miércoles, 23 de mayo de 2018

LA AUTORA DE LAS MENINAS

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Erenesto Caballero Intérpretes: Carmen Machi, Francisco Reyes y Mireia Axalá 
(la función ya no está en cartel)


Francisco Reyes y Carmen Machi. La escenografía era de Azorín.
A ver si, poco a poco, voy colgando todo lo que me salté en el agujero negro de los meses silenciosos.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

UNA FIESTA

La autora de las Meninas da más de lo que promete. Y no es que la sinopsis que gira por ahí no refleje bien la pluralidad de cuestiones que se entrecruzan en la pieza, pero este crítico, y seguramente más de un espectador, llegó al teatro esperando una fábula amable con monjita superestar. ¿La fuerza del estereotipo “monja”? Pues de eso nada. Este texto condensa sin atragantarse una cantidad enorme de cuestiones de primer orden –de la consideración social del arte a la vanidad como fuerza motora- entrelazadas en una dramaturgia redonda. La inteligencia de Caballero brilla en cada esquina, qué placer. Me lo voy a leer con fruición en cualquier resquicio que me dejen las desquiciantes fiestas.

    El Caballero autor se ha dado la mano con el Caballero director, y el resultado es una fiesta. Empezando por el casting: los tres intérpretes parecen dibujados para los respectivos papeles. De Machi poco hace falta hacer decir, está que se sale. Mireia Axalá es fiel trasunto de esos políticos que saben componer un articuladísimo discurso para justificar cualquier barbaridad: fríamente cordial, tensa, disparada cuando se emociona. Francisco Reyes es un excelente actor de físico y voz peculiares, al que hay que saber dónde se coloca. Está en un lugar que le va al pelo, pero no quiero desvelar el eximio personaje al que representa.


Estoy colgando la crítica con cinco meses de retraso, así que a lo mejor ya puedo desvelarlo. Uno de los grandes atractivos del texto es el descubrimiento paulatino de que el personaje de Reyes -un supuesto vigilante de seguridad en prácticas- en realidad es el Maligno. Está ahí para exacerbar la vanidad de una monja que, hasta la puesta en marcha de sus malas artes, siempre se consideró una humilde copista, sin sospechar que escondía dentro de sí una desmedida ambición artística. Reyes es un actor con una presencia escénica imponente. A veces se usa esa expresión para dar a entender que alguien es muy guapo, pero no es eso lo que quiero decir. Quiero decir exactamente lo que digo: llena el escenario con su voz y su físico (como decía en la crítica en papel), pero también con su gestualidad pausada: lo dice todo con una mirada, con un silencio (y estoy pensando ahora en la escena de Los mariachis en la que es un compañero de partido de Elejalde y va a visitarlo al hospital). Su presencia corporal tiene un peso específico en los alrededores de John Wayne, para que me entiendan. Este papel parece escrito para él: se pregunta uno al principio si merecía la pena derrochar tanto carisma en un personaje secundario. La justificación se produce gradualmente a medida que el espectador sospecha quién es. Delicioso. Le hemos visto después El tratamiento y Los mariachis. Este tipo es la bomba.

La bomba, también, el vertiginoso y delirante monólogo en el que Machi pasa revista a toda la historia del arte occidental, describiendo su abandono de... todo, de la forma al concepto. Es tan bueno (tan bueno el texto y tan buena la interpretación) que debería incorporarlo como bis cuando actúe en otras cosas. ¿Les parece una locura? Antes se hacía. Un actor terminaba Hamlet y, tras los aplausos, propinaba su celebérrima declamación de X, donde X es un monólogo, una poesía o lo que fuera. Nos hemos puesto tan puros y tan finos durante el último siglo que nos perdemos cosas divertidísimas.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 22 de mayo de 2018

LOS MARIACHIS

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Pablo Remón Intérpretes: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Francisco Reyes y Emilio Tomé Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Elejalde, Tomé, Reyes y Bermejo

Remón ha tenido una trayectoria interesantísima, con clímax en Barbados, etcétera. Si no les da pereza, salten un momento al enlace para leerse al menos la primera parte. Fue un éxito rotundo de crítica y público que tuvieron que reponer en el Pavón. Estrenó después, en el mismo teatro, El tratamiento, una de esos títulos que no mencioné en los meses de blog congelado. Interesante también, armada, con algo más de humor que el habitual espolvoreado aquí y allá... notablemente distinta de sus propuestas anteriores. Desplazada -en un imaginario continuo que fuera de la vanguardia rabiosa hasta Arturo Fernández- unos consistentes centímetros más hacia lo comercial. (Disculpen que despache el asunto en plan caricatura, pero encontrar una terminología más adecuada es fatigosísimo) Esto no es, a priori, ningún demérito. En lo que me concierne, aprecio muchísimo los productos (y perdón también por esta palabreja) que se sitúan en la tierra media y que lo mismo puede ver un moderno que un aficionado al teatro tradicional. Pospinteriano llamé alguna vez a Remón -ya saben que a un crítico le gusta más una etiqueta que un plato de croquetas de bacalao- y El tratamiento es cualquier cosa menos pospinteriano. 

Sin embargo, y al margen de ese deslizamiento de género, El tratamiento no estaba a la altura de sus obras anteriores. Me dio la sensación -y no sólo a mí, recibí varios comentarios parecidos- de que a su autor se le había atragantado un poco la abundancia de medios. No vayan a imaginar que aquello era Las Vegas, pero frente a sus trabajos precedentes -montados siempre con una austeridad extrema y pocos intérpretes- había allí mucha gente, mucho escenario, mucha producción. Tampoco quiero dejarles la sensación de que fuera una pieza fallida, los intérpretes estaban muy bien (descubrí a Ana Alonso, a la que no supe apreciar en La abducción de Luis Guzmán), la historia está narrada con talento estructural... Lo que ocurre es que cuando se es bueno, no siempre es fácil estar a la altura de uno mismo.

Los mariachis cuadran más con su producción anterior. Sobre todo su primera mitad, más de atmósfera que de progresión narrativa. Porque, soltemos cuanto antes el rasgo más marcado, la estructura A-B es evidente. Tomé, Reyes y Bermejo están muertos de asco en un pueblo diseñado para morirse de asco, recocidos en su propia salsa de fracasos de pareja, fracasos económicos y consumo de drogas durante las conversaciones domésticas, con el dudoso horizonte de las ilusiones colocadas en... ¡las próximas fiestas patronales! Desolador. Después, mucho después, llega la trama: Elejalde, una aparición espectral que arrastra su fracaso galáctico como político corrupto. Lo han pillado. La primera mitad funciona como el mejor Remón, la segunda se empantana hasta el punto de obligar a mirar el reloj.

Ello no obsta para que los cuatro intérpretes estén fantásticos. Puede parecer incongruente con lo que acabo de decir, pero es de lo mejorcito que le he visto a Elejalde, que ya es decir. Alguien escribía que Bermejo está a la altura de El minuto del payaso, que ya es decir. Y Reyes y Tomé consiguen siempre que uno no sepa decir dónde terminan ellos y dónde empiezan los personajes, que ya es decir. De Reyes aún no he colgado La autora de las Meninas, imperdonable.

Lo de Boromello empieza a ser un fenómeno paranormal, no falla una.

Ah, una cosa más. Siempre me queda la duda de si el lector percibe la sutil diferencia entre poner algo a caldo y señalar las deficiencias de un montaje, que aunque en conjunto pueda considerarse fallido, no carece de interés. No por las limitaciones del lector, sino por las mías. Por si acaso, lo voy a decir con todas las letras: Los mariachis está muy lejos de ser un desastre.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 20 de mayo de 2018

LA VALENTÍA

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor y director: Alfredo Sanzol Intérpretes: Jesús Barranco, Francesco Carril, Inma Cuevas, Estefanía de los Santos, Font García y Natalia Huarte Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Estefanía de los Santos e Inma Cuevas
Como a tantos, me encanta Sanzol. Uno de los imprescindibles, que se pueden contar con los dedos de una mano. Puedo equivocarme, pero creo que lo he visto todo desde Sí, pero no lo soy.  (Les dejo los enlaces a La ternura -no se la pierdan, que vuelve- Historias de Usera, La calma mágica, La respiración y Esperando a Godot, la única de la que no era también autor y la única que no me gustó. No tengo reseñas de la gloriosa Días estupendos ni de su gloriosísima aportación a El manual de la buena esposa). Siempre es difícil hacerse con las coordenadas de un creador y disfrutarlo al primer encontronazo, pero ya aquello me pareció una cosa estupenda. De esas cosas estupendas que satisfacen al mismo tiempo el hambre intelectual y las ganas de pasarlo en grande. Sanzol se las arregla siempre para soltar lo más relevante con el aire de quien hace un comentario en el ascensor, algo que agradezco con pasión, aplastado por tanto montaje pretencioso como se ve por ahí. Ha encontrado un lugar propio entre la comedia sentimental y la comedia costumbrista de réplica chisporroteante por el que transita con comodidad admirable.

Dicho todo esto, La valentía es -al menos en su estreno- un sonoro patinazo. ¿Por qué digo "al menos en su estreno"? Verán. Me aburrí a ratos, lo peor que puede pasar en un teatro. Pero estoy dándole vueltas al texto desde la noche del jueves, y me parece que es tan bueno como los anteriores. Con lugar para la carcajada, para el sentimiento y para su puntita de melodrama. Y, sin embargo, nada encaja. La primera escena ya anuncia lo que va a venir, con Estefanía de los Santos en ese realismo intenso que ella sabe bordar e Inma Cuevas instalada en el estereotipo. ¡Inma Cuevas! Inma Cuevas es la bomba hasta cuando la meten en ese pestiño infumable de Comedia multimedia, así que si está haciendo aquí de marioneta en las antípodas de cualquier construcción del personaje, si utiliza esa prosodia amanerada, si -en suma- se apunta a la construcción estilizada de una determinada pose cómica, no es porque se le ha ocurrido a ella solita. Sanzol debe de estar de acuerdo. Y, a lo mejor, esto hubiera funcionado si estuvieran todos ahí, pero es que no lo están. 

Cuando habla, podríamos estar perfectamente en un montaje de Lina Morgan (dicho sea sin sombra de menosprecio). En cuanto Estefanía de los Santos abre la boca más de dos minutos, viajamos a un melodrama pausado tirando a De Filippo. Si sale Francesco Carril, comedia disparatada. Jesús Barranco, Mihura. Digamos de paso que, en mi modesta opinión (no soy director de escena, eso que salen ustedes ganando) el tono que mejor le va al texto es uno de estos dos: el de Carril o el de Barranco.

En resumen, hay un gigantesco rompecabezas de tono, estilo y registro que impide que se ejecute en condiciones lo único imprescindible en una comedia de carcajadas: el control de tiempos. O las encajas en su sitio o no hay nada que hacer, y de esto nadie puede darle lecciones a Sanzol. Por eso decía "al menos en su estreno". A veces, a base de repetir funciones, los intérpretes van encajando. No me sorprendería nada que dentro de quince días todo funcionara como un tiro.

Se entiende, por tanto, a dónde quería llegar Sanzol, pero me temo que no ha llegado. Me pasé la función pensando en Paso. El primer whatsapp que me llegó a la mañana siguiente con comentarios sobre el estreno hablaba de Paso. Otros dos de mis interlocutores han mencionado a Jardiel. Si me lo permiten, esto es Jardiel - Mihura - Paso - Azcona... y un larguísimo etcétera en el que caben la citada Lina Morgan y hasta el José Luis López Vázquez de esas españoladas disparatadas de los sesenta y los setenta que tantas veces se despachan con displicencia y que dan más de una sorpresa cuando se detiene uno a mirar los créditos del guión. Nótese que esa tradición que esbozo está repleta de cadáveres y fantasmas, reales o ficticios (ah, es que de eso va la comedia, que no le he dicho aún). Puestos a repetirles lo que la gente comenta, también es casi unánime el reproche a los gritos. El arranque es así, en la primera escena ya citada, algo que casi siempre presagia desastre. La pasé pensando "bueno, ya llegará el sosiego", pero lo cierto es que se grita demasiado. Respecto a comentarios, y como hace nada les mencionaba aquello de oír algo en la puerta del teatro y ver después escrito exactamente lo contrario, sepan que me ha vuelto a pasar. Me llegó nítidamente a los oídos el juicio que alguien  hizo a la salida y leí unas horas después lo que escribió en la red. Sólo les diré que no es ningún desconocido. Debo de ser idiota, pero estas cosas me siguen descorazonando.

Estefanía de los Santos (La distancia, Siempre me resistí a que terminara el verano, Las plantas, Marca España), Francesco Carril (Furiosa Escandinavia, La cortesía de España) y Jesús Barranco (Historias de Usera, Los Mácbez, La cena del rey Baltasar) están de muerte (aunque, lamentablemente, cada uno en una comedia distinta). Todo el mundo sabe que Barranco y de los Santos llegan casi a la infalibilidad (yo diría que las mejores escenas son las del primero farfullando a solas y un monólogo de la segunda), pero atentos a Carril. Ya me pareció en Furiosa Escandinavia que podía ser un actor que estaba creciendo a marchas forzadas, y La valentía lo confirma. La función sube enteros cada vez que abre la boca. Huarte y Font pasan más bien desapercibidos.

Tampoco les ha gustado la cosa a Luis del Amo en Diarioabierto.es y a Kritilo (las dos primeras críticas que vi que salían, antes de que mi semana saltara por los aires y me dejara sin tiempo para seguir buscando). Aunque no estoy de acuerdo con el segundo respecto al texto. Yo creo que deja mucho margen para una excelente puesta en escena. A del Amo le parece indigno que, en lo más serio, salten las carcajadas. En esto no puedo estar más en desacuerdo: me parece uno de los rasgos más característicos y más interesantes del teatro de Sanzol. Llamémoslo la carcajada reflexiva.

Último apunte: la escenografía, sin estar mal, poco aporta. Imagínense la misma función a pecho descubierto, como La ternura. ¿No quedaría todo igual?
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 10 de mayo de 2018

CONSENTIMIENTO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autora: Nina Raine (versión de Magüi Mira y Lucas Criado) Directora: Magüi Mira Intérpretes: Concha Delgado, David Lorente, María Morales, Jesús Noguero, Candela Peña, Pere Ponce y Clara Sanchis Duración: creo recordar que 2.40', con entreacto de 15'
(la función ya no está en cartel)


Eso está muy al fondo, pegado a la chácena. Sólo tiene relevancia en el arranque y al final. El resto de la función se desarrolla en un amplísimo espacio, delante de ese mural de cajas, con público en sus tres lados restantes.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

RECONCILIACIÓN

Me parece sorprendente la frecuencia con la que la comunicación previa de la oferta teatral se regodea en desorientar al posible espectador. A veces, prometiendo más de lo que hay. Otras –como en este caso- al revés. Consentimiento, de la que veo errado, por restrictivo, hasta el título, no es una pieza sobre la violencia contra las mujeres, aunque el asunto esté bien presente. Es eso y más: un texto de corte clásico de los que se proponen analizar minuciosamente cómo nos relacionamos los humanos. Emoción, contradicción, error, arrepentimiento… ¿perdón? Un gran texto.

    La puesta en escena me reconcilia con Magüi Mira después de Festen. Me reconcilia con Clara Sanchis que, cuando se sujeta a sí misma, es un prodigio de fluidez. Casi (digo casi) me reconcilia también con estos horarios que, tras tanta cháchara sobre la racionalización, nos envían de vuelta a casa a medianoche. Sobran las breves coreografías intersticiales, que parecen estar sólo para proclamar que, además de este teatro de texto de siempre, hay otros mundos. Vale: mensaje recibido. Si quitamos esos minutillos queda lo que cuenta: una gran función en la que todo el mundo brilla,  pero que regala a Jesús Noguero y Candela Peña –en los papeles centrales- y a Nieve de Medina –en el más contrastante- oportunidades de lucimiento de las que no dejan pasar ni media.  


Me parece que tuvo bastante éxito de crítica, al menos eso recuerdo de las tablas de estrellas, y -si podemos considerar fiable a efectos estadísticos mi muestreo habitual- ninguno de público. No gustó a ninguno de mis conocidos. También Kritilo, que debe de ser el crítico con el que más coincido habitualmente, encontró deficiente el texto. Uno de esos casos, más bien infrecuentes, en los que la opinión se divide en dos. Yo fui con todos los prejuicios en contra activados al nivel máximo -el estrés postraumático de Festen- y resignado a 160 minutos de sufrimiento, pero lo pasé estupendamente. Detalle final: la escenografía (Curt Allen Wilmer, ) se reduce al retablo de la foto y a algunas cajas de cartón más, tipo mudanza, que son ahora esto y luego aquello. Si tienen en cuenta que Curt Allen Wilmer es el mismo escenógrafo de La cocina estarán de acuerdo en que este tipo merece el collar de gran maestre de la Orden de la Versatilidad. Las grandes inversiones y los grandes resultados no tienen relación causa-efecto, coinciden a veces (La cocina es buen ejemplo) y otras no (éste es buen ejemplo, los dos duros de las cajas rentan de miedo).

P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 9 de mayo de 2018

MUÑECA DE PORCELANA

Sala: Teatro Bellas Artes Autor: David Mamet (versión de Bernabé Rico) Director: Juan Carlos Rubio Intérpretes: José Sacristán y Javier Godino Duración: no conservo el apunte
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Vi esto hace nada menos que dos años, creo recordar que en el Matadero. Pero está de vuelta en el Bellas Artes, así que rescato la crítica publicada entonces en la Guía del Ocio.

MAFIA INSTITUCIONALIZADA

¿Nos van a extrañar a estas alturas las turbias maniobras de los poderosos? Hace poco, hubiéramos visto en Muñeca de porcelana una excepción, frecuente pero excepción al cabo, al normal discurrir de las cosas. La sospecha de que, bien al contrario, la realidad visible es solo un teatrillo de guiñol cuyos hilos se manejan de forma cínica e indecente por unos cuantos, crece al amparo de las noticias de todos los días y siembra el desconcierto y la desesperanza.

    Mamet no cuenta, por tanto, nada que no sepamos. Pero lo cuenta de forma magistral: noventa minutos, un despacho, dos personajes con sus telefónos móviles y uno fijo sobre la mesa. Eso le basta para radiografiar en detalle, con impecable técnica narrativa que no deja ver las costuras, una historia enmarcada en el género, tan caro a los anglosajones, del “auge y caída”. La mafia institucionalizada, el navajeo canalla en las cumbres de la política.

   Sería posible exprimir más el texto, pero la versión de Rubio es potente y mantiene el interés. Sacristán, cuyo talento parece rejuvenecerlo en el escenario, aguanta el peso de la obra de cabo a rabo sin aflojar un instante. Excelente presencia semiausente de Godino. Habría que dar una vuelta, quizá, al momento en que la trama revienta, y que no puedo desvelar. 

P.J.L. Domínguez
          

martes, 8 de mayo de 2018

TIEMPO DE SILENCIO

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Luis Martín-Santos (versión de  Eberhard Petschinka) Director: Rafael Sánchez Intérpretes: Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto y Carmen Valverde Duración: 1.55' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

SIETE FANTÁSTICOS

Ahí estaba Tiempo de silencio, erguido en nuestro siglo XX como un gigantesco monolito en medio de un barrio de chabolas. Esperaba a que se atrevieran a ponerle carne en un escenario, cuando José Luis Gómez se sacó de la manga a Rafael Sánchez. A pesar de su nombre, un suizo que viene del teatro en alemán. Feliz idea. Con el concurso de un excelente adaptador -Eberhard Petschinka- este nieto de españoles ha conseguido una puesta en escena diáfana, comprensible y hermosa, adjetivo manido pero insoslayable.


    A golpe de intérpretes, porque no hay casi nada más (discretísimas escenografía e iluminación de Ikerne Giménez y Carlos Marquerie, sonidos de Nilo Gallego). Estos siete fantásticos saltan de personaje y de escena sin baches, salpicando alguna breve licencia gestual y apechugando con los brincos de lo narrativo a lo dialogado y regreso. Esto era, quizá, lo más complicado, y se resuelve felizmente: sin desgarros, con las voces de los sucesivos narradores acompañando y espesando la atmósfera. Me resulta muy difícil destacar a nadie, aunque es imposible no mencionar a Casamayor, una de las más grandes de nuestra escena. Pero hay una pregunta obligada: ¿de dónde sale Sergio Adillo? Como dicen que dijo una vez Javier Vallejo, este hombre dará que hablar. Ah, se me olvidaba: el giratorio mejor usado que he visto en mucho tiempo.

Subrayo, meses después, el detallito de economía escenográfica: el director tiene a su disposición, ahí en la mitad del medio, un jugosísimo giratorio al que pocas almas se resistirían. Pues bien, tiene el temple de esperar una hora y cuarto antes de hacerlo funcionar, y no vean el partido que le saca luego. Eso es dominio de los tiempos, y lo demás, chistes.
P.J.L. Domínguez
          

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Sala: Teatros del Canal Autor: Joseph Conrad (versión de Darío Facal) Director: Darío Facal Intérpretes: Ernesto Arias, Ana Vide, Kc Harmsen y Rafa Delgado Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Foto de Antonio Castro para Madridiario

Vaya, creía que iba a estar más tiempo y veo ahora que se va el 13. Hubiera debido colgar la crítica antes, que si son buenas parece que se hace un favor a la difusión (si son malas, también; lo peor que puede pasar es que no haya nada, ni buenas ni malas).


A Facal le he visto Las amistades peligrosas, que me gustó bastante, y El burlador de Sevilla, que no me gustó nada. En la primera domó y mantuvo a raya todas las licencias de creador alternativo desparramadas por el escenario. En la segunda, se lo comieron. (Perdonen el adjetivo "alternativo", pero ya les digo siempre que no hay manera de calificar decentemente lo que no es convencional). Fui temeroso esta vez, y me encontré con lo que menos me esperaba: elegancia. Ahí está lo entretenido de este oficio, en las sorpresas. (Si quieren leer alguna reflexión sobre lo "alternativo", echen un vistazo a la crítica de Danzad malditos)

Parte de mi temor derivaba de la duración. Una hora y veinticinco en mi función, incluida una breve introducción general sobre Conrad y la novela, dicha con arte y gracia por Ernesto Arias (durante la que no puede evitar recordar el bochorno de la propinada en Europa, que a sí misma se atormenta). ¿Se puede concentrar El corazón de las tinieblas en menos de hora y media? (Apocalypse now: 2.27') Pues resulta que sí, que se puede. Incluso si se le agregan elementos que hagan la representación "alternativa" y no "convencional" (qué horror, la necesidad de estos adjetivos, que alguien sugiera otros, por Dios). Los siguientes:

1) La escenografía abstracta. Ven en la foto de más arriba la pantalla y las vitrinas situados al fondo y en el centro. A la derecha del espectador un estradillo sirve de apoyo a un sofá y una mesita, creo recordar, de época. A la izquierda, atrás, un piano de cola; más adelante, otra tarima con apenas un discreto montoncillo de tierra. Fin.

2) La incorporación al texto de pasajes del Génesis (la creación, la caída y la expulsión) que declama Ana Vide sobre proyecciones (Adán, Eva, la serpiente...).

3) La irrupción de violentos efectos sonoros (más violentos que la iluminación). Hay una sirena que casi me tira de la butaca, estrepitosamente bien puesta. En los dos sentidos, literal y figurado, de "estrepitosamente".

4) Los sucesivos personajes encarnados por Kc Harmsen, apenas esbozados, pero constructivamente importantes.

5) El tambor. Ya les he dicho que hay un piano, pero lo que se toca en él es música romántica, perfectamente en boga en el momento histórico de la novela. Me replicarán que el tambor estaba perfectamente en boga también, sólo que no en los salones europeos sino en la selva visitada. Touché. Pero el efecto es, dado que la función se representa mucho más cerca de los salones que de la selva, tanto geográfica como -sobre todo- mentalmente, de irrupción exótica. 

6) La proyección de las imágenes que el manipulador que ven en la foto de arriba obtiene enfocando en tiempo real ésta o aquélla fotografía de las contenidas en las vitrinas. Fotos de época: el supuesto predecesor de Conrad al mando del barco fluvial e imágenes de la vida de los indígenas bajo aquella inhumana explotación. Una cosa heredada del teatro de objetos y de todo tipo de performances al uso. Muy bien encajada aquí.

Si amontonan Génesis, tambor, sirena, proyecciones de fotos bailonas, Harmsen moviéndose por ahí -algún rato como su madre lo trajo al mundo-, Ana Vide en traje de época y Ernesto Arias barbudo y fumando en pipa... (¡ah!, y hasta un pequeño alarde de pirotecnia que olvidaba) seguramente se van a hacer una idea de batiburrillo de moderneces. La idea será falsa, porque Facal ha conseguido someter el catálogo al hilo conductor de los monólogos de Arias, que narra muy sosegadamente esta historia de horror febril y alucinado. Este hombre me ha gustado siempre por eso, porque todo lo dice sin el menor aspaviento, y en El corazón de las tinieblas ese temple es el apoyo central de todo el invento. Casi (casi) la función es un monólogo ilustrado aquí y allá por un breve diálogo, por una intervención extraterrestre (de Harmsen, de Ass Sabar tocando el tambor o muriendo de un lanzazo, de Ana Vide y sus versículos... Rafa Delgado sale poquísimo). 

Hay una consistente excepción. La pieza termina con una larga escena en la que el protagonista miente piadosamente a la prometida de Kurz (iba a explayarme aquí largamente sobre el misterioso personaje, pero los tengo por informados). La escena no es larga: es larga, larga. Habrá quien la juzgue excesiva, pero se entiende para qué está. Es un largo, largo, comentario en negativo de todo lo anterior. Todo el horror dado la vuelta como un calcetín por una plácida conciencia europea que se autoadministra todos los lenitivos necesarios para ignorar el infierno. A mí no me sobra.
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 4 de mayo de 2018

SCRATCH

Sala: Nave 73 Autor: Javier Lara Directores: Carlos Aladro, Carlota Gaviño e íñigo Rodrígez Claro Intérpretes: Javier Lara y Fernando Delgado-Hierro Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Delgado-Hierro y, de espaldas, Lara
Versión muy breve:

A evitar cuidadosamente.
Versión breve:

Una empanada de cuidado. El resultado es tan deficiente que ni siquiera sería capaz de decir si se salva el texto, aunque es posible. La tricéfala dirección no sabe ni de dónde viene ni a dónde va. Algunos elementos (proyecciones, textos también proyectados, cegadoras usadas hasta la extenuación, delirios sicotrópicos, interactuación con los espectadores, acento caribeño del interrogador metafísico) parecen perfectos para urdir un éxito en el Frinje (2016), pero están puestos con los pies. En lo que cuenta (construir dramaturgia, mantener ritmo, controlar el pulso narrativo... no aburrir, en suma) la función no llega ni a un suspenso digno. Se diría que hay un intento de saltar de género / estilo: comienza muy alto (tanto de energía como de volumen), muy alternativo, muy cool / joven, y de pronto "anda, pero si ahora parece Cuéntame", como me susurró JM. Estas cosas se hacen muy bien o son catastróficas. Lamento ser el único pitufo gruñón, pero es así.

Excursión a los cerros de Úbeda:

No es que sea un grupo de indocumentados. Lara es un excelente actor (La ternura) que compartió escenario con Gaviño y Rodríguez Claro (dos de los codirectores) en Todo el tiempo del mundo. Qué les voy a contar de Aladro. Y Fernando Delgado-Hierro (que ha hecho muy bien en modificar su apellido para estas cosas del arte) estuvo nada menos que en La distancia y en esa maravillosa Iliria que nadie vio (Iliria es de lo mejor que he visto en Madrid en dieciocho años, pero su autora está nominada ahora para los Max por un texto que no le llega a la suela del zapato ni a Iliria ni a ninguna de las numerosas piezas que ha estrenado en los últimos tiempos. Los Max se equivocan hasta cuando aciertan). Muy bien en la primera y absolutamente sembrado en la segunda. Aquí están bien los dos, pero ya les he dicho cuál es el resultado. En fin, mucha gente con talento patinando a lo grande.

Para mi pasmo, el ranking de Tragycom les da un 4'08 sobre 5 y, para que se orienten, lo que sacan El corazón de las tinieblas, En la fundación, Muñeca de porcelana, La Pilarcita y Tiempo de silencio es, respectivamente, 2'50, 2'75, 2'88, 2'90 y 3'33. ¿Quieren más? La misma clasificación otorga 3'50 a Óscar o la felicidad de existir (un melodrama tramposo que roza lo repugnante a pesar de la fantástica actriz que lo interpreta) y 3'28 a Ilusiones. Alguien debería estudiar de manera seria cómo se crean las corrientes de opinión. El problema es que haría falta muchísimo dinero. ¿Cómo? Se trataría de exhibir algunas piezas de la forma habitual, dejando que se formen esos vectores de presión de la amistad, del respeto reverencial por determinadas personas, de lo-que-se-supone-que-es-la-opinión-correcta, del miedo a opinar distinto... Exhibirlas después a espectadores que no tuvieran absolutamente ninguna información previa ni posibilidad de comunicación entre sí. Y confrontar después las valoraciones cualitativas de los primeros y los segundos. Sería maravilloso. Claro que exigiría hacer las piezas con intérpretes venidos de Marte (o de Lugo, que para el caso es lo mismo) que ninguno de los espectadores conociera. Y montarlas en un retiro de montaña sin móviles, para que los datos no se filtraran. Un pastizal, pero como me toque el Euromillón lo financio.

¿Para qué? Para terminar concluyendo lo que todos sabemos y casi nadie dice. Que las opiniones mayoritarias (y tanto más las de los implicados en el medio profesional) coinciden pocas veces con una percepción imparcial. Por no hablar de la discordancia entre lo que la gente dice a la salida de la función, en la misma puerta del teatro, y la opinión que después hace pública. Echen un vistazo a los finalistas de los Max (si es que no les da demasiada pereza, entenderé que no lo hagan) e intenten recordar lo mejor que vieron en 2017, les deseo que no les estalle la cabeza. A mí, hasta hace unos años, me subía la bilirrubina. Ahora me da la risa. Espero que sea la sabiduría, prima hermana de la muerte, que llega con pasos suaves.

Están ahí citadas y sin enlace Muñeca de porcelana, El corazón de las tinieblas, Óscar o la felicidad de existir y Tiempo de silencio. Déjenme respirar, las iré colgando, pero me va a costar rellenar el hueco de estos meses. (Ya están El corazón de las tinieblas y Tiempo de silencio)

P.J.L. Domínguez