jueves, 22 de diciembre de 2016

RICARDO III

Sala: Teatro Español Autor: William Shakespeare (versión de Yolanda Pallín) Director: Eduardo Vasco Intérpretes: Arturo Querejeta, Charo Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortíz, Cristina Adúa, Antonio de Cos, José Luis Massó, José Vicente Ramos, Jorge Bedoya, Guillermo Serrano Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Vasco me ha parecido siempre un director de escena interesantísimo, incluso cuando patina (todo el mundo patina, hasta los mejorcísimos), y Ricardo III me encanta (tanta maldad desparramada, tanto cinismo, mmm), así que me fui al Español con la mejor de las disposiciones. Y me aburrí como una ostra.

Resulta que fui con dos personas que saben bastante más que yo de teatro. Los tres nos aburrimos como un banco de ostras (¿se dice banco? ¿colonia?) y los tres nos pasamos la función pensando exactamente lo mismo, como después nos confesamos: "estos dos lo están pasando bomba y yo no", "algo me pasa, que el teatro no me llega como antes"... y variaciones sobre el tema. Pues no. Aburrimiento general. Planteamiento de hipótesis explicativas. Sólo se me ocurre una: este Shakespeare está tan podado (dura menos de la mitad que una versión sin tijera) que se ha quedado la peripecia monda sin prácticamente retórica. Shakespeare sin retórica... Si tienen un rato que perder, mírense lo que les decía a propósito del contenido narrativo y su forma externa en la crítica de El policía de las ratas. Pallín ha dejado el Ricardo III en una extenuante sucesión de asesinatos casi sin nada entre uno y otro, cuando Shakespeare está ahí, en el relleno. Y Vasco, haciendo alarde de una capacidad que casi siempre alabamos en otros montajes, lleva la cosa rapidita, rapidita, anulando incluso las transiciones (qué habilidad, dicho sea de paso, para enlazar las escenas sin que se noten las costuras). Resultado: tras dos o trescientas muertes ya estamos todos pensando en la lista de la compra del día siguiente. 

Creo que lo único que me despertó del letargo fue la escena de Charo Amador como la reina Margarita. Todo tiene más vuelo: desde el vestido hasta la interpretación, que se aleja de una austeridad general que casi me atrevería a llamar austericidio. Y mira que siempre me quejo de lo contrario. Es cierto que la reina viuda tiene que parecer un poco tronada, pero no lo es menos que su entrada eleva la línea mortecina del montaje. Desde ahí hasta la aparición de la cabeza de jabalí (en sentido literal y no en el charcutero) todo el resto es piñón fijo. Y eso que el Ricardo en escena (el incomparable Querejeta) es un pedazo de actor como hay pocos. Sin él, esto sería un barco al garete. 

Como parece que hay bastante gente con opiniones marcadamente positivas, les pongo este enlace para que lean otras cosas, vean la función y decidan. Yo los dejo advertidos.

Para terminar, comentario de actualidad. Les hablaba ayer de los desternillantes resultados de la encuesta de la revista Godot sobre el mejor montaje del año. Lo de hoy supera -como chiste- a aquel antológico monólogo sobre el despido en diferido. Interrupted ha vencido en la primera semifinal a La cocina. Lo que oyen. Todo el proceso recuerda cada vez más intensamente al referéndum del Brexit. 
P.J.L. Domínguez
          

martes, 20 de diciembre de 2016

MASKED

Sala: Teatros Luchana Autor: Ilan Hatsor Directora: Iria Márquez Intérpretes: Pedro Santos, Carlos Jiménez Alfaro y Antonio Lafuente Duración: 1.15' (creo recordar, olvidé apuntarlo)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Carlos Jiménez Alfaro, Pedro Santos y Antonio Lafuente. Foto de Kike Rincón para madridiario.es
Vi Masked hace un mes largo, y ahí estaba, esperando turno a que terminara de una vez la infinita entrada de La cocina. Además, les seré sinceros: La cocina me ha provocado tal avalancha de visitas que tenía la sensación de tener hechos los deberes al menos por lo que tocaba al mes de diciembre, como si alguien me exigiera un mínimo, fíjate tú cómo somos en cuanto nos ponen un contador.

El caso es que ahí estaba yo revolcándome en la pereza, cuando llega la encuesta de la Revista Godot. Treinta y dos funciones (de las que he visto veintisiete) preseleccionadas para llegar por un sistema de enfrentamientos sucesivos a elegir el mejor montaje teatral del año en Madrid por votación en twitter. Y me encuentro con que Masked e Interrupted se encuentran en este grupo de excelencia, codeándose con -por ejemplo- Incendios, La cocina, Todo el tiempo del mundo o La respiración. Y ustedes se dirán "bueeeeno, eso no va a ninguna parte, no se soporta la comparación". Pues bien, a día de hoy, resulta que Proyecto Homero (La odisea y La Ilíada de La Joven Compañía) ha eliminado Incendios (sí, la de Mario Gas y Nuria Espert) e Interrupted ha dejado K.O. a Numancia .También a El jurado, que no era para echar cohetes pero le saca varias cabezas, y a Yo, Feuerbach, que no vi (la vi después, es unas mil o dos mil veces mejor que Interrupted desde cualquier punto de vista). Creo que tales resultados no merecen ni comentario, pero si tienen alguna relación con el sector sabrán de las campañas que se montan en plan "vótanos", sin que a nadie se le ocurra recordar que hay que votar a lo que mejor nos ha parecido y no a quien más simpático nos caiga. 

¿Saben a quién hacen más daño estas operaciones que pretenden repartir prestigio? Aparte de a la propia iniciativa (fíjense el peso que va a tener para cualquiera medianamente informado el título de "semifinalista al mejor montaje del año de la Revista Godot"), a quien cosecha elogios inmerecidos. Y eso me lleva de vuelta a Masked.

Masked se basa en un buen texto sobre el conflicto palestino. Para que se me ubiquen: si, en esto de piezas sobre la violencia, Incendios es una matrícula de honor y Tierra del fuego un cuatro y medio, Masked se acerca al notable. Bien estructurado, con personajes creíbles, una peripecia interesante y sin caer en las trampas del teatro de buenas intenciones (he hablado muchas veces de eso, aquí tienen una mención si les interesa). Plantea una de esas situaciones horrendas en las que todas las partes tienen algo de razón en medio de la escabechina general. Se podría convertir en una peli con planos subjetivos de protagonista huyendo de las balas israelíes, barridos de cámara sobre barrios arrasados por las bombas y mucha amargura de fondo.

Ahí se termina lo bueno. La versión que vi en los Luchana apenas está dirigida. Se ha montado el texto con alguna dignidad, pero no hay nada más, ni una sola idea memorable. La interpretación es justita, justita, y me quedo corto. Quizá quien más se salva es Carlos Jiménez Alfaro, que es quien menos texto tiene. Antonio Lafuente estaba muy centrado en el estilo ligero de Los desvaríos del veraneo y Pedro Santos estupendo en Los atroces, así que nos consta que sus capacidades daban para aprovecharlos mejor. No diré que la cosa llegue al desastre, porque las líneas se largan con la soltura necesaria para no aburrir, y cuando una función no aburre ya ha evitado el mayor de los males posibles. Pero es poco más que un intento masticable. Colocarla en una clasificación de las treinta y dos mejores hace un muy flaco favor a su directora. Viene a ser como decirle "sigue así, que vas bien". Y no.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 8 de diciembre de 2016

ALARDE DE TONADILLA

Sala: Tribueñe Autor y director: Hugo Pérez de la Pica Intérpretes: Candela Pérez, Raquel Valencia, Helena Amado, Badia Albayati, Alberto Arcos, Ana Peiró, José Luis Sanz (pianista: Tetyana Studyonova, se turna con Mikhail Studyonov) Duración: 2.20' (entreacto de 20 minutos) 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Estupefacción. Es el sentimiento que invade a quien ve por primera vez una creación de Hugo Pérez de la Pica. Alarde de tonadilla, como sus obras anteriores (Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama, Por los ojos de Raquel Méller, Paseíllo) bucea en los cimientos de nuestra cultura (iba a escribir 'popular', pero sobra), rebusca, reconstruye, arma y exhibe un resultado… lo dicho: estupefaciente. No se parece a ninguna otra cosa que veamos en los escenarios.
La estructura de números sueltos dibuja un relato cronológico y una dramaturgia que es… ¿Homenaje? Sin duda: el amor por la copla se expresa en cada gesto, en cada pliegue de las docenas de trajes diseñados ad hoc, en el vídeo que recuerda a las grandes intérpretes. ¿Arqueología? Ya sería mucho si fuera sólo eso, pero la recuperación del pasado desemboca en otra cosa, en algo de radical originalidad. Véanse como prueba las poesías declamadas entre los números, que nos dejan perplejos en su equilibrio entre el ripio y la exquisitez, el lugar común y la lírica abstrusa, lo popular y las fintas conceptuales de un espíritu complejo. El remate es quizá la impecable construcción de los números de copla estilizada extraídos de la zarzuela (De Madrid a París) y la revista (¡Por si las moscas!). Qué no haría este hombre con los medios de un gran teatro. ¿A qué esperan?


A Paseíllo tuve que volver por segunda vez para enterarme más o menos de la mitad. Sí, soy corto de entendederas y mi memoria es cada vez peor, pero digamos en mi descargo que estos monumentos son inabarcables. Me permitiría sugerir que -como se ha hecho tan a menudo con las estructuras tradicionales de números- se entregara al público una lista con los títulos, o se colgara en la página de Tribueñe. Antes de seguir, voy a plantar aquí otra foto, para que se enteren.


Nunca seguí. Este párrafo lo estoy redactando en octubre de 2018, nada menos que casi dos años más tarde. Alarde de tonadilla ha vuelto a la Tribueñe y es -en mi modesta opinión- lo más sorprendente que encontrarán en la cartelera. Y, quizá, lo mejor. Si nunca han visto nada de Pérez de la Pica, sigan los enlaces a Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama, Por los ojos de Raquel Méller y Paseíllo, porque les aseguro que hacerse a la idea de los caminos que este hombre transita no es fácil. Acaba de estrenar una cosa nueva (Las Teodoras) que aún no he visto, pero pueden apostar que no será nada convencional. Quizá algún día encuentre un rato para hablarles de Isadora. Más que nada, para que la posteridad digital encuentre quizá este mensaje en una botella, glosando todo lo que haya podido glosar de la obra de este genio. Lo repito: G-E-N-I-O. No me cabe duda. Sacúdanse la pereza y vayan a la Tribueñe, es como irse a Marte.
P.J.L. Domínguez
          

PREMIOS Y CASTIGOS

Sala: Teatro de la Abadía Autor y director: Ciro Zorzoli Intérpretes: Mamen Duch, Carolina Morro, Jordi Oriol, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta, Jordi Rico, Ágata Roca y Marc Rodríguez Duración: 1.20' 
(la función ya no está en cartel)


La foto de David Ruano no es del escenario de La Abadía, pero nos sirve. Son Mamen Duch, Carme Pla, Jordi Rico, Ágata Roca, Jordi Oriol (detrás), Albert Ribalta (delante), Marc Rodríguez y Marta Pérez. Falta Carolina Morro.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 T de Teatre no es una compañía que se quede parada mucho tiempo en el mismo sitio. Por mencionar lo más reciente, después de Jet-lag, una sit-com televisiva que duró seis temporadas, atravesaron las regiones de Sanzol (Delicadas, Aventura) y Pau Miró (Dones com jo). El salto al planeta Zorzoli da la medida de sus ganas de aventura.

    Zorzoli cosechó un éxito estrepitoso en 2011 con Estado de ira, desternillante retrato de una compañía que debe adiestrar a la sustituta de la primera actriz en un montaje de Hedda Gabler. Premios y castigos es otro ejercicio metateatral que bucea en las relaciones entre la verdad y la verosimilitud, la realidad y la ficción, mostrando los ejercicios de interpretación de un grupo de actores. No hay un relato completo que preste una estructura de soporte, como era el caso del Ibsen mencionado. Sólo hacia el final, en el momento oportuno para ofrecer al espectador un hilo narrativo al que agarrarse, aparece un dramón rural uruguayo (Barranca abajo) cuyo texto se larga entre innumerables trompicones. Quizá por eso el aspecto general es más conceptual y menos amable. Pero la formidable pericia de los intérpretes y la sutilísima trama de interrelaciones entre los personajes consiguen armar un espectáculo excelente partiendo de una idea que haría temblar a cualquiera.  

Y lo que no cabía allí:

Como sucede a menudo, mi recuerdo de Premios y castigos ha ido variando a medida que pasaba el tiempo. A mejor. Lo decía en la crítica reproducida más arriba, pero no sé si la idea central quedaba suficientemente resaltada. La repito. El procedimiento es, en lo esencial, el mismo que en Estado de ira. Pero sin armadura narrativa. Allí, a trompicones y entre carcajadas, se reproducia la peripecia de Hedda Gabler. Aquí no hay tal apoyo. Se trata de un grupo de actores que salta de uno a otro ejercicio de interpretación, y esa ausencia de dramaturgia macro acaba pesando un poco. Así que, aunque mi consideración global por la pieza era buena y ahora es mejor, me parece -es sólo es una conjetura- que habrá gustado más a todo el que tenga que ver con el teatro que al público en general. Yo, que soy un cobarde, habría metido Barranca abajo antes.

¿Por qué habrá gustado más a "la profesión"? Primero, porque va precisamente de eso, y a todos nos engancha más lo que nos toca. Segundo -y en esto es posible que esté yo minusvalorando al público general- porque el aprecio de la dramarturgia micro apuntalando una función sin narración exige un metagusto de cierta sofisticación. Tercero, sobre todo, porque toda la pieza es un merodear constante alrededor de lo que la interpretación es o no es, con todos los personajes buscando -y reclamándose unos a otros- más verdad en las actuaciones. Nada más y nada menos que la cuestión central del teatro.

Pocas cosas más difíciles para un actor que encarnar a un actor que está actuando. Casi siempre, el remedo de actuación es la caricatura de una mala actuación. ¿Cómo hacer una buena interpretación de un actor haciendo una buena interpretación? ¿Cómo distinguirá el espectador el trabajo real del actor real del trabajo fingido del actor representado? Es una paradoja sin fin, un juego de espejos. Lo pensaba ayer viendo a Manuela Paso en La noche de las tríbadas, sin sospechar que hoy me pondría - por fin- a escribir sobre Premios y castigos, que, de principio a fin, no es otra cosa. Sólo se podía sostener sobre nueve estupendos intérpretes. Mencionaré primero a Carolina Morro para hacer un poco de justicia poética: tiene un papel mudo y lo borda. Es el último mono, entre regidora y asistente, y ya coloca la función en atmósfera antes de que comience, con su presencia fastidiada y rebotada en el escenario. Andújar ha acertado con la escenografía y el vestuario, pero me quedo con lo que le ha puesto a Muleta (así llaman todos al personaje): una cosilla vaporosa con mucha pierna vista que contrasta con la rigidez del resto del vestuario y subraya que a esta pobre la tienen con rancho aparte y sugiere una sensualidad espontánea frente a la gestualidad actuada y compuesta del resto. Me he vuelto loco buscándola en red, y nada hasta dar con Karolina Morro (con ka). Me temo que este curriculum está obsoleto, pero algo es algo. Es también la asistente de dirección. A ver si la vemos hacer otras cosas.

Ordóñez ha glosado mejor de lo que yo lo haría por dónde van los demás. A Ágata Roca la vi estupenda en Barcelona en Els veïns de dalt , en el papel que luego hizo en Madrid Candela Peña en Los vecinos de arriba. Allá donde Peña apenas pudo contra una dirección morosa, ella quedaba bastante más airosa. Con esas caras de mirada transparente que pone se cree uno cualquier cosa que diga. No sabría con quién quedarme del resto, todos están para comérselos en más de un momento. Citaré sólo a Jordi Oriol (otro del que apenas encuentro rastro en internet), que no estaba en la versión comentada por Ordóñez. También para comérselo.
P.J.L. Domínguez