino algo más. Es, por supuesto, teatro documental, si nos atenemos a su técnica, y teatro político, si atendemos al tema. Documental, porque como se encargan de recordarnos al comienzo, no hay una sola palabra en la función que no fuera dicha en uno de los interrogatorios del juez al reo. Político, por razones obvias. Oportuno, además, porque la corrupción es, quizá, el asunto político de mayor actualidad. Éste es, probablemente, el motivo fundamental de la repercusión mediática de la pieza.


    Sin embargo, hay algo que puede pasar desapercibido, y que es preciso destacar: el enorme trabajo teatral que esta hora escasa esconde. Convertir, sólo con un par de tijeras, las actas judiciales en texto representable es una tarea que se ha tenido que confiar a alguien del prestigio de Jordi Casanovas (Un hombre con gafas de pasta), porque era extremadamente difícil. Ponerlo en escena, tres cuartos de lo mismo. Memorizar el resultado, un alarde circense. Y sólo podía evitarse dormir a las piedras con el férreo control interpretativo que Casanovas y Solo ejercen de cabo a rabo. Deben de terminar exhaustos.
P.J.L. Domínguez
           

NOVECENTO

Sala: Teatro Español Autor: Alessandro Baricco (versión de R. Fuertes) Director: Raúl Fuertes Intérprete: Miguel Rellán  Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Baricco, el gran fabulador de nuestro tiempo, dotado de la capacidad de conferir un aura alegórica a todo lo que toca. Esta Leyenda del pianista en el océano, así la tituló Tornatore, no sería más que una anécdota sin su capacidad para sugerir honduras y fervor emocional. Mid-cult dirá más de uno, pero innegables habilidades de narrador.
    José Antonio Ortiz hizo Novecento hace unos años con Ricardo Luna en el Galileo, y la hizo bien. Un montaje cuya mayor virtud era la sencillez tanto escénica como interpretativa. Pues bien, Fuertes acentúa esa austeridad en una puesta en escena prácticamente desnuda. No hay nada más que Rellán, unos focos (pocos) y algo de música (poquísima). El cambio de registro que usaba Luna cuando por su boca hablaban distintos personajes, apenas se utiliza ahora, con lo que casi no queda ni asomo de lo que llamamos teatralidad: esto parece, pura y simplemente, un señor contándonos la historia de un peculiar amigo suyo. Pero qué señor: Rellán en la cúspide de su carrera, un maestro que aún tiene que dar mucha guerra. Un maestro al que deberían lloverle los papeles protagonistas del gran repertorio.

PISTAS: Hay que aprovechar la extraordinaria coincidencia en la cartelera de La Venus de las pieles en el Matadero y Sótano, una gema, en La Pensión de las Pulgas, para verlas ambas. Variaciones sobre un tema escabroso.

P.J.L. Domínguez
           

miércoles, 11 de junio de 2014

LAS PLANTAS

Sala: Sala Mirador (Centro de Nuevos Creadores) Autor y director: Pablo Messiez Intérprete: Estefanía de los Santos  Duración: 50' (Creo. Tuve que preguntar la hora a dos simpáticos individuos que no se dignaron mirarla)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)





1) Messiez ha dirigido bastante en estos últimos tiempos, y yo, como si lo anduviera rehuyendo a posta. Nada, que por hache o por be, se me ha escapado una y otra vez.


2) Llevo meses oyendo hablar de Las plantas. En el mundo real y en el virtual. Siempre bien.


1 + 2 = Estaba deseando verla

Así que me fui a la Mirador a esa hora tan práctica de las 13.30 del sábado. 

Pues bien, que me disculpen todos los que han derramado metros y metros cuadrados de tinta virtual en la red sobre las excelencias del texto, pero se trata de la clásica confusión entre el tocino y la velocidad, querido Watson. Sí, es una función de gran impacto emocional. Sí, mantiene un pulso intenso con el espectador. Sí, logra la empatía completa con la protagonista, una mujer atrapada en sí misma. Pero lean mis labios: es-la-ac-triz. La única virtud del texto estriba en que puede servir para un amplio desarrollo emocional de este tipo, y poco más. Denle el prospecto del Angileptol a Estefanía de los Santos, y apostaría a que consigue algo parecido.

El monólogo es muy breve. Mi función duró alrededor de cincuenta minutos con amplísimos silencios y con un estilo interpretativo que intercala todo tipo de gestos, interjecciones y exclamaciones por aquí y por allá. Más el vídeo de Nina Simone. O sea: el texto es muy breve. 


En realidad, las actrices son dos. Estefanía de los Santos y Nina Simone. María
Teresa Campos hacía menos en Sofocos y salía en los créditos.
Estoy repasando mentalmente los motivos por los que una pieza de este tipo puede sobresalir, y no le casa ninguno. No es una prosa especialmente sugestiva como la de La lengua madre. No construye un mundo autónomo de referencias propias como el de De noche, justo antes de los bosques. No relata una peripecia que atraiga por la fuerza de la narración como Novecento. No revela los entresijos de una personalidad complicada como Diario de un loco. No sorprende por el rigor literario y la contundencia expresiva como Mi relación con la comida. Está a años luz del impacto que provoca Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de putaSe limita a retratar a una mujer, una mujer dolorida, pero no lo hace con especial brillantez. Para desgarros, véanse La voz humana Psicosis 4.48'. Para dolores más controlados, y aunque no es una mujer, hay un monólogo que adoro y que nos sirve de ejemplo de algo escrito con mucha más modestia expresiva y más efectividad: Pero no lo suficiente de Trilogía de Nueva Yorkque Harvey Fierstein suelta mientras se traviste. Las plantas son apenas unas pinceladas (las propias plantas, la lefa, Nina Simone) -más un esbozo que otra cosa- que, en manos de una actriz capaz, pueden dar pie, efectivamente, a la construcción de un personaje. Pero no es un gran texto. La enumeración de monólogos de más arriba no tiene ninguna intención de apabullar. Están sólo para ubicar con perspectiva lo que puede denominarse un gran texto.

Tampoco la dirección me ha parecido gran cosa. En primer lugar, creo que se abusa del registro, llamémoslo así, de proximidad. O sea, de los momentos en que la actriz se dirige al público en plan colegueo campechano. Alguna insinuación estaría bien, pero el uso continuado del recurso provoca un efecto, al que nunca he puesto nombre, que es tramposo en el fondo: "Ahora que ya nos hemos hecho colegas cómo vais a decir que no os ha gustado".


El gallo Claudio fue a Rodrigo García lo
que Nina Simone es a Messiez.
Y, en mi modesta opinión, hay un soberbio patinazo de dirección: es completamente imposible competir contra el vídeo de Nina Simone cantando I wish knew how it would feel to be free en Montreux. En mi función éramos unas veinte personas, y me giré a ver qué hacía el resto. Nadie miraba a la actriz, todo el mundo estaba clavado en la pantalla. Este efecto del vídeo comiéndose a la acción escénica era extraordinariamente frecuente hace unos diez años. Era, salvo gloriosas excepciones como la los dibujos animados del gallo Claudio durante uno de los monólogos de La verdadera historia de Ronald el payaso de McDonald's, la norma. Después, los directores de escena han ido interiorizando el enorme peligro que supone para la dramaturgia una pantalla que compite con los actores, y en general las cosas se resuelven mejor. Aquí el efecto es demoledor, cuando entra Simone desaparece el mundo. Cuando termina Simone, la función se queda tan completamente desamparada, que hay que terminar de inmediato.

Expliquémonos. A todo el mundo le encanta ver el vídeo. A todo el mundo le encanta oír -de fondo- el entusiasmo que el vídeo provoca en el personaje, y sus comentarios sobre los efectos percusivos del piano. Nos gusta tanto que lo hacemos en nuestra propia casa cada vez que tenemos invitados: cada uno pone en Youtube sus favoritos y los comenta. Pero es que esto no era una reunión de amigos, era una función de teatro. ¿Buen rato? Sí. ¿Función lograda? No. Había mil maneras de evitarlo: girar la pantalla de manera que la actriz viera el vídeo y el público no, poner el volumen sensiblemente más bajo (o quitarlo), fragmentar la actuación... hurtar de alguna manera al espectador esta fuente de distracción de dimensiones galácticas (porque lo de la Simone es brutal en ese vídeo). Era muy duro hacerlo, claro. El director de la fantástica versión de Novecento que Rellán se está cascando en el Español, Raúl Fuertes, contaba el otro día el esfuerzo que le ha supuesto contenerse las ganas de poner música al monólogo. Ha sacrificado ese impulso, cuya satisfacción hubiera hecho feliz al público, al actor y a él mismo, en aras de un objetivo superior: la coherencia del espectáculo. Aquí era absolutamente indispensable ajustar la idea Simone a unas dimensiones manejables. ¿Saben qué será lo que más recordemos de Las plantas dentro de diez años? A Nina Simone.

Nada que objetar a Estefanía de los Santos, todo lo contrario. Me gustó en Marca España, y aquí, ya lo he venido a decir más arriba, viene a resultar como el ochenta por ciento de una función de la que parece que todo el mundo sale aplaudiendo con las orejas. Bordaba aquello y borda esto. Me gustaría verla ahora en algo diametralmente distinto, no sé, una señora fina de Noel Coward, por ejemplo, porque igual resulta que es una supernova.
P.J.L. Domínguez