miércoles, 27 de febrero de 2019

LA CULPA

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: David Mamet (versión de Bernabé Rico) Director: Juan Carlos Rubio Intérpretes: Pepón Nieto, Ana Fernández, Miguel Hermoso y Magüi Mira Duración: 1.10'   
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)


Pepón Nieto, Ana Fernández y Miguel Hermoso. Lo mejor es la escenografía de Wilmer. Con diferencia. Foto de Sergio Parra.
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Desde luego, no es el mejor Mamet. A La culpa (The penitent, en el original). Le dieron hasta en el carné en su estreno. Les dejo los enlaces a las críticas del New York Times, Variety, Hollywood Reporter y TimeOut). Ésta es una de las cosas que nos diferencian de los países cultos. Un genio patina, y la crítica no se corta un pelo. Me asalta la tentación de empezar a poner ejemplos de lo que ocurre aquí cuando un grande del teatro pare un pestiño. Me la voy a aguantar.

Desde luego, no está a la altura ni siquiera de Muñeca de porcelana , que creo que es lo último que le hemos visto por aquí (Oleanna está escrita mucho antes), y que ya fue juzgada sensiblemente inferior a sus mejores títulos. Todo lo abarca y no aprieta nada. La deontología profesional, la homofobia, los medios de comunicación como fieras sedientas de sangre, la pareja en crisis, la amistad en crisis, la culpa, la religión como asidero... ¿Cabe todo eso en apenas ochenta minutos? No. No cabe. El resultado es una historia deshilachada, que parece ir por aquí y luego gira, y antes de que nos demos cuenta vuelve por el mismo lado, pero tampoco cuaja... etcétera. Aún así, tampoco diría yo que es un texto imposible. Puesto en escena con el hiperrealismo extremo que demandan estos textos americanos quizá hubiera dado otro fruto.

Pero Juan Carlos Rubio no ha dado ni una. Desde la primerísima frase, Pepón Nieto parece primo del Ahab de Pou. Una cosa impostada, gritona, carraspeada, tirando la voz a los graves en esos efectos supuestamente dramáticos que todo el mundo asocia al teatro decimonónico (sin haber estado nunca allí, claro). Y así toda la función. Ana Fernández -estupenda actriz- es arrastrada al mismo limo, porque dialogar con ese personaje es tarea imposible. Algo mejor parados salen Hermoso y, sobre todo, Magüi Mira, que me parece a mí que ha hecho lo que le ha salido del moño. Y menos mal, porque cada vez que abre la boca respira uno un poco más a gusto.

El colmo del asunto llega con la revelación final. Esta mina para la interpretación, este momento álgido en el que el protagonista revela a su mujer el dato que faltaba y que lo hace culpable... se dice mirando a la platea. Sí, lo han leído bien, ni siquiera se miran. Es un buen resumen de la puesta en escena.


Ahí tienen la escenografía completa. Y a Magüi Mira. Foto de Sergio Parra.
La escenografía de Curt Allen Wilmer es memorable, lo mejor del montaje, muy por encima de todo lo demás. Es el mismo de La cocina, Consentimiento... y El mago, que recuerde ahora. No todo el mundo tiene la costumbre de leer los créditos de la escenografía en el programa de mano, pero les recomiendo que estén atentos a lo que van firmando Wilmer y Boromello.
* * *
Cada vez que cuelgo una entrada me doy cuenta de que olvidé colgar otra. Ya que estamos con Mamet, voy a copiar la crítica de la versión de Oleanna que dirigió Luis Luque en el Bellas Artes en 2017. Me gustó mucho la de Manuel de Benito, vista en el Español en 2011 (con Irene Escolar y José Coronado), pero creo que no escribí nada. Ahí va:

Ya decía Mamet que su obra era pertubadora. Estamos perfectamente de acuerdo. El público lo pasa en grande mientras lo pasa de pena. Dice también que ambos personajes tienen puntos de vista sólidos, en los que él mismo cree por igual, y creo que el texto admite una puesta en escena equilibrada. Pero ésta –como la de Manuel de Benito hace seis años- no muestra ese equilibrio. Hay una discreta prepotencia machista  entreverada en la bonhomía del profesor, pero las reacciones de ella –insisto, en la puesta en escena- parecen por momentos tan desquiciadas que provocan murmullos de asombro entre el respetable.

    Esto no le quita interés a la versión de Luis Luque. Es quizá el montaje más académicamente estático que le he visto, con un lenguaje coreográfico (dónde se ponen, a dónde se mueven cuando cambiamos de acto) bastante más sencillo de lo que acostumbra. ¿Ha querido privilegiar la interpretación de un texto en el que intenciones y emociones toman curvas peligrosas casi a cada frase? El resultado puede no ser para aplaudir con las orejas, pero supera con holgura la corrección. Guillén Cuervo cumple y Natalia Sánchez clava el tipo de una muchacha con mucho lastre a cuestas y que, entre todas las salidas para su dolor, elige la de la imposición a ultranza de lo que considera ideológicamente insoslayable. Se ve mucho en estos tiempos. 

P.J.L. Domínguez

          

martes, 19 de febrero de 2019

MOBY DICK

Sala: Teatro La Latina Autor: Herman Melville (versión de Juan Cavestany) Director: Andrés Lima Intérpretes: José María Pou, Jacob Torres y Óscar Kapoya  Duración: 1.20'  
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Gran efecto final. Yo diría que con ver las dos fotos que les pongo, ya lo han visto todo.
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Como ya lo ha dicho su protagonista, me ahorro la redacción: "Éste es un montaje que no deja indiferente. Hay quien dice que es un coñazo y lo odia a muerte y quien sale del espectáculo transportado". Pou, en la entrevista que le hizo José Luis Romo para Metrópoli. Les diré de paso que, en este momento, mis dos referencias principales para el teatro en Madrid son Kritilo y Romo (@mr_lemmon). Referencias públicas, quiero decir. Tengo informantes privados cuya identidad me reservo como si fueran topos infiltrados en la mafia japonesa. Algunos tienen un perfil parecido, sin ojos rasgados (¿Esta frase es racista? Espero que no. Me apresuro a declarar que todos los cortes de ojo me parecen estupendos y que la diversidad humana es fetén. Al paso que vamos, las aclaraciones de este tipo terminarán ocupando más sitio que el fondo de los asuntos)

Pou me cae estupendamente. Afinemos. Es su proyección pública la que me cae bien, porque no lo conozco personalmente. Esta aparentemente absurda precisión es muy pertinente, el asunto se presta a todo tipo de confusiones. Cuando decimos que nos caen bien -o mal- Lady Gaga, Margarita Robles, Octavio Aceves o Manolo el del Bombo, nos referimos en realidad a la máscara, al personaje público, a lo que vemos en la tele o leemos en la prensa. No tenemos ni idea de cuál sería una hipotética relación personal. Ya decía Concha Velasco que hay que evitar cuidadosamente toparse en carne mortal con la gente que admiras, porque los chascos son fenomenales, y añadía que Shirley MacLaine escupe como un camionero. (¿Esta frase es discriminatoria? Me apresuro a declarar que he conocido camioneros que no escupían y que, así en bloque, me caen también estupendamente). Volvamos. El personaje público que Pou se ha labrado es serio y profesional. Nunca le he oído o leído ninguna salida de tono. Y, a pesar de eso, trasluce espontaneidad y, sobre todo, amor por el oficio. Parece uno de esos artistas que han colocado el trabajo por encima del ego. Por eso no tiene el menor empacho en soltar lo de "hay quien dice que es un coñazo", porque no tiene que importarle y -probablemente- no le importa. Desde luego, parece que no le importa, y eso es lo que importa (esta frase parece que la hubiera escrito Lope, borracho). Es esa libertad de espíritu la que me lo hace simpático.

A estas alturas del tercer párrafo ya habrán adivinado que estoy en el bando del coñazo. Desde luego, hay que tener narices para ponerse a adaptar Moby Dick para el teatro. Ya dice Pou en la misma entrevista que tanto Orson Welles como Vittorio Gassman se dieron sendos batacazos. Welles participó en la película de John Houston, puso la historia en escena, intentó hacer una película basada en esa versión teatral (parece que la filmación se ha perdido) y rodó un segundo proyecto cinematográfico en 1971 (bastante rarito, leánlo en el enlace). Todo muy Welles, que fue toda su vida de derrota en derrota hasta la victoria final. Lo de Gassman era un megamontaje con veintitrés personas en escena. Como ven, el abanico va desde lo gigantesco al extraño experimento de Welles leyendo el texto a piñón fijo. Y ninguno de estos intentos parece haber dejado huella de éxito en la memoria colectiva, exceptuada la película de Houston que, por lo que recuerdo de la tele en blanco y negro de mi niñez, viene a ser de aventuras. ¿Será imposible de adaptar al teatro? No hay imposibles. Yo hubiera dicho que El corazón de las tinieblas era inadaptable y me encantó lo de Facal. 



Esto de Cavestany... ni fu ni fa. Lima y él han hecho caso a lo que Gassman decía: que la ballena no debe verse, porque todos la llevamos dentro. Apenas unas imágenes confusas que se proyectan al fondo. El resto es casi un monólogo. Yo diría que lo que le pedía el cuerpo era un monólogo y que todo lo que se ha añadido para que no lo fuera, sobra. Sobra, porque no hay ni un solo diálogo con los otros dos actores presentes que introduzca alguna pizca de interés dramático. Todo lo que no es lírico / épico (huy, que ya escribo como Aramburu) es narrativo o, incluso, aburridamente explicativo. El único diálogo interesante lo mantiene Ahab con un ausente: el capitán del Rachel, cuya voz en off le solicita ayuda para buscar a su hijo perdido. En escena está representado por una sombra proyectada. Vaya, tres minutos de sacudirnos el sopor, porque por fin ocurre ALGO. Algo que nos demuestra la profundidad de la obsesión de Ahab sin que sea preciso que nos la describan y expliquen minuciosamente. Ya saben, la afirmación clásica: en el teatro pasan cosas y el espectador saca sus conclusiones. Si me conocen, saben que no soy uno de esos puristas que elevan esa norma a ley, pero cuando las peroratas narrativas o líricas no alcanzan a cosquillearnos ni media neurona, se agradece mucho un milímetro cúbico de acción dramática. Tres minutos.

Vamos con Lima. Si lo del párrafo anterior tiene algún fundamento, y esto es, sobre todo, un monólogo del protagonista, el tono en el que se le ha colocado es una catástrofe. Quizá (tengo mis dudas, pero quizá) una historia de aventuras con ballena gigante, muertos y catástrofe final haría posibles los ochenta minutos con Ahab bronco, exaltado, gritón y con voz rasposa. La lírica monologada no lo soporta. El personaje no puede parecer enajenado en todo momento, esos perfiles cuadran en un hospital siquiátrico, pero no en una historia que se pretenda verosímil en alguna medida (subrayo: en alguna medida). Me chocó de tal manera este Pou instalado casi todo el tiempo en ese registro monocorde con el recuerdo de la crítica de Ordóñez que corrí a releerla en cuanto regresé a casa. En efecto, lo puso por las nubes. Apenas insinúa: "Puede que haya algún exceso tronante en la entonación". No lo entiendo. Creo que esos elogios le hacen un flaco favor a un actor que está muy, pero que muy por encima de esto. Y algo creo atisbar (cada uno atisba lo que busca) en la ya citada entrevista: "A veces esos calificativos tan maravillosos producen expectativas que luego causan desilusiones, así que no creas que me dejan muy contento". Es un tipo inteligente.

Hay poco más que decir. Torres y Kapoya me parecieron infrautilizados, el segundo moviéndose como los negros se movían en las ficciones blancas cuando La cabaña del tío Tom. Dense una vuelta por mi barrio y verán que la correspondencia entre esos andares y ese color de piel ya no se lleva. Si es que se llevó alguna vez.
P.J.L. Domínguez
          

EL MAGO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Juan Mayorga Intérpretes:  María Galiana, José Luis García-Pérez, Ivana Heredia, Julia Piera, Tomás Pozzi y Clara Sanchis   
(la función ya no está en cartel)

Foto de Marcos GPunto
Tengo tal sensación de culpa por haberme perdido Intensamente azules, que les voy a colgar la crítica de El mago, a pesar del enorme retraso.

Esto fue lo que publiqué en la Guía del Ocio:

PESO ATÓMICO

    Le vi a Mayorga Reikiavik, y aquel concentrado de inteligencia me impresionó. Repito con El mago. Un objeto de peso atómico tan descomunal, una concentración tal de elementos, que a quien diga que ha oído ecos de… cualquier cosa, habrá que creerle. Primero se materializa Woody Allen, pero, de inmediato, incluso al primer vistazo, saltan Coward, Buñuel, Maeterlinck,… ¿Que Coward y Materlinck no pueden convivir? ¡Hasta me pareció ver al fondo a Ionesco y Casona del brazo!

    Los primeros veinte minutos parecen -con la colaboración de Curt A. Wilmer, cuyas escenografías se pegan a cada pieza como una segunda piel- un juguete, una comedia de salón descarrillada. Pero la sabia combinación de texto y dirección dosifica las entradas, el amontonamiento de significados, el paseo por climas diversos, y el supuesto juguete revela su complejidad. Virtuoso arco dramático que consigue algo infrecuente: que del largo rato que sucede al clímax no sobre ni un minuto. 

    El elenco funciona como engrasado. El papel de Sanchis parece escrito ex profeso para ella. Pero lo de Pozzi es prodigioso. No hay un segundo sin que lo que ocurre no tenga el reflejo más agudo en su semblante. Nunca tengo tiempo de ver dos veces la misma pieza, pero ésta no se me escapa: me supo a poco.

P.J.L. Domínguez

          

miércoles, 13 de febrero de 2019

MATRIOSKA

Sala: Nave 73 Autor: Gabriel Fuentes Director: Óscar Pastor Intérpretes: Manuela Morales, Elena Rey, Charo Gabella, José Juan Sevilla, Dolores Cardona, Lía Pastor y Leire Izquierdo  Duración: 1.00'  
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)


No encuentro una sola imagen del montaje en Nave 73. Echaré otro vistazo en los próximos días.
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(no sean gandules y léanse eso primero, que si no, no se enteran)

1.- Tiene una virtud Matrioska, y es que dura lo que tiene que durar. Una hora exacta. Alguna vez les he hablado de esa obsesión por inflar los tiempos, por ese consenso tácito y absurdo de que las cosas son más serias cuanto más duran. Pónganse un par de piececitas del Álbum de la juventud de Schumann y me dicen si les parecen peores que cualquier infinito ladrillo de Bruckner (lo que más aprecio de haber dejado de ser músico es que puedo decir tranquilamente que paso total de alguien, por ejemplo, de Bruckner, sin que me importe que me llamen ignorante). Mi preferida es la que escribió cuando se enteró de la muerte de Mendelssohn. Les dejo un enlace a una grabación semichunga, porque en las que encuentro profesionales corren todos que se las pelan (a pesar de que la partitura pone NICHT SCHNELL muy clarito). Volviendo al hilo, estarán tan acostumbrados como yo a ver cosas que dan para x y terminan durando 18x. Perdonen la nomenclatura matemática, llevo unos días de intensa dedicación a la ESO.

Hay un formato, digamos alternativo -ya saben que odio la palabreja, que cada vez tiene menos sentido, pero de alguna manera hay que entenderse- que alienta perfectamente en unos cincuenta o cincuenta y cinco minutos. Con una regla que, como todas en este negocio, está acribillada de excepciones, pero que funciona bastante bien: más texto, más duración; más gesto, menos duración. Por eso las piezas de danza duran menos que las de teatro de texto. Estadísticamente hablando, subrayo, antes de que alguien me llame algo feo. Matrioska, ya lo decía en la Guía, tiene un texto brevísimo que debe de caber, a lo sumo, en una docena de páginas. Escrito como este párrafo (sin dobles líneas entre lo que dice cada personaje), no llegará ni a media docena. El resto, hasta los sesenta minutos, es coreografía. El primer acierto de Óscar Pastor fue no tener empacho en dejarla ahí. Alarguen esto hasta la canónica hora y cuarto (que parece que a la gente le da vergüenza no alcanzar los setenta y cinco minutos) y se cargan el encanto.

¿Ustedes ven el parentesco? Mi cerebro se obstina en verlo.
2.- En el apartado "parecidos no razonables" tengo que citar Raíces trenzas. No tengo ni idea del motivo, porque se parecen como un huevo a una castaña, pero me pasé la función intentando quitármela de la cabeza, sin conseguirlo. ¿La casa aislada en medio de ningún lugar? Debe de ser eso. Pero también una cierta forma de inquietud. Por cierto: ¿dónde está Jorge Sánchez?

3.- Me llamó mucho la atención la música. No le pude dedicar la atención en exclusiva, pero a pesar de eso el oficio del autor saltaba a la vista (perdón, al oído). Esto no es frecuente en el teatro, no porque quienes hacen música de teatro sean peores que quienes hacen música en general, sino porque la formación clásica (de conservatorio) va siendo más rara de encontrar en un compositor que un ornitorrinco en el Pisuerga. Cediel ha tenido la habilidad de combinar una escritura atonal (creo, ya les digo que oí con el rabillo del oído) con unos bajos rítmicos que permiten al espectador digerir lo que haga falta. Hay que añadir algo evidente que me llevó años entender. No es que esa música de origen culto que acabó llamándose "contemporánea" y de la que todo el mundo ha huido como de la peste haya desaparecido. Simplemente, ha sido asimilada -fagocitada por el establishment, como los vaqueros en los setenta- por la paleta de colores de la música como denotativa de la locura, el miedo, el horror... En este bosque lúgubre en el que los lobos acechan a las niñas que no hacen caso de los consejos de su madre, la música puede ser todo lo atonal que le plazca. A nadie va a extrañarle. También pasa en las pelis.

Zorro Disney
Lobo Disney
4.- Los intérpretes no tiene mucho texto para lucirse, pero se atisba una excelente actriz en Elena Rey. Yo diría que el papel de la madre requería alguien un poco mayor, hay pliegues de la amargura que sólo los da la edad. El más ingrato es el de José Juan Sevilla, complicado salirse del estereotipo del malote. Consigue no caer ni en el mafioso de serie española (no se lo tomen a mal, seguramente es un uso injusto de la expresión, pero todos me entienden) ni en esos lobos taimados de los dibujos animados de los años cuarenta. Un aire de malo actual, como los polis jóvenes que pululan ahora por el centro disfrazados de chicos/as a la moda, que parecen un anuncio de esos de chic, chic, guapi. Ahora que lo pienso, en el universo Disney se parece mucho más al zorro que al lobo (ay, cómo saldrán las ilustraciones en el móvil después de maquetar en el ordenador, maquetar con blogger es morir).

5.- Lo mejor es el coro. ¿Estaba en el texto? Entre coro griego, eco de la conciencia, presencia del espíritu del bosque...

Lo dije hace un tiempo y creo que se puede seguir diciendo. Nave 73 tiene la programación más interesante de las salas alternativas (hala, ya está la palabreja otra vez) de Madrid. 
P.J.L. Domínguez
          

TODAS LAS NOCHES DE UN DÍA

Sala: Nave 73 Autor: Gabriel Fuentes Director: Óscar Pastor Intérpretes: Manuela Morales, Elena Rey, Charo Gabella, José Juan Sevilla, Dolores Cardona, Lía Pastor y Leire Izquierdo  Duración: 1.00'  
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Carmelo Gómez y Ana Torrent. La escenografía es de Boromello.


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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

DEVOCIÓN Y ESPERA
Alberto Conejero se ganó el aprecio general con La piedra oscura, y repite ahora bastantes de las características de aquella pieza. Dos personajes (el género en el que más muestra un dramaturgo su muñeca para la esgrima), tiempos pausados que dan espacio al desarrollo gradual de la trama escondida y dejan al espectador el sosiego necesario para descubrir por sí mismo. Tiene que haber vanguardia, experimentación y hasta cataclismos, pero alguien debe llevar también la antorcha del teatro de siempre. 

Teniendo muchas virtudes –la dosificación de la intriga, la fluidez del diálogo, la superposición de tiempos- lo más sugestivo es el dibujo de Samuel. En esta época de prisas, de quererlo todo ya mismo, resalta como un retrato verosímil de la devoción y la espera.

Esto sólo se podía tener en pie con una puesta en escena de matices, y es lo que Luque ha hecho. Sin estridencias, sin un paso más largo que el otro, los intérpretes se las arreglan para hacer comprensible una estructura narrativa que es compleja, pero debe parecer simple. Tengo la sensación de que es una de esas propuestas que van madurando a medida que se alejan en el recuerdo y dejan el poso de lo esencial. En este caso, de dos personajes perfectamente construidos por Ana Torrent y Carmelo Gómez, que dan carne a la poesía.

Olvidé colgarla en su momento, pero no puedo dejarla en el limbo, ahora que Conejero no para (El sueño de la vida, La geometría del trigo). La vi recién estrenada y después sólo recogí elogios. Me alegro, se los merecía. Al colgar ahora la foto caigo otra vez en que Monica Boromello debe de ser, no sé si la mejor escenógrafa de Madrid -eso es siempre imposible de establecer- pero, desde luego, una de las que mejor se adaptan al espíritu de cada montaje. Usado el femenino como inclusivo de ambos géneros. En este enlace encuentran todas las menciones a sus trabajos en el blog. Hagan scroll hacia abajo, que arriba del todo les saldrá esto otra vez.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 9 de febrero de 2019

EL SUEÑO DE LA VIDA

Sala: Teatro Español Autor: Federico García Lorca y Alberto Conejero Director: Lluís Pasqual Intérpretes: Dafnis Balduz, Ester Bellver, María Isasi, Raúl Jiménez, Daniel Jumillas, Jaume Madaula, Juan Matute, Antonio Medina, Chema de Miguel, Koldo Olabarri, Sergio Otegui, Juan Paños, Luis Perezagua, César Sánchez, Nacho Sánchez, Emma Vilarasau  Duración: 1.40' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)


La foto es de Sergio Parra.
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

ORGÁNICAMENTE LORQUIANO

Cuando Conejero se arriesgó a completar la Comedia sin título (de nuestro autor más universal) y Lluís Pasqual (lorquiano entregado) decidió dirigir su texto treinta años después de montar el original, había algo previsible: las mil lupas que se iban a aplicar al resultado. No cabe duda de que ese escrutinio minucioso encontrará aspectos discutibles. Pueden sobrar, por redundantes y por restar universalidad, las referencias a los “cuarenta años” o –creo recordar- al “caudillo”. Puede objetarse que los gritos empiezan demasiado pronto. O que hay un bache de tensión al comienzo del segundo acto, quizá superable con el rodaje. 

    Pero todo esto no oscurece el hecho de que el formidable reto se supera con muchas más luces que sombras. Para empezar, y esto es un gran elogio, el texto de Conejero se integra de forma tan orgánica con lo escrito por Lorca que preveo también mucho bisturí aplicado a la tarea de si esto o aquello es más o menos lorquiano. Y, en cuanto al montaje, se trata de un gran espectáculo que lleva al espectador por donde quiere y que, a pesar de las dificultades de optar por un escenario vacío; por integrar platea, palcos y pisos; por mantener al público iluminado… no deja ver las costuras. No hay espacio para más menciones, pero citar a Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es inevitable.


Se hace uno mayor, y su punto de vista se va deslizando por la escala temporal. Decía ayer un amigo en el grupo de whatsapp de los compañeros de carrera que la primera vez que vio Mujeres al borde de un ataque de nervios los personajes le parecieron mayores. Ahora le parecen muy jóvenes. Inevitable. Por ese efecto distorsionador que produce el ir entrando en el campo brumoso de la próxima senectud, Conejero me había parecido hasta ahora mismo un jovencísimo escritor, y acabo de darme cuenta de que cuando yo tenía su edad me hubiera ofendido que me llamaran "jovencísimo". Afinemos. Desde un punto de vista meramente humano y observado desde donde estoy, ES, efectivamente, muy joven: una vida por delante. Suerte que tiene. Pero desde los estándares de análisis de lo que es una carrera pública, es un artista que entra en la madurez.

Y no sólo cronológicamente. He sido más crítico con su labor de adaptador, versionador o, dicho brevemente, con las piezas que parten de labor ajena (me gustó una cosita breve sobre El banquete y me pareció correcta la versión de la Odisea hecha para La Joven Compañía, pero no me convencieron ni Fuenteovejuna ni Rinconete y Cortadillo; creo que tiene bastantes más). Es en su labor como autor en primera instancia -por decirlo brevemente- donde está labrándose una trayectoria notable. Ya saben que no soy de elogio fácil, pero estoy un poco hartito (¿No se dice "ofendidito"? Pues hala) de tanto meteoro rutilante que atraviesa la cúpula celeste de la creación dramatúrgica suscitando coros de arcángeles (a)críticos, y me parece importante dejar las cosas claras. Estoy de buen humor, así que no pondré ejemplos, pero seguro que se les ocurren varios. Conejero es un dramaturgo consolidado que se merece una mirada atenta sobre lo que hace.

Foto de Marcos G Punto
¿Y qué hace? Resumen. Húngaros: ni la he visto ni la he leído. Cliff: buena. Ushuaia: buena. La extraña muerte de una cupletista contada por su perro: ni la he visto ni la he leído. Eso sí, vaya título. Uno de los proyectos que acaricio para cuando me jubile es un ensayo sobre los títulos. En medio de tanta gente que titula como si lo hiciera adrede para cargarse su propia obra, éste de la cupletista brilla con fulgores entre Mendoza y González Ledesma (y no me refiero a los títulos, sino a las atmósferas de ambos). En fin, volvamos al hilo. La piedra oscura: un bombazo. Todas las noches de un día: muy buena. Puñeta, no la colgué. (Ya la he colgado)

El resultado hasta ahí es envidiable. Ya me gustaría a mí que, en la modestia de mi dedicación a la crítica, la calidad de lo que escribo alcanzara esas medias. Y en esto llegó Lorca.

Decía más arriba que he sido más crítico con la parte de Conejero que arranca de otros autores. Aquí, el duelo era nada menos que con Lorca y, ya lo puse en lo publicado en papel, la unión estrechísima que ha conseguido entre lo propio y lo ajeno es, sin duda, lo más admirable. Estrena hoy La geometría del trigo. Ya les contaré.


Foto de David Ruano
Me quedo sin tiempo y me temo que, a estas alturas, lo que les va a interesar del otro protagonista -Pasqual- será su aventura en Málaga, más que esto estrenado ya hace la enormidad de tres o cuatro semanas. Sólo voy a añadir un pequeño apunte paranormal. Vilarasau tiene un curriculum teatral potente. Me parece una fantástica actriz y, desde luego, no tiene que parecerse a nadie para serlo. Pero durante la función me pareció que la poseían, sucesivamente, la Espert, la Sardá y la Velasco. ¿Estoy loco? Pues se diría que no, porque tres -igualmente sucesivos- conocidos, me dijeron que les había recordado a alguna de las tres. A mí, a las tres a la vez. Es un extraño elogio, pero es un elogio.

Hay muchísimo buen hacer desparramado por todo el elenco. Sobre Nacho Sánchez (uno de los valores emergentes más evidentes del panorama) puedo dejarles los enlaces a La piedra oscura He nacido para verte sonreír. No les daré el de Iván y los perros, porque (ay) tenía entonces el blog a medio gas y nunca colgué nada al respecto. Aquí -ya lo decía en la Guía- Pasqual lo pone a vociferar excesivamente pronto, pero sus capacidades interpretativas no dejan de ser evidentes por ello. No tengo tiempo (ah, que ya lo he dicho más arriba) para ponerme a escribir sobre ellos (ahora mismo estoy haciendo varias cosas a la vez, "ya se le nota en la prosa", dirán ustedes) pero al menos me gustaría mencionar a Otegui -que me gusta siempre, siempre- y a Jumillas, que me parece un tipo con mucho peso. Las suelta con un aplomo, casualidades, parecido al de Otegui. Me acaba de pasar algo que me deja siempre estupefacto y contento. Me he ido a ver la crítica de Ushuaia, por repasar lo que dije de Jumillas. Y resulta que usé la misma palabra: aplomo. Qué sensación de bienestar ésta (siempre ilusoria) de la coherencia con uno mismo. Lo cierto es que el resto del elenco merecería un repaso detallado, pero no me da la vida.

Sí quiero terminar con una consideración general. Por una vez, mi aprecio es superior al del consenso del resto de la crítica. Aventuro una hipótesis, ya apuntada en lo que publiqué en papel. La apuesta era muy alta: Lorca, Pasqual, el recuerdo de La comedia sin título, el arrojo de Conejero... En estas circunstancias, se invierte la dificultad de la opinión. Me explico. Habitualmente, es mucho más fácil, agradable y rentable tener una buena opinión. En este caso sucede lo contrario, lo jorobado es reconocer la altura del resultado, porque el aprecio puede hacer quedar al opinador como un indocumentado. Todos -yo también, por supuesto- nos ponemos más puntillosos. De no ser por ese factor, es muy posible que a mí se me hubiera escapado una estrella más (le puse cuatro). Pero cuanto más lo pienso, más redondo me parece lo conseguido.
P.J.L. Domínguez

          

miércoles, 6 de febrero de 2019

EL CASTIGO SIN VENGANZA

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Lope de Vega (versión de Álvaro Tato) Directora: Helena Pimenta Intérpretes: Alejandro Pau, Fernando Trujillo, Joaquín Notario, Lola Baldrich, Nuria Gallardo, Rafa Castejón, Carlos Chamarro, Beatriz Argüello y Javier Collado anuela Morales, Elena Rey, Charo Gabella, José Juan Sevilla, Dolores Cardona, Lía Pastor y Leire Izquierdo  Duración: (olvidé apuntarla)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)





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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

TITANIC
Cada vez que uno ve El castigo sin venganza  entiende el calificativo de Fénix de los ingenios. Incluso en esta edad nuestra, lacia y poco elogiadora, sigue pareciendo merecido. Esta cumbre de la dramaturgia universal es un prodigioso Titanic que mantiene al espectador con el alma en un ay, por mucho que sepa desde el principio dónde está la inevitable montaña de hielo. La gran estructura, desde el bucólico encuentro de los amantes a la escena en la que son cadáveres, es impecable. El trazo fino, la belleza del verso, admirables. En el centro, ese diamante del Sin mí, sin vos y sin Dios, parteaguas dramático que glosa un lugar común de la lírica elevándolo a altura estratosférica.


Pimenta parece haberse concentrado en no poner obstáculos al fluir puro de esta maravilla. Aciertan la escenografía al tirar hacia lo monumental y la luz al tender al tenebrismo pictórico; la música subraya y los intérpretes (Notario, Castejón, Argüello y Baldrich en vanguardia) pisan firmes por la ruta de la perdición que la versión de Tato facilita. Una gran función, un gozo escuchar el verso así cobijado. Y, sin embargo, algo me falta. Quizá ese retumbar premonitorio de la tragedia que tan a menudo se oye nítido en las puestas en escena de Shakespeare y que aquí, en mi modesta opinión, llega un poco tarde.

Vi después que Vallejo dijo algo parecido sobre el déficit trágico, ¡albricias! Tengo tal fama de pitufo gruñón que me alegra coincidir con alguien de vez en cuando. Aparte de Kritilo, con el que -milagrosamente- tengo un índice de acuerdo que debe de estar por encima del 50%. Me faltó decir ahí que la versión de Tato era impecable, y vuelvo a celebrar mi propia opinión, porque ya saben quienes me siguen que no comparto el universal aprecio por las producciones de Ron Lalá, y ya van tres dianas: la de El banquete (tienen el enlace más abajo), ésta y la de Mestiza. No se lo creerán, pero me encanta que me guste el trabajo de todo el mundo. Los creadores para los que no tuve sitio en papel son Mónica Teijeiro (escenografía) y Juan Gómez Cornejo (iluminación).

Una pega que no salió ahí: la primera escena. En ese tono (al que tengo que buscar un nombre pinturero) de "teatro clásico español".  En cualquier caso, el espectáculo bien valía la pena. De Notario, Castejón y Argüello, todos hablamos a menudo, pero quizá no esté de más subrayar que Lola Baldrich es otro valor sobre el que se puede apostar siempre sobre seguro. Cuando cuelgo esto, me parece que le quedan cuatro representaciones, quizá estén a tiempo todavía.
P.J.L. Domínguez

          

domingo, 3 de febrero de 2019

LOS OTROS GONDRA (UNA HISTORIA VASCA)

Sala: Teatro Español Autor: Borja Ortiz de Gondra Director: Josep Maria Mestres Intérpretes: Sonsoles Benedicto, Fenda Drame, Jesús Noguero, Borja Ortiz de Gondra, Lander Otaola y Cecilia Solaguren Duración: 1.35'  
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)





SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


COMPARACIONES

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero sólo conocemos por comparación. El autor se enfrenta, necesariamente, a Los Gondra, su obra anterior. Escritas con igual talento dramatúrgico, Los otros Gondra  gana por su proximidad temporal y, por tanto, emocional. Algunos conocimos bien de cerca estos paisajes. Pero gana también al envolver la intención descriptiva con una calidad de escritura que yo no veo –a pesar de tanto premio- en una obra como Patria (otra insoslayable comparación), que describe magistralmente, pero que no le llega a la suela en lo literario. Con el añadido de la autoficción, que todo lo tiñe con la duda del espectador respecto a lo que será verdad literal, reconstrucción verosímil o pura fantasía, y engrosa el espesor de la narración. Es lo que justifica al autor representándose a sí mismo en el escenario.

Mestres ha creado, para una historia más recogida, una pieza más recogida en todos los aspectos: espacial, interpretativo, de intensidades. Conmueve, arrastra, logra un efecto de inmersión y de profunda comprensión de todos los personajes, y eso era lo difícil. Lo sencillo es señalar al malo con el dedo; lo interesante, y lo sanador, entender qué lleva en la cabeza. Me imagino a Cecilia Solaguren y Sonsoles Benedicto en un drama clásico americano y se me ponen los pelos de punta.


Y alguna cosilla que no cabía allí:


0.- Mininota añadida. La música de Iñaki Salvador, muy bien puesta.

1.- Les sugiero que se lean lo que escribí a propósito de Los Gondra. Me ahorran así unas cuantas consideraciones sobre lo del lío vasco en la ficción (si escribo "problema", "conflicto" o cualquier otra cosa, en seguida habrá alguien sacando punta al término para encontrar una postura emboscada, y censurable, detrás). Sólo añadiré algo que me parece que ya les he dicho en otra ocasión. La ausencia de lo vasco -no del asunto de la violencia, sino de lo vasco en bloque- de la cultura española en los últimos decenios ha sido doblemente anormal. Doblemente, porque ya hay una ausencia de todo lo periférico en la cultura española que no es comparable a la de otros estados multiculturales. Por decirlo en caricatura: no es normal que un andaluz no sepa decir "buenos días" en gallego. O que jamás de los jamases (excepto, claro está, cuando se habla del conflicto) se oiga una canción en catalán en la radio hecha desde Madrid. Las causas de esto las conocemos todos. Alto: todos los que hayamos leído más de cinco líneas sobre el Santiago y cierra España que suponen la expulsión de los judíos, la de los moriscos, la obsesión por la limpieza de sangre, el rechazo visceral de cualquier cosa que oliera a reforma, la consiguiente fobia a las lenguas extranjeras... En fin, siglos de construcción de una cultura monolítica que, cuando apenas se abría a respirar, entró otra vez en el túnel de los cuarenta años (de franquismo, quiero decir; estas últimas semanas los "cuarenta años" se han convertido en los de poder socialista en Andalucía). Ésa es la causa histórica por la que las culturas "periféricas" (entiéndanlo en su sentido puramente topográfico) no existen en España. La causa por la que, por ejemplo, vemos en Madrid teatro en ruso con sobretítulos, mientras las compañías catalanas tienen que remontar las funciones en castellano en vez de hacerlas en la lengua original.

Decía más arriba que la ausencia de los vasco era doblemente anormal. A esos añejos motivos históricos se les vino a sumar el terrorismo, que allá por donde pasa deja, entre otros muchos rastros, el del silencio. Hasta entonces había un lugar común de "lo vasco" en España. Acabo de leer "Juerga flamenca" y "Juerga vasca" de Álvaro de Laiglesia, escritas en 1948, cuando su autor debía de ser todavía perdidamente falangista. Ahí tienen a Jardiel escribiendo en La tournée de Dios, en el 32, que los amigos de Perico Espasa se reunían a hablar de decoración y marineros vascos (cito todo de memoria, vaya usted a saber si patino). Y todo el que esté al menos en los cincuenta pudo oler, al menos en su infancia, todo el poso que aún quedaba de los veraneos en San Sebastián, de los estereotipos del "industrial vasco", el "aldeano", el "pelotari" (hasta en las pelis de Sara Montiel)... Los estereotipos, y su presencia cultural, atravesaron indemnes incluso el primer franquismo, enemigo furibundo del nacionalismo vasco, pero admirador poco secreto de las virtudes asociadas tradicionalmente a los vascos: nobleza, industriosidad, religiosidad, pureza de costumbres, amor a la tierra... Llegaron las pistolas, y todo esto quedó como borrado de la faz de la tierra. El penúltimo vestigio debió de ser Txomin del Regato, un trasunto vasco del gallego Xan das Bolas. Las excursiones en este terreno sembrado de minas provinieron durante decenios de francotiradores (Eloy de la Iglesia, Imanol Uribe...) dispuestos a afrontar los venablos de tirios y troyanos. En esa órbita seria de la reflexión en torno al "conflicto" (perdón) alguien estará pensando en Soinujolearen semea (El hijo del acordeonista) que Bernardo Atxaga publicó en 2003. No me atrevo a decirlo muy alto, porque la leí hace mucho y -cosas de la vida- en italiano, detalle que quizá contribuyó a hacérmela más lejana. Pero me pareció café aguado y yo diría que no ha dejado nada. Medem estrenó el mismo año La pelota vasca, que sí que fue un aldabonazo, pero aquí estamos hablando de ficción.

Llevaba yo años profetizando (es algo que me encanta, y cada vez me sale mejor) que la desaparición de esas pistolas propiciaría que los estereotipos (que se quedan enterrados en las mentalidades colectivas como esos peces que pueden pasar años aletargados en el barro húmedo) salieran otra vez a flote. "Cese definitivo de la actividad armada" de ETA: 2011. Ocho apellidos vascos: 2014. "Tampoco había que ser muy listo para predecir eso". Vale, a posteriori, todo parece cantado. Antes de eso, y hablando siempre de la industria del entertainment, hubo un precursor que -como el Bautista- comenzó a clamar en el desierto de la ficción asociada a lo vasco: Vaya semanita, un programa de humor de ETB que, en prodigiosa carambola, hacía reír a españolistas y nacionalistas, a demócratas y proviolentos, y que se terminaba por ver -en fragmentos- en toda España. Era el profético anuncio de Burundanga, que no abundaba especialmente en esto del estereotipo, pero con la que Galcerán tuvo el olfato de percibir que ya había llegado, creo que en 2011, el momento de reírse de ETA. Tuvo arrestos, si llega a adelantarse en un cuarto de hora al instante adecuado, lo hubieran crucificado por hacer humor con las cosas de matar.

2.- Leo mil cosas y luego no sé de dónde saco cada información. No sé si es el mismo Ortiz de Gondra el que ha dicho por ahí que el tan controvertido "relato" sobre lo ocurrido en Euskadi no dependerá de los historiadores, sino de la ficcion. Qué gran verdad. Basta fijarse en el nombrecito de marras: relato. Yo diría que la primera piedra de la construcción del pasado a base de ficción la puso la ya mencionada Burundanga. Y vuelvo a las profecías: se nos avecina un aluvión creativo en todos los ámbitos. Vamos a tener novelas, obras de teatro, películas, series de televisión, piezas de danza... y todo lo que les ocurra, en un movimiento cultural dirigido a metabolizar lo ocurrido. Creen los políticos que ese recuerdo colectivo se construirá a base de lo que a los niños les contemos en los colegios, y tengo mis serias dudas. Recuerden su propia infancia, recuerden lo que les contaron allí (si es que lo recuerdan) y compárenlo con su visión del mundo. En cualquier caso, quien tenga intención de influir en esa construcción colectiva hará bien en conjugar más el verbo explicar que el verbo condenar. Condenar es fácil, todos somos capaces. Explicar es lo complicado. Pero, además, los receptores terminarán por desechar lo panfletario y consagrar aquello que explica y alcanza altura artística. No me hagan amontonar ejemplos, esto vale para los conflictos con los persas en el teatro griego, para el 48 en La educación sentimental y para el 36 en Incerta glòria.  Y si no han leído mi crítica de Los Gondra, háganlo ahora, por favor, y me ahorran contar por enésima vez que quienes confunden la necesidad de explicar con la tentación de justificar jamás distinguirán una churra de una merina.

3.- Desde un punto de vista histórico-cultural, ése es el mayor mérito del díptico de Ortiz de Gondra. Usted y yo podremos opinar lo que sea sobre el carlismo, el liberalismo, el franquismo, el nacionalismo vasco, el terrorismo de ETA en cada de sus fases o la democracia del 77, lo que hace Gondra es explicar. Ya nos supone mayorcitos para extraer nuestras propias conclusiones.

4.- Desde un punto de vista de construcción dramatúrgica, lo más sorprendente de ambas piezas (y, sobre todo, de esta última) es el aprovechamiento de los mecanismos de autoficción. Conceptualmente no hay la menor pega: en todos los órdenes de la vida, ha ocurrido lo que recordamos que ha ocurrido. Pongan ustedes a la familia a discutir qué pasó aquel día en la playa y ya verán qué desparrame de recuerdos contradictorios. Le reconstrucción de un suceso, a veces anodino, desde distintas ópticas ha sido un procedimiento muy utilizado, y universalmente admirado, desde aquella obsesión por la posmodernidad que nos atacó en los ochenta. Baste citar Soldados de Salamina de Cercas. Aquí no se trata de comparar lo que éste o aquél recuerdan (no de un suceso anodino, sino de decenios y generaciones de enfrentamientos) ni de enfrentar distintos géneros para contar lo mismo (como hace Cercas). Es un diálogo entre lo que el propio autor sabe que pasó, lo que cree que pasó y lo que imagina que pudo haber pasado. O entre lo que DICE saber, DICE creer y DICE imaginar, claro, ahí está la gracia. Como ven, la vieja conversación entre la verdad y lo verosímil, siempre en el centro del teatro y de cualquier forma de narración. Estas operaciones corren siempre el riesgo de resultar frías, de producir objetos de estructura admirable pero demasiado evidente, de no despertar la emoción. Pero Ortiz de Gondra ha tenido la habilidad de verter la emoción en un contenedor que, aunque complejo y autorreferencial, no se la come. Como decía en la crítica en papel, esto es lo que justifica que -no siendo un actor profesional- esté presente en el escenario.

* * *
Le queda ahora lo más difícil, que es salir de ésta. Siempre es complicado para un creador dar un paso más allá de aquello que le ha salido bien. Tanto más en este caso, con dos piezas con igual tema, procedimiento constructivo, director e intérpretes (en parte) saldadas con éxito y que han ocupado varios años de su actividad. A ver qué se le ocurre para la próxima.

Vi ayer Matrioska, que tiene su gracia, en Nave 73, y me voy ahora al Teatro del Barrio a por Marikones de mierda. Ya les contaré.
P.J.L. Domínguez

P.S. Justo antes de publicar esto, enciendo la radio (¿se dice aún "encender"?). Ya se sabe, los domingos, fútbol. Y entre conexión y conexión, en el momento de los chistes, sale un tipo exagerando el acento vasco y contando cosas como que Ainara cogió el coche en brazos y lo escondió en el baño de señoras. Txomin del Regato, de regreso. Lo que yo les decía. Lo que son las casualidades