Sala: Sala Mirador (Centro de Nuevos Creadores) Autor y director: Pablo Messiez Intérprete: Estefanía de los Santos Duración: 50' (Creo. Tuve que preguntar la hora a dos simpáticos individuos que no se dignaron mirarla)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
1) Messiez ha dirigido bastante en estos últimos tiempos, y yo, como si lo anduviera rehuyendo a posta. Nada, que por hache o por be, se me ha escapado una y otra vez.
2) Llevo meses oyendo hablar de Las plantas. En el mundo real y en el virtual. Siempre bien.
Así que me fui a la Mirador a esa hora tan práctica de las 13.30 del sábado.
Pues bien, que me disculpen todos los que han derramado metros y metros cuadrados de tinta virtual en la red sobre las excelencias del texto, pero se trata de la clásica confusión entre el tocino y la velocidad, querido Watson. Sí, es una función de gran impacto emocional. Sí, mantiene un pulso intenso con el espectador. Sí, logra la empatía completa con la protagonista, una mujer atrapada en sí misma. Pero lean mis labios: es-la-ac-triz. La única virtud del texto estriba en que puede servir para un amplio desarrollo emocional de este tipo, y poco más. Denle el prospecto del Angileptol a Estefanía de los Santos, y apostaría a que consigue algo parecido.
El monólogo es muy breve. Mi función duró alrededor de cincuenta minutos con amplísimos silencios y con un estilo interpretativo que intercala todo tipo de gestos, interjecciones y exclamaciones por aquí y por allá. Más el vídeo de Nina Simone. O sea: el texto es muy breve.
Estoy repasando mentalmente los motivos por los que una pieza de este tipo puede sobresalir, y no le casa ninguno. No es una prosa especialmente sugestiva como la de La lengua madre. No construye un mundo autónomo de referencias propias como el de De noche, justo antes de los bosques. No relata una peripecia que atraiga por la fuerza de la narración como Novecento. No revela los entresijos de una personalidad complicada como Diario de un loco. No sorprende por el rigor literario y la contundencia expresiva como Mi relación con la comida. Está a años luz del impacto que provoca Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta. Se limita a retratar a una mujer, una mujer dolorida, pero no lo hace con especial brillantez. Para desgarros, véanse La voz humana o Psicosis 4.48'. Para dolores más controlados, y aunque no es una mujer, hay un monólogo que adoro y que nos sirve de ejemplo de algo escrito con mucha más modestia expresiva y más efectividad: Pero no lo suficiente de Trilogía de Nueva York, que Harvey Fierstein suelta mientras se traviste. Las plantas son apenas unas pinceladas (las propias plantas, la lefa, Nina Simone) -más un esbozo que otra cosa- que, en manos de una actriz capaz, pueden dar pie, efectivamente, a la construcción de un personaje. Pero no es un gran texto. La enumeración de monólogos de más arriba no tiene ninguna intención de apabullar. Están sólo para ubicar con perspectiva lo que puede denominarse un gran texto.
Tampoco la dirección me ha parecido gran cosa. En primer lugar, creo que se abusa del registro, llamémoslo así, de proximidad. O sea, de los momentos en que la actriz se dirige al público en plan colegueo campechano. Alguna insinuación estaría bien, pero el uso continuado del recurso provoca un efecto, al que nunca he puesto nombre, que es tramposo en el fondo: "Ahora que ya nos hemos hecho colegas cómo vais a decir que no os ha gustado".
Y, en mi modesta opinión, hay un soberbio patinazo de dirección: es completamente imposible competir contra el vídeo de Nina Simone cantando I wish knew how it would feel to be free en Montreux. En mi función éramos unas veinte personas, y me giré a ver qué hacía el resto. Nadie miraba a la actriz, todo el mundo estaba clavado en la pantalla. Este efecto del vídeo comiéndose a la acción escénica era extraordinariamente frecuente hace unos diez años. Era, salvo gloriosas excepciones como la los dibujos animados del gallo Claudio durante uno de los monólogos de La verdadera historia de Ronald el payaso de McDonald's, la norma. Después, los directores de escena han ido interiorizando el enorme peligro que supone para la dramaturgia una pantalla que compite con los actores, y en general las cosas se resuelven mejor. Aquí el efecto es demoledor, cuando entra Simone desaparece el mundo. Cuando termina Simone, la función se queda tan completamente desamparada, que hay que terminar de inmediato.
Expliquémonos. A todo el mundo le encanta ver el vídeo. A todo el mundo le encanta oír -de fondo- el entusiasmo que el vídeo provoca en el personaje, y sus comentarios sobre los efectos percusivos del piano. Nos gusta tanto que lo hacemos en nuestra propia casa cada vez que tenemos invitados: cada uno pone en Youtube sus favoritos y los comenta. Pero es que esto no era una reunión de amigos, era una función de teatro. ¿Buen rato? Sí. ¿Función lograda? No. Había mil maneras de evitarlo: girar la pantalla de manera que la actriz viera el vídeo y el público no, poner el volumen sensiblemente más bajo (o quitarlo), fragmentar la actuación... hurtar de alguna manera al espectador esta fuente de distracción de dimensiones galácticas (porque lo de la Simone es brutal en ese vídeo). Era muy duro hacerlo, claro. El director de la fantástica versión de Novecento que Rellán se está cascando en el Español, Raúl Fuertes, contaba el otro día el esfuerzo que le ha supuesto contenerse las ganas de poner música al monólogo. Ha sacrificado ese impulso, cuya satisfacción hubiera hecho feliz al público, al actor y a él mismo, en aras de un objetivo superior: la coherencia del espectáculo. Aquí era absolutamente indispensable ajustar la idea Simone a unas dimensiones manejables. ¿Saben qué será lo que más recordemos de Las plantas dentro de diez años? A Nina Simone.
Nada que objetar a Estefanía de los Santos, todo lo contrario. Me gustó en Marca España, y aquí, ya lo he venido a decir más arriba, viene a resultar como el ochenta por ciento de una función de la que parece que todo el mundo sale aplaudiendo con las orejas. Bordaba aquello y borda esto. Me gustaría verla ahora en algo diametralmente distinto, no sé, una señora fina de Noel Coward, por ejemplo, porque igual resulta que es una supernova.
1) Messiez ha dirigido bastante en estos últimos tiempos, y yo, como si lo anduviera rehuyendo a posta. Nada, que por hache o por be, se me ha escapado una y otra vez.
2) Llevo meses oyendo hablar de Las plantas. En el mundo real y en el virtual. Siempre bien.
1 + 2 = Estaba deseando verla
Así que me fui a la Mirador a esa hora tan práctica de las 13.30 del sábado.
Pues bien, que me disculpen todos los que han derramado metros y metros cuadrados de tinta virtual en la red sobre las excelencias del texto, pero se trata de la clásica confusión entre el tocino y la velocidad, querido Watson. Sí, es una función de gran impacto emocional. Sí, mantiene un pulso intenso con el espectador. Sí, logra la empatía completa con la protagonista, una mujer atrapada en sí misma. Pero lean mis labios: es-la-ac-triz. La única virtud del texto estriba en que puede servir para un amplio desarrollo emocional de este tipo, y poco más. Denle el prospecto del Angileptol a Estefanía de los Santos, y apostaría a que consigue algo parecido.
El monólogo es muy breve. Mi función duró alrededor de cincuenta minutos con amplísimos silencios y con un estilo interpretativo que intercala todo tipo de gestos, interjecciones y exclamaciones por aquí y por allá. Más el vídeo de Nina Simone. O sea: el texto es muy breve.
En realidad, las actrices son dos. Estefanía de los Santos y Nina Simone. María Teresa Campos hacía menos en Sofocos y salía en los créditos. |
Tampoco la dirección me ha parecido gran cosa. En primer lugar, creo que se abusa del registro, llamémoslo así, de proximidad. O sea, de los momentos en que la actriz se dirige al público en plan colegueo campechano. Alguna insinuación estaría bien, pero el uso continuado del recurso provoca un efecto, al que nunca he puesto nombre, que es tramposo en el fondo: "Ahora que ya nos hemos hecho colegas cómo vais a decir que no os ha gustado".
El gallo Claudio fue a Rodrigo García lo que Nina Simone es a Messiez. |
Expliquémonos. A todo el mundo le encanta ver el vídeo. A todo el mundo le encanta oír -de fondo- el entusiasmo que el vídeo provoca en el personaje, y sus comentarios sobre los efectos percusivos del piano. Nos gusta tanto que lo hacemos en nuestra propia casa cada vez que tenemos invitados: cada uno pone en Youtube sus favoritos y los comenta. Pero es que esto no era una reunión de amigos, era una función de teatro. ¿Buen rato? Sí. ¿Función lograda? No. Había mil maneras de evitarlo: girar la pantalla de manera que la actriz viera el vídeo y el público no, poner el volumen sensiblemente más bajo (o quitarlo), fragmentar la actuación... hurtar de alguna manera al espectador esta fuente de distracción de dimensiones galácticas (porque lo de la Simone es brutal en ese vídeo). Era muy duro hacerlo, claro. El director de la fantástica versión de Novecento que Rellán se está cascando en el Español, Raúl Fuertes, contaba el otro día el esfuerzo que le ha supuesto contenerse las ganas de poner música al monólogo. Ha sacrificado ese impulso, cuya satisfacción hubiera hecho feliz al público, al actor y a él mismo, en aras de un objetivo superior: la coherencia del espectáculo. Aquí era absolutamente indispensable ajustar la idea Simone a unas dimensiones manejables. ¿Saben qué será lo que más recordemos de Las plantas dentro de diez años? A Nina Simone.
Nada que objetar a Estefanía de los Santos, todo lo contrario. Me gustó en Marca España, y aquí, ya lo he venido a decir más arriba, viene a resultar como el ochenta por ciento de una función de la que parece que todo el mundo sale aplaudiendo con las orejas. Bordaba aquello y borda esto. Me gustaría verla ahora en algo diametralmente distinto, no sé, una señora fina de Noel Coward, por ejemplo, porque igual resulta que es una supernova.
P.J.L. Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, comente. Soy buen encajador.