sábado, 2 de marzo de 2013

INVIERNO EN EL BARRIO ROJO

Sala: Teatro Español (sala pequeña) Autor: Adam Rapp (adaptación de G. de Santiago) Directora: Marta Etura Intérpretes: Alejandro Botto, Aura Garrido, Gonzalo de Santiago Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Aura Garrido y Gonzalo de Santiago


Tengo defectos (sí, como ustedes). A veces llego a donde sea con los prejuicios instalados de serie (sí, como ustedes). Pero  intento ser un buen chico: si tengo que comérmelos, me los como (espero que ustedes también). Lo cierto es que llegué anoche al Español sin darme cuenta de que ahí, al fondo de mi estado de ánimo, se escondía algo así como "hala, otra actriz que se pone a dirigir". Y no, Etura se defiende con bravura. Ha podido con ese ridículo e involuntario prejuicio. 


Invierno en el barrio rojo (Red light winter) fue finalista al Pulitzer en 2006, y se entiende. Primero, porque está bien urdida: trama interesante, personajes atractivos y trucos teatrales que funcionan (el personaje que simula una falsa personalidad, el regalo del primer acto que reaparece en el segundo, a miles de kilómetros de distancia). Y, además, porque se inscribe en ese género que los americanos adoran y llevan décadas cultivando con el fruto de no pocas obras maestras: realismo más o menos sucio combinado con melodrama. No creo que esta sucinta definición colara en una cátedra de literatura teatral para describir varios decenios de dramaturgia americana, pero ustedes me entienden. Además, la pieza tiene una estructura formal , A-B-A, clara y redonda (si cuento más, la destripo) que a los que tenemos formación musical nos pone en bandeja la asimilación, algo que nos encanta.


El estreno americano de Red light winter. La escenografía de Etura es más atractiva.

[Es aconsejable leer lo que sigue mientras oyen esta canción de Tom Waits, fondo musical de la función. Sólo si se sienten hoy fuertes de ánimo]

Dos hombres y una mujer (Dios mío, lo que esto ha dado de sí en los últimos siglos). Uno recorre la vida con paso firme, disfruta, habla con voz potente, no tiene muchos escrúpulos. El otro es uno de esos seres que no logran olvidar que la vida es horrible (porque la vida es horrible, supongo que no tendrán dudas respecto a eso; vi esta función a unos cincuenta metros del féretro de María Asquerino, ¿quieren más pruebas?). Si me leen con asiduidad (¿lo hacen? deberían, seguro que me pillan gusto) habrán visto hace unos días la referencia a gente de este tipo en la crítica de Breve ejercicio para sobrevivir. Desde la primera escena (que no desvelaré) no hay la menor duda sobre los problemas de Matt para soportar la vida. Me consta que hay quien encuentra insufribles a esos seres descentrados; a mí me producen una atracción irresistible. Son los únicos capaces de mirar a la realidad de frente, sin falsos filtros de consuelo y, por tanto, los que nos la revelan con mayor penetración. Aunque el amable lector sea de los que los rehuyen como a la peste, espero que reconozca que pocas cosas dan más juego dramatúrgico. ¿Les puedo hacer una recomendación un poco frívola? En la última canción de la primera temporada de la ma-ra-vi-llo-sa Smash, Marilyn Monroe (otra desdichada) nos pide que cuidemos de los  débiles: But there are some born to shine who can't do it alone / so protect them and take special care. Óiganla cuando se les acabe lo de Waits, seguro que les trae a la memoria a alguien que tengan cerca y no deba terminar como Marilyn. Recuerden: si a algo hemos venido a este mundo es a cuidar los unos de los otros.


Así que ahí tenemos al triunfador y al inadaptado. A la tercera en discordia le ocurre lo que dice mi madre que es lo peor que puede pasarte: ir de mejor a peor. De la cresta de una modesta ola (juventud, salud, relativa holgura económica) al infierno. Por cierto: mi madre la pitonisa lleva veinte años diciendo que éste iba a ser el relato de nuestra generación, y va y acierta, la muy lagarta. En fin, volvamos a lo nuestro. Alejandro Botto (en la foto) se hace cargo del papel menos complejo. La escritura no es mema, el tipo no es que sea un gilipollas y un cabrón unidimensional, pero tiene menos matices que los otros dos. El riesgo era retratarlo como un simple sinvergüenza sin remisión. Pero Botto lo convierte en cercano. Cualquiera de nosotros sería capaz de causar un estropicio semejante sin fijarse demasiado (precisamente, por no fijarse demasiado). Bueno, no se me ofendan, casi cualquiera. Déjemoslo en que seguro que conocen gente muy parecida a este Daniel que compone Botto.


Aura Garrido tiene más tela que cortar. Como decía, debe simular una personalidad falsa, regresar a la propia, y representar después un camino del calvario. Muy bien, esta chica. No la había visto nunca. Deliciosa en el aire ligero y frivolo del inicio. Convincente cuando se pone seria. Estupenda en la desolación contenida. La tienen aquí a la izquierda, ¿no dirán que no es monísima? Tiene algunas inflexiones de voz que recuerdan a Irene Escolar, y por tanto, por pura propiedad transitiva, a Inma de Sanctis (a veces pienso que éstas son chaladuras mías). Entre esa evocación, y que tuve sentada al lado a Marina Salas (quizá, soy un desastre para la fisonomía), me brotó el tópico ése de que tenemos asegurado el relevo generacional (que no se me olvide citar en esto a Macarena Sanz). 

Pero el gran papel de la función es el de Matt. Deduzco, por lo que leo por ahí, que es precisamente ese papel lo que pone en marcha el montaje español, porque Gonzalo de Santiago adapta la obra y se lo queda. Por cierto, la adapta bien, en un buen castellano donde apenas pillé un par de calcos del inglés. Ante la eterna cuestión de dejar a los personajes con su origen (americano) o hacerlos españoles, da una respuesta original: españoles críados o transplantados allí. Cuela. A Santiago lo vi hace años en una Querelle que, a pesar de ser bastante lumpen, tenía algún brillo repentino, y él no estaba mal. Tampoco está mal aquí, pero no brilla como el papel puede hacer brillar. Un pelín obvio, un poco demasiado explícito en las reacciones. Con menos, entenderíamos más. Pero insisto, no está mal. El papel lo creó en el estreno Christopher Denham, que ha terminado en Argo, para que se hagan una idea.


Etura se las ha arreglado para convencer. Hay dos escenas muy complicadas, la inicial (insisto: no la voy a contar, pero tiene lo tiene todo para convertirse en desastre, y aquí se sale bastante bien del paso) y una de sexo. Se podría escribir un ensayo sobre el sexo en escena, pero no les voy a aburrir. Me limitaré a decir que es complicadísimo no caer en lo ofensivo, en un extremo, o en el remedo de pantomima, en el otro. El episodio se ha resuelto con maestría. Y, en conjunto, el relato fluye sin tropiezos. Pedro Yagüe sabe iluminar esto con sencillez y eficacia, como sabe hacerlo con complejidad y eficacia en El lindo Don Diego. No sé quién viste (no figura en el programa) pero viste muy bien. El jersey de Matt y la ropa que Christine lleva en lo que llamaremos segundo acto son exactamente lo que estos dos se pondrían. Salí de allí triste, triste. Es donde supongo que me quería colocar Rapp, este señor de la foto, con la eficaz colaboración de Tom Waits (que sale por ahí, justo cuando debe). Como si no tuviera bastante con lo mío...
P.J.L. Domínguez
           





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