lunes, 30 de abril de 2018

IPHIGENIA EN VALLECAS

Sala: Teatro Pavón Autor: Gary Owen (versión de María Hervás) Director: Antonio C. Guijosa Intérprete: María Hervás Duración: no la tengo apuntada
La función ya no está en cartel

Ahí tienen toda la escenografía, calendario de pared incluido. Foto de Marieta para La Voz de Avilés.
No iba a dejar sin colgar otra que, aunque muy retrasada, se llevó cinco estrellas. De lo mejorcito que he visto en Madrid en dieciocho años. Y, además, acaban de decirme que vuelve al Pavón (ya decía yo ahí abajo "me temo que tendrán que reponer por segunda vez"), así que estén atentos como aguiluchos para sacar entradas, porque volverá a ser un acontecimiento:

 Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

LOS PELOS DE PUNTA

Hablando de María Hervás en TeatroSolo, una función en la que el espectador la tenía para él durante media hora, desplegué algunos términos (presencia, encanto, glamour, chic) que vienen al pelo ahora para dar la justa medida del salto. Se ha trasmutado en una choni barriobajera a escasos milímetros de la marginalidad más completa. Pone los pelos de punta. He puesto “trasmutado” con plena conciencia, porque la composición es formidable. Hasta fea consigue estar en algún momento, mérito considerable partiendo de donde parte.


    Ese talento como intérprete se suma al aportado como autora de la impecable traslación del original a un castellano tan puro como poligonero. De Gales a Vallecas sin dejarse un solo pelo en la gatera. Antonio C. Guijosa, otro que avanza a saltos por el hiperespacio (de la política-ficción de Verónica Fernández a Maeterlinck; de Esteve Soler a este hiperrealismo sucio) ha obtenido un excelente resultado con una economía de medios interpretativos y escénicos que apenas precisa de un calendario de pared que ayuda a entender la progresión temporal. Entre otras cosas –por ejemplo, que el realismo no morirá nunca- Iphigenia en Vallecas demuestra que el teatro de denuncia funciona tanto mejor cuanto más se confía en la inteligencia del espectador y menos explícito es el alegato. Me temo que tendrán que reponer por segunda vez.

P.J.L. Domínguez

PRIMER AMOR

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Samuel Beckett (versión de José Sanchis Sinisterra) Directores: Miquel Górriz y Álex Ollé Intérprete: Pere Arquillué Duración: no la tengo apuntada
La función ya no está en cartel



Hala, otra retrasada. Y ésta se llevó cinco estrellas.

 Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

REALIDAD ESTIRADA

Beckett es condenadamente difícil. Realidad estirada hasta el último límite con lo grotesco, pero sin pisar la farsa, sin que dejemos nunca de percibir el fondo humano –y estrechamente emparentado con las zonas pantanosas de cada uno de nosotros- de extraños personajes que no sabemos muy bien si deben movernos a la piedad, la risa o la repulsión. O a las tres cosas a la vez, como en la vida misma. Desde que se supo que Pere Arquillué iba a meterse en este lodazal de miseria y horror en minúsculas que es Primer amor, cundió la expectación. Como sugieren los créditos (“concepto” e “idea original”) el actor no sólo interpreta, está en el impulso inicial del montaje, y estas iniciativas de intérprete –a la manera de la reciente Iphigenia de María Hervás- no tienen medias tintas: catástrofe o triunfo; paroxismo del autobombo o inmersión completa en un proyecto sentido con las tripas.


    Lo que Arquillué pone en el empeño, además de tripas, es todo lo adquirido en una vida de dedicación al teatro. Ha conseguido algo difícil de creer sin haberlo visto: que una composición llena de amaneramientos, de exageraciones del gesto y de la voz, de impostaciones varias a cuál más inverosímil, termine produciendo una sensación global de verosimilitud extrema. Este Primer amor es un exquisito recital que conviene no perderse.

P.J.L. Domínguez

LULÚ

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: Paco Bezerra Director: Luis Luque Intérpretes: María Adánez, Armando del Río, César Mateo, David Castillo y Chema León Duración: no la tengo apuntada, y mira que era un dato importante esta vez
La función ya no está en cartel

César Mateo, María Adánez y David Castillo
Les voy a ir propinando algunas de las críticas que me salté durante estos meses de inactividad bloguera. No es amor desinteresado por mis lectores. Algo hay de eso, pero es que el blog es también mi archivo personal, y se me queda cojo.

 Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

QUEREMOS MÁS

A Lulú le faltan veinte minutos. ¿Habré escrito esto un par de veces en la vida? Es tan infrecuente que hasta podría considerarse una virtud: si quieres más es que no te has aburrido. Arranca como una fábula –Bezerra y Luque bordaron otra en El señor Ye ama los dragones- y se desparrama de pronto por un extrañísimo territorio bíblico. Y cuando el espectador ha decidido “esto se ha ido completamente de madre”, llega el doble salto mortal que lo deja con un palmo de narices, engañado y feliz. Porque al espectador le encanta que lo engañen, si es con buen fin. O sea, para entretenerlo.


    La pirueta, éste es el reproche, se fía a un monólogo. No es pecado, pero este segundo y divergente relato de los hechos encierra tales posibilidades que me pregunto por qué no se ha dramatizado alguna escena: ¿El encierro en la cocina? ¿La violencia en el sótano? Aparte de un personaje –llamémoslo el charlatán- mal planteado en bloque (texto redundante, vestuario Far West, interpretación ubicada en galaxia distinta) nada más se puede objetar a una función escrita con inteligencia, servida en un precioso envoltorio de Boromello y Ramos e interpretada con convicción, y hasta su punto de magia, por María Adánez y Armando del Río, muy bien secundados por César Mateo y David Castillo. Queremos más. Unos veinte minutos más.

En cualquier caso, muchísimo mejor que Dentro de la tierra.

P.J.L. Domínguez
          

ILUSIONES

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor: Ivan Viripaev (versión de Helena Sánchez Kriukova) Director: Miguel del Arco Intérpretes: Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Daniel Grao, Verónica Ronda, Alejandro Jato y Marta Etura. La foto es de Pablo Ramos Escola para diariocritico.es

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Qué nos cuentan y cómo nos lo cuentan. Si decimos que Ilusiones nos cuenta los  más de cincuenta años de convivencia de dos parejas nos quedamos cortísimos, porque lo relevante es cómo nos los cuenta. Casi sin diálogos, los intérpretes relatan en tercera persona lo que cada personaje hizo y dijo. Hizo, dijo y –sobre todo- pensó. Suena a ladrillo, ¿verdad? Era lo que podía resultar semejante reto narrativo extendido hasta los noventa minutos. Pero Viripaev escribió un texto luminoso cuyos rayos penetran en los recovecos del amor. Del amor de verdad, no de esa cosilla desasosegante y viscosa de las comedias “frescas”. 

Y en esto llegó Del Arco.

    Del Arco, un pedazo de artista que necesita moverse constantemente, ha tenido la osadía de atreverse con un desafío del que no era fácil salir indemne. Armado con cuatro intérpretes en los que no sé si admirar más el oficio o la emoción, ha construido un objeto de definición complicada, pero que marcha como un reloj. No sabemos muy bien a qué viene la escenografía ni a qué viene el vestuario, pero da completamente igual. Si ellos están cómodos ahí mientras nos administran este flujo de ideas y emociones que tantas cosquillas nos hacen en el corazón y el cerebro, bien está todo. Sin las escenas de la piedra y la franja rosa, yo creo que hubiera aflojado la quinta estrella.

Lo que escribí ANTES de la crítica:

Del Arco se ha metido en un embolado de narices y ha salido indemne. Es un teatro narrativo de monólogos sucesivos, prácticamente no hay diálogo, y tenía que estar muy bien escrito y muy bien dirigido para dar el excelente resultado que ha dado. El contraejemplo perfecto de esto último se vio en el mismo escenario del Pavón hace unos meses: Ensayo, de Pascal Rambert. Cuatro monólogos sucesivos (estos sí, estrictos, sin sombra de diálogo ni de los interludios de Ilusiones) que constituían el gran festival de la banalidad, el esnobismo y la grandilocuencia sustentada en... nada. Del Arco ha elegido un texto que supera a Rambert a lo largo y a lo ancho y lo ha dirigido con una frescura oxigenada que para sí quisiera el francés (aunque aquel ladrillo estaba mejor dirigido que escrito).

Hay quien no soporta lo narrativo en escena. Mi admirado Kritilo, por ejemplo, y como él dice, es verdad que últimamente hay mucho de esto. El pasado fin de semana vi dos ejemplos -ambos recomendables- más narrativo el primero que el segundo: El corazón de las tinieblas de Facal y Tiempo de silencio, de Rafael Sánchez, un alemán descendiente de españoles que a lo mejor ha llegado para quedarse. Aunque a priori parezca que, al tratarse de adaptaciones de novelas, la narración está más justificada. Digo "parezca", y lo subrayo, porque no es nada inexorable: hemos visto adaptaciones perfectamente dramatizadas en su integridad.  Hay un curioso caso reciente: Bezerra decidió, al escribir Lulú, una de ésas que no colgué durante este largo paréntesis sin blog (ahora la cuelgo), contar media historia dramatizada y confiar la otra media a la pura narración (nada menos que el punto de vista de la víctima sobre los sucesos reales, que da al traste con toda la coartada ensoñada que durante la primera parte nos endilgan los criminales). Verán en la crítica (que ya he colgado) que me quejaba de eso, pero de ahí a condenar lo narrativo en bloque hay un trecho. Nos cargaríamos, por ejemplo, el Primer amor de Beckett / Arquillué, que es mucho cargarse.

De Ilusiones no sé si me gusta más la altura del texto o la ligereza (como les digo siempre, un resultado laboriosísimo de alcanzar en un escenario) con la que lo sirve su director.


Y lo que escribo DESPUÉS:

Ya decía yo que Verónica Ronda me sonaba de algo. Nada menos que de Danzad malditos, de la que era uno de los pilares maestros (el otro era Rulo Pardo). Sólo queda desear verla más a menudo, y en algo gordo, a poder ser. Alberto Velasco hizo después Escenas de caza, una de esas docenas de funciones de las que no les he contado nada porque cayeron en pleno apagón del blog. Me parece que había mucha gente ansiosa por ver lo que le salía después de la fulgurante sorpresa de Danzad malditos, así que aquello fue un sonoro cortapedos (disculpen, a veces compensa apechugar con lo malsonante en aras de la expresividad). Todo lo que en la primera engarzaba como por arte de magia se desparramaba aquí, con las moderneces (vean el enlace a Danzad) tirando cada una para un lado.

Última cosilla: a algunos de mis conocidos les ha chirriado la escenografía y el vestuario de Ilusiones. No lo tengo muy claro. Es verdad que no viene mucho a nada. Igual que es verdad que los interludios jocosos / musicales tampoco vienen a mucho. ¿Y bien? Si cuela, cuela. Una de las leyes inmutables del teatro. Y yo creo que cuela todo.


Y lo que escribo CASI UN AÑO DESPUÉS:

Otros vendrán que bueno te harán. Del Arco no necesitaba que viniera nadie a hacerlo mejor, pero todo lo dicho más arriba aún resalta con más brillo después de que el arte de los monólogos sucesivos se enriqueciera con las aportaciones de Hermanas de Rambert y Tres canciones de amor de Benedicto (por si me leen menos de lo que creo, me apresuro a decir que esto es un sarcasmo). Si me apuran, casi hasta el Moby Dick de Lima podría incluirse en este subgénero del monólogo narrativo que parece ponerse de moda. Y les adelanto que la cantidad de sueño que produce está en relación directa con el tamaño de la ballena. Si no fuera porque Ilusiones demostraba lo contrario, igual estaríamos ahora postulando que es un subgénero imposible. Por cierto, mutatis mutandis, hacia ese lado se escoraba también el Vania de Rigola (Heartbreak Hotel). Quiero decir: hacia lo monologado, lo narrativo y, sobre todo,  hacia el sopor. No escribí nada, me dio una pereza insuperable.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 26 de abril de 2018

EN LA FUNDACIÓN

Sala: Centro Cultural Conde Duque Autor: Antonio Buero Vallejo (versión de Irma Correa) Director: José Luis Arellano Intérpretes: Óscar Albert, Álvaro Caboalles, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Pascual Laborda, Nono Mateos, Juan Carlos Pertusa, Mateo Rubistein y María Valero Duración: 1.40' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


La pareja de pie: Víctor de la Fuente y María Valero. Foto de David Ruano.

 Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

VIVO Y COLEANDO

Buero está vivito y colea. La afirmación parece obvia, pero viene al caso después de que más de uno haya podido salir dudoso de El concierto de San Ovidio, también en cartel ahora mismo. Tengo una enorme admiración por Mario Gas (bastarían sus Incendios en la Abadía), pero su versión oscila entre Cifesa y el Estudio 1: arqueología pura, incluso en estilo interpretativo, que ya es difícil. Bien al contrario, esta actualización de La Fundación operada por Irma Correa y La Joven Compañía nos entrega un Buero fresco, vital, lleno de una energía capaz de mantener en absoluto silencio a una platea llena de adolescentes. Ahí es nada. La diferencia entre la veneración de las reliquias y la proyección de un legado hacia el futuro.

    Arellano la ha montado con sus habituales virtudes: el uso de los recursos escenográficos más allá de lo decorativo, el talento para el movimiento (ayudado por Larrabeiti) y la coreografía (véase el interrogatorio de Tomás sentado de espaldas al público) y la dirección de actores. Un pelín revolucionados en los primeros minutos, pero ubicados pronto en el nivel de empuje conveniente. Nono Mateos es, quizá, el más centrado (y coincide en esto con su personaje), pero Víctor de la Fuente da muestra de una versatilidad de registros técnicamente muy lograda que podría ser formidable con alguna guía que evitara el ligero abuso.

Y alguna cosilla que no cabía allí:


Uno.- Ya le solté algo de cera al Concierto de San Ovidio en ese primer párrafo, pero voy a intentar exprimir algo de tiempo para comentarlo un poco más extensamente en entrada propia. La comparación era inevitable. Siempre les digo lo mismo: no sé quién inventó aquello de que las comparaciones son odiosas, porque conocemos sólo por comparación. Sabemos lo que es un buen colchón, porque alguna vez hemos padecido uno insufrible. Etcétera. Caducados todos los sobreentendidos que en San Ovidio criticaban a la dictadura -y sólo los que han vivido esa situación son capaces de entender hasta qué punto es capaz el espectador de decodificar hasta un "buenos días"- lo que queda es un larguíiiiiisimo alegato contra la explotación del débil. Larguíiiiisimo y banalísimo. 

Ya me extenderé, lo digo aquí también porque pone de relieve la mayor virtud de La fundación: que, igualmente caducada la crítica política a la tiranía, quedan intactos otros planos de signifcado. Tanto una crítica política dirigida en origen específicamente a una situación de tiranía explícita pero perfectamente aplicable a la deriva de nuestras democracias, como un análisis sicológico de los planteamientos de cada personaje y -sobre todo- una evidente lectura existencial que no podemos ignorar ninguno de los espectadores condenados a muerte. O sea, todos. Alguien me dijo a la salida, "es del período existencialista". Sí, muy cierto, pero me parece que, llegados a este punto, nos quedamos cortos si atribuimos a la simple etiqueta de "existencialista" esta opción de colocar el drama universal de la muerte de todos y cada uno en el mismo centro del motor de la trama. A "existencialista" le ha ocurrido lo mismo que a "feminista". No tengo trato estrecho con nadie que no lo sea, incluso si no lo sabe. El Buero existencialista de entonces parece que hubiera escrito ayer la función para esta sociedad que tiene el existencialismo absorbido e incorporado de serie.

Dos.- Tener a la vista lo de Arellano y lo de Gas obliga necesariamente a hablar de eso que llamamos "actualizar" a los clásicos. Verán, no es opinable. Por la sencilla razón de que es metafísicamente imposible no actualizarlos. Cuando se hacen puestas en escena que se pretenden -explícitamente o de facto- "fieles" al original hay torrentes de elementos que no lo son. Hay uno alucinantemente insuperable, por lo fácil que parece a priori: el corte de pelo de los hombres y el maquillaje de las mujeres. Eso pasa muchísimo en el cine, donde las reproducciones de época pueden datarse al dedillo por la sombra de ojos. Una tontería ilustrativa. El estilo interpretativo, ejemplo de mayor peso, es dificilísimo de reproducir. Y si tenemos registros audiovisuales podemos juzgar (por eso mencionaba a Cifesa y al Estudio 1 más arriba), pero ¿con todo lo históricamente anterior? Incluso cuando la intención es, ya no de "fidelidad", sino de reproducción prácticamente arqueológica, -y estoy pensando en Las bodas de Fígaro, doble finta de reproducción¿quién puede calibrar el grado de acercamiento al modelo? Los inventores de la ópera creían estar resucitando el drama griego. Los arquitectos que construían calcos de las catedrales góticas, ¿podían imaginar la pátina evidente de "otra cosa" que esas construcciones tendrían decenios, o siglos, más tarde? Vayan a ver la catedral del Buen Pastor en San Sebastián, cuya intención arqueológica es palmaria. ¿Por qué es "otra cosa"? Porque era metafísicamente imposible que no lo fuera.

Así las cosas, todas las puestas en escena tienen uno u otro grado de actualización. Por eso es un poco ridículo el escándalo de los profanos cuando les parecen horrorosas las óperas de Mozart vestidas de otro siglo. Lo horroroso no es la maniobra en sí, sino que esté bien o mal hecha (y muchísimas veces es de una vacuidad insoportable, véase el reciente Burlador). Si vamos a actualizar, porque es imposible no hacerlo, más vale que la operación sea consciente y no nos aturda la ilusión de que estamos siendo "fieles". Ésa es la distancia entre el San Ovidio de Gas y la Fundación de Arellano. Ésa es la distancia entre un cadáver ligeramente maquillado y un atleta en forma. Espero poder con la entrada prometida para tratar en exclusiva El concierto de San Ovidio.

Tres.- Ahora que ya hace un par de semanas que la vi, la escenografía emerge en mi recuerdo. Qué buena. Esto suele ser marca de La Joven Compañía, pero en este caso es especialmente virtuosa. Salva incluso un escollo de verosimilitud: ven en la foto de arriba que, cuando se abren las puertas, el fondo es una superficie reflectante. Esto hace que, en algún momento, veamos reflejado algún intérprete que no debería estar allí. No importa, se digiere sin problema. Mejor espejo con intérprete escondido pero reflejado que intérprete aforado sin espejo.

Nono Mateos, mencionado en la crítica en papel, es el quinto por la izquierda, sin contar al sentado en el suelo.

En esta otra foto ven el aspecto con las puertas del fondo cerradas y los tubos superiores. Quien conozca la trama entenderá la necesidad de que el paisaje tenga dos aspectos distintos y si recuerda el final de los finales entenderá también por qué conviene que haya una posibilidad de dirigir la atención a un punto elevado. El efecto final de los tubos es precioso. La autora de todo esto es Silvia de Marta


Cuatro.- Casi se me olvida. Aparece y desaparece, por aquí y por allá, lo que creo que es un arreglo de Luis Delgado de Ich habe genug, maravillosa cantanta de Bach. En la cantata, este "tengo suficiente" está usado en sentido positivo ("tengo suficiente con haber sujetado al Redentor en mis brazos", debe de ser Simeón cantando una trasposición del Nunc dimitiis), pero la repetición de su comienzo una y otra vez adquiere aquí un sentido de "ya basta". Está muy bien versionada y muy bien puesta. En mi función, el técnico la dejaba un pelín demasiado baja, un asunto siempre complicado: El no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!, como diría Don Mendo. A mí, esta música me provoca un problema que supongo es común entre quienes hemos sido músicos antes que nada. Atrae mi atención de tal manera que tengo que hacer un verdadero esfuerzo incluso para entender lo que están diciendo en el escenario. Afortunadamente, no les ocurre a la mayoría de espectadores.

Por cierto, el programa menciona a Telemann, pero yo juraría que oí también un fragmento de polifonía antigua. ¿Me estoy equivocando de función?

Cinco.- Citaba entre las virtudes de Arellano la del movimiento. Les dejo una foto más, que capta uno de esos momentos en los que la ubicación de los cuerpos es el elemento más expresivo de todos los puestos en juego. 


Seis.- Lo he dejado para el final, pero no puedo dejar de mencionar la espléndida versión. Me he hecho un escaneado del Estudio 1 con cierto detalle (signo de los tiempos, hace bien poco hubiera ojeado el libro), y estoy admirado con la precisión del bisturí de Irma Correa. Ha quitado, o variado, lo estrictamente necesario, sin tocar nada de lo esencial. Vayan, la tienen hasta el cinco de mayo.

P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 25 de abril de 2018

GLORIA

Sala: Teatro de la Comedia Autoras: Noelia Adánez y Valeria Alonso Directora: Valeria Alonso Intérprete: Ana Rayo Duración: 1.00' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


La única imagen del montaje que encuentro. Sale de un vídeo de IBE.tv
 [Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio]

PRECURSORA

Mis ya muy antiguas lecturas de Gloria Fuertes me dejaron una sensación agradable que decidí revisar cuando llegó su feliz resurrección. No sé de poesía como para meter la nariz en la polémica de si la suya es grande, grandísima o minúscula, pero sí diré que la edad me ha enseñado a apreciar todo aquello que parece fácil y que, muy a menudo, esconde un condenado trabajo de depuración. En consecuencia, la Fuertes, que a primera vista puede parecer una cosilla amable, me gusta con más profundidad que hace treinta años. Se lleva en algunas cumbres de la literatura un estilo repujado, un manierismo casi prebarroco de la forma y/o el fondo que, lógicamente, recela de estas corrientes de flujo suave y al alcance de todos.



    La propuesta de Adánez, Alonso y Rayo reproduce como calcadas estas cualidades: es una pieza apta para todas las sensibilidades y que fluye con suavidad. El quid en estas resurrecciones escénicas está siempre en conseguir la proximidad al personaje real sin caer en la imitación, que es otro género, y me parece que Ana Rayo alcanza una compenetración profunda con los modos de esta artista que, en la estela de modernidad inaugurada por Wilde y consagrada por Dalí, hizo de su persona parte de su obra. Parecía una excéntrica, y resultó una precursora en el arte de la puesta en solfa de las convenciones de género, algo que ahora hace explosión por doquier.

Y ALGUNA COSILLA QUE NO CABÍA ALLÍ:


Seguro que eso del "estilo repujado, un manierismo casi prebarroco de la forma y/o el fondo" me quedó un poco esotérico. Sobre todo lo que se escriba acerca de Gloria Fuertes durante un tiempo sobrevolará Javier Marías, y la polémica sobre la calidad de la obra de la primera. Que conste que me parece que Marías tiene todo el derecho del mundo, faltaría más, a opinar lo que opine. Me parece muy comprensible que Fuertes no le parezca gran cosa, porque -al menos donde yo lo dejé- él practicaba una literatura cualquier cosa menos sencilla. Ha pasado mucho tiempo, pero creo que "donde yo lo dejé" fue en Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, novelas adoradas por mi asesor literario de referencia, pero en las que yo sólo vi (repito: yo, no pretendo sentar ni cátedra ni catedrilla) un cierto ir y venir y marear proustiano que, al contrario del que a mí me parecía su modelo, no llegaba a ninguna parte, aunque entonces el que estaba muy proustiano era yo y lo veía por todas partes. Tómense todo esto con pinzas, medio mundo alaba estas obras, así que es perfectamente posible que la mía seaq una sensibilidad construida de otra manera. Se me pasan ahora por la cabeza otros dos indiscutibles de la crítica que yo no puedo ni sufrir a menos de un kilómetro: Javier Tomeo y Enrique Vila-Matas. Si no se atreven con sus novelas (no seré yo quien las recomiende) echen un vistazo a los artículos en El País del segundo, que reproducen ese mismo mundo autosuficiente habitado sólo por escritores y críticos en el que esto que el otro citó allí porque se había encontrado al tercero en un bar, (y que en realidad citó erróneamente, y fue un cuarto quien se dio cuenta de que se le había cruzado la cita con un verso de un oscuro poeta inglés que era primo del camarero del bar...) parece un evento que ilumina el mundo, una epifanía. No está hecho para mí, desde luego, me parece una glorificación de lo banal. Dublinesca es uno de los poquísimos libros que me ha aburrido hasta el cabreo, como solo consigue hacerlo una pésima función de teatro. Y ahí tienen ustedes a los críticos y los glosadores, buscando como locos sus vínculos con la realidad, que si esto fue así, que si lo otro es fabulado, que los rizos rizados entre autoficción, invención, realidad y metarrealidad... (váyanse aquí, si tienen narices, y lean sobre la tetralogía metaficticia). Por establecer un punto de comparación: el libro de Cercas sobre el 23-F (Anatomía de un instante) me parece literariamente muchísimo más rico. Insisto: literariamente.

¿Cómo les va a gustar Gloria Fuertes? A ver, que venga un glosador a buscarle los tres pies a esto:

Soy alta;
en la guerra
llegué a pesar cuarenta kilos.

He estado al borde de la tuberculosis,
al borde de la cárcel,
al borde de la amistad,
al borde del arte,
al borde del suicidio,
al borde de la misericordia,
al borde de la envidia,
al borde de la fama,
al borde del amor,
al borde de la playa,
y, poco a poco, me fue dando sueño,
y aquí estoy durmiendo al borde,
al borde de despertar.



O más sucinto todavía:

En las noches claras,
resuelvo el problema de la soledad del ser. 
Invito a la luna y con mi sombra somos tres.

A menudo les digo "si esto lo firmara un tal López y se hubiera visto en Móstoles, la crítica no estaría disparando ditirambos". Pues ahora lo digo al contrario: si esto último lo camuflamos un poco y decimos que es de un lírico sufí del XIII, aplauso universal.

En fin: hay sitio para todos. Para Vila-Matas (glups) y para Fuertes. Recuerden a Alberti, que al lado de una poesía compleja tiene esas cosillas de que si se equivoca la paloma y que si los marineros, simples, cristalinas y tan alabadas por la crítica como su otra producción.

* * *
Cuanto más simple, más difícil de glosar. Esto mismo vale para la función. Es muy complicado buscar hueco para las alabanzas cuando lo que mejor han hecho Adánez y Alonso ha sido desaparecer (un gran mérito, por si es usted novato en este blog). En primer lugar, porque yo juraría que el texto es casi completito  -o sin el casi- de la propia Fuertes. Se han limitado a montar una dramaturgia comprensible con esto sacado de aquí y aquello de allá. Y la dirección está en lo mismo: una mano invisible que ha huido de cualquier presencia invasora. Todo el espacio es para la intérprete, que se marca un trabajo muy apreciable escondida bajo una modestia sin estridencias. Lo que les decía en la Guía: el montaje se parece mucho a lo que la Fuertes era. Y me refiero al fondo.

Acabo de recordar que vi a Rayo en Marca España, una función curiosa, y que estaba sembrada. No la recuerdo bien en Las cuñadas que dirigió Natalia Menéndez, porque aún no tenía blog y mis notas eran más escuetas.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 24 de abril de 2018

EL BURLADOR DE SEVILLA

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Tirso de Molina (versión de Borja Ortiz de Gondra) Director: Josep Maria Mestres  Intérpretes: Elvira Cuadrupani, Raúl Prieto, Ricardo Reguera, Pedro Miguel Martínez, Samuel Viyuela González, Egoitz Sánchez, Mamen Camacho, Pepe Viyuela, Paco Lahoz, Irene Serrano, Juan Calot, Ángel Pardo, José Juan Rodríguez, Lara Grube y José Ramón Iglesias Duración: 1.50' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Ya les digo más abajo que hay tres escenografías con ADN diverso (mesitas, Formica imitación mármol, arcos realistas). Tipos de vestuario los hay como para cuatro cinco funciones distintas.
[Si quiere llegar directo al meollo de la crítica, sáltese los primeros párrafos y empiece donde están las tres estrellitas]

En esto, estoy con Villán. Me gusta más el de Zorrilla que el de Tirso. Tienen muy mala prensa estas afirmaciones: es como preferir la ópera italiana a la alemana o proclamar que te gusta la poesía de Gloria Fuertes. Si uno ventea su especial querencia por las cosas de apariencia sencilla (ojo, he dicho apariencia) frente a las de complejidad evidente, se autoexcluye del club cool, de la secta chic, de la crema de la intelectualidad, por usar de una vez una expresión castiza (mexicanamente castiza, para ser exactos, pero dejémoslo correr). Si le gusta más el Cascanueces que las sinfonías de Bruckner quedará siempre la duda de si ha entendido éstas. ¿No podemos postular, siquiera como hipótesis, que deglutida, digerida y asimilada una forma de elevada complejidad externa pueda alguien preferir la sencillez (repito, externa)? Vi el domingo Chitty Chitty Bang Bang por segunda vez en mi vida, y confirmó la primera impresión: una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Claro que a los seis años, momento del primer contacto, no había pasado yo por Bergman ni por la Coixet ni por... ¿cómo se llamaba aquel tipo con el que desayunabas, comías y cenabas y del que ahora sólo quedan esas líneas de las enciclopedias que lo califican como uno de los grandes cineastas de la historia? Ah sí, Kiéslowski, que en paz descanse. Pues ahora que ya he pasado por todo eso, y que incluso he MILITADO en todo eso, arribo por fin a la paz de los portales de la senectud con la tranquilidad de espíritu necesaria para juzgar las cosas como creo que son y no como los demás me cuentan que son: igual que a los seis años, considero Chitty Chitty Bang Bang una joya que lo mantiene a uno entretenido sin interrupción durante dos horas y media (!), que ya es decir.



¿Volvemos a lo nuestro? A riesgo de ser tomado por mentecato, repito: me gusta más el de Zorrilla. ¿Por qué lo van a tomar por mentecato?, se preguntaran ustedes. Pues porque el de Zorrilla es más fácil de asimilar, de verso más simple (admiro su capacidad de detenerse a un milímetro del ripio), de trama más aventurera (menudo hallazgo lo de ir a por la novicia, el top de la depravación), de caracteres más culebroneros (la rapta para lo que la rapta... ¡y va y se enamora! Valdría para el Chavo Guzmán). Tirso no sólo le lleva la desventaja de 238 años más de lejanía respecto a nosotros, sino que, además, no es Lope. Me explico: no tiene la prodigiosa fluidez del verso del Fénix, con lo que la impresión general es más arcaica. En resumen: tiene una recepción más complicada, y por lo tanto más guay, que Zorrilla. Pues bien, viva Zorrilla, dispárenme, moriré abrazado a Villán.
* * *
Vamos a bosquejar una píldora de historia del teatro español en caricatura. Las caricaturas son siempre mentira, pero ayudan a llegar a la verdad. Llegó Marsillach y sacó la puesta en escena del teatro clásico del baúl en el que estaba: el del polvo, la capa y la espada. Ahí seguimos.

Digo "ahí seguimos", porque nos atrevemos a despanzurrar cualquier clásico menos los nuestros. Con notables excepciones, por supuesto. Por ejemplo, El burlador que Facal despanzurró. Lástima que el resultado fuera nefasto. En cualquier caso, vaya por delante que esto de Mestres sigue en el enfoque mainstream post-Marsillach. No es ningún baldón: en esa categoría hay cosillas correctas y semiaburridas como El perro del hortelano de la Pimenta y grandes maravillas como La vida es sueño, mira tú por dónde, también de la Pimenta (que sabe ser muy buena). O sonoros patinazos como éste. Pero aviso de entrada lo del mainstream, porque es posible que el amontonamiento de despropósitos que voy a intentar describir les lleve a la falsa idea de que la intención era, como la de Facal, reventar la función colocando una bomba en sus tripas, y no. Es todo formalito, quiere ser todo correctito. El resultado es simplemente feíto.

No voy a desmenuzar paso a paso la función, como alguna vez he hecho y me consta que les divierte. Bueno, divierte a algunos. Todos estos años de experiencia me han enseñado que lo que más furibundo pone a un fan (un creador inteligente con el ego domado no se encabrita por una crítica negativa) es, precisamente, que se le explique con detalle dónde están los errores de su adorado maestro. Respecto al carácter general de la puesta en escena, me parece que me voy a limitar a glosar la introducción. 


Como tantos millones de veces últimamente (está esto de moda), la compañía entra por el pasillo central del patio de butacas. Alegres atavíos de época: les dejo foto para ahorrarme la descripción. Llegan al escenario y bailan, bailan, bailan. Bailan mucho rato. Con esos fragmentos de imágenes en las manos. Todos esperamos que las evoluciones terminen, a modo de exhibición ginmástica en Pyongyang, con los panelitos formando una imagen y revelando algo que los justifique y constituya una introducción a la función. Pues no: terminan de bailar y se largan. Fin. Jaja, ahora me da la risa recordando mi propia estupefacción y la de mis vecinos. Entonces, desciende desde los cielos un retrato fragmentado del héroe (en marco blanco que no tiene parentesco con todo lo demás ni en sexto grado de consanguinidad, por lo menos) que se va armando como un rompecabezas. ¿Para qué llevaban ese estorbo en las manos? Misterio. ¿Por qué están vestidos de una forma que no tiene absolutamente nada que ver con el resto de la función? Misterio. Tomo pasacalles y danza iniciales como ejemplo, porque anuncian perfectamente lo que va a suceder durante toda la función (y en este sentido, son una perfecta introducción): incoherencia, arbitrariedad, desbarajuste.

Lo peor, con diferencia, está en la orfandad de los actores. Tengo la sensación de que sale cada uno por donde puede, y el que no ha podido solo... pues eso. Siguiendo en esta línea de mencionar un solo ejemplo, la que más chirría es Tisbea, que suelta el monólogo ¡Fuego, fuego que me quemo, que mi cabaña se abrasa! con tales berridos guturales que apenas se entiende el sentido. Son cuarenta y cinco líneas de texto, no puede uno quedarse en el alarido a piñón fijo.  Tampoco se entendió la mitad del Yo, de cuantas el mar (hasta tal punto que comienzo a dudar si lo dijo). Y es que del verso, mejor no hablamos (ahora no me refiero sólo a Tisbea, sino a la función entera). No llega a la estrepitosa ignorancia de la versión de Facal, pero en los mejores momentos no pasa del aprobado. Imposible no decir algo del protagonista. Prieto es muy bueno, salvo algún traspiés de los que nadie se libra (pueden mirarse Refugio y Antígona y, pinchando pinchando, seguir su carrera hacia atrás). Sale airoso, excepto del tremendo trance de gritar Me abraso en pose de crucifijo y subido a la balaustrada del fondo (ahora les cuento), cuando ya hace muchos minutos que cualquier verosimilitud ha saltado por los aires.

Tres parrafitos sobre vestuario, escenografía y vídeo, y cerramos.

El vestuario lo firma María Araujo, cualquier cosa menos desconocida. Premios por aquí, éxitos por allá. Creo que le he visto bastantes cosas, pero me basta citar la preciosa coleccion de trajes para El lindo Don Diego de Carles Alfaro. Esta vez se le ha ido la olla. El vestuario no tiene ni pies ni cabeza. Parte de esas alegrías con base de época y aires de carnaval napolitano o sevillano del cortejo inicial. Sigue parecido en los primeros minutos, en lo que piensa uno que será el estilo de la función hasta que la pasma entra con monos azules contemporáneos con la leyenda GUARDIA en la espalda. A partir de ahí, el despiporre: a veces llevan trajes y corbatas actuales, a veces la cosa se va hacia atrás, como si oteara el XIX desde su cornisa superior. Menudo desbarajuste, Dios mío. Pobre Pedro Miguel Martínez, un actor que aprecio, al que le han colocado un collar en la pechera que no abandona un momento y que se parece mucho más a los de la cofradía de la tostada o, teniendo que ser rey, a uno de opereta. Si los demás también estuvieran en una opereta, muy bien, pero es el único en ese género. No voy a seguir citando ejemplos.

La escenografía no es una, son tres. La primera, una serie de mesitas de aspecto escandinavo, con estructura de cuadradillo negro (parece, a mi distancia) y tablero de madera clara. Creo que las hay parecidísimas en Ikea. Entran salen, sirven de banqueta, de mesa, de tarima... Podrían ser la escenografía de cualquier función alternativa. La segunda, unos paralelépidos de regular altura (más que la humana) montados en carras y de fácil movimiento que también entran, salen, giran y bailan, acabados con un aspecto de Formica imitación mármol que para sí quisieran muchas zapaterías de barrio allá por los ochenta. Mismo acabado en los dos paneles laterales del fondo y en la escalinata central. Sólo falta una fuentecilla con hiedra de plástico verde botella para caer en las pesadillas de Moreno (José Luis, quiero decir). La tercera -oh, pasmo- una espectacular galería con tres arcos de arenisca dorada de gran realismo y balaustrada incorporada. Eso, al fondo. Detrás, vídeo. Hay que sumar flor de cortinajes que suben y bajan y hasta se transforman en las olas del mar (claro, no vamos a tener una tela y no usarla para que figure el mar). Tres escenografías distintas tres. No pegan ni con cola, por usar la castiza expresión. La galería realzada al fondo (que es donde está la arcada) guarda una sorpresita final: los escalones que la unen con el nivel del escenario avanzan conformando una pasarela, en plan concurso de misses, para que me entiendan. Es todo horrible. También Notari debió de tener un mal día: me gustó mucho lo que hizo en La cortesía de España para el mismo Mestres. Todo el equipo era el mismo, y aquello salió redondo. Cosas del teatro.

El vídeo es de Álvaro de Luna. Álvaro de Luna es muy bueno. Esto es un desastre. Creo que el resumen son esas tres frases, y supongo que es que no habrá recibido indicaciones excesivamente claras, por ser suave. Lo proyectado es, simplemente, incomprensible.

Para terminar: la aparición del Comendador, tremenda. En mi función hubo carcajadas. Y no esas carcajadas malintencionadas del público resabiado, sino carcajadas ingenuas de gente que entendió que tocaba reírse. Horrible. El aspecto del pobre hombre es espantoso, ataviado como para una fiesta de disfraces. ¿Vas de zombi? No, de Comendador. Mal movido, mal dirigido, mal iluminado. El remate de la función termina de hundirla.

Si quieren leer prácticamente lo mismo, pero escrito con elegancia, vean lo de Kritilo.
P.J.L. Domínguez