miércoles, 27 de marzo de 2019

LA GEOMETRÍA DEL TRIGO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Alberto Conejero Intérpretes:  José Bustos, Zaira Montes, Eva Rufo, José Troncoso, Consuelo Trujillo y Juan Vinuesa Duración: 1.20', creo recordar
(la función ya no está en cartel)





SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Prometí La geometría del trigo allá por El sueño de la vida, que ya es decir. En otras circunstancias, la dejaría correr, porque tengo docenas y docenas de cosas ahí arrumbadas en el baúl de los olvidos, pero creo que merece la pena escribir algo. Suelo poner título a la crítica en papel, pero no a las del blog; quizá debiera. Ésta, recurriendo a un estilo de otra época, podría encabezarla

EN DEFENSA DE CONEJERO

Uno.- No somos ni primos ni nada, quede claro. Ya detallé en El sueño de la vida lo que me gusta y lo que no me gusta de lo que ha hecho. Pero me parece de justicia resaltar que La geometría del trigo es un teatro impecable. ¿Y por qué esta necesidad de repetirlo ahora, a tanta distancia? Porque admito siempre que a alguien pueda no gustarle lo que a mí me parece excelente. (Llevo peor lo contrario, ya me conocen: veo cosas inmundas que se llevan elogios desmedidos y me quedo perplejo). Admito, digo, una crítica negativa que no comparto, pero en este caso concreto sólo he oído dos cosas: "Lorca otra vez" y "hemos oído esta historia tantas veces...".

Ya lo saben, me voy haciendo viejo. Una de las mejores (y peores a la vez) cosas de la edad, es que uno ya lo ha oído casi todo. Incluso se ha oído a sí mismo decirlo casi todo. Así que reconoce los trucos con facilidad. ¿Quieren uno? Bueno, sólo les resultará útil si son muy jóvenes, si no, ya se lo sabrán. Es el manido ¿qué necesidad había? Funciona SIEMPRE para demoler lo que haya que demoler. ¿Qué necesidad había de montar otra vez La vida es sueño? ¿Qué necesidad había de hacer un remake de Lo que el viento se llevó? Funciona siempre, porque la respuesta siempre es NINGUNA. Nunca hay ninguna necesidad. Pero si sale bien, nadie se hace la pregunta.

Confieso que yo también la he usado muchas veces. Pero ya les tengo dicho que el oficio de crítico consiste -fundamentalmente- en montar un aparato más o menos lógico alrededor de una opinión, que es algo que sale de las tripas y no tiene vertebración lógica. Es posible que sea el grito intuitivo de una racionalidad en estado de sopa primigenia, ahí, en el fondo de los abismos cerebrales. Pero, desde luego, su aspecto es el de un magma invertebrado. Así que uno se agarra a lo que puede, incluido el ¿qué necesidad había? Me tengo prometido no repetirlo nunca más.

"Lorca otra vez" (refiriéndose al carácter rural y pasional de la trama), "hemos oído esta historia tantas veces" (claro, chico encuentra chico, chico pierde chico) y "sí, está bien, pero bueno, lo de siempre" (refiriéndose, digo yo, al teatro de texto puro y duro con trama convencional), son muletillas exactamente del mismo tipo. No dicen nada en contra. Ya les dije por qué hace poco, en la crítica de El idiota. Como son perezosos en esto de los enlaces, les voy a copiar el párrafo que viene al caso:
Hay un par de avezados espectadores que me han sustentando su juicio negativo sobre este Idiota en consideraciones del tipo "es una cosa antigua". Hace unos veinte años, yo estaba sinceramente convencido de que el teatro de texto estaba muerto. No era memo (no más que la media, creo), era joven. Recuerdo a mis mayores mirándome con conmiseración. Tenían razón. Ni el teatro de texto ni Vera están muertos. Siempre habrá lugar para eso que las actrices mayores llaman en las entrevistas "el teatro de siempre", es un género indestructible. Pero está, además, la cuestión del tiempo y la perspectiva. El otro día, por pura casualidad, me endilgué uno de los conciertos para piano de Rachmaninov (ahora parece que hay que escribir Rajmáninov, paciencia). Les aseguro que hacia 1985 los espíritus más despiertos de la vanguardia musical lo consideraban, más o menos, un idiota, como a Myshkin. ¿Por qué? Porque siguió escribiendo como Tchaikovski (¿cuál será la grafía ahora?) en pleno siglo XX, haciendo caso omiso de los sucesivos últimos gritos. Treinta años después, cada vez importa menos que Rachmaninov muriera en 1943 y Tchaikovski en 1893. Cuanta más distancia tomamos, más cercanos parecen. Dentro de doscientos años serán estrictamente contemporáneos. 
    El tiempo y la perspectiva. Vamos con cada una de las muletillas:

    1) "Lorca otra vez". ¿A alguien se la ha ocurrido usar con intención despectiva la frase "Shakespeare otra vez" para referirse a House of cards? No, ¿verdad? Pues eso. Vayan preparándose para "Lorca otra vez" durante unas cuantas generaciones. Es lo que tienen los genios, que siguen iluminando el camino durante muchísimo tiempo. Claro que Conejero es un lorquiano (La piedra oscura, El sueño de la vida), pero eso no inhabilita a nadie. Es lógico que Lorca, bajo determinadas circunstancias, provoque hastío. Qué me van a contar a mí, que lo veo invocado en la cartelera sopocientas veces cada viernes. Hasta perdices cansan. Les confieso que si el título, la sinopsis o el comentario adjunto dice "Lorca" voy con pereza. Y si luego la cosa funciona, me maravillo como todo hijo de vecino.

   2) "Hemos oído esta historia tantas veces". Sí, claro. Como Macbeth, Edipo o Caperucita roja. Si nos acercamos un poco, como Brokeback mountain. Salir del armario en el medio rural (¿El medio rural? Mira que nos volvemos chinos buscando perífrasis pijocultas). Tom en la granja. Salidas del armario y tensión entre el agro y la urbe. Juguetes rotos (puñeta, otra que no colgué, ahora mismo lo hago). Excurso: esto de los parentescos es siempre sorprendente y fructífero. (Acabo de darme cuenta de que el escenógrafo tanto de Tom en la granja como de Juguetes rotos fue Alessio Meloni. Queda un poco cabalístico). Las tramas son unas pocas peripecias tasadas (alguien que no recuerdo las tasó una vez) revueltas así o asá. No hay más. Llevamos miles de años girando alrededor de las mismas cosas, eso tampoco es un argumento válido contra nadie.

    3) "Lo de siempre". Ya lo he dicho más arriba, el tiempo y la perspectiva. Me pasaron el otro día en La Dos Mayores con reparos, adaptación al cine de una comedia de Juan José Alonso Millán (que allí estaba en el coloquio, tan pichi a sus 82, historia viva de nuestro teatro) perfectamente convencional y estrepitosamente viva. Pues eso. La peli es del 67, vamos a quedar a tomar algo en 2071 en algún VIPS del purgatorio y vemos si ha envejecido mejor La geometría del trigo o Un roble, por ejemplo. O Los cuerpos perdidos, que me la topé ayer por casualidad, y ha envejecido tan rápido en cuatro meses que ya no recordaba ni el título. 

Dos.- Otra cosita que precisa defensa. El personaje de Eva Rufo (superlativa en Espejo de víctima) es la novia catalana del hijo del criptogay rural. Hijo que nunca conoció a su padre, porque la madre huyó despavorida con él a Barcelona en cuanto se enteró de que su marido se veía con otro. De ahí que sea catalana. Algunas cosas las dice en catalán, él responde a veces en catalán. Y aquí se pone en marcha un mecanismo diabólico. Vamos primero con lo que a mí me parece de sentido común. 

En este país se hablan varias lenguas, y hay millones de personas (sí, millones, no es una hipérbole) que mezclan constantemente en su vida cotidiana dos lenguas: el castellano y otra. Si no lo ha visto nunca, créame. MEZCLAN. Incluso cuando hablan con una misma persona. Anoche vi un programa de entrevistas en ETB que se desarrolla, en principio, en vascuence (no me impidan usar esa eufónica palabra porque la usó el franquismo; durante el franquismo también se decía "paraguas" y nadie le pone pegas). Pues bien, los entrevistados introducían aquí y allá,  con toda naturalidad, expresiones en castellano. Esto ocurre siempre que dos lenguas coexisten, vayan a Nueva York y oigan hablar a los latinos. No es ya que se entremezclen frases, es que hay maravillosas frases Frankenstein que hacen picadillo la sintaxis, la gramática y el léxico de cada lengua para producir hamburguesas de exquisita factura exótica, prodigios de expresividad. Si un texto se pretende realista, lo artificioso no es introducir fragmentos en otra lengua, sino eliminarlos. ¿Me siguen? Quiero decir, simplemente, que si los personajes de La geometría del trigo hablan con acento meridional (con cuál es otro cantar, al 90% del público le basta y sobra con ese dato genérico) lo realista es que la novia catalana hable a veces en catalán, sobre todo en contextos de intensa emotividad. Mi bisabuelo decidió no hablar en vasco a sus hijos para evitarles discriminaciones futuras -aunque lo aprendieron igual- pero cuando se enfadaba se le escapaba.

Pues bien. Estamos en que, en este contexto realista, los novios se dicen algunas cosas en catalán. Demos un pasito p'alante. Olvidemos que un hablante culto de castellano entiende el catalán a bastante más del 50%. Olvídemoslo, de verdad. El dramaturgo coloca eso en otra lengua perfectamente consciente de que parte del auditorio no lo va a entender. Es un recurso dramático tan elemental -ahórrenme tener que decir "lícito"- como el vestuario o la música. "Aparece un personaje que habla en otra lengua que los demás no entienden". Puro realismo. Y aquí se desata la maquinaria diabólica. Gente a la que le parece muy mal que alguien diga cosas que ellos no entienden. Pregunta: ¿y si hablara en sueco? ¿Si fuera la novia sueca del hijo? Respuesta: a todo el mundo le parecería de perlas. "Llega la novia sueca y le dice cosas en sueco que no entendemos". Recurso dramatúrgico. Ah, pero es en catalán, y es ofensivo que alguien diga cosas en catalán que yo no entiendo.

Voy a ser comedido en estos tiempo de tremendismo. Esa reacción es una forma suave de xenofobia. Suave, he dicho. Si la ha experimentado, le recomiendo amigablemente que reflexione al respecto. Del mismo modo que es perfectamente normal que en el metro de Madrid oigamos hablar euskera, catalán o gallego, es igual de normal que -alguna vez- un personaje diga algo en esas lenguas en la ficción, viven aquí, con nosotros, en el mismo país. Lo verdaderamente RARO es que, durante decenios, eso no ocurriera en el cine, la tele o el teatro. O no pasaran casi nunca: tengo un vago recuerdo de Saza renegando en catalán en La escopeta nacional. ¿Recuerdan que hasta hace unos treinta años no había gays en ninguna parte? Pues es un fenómeno idéntico. ¿Que no entiende lo que dicen? No se preocupe, el dramaturgo no es idiota. Él sabe si se va a entender o no. El efecto está calculado de antemano. Just relax.


Troncoso, de espaldas, transmutado. Hasta las manitas están en personaje.
Tres.- No voy a extenderme en la crítica propiamente dicha, que ya ha pasado mucho tiempo y eso -tiempo- es precisamente lo que me falta. Pero quiero destacar algo que sólo los que tenemos una cierta edad (qué triste eufemismo) podemos apreciar. El personaje de José Troncoso parece salido del túnel del tiempo. Yo vi a los homosexuales del franquismo con estos ojos que se ha de comer la tierra. ¿Qué edad tiene Miguel Ángel Milán, el figurinista? Por las fotos que veo por ahí, no los vio. ¿Cómo ha podido calcar de esa manera lo que este hombre llevaría puesto? Y más aún: ¿Qué edad tiene Troncoso? No los vio. ¿Cómo puede reproducir de esa manera la gestualidad, la forma de hablar? Es el oficio de ambos, me dirán. No me importa, alguien se lo ha contado o es un profundo olfato de artista el que los guía.
P.J.L. Domínguez

          

JUGUETES ROTOS

Sala: Teatro Español Autora y directora: Carolina Román Intérpretes:  Nacho Guerreros y Kike Guaza Duración: hace un año, no lo recuerdo
(la función ya no está en cartel)

Nacho Guerreros y Kike Guaza
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Escribiendo sobre La geometría del trigo, me he dado cuenta de que no colgué Juguetes rotos. No quiero que falte este título, fundamental en la trayectoria de Carolina Román. Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

NO SÓLO CON PALABRAS

Tristán Ulloa dirigió una pequeña joya de Carolina Román que se tituló En construcción. Ella misma se encargó después de montar otro texto propio: Adentro, segundo ejemplo de orfebrería fina, de bordado sutil.  Repite ahora como autora y directora de Juguetes rotos, que tiene las mismas características de teatro hecho sin aspavientos, con modestia y con enorme sabiduría. Parece mentira, pero se olvida con gran frecuencia que se puede narrar no sólo con palabras, sino con todos los elementos puestos a disposición de los sentidos del espectador. En Juguetes rotos, casi dicen tanto como el texto y el trabajo de los intérpretes, el vestuario de Cristina Rodríguez y el espacio sonoro de Nelson Dante, más la luz y la escenografía de Picazo y Meloni. Todo se ha ensamblado sabiendo que la capacidad del público para entender las cosas sin tener que dárselas trituradas como un potito es inmensa.

    A ese trabajo de construcción de un relato con elementos diversos, Román añade una espléndida capacidad de dirección de actores. Kike Guaza y Nacho Guerrero están como para que les caiga algún premio. Dado el asunto, tan de moda, de la identidad de género, le parece a uno en algún momento que la cosa podría derivar hacia el panfleto, pero nada de eso. Es, como las otras historias de su autora, un retrato pleno de compasión de unos seres humanos como nosotros. Para no perdérsela.

P.J.L. Domínguez

          

martes, 26 de marzo de 2019

ESPEJO DE VÍCTIMA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Ignacio del Moral Director: Eduardo Vasco Intérpretes:  Eva Rufo y Jesús Noguero Duración: 1.40' (50´ + entreacto de 10' + 40') 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Jesús Noguero y Eva Rufo
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

EL CORAJE DE LA INTELIGENCIA

Es bien sabido: esta sociedad sufre un retroceso imparable de la libertad de expresión. Abrir la boca sobre los asuntos envenenados es un deporte de alto riesgo. Basta extraer una frase descontextualizada de un ensayo de quinientas páginas para convertir a su autor en indeseable. Los matices han muerto. Con semejante panorama, no sabe uno si admirar más en Ignacio del Moral la inteligencia o el coraje de afrontar uno de esos temas sacros e intocables: el de la condición de víctima, a la que tantos aspiran.

    Inteligencia, a secas, para ser capaz de suscitar vías de reflexión que pocos sabrían sugerir sin dar pie a su linchamiento público. Inteligencia dramatúrgica para escanciar los topetazos al espíritu crítico del espectador de forma amena, enganchando su atención. Un estilo propio que empieza por Mamet y por momentos roza a Hitchcock, y por el que asoman Lady Macbeth y Lady Gaga. Me resulta imposible no usar el término “elegante” cada vez que Vasco dirige, y también esta vez es insoslayable. Este montaje lo es, la formidable lección de interpretación de Jesús Noguero y Eva Rufo viene servida por Camacho, Caprile y Carolina González en un envoltorio en el que no sobra nada, y en el que el espacio sonoro del propio Vasco pone la guinda. Muchos talentos sumados.

Por el bien de todos, espero que gire y dé muchas vueltas. Es una de esas piezas que van ganando en el recuerdo a medida que pasa el tiempo.
P.J.L. Domínguez

          

domingo, 17 de marzo de 2019

LAS COSAS BUENAS

Sala: El umbral de primavera Autores: Victoria Facio y Pablo Rojas Directora: Victoria Facio Intérpretes: Noelia Noto, Soledad Caltana y Majo Cordonet Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Boceto de la escenografía. Es de Pablo Rojas, uno de los autores. Lean más abajo.
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El Umbral de Primavera se abre, directamente desde Lavapiés, sobre otro mundo, haciendo honor a ese nombre de “umbral” que lo define con especial acierto. No solo programa con frecuencia teatro argentino, sino que también es centro de gravitación de creadores, intérpretes y público de ese origen. Parafraseando al NODO, “la Argentina al alcance de los madrileños”.

    En una de estas operaciones, ha programado esta comedia (?) escrita por Pablo Rojas y Victoria Fazio, y dirigida por la segunda. Muy interesante como retrato de la degradación económica, social y moral –en orden de relevancia creciente- de un lugar perdido en la Pampa, cuya descomposición se refleja en la familia protagonista. Dos hermanas que sobreviven no se sabe cómo y que reciben la visita de la tercera, que abandonó el agujero hacia horizontes mejores y sólo supo excavarse un agujero más grande. Un extraño ser ausente. Un descacharramiento progresivo que lleva de la comedia costumbrista a la comedia disparatada, se da una vuelta por el melodrama y desemboca, prácticamente, en la sceneggiata, el género napolitano de las pasiones delirantes. Noto, que brillaba en aquella simpar Adentro de Carolina Román, Cordonet y Caltana hacen alarde de ese realismo que, según dice la leyenda, sólo saben bordar los argentinos.

La crítica en papel salió con un error: sustituí a Cordonet por otra. Queda constancia.

La foto de más arriba está ahí porque no encuentro ni una del montaje, pero también porque la escenografía tiene gracia en su sencillez y ponerles el boceto subraya su importancia. Tras la ventana, una proyección figura la calle (modestas viviendas unifamiliares de enfrente, árbol, perro, motos ocasionales), pero hay un estrecho espacio entre la ventana y la pantalla en el que las actrices pueden ubicarse para hablar desde fuera. Refuerza algo que siempre me parece maravilloso en el teatro: la presencia de lo ausente. De lo que, en realidad, no está en ninguna parte más que en nuestro cerebro, pero que cobra una presencia que puede resultar abrumadora. Tras luchar a brazo partido con mis neuronas he conseguido atrapar el recuerdo que pugnaba por aflorar en ese magma viscoso en el que se ha convertido mi memoria: La Pilarcita. Hay millones de ejemplos, claro, alguien que no aparece nunca, pero que se supone que está tras la puerta, pero el de La Pilarcita me gustó especialmente. Aquí hay dos. Una niña que la tercera hermana se trae puesta y que se pasa un buen rato en el coche, al sol (muestra del dominio de otro recurso siempre efectivo: los tópicos nervios del espectador por el grifo que sabe que se han dejado abierto y olvidado en la habitación de al lado). La verosimilitud, les decía, se refuerza porque a su madre la vemos ahí fuera y porque a la niña se le grita a través de la ventana. Hay otro (personaje ausente): Felequete (o similar), que podría ser un perro o -esto es más inquietante- un hermano con alguna discapacidad y convenientemente escondido. Como en El ombligo de la reina. Adoro las casualidades de la cartelera.


* * *
¿Quieren una de casualidades? Me releo la crítica de La Pilarcita, y encuentro esto: 


Me trae a la memoria Luciérnagas Como si pasara un tren: dibujo de paisaje apartado, personaje que llega de otra galaxia a desestabilizar la monotonía estancada. Tres autoras argentinas. Tanto alineamiento no puede ser coincidencia, revela alguna veta subterránea de sensibilidades compartidas. 

¿Han leído eso? ¿OTRA autora argentina con este esquema de personaje que llega de otro sitio a un lugar detenido en el tiempo? Ahora ya no me queda ni media duda: esto es un arquetipo como la copa de un pino. Y lo primero que se me ocurre -primero de sicoanálisis- es que se trate de proyecciones de las autoras; de cómo se sienten cuando regresan a su país. ¿No? Que alguien formule otra hipótesis para explicar TANTO paralelismo. Les juro que no caí cuando la vi, volver a La Pilarcita ha sido un puritito impulso inconsciente.
* * *
Las cosas buenas es de esas piezas que, al primer vistazo, parecen una cosita de nada. No lo es. Crece en el recuerdo. Si la ven después de leer esto, fíjense en cómo interactúan las actrices con los objetos. No hay nada más certero para medir la interiorización del personaje. Es lo de la cerilla. Cuando un actor tiene que encender una cerilla en escena se enfrenta a la posibilidad de que no le salga a la primera. El fingimiento canta la Parrala cuando la primera falla. Si está en personaje, da igual que no se encienda o que se hunda el techo. Llevo años poniendo el mismo ejemplo: Cortizo comiéndose un plátano en La última cinta de Krapp cuando se oyó a lo lejos el llanto de un niño imprevisto. Lo incorporó, porque en ese momento él era Krapp. Aquí están rodeadas de cositas, chocolatitos, vestiditos, juguetitos... que se comportan a veces como deben y a veces como no deben. No importa, lo incorporan. Lo de Soledad Caltana es tan rematadamente natural que uno se pregunta -como siempre en estos casos, cuando es la primera vez que ve a un intérprete- si no estará interpretándose a sí misma. Así que me he ido a ver sus vídeos, y no: es que es buena. Aquí tienen los de Majo Cordonet (pinchen aunque las bolitas sigan dando vueltas), que tampoco es manca. A Noelia Noto ya la conocen.

No hay nada que me guste más que ser obvio: imagínenselas en Tres hermanas.

Nota final: Victoria Facio era la vidente en Carne viva de Despeyroux. ¿No perciben un común y suave aroma de delirio? Así como a lo lejos.
P.J.L. Domínguez

          

EL OMBLIGO DE LA REINA

Sala: Nave 73 Autora y directora: Celia Morán Intérpretes: Aída Mercadal, José Juan Sevilla, Juan Carlos Mestre, Julio Armesto y Olga Redondo Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Son José Juan Sevilla y Aída Mercadal. No sé si la foto es de Pili de Grado o de David Izquierdo.
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La historia está bien. La escritura está bien. La música está bien (resulta que es del mismo Cediel de Matrioska y otra vez me pasó lo mismo: pensé "caray, está bien la música" antes de verlo en los créditos). El concepto escenográfico y de vestuario están bien. ¿Por qué no funciona? ¿Por qué, a ratos, cruza decididamente la línea de la dignidad y reviste el aspecto del teatro aficionado?

La foto de más arriba tiene parte de la respuesta. ¿Por qué las escenas de Sevilla y Mercadal funcionan todas? Porque son los únicos intérpretes en escena. Maticemos. No sé si los demás lo son, lo que sé es que no lo demuestran en esta función. O sea: hay un serio problema con el elenco. No solo. Tampoco se percibe una dirección suficientemente firme como para orillar en la medida de lo posible las eventuales carencias interpretativas. Así que, junto a escenas bastante logradas, otras descarrilan por el camino de la "naturalidad de compadreo". Esto es: jugamos a que somos graciosos con nuestra gracia natural (no hay NADA natural en el teatro) y sabemos que este amable público nos la ríe. Mal.

El mayor mérito de Morán radica en haber encontrado un enfoque atractivo al supermanidísimo asunto de la igualdad, que debe de ser ahora mismo uno de los tres temas más puestos en escena (los otros dos son la familia, desde hace dos mil años, y las relaciones de pareja, más o menos desde el portazo de Nora). La trama de desigualdades propuesta tiene su aquel, porque hay de todo: una protagonista con algún tipo de discapacidad intelectual (no sé si sigue siendo correcto decirlo así, al ritmo que vamos, habría que establecer un sistema de alarmas); un ser imaginario (no se me ocurre discriminación mayor que verte negada hasta la existencia real); un padre que no está muy claro por qué acera discurre; un ama de casa (y ya está casi todo dicho) con sobrepeso (ojo: con sobrepeso para los estándares reinantes, a mí me parece perfecto que esté así, no veo el "sobre" por ningún lado); una muñeca inteligente (piensen en Blade Runner) que además es transgénero (¿se sigue diciendo así?). Si fuera un ejercicio en una escuela de dramaturgia, los alumnos irían a quejarse al director por juzgar el envite imposible. Pero, con todo este jaleo desatado, la fábula se desarrolla con verosimilitud. Lástima que no haya un poco más de dirección. Con dos vueltas, quedaba niquelado.

¡Ah!, el cartel es precioso. Se lo he puesto más arriba, lo firma Fran Dueñas.
P.J.L. Domínguez

          

martes, 12 de marzo de 2019

BAILAR EN LA OSCURIDAD

Sala: Teatro Fernán-Gomez Autores: Patrick Ellsworth y Lars von Trier (versión de Fran Calvo y Fernando Soto; música de Tomás Virgós) Director: Fernando Soto Intérpretes: Marta Aledo, José Luis Torrijo, Fran Calvo, Luz Valdenebro, Inma Nieto y Álvaro de Juana Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Espantoso
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

¿Vieron la peli? Yo no. Y, tras la experiencia escénica, me invade la alegría por el infierno evitado. Me ha pasado lo mismo con La la land: tras dedicarle, este fin de semana, un rato en la placidez del hogar, bendigo mi resistencia a la gigantesca presión mediática que me impulsaba al cine en su día. Resistir es vencer. Me lo agradecerá el espíritu de Gene Kelly.

Esto es una sarta de desventuras sin cuento. Me recordó mucho a una amiga que dice que nunca ha superado la visión, en su primera infancia, de una película que se titulaba Pobre huerfanita, endilgada por las caritativas monjas encargadas de su educación. Me pasé la función recordando eso y Los miserables. También Los miserables es una sarta de desventuras, ¿no? ¿Por qué lo de Hugo es una obra maestra y esto un truño, un amontonamiento de infortunios en los que sólo falta que la protagonista contraiga la sarna o se mutile un brazo con la tronzadora? Porque Los miserables (y podríamos multiplicar los ejemplos) es condenadamente divertido, en el sentido más alto de la palabra, y esto no hace más que reptar dificultosamente en el limo de la pobreza, la injusticia, la enfermedad y la muerte. Cualquiera puede narrar apilando desastres. El mérito consiste en que tanta desolación no obligue al receptor a salir corriendo a ver una de Lina Morgan.

No entiendo que nadie se embarque en orquestar una versión escénica de tal engendro. Como la película es fruto de aquello que se llamó Dogma (que alguna maravilla produjo) no sé si los recursos que el cine tiene y el teatro no (yo qué sé: una cámara volando sobre las coreografías, por ejemplo) se aplicaron o su sola mención es una blasfemia, pero -desde luego- en el teatro esto no se tiene en pie. Entiende uno, hasta con sus limitadas capacidades, que los interludios coreografiados están para esponjar la (asfixiante) narración, pero... vaya interludios. Música, cero. Coreografía, cero. Tanto la una como la otra, de una banalidad aplastante. Y no voy a hacer sangre con las capacidades de los intérpretes enfrentados a cantar y a bailar. Lo único que se salva es una breve intervención final (cantada, quiero decir) del más joven de los actores: Álvaro de Juana.

La última escena, cuando a la protagonista le ponen la soga al cuello, da risa. Claro. Llegados a ese punto, y con la capacidad de horror saturada a la media hora de espectáculo, a nuestras neuronas no les queda ninguna otra reacción disponible. Le he visto cosas estupendas a Fernando Soto. Y fíjense que este desastre tiene un lejano aire de familia con Trainspotting. Pero más vale olvidarlo.

He decidido que conservo, en algún lugar un poso de humildad: alguna tarde que me sienta en forma daré una oportunidad a la película. Con alguien que me vigile de cerca, por si me da por tirarme por el balcón.
P.J.L. Domínguez

          

lunes, 11 de marzo de 2019

EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Sala: Teatro Valle Inclán Autor: Anton Chéjov (versión de Ernesto Caballero) Director: Ernesto Caballero Intérpretes: Chema Adeva, Nelson Dante, Paco Déniz, Isabel Dimas, Karina Garantivá, Miranda Gas, Carmen Gutiérrez, Carmen Machi, Isabel Madolell, Fer Muratori, Tamar Novas, Didier Otaola y Secun de la Rosa Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Isabel Madolell, Secun de la Rosa, Carmen Machi, Miranda Gas, Tamar Novas y Nelson Dante

SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

NO SON DISPARATES

Esta vez entenderé a quien difiera de mi opinión y me diga que esto no va a ninguna parte. Yo mismo podría estar escribiendo que la puesta en escena va de disparate en disparate, pega bandazos en cada curva, acumula recursos escénicos (casa de muñecas, trenecito, proyecciones, vestuario, giratorio, músicas varias y mucho etcétera) como quien se aferra a lo que sea con desesperación… y estaría cerca de lo que me pareció ver.

    Pero, en este oficio de matices, la palabra clave en esa frase es “cerca”. Estuve a punto de ver eso, pero lo que vi fue otra cosa: que, por uno u otro lado, la catástrofe se orilla y, hasta cuando el hundimiento parece inminente (escena campestre, rotación del giratorio, desmantelamiento final), la tensión sube y concentra la atención en ese caleidoscopio de dramas personales superpuestos que es El jardín de los cerezos. No me aburrí ni un segundo. Yo diría que el chaleco salvavidas es, de principio a fin, la consistente dirección de actores que sabe encauzar el mucho talento interpretativo desparramado por el escenario. Imposible citar a todos, pero uno de los grandes aciertos de la función es el criado en travestí de Isabel Dimas, extraño eco del Mouton que Palmira Ferrer está haciendo en el Nekrassov de la Abadía (casualidades de la cartelera). Qué ternura, qué tristeza, qué gran final.


No recuerdo un montaje reciente que haya suscitado más unanimidad de opiniones, tanto entre las publicadas como entre las que me comentan por ahí. En rigor, lo que les he copiado más arriba. De los dos extremos (aaaaaay que se va la cosa / huuuuuy que vuelve a su sitio) hay quien pone más énfasis en lo primero (mal) y quien se queda con lo segundo (bien). Con intervalos un poco confusos, a veces poco hilvanados, decía Doncel en ABC. Liz Perales se despacahaba un poco más a gusto en El Cultural, pero rematando con un afortunadamente hay buenos trabajos interpretativos. También se ha dicho mucho algo que sugerí de pasada, pero en lo que no abundé por falta de espacio: la hipertrofia escenográfica (yo hablaba de elementos heterogéneos y casi todo el mundo ha mencionado la distancia excesiva que, a ratos, la escenografía impone a los intérpretes, y a la que yo aludía con lo del "desparrame"). Así que poco más voy a decir.

Uno: detallito sonoro. No sé si he oído alguna vez un efecto mejor logrado de fiesta en el salón de al lado. Ya saben, la reverberación de los graves. Le ha quedado perfecto a Luis Miguel Cobo. He oído lo mismo hace menos de dos semanas en otro sitio y no consigo recordar dónde. Pero nada como lo de Cobo.

Dos: texto del programa de mano. En el 90% de los casos (y me quedo corto) estos textos son infumables. Banalidades, declaraciones de intenciones que no vienen a nada, elucubraciones de individuos/as que como tienen que expresarse es con la pieza, y no con un texto anejo. No hace falta decir que el de la dirección de escena o la creación dramatúrgica (aunque este segundo un poquito más), son talentos que no tienen nada que ver con el de pergeñar un comentario atractivo y/o inteligente. El de Caballero en esta ocasión es interesante y tiene vida propia. Otra cosa es lo que les voy a decir en el párrafo siguiente.

Tres: tanto de ese texto como de alguna entrevista leída por ahí, se deduce que la intención era devolver El jardín de los cerezos a la supuesta intención cómica original de su autor. Dos cosas respecto a eso. La primera, que yo no he visto ni rastro de comedia en el montaje. Un dramón de tomo y lomo, que no se aligera ni por los acentos cubano y argentino, el tono ligero en algún pasaje o el travestí del anciano sirviente (como me ha parecido entenderle a Vallejo). A mí, por lo menos, me generó la misma opresión angustiosa que me ha generado siempre que la he visto. Celebro que, si era ésa la intención de Caballero, no haya llegado a puerto. (O sea, que el interesante texto del programa de mano, aporta, pero poco ilustra respecto al par intenciones/resultado, como ocurre prácticamente siempre). La segunda, que la intención original del autor nos importa, a estas alturas de capas y más capas de connotaciones añadidas, un bledo. Y les voy a contar dos historietas.

Hace muchísimo tiempo, conocí de primera mano los intentos de dos personajes por reconducir la música del siglo XIX (o parte de ella) a su brillo original. Uno sostenía que las indicaciones metronómicas de las obras de Beethoven estaban falseadas en bloque, y proponía una ejecución acorde con las intenciones del compositor. El otro defendió con ardor que la emisión vocal de los tenores se había alterado completamente a lo largo del siglo XX, y planteaba una interpretación distinta y -supuestamente- fiel a la historia. ¿Creen ustedes que a alguien le importó si las respectivas tesis eran históricamente acertadas? No. Lo único que contaba era si el resultado colaba o no colaba. Y no coló. A la "recuperación" de la música preclásica (lo pongo entre comillas, porque vaya usted a saber) le pasó al revés. Moló mucho el resultado. Lo mismo que a la reconstrucción del gregoriano partida de Solesmes, que es hoy en día la única interpretación posible que reconocemos. Y "reconocer" es verbo que viene al pelo, porque ¿reconocerían su música los monjes del siglo IX o los compositores del XIV en estas exquisitas interpretaciones "históricas"? Me temo que no lo sabremos nunca y, además, no nos importa. ¿Preferiría Chéjov que nos partiéramos la caja con las desventuras de sus personajes? A mí, la verdad, me importa poco.

Cuatro: no, no me puse a diseccionar interpretaciones. Sí, Dante está que se sale, como ya ha dicho todo el mundo. Ya se salía en En construcción y en Adentro. Me alegro de que haya llegado a los escenarios grandes. Machi no yerra una, ya se sabe. Nos acostumbramos, y ya no les damos mérito. Me gustó mucho, muchísimo, Miranda Gas, una actriz que interpreta tan en el sitio del personaje, tan a ras de tierra del calco de la realidad, tan... ESTUPENDAMENTE BIEN por decirlo de forma clara, que tiene siempre un tremendo hándicap (¿cómo castellanizo eso?) que arrastrar: todo el mundo recuerda el personaje, pero se le escapa la actriz. Lean eso que acabo de decir con atención, porque es un elogio inmenso. No crean que una observación tan sutil se me ocurrió a mi solo: me la sopló JM, que sabe más que yo de todo esto. Los que me parecieron fuera de onda: Secun de la Rosa y Carmen Gutiérrez. ¿Serán los únicos que se creyeron de verdad que esto iba de hacer reír? Buenos ambos (¿la vieron a ella en Un marido de ida y vuelta?), pero perdidos como pulpos en este inmenso garaje. El tío Gáyev es uno de los personajes más tristes de la historia del teatro, un filón del que aquí no se aprovecha nada.

Chéjov es el maestro de la nostalgia. Escribir esto me ha hecho añorar el Teatro del Arte y La Casa de la Portera (En construcción y El huerto de Guindos).
P.J.L. Domínguez

          

EL IDIOTA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Fiódor Dostoievski (versión de José Luis Collado) Director: Gerado Vera Intérpretes: Alejandro Chaparro, Fernando Gil, Ricardo Joven, Jorge Kent, Vicky Luengo, Marta Poveda, Fernando Sainz de la Maza, Yolanda Ulloa y Abel Vitón Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Poveda, Gil, Kent y Luengo. Es la parte derecha de la escenografía. Les pongo la izquierda más abajo.
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

ENTRAÑABLE IDIOTA

Parece que el gusto decimonónico por llevar a las tablas los éxitos novelísticos revive. En poco tiempo, hemos visto versiones de El corazón de las tinieblas, Tiempo de silencio (que regresa), Jane Eyre, Moby Dick… Reflejar un mundo en un texto necesariamente mucho más breve que el original es siempre tarea compleja, no digamos meterse con El idiota, empresa de alto riesgo de la que José Luis Collado ha salido indemne. Este Idiota se desarrolla con fluidez, se entiende en el sentido más hondo y –sobre todo- se ubica en el cosmos de atormentada ética de su autor.

    No pude evitar la sensación de que faltaba una semana de ensayos. Esto no quiere decir que se perciba una torpeza generalizada, pero sí algunas réplicas que se podrían pulir, determinadas actitudes que rendirían más en otro tono. Son detalles, y es muy posible que el rodaje termine de pulirlos, pero no oscurecen la cuestión fundamental: la historia atrapa, los intérpretes se ensamblan con precisión, las idas y venidas (docenas de idas y venidas para contar tanto) están bien engrasadas. La composición que Fernando Gil hace de este idiota entrañable va creciendo a medida que pasan los minutos y termina por ganar el aprecio del espectador, como ha ganado el de la extraña sociedad que lo rodea. Yo diría que no sobra ni un minuto de las dos horas que Dostoievski demanda.

* * *
Me voy a ponerles el enlace a Los hermanos Karamázov, también de Vera, y compruebo que nunca la colgué. Así que se la copio:

TRAGEDIA, FARSA, MELODRAMA

Primero, lo más evidente: tres horas y veinte de función que se sostienen. No aburrir en doscientos minutos tiene ya un mérito considerable. ¿Va la cosa más allá? Sí. ¿Está a la altura del reto autoimpuesto? A ratos. Mucha, muchísima novela Los hermanos Karamázov para subirla a un escenario. La adaptación de José Luis Collado narra con bastante soltura y evita hábilmente que los personajes tengan que rendir informes verbales de todo lo ocurrido fuera del teatro.

    Se le ha reprochado a Vera la vehemencia en el tono, el griterío sostenido. No me molestó. Me parece, más bien, que su lectura se acerca en muchos pasajes a lo trágico (aunque, como ha dicho Ordóñez, termine en melodrama), y que si uno piensa en Esquilo mientras ve a Dostoievski entiende mejor lo que ha hecho. La tragedia vira, empujada por Echanove, hacia la farsa. Quizá no representará al papá Karamázov que tenemos en mente, pero compone un Falstaff bien encajado en este XIX ruso. Disiento de algunos de los pareceres leídos y oídos: Poveda es una magnífica elección para una Grúshenka en alocado equilibrio entre la alegría de vivir y la destrucción. Y destaca Vilajosana, completamente transfigurado en su personaje. ¿Lo mejor? La escena en la iglesia con el padre Zosima. Y el alarde de escenografía e iluminación (Vera y Gómez-Cornejo) de enorme belleza.

* * *
1.- Lo primero que salta a la vista es que, esta vez, no hay la menor vacilación de género. Vera se instala en el drama, yo diría que acertadamente.

2.- Nota escenográfica. Tuve la constante sensación de que esto se iba todo el rato a la derecha (del espectador). La afirmación no es estadísticamente cierta, porque hay unos cuantos cuadros (los de la apacible vida familiar de los Epantchin y el nada apacible de Nastassia arrojando el dinero al fuego, por ejemplo) a la izquierda. Quizá el efecto se deba a que era yo el que intentaba no fijar la atención ahí, porque había algo que me perturbaba: un arco que no sé si tiene intención realista pero que me hacía un efecto como de las casitas de cartulina de recortar y pegar que me regalaban de niño cuando estaba enfermo (y que tuvieron un efecto decisivo sobre una de mis vocaciones). Lo ven en la foto.

Ulloa, Gil y Luengo. A la izquierda, el arco.
A diferencia de lo que ocurre en el otro lado, con ese estrepitoso rojo de la tela adamascada, aquí no hay apenas nada que distraiga del arco. Serán tonterías, pero su acabado-cartulina-plegada, que resalta sobre un lienzo de pared liso y extenso, gravitó sobre mi percepción durante las dos horas.

3.- No sé si debería empezar a preocuparme, pero tanto aquí como en El jardín de los cerezos mi opinión parece alinearse con el consenso de la crítica. ¿Será la edad? Divaguemos sobre eso. Hay un par de avezados espectadores que me han sustentando su juicio negativo sobre este Idiota en consideraciones del tipo "es una cosa antigua". Hace unos veinte años, yo estaba sinceramente convencido de que el teatro de texto estaba muerto. No era memo (no más que la media, creo), era joven. Recuerdo a mis mayores mirándome con conmiseración. Tenían razón. Ni el teatro de texto ni Vera están muertos. Siempre habrá lugar para eso que las actrices mayores llaman en las entrevistas "el teatro de siempre", es un género indestructible. Pero está, además, la cuestión del tiempo y la perspectiva. El otro día, por pura casualidad, me endilgué uno de los conciertos para piano de Rachmaninov (ahora parece que hay que escribir Rajmáninov, paciencia). Les aseguro que hacia 1985 los espíritus más despiertos de la vanguardia musical lo consideraban, más o menos, un idiota, como a Myshkin. ¿Por qué? Porque siguió escribiendo como Tchaikovski (¿cómo se escribirá ahora?) en pleno siglo XX, haciendo caso omiso de los sucesivos últimos gritos. Treinta años después, cada vez importa menos que Rachmaninov muriera en 1943 y Tchaikovski en 1893. Cuanta más distancia tomamos, más cercanos parecen. Dentro de doscientos años serán estrictamente contemporáneos. Esto es pertinente también respecto a ciertos comentarios sobre La geometría del trigo de Conejero. Que si "muy Lorca", que si "esta trama la hemos visto muchas veces". Ya, pero eso importa poco. Sólo importa si las cosas están bien hechas. La geometría y El idiota están bien hechas.

4.- Poco sitio tenía en la Guía para detallar lo que me pareció escaso de ensayos. Me pareció, por ejemplo, que Yolanda Ulloa -una superactriz que admiro sin reservas- estaba colocada en un lugar distante y frivolón que, adecuado como registro general, rentaría más con alguna grieta abierta hacia la implicación sentimental: la fragilidad que muestra en la última escena, con Myshkin en la silla de ruedas, sin ir más lejos. Algo parecido creí ver en Ricardo Joven y Abel Vitón. Marta Poveda, que es de esas actrices cuyos detractores y admiradores tienden al extremo (yo mismo soy un fan entregado) desplegaba todos los talentos que posee, pero con menos matiz que de costumbre. Insisto: si tuviera que apostar, yo diría que cuando publico esta entrada estará todo más ajustado.

5.- ¿Sobran las proyecciones, como me dice C.? No sé si sobran. Pero es verdad que el montaje sería idéntico si se eliminaran. No así, si se eliminara la música. Se me antojó oír a Prokofiev, a Shostakovich y hasta a Katchaturian en un momento, pero no se fíen mucho. Hace años que dejé de dominar el repertorio. Ya no hablo de oídas, que es lo bueno en este caso, sino de campanas que no sé desde dónde me llegan.
P.J.L. Domínguez