martes, 24 de enero de 2017

SPAM

Sala: Teatros del Canal Autores y directores: Rafael Spregelburd y Zypce Intérpretes: Rafael Spregelburd y Zypce (músico) Duración: 2.20'
La función ya no está en cartel 


La foto no es del Canal, pero ilustra bien el aspecto de lo allí visto. Spregelburd a la izquierda y Zypce a la derecha.

Empezaré con los gritos de ordenanza, no vaya a ser que algún fan(ático) de Spregelburd me lea apresuradamente y me organice una carnicería. Tengo una gran admiración por su obra y soy plenamente consciente de su relevancia como autor, especialmente en lo que atañe a la influencia que ha ejercido y ejerce sobre muchos otros dramaturgos. Ya.



1.- Conozco, como supongo que la mayoría de ustedes, algunos de los textos de Spregelburd, pero no le he visto nada parecido a esto. Sé que hay al menos un precedente: Apátrida. Él mismo la llamó "anomalía dentro de  mi producción", así que deduzco -a la espera de salir de mi ignorancia- que por ahora son dos los títulos que trascienden el texto por esta vía de la ampliación sonora, audiovisual... llamémosla performativa. Obviamente -a veces conviene decir obviedades- el talento dramatúrgico para escribir un texto y el talento (también dramatúrgico) para poner en pie una función de estas características son distintos. Algunos individuos los tienen ambos. Rodrigo García o Angélica Liddell, por ejemplo, aunque en cada uno de sus montajes brille más o menos uno u otro.


2.- El texto. El texto está bien. No extraordinariamente bien, y no a la altura de su autor. Digo esto, porque no me puedo quitar de encima los modelos a los que remite: Borges (sobre todo, lo relativo a la lengua de Ebla, pero no sólo, por supuesto; también mucho de las estructuras, del recurso de retorcer los clichés narrativos y los estereotipos de personaje...); las atmósferas en las que se ha visto a Cortázar y donde yo huelo a Bryce Echenique... Pero, por encima de todo, un referente directísimo y que no encuentro que nadie haya mencionado (tampoco he buceado mucho, alguien ha tenido que decirlo): el Benno Von Archimboldi del 2666 de Roberto Bolaño. El mismo tipo de relato (México / Malta) en equilibrio entre lo banal y lo alegórico, repleto de connotaciones explícitas y soterradas, escrito para producir placer extremo en espíritus cultivados que disfrutan con el quite intelectual. Que conste que me pirro por este tipo de culturalismo fragmentario que mi generación identificó con la (ahora) denostada posmodernidad, pero me temo que Spam no llega a la suela de ninguno de sus modelos. Y por si alguien está pensando que no es lo mismo un texto teatral que una novela o un cuento, les recuerdo la excelente versión de 2666 de Rigola, donde el texto resplandecía. 

2666 de Bolaño (en versión Rigola). Evidente parentesco: retazos de trama, intelectual desaparecido, entorno exótico, culturalismo y relato policíaco...

3.- El montaje performativo. El montaje está bien, pero tampoco extraordinariamente bien. Una vez más -sólo conocemos por comparación- porque no llega a la excelencia de propuestas más o menos cercanas. Es -de esto no cabe duda- una proeza técnica. Cualquiera que sepa un poquito de estas cosas sale asombrado de la prodigiosa coordinación entre texto, efectos de todo tipo (iluminación, sonido, proyecciones) y -sobre todo- intervenciones sonoras, y a veces gestuales, de Zypce (el señor del gramófono). Impecables tanto el enfoque creativo como la ejecución material. Ahora bien, respecto a la ejecución, cabe decir que esto es teatro y no circo, y que el peso de este virtuosismo no debe contar más en la apreciación crítico-estética que el parecido alarde en, por ejemplo, aquel ladrillo de Brickman Brando Bubble Boom de  Agrupación Señor Serrano (cuya crítica aún les debo). Respecto al enfoque creativo de este recital a dos: me parece, de largo, lo mejor de la propuesta. Coloca a Zypce en el mismo plano de autoría. Fíjense en las casualidades: vi el  mismo fin de semana La pasión según San Mateo del Ballet Nacional de Marsella en Bilbao, y también hay un compositor presente todo el tiempo en escena, produciendo la música en directo. Y también es lo más interesante de la pieza.

Dicho esto, resulta que hemos visto propuestas performativas con peso relevante del texto -como es el caso- mucho mejores. Por ejemplo, las piezas clásicas de Rodrígo García. (Encuentro en una de las críticas un párrafo que define este "género" -cómo llamarlo si no- de manera un poco simple pero muy didáctica: Si la experiencia de las artes escénicas, en una de sus ramas más tradicionales, se constituye con personas y sus asuntos vitales, Spam es claramente otra cosa: es una obra multidisciplinaria, con cruce de lenguajes. Más cercano a los happenings de la década del 60 del siglo pasado que a una experiencia teatral convencional, pero sin renunciar a contar historias)A eso voy, y termino.

3.- Palabras, palabras, palabras. He estado mirando comentarios de todo tipo sobre Spam. No hace falta decir que oscilan entre el encomio y el ditirambo. Pero encuentro, aquí y allá, menciones un poco vergonzantes a la duración. Del tipo "si es usted un espectador que no soporta...", como si el comentarista quisiera evitar responsabilidades. Obviedad: el teatro es un arte del tiempo. Si el tiempo está mal, todo está mal. Spam está descompensada. El interés dramatúrgico (amontonen ahí texto, música y el resto de elementos) hubiera dado quizá para una espléndida pieza mucho más corta. Yo diría -y voy a quedar como el idiota que le decía a Mozart en Amadeus que ponía demasiadas notas- que el problema está en que hay demasiado texto, y regreso a Rodrigo García. Sus piezas clásicas (Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, ver foto, La verdadera historia de Ronald el payaso de McDonalds) tenían un planteamiento de equilibrio entre el texto y lo performativo muy parecido a Spam, pero -y aquí todo está en la maestría en las dosis- mucho menos texto. En Spam, Spregelburd habla como una ametralladora, y casi sin interrupciones, durante ciento cuarenta minutos. Una brutalidad de texto innecesario. La misma peripecia podía contarse con mucho menos regodeo retórico. Sé de lo que hablo, porque ése es mi defecto, y lo reconozco cuando lo veo (aunque de más esté recordar que no soy nadie para atarle las sandalias a este señor). Ya saben que los defectos que menos soportamos en los demás suelen ser los propios. 

4.- En resumen. Interesante hasta cierto punto, muy pesada a partir de la mitad. Probablemente estupenda con una poda intensa.

5.- Nota final. Hay dos actores en vídeo que para sí quisiera cualquiera. Los padres que han regalado a su hija una muñeca a la que le da por decir palabrotas. Nunca (repito, NUNCA) había visto a un actor interpretando un formato audiovisual real (las noticias, en este caso), al que no se le entreviera alguna costura. Estos dos podrían pasar perfectamente por una pareja en el Telediario. Debe de ser que los napolitanos nacen con el talento para la simulación puesto de fábrica.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 23 de enero de 2017

LA MADRE QUE ME PARIÓ

Sala: Teatro Fígaro Autoras: Ana Rivas y Helena Morales Director: Gabriel Olivares Intérpretes: Diego París, Juana Cordero, Aurora Sánchez, Marisol Ayuso, Paula Prendes, Natalia Hernández, Ana Villa y Esperanza Pedreño Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


No es de la función, sino promocional, pero da una idea de la escenografía. Cordero, Villa, Sánchez, Hernández, Ayuso, Prendes, Pedreño y París
Siete estupendas actrices de comedia (y un actor que no se queda corto), un director al que le han solido bastar mimbres bastante peores para hacer cestos dignos... y un texto infumable. Una pena, porque la idea era buena y daba pie a un vodevil entretenido, pero apenas hay un par de entradas gloriosas, frente a las dos docenas que tendría que haber. Me pregunto cómo es posible que se haya derrochado tanto talento para intentar poner esto en pie.

Si alguien tiene un rato -y ganas- para curiosear, y aprovechando la infrecuente brevedad de la crítica, les dejo enlaces a algunas cosas que estas chicas (y el chico) han hecho con anterioridad: Juana Cordero, Ana Villa, Natalia Hernández, Marisol Ayuso, Esperanza Pedreño, Diego París

A ver si mañana les hablo de Spam y voy publicando una por día, que llevo no sé cuántas de retraso.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 16 de enero de 2017

AY, AMOR DIVINO

Sala: Teatros del canal Autora: Mercedes Morán Director: Claudio Tolcachir Intérprete: Mercedes Morán Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


No hay manera de encontrar una foto que dé idea de la escenografía. Unos pocos muebles, una alfombra y una proyección detrás, no hace falta más.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 Parece que la importación de talento teatral argentino es una tendencia que se consolida. Ciro Zorzoli y Claudio Veronese estrenaban en Madrid hace pocas semanas. Rafael Spregelburd llega en enero. Claudio Tolcachir, ya muy asentado entre nosotros, se ha traído de la mano a Mercedes Morán, una actriz que lo ha hecho todo en Argentina.

    Ella misma es autora de ¡Ay, amor divino!, estrenada en Mar del Plata hace seis meses. Un texto de cimientos autobiográficos sin afán de exhaustividad o cronología completa, estructurado en fogonazos sobre la anécdota tierna, cómica o dramática. Cosido a medida para sus capacidades. Esto puede parecer obvio, pero no lo es: conocerse a fondo es el primer mérito del intérprete.

    En un montaje sin apenas artificio escenógrafico –unas sillas, unas alfombras, alguna modesta proyección- Morán se mueve siguiendo al pie de la letra el consejo de una amiga: “Hacélo como en el living de tu casa”. Un alarde de naturalidad (ojo, la naturalidad en el teatro es siempre fruto del esfuerzo consciente) que condensa las capacidades de una vida dedicada a la interpretación. Tolcachir ha hecho lo mejor que podía hacer: desaparecer, ejercer una dirección invisible a los ojos del espectador. El resultado es un rato delicioso.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

Me caigo de sueño, me parece que lo dejo para mañana...

P.J.L. Domínguez
          

EDITH PIAF. TAXIDERMIA DE UN GORRIÓN

Sala: Teatro Español Autor: Ozkar Galán Director: Fernando Soto Intérpretes: Garbiñe Insausti, Lola Casamayor y Alberto Huici Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


En la versión del Español han desaparecido esos dos muebles centrales y se ha quedado solo el tocador de la derecha con otro elemento más liviano a la izquierda. Mucho mejor.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

LA GENTE NECESITA DIOSES

El retrato de personaje real es una trampa tras la que acechan siempre el ladrillo didáctico y las ristras de datos históricos. Algún ejemplo hay ahora mismo en la cartelera. Galán evita perfectamente el peligro con esta Piaf, que será o no será real, pero que está viva, que es lo que importa. Personaje vivo enfrentado a otro igualmente vivo: la periodista… ¿es real? Nos da lo mismo, colea que da gusto. Diálogos restallantes -la agilidad mental de los personajes hecha palabra- alrededor de la necesidad del mito y de su humana fragilidad.


     Fernando Soto ha acertado otras veces con el teatro de cámara (Constelaciones, El minuto del payaso) y vuelve a acertar. El pulso de las dos actrices está cuidadosamente medido, la dosis  de música –otro peligro en el caso de la Piaf- no es un abuso que distrae sino un elemento más del armazón dramatúrgico, tanto la escenografía y el vestuario (de Ikerne Giménez) como la luz de Ruiz de Alegría se integran felizmente en un espectáculo que gana en intensidad y hondura hasta el giro final, que no debo desvelar. Alberto Huici sirve con solvencia los varios papeles que debe encarnar. Sabíamos que Casamayor era una gran actriz, a Garbiñe Insausti la descubro ahora: compone un personajes sin fisuras. Es una de esas escasas funciones que uno volvería a ver encantado al día siguiente.

Y lo que no cabía allí:

1.- Hay que tener las narices bien plantadas para hacer lo que ha hecho Kulunka con esto. Tras dos títulos en los que los actores se cubrían con máscaras -André y Dorine y Solitudes- que les han valido general aplauso, y con los que han recorrido medio mundo, no se quedan en ese confortable reducto de éxito, en el que quizá tendrían, a cambio de la especialización, la vida resuelta, sino que montan ahora un espectáculo convencional. La apuesta les ha salido bien. Nada más estrenar, están los primeros en ese ranking de estrellitas que la Guía confecciona y que odio como crítico (prueben, prueben a valorar sus percepciones con estrellas de una a cinco) en la misma medida que adoro como espectador.

2.- No he visto más crítica que la de Vallejo (he dedicado el fin de semana a viajar para ver al Ballet Nacional de Marsella, y en cuanto me salgo de las rutinas pierdo el oremus), y coincido plenamente en los elogios al texto. Por encima, dice, de El veneno del teatro y La huella. De La huella, no sé yo. De El veneno del teatro, que estuvo muy sobrevalorada hace tiempo, sin la menor duda. Casi escribo en la crítica en papel "pulso" o "duelo" entre ambos personajes, pero me suele cargar lo de usar expresiones muy trilladas... con el resultado de que luego se entiende la mitad de lo que uno espera. Bueno, vamos con las expresiones trilladas: un duelo con la navaja en la liga entre la periodista -que adivinamos razonable, llena de sentido común, curtida, una mujer de la que uno se fiaría para que le cuidara el negocio durante las vacaciones- y la diva caprichosa que quiere endosarle su biografía autorizada, edulcorada y adornada con ribetes de humanidad y poesía. Los primeros minutos son un feliz chisporroteo al que, sobre todo, no se le ven las costuras. Claro que en la realidad es rigurosamente improbable que se dé espontáneamente una sucesión de réplicas de este tipo, que cambian la situación (me voy, no me voy, lárguese, no se largue) a cada línea, pero Galán ha conseguido que suene verosímil, que no se oiga el crujido del artificio teatral, que sean los personajes -y no el ingenio del autor- quienes hablen.

¿Era necesario el tercer actor? No sé si era necesario, vaya preguntas imposibles me hago, pero lo que puedo decir es que resulta rentable. Sus sucesivas encarnaciones del editor -jefe de la periodista-,  el padre, el amante... permiten algunas salidas por tangente que funcionan narrativamente y que oxigenan la pieza. Alguna...

ATENCIÓN: AQUÍ HAY UN PEQUEÑO SPOILER QUE LES DESTROZARÁ LA SORPRESA DE UNA ESCENA. SI VAN A VER LA FUNCIÓN, SÁLTENSE ESTE BREVE PÁRRAFO QUE SIGUE A CONTINUACIÓN.

...realmente disparada más que salida y realmente oxigenadora, como cuando, tras un oscuro, Casamayor aparece a la izquierda del escena con un chal en la cabeza, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y convertida en una fantástica abuela árabe de la Piaf que se disputa la criatura con su padre. Todo lo hace bien esta mujer.

3.- Ya que he dicho Casamayor, sigamos por ahí. Les confieso que fui pensando que se comería a Garbiñe Insausti. No porque conociera a la segunda, sino porque conozco a la primera. ¿La vieron en El señor Ye ama los dragones? Si no la vieron, lo siento por ustedes. Le tomo prestada la referencia a Gloria Muñoz: componían ambas una pareja tan perfectamente articulada como la de Florinda Chico y Rafaela Aparicio. Estuve pensando durante la función que alguien debería ponerlas juntas otra vez, a hacer, por ejemplo, ¿Qué fue de Baby Jane? (Vallejo la menciona, es evidente que la pieza hace resonar alguna frecuencia parecida) En cualquier caso, y volviendo al hilo, no se come a la Insausti, que está espléndida, se marcan las dos un precioso ballet interpretativo con sorpresa final. Hay ahí, medio olvidado a la derecha, un espejo sobre el tocador. El espejo -la imagen reflejada- tiene una función en esa sorpresa final, en la que el vestuario (Ikerne Giménez) revela también funcionalidades inesperadas.

4.- Quizá les haya quedado un poco críptico el inicio de la crítica en la Guía, con lo de la Piaf más o menos real, la periodista más o menos real. Me temo que no lo desarrollaré antes de jubilarme, pero les dejo un adelanto: la realidad, lo verosímil, el engaño, la verdad, lo falso, la mentira, lo plausible, la ficción... son el verdadero núcleo del teatro. Lo que uno ve no tiene que ser real en la vida real, tiene que ser real en el escenario. No tiene que haber estado vivo en la vida, sino estar vivo en esa ficción encerrada entre tres paredes. Nos importa un bledo que Piaf fuera o no fuera, se comportara o no se comportara como lo hace aquí. Para eso están los biógrafos (y hasta eso dudo, porque sospecho que las mejores biografías tienen siempre un peso crucial de lo novelado). Lo que nos importa es que parezca un personaje real en el escenario (si quieren un reciente contraejemplo, aquí lo tienen). Es una de las virtudes principales de lo que Galán ha imaginado. Y ya no voy a cargarles más con la excelente "reflexión" -otra palabra manoseada que me quise ahorrar en la crítica en papel- sobre la humana necesidad de fabricar mitos y destrozarlos, apurada hasta la hez por la protagonista, porque no tengo tiempo. Eso que salen ganando.

5.- Si quieren echar un vistazo a un par de aciertos anteriores de Fernando Soto, aquí tienen los enlaces a Constelaciones y a El minuto del payaso.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 15 de enero de 2017

EMILIA

SI ESTÁ BUSCANDO LA EMILIA QUE DIRIGIÓ CLAUDIO TOLCACHIR, EL ENLACE CORRECTO ES ÉSTE

Sala: Teatro del Barrio Autoras: Noelia Adánez y Anna R. Costa Directora: Anna R. Costa Intérprete: Pilar Gómez Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)

Foto de David Conde para eldiario.es
Lamento, sobre todo por la estupenda actriz, ser otra vez el pitufo gruñón que desentona en el universal coro de parabienes, pero esto es una cosita de muy poco vuelo. Adivina, adivinanza. ¿Cuál es el primer riesgo con los personajes históricos? Acertó: el didactismo. 

El texto nos cuenta quién era la Pardo Bazán intentando dejar bien claro su relieve, concretamente en lo que atañe a lo que se llamó liberación de la mujer y ahora llamamos igualdad de género. Todo me parece muy bien, pero ese objetivo es el propio de un ensayo, el teatro es otra cosa. Es arriesgadísimo soltar este tipo de afirmación, porque en seguida llega alguien que coge el rábano por las hojas y exclama "¡Cómo que en el teatro no se puede defender la igualdad!". Claro que se puede. Miren el monólogo del mercader de Venecia ("¿Acaso si...?"). Pero en el teatro tiene que haber además otra cosa. Y fíjense que el catálogo de cosas que puede haber es tan amplio como la inventiva de los creadores: belleza visual, altura literaria, peripecia, hondura emocional del personaje... A veces, hacemos bingo y aparece todo a la vez, y ya es para morirse (Incendios, pongamos por caso). Aquí no hay nada de eso, sólo una explicación un peldañito por encima de una clase de bachillerato. Datos, de eso todo lo que quieran, -incluidos el detalle de la cantidad de obras escritas en cada género o el rosario de amigos y enemigos literatos- pero poca o ninguna explicación de los recovecos del espíritu, de las motivaciones profundas, ni para esto (la ambicionada gloria literaria) ni para aquello (la pasión por Pérez Galdós). Nada que ustedes o yo no podamos encontrar tras documentarnos un poco.

No sabría decir si la causa de la igualdad fue mejor defendida por La situación de la clase obrera en Inglaterra o por Germinal. Lo que es evidente es que Zola sabía que no estaba escribiendo un ensayo. 

[Esta última frase da para una interesante desviación, ya que no puede añadirse -como la simetría parece demandar- que Engels supiera que no estaba haciendo literatura. Hasta el más árido de los tratados de trigonometría puede ser juzgado desde el punto de vista del estilo y, por cierto, no son pocos los que que encuentran fruición estética en las muestras más insospechadas de literatura gris: prospectos de medicinas, envoltorios de alimentos o prólogos a tochos técnicos de cualquier tipo. Pero volvamos a la corriente principal, que ya me han pillado ustedes por dónde voy]

Igual que Zola no hizo de Germinal un ensayo, no se escribe una pieza de teatro para enseñar tal o cual cosa. Ése es el teatro de Moratín, y así le va al pobre. El teatro, como cualquier forma de arte, busca otras cosas, bien difíciles de explicar con palabras. Se convierte en medio privilegiado para enseñar precisamente cuando las alcanza. Ya saben, docere delectando. 

Idéntica falta de imaginación en la dirección. Todo es de dos más dos cuatro. Ahora dirígete a los señores académicos, ahora a tu marido. Ahora siéntate, ahora levántate. Hay UN momento de teatro, cuando la escritora relata el homenaje recibido en Valencia. Entra un efecto de sonido -música de banda, pirotecnia- el texto eleva unos centímetros la intensidad de la evocación, la interpretación tiene un poco más de espacio para ponerse de puntillas y mirar más lejos. Fin. Me temo que Emilia Pardo Bazán quedó mucho mejor reivindicada en algo cuya combatividad no era explícita, sino implícita, como Insolación

Pilar Gómez, ya lo he dicho más arriba, estupenda. Sin dirigir, pero estupenda.
* * *
Pos scriptum: Sólo conocemos por comparación, de ahí que las comparaciones sean odiosas, pero insoslayables. Terminé lo anterior con una, y hoy me ha ocurrido algo que me obliga a otra. Uno ve tantas cosas infumables que, al final, encuentra su encanto a lo mediocre. Me pasó el viernes con Lavar, marcar y enterrar, de la que JM salió bufando mientras yo decía "bueeeno, tampoco está tan mal...". Hoy he visto Edith Piaf. Taxidermia de un gorrión y, tras comprobar lo que puede hacerse con un personaje histórico, me he puesto a bufar retrospectivamente respecto a esta Emilia. Definitivamente mediocre.
P.J.L. Domínguez

          

miércoles, 11 de enero de 2017

BROTADA

Sala: Teatro del Arte Autor y director: Iván Bilbao Intérpretes: Silvia Vacas y Fede Rey Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


La foto más ilustrativa que encuentro. La he tomado de myplacestobe.com

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

SUAVE ESCALADA

Veo Brotada, y me llegan los ecos del sutil parentesco con otra cosa vista hace tiempo: Luciérnagas, de Carolina Román. Misma sala, mismo actor (Fede Rey), mismo teatro de la modestia, misma excavación en las relaciones de familia, la misma sensación de que la función escala con suavidad la pendiente que conduce a la implicación emocional del espectador. Porque Brotada empieza pareciendo una cosa, y luego es otra. Empieza un poco didáctica, como si quisiera concienciar –un verbo que chirría en el teatro cuando es explícito- sobre la espinosa convivencia con alguien cuyos mecanismos mentales no transitan por vías ordinarias, pero al rato se va transformando en un delicado –a pesar de los gritos- paisaje de amor y entrega. Y no quiero destriparla, pero el último minuto encierra un bien urdido (en la escritura) cambio de género.

    Digo en la escritura, porque la dirección hubiera podido sacar más rendimiento tanto al desenlace como a una  revelación que se produce poco antes. En ambos casos, todo es un poco abrupto. Eso le falta a la función para ser redonda. La iluminación ayuda, y Fede Rey y Silvia Vacas defienden muy bien el texto. La primera, sorteando hábilmente el riesgo de hartarnos y el segundo, haciendo verosímil la ingenuidad. Habría que darle un poco más de espacio para interpretar el giro final del personaje.

Ha pasado una semana desde que la vi, y aún me va gustando más en el recuerdo. Un teatro de los sentimientos, pausado, creíble, sin ostentación.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 5 de enero de 2017

DANZAD MALDITOS

Sala: Matadero Autores: Félix Estaire y Alberto Velasco  Director: Alberto Velasco Intérpretes: Guillermo Barrientos, Carmen del Conte, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías, Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Parbole, Txabi Pérez, Rulo Pardo, Sam Slade, Ana Telenti, Verónica Ronda y Alberto Frías Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Fui con bastante prevención a ver Danzad malditos. Todo lo que la rodea (eco mediático, ruido en redes, fotos de acompañamiento…) me hacía presagiar una de esas moderneces a las que se les termina el fuelle en el postureo. Una vez más, el teatro –y su brazo ejecutor: Alberto Velasco- me ha dado otra lección de humildad. 

Los veinte o treinta primeros minutos parecen confirmar la previsión de catástrofe. ¿Cómo van a reconducir todo esto? Todo esto es la ausencia de línea narrativa convencional, el narrador, las alusiones a la equitación, el personaje extranumerario (la cantante), la coreografía antirrealista, las observaciones metateatraales… Pero, en un arriesgado juego, cada vez que la función roza un agujero negro dramatúrgico, ¡zas!, entra la música. 

Danzad malditos es –además de una maravillosa ida de olla- prácticamente teatro musical, una forma muy personal de teatro-danza que Velasco construye con una selección impecable de partituras (de Padam a Kurt Weill, de Too darn hot a Purcell) que le sirven de cimiento para dramaturgia y coreografía. A veces con gran maestría, como en la extenuante carrera de los intérpretes alrededor de Verónica Ronda (fantástica actriz) que repite en bucle un play-back sobre Ute Lemper. Excelentes la escenografía de Meloni y la iluminación de Picazo. Me la perdí en su día y escribo estas líneas para que nadie se la pierda.

Y algunas cosillas que no cabían allí:

1.- Me pongo a buscar por ahí, y encuentro una entrevista con Alberto Velasco que da en el clavo de la ubicación mental en la que yo lo tenía archivado: "polifacético actor, muy respetado en la escena alternativa". Lo he visto actuar, que recuerde, en Numancia y en Los nadadores nocturnos (entrada pendiente de redacción desde tiempo inmemorial), y actuar muy bien. Pero es la segunda parte de la frase la que me interesa ahora: "muy respetado en la escena alternativa". Ay, qué miedo. Esperen, antes de escandalizarse déjenme un minuto para que me explique. Nada en contra de la "escena alternativa", estaría bueno. Tanto acierto y tanto bodrio en el off como en el más respetado de los ambientes de teatro on intelectual (me pirro por la grafía intelestual, pero no está bien vista) o en el más rentable de los comerciales. Diré más: si alguien me obligara poniéndome una pistola en la cabeza a apostar en cuál de esos tres ámbitos hay más calidad, seguramente fiaría mi vida a lo alternativo. Quede todo esto bien claro.

Pero como todo tiene sus pros y sus contras, también aquí hay que mencionar un pequeño -y exasperante- inconveniente: la militancia. Verán, yo ya milité en todo. Luego se me pasaron las militancias y me quedé con la calidad. Renegué del hay que y me pasé al análisis de resultados. De resultados artísticos, no me refiero a la contabilidad de taquilla. Por supuesto, lo alternativo, la vanguardia, la rebeldía, el inconformismo... todo eso requiere del entusiasmo de la militancia como los peces requieren agua y los mamíferos oxígeno. Es hasta una hermosura ver a la juventud, como dicen las ancianas, renegar, protestar, exaltarse con lo nuevo (o con lo que les parece nuevo). Pero es igual de inevitable que la edad le dé a uno una cierta perspectiva sobre estas cosas, y le enseñe que el entusiasmo no da la razón (artística). Estoy leyendo Incerta glòria, una maravillosa novela de Joan Sales que parece que llega el año que viene al cine (sesenta años después de su publicación) y que da la medida del divorcio entre las culturas de las diversas lenguas peninsulares (¿quién ha leído esto en la meseta). Pasé ayer por un párrafo maravilloso que me viene como anillo al dedo. Un joven inconformista escribe un artículo sobre la rebelión juvenil, y el redactor jefe de la revista que se lo ha publicado se niega a publicar la continuación. Le explica que el artículo La rebelión de los jóvenes aparece una vez al año, como el de Ya se ven las primeras castañeras, y que cada vez debe ser de autor nuevo, porque los jóvenes se van sucediendo.

Esto no quiere decir, ni de lejos, que la vanguardia o lo alternativo sean algo a evitar, los dioses me libren. No sólo son imprescindibles para la evolución de las artes escénicas sino que, en bloque, son también más divertidos e intelectualmente más estimulantes que lo establecido. ¿Y entonces a qué viene todo esto? A que hay una gran cantidad de productos alternativos que vienen con la cohorte de grupis instalada de fábrica. Y a que la presión que esas hordas de seguidores entusiastas desprovistos de espíritu crítico realizan alcanza a todo el mundo, incluidos programadores y críticos. No voy a dar ejemplos, que no quiero empezar el año con disgustos, pero repasen el blog y se encontrarán una buena cantidad. Si es usted un alternativo, búsquese una buena cla virtual, y ya verá qué subidón. Haga lo que haga. Otros muchos fabrican joyas, pero, como no tienen club de fans, se quedan del salón en al ángulo olvidados, como el arpa aquella. Así se escribe la historia, diría mi madre, y tendría razón, porque en un arte como el teatro, efímero, la posteridad solo recuerda lo que queda escrito (olviden el vídeo, sólo sirve para documentar).

A todo eso me refería en la crítica en papel con lo de ruido en redes y moderneces a las que se les termina el fuelle en el postureo. Pero Danzad malditos no es postureo, tiene mucho fuelle, es un invento con nervio y columna vertebral.


2.- Iba a poner arriba del todo, donde la ficha inicial dice "autores", "libremente basado en Danzad, danzad malditos de Sydney Pollack", pero me he arrepentido. Yo diría que ni basado. Quizá, "lejanamente inspirado" o, incluso, "más o menos emparentado". Además del título y de la competición de resistencia en el baile (más intensamente alegórica aquí que en la película), no veo más. Este parentesco parece liar un poco más la autoría (repartida en el programa de mano entre los textos de Estaire y la dramaturgia de Velasco), pero el lío es fácil de deshacer: parentesco con la peli, liviano; buenos textos, pero para lo que están, que es apenas enmarcar la acción corporal, la música, el drama plástico; autor, Velasco. Yo lo veo claro.

3.- He hecho trampa en el párrafo anterior. Hay, al menos, otra cosa relacionada con la película, cuyo título original es They Shoot Horses, Don't They? (como la novela de McCoy en la que se basa) y que incluye la referencia a un episodio de infancia del protagonista, que vio cómo su padre remataba a un caballo herido. Velasco ha agigantado esta presencia equina, con un narrador vestido (más o menos) de jinete, una presencia-cantante femenina con unas bridas sobre el vestido, alusiones en los textos y diversas mímicas, incluido el manejo de unas riendas acopladas a la parte baja de ese frente de madera que ven al fondo de la foto de más arriba. No hace falta ser un experto en arquetipos jungianos para cazar las referencias conscientes, inconscientes y semi-conscientes que esta animalidad oscilante entre lo salvaje y lo domesticado puede representar. Ahí están los caballos, en el teatro surrealista de Lorca (mencionados en Así que pasen cinco años y presentes en El público) o en el teatro psicoanalítico de Equus, por mencionar sólo cosas que han podido ver hace poco. El caballo es aquí uno de esos elementos incoherentes a priori que Velasco va amontonando al comienzo y que -ahí está la sorpresa y el valor de la pieza- van armando un rompecabezas del que resulta al final una imagen de gran nitidez. Como cuando cinco mil piececitas de colores acaban formando el castillo de Neuschwanstein.


4.- El punto más flaco es la interpretación. Afecta poco al conjunto, porque -como habrán deducido de todo lo anterior- en medio de este guirigay visivo-musical-conceptual no es que tenga gran relevancia cómo se dicen los textos. Algunos mejor que otros, Rulo Pardo y Verónica Ronda muy destacados. Pardo es un tipo con dotes extraordinarias. Ha incidido más en lo cómico (es una de las mitades de Sexpeare), pero creo que podría hacer cualquier cosa, como este registro de grotesco maestro de ceremonias. La que me resulta un descubrimiento es Verónica Ronda. Vaya presencia escénica, qué capacidad de salir airosa de este vagar perdida por el escenario y por los pliegues destartalados del su interior adivinado. Tienen arriba del todo su foto en medio de esa escena que mencionaba en la crítica en papel.


5.- Grandes detalles de sabiduría teatral espolvoreados aquí y allá. Tres ejemplos. Uno: cuando todos los intérpretes puestos en fila dejan por turno su petaca metálica en el recipiente que les pasan por delante, la amplificación recoge el sonido del choque metálico al depositarlo. Dos: las bridas que rodean el vestido de la cantante y lo transforman, de una pieza anodina y tirando a fea como debía ser, en el atuendo adecuado del personaje que representa el fulcro central del montaje (o eso me parece a mí). Tres: el acompañamiento instrumental del Lamento de Dido, distorsionado para añadir un punto de inquietud a la tristeza.


6.- Nada de esto sería lo mismo sin la espléndida iluminación de David Picazo o la escenografía de Alessio Meloni. Últimamente me encuentro a Meloni por todas partes (Historias de Usera, Numancia, La noche de las tríbadas, que a ver si cuelgo mañana...), ¿dónde estaba antes? Además del espléndido aspecto visual, la escenografía ha sabido superar el reto de extenderse mucho hacia los lados. Esos extremos no se usan tanto como la zona central, pero resultan igual de atractivos. La foto encima de este párrafo se va bastante a la izquierda del espectador, pero aún queda un buen trozo. 

7.- La música es, simplemente, la bomba. Tengo que agradecerles que me hayan descubierto King Arthur del nunca bastante venerado Purcell.

* * *
Les queda una semana. Véanla. Yo me siento a esperar qué hace Velasco después de esto.
P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 4 de enero de 2017

TIEMPO

Sala: Teatro Alcázar Autor: Quim Masferrer Director: Ramón Fontserè Intérprete: Jorge Sanz Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Si tiene usted una configuración mental más o menos normal (supongamos que tal cosa exista) y va al teatro a lo que todo el mundo (a distraerse, a emocionarse, a reír, a admirarse, a pensar... ya saben, todos esos lugares comunes) NI SE LE OCURRA sacar entrada para esto, porque puede terminar en el telediario. Lo digo por si le da por quemar las butacas o agredir a alguien, cosas que desaconsejo vivamente.

Sin embargo, me he dado cuenta de que ésta es una función muy aconsejable para determinado tipo de neuróticos: para los obsesos de las clasificaciones. No hay cosa que más me haga sufrir que tener que poner estrellitas y -no digamos- esa selección de fin de año que publico en la Guía del Ocio y que me obliga a elegir cinco (¡cinco!) espectáculos de los vistos en doce meses. Hay en en twitter quien elige cuarenta. Hombre, así cualquiera.



Volviendo al hilo. Sea por motivos profesionales (eso de tener que poner estrellitas todas las semanas) o por pura afición, hay quien se pasa la vida comparando esto con aquello. Cosa dificilísima, porque los "estos" suelen ser de especie distinta a los "aquellos". ¿Es mejor este camaleón o aquella medusa? Y no hay patrón, como el metro ese de platino e iridio conservado en París (llevo una vida pensando en ir a verlo y me entero ahora de que está depositado en un cofre en los sótanos de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas). Pues bien, Tiempo podría convertirse en el cero absoluto del valor teatral, y debería ser conservado en la Oficina Internacional de Teatro y Estrellitas, a poder ser en un cofre. Yo tengo dos funciones que considero mis ceros Kelvin (también una peli, Semen), pero que no puedo recomendarles, porque nadie se molestó en encofrar (en meter en un cofre, quiero decir). Pero ésta está vivita y coleando hasta el 2 de febrero, a no ser que a alguien le dé antes por quemar el teatro. 

"No ha dicho nada", estará pensando alguno. Es que no hay nada que decir. Me resulta incomprensible que un actor como Jorge Sanz, que siempre me ha gustado, un director como Ramón Fontserè, que algo de teatro ha hecho (es una ironía, porsiaca), y un autor como Quim Masferrer, que tampoco es un recién llegado, hayan llegado a estrenar un bodrio de tal calibre. A los diez minutos estaba yo pensando "qué arriesgado mantener este tono aburrevacas durante tanto rato, debe de estar por llegar un vuelco espectacular". Nada. De nada.
P.J.L. Domínguez