sábado, 31 de mayo de 2014

EL NOMBRE

Sala: Teatro Maravillas Autor: Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelière (versión de Jordi Galcerán) Director: Gabriel Olivares Intérpretes: Amparo Larrañaga, Antonio Molero, César Camino, Jorge Bosch y Kira Miró  Duración: 1.35'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Aunque Locos por el té le birló el Molière en 2011, El nombre me parece la mejor de las muchas comedias francesas que nos han visitado últimamente (salvada La verdad, que es otra cosa). Impecablemente trasvasada por Galcerán al castellano, tanto al idioma como al sentido del humor. El público, encantado: nada más gratificante que partirse de risa con algo que no parece sólo una payasada –con todos los respetos a las payasadas- sino que deja la sensación de vida real. “Es que todas las familias son así”, decía una señora a la salida de mi función.


    Olivares ha montado una comedia que sigue los cánones al pie de la letra. Es lo que había que hacer. Antonio Molero, Jorge Bosch (Felgood) y César Camino (Burundanga), estupendos. Al último lo han colocado, quizá, un pelín demasiado serio en la explicación que todo lo corona. Larrañaga, resultona, simpática, bien en el giro del personaje. Kira Miró, agradabilísima sorpresa. ¿Es la misma de Fuga y La verdad? El momentazo de la función es su golpe contra el sofá.


Y lo que no cabía allí

El extraño caso de los muebles rotos
(o Las Paradojas del Realismo)

Creo que se lo conté alguna vez, pero me viene tan al pelo que voy a repetirlo. Hace mucho tiempo, cuando se discutía por aquí y por allá si el Príncipe (el de Asturias, no el de Bekelaer) podía o no podía casarse con una plebeya, le pregunté a mi hermana qué le parecía a ella. Su respuesta me sigue iluminando. Me dijo que hay preguntas sin respuesta posible, porque se plantean en marcos que excluyen a priori cualquier salida lógica. Es imposible mantener la lógica de las cosas dentro de un sistema, el de la jefatura del estado por vía uterina, perfectamente ilógico.

Esto mismo le pasa al realismo. El realismo es la pretensión de reproducir la realidad. Pero este paso de la dad al ismo es, por decirlo en una sola palabra, imposible. La realiDAD no tiene nada que hacer en el arte. Graben hora y media seguida de realidad en cualquier sitio y proyéctenla. Ya no es realiDAD, porque ha pasado por la elección de lugar, encuadre, etcétera, y porque la hemos reducido nada menos que de tres a dos dimensiones, pero en fin, es lo más próximo que podemos conseguir. Por supuesto, es perfectamente insoportable. Cualquier realISMO debe introducir enormes distorsiones a la realiDAD para ser soportable, pero sobre todo, y aquí viene la pasmosa paradoja, para PARECER real. Y como esas distorsiones, el conjunto de las cuales podría ser llamado estilo, pueden ser de distinto tipo, resulta que puede haber muchos realISMOS distintos, pretendiendo todos reproducir la realiDAD.

¿Por qué me da ahora por endilgarles esta homilía? Porque, como en el caso de la boda principesca, esta premisa imposible a la que llamamos realismo produce consecuencias desprovistas de lógica, como el caso de los muebles rotos. En El nombre se rompe una mesa. Se rompe de manera admirable, produciendo en el espectador un segundo de terror tipo "Dios mío, se ha roto la mesa". Pero, inmediatamente, uno entiende que es un efecto perfectamente conseguido, muy realista, se relaja, y sigue disfrutando de la narración realista. En Como gustéis se rompe una hamaca. Produce un segundo de admiración tipo "caray, qué bien se ha roto la hamaca". Pero, inmediatamente, uno entiende que se ha roto de verdad, y eso da completamente al traste con la percepción del espectáculo, que sufre una violenta discontinuidad, con el señor de atrás diciéndole a su esposa (o similar), "pero... ¿se ha roto de verdad?". 

Aquí viene la paradoja. En realidad, yo no sé con certeza si la mesa de El nombre ha sufrido una rotura fingida y si la hamaca de Como gustéis una real. Es lo que parecía. Y si parece un truco el realismo no sufre, mientras que si parece real el realismo se va al traste. O sea: la invitada menos apreciada en el realismo es la realidad. Es como cuando uno entiende que la Liddell se está cortando de verdad con esa cuchilla, y aquello deja de ser teatro para ser vaya usted a saber qué.

* * *

Ustedes ya saben que Antonio Molero y Jorge Bosch son excelentes actores. Quizá no, si no lo vieron en Burundanga, que César Camino también lo es, así que se lo comunico formalmente. Ha sido un acierto elegirlo para el papel, porque es un tipo que resulta en seguida adorable, que es lo que hacía falta. Es posible que sepan que Amparo Larrañaga es, a veces, un poco impostada, un poco chica Gilmore; es, pues, oportuno, señalar que en El nombre modera considerablemente esa tendencia y está mucho mejor. Y no sé si tendrán idea de que Kira Miró parece aquí -y nunca la había visto ni remotamente tan bien colocada- una consumada actriz de comedia. En ese encontronazo contra el sofá que menciono en la Guía, el golpe se convierte -como suele suceder- en el detonante de una explosión que lleva un rato reteniendo: ni la señora de delante ni yo podíamos dejar de reírnos. El nombre es lo mejor que le he visto a Gabriel Olivares, exceptuada Verónica, que es un trabajo codirigido.
P.J.L. Domínguez
           

jueves, 29 de mayo de 2014

CONSTELACIONES

Sala: Kubik Fabrik Autor: Nick Payne (no consta en programa el autor de la traducción) Director: Fernando Soto Intérpretes: Inma Cuevas y Fran Calvo.  Duración: 1.15'
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Cuevas y Calvo. La fotografía no se corresponde con la escenografía real
del espectáculo.
Alguno de mis lectores recordará lo que decíamos el otro día a propósito del tagline. Constelaciones es muy fácil de taglinear: Love story, después de la teoría de los universos paralelos. No se me acobarden con Love story, ha podido pasar a la historia universal de las referencias como el paradigma de la mermelada, pero está muy bien.


Fran Calvo
Problema de título: hay unas Constelaciones que está girando Aracaladanza por ahí. Así que habrá gente que, como yo, resbale sobre la función ojeando la cartelera, sin darse cuenta de que es otra cosa. Evoca, además, esa enorme patraña que -vivir para ver- goza de cierto predicamento entre personas sanas y bien formadas, a la que llaman constelaciones familiares. Ya saben que cualquier engañifa que pretenda explicar el mundo, o una parte de él, con fórmulas sencillas tiene asegurados los seguidores. Vayan, vayan a discutir con esos amigos -que seguro que tienen- cultos, inteligentes, sagaces y empecinados creyentes en la homeopatía, las cartas astrales o lo que les diagnostica su monitor en el gimnasio. Tranquilos, Constelaciones no tiene más parentesco con las constelaciones familiares que el uso del término como metáfora.

Así que me costó más de lo habitual darme cuenta de que algo llamaba mi atención en la cartelera. Me cuesta también irme al Kubik. Pero estaba Inma Cuevas de por medio, y por la Cuevas me voy a donde sea por encima de cualquier malentendido. La conocí en Cerda, la rematé en MBIG y constaté que ni siquiera No son maneras de tratar a una dama podía con ella. Me pongo a investigar, y resulta que he visto a Fernando Soto, el director, en la Madre coraje de Gerardo Vera y en La avería de Blanca Portillo, nada menos. Al que no conozco es a Fran Calvo, es como si me hubiera perdido a posta Secundario, que ha dirigido en La Casa de la Portera (y, ahora, en El Umbral de Primavera), y Tape, que interpreta en La Pensión de las Pulgas.


Alguien debería pasársela a Payne. A Vera le llovieron palos por todas partes
por un remake que se tituló Una mujer bajo la lluvia. 
Desde luego, el título de
Neville les saca mil cabezas a ambos.
Constelaciones parece un buen rato que sólo va de una cosa, y luego resulta que va de varias. Por partes, un momento de calma. En primer lugar, disecciona una historia de pareja estándar (nos conocemos, quedamos, nos vamos a vivir juntos), yéndose por los atajos, como diría mi madre. O sea, representando las escenas varias veces, con variantes. Aquello que Neville hizo en La vida en un hilo presentando la extensa variante de una historia a partir del punto en el que se tomaba la otra bifurcación, pero con un despiece mucho más menudo: de cuántas formas posibles podría desarrollarse esta situación según cada respuesta. Cubismo temporal. Así que Cuevas y Calvo, que tienen que endilgarnos sartas de conversaciones repetidas, se ven en la obligación de hacer piruetas interpretativas y cambiar de registro a velocidad de vértigo una y otra vez. Es casi como un examen de fin de carrera para licenciarse como actor. A ratos, un pequeño alarde de virtuosismo, muy bien reforzado por los esenciales vestuario y escenografía. O, más bien, por el inteligentísimo uso de ambos elementos. Luz y sonido ayudan también lo suyo.


Fernando Soto
Este planteamiento exige un enorme esfuerzo de dirección e interpretación, y bastaría por sí solo para dar enjundia suficiente a una pieza. Aunque aquí el enfoque es fundamentalmente realista, se parece bastante en ese aspecto a Incrementum. Sin embargo, y como les decía, la función revela de pronto que va de otra cosa: que también la narración va a tener, en sí misma, su propio peso, al margen de la forma en que es narrada. Y no puedo decirles más, porque no quiero descabezar una historia astutamente urdida, que ataca al espectador por donde menos se lo espera. 

En resumen: una pieza de teatro de cámara muy bien escrita (se llevó el premio del Evening standard), muy bien dirigida y extremadamente bien interpretada. Vale la pena darse el paseo a Usera.
P.J.L. Domínguez
           

domingo, 25 de mayo de 2014

NOC

Sala: Teatro del Arte Autor y director: David Quintana Intérpretes: Nuria Benet, José Cobrana, Elsa Cabo, David Vento, Zaida Díaz y Ricardo Mata Duración: 1.20'
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Zaida Díaz, Ricardo Mata, José Cobrana, Nuria Benet, David Vento y Elsa Cabo.


[conviene que se lean esto con Cabaret Paris de fondo]



Hay una cierta resurrección del cabaré y de las variedades, aderezada con recientes aportaciones foráneas, como el burlesque. Términos, todos, de significado ambiguo, que no pueden aferrar el abanico de estilos dispersos en el tiempo y la geografía. Más que etiquetas nítidas, evocaciones. El buque insignia del regreso de estas formas de entretenimiento a la cartelera está siendo The Hole. No sé cómo será el segundo, que lleva meses en el Teatro La Latina, pero el primero, el del Calderón, era un pestiño de cuidado. Infinitamente superiores los intentos del Price (Pasión sin puñales o Crazy love), con mucho menor éxito de público. Es que nadie ha dicho que la vida sea justa.

Lo que son las cosas, después de escribir ese primer párrafo esta tarde sin recordar que los Max se entregaban hoy, precisamente, en el Price, llega la ceremonia para ponerme en bandeja un ejemplo que ni hecho adrede para ilustrar cómo las modas aplicadas sin ton ni son pueden resultar indigestas. Madre del amor hermoso, pensar que estuve a puntito de aceptar una invitación para ir. Vaya espectáculo insoportable, gracias en buena parte al empacho de estética de cabaré negro, como leo por ahí que lo llaman. Qué pena, señor, llamar cabaré a esto. Postureo en estado puro. Luego llaman vacuo a Carniti (sí, les advertí el otro día que alguien lo haría; ya está, Villán en El Mundo).

José Cobrana y RIcardo Mata. No se dejen engañar por los colorines de la
foto. El espectáculo es lo que una madre denominaría "muy fino".

El caso es que proliferan, aparte de este pestiño de los Max, los espectáculos de pequeño formato a los que sus autores llaman cabaré, sin que muchas veces la denominación se refiera ni lejanamente a la acepción tradicional del término. Otras veces, está más justificada: como en Lamirilla. Pero invocar un género para hacerlo avanzar hacia donde sea es una cosa, y resucitar sus formas tradicionales, otra. Aquí, se trata más bien de lo segundo.

David Quintana es uno de Los Quintana, dos hermanos especializados en montar, e interpretar, espectáculos de dragqueenismo en play-back. Tuvieron El varietón en el Pequeño Gran Vía a finales del 2013: una fantástica combinación de pasión por la cultura popular kitsch, capacidad cómica y travestismo del mejor. Con tanto cabaré trucho por ahí, me fui al Teatro del Arte exclusivamente porque firmaba Quintana, y me encontré lo que esperaba. Noc mantiene esas mismas características de El varietón y de otras cosas de los Quintana que he visto colgadas por ahí. Pero se va decididamente hacia el cabaré: la presencia de los diálogos en play-back es menor, la de números cantados y bailados es mayor y, sobre todo, hay menos pitorreo y más recreación sincera de estas formas ínfimas del teatro. Esto no quiere decir, desde luego, que no vayan a reírse.



Muchos son los talentos repartidos en la concepción de la función y, a falta de más créditos, tengo que suponer que son todos de su director. Primero, el de la elección de los números. Por una parte, los diálogos de películas de inefable estilo interpretados en play-back y pantomima. Por ejemplo, el audio de la escena en la que Roxy mata a Freddy en Chicago... extraído de un doblaje sudamericano. Supongo que allí el efecto kitsch no sería el que aquí percibimos, pero aquí es la bomba. El drama queda automáticamente convertido en comedia disparatada. O lo que supongo que era el doblaje, también sudamericano, de La reina del vaudeville, con nada menos que Gypsy Rose Lee rediviva en escena. Segundo, los números musicales. Y aquí es donde la cosa empieza a alcanzar cotas de exquisitez, porque Quintana tiene la rara habilidad de encontrar no sólo las cosas más kitsch que uno pueda imaginar, sino también las versiones más kitsch de las cosas que uno nunca ha oído en versión kitsch. Por ejemplo, El día que me quieras en versión dúo hombre-mujer, que ya me gustaría saber quién cantaba. Pero nada comparable a Las luminarias de Los flamingos (los de la foto, no sospechaba que Chile hubiera alumbrado un pre-pop semejante, no dejen de seguir el enlace) o a Cabaret Paris  de Zarah Leander, una joya sobre la que volveremos más abajo.


Nuria Benet, de charleston, y David Vento. Muy bien la caracterización 
de los chicos: muy maquillados, pero sin llegar a lo grotesco. Repito: las fotos 
no hacen justicia.

Más talentos: escenografía y vestuario. Sencilla, efectiva y resultona la primera. Deliciosamente canónico el segundo. Quiero decir con esta palabreja que el vestuario es pieza fundamental en la intención de recreación de género que informa toda la pieza. Incluso las licencias cómicas (las apreturas de embutido a las que se somete a Cobrana, los avestruces) responden a la tradición, tiene uno la sensación de que no se salen un pelo de las convenciones. Por no hablar, claro está, de los trajes estándar de Betty Boop o de pilingui, del número final, del charleston, del remedo cómico de Gilda… Aprovecho para soltar una de mis perlas generalizantes: a estas alturas es imposible promocionar un espectáculo sin más FOTOS. Las pocas que ilustran esta página están extraídas del twitter de los intérpretes. Parece una tontería, pero pasa constantemente y lastra la promoción. La cena del rey Baltasar, por ejemplo, sería una fuente excelente de imágenes, y apenas tienen tres. NOC también permitiría hacer una bonita colección.

Sí, Quintana sabe elegir los números, salir escenográficamente airoso, vestir el género... pero el talento fundamental para un director de escena es, lo decimos siempre, el control del tiempo. El teatro de variedades es, si cabe, el más frágil en este aspecto: no hay relato, no hay dramaturgia de conjunto, o se mantiene alto el interés del espectador con el chisporroteo de cada número o la cosa se va a pique. Y esto está muy bien resuelto: el espectáculo dura una hora y veinte minutos que se pasan volando. Sólo le veo una pega: los pocos y breves parlamentos no están a la altura del resto. Es Nuria Benet quien los dice, una actriz con carisma, simpática, con el desparpajo que el género requiere. Pero lo que dice, quizá valdría la pena encargarlo a un escritor. Diría que es lo único que desmerece en toda la función.



Aquí encima la tienen con diversos atuendos. Está estupenda en todo lo que canta y baila, pero me gustó sobre todo de Betty Boop, o similar, impostando la voz en al falsete característico de los años treinta. Muy en estilo.

El otro peso fuerte es José Cobrana, que hace sucesivos papeles de fea en travestí. Me pareció evidente que tenía que tener carrera a las espaldas y, aunque no encuentro en red un curriculum en condiciones, zas: resulta que ha sido clown en el Circo del Sol. Está perfecto de travestida fea, sobre todo en el número que más me hizo reír (el de El día que me quieras y el maldito cable demasiado corto) o en de Los Flamingos, pero -él también, muy en estilo- donde se sale es en Cabaret Paris (en la foto de arriba del todo). Vestido con una combinacion brillante: de hombre, pero con tacón alto y plumas. Si han seguido el enlace a Youtube de arriba del todo, verán que la canción encierra toda la historia del cabaré germánico. Desde el de principios del XX, hasta las derivaciones alemanas y austríacas de mediados del siglo XX, prodigio del kitsch, que aún colea con la televisión en color bien instalada. A alguien de mi edad, tiene que recordarle a Los Vieneses y a Herta Frankel. Consejo: sigan en Youtube todo los enlaces que tengan que ver con Zarah Leander, incluido el de Nina Hagen.

Zaída Díaz, Elsa Cabo y David Vento (por fin, uno con presencia consistente en internet), que tienen menos papel, están a la altura de todo lo anterior. Pero me estoy dejando para el final a Ricardo Mata. Un pedazo de artista cargado con energía de alto voltaje. Travestido, su presencia se come a la de las mujeres reales. De hombre, no hipnotiza menos. Baila como quiere, se mueve de forma electrizante, interpreta. No tengo a mano la información con el currículo de toda esta gente, pero mañana intentaré añadirles alguna información. Todos vienen de alguna parte, claro está, todo este talento no se improvisa.

Vayan, van a pasar un rato estupendo. Y es para todos los públicos: en mi función hubo un niño de dos años que se mantuvo despierto y atento hasta el final. 
P.J.L. Domínguez
           

domingo, 18 de mayo de 2014

LAS DOS BANDOLERAS

Sala: Teatro Pavón Autor: Lope de Vega (versión de Marc Rosich y Carme Portaceli) Directora: Carme Portaceli Intérpretes: Helio Pedregal, David Fernández "Fabu", Macarena Gómez, Carmen Ruiz, Llorenç González, Gabriela Flores, David Luque, Álex Larumbe y Albert Pérez Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Si no entienden lo que esta ocurriendo con el vestuario no se preocupen, le ha
pasado a todo el mundo.
Ciertamente, se puede hacer teatro sin escenografía, iluminación, caracterización, música ni vestuario. Pero es igualmente cierto que cualquiera de esos elementos secundarios pueden ayudar mucho a una función, incluso salvarla. Lo que no es tan corriente es que se la carguen. Pues bien, aquí la confusión que introduce el vestuario es tal, que pone en serio peligro la comprensión de la dramaturgia. Mis highlights son Fernando III de Castilla, el Santo, que parece llegado del teatro de al lado, donde se estuviera representando La duquesa de Gerolstein o La viuda alegre, y los dos trajes de serrana tipo cuadros de Sorolla para la Hispanic Society, pero recién saliditos del cuarto de planchar del Museo Etnográfico (o del Museo de Cera, la verdad). Aunque, como imaginarán, lo mejor es la coexistencia de todas estas patas de banco.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Tres clásicos de género fluctuante en cartelera: Como gustéis, Los Macbez y Las dos bandoleras. Carniti sale airoso de las trampas que Shakespeare le dejó escritas. Lima, escaldado con las que Cavestany y él mismo se han impuesto. Portaceli… no sabría decirlo. Contra casi todas las opiniones, sospecho que los esquejes de La serrana de la Vera que Rosich y ella han plantado por doquier podían dar frutos. Pero el vestuario (sí, el vestuario) es tan absurdo que alcanza el infrecuente logro de desbaratar solito el intento. Sus ramas no dejan ver el bosque de la dramaturgia, los espectadores salen confundidos. Pero que la dramaturgia no es ningún disparate (exceptuados los estrambotes finales) lo atestigua que la escena más lograda es mixta: bandoleras y serrana, en un encuentro que Lope no imaginó nunca.


    Tampoco he oído muchas loas, pero defiendo la interpretación. Valdría la pena la función sólo por escuchar el arranque de Helio Pedregal. Qué voz la de Gabriela Flóres. Las bandoleras, Macarena Gómez y Carmen Ruiz, se distancian de los estándares habitualmente usados para nuestros clásicos, pero ¿a quién le importa? Tienen retranca y doblez, dominan el mohín, el gesto y la mirada de través, algo que vivifica el texto. Me gustan las dos, pero atisbo en Macarena Gómez un fondo turbio que podría hipnotizar. Me la imagino en 4.48’ Psicosis, y se me eriza el cogote.

Las frases en negrita hace de puente entre uno y otro texto. Para enterarse bien, mejor leerlos en orden.

Sospecho que los esquejes de La serrana de la Vera que Rosich y ella han plantado por doquier podían dar frutos. Esos esquejes hacen considerablemente más dramático el texto original de Las dos bandoleras. Tienen, por tanto, sobrada justificación dramatúrgica, al margen de que -razón suprema- están bien cosidos y funcionan. Producen un texto intrigante en patchwork, un Lope vanguardista que, claro está, nunca existió, pero que atrae. Lo que sobra es lo de El asalto de Mastrique, que viene a alargar un poco sin añadir nada, y los parlamentos del final. Bien está el truco de La cortesía de España (donde una afirmación se sustituía por una pregunta), utilizado también aquí: Helio Pedregal suelta con cara de pasmo las palabras con las que debería expresar su alborozo por el feliz final. Pero ponerlas a ellas a hablar es caer en ese error de principiante de alargar los finales. Lo único que uno puede hacer cuando el espectador percibe "ya se acaba" es acabar. Cuanto antes.



Pero el vestuario (sí, el vestuario) es tan absurdo que alcanza el infrecuente logro de desbaratar solito el intento. No, no exagero. Les aseguro que es mucha la gente que me ha dicho que no entendía la sucesión de escenas (con la dificultad agraviada por los añadidos ya mencionados) por la confusión de atuendos. Ya les he puesto arriba un par de ejemplos, pero hay algo que es forzoso mencionar. Los personajes injertados procedentes de La serrana de la Vera son la propia serrana y Don Carlos, su solícito y sumiso amante. Dice Rosich"La figura romántica de don Carlos (que acaba desnudo y azotado por la tormenta como el asilvestrado Edgar del tercer acto del Rey Lear) nos ha ofrecido además lo oportunidad de dar un contraste lleno de matices al perfil canallesco de los soldados que enamoran y burlan a Teresa e Inés." Cierto. Pero por muy sumiso que sea y por muy desnudo y azotado que deambule, hay que odiarlo mucho para hacerle recorrer el escenario una y otra vez en medias hasta medio muslo y tanga. Lo que oyen. Lástima que no haya fotos. Lo más sangrante del asunto es que uno se da cuenta, desde que Don Carlos aparece, de que lo que lleva bajo los gregüescos no parecen calzas, sino medias de señora negras y semitransparentes. Lo tienen ahí en la foto, al lado de ese pretendiente carlista o personaje de opereta, que podría ser las dos cosas, con uniforme blanco. Además, hay falange, infantería, aviación... Les dejo el enlace de alguien encantado con el vestuario, para que no pongan en duda mi tolerancia con las opiniones ajenas.

Las piezas tridimensionales de la escenografía. Don Carlos, todavía
afortunadamente vestido.
No dije nada de la escenografía de Azorín, porque no tenía sitio, pero también porque no había tenido tiempo de pensarlo bien. Me he dado cuenta después de que está muy bien en planta, con el desarrollo de un suelo que desborda el escenario y se abisma, supuestamente, por el foro. Un suelo emparentado con el de El lindo don Diego. [Por cierto, ya que el Pisuerga pasa por aquí: tiene narices que el Max a la mejor escenografía se lo haya llevado Un trozo invisible de este mundo compitiendo con el Don Diego. Es, simplemente, un escándalo. Pero quizá sea más escandaloso aún que llevo dos días intentando averiguar quién compone los jurados de los Max (no los comités de la primera selección, sino los jurados de finalistas y ganadores) y todavía no lo he conseguido. ¿Soy el único que cree que el valor de un premio estriba sobre todo en el prestigio del jurado que lo otorga? Debo de estar loco, pero hubo un tiempo en que las entregas de premios comenzaban por proclamar los nombres de los que habían decidido. Volvamos a las bandoleras.] Las piezas tridimensionales (ver foto) están un poco entre Eurovisión en país del este y Supermán, dicho sea con afán descriptivo y no peyorativo. Son, creo yo, discutibles, pero a mí me gustan.

De los intérpretes, y aparte de lo publicado, Luque y Larumbre oscilan, a ratos más y a ratos menos convincentes. Perdonen que me repita, pero el vestuario les ayuda muy poco, y me parecieron menos dirigidos que las bandoleras y su padre. El rey, más flojito. David Fernández "Fabu", solvente, eficaz, de esos actores que tiran para adelante todo el tiempo.

Una palabra más sobre Macarena Gómez. Sí, muy mona, muy divertida en la tele, muy cómica y todo eso. Pero miren esta foto de aquí abajo. No sólo 4.48' psicosis. También, por decir cosas en cartelera, una Venus de las pieles o una Lady Macbeth. Yo creo que está a punto de caramelo para un gigantesco papel lo más retorcido posible.



Me quedan Tinieblas, Yo amé a Edgar Allan Poe, El nombre, Constelaciones De noche justo antes de los bosques. Buf.
P.J.L. Domínguez
           

LA VENUS DE LAS PIELES

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: David Ives (traducción de Cristina de la Peña, versión de David Serrano) Director: David Serrano Intérpretes: Clara Lago y Diego Martín.  Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Vaya acierto de casting. Los papeles parecen escritos para ellos.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Con la Venus de las pieles, David Ives hizo blanco: es una de esas fábulas turbadoras que tanto gustan en estos tiempos, como Seda de Baricco o Herida de Hart. Las tres, llevadas de inmediato al cine. La de Ives tiene el atractivo añadido, otra característica de los tiempos de la posmodernidad, de ser paráfrasis de una obra muy anterior: la novela homónima de Sacher-Masoch, el alemán que dio nombre al masoquismo.


    David Serrano la ha traducido, ha impulsado su producción y la dirige. Las tres cosas merecen elogio. Ha elegido, además, a dos intérpretes que ni pintados. Clara Lago, que primero parece tonta y amanerada, porque es lo que tiene que parecer, y que va poniendo en su sitio al personaje, al antagonista y al público: en el dominio, la entrega y el pasmo, respectivamente. Diego Martín, especialista –Aquí no hay quien viva, Los Borgia, Los hijos se han dormido- en adorar sin reservas manteniendo el tipo. Fantásticos ambos en una función que demanda los más refinados equilibrios para mantener la verosimilitud. Muy bien encajados los efectos de iluminación de Ramos por una dirección que sortea todos los peligros de un asunto mucho más morboso en escena que en el cine. Preciosa.

Y lo que no cabía allí:

(Las frases en negrita hacen referencia a los puntos de la crítica donde se inserta cada ampliacion. Mejor leer aquello primero y después esto para enterarse bien)


paráfrasis de una obra muy anterior: la novela homónima de Sacher-Masoch, el alemán que dio nombre al masoquismo. - See more at: http://www.guiadelocio.com/madrid/teatro-y-danza/la-venus-de-las-pieles-en-matadero-madrid-naves-del-espanol/criticas/la-venus-de-las-pieles#sthash.gOgqemTU.dpuf
paráfrasis de una obra muy anterior: la novela homónima de Sacher-Masoch, el alemán que dio nombre al masoquismo. - See more at: http://www.guiadelocio.com/madrid/teatro-y-danza/la-venus-de-las-pieles-en-matadero-madrid-naves-del-espanol/criticas/la-venus-de-las-pieles#sthash.gOgqemTU.dpuf
paráfrasis de una obra muy anterior: la novela homónima de Sacher-Masoch, el alemán que dio nombre al masoquismo. - See more at: http://www.guiadelocio.com/madrid/teatro-y-danza/la-venus-de-las-pieles-en-matadero-madrid-naves-del-espanol/criticas/la-venus-de-las-pieles#sthash.gOgqemTU.dpuf
Paráfrasis de una obra muy anterior: la novela homónima de Sacher-Masoch, el alemán que dio nombre al masoquismo. El protagonista de la función es un director que va a poner en escena La Venus de las pieles de Sacher-Masoch. Hay por tanto, de entrada, cuatro niveles superpuestos: el de la vida privada de Sacher-Masoch (que, es bien sabido, retrata en la novela su relación con las mujeres y, especialmente, con su esposa), el de la novela original (profusamente citada), el de la puesta en escena de la misma (cuyos papeles ensayan el director y la joven actriz que se ha presentado a la prueba) y el de las personalidades reales de ambos (reales en la función: Vanda y Thomas).  Todos sabemos que esto que voy a decir tiene una vertiente de memez, pero nadie puede sustraerse a ello: esos cuatro niveles empujan irresistiblemente a nuestros mecanismos mentales a preguntarse si no habrá un quinto en el mundo real de los actores y el director de la función. Repito, es una memez, pero nadie puede evitar descender ese peldaño entre la exégesis y el cotilleo. 



¿Por qué, si no, se ha caracterizado al protagonista de Venus in fur con un inquietante parecido al joven Polanski? ¿Acaso no está Polanski empujando la imaginación de los espectadores hacia ese quinto nivel? Como si, por cierto, hiciera alguna falta, dada la imagen pública del director franco-polaco. [Nota: Relájense, no hace falta que corran a buscar, porque ya se lo he mirado yo: David Serrano no se parece ni a Diego Martín ni a Clara Lago. Aunque... Ahora que lo pienso... Miren esta foto, no sé si no están un poco clónicos Diego y David, uy, uy, uy]. 


Como dice Esteban Ramón en la web de RTVE"El colmo de las autorreferencias entre la tensión sexual director-actriz se completa con el protagonismo de Emmanuelle Seigner, su mujer desde 1989, y el hecho de que, como director, Polanski ha tenido relaciones con otras actrices de sus películas como la fallecida Sharon Tate (El baile de los vampiros) o Nattassa Kinski (Tess)" En fin, que no es mi mente sucia, que eso que estoy llamando "el quinto nivel" (parece un título de ciencia-ficción) es un ente real.

El entrelazamiento de los cinco niveles, que la percepción del espectador va recorriendo hacia arriba y hacia abajo (como en Oblivion), es la mayor virtud de un texto que avanza por las escabrosas galerías que los conectan sin perder la verosimilitud. No puedo -y me rechinan los dientes de las ganas que tengo de hacerlo- contarles el meollo de lo que ocurre, pero si no están entendiendo nada en estos párrafos, noten que he dicho más arriba "el alemán que dio nombre al masoquismo". Al masoquismo. De eso va la copla.


Guapísimos.

Ha elegido, además, a dos intérpretes que ni pintados. Por muchas razones. En primer lugar, porque ambos son guapísimos. Sí, ríanse. Vayan a comparar el efecto de una historia similar con dos guapísimos o con dos feísimos, por poner los dos extremos. En una trama que, desde cierto punto de vista, puede definirse como la evolución del deseo desde un estado amorfo inicial hasta su concreción, es muy relevante que el espectador considere deseables a los protagonistas. Esto por lo que se refiere al aspecto. En cuanto a la interpretación, cada uno lleva lo suyo. Ella tiene que enfrentarse a una metamorfosis completa y paulatina del personaje, más aparatosa y con final más extremo que la de él. Sale perfectamente del asunto. Se coloca, de una tacada, en un lugar de privilegio entre nuestras actrices jóvenes. Una curiosidad: a veces utiliza un vibrato que acerca su timbre de voz al de Irene Escolar, fijense cuando está de espaldas.

¿Se dan cuenta de qué bien
sabe sufrir este chico?
Lo de él es más sutil, pero no menos comprometido. Citaba en la crítica en papel Aquí no hay quien viva, Los Borgia y Los hijos se han dormido (la versión de La gaviota que hizo Veronese), porque, aunque no habrá tres cosas que tengan menos que ver entre sí, en las tres le cayó el papel de la entrega incondicional. Lo cierto es que lo borda (y no es fácil hacerlo con dignidad), con esa cara de buen muchacho y la facilidad que tiene para deslizarse hacia la dulzura. Aprovechando este ping-pong que la cartelera nos ha brindado entre La Venus y Sótano, me pregunto qué tal estaría Martín en el papel que hace Clavijo en La Pensión de las Pulgas, [ATENCIÓN, MINI-SPOILER] que es primero algo más jevi que éste, pero que acaba como éste (aunque también más jevi, de extremo a extremo). Estaría estupendo, me parece a mí. Cualquier día, me pongo a dirigir estas ideas que me asaltan.

Un asunto mucho más morboso en escena que en el cine. Como es lógico. Aquí están en carne y hueso. Sobre todo en carne, a estos efectos. No vamos a insistir en lo difícil que es en el teatro esto de la tensión sexual. Es, una vez más, lo de la siete y media, como lo dice Muñoz Seca en La venganza de Don Mendo: “…que o te pasas o no llegas. / Y el no llegar da dolor / pues indica que mal tasas / y eres del otro deudor. / Mas ¡ay de ti si te pasas! / ¡Si te pasas es peor!”  No llegar es una lástima, la función exige tensión sexual. Y pasarse es un desastre, sea pasarse hacia el peep-show o hacia el naufragio en el ridículo. Serrano se ha instalado en un virtuoso punto medio. [ATENCIÓN, MINI-SPOILER] No los desnuda, y hace bien.
 
No encuentro fotos que den idea de conjunto de la escenografía. Ya saben,
vayan a verla.
Muy bien encajados los efectos de iluminación de Felipe Ramos. Tanto el truco inicial de iluminación (sala con luz natural, cuando la chica llega y manipula la mesa de luces, se cierran las persianas y se oscurece la sala), como la escenografía (de Arturo Martin Burgos) y los registros interpretativos (ella de ingenua descarada, él un poco sobrado) casi rozan lo cursi al comienzo. Luego se da uno cuenta de que todo eso está muy bien puesto, porque la cosa va completamente de otro rollo y el propósito de ese inicio es meramente contrastante. Y de despiste.

Lo pasé como un enano. Y también lo pasé como un enano en Sótano. Si me llegara para ser mecenas, estaría organizando funciones dobles con las dos piezas y coloquio posterior con los autores. Nunca me llegará.
P.J.L. Domínguez


P.S. Vaya, acabo de encontrar en un tweet perdido en el ciberespacio una foto robada de buena parte del escenario con el efecto inicial de luz natural. La copio, porque me parece muy interesante, pero si a alguien le molesta, que me lo diga y la quito.


           

lunes, 12 de mayo de 2014

COMO GUSTÉIS

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: William Shakespeare (versión de María Fernández Ache) Director: Marco Carniti Intérpretes: Beatriz Argüello, Carmen Barrantes, Alberto Castrillo-Ferrer, María Victoria di Pace, Roberto Enríquez, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Karina Garantivá, Iván Hermes, Carlos Jiménez Alfaro, Pedro Miguel Martínez, Manu Mencía Calvo, Sergio Reques, Verónica Ronda, Mitxel Santamarina, Edu Soto y Víctor Ullate Roche.  Duración: 3.05' (entreacto de quince minutos)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


 Los clásicos están para hacer con ellos lo que dicte el talento, sin los miramientos debidos sólo a las momias. Carniti ha hecho lo que ha querido, y su apuesta encandila, hasta emociona; presta chisporroteante coherencia a un texto complejo. Gracias a la escenografía y el vestuario -lujo visual- de Elisa García, a la iluminación de Felipe Ramos y a la música –sin mucha chicha pero de gran efecto dramatúrgico- de Annecchino. Gracias, sobre todo, a que la historia camina empastada y con paso sostenido, y a la energía que la compañía entera transmite.


    Lástima que este empuje se disuelva en el aire tras el entreacto, cuando queda medio espectáculo. En parte, porque la tralla de los efectos visuales se ha concentrado al comienzo, error de manual. Además, porque parecen agotarse los recursos (de interpretación, coreográficos) que prestaban continuidad, y se percibe un rosario de escenas en lugar del flujo anterior. Sin embargo, este severo descalabro estructural no anula el disfrute de lo mucho que hay que ver y escuchar. 

Espléndida, en alturas interpretativas de primera figura, Beatriz Argüello. Muy bien aprovechados Hermes y Garantivá. Perlas escondidas aquí y allá, como el pasaje del invierno benévolo de Pedro G. de las Heras, o las intervenciones de Edu Soto, que lleva camino, antes de los cuarenta, de maestro de actores: hizo que se me saltaran las lágrimas.

La ampliación llega cinco días más tarde de lo prometido. Siempre creí ser un hombre de palabra, pero parece que me sobrestimo siempre. Paciencia. Como expiación, voy a llenar esta entrada de fotos en las que se aprecien, en la medida en que los encuentre, los efectos de escenografía e iluminación.

Rojo. Un bonito rojo justificado. Esos brillos pop quedan de miedo, tanto en
rojo como en blanco. Dan al material de las tiras verticales una textura entre
Kyari Pamyu Pamyu y área de despiece en el apartamento de Dexter.
Las frases en negrita son los enlaces entre el texto publicado y éste. Para enterarse bien, mejor leer primero aquél y luego éste.

Gracias a la escenografía, el vestuario y la iluminación. Hay un buen rato inicial durante el que uno cree que la asfixiante jaula (ver foto) se va a quedar ahí las tres horas. No. Buen golpe. Merece la pena dejarla ese rato para provocar después al respetable la satisfacción de ver el bosque sin trabas y respirar a gusto. Bosque, por cierto, construido en lo fundamental con el mismo reciente artificio de La cortesía de España. Unas telas (o plásticos, brillan a veces con la iluminación) que se desenrollan desde lo alto simbolizando árboles. Simple y efectivo. Está también bien usada –porque hay quien planta cosas de éstas no se sabe muy bien para qué- la prolongación central del escenario hacia el pasillo del patio de butacas. Quizá quiera evocar los escenarios isabelinos en los que Shakespeare estrenaba. Algunas escenas se desarrollan ahí. Se aprovecha también para que algunos mutis por la platea se vean en su integridad. Me explico: ahora que está tan de moda que los actores entren y salgan por ahí (el noventa por ciento de las veces, sin justificación ni argumental ni estética), a menudo, y dependiendo de la inclinación del patio de butacas, hay un buen trecho durante el que van medio escondidos. Justo el trecho que salva esta ancha pasarela, gracias a la cual vemos, por ejemplo, la fantástica displicencia con la que se va Edu Soto. 

El ciervo se va directo a mi museo mental de la utilería, junto con la rata de 
El policía de las ratas. El efecto elfos, collares y babuchas se aprecia en el
señor de la izquierda. Es apabullante, en el mejor sentido, cuando sale así un montón de peña, pero no encuentro foto. 
El vestuario, también de Elisa Sanz (y no de una Elisa García que no sé de qué oscuro rincón de mi cerebro saltó a la crítica de la Guía, perdón) me gustó, y me gusta más cada día que pasa. Especialmente logrados el vestido de Himené, versión femenina del Himeneo del texto original, y el efecto de conjunto de la comunidad del bosque. Y eso que me imagino las pegas que habrá en más de un cerebro de más de una persona con gusto e información. Himené, a un paso de deslizarse hacia los figurantes de los vídeos de ese infame producto que versionaba música clásica en plan pop hace unos quince años (concerto no sé qué). La comunidad forestal, algo escorada hacia los Elfos Sidar, con cierta sobreabundacia de collares y babuchas (?) tendentes al Indostán, estas últimas achaparrando en exceso el aspecto de algún actor (de Ullate, por ejemplo, que trae de fábrica unas proporciones casi pefectas). Sí, es cierto que vira todo bastante hacia lo espectacular. Sí, es cierto que los luchadores del comienzo se van un poco hacia Mad Max. Sí, es cierto que, en resumen, el vestuario es efectista. Bien, ¿y qué? Mola. El efectismo puede ser criticable cuando es vacuo, no cuando encierra sustancia. Volveremos sobre esto en un momento, al hablar de la música.

Y, por cierto, vivan las sombrillas de los extremos en esas escenas de conjunto.

Otra de la jaula. En azul. Enríquez y Mencía Calvo. Se roza el riesgo de que parezca una escena de Mad Max en la corte del rey Arturo, pero el peligro se salva
con donaire. Todo controlado.
La iluminación Felipe Ramos aprovecha al máximo las posibilidades escenográficas, y ya es decir, algo que podría hacerse en pocos teatros como en el Valle-Inclán: allí donde hace falta, hay un foco. Bonitas, y mira que esto es difícil de encajar si no se trata de un burdel, las escenas en rojo. Más de lo que pueda decirles yo, les dirán las fotos que voy a diseminar por aquí. A pesar de que, lo saben bien, poco favor le hacen las fotos al teatro.

Garantivá y Enríquez. Al fondo, una chaise longue / balancín que en mi función
se... ¿rompió? No lo sabemos. No se sabía si se rompió o si era un efecto
extraordinariamente logrado, lo que me provocó otra reflexión sobre el realismo
teatral: un efecto demasiado logrado lo destroza. 
Música sin mucha chicha, pero de gran efecto dramatúrgico. Bien dosificada y bien puesta. Claro que no tiene mucha chicha, pero eso se puede decir del 90% de la música de cine, por ejemplo, y seguramente me quedo corto. En muchas ocasiones, la música de escena no puede tener gran personalidad: se comería cualquier cosa que estuviera sucediendo en el escenario. De hecho, es una de las trampas más usadas, y de mejor resultado, que se pueden ver en un teatro. ¿No sabes qué hacer con un final? Ponle a volumen atronador Soave sia il vento (una vez quise hacerlo, y no me dejaron) o la Música para los reales fuegos de artificio y ya está, salvado el final. Ojo que las trampas valen en teatro, ¿eh? De hecho, todo es trampa, valen siempre que no se note el artificio. Ésta la usó Óscar Miranda soltando al final de De noche justo antes de los bosques el triple concierto de Beethoven, y la emoción agrietaba los cimientos de la sala. 


El vestido de Himené, que no es un prodigio de
originalidad, pero que le va de perlas al papel que
Carniti le ha inventado al personaje. Un poco como
aquel chico en bolas del Hamlet de Pandur, pero
bien puesto.
Pero, la mayor parte del tiempo, lo que un director de escena sensato demanda es una música de acompañamiento -de amueblamiento, con término inventado por Satie- que vista pero no ciegue (¿han visto que juego de palabras digno del barroco?); que rellene pero no pise. Y así es lo que Annecchino ha hecho, unas canciones agradables que redondean los efectos. Lo más logrado desde ese punto de vista del efecto, quizá el final de la primera parte. Comentario prometido sobre el efectismo: nada más fácil de achacar a un italiano. Ya saben, obsesionados por lo visual (desde hace sólo unos cuantos siglos), todo apariencia, se pirran por el puro esteticismo... Es un tópico, basado, como todos los tópicos, en hechos reales, como las pelis de Antena 3. Este tipo de música podría ser perfectamente aplicado, por ejemplo, a esos gigantescos espectáculos de calle que un italiano (cuyo nombre se resisten a entregarme mis neuronas) ha paseado por medio mundo. Ya saben, ésos con las bailarinas suspendidas en el centro de esferas gigantes. Ideas que han sido vorazmente fagocitadas por inaguraciones olímpicas y demás celebraciones. Eso es puro efectismo. En primer lugar, nadie ha dicho que sea un pecado mortal, vale para cuando vale. En segundo lugar, es un reproche que no viene al caso cuando toda esta batería de efectos contribuye a... a que Como gustéis camine empastada y con paso sostenido. Ya perdonarán que me cite a mí mismo.


La pasarela central, que da juego. Como en esta escena de las manzanas (bonita idea la de las manzanas). El del fondo es Vïctor Ullate Roche.
Lástima que este empuje se disuelva en el aire después del entreacto, cuando queda medio espectáculo. Sí, lástima, y poco más se puede decir. Excepto que el inicio del declive está anunciado con trompetería por la primera escena tras el entreacto: la entrada de Corino y Silvio, que vienen de otra función. De un Esperando a Godot en clown, montado por un instituto de bachillerato, con una escalera de pintor recién comprada en una ferretería y carteles de "TE AMO". El anticlímax de comienzo de segunda parte es casi insoslayable siempre, y más con un cierre tan brillante de la primera como el de esta función, pero esto es un exceso. No sé si estarán de acuerdo en que suelo dar pocos consejos, pero creo que habría que repensar completamente el aspecto de estos dos. Por terminar con esto de la pérdida de fuelle, no me parece que tenga la mínima responsabilidad la ligera y transparente versión de María Fernández Ache.


Garantivá y Argüello. ¿No dirán que no molan ellas, la luz las tumbonas, los reflejos
rojos del fondo, la reja, el suelo...?

La energía que la compañía entera transmite. Beatriz Argüello estaba guapa, elegante, convincente, expresiva, verosímil, versátil -y no sigo porque tengo mucho que hacer- en Kafka enamorado. Para mi vergüenza, creo que no la había visto antes. ¿De qué la conoce Carniti? Ni idea. Pero menudo golazo. No me puedo imaginar una intéprete mejor de Rosalinda. Como gustéis es una de las funciones de género fluctuante que hay ahora mismo en cartelera. Es un texto poco etiquetable, si no francamente raro. Eso es un reto formidable para el director, pero no lo es menos para quien tiene que estar en escena cuando la cosa parece un drama, cuando parece una comedia o cuando parece un juguete bucólico, y componer pese a todo un carácter verosímil (incluido disfraz de hombre). Pues bien, insisto, no me puedo imaginar a nadie haciéndolo mejor. Argüello hace compatibles una encantadora ligereza y la más convincente de las honduras.


Soto y Hermes.
Decía en la Guía que Garantivá y Hermes estan muy bien aprovechados, y esto quizá exija explicación. La primera descarrilaba estrepitosamente tanto en En la vida todo es verdad y es mentira como en Doña Perfecta. Al segundo ni siquiera lo recuerdo en El mal de la juventud y estaba prácticamente inutilizado en Yerma. Ambos aguantan aquí todos los tirones; por citar sólo los de las fotos que ven, Garantivá el de Argüello y Hermes el de Edu Soto. Salen bien parados, incluso lucidos. La primera ha modificado una pronunciación que resultaba molesta. Me alegro. Pedro García de las Heras evita el amaneramiento de la ancianidad, que tan pocas veces se consigue evitar. Uno se va oliendo que va a hacer algo estupendo en cuanto le dejen, y efectivamente lo hace: en cuanto le dejan implorar a Orlando que le acompañe. Roberto Enríquez es un tipo que adquiere en escena una planta y un empaque rotundos. Estaba estupendo en lo último que le vi: Málagade Aitana Galán. Aquí, también. Tengo la sensación de que deslumbrará el día que le caiga un gran papel. Un papel de personalidad retorcida, le daría yo. O el de La Venus de las pieles que tan bien hace Diego Martín. Sería interesante ver la versión "tipo duro" opuesta a la de "tipo adorable", que Martín encarna. Pedro Miguel Martínez las clava todas, como siempre. El resto de papeles breves están bien, excepto los de Corino y Silvio, y no por su culpa, sino por cómo los hacen salir.


¿Por qué no aparece la caracterización en los créditos? ¿La ha hecho Elisa Sanz?
También contribuye.
Párrafo aparte para Edu Soto. No, no somos primos. Pero cualquiera que tenga ojos en la cara ha podido ver, en esta sucesión de El lindo Don Diego, Montenegro y Como gustéis que este individuo es un fuera de serie. Tiene aquí tres momentos que dan su verdadera talla: el monólogo de "el mundo es un escenario" (me gusta más como suena con "escenario" que con "teatro"); el de la melancolía ("Yo no tengo la melancolía del sabio, que es envidia...") y su mutis final, que en otros tiempos se habría aplaudido: un prodigio de leve desdén. 
P.J.L. Domínguez