miércoles, 29 de marzo de 2017

TODO EL TIEMPO DEL MUNDO

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor y director: Pablo Messiez Intérpretes: Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, Javier Lara, María Morales, José Juan Rodríguez e Íñigo Rodríguez Claro Duración: 1.20'
La función ya no está en cartel


Íñigo Rodríguez Claro, en la zapatería.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

EQUILIBRIOS

Nico (The fairest of the seasons) suena en el precioso arranque, como advirtiendo de que el tierno realismo de esta zapatería, que parece anunciar una sosegada reconstrucción de época, es un Macguffin. Ni Messiez ni Nico son amigos de lo obvio. Aunque la delicada atmósfera de ese tiempo pasado con sus partículas de polvo en suspensión no se abandona, el propietario de la zapatería comienza a recibir la visita de unos personajes que todas las noches le hablan de su futuro y de su pasado como si el tiempo no se desplazara siempre en la misma dirección, sino que fuera un único bloque en el que lo ocurrido y lo que ocurrirá comparten presente. Sí, las visitas de Cuento de Navidad después de Einstein.

Casi todo es prodigioso en Todo el tiempo del mundo. Equilibrios: el del texto, entre el sentimiento y lo existencial; el de la música, entre Nico y Messiaen; el de la interpretación, que transita sin sobresaltos entre la realidad y no se sabe qué; el de la dirección, entre la mesura y lo grotesco. Del abanico de excelentes intérpretes hay que mencionar a Íñigo Rodríguez Claro, sostén siempre presente de la credibilidad. El “casi” que encabeza este párrafo es apenas un milímetro (unos minutos de más, alguna caída de tensión, unas pocas frases redundantes) que separa esta magnífica pieza de una obra maestra. Merecería la pena intentar franquearlo.

Y sólo una cosilla que no cabía allí:

Me sorprendió que, en un texto que tiene pasajes brillantes, se subrayara sobre todo un monólogo del protagonista que apenas se aparta de la banalidad. El tono, la tensión, la luz... todo el empuje posible, para terminar intentar dar brillo a algo que no da nada de lo que todo ese esfuerzo parece estar prometiendo.
P.J.L. Domínguez
          

HE NACIDO PARA VERTE SONREÍR

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Santiago Loza Director: Pablo Messiez Intérpretes: Isabel Ordaz y Nacho Sánchez Duración: 1.20'
La función ya no está en cartel




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

INMERSIÓN

Messiez ya movía Todo el tiempo del mundo en regiones lindantes con el melodrama, para el que suponemos que los argentinos tienen una proverbial habilidad. Santiago Loza, también argentino, desarrolló en He nacido para verte sonreír una situación no menos proverbialmente melodramática: una madre se despide del hijo al que debe ingresar en un hospital siquiátrico. Messiez se arremanga y monta un melodrama con todas las de ley. Ojo, no pretende acongojar a base de bramidos de sceneggiata napolitana (y estoy pensando en Festen), sabe que en este género la congoja está a un milímetro de la carcajada. Como le piden los cánones, adoba el invento con música (un bolero, Bizet, Bach…) sin cortarse en la dosis. Y el invento funciona.

    Ordaz brilla como lo que es: una estrella de primera magnitud. Hay tal inmersión en el personaje, un buceo a tanta profundidad, que me pregunto cuánto tiempo le cuesta salir después a su propia superficie. La estrella blanca tiene a su lado a otro intérprete que, sin texto, emite una radiación tan intensa como la de un agujero negro. Nacho Sánchez se reveló en La piedra oscura y no precisa aquí de palabras para confirmarse. Director, escenógrafo e intérpretes han parido un montaje que me parece que planea bastante por encima del texto que le da cimiento.

Y alguna cosilla que no cabía allí:


1.- Como les digo siempre, la memoria, esa encantadora mentirosa, hace prodigios con lo visto en un escenario. Subraya esto, difumina aquello. Sería fantástico hacer un modelo animado de cómo se va construyendo el recuerdo que acaba fosilizado para siempre. La vi hace exactamente veinticinco días, y lo que emerge ahora con más fuerza es la sensación de que no se podía hacer más y mejor que lo hecho por Messiez. También es verdad que, si me ponen Los pescadores de perlas, ya está la mitad del camino superada.

2.- Puse "escenógrafo" y era "escenógrafa". Eso fue un simple lapsus calami (¿lapsus clavis?), pero fue mayor estupidez no nombrar a Elisa Sanz (pinchen aquí y encontrarán referencias a unos cuantos de sus trabajos, aunque por cosas del etiquetado saldrá en primer lugar ESTA entrada; sáltensela). La escenografía representa una cocina hiperrealista rodeada por un ramaje seco con el que se ha confeccionado también la gran lámpara suspendida sobre la mesa. Una referencia cristalina al nido en el que esta madre ha criado a su hijo y del que ahora lo expulsa. La lámpara coprotagoniza -con Nacho Sánchez y la música- el que es quizá el momento más impactante de la función: una prolongada escena muda en el que el muchacho se sube a la mesa para escudriñarla (la lámpara) con ojos de pasmo ante la novedad absoluta de lo que ve. Es como si su cerebro no fuera capaz de recomponer la información fragmentaria que percibimos del mundo, para dar el paso siguiente de reconocer y nombrar.

3.- Le dije a la salida a JM "este chico va a ser un gran actor". Respuesta: "Ya es un gran actor". En efecto. Como ocurrió en La piedra oscura -donde conseguía destacar en posición secundaria-, no hay discusión posible sobre el protagonismo de Ordaz en la pieza, entre otras cosas porque él ni siquiera abre la boca. Pero no es menos cierto que vuelve a revelarse como un intérprete de primer orden. Estos papeles que incluyen discapacidad (desde el grado mínimo de una simple tartamudez hasta los grandes desórdenes mentales, como es el caso) se prestan a composiciones apabullantes e invasoras. Suelen ser vía privilegiada a los premios. A mí -que debo de ser un raro- me resultan cargantes casi siempre, porque omiten que, muy frecuentemente, la discapacidad no es evidente todo el tiempo. Sánchez ha dado con la dosis perfecta. Supongo que no tardaremos mucho en verle hacer un gran protagonista.

4.- Hay un reloj bien visible, que marcha con la función. O sea: mide en tiempo real lo que la función dura. Esto es una proeza que sólo puede calibrar quien ha intentado hacer algo parecido. La madre hace continuas referencias al tiempo que queda para que llegue el padre, así que el asunto no pasa desapercibido. Es una apuesta arriesgada, porque estas cosas pueden despistar al espectador y salir muy mal, pero sale muy bien.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 26 de marzo de 2017

USHUAIA

Sala: Teatro Español Autor: Alberto Conejero Director: Julián Fuentes Reta Intérpretes: José Coronado, Ángela Villar, Daniel Jumillas y Olivia Delcán  Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

A UN PASO DEL LÍMITE

¿A quién no le asalta a veces la tentación de dejarlo todo y huir para no ser encontrado nunca más? El protagonista de Ushuaia se ha escondido en el límite del mundo, a un paso de los territorios inhabitables, a un paso –dicho de otro modo- de la muerte. Un centímetro más aquí, el sufrimiento inherente a cualquier forma de amor; uno más allí, la nada. Amor y muerte: hermanos, ya lo decía Leopardi.


    Fuentes Reta nos tiene acostumbrados a facturas más redondas que ésta, en la que me parece que se escapa algún fleco. Aparte del espanto microfónico de mi función, que supongo que estará solventado, no termino de ver la utilidad de las proyecciones abstractas en un artefacto móvil que los propios intérpretes arrastran entre los árboles. Y me parece que, más que al abatimiento, Coronado está dirigido casi hacia la somnolencia. 

Pero la potencia del texto –aún con una revelación central que no está a la altura del desarrollo precedente- puede con esas trabas y se impone al espectador. Los saltos y las superposiciones de presente y pasado están escritos con habilidad, la trama mantiene el interés. El director acierta con una atmósfera cargada de connotaciones que roza en algún momento el simbolismo. La pareja joven funciona de perlas: Olivia Delcán, la maravillosa revelación de Hard Candy, protagoniza alguno de los mejores momentos.


Y alguna cosilla que no cabia allí:

En la crítica en papel quedaba un poco críptico lo de la "revelación central". Son pocas líneas, y no dan para avisar al lector de que está uno a punto de contarle la madre del cordero del relato. Aquí sí puedo, quedan formalmente avisados de que el siguiente párrafo DESTRIPA la trama a conciencia. Así que ya lo saben, quien no quiera

SPOILER

que se salte el párrafo que viene ahora.

Y alguno se dirá, "¿y por qué esto de destriparnos la historia?". Pues porque no puedo escribir "la revelación central no está a la altura del resto" y después no decir ni Pamplona sobre el motivo de esa afirmación. Verán, durante toda la función uno es llevado a creer que el protagonista es un nazi que se ha ido a esconder al fin del mundo. La antagonista viaja hasta allí y se ofrece como empleada de hogar para desenmascararlo. Pero, en el último momento, nos enteramos de que no es el malvado nazi que enviaba los trenes de la muerte de Grecia hasta las cámaras de gas, sino su amigo del alma. El malo estaba enamorado de una griega judía, cantante, prostituta y resistente (el personaje más atractivo) y resulta -y aquí viene lo menos verosímil- que su amigo terminó también enamorándose de ella a base de oír cantar sus alabanzas. Cuando se encontró al carnicero encañonando a la chica y a punto de matarla, eligió matarlo a él y facilitar la huida de ella. Lleva una vida añorándola a ella y purgando el dolor de haberlo matado a él.

Repito, poco verosímil. Usted se enamora de alguien porque su superamigo le cuenta constantemente sus maravillas. Y cuando tiene que optar, mata a su amigo y no a la fantasmal amada con quien nunca ha cruzado media palabra. Existían opciones. Hasta una confusión (oscuridad, peligro extremo, nervios) colaría mejor. Pero había otra al alcance de la mano, que me rozó las neuronas cuando Coronado miraba con amor al fantasma de su amigo muerto y me provocó un timbrazo mental pensando en la Gata de la Ochandiano y el trío de Brick, Maggie y Skipper. Coronado podía estar enamorado del malvado nazi y matarlo, en medio de un caos mental de piedad por la muchacha inocente y despecho acumulado contra el amado, a lo que se sumaría la constatación, en ese mismo instante, de que el tipo era el sospechado asesino repulsivo y no el amigo idealizado. Esta opción aún añade más culpa que arrastrar durante el resto de una vida, más motivos para purgar el alma en el confín austral: peor matar al hombre que amas que al amigo al que quieres.

En fin. Dirán, con razón, que esto lo ha escrito Conejero, y que si tan buenas ideas tengo por qué no me pongo yo a escribir. Es muy simple, yo digo todo esto sólo para ilustrar que había alternativas. Él tiene el talento de desplegar una historia con interés dramático (que lo hay, y mucho, en Ushuaia), y yo no. Ya lo saben, el crítico ve los toros desde la barrera.
* * *
Sí, como decía en la Guía, muy buena Olivia Delcán. Proclamé en la crítica de Hard Candy que no había que perderla de vista y, después, en un alarde de coherencia, la perdí de vista. Hizo Amor de Don Perlimplín con Melisa en su jardín y El sueño de una noche de verano, ambas con Darío Facal. No tengo duda de que estaría estupenda. Muy bien tambien Daniel Jumillas (en la foto), al que no conocía. Un tipo con aplomo. Otro motivo para lamentar haberme perdido Yogur / Piano. Jesús, cuánta lamentación en un solo párrafo, ni Jeremías. Coronado, mortecino, ya estaba en la crítica en papel. Villar, monocorde.


* * *
¿Se han fijado en que la frecuencia con la que los nazis transitan por nuestros escenarios haría pensar que somos un país que nunca ha tenido fascismo propio? Se nos da de perlas purgar el pasado ajeno, es el nuestro el que se nos atraganta. Por supuesto, esto no va por Conejero, que viene de analizar las consecuencias del fascismo patrio en La piedra oscura, ni por ningún otro autor concreto, que pueden escribir sobre lo que les venga en gana, estaría bueno. Es el fenómeno sociológico / cultural (huy, se me ha pegado este estilo horroroso de Aramburu en Patria) el que sorprende en su conjunto.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 25 de marzo de 2017

UNA GATA SOBRE UN TEJADO DE ZINC CALIENTE

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Tennessee Williams (no consta el autor de la versión) Directora: Amelia Ochandiano Intérpretes: Eloy Azorín, Juan Diego, Begoña Maestre, José Luis Patiño, Ana Marzoa y Marta Molina Carolina Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Diego, Marzoa, Molina, Patiño, Azorín y Maestre.
Para el resumen bastan dos palabras: menudo desastre. Voy a intentar reflejar la gradación del horror.

MALO MALISÍSIMO DE TODA SOLEMNIDAD: Los efectos de sonido, Madre del Amor Hermoso. Los niños gritando parecen una manada de chihuahuas. Hay un primer relámpago con efecto "Dios mío, ha estallado una bomba en el hombro derecho". Los silbidos de los fuegos artificiales en bucle, horrorosos. Sucesión de relámpagos acompañados de efecto de luz que preludian la salida de Drácula (en momentos así, me acordaré de Langa mientras viva). Largo (larguísimo) aullido Hammer, como si Drácula fuera a ser sustituido por el hombre lobo. Tremendo, de verdad. ¿No hay librerías gratuitas con efectos de todo tipo?

MALO MALISÍSIMO:  ¿Qué le ha pasado a Felipe Ramos? Si les digo que iluminó Incendios o El señor Ye ama los dragones no me hacen falta adjetivos. Por un momento, me ha pasado por la cabeza si será un homónimo. No, a ver si vamos a tener dos Felipe Ramos iluminadores. Pues debe de ser que un mal día lo tiene cualquiera, porque esto está horroroso. Más de media función con una luz blanca y uniforme que casi parece de ensayo. Así se tiene que cascar la pobre Maggie el primer acto. Me recordó a la misma orfandad bajo la luz cegadora de Aitana Sánchez-Gijón en otro fiasco: La rosa tatuadaMala suerte últimamente la de Tennessee en Madrid. La escenografía (de Sánchez Cuerda, que también ha hecho cosas estupendas como Lúcido o El lenguaje de tus ojos) también guarda un cierto parentesco con aquélla: el mismo desparrame arbitrario de muebles, como en el almacén trasero de una tienda del Rastro. Sin orden ni concierto.

MALO MALÍSIMO: La interpretación. No creo que Begoña Maestre sea una mala actriz, me pareció más bien una actriz huérfana de toda indicación. Como si le hubieran dicho "estás enfadada porque tu marido pasa de ti", y punto. Durante todo ese primer acto, Maggie debe oscilar entre la frivolidad fingida, el miedo a cruzar la línea definitiva de la ruptura, la osadía, el enfado... Es una maravilla de papel completa y perfectamente desaprovechado. 

La escena cumbre de la función -la larga conversación entre Brick y su padre- se va arrastrando amorfa de frase en frase de manera que parece que, en cualquier momento, Juan Diego va a decir "paramos un momento para un bocadillo". No dan una. Patiño (que tampoco es mal actor) parece llegar siempre de otra función. Una de clowns, para ser exactos (el vestuario le ayuda bastante en esto, vean en la foto de más abajo cómo no es preciso disfrazar de tonto al hermano tonto; que de tonto, nada, tampoco está en una situación fácil).

MALO: La versión, que no sé de quién es. Llena de calcos del inglés, que pueden ser gramaticalmente correctos en castellano, pero cuyo signifcado resbala y que, sobre todo, no se usan con frecuencia. Como las frases que comienzan con “a man”. “Un hombre no puede comprar vida” (la cita no es exacta) da en castellano “uno no puede comprar vida” o “nadie puede comprar vida”. “A man” puede tener en inglés la connotación de género (“un hombre no debe maltratar a una mujer”) pero otras muchas veces, como en el ejemplo de la compra, es una simple forma impersonal. “Comida campestre” es en castellano –como en el cuadro de Manet- una comida que se hace en el campo. He mirado el diccionario, por si era una apreciación subjetiva, y así lo dice exactamente: “Dicho de una fiesta, de una reunión, de una comida, etc.: Que se celebra en el campo”. Y la comida casera que la abuela ha cocinado -"country dinner"- se la han zampado en casa. Ya que hablamos de la abuela: en el original todo el mundo se refiere a la pareja mayor como Big Daddy y Big Mammy. Traducirlo al castellano como abuelo y abuela produce una extrañísima impresión cuando son sus hijos quienes los llaman así. Es una práctica frecuente si los nietos están delante (“abuelo, dale su regalo al niño”), pero en mi vida he oído a nadie llamar así a sus padres en otra situación. Rarísimo.

Todo esto son errores de traducción, pero aún hay cosas peores. Por ejemplo, de la famosa conversación con el padre se ha eliminado la referencia a la pareja gay que -hace mil años- lo acogió y le dio trabajo en su plantación. Una cosa muy tierna en la que cuenta que cuando murió el primero, el otro se dejó morir. La mención tiene un valor dramatúrgico de primer orden, primero porque es un paso importante en un momento en el que el padre está tratando por todos los medios que su hijo le confiese lo que él cree que ocurre en el fondo: que es homosexual. Pero, sobre todo, porque es el modo que tiene de decirle que la homosexualidad puede ser una cosa noble, que a él le va a importar un rábano que le confiese (si es que tiene que hacerlo) que tuvo un romance con Skipper. No sé a los demás, pero a mí me resulta difícil entender el giro de la historia hacia un final más bien esperanzador sin que la catarsis que produce en Brick la confesión de su dramática falta de comprensión hacia su amigo justo antes de su muerte se complete con este descubrimiento de que su padre lo hubiera aceptado incluso (y es un incluso muy gordo en ese momento histórico y en ese lugar) si hubiera sido gay. Puestos a cortar, hay docenas de réplicas de muchísima menor trascendencia.


Jack Carson y Madeleine Sherwood en la película de Brooks.
Marta Molina, en el mismo papel
DECENTE: Marta Molina, la cuñadita. De su papel, y del de su marido, dice Villán en la crítica que salió el jueves "son esos personajes diseñados para hundir a una actriz y un actor". En general, uno diría que Villán y yo hemos visto funciones distintas, porque a él le ha parecido estupendo incluso ese remedo de Juan Diego que se mueve por el escenario diciendo cosas inconexas. (Casi) todo es opinable, pero esto de los papeles lo llevo rumiando dos días y no consigo entender lo que ha querido decir (algo habrá que no pillo, porque Villán no tiene un pelo de tonto). Y es que a mí me parece que ambos tienen grandes posibilidades de lucimiento y que concretamente el de ella es simplemente maravilloso. Una mezcla del peor sentido común (por eso tiene algo de razón en sus mezquindades), resentimiento, pequeñez... de profunda verosimilitud y que hay sacar adelante sin que sea una caricatura, de forma que el espectador entienda también su corazoncito. Basta recordar a Madeleine Sherwood en la peli. Es un poco el reverso de Birdie, contrapunto bondadoso de la pérfida protagonista en La loba. Aquí la gata nos cae bien (cuánta zoología) y la cuñada (concuñada, para ser precisos) canta la contraparte. Marta Molina la hace bastante, pero bastante bien, cosa que tiene su mérito en este desbarajuste. 

BUENO: Sólo hay una cosa bien en esta función: Ana Marzoa. Exactamente igual que la Conesa sale sin un rasguño de Festen, exactamente igual que la Conesa pone de pronto Festen en pie cuando abre la boca, cada vez que Marzoa habla se produce el mágico efecto de que todo el mundo le da al on de sus mecanismos receptores. Vaya oficio, qué cantidad de tablas hay que tener para lograr esto. 

En mi función pasó una cosa horrorosa: al público le dio la risa en dos momentos profundamente dramáticos. La cosa no precisa de más comentarios.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 9 de marzo de 2017

FESTEN

Sala: Teatro Valle-Inclán Autores: Thomas Vinterberg y Mogens Rukov (adaptación teatral de Bo Hr. Hansen, versión de Magüi Mira) Directora: Magüi Mira Intérpretes: RCarolina África, Roberto Álvarez, Carmen Conesa, Manu Cuevas, Karina Garantivá, Gabriel Garbisu, David Lorente, Jesús Noguero, Clara Sanchis e Isabelle Stoffel Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Estaba yo pensando mientras aplaudía que la crítica podría titularse OÍR PANDURES Y NO SABER DÓNDE, cuando JM me dijo al oído "podríamos escribir algo así como las diez reglas para parecerse a Pandur". Jesús, Jesús, cuánto daño indirecto e imprevisible ha hecho ese hombre. A poco que me hayan leído sabrán de la enorme admiración que le tenía. Pues bien: cuando uno ve algo como Festen, que cumple muchas de esas diez reglas, se da cuenta de lo dificilísimo que es hacer un teatro de este tipo y que no se caiga el fragilísimo castillo de naipes del interés dramatúrgico. Digámoslo ya: Festen es un desastre.

En primer lugar, y sobre todo, por el motivo más habitual de los desastres teatrales. Tan habitual, que me parece siempre mentira que alguien con la menor experiencia pueda caer en una trampa tan archinoconocida. Aurorita hija, que todavía no ha pasado nada. O, en este caso: Michel, hijo, que lo único que ha pasado es que has olvidado en casa los zapatos de gala y si gritas desde ahora con ese registro de brote sicótico nos va a dar exactamente igual lo que grites cuando te enteres de que


ATENCIÓN, SPOILER 

tu padre se follaba a tus hermanos. He dicho Michel, que es Manu Cuevas, pero podría haber dicho perfectamente Clara Sanchis, que entra en escena como si se hubiera caído de pequeña en el caldero donde se condensaba la coca base. 

Ése es el problema básico de un montaje que a los veinte minutos ya tiene a todo el mundo saturado de gritos y de gente subiéndose a las sillas. Qué manía con las sillas. Dado que es extremadamente infrecuente que alguien haga eso, y menos con los zapatos puestos, debería ser considerado un recurso extraordinario, antirrealista y, como tal, usado con prudencia para que conserve su efecto. A la tercera vez que ocurre, aquello parece una fiesta de niños de diez años sin vigilancia adulta. En fin, que ante una trama que pide a gritos una sutil gradación de la intensidad, que exige que la familia burguesa más o menos tronada pero estándar del comienzo se vaya descacharrando sutilmente a medida que se desvela el horror, la puesta en escena ha preferido iniciar el griterío y el desparrame desde el primer momento. Imposible. Ante este patinazo, las demás tonterías (la música insufrible interpretada por los propios actores, el peinado del mayordomo, el despelote general que me sigo preguntando a qué viene, el atavío tirando a Monster del pater familias, el paseíllo de la foto de más arriba...) se quedan en anécdota.

Se salvan de la quema, y no me pregunten cómo lo consiguen, Carmen Conesa y Carolina África. La primera ofrece ella solita el mejor momento de la función: el monólogo de la sobremesa. Yo diría que es la única que consigue componer un personaje coherente y verosímil todo el tiempo. La segunda coloca en su lugar hasta el acento alemán, a pesar de los alaridos a los que se enfrenta. A dos de los finalistas del concurso de sobreactuación ya los he mencionado más arriba, pero falta el ganador absoluto: la composición de italiano con rastas que se marca David Lorente es cargante a más no poder. Garbisu, un actor que me encanta, hace esfuerzos encomiables por darle alguna dignidad a la cosa, pero no hay manera de llegar a ninguna parte. El mayordomo y la criada (el primero en unos registros tan imposibles que no encuentro comparaciones aplicables, con ese peinado... ¿danés? y unas miradas fijas a lo Lugosi que que me han dejado el falso recuerdo de unos ojos intensamente maquillados) vienen de otra función, de una función extraña, vagamente simbolista o cosa parecida. Qué horror. Ni siquiera Roberto Álvarez, un estupendo actor, alcanza nada parecido a un personaje verosímil, no le han dejado.

Me quería explayar un poco sobre los errores dramatúrgicos del pastel revelado demasiado pronto o de la carta leida dos veces, pero voy a intentar ir publicando las cosas un poco antes aunque me suponga sacrificar el detalle. Seguro que me lo agradecen (y me refiero a la brevedad).
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 5 de marzo de 2017

SALA DE JUEGOS

Sala: Nave 73 Autor: Javier Moreno Director: Pablo Esguevillas Intérpretes: Rocío Megías, Enrique Asenjo, Roberto Drago y Geraldine Leloutre Duración: 1.00
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Ni una foto de la puesta en escena. Rocío Mejías, Enrique Asenjo, Roberto Drago y Geraldine Leloutre.
Nave 73 está haciendo una de las programaciones más interesantes de las salas pequeñas en Madrid. ¿Que cómo lo sé? La verdad es que no me las pateo todas, más que de vez en cuando. Pero estudio la cartelera con lupa todas las semanas, y termina uno por desarrollar un sistema de escaneo de la información resumida (título, autor, director, intérpretes, sinopsis) que dispara una alarma cada vez que algo destaca en el paisaje. Vale, no es infalible, no es objetivo, no es cuantificable, pero creo que funciona con los grandes números. Así como puedo decirles que la programación más atractiva de los grandes teatros de todo el país es quizá la del Lliure, diría que Nave 73 empieza a destacar en el espacio off de Madrid.

¿Quiere esto decir que los montajes son todos buenos? ¿O buenos en su mayoría? No exactamente. Veo a menudo que la labor del director / programador de un teatro se juzga por la calidad final de los títulos que ha programado. Me parece que es un error. Quienes deben ser juzgados según esa variable son los directores de escena de cada pieza. El programador termina su tarea cuando planta su propuesta en un folleto o en una página web: ahí podemos juzgar su imaginación, su capacidad de tomar el pulso a la actualidad escénica y sociocultural. Si el que recibe el encargo de desarrollar una parte de esa propuesta, la pifia, el interés que el encargo tenía a priori sigue intactoLa calidad del resultado tiene también un cierto peso relativo, pero es muy variable según el ámbito de programación. No se puede pedir el mismo porcentaje de aciertos (llamemos acierto a programar un espectáculo de planteamiento interesante y que no resulte una birria una vez puesto en escena) a un gran teatro institucional que a una pequeña sala alternativa. Cuanto más experimental es el arte, más interés tienen los procesos y menos los resultados. Pero vamos al grano de Sala de juegos, que es para lo que ustedes me leen.

Estaba retrasando publicar la entrada para que fuera una cosa un poco presentable, pero tal y como voy me temo que me arriesgo a no hacerlo hasta que la función desaparezca de la cartelera, y quería advertirles antes de que merece la pena verla. El texto tiene algo que me gusta siempre: está en equilibrio entre lo comercial y lo otro (digo lo otro, porque como les repito siempre no tenemos vocabulario decente: ¿alternativo?, ¿intelectual?, ¿teatro de creación?...). Un poco a la manera de Invencible o de El filósofo declara. Diríjanla por acá, y tendrán una pieza para representar en el Bellas Artes con público de parejas de mediana edad de las que van al teatro el sábado. Pónganla un poco más para allá, y les queda perfecta para la sala pequeña del Valle-Inclán. Sigan un poco más lejos en esa dirección, y se la compran hasta en la Beckett de Barcelona. 

Lo que ha hecho Esguevillas tiene su gracia, porque no se va ni para un lado ni para el otro, mantiene un complicado equilibrio entre ambos mundos. Estupendo para paladares refinados, pero más difícil de vender/programar/comunicar. El mercado prefiere productos con etiquetado claro. Sólo le veo una pega seria a esta puesta en escena: un final estrepitosamente abrupto. No haría falta casi nada para arreglarlo, ni siquiera prolongar el texto (aunque más texto no le vendría mal a una función que podría durar perfectamente veinte o treinta minutos más, y miren que digo esto pocas veces). Bastaría algún arreglillo escénico: pausas, iluminación, movimiento...
* * *
Muy bien los cuatro intérpretes. Enrique Asenjo -al que creo que no había visto nunca- me pareció un tipo de ésos que llenan todo un escenario con solo hacer un par de gestos. Una capacidad notable para pasar de la facundia jocosa al desamparo con el menor gasto de recursos. Y Rocío Megías... Pues verán. Entró en escena, y tuve un sobresalto: ¡la Ponte! El mismo brío, la misma pisada de "aquí estoy yo y este lugar al que llaman ustedes escenario es mi puñetera casa". Y, encima, guapa. ¿Dónde estaba? Si es usted director de escena, le aconsejo que vaya a verla.
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No he dicho ni media sobre el asunto. Son dos parejas que han quedado para intercambiarse. Así, con premeditación. Pero no se esperen una piruetilla narrativa de nada con morbos por aquí y lugares comunes por allá. Resulta que todo está bien fundamentado, cada uno tiene sus motivos para meterse en ese ajo y su manera -ya se enterarán si más o menos airosa- de salir de él. 

Una de esas casualidades que la cartelera nos regala a veces: está muy bien verse esto y Demonios en el Galileo. Dos formas de explicar que la vida desgasta y que cada uno tira para donde puede.
P.J.L. Domínguez