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martes, 24 de enero de 2017

SPAM

Sala: Teatros del Canal Autores y directores: Rafael Spregelburd y Zypce Intérpretes: Rafael Spregelburd y Zypce (músico) Duración: 2.20'
La función ya no está en cartel 


La foto no es del Canal, pero ilustra bien el aspecto de lo allí visto. Spregelburd a la izquierda y Zypce a la derecha.

Empezaré con los gritos de ordenanza, no vaya a ser que algún fan(ático) de Spregelburd me lea apresuradamente y me organice una carnicería. Tengo una gran admiración por su obra y soy plenamente consciente de su relevancia como autor, especialmente en lo que atañe a la influencia que ha ejercido y ejerce sobre muchos otros dramaturgos. Ya.



1.- Conozco, como supongo que la mayoría de ustedes, algunos de los textos de Spregelburd, pero no le he visto nada parecido a esto. Sé que hay al menos un precedente: Apátrida. Él mismo la llamó "anomalía dentro de  mi producción", así que deduzco -a la espera de salir de mi ignorancia- que por ahora son dos los títulos que trascienden el texto por esta vía de la ampliación sonora, audiovisual... llamémosla performativa. Obviamente -a veces conviene decir obviedades- el talento dramatúrgico para escribir un texto y el talento (también dramatúrgico) para poner en pie una función de estas características son distintos. Algunos individuos los tienen ambos. Rodrigo García o Angélica Liddell, por ejemplo, aunque en cada uno de sus montajes brille más o menos uno u otro.


2.- El texto. El texto está bien. No extraordinariamente bien, y no a la altura de su autor. Digo esto, porque no me puedo quitar de encima los modelos a los que remite: Borges (sobre todo, lo relativo a la lengua de Ebla, pero no sólo, por supuesto; también mucho de las estructuras, del recurso de retorcer los clichés narrativos y los estereotipos de personaje...); las atmósferas en las que se ha visto a Cortázar y donde yo huelo a Bryce Echenique... Pero, por encima de todo, un referente directísimo y que no encuentro que nadie haya mencionado (tampoco he buceado mucho, alguien ha tenido que decirlo): el Benno Von Archimboldi del 2666 de Roberto Bolaño. El mismo tipo de relato (México / Malta) en equilibrio entre lo banal y lo alegórico, repleto de connotaciones explícitas y soterradas, escrito para producir placer extremo en espíritus cultivados que disfrutan con el quite intelectual. Que conste que me pirro por este tipo de culturalismo fragmentario que mi generación identificó con la (ahora) denostada posmodernidad, pero me temo que Spam no llega a la suela de ninguno de sus modelos. Y por si alguien está pensando que no es lo mismo un texto teatral que una novela o un cuento, les recuerdo la excelente versión de 2666 de Rigola, donde el texto resplandecía. 

2666 de Bolaño (en versión Rigola). Evidente parentesco: retazos de trama, intelectual desaparecido, entorno exótico, culturalismo y relato policíaco...

3.- El montaje performativo. El montaje está bien, pero tampoco extraordinariamente bien. Una vez más -sólo conocemos por comparación- porque no llega a la excelencia de propuestas más o menos cercanas. Es -de esto no cabe duda- una proeza técnica. Cualquiera que sepa un poquito de estas cosas sale asombrado de la prodigiosa coordinación entre texto, efectos de todo tipo (iluminación, sonido, proyecciones) y -sobre todo- intervenciones sonoras, y a veces gestuales, de Zypce (el señor del gramófono). Impecables tanto el enfoque creativo como la ejecución material. Ahora bien, respecto a la ejecución, cabe decir que esto es teatro y no circo, y que el peso de este virtuosismo no debe contar más en la apreciación crítico-estética que el parecido alarde en, por ejemplo, aquel ladrillo de Brickman Brando Bubble Boom de  Agrupación Señor Serrano (cuya crítica aún les debo). Respecto al enfoque creativo de este recital a dos: me parece, de largo, lo mejor de la propuesta. Coloca a Zypce en el mismo plano de autoría. Fíjense en las casualidades: vi el  mismo fin de semana La pasión según San Mateo del Ballet Nacional de Marsella en Bilbao, y también hay un compositor presente todo el tiempo en escena, produciendo la música en directo. Y también es lo más interesante de la pieza.

Dicho esto, resulta que hemos visto propuestas performativas con peso relevante del texto -como es el caso- mucho mejores. Por ejemplo, las piezas clásicas de Rodrígo García. (Encuentro en una de las críticas un párrafo que define este "género" -cómo llamarlo si no- de manera un poco simple pero muy didáctica: Si la experiencia de las artes escénicas, en una de sus ramas más tradicionales, se constituye con personas y sus asuntos vitales, Spam es claramente otra cosa: es una obra multidisciplinaria, con cruce de lenguajes. Más cercano a los happenings de la década del 60 del siglo pasado que a una experiencia teatral convencional, pero sin renunciar a contar historias)A eso voy, y termino.

3.- Palabras, palabras, palabras. He estado mirando comentarios de todo tipo sobre Spam. No hace falta decir que oscilan entre el encomio y el ditirambo. Pero encuentro, aquí y allá, menciones un poco vergonzantes a la duración. Del tipo "si es usted un espectador que no soporta...", como si el comentarista quisiera evitar responsabilidades. Obviedad: el teatro es un arte del tiempo. Si el tiempo está mal, todo está mal. Spam está descompensada. El interés dramatúrgico (amontonen ahí texto, música y el resto de elementos) hubiera dado quizá para una espléndida pieza mucho más corta. Yo diría -y voy a quedar como el idiota que le decía a Mozart en Amadeus que ponía demasiadas notas- que el problema está en que hay demasiado texto, y regreso a Rodrigo García. Sus piezas clásicas (Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, ver foto, La verdadera historia de Ronald el payaso de McDonalds) tenían un planteamiento de equilibrio entre el texto y lo performativo muy parecido a Spam, pero -y aquí todo está en la maestría en las dosis- mucho menos texto. En Spam, Spregelburd habla como una ametralladora, y casi sin interrupciones, durante ciento cuarenta minutos. Una brutalidad de texto innecesario. La misma peripecia podía contarse con mucho menos regodeo retórico. Sé de lo que hablo, porque ése es mi defecto, y lo reconozco cuando lo veo (aunque de más esté recordar que no soy nadie para atarle las sandalias a este señor). Ya saben que los defectos que menos soportamos en los demás suelen ser los propios. 

4.- En resumen. Interesante hasta cierto punto, muy pesada a partir de la mitad. Probablemente estupenda con una poda intensa.

5.- Nota final. Hay dos actores en vídeo que para sí quisiera cualquiera. Los padres que han regalado a su hija una muñeca a la que le da por decir palabrotas. Nunca (repito, NUNCA) había visto a un actor interpretando un formato audiovisual real (las noticias, en este caso), al que no se le entreviera alguna costura. Estos dos podrían pasar perfectamente por una pareja en el Telediario. Debe de ser que los napolitanos nacen con el talento para la simulación puesto de fábrica.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 4 de febrero de 2016

LA ESTUPIDEZ

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Rafael Spregelburd Director: Fernando Soto Intérpretes: Fran Perea, Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Javi Coll y Javier Márquez Duración: 3.15' (10' minutos de entreacto)
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)




Si Spregelburd hubiera escrito sólo Lúcido ya tendría mi admiración ganada. Pero no paran ahí sus méritos, desde luego. Añadan el éxito internacional de esta pieza y lo extremo de su planteamiento: historias cruzadas en un motel de carretera con cinco intérpretes que se encargan de veintitantos papeles, tres horas de duración... En breve, que estaba yo -y supongo que mucha más gente- deseando llegar al teatro. Con dirección del propio autor, La estupidez se representó en el Festival de Otoño (entonces era de una sola estación) en 2005. No la vi, y lo siento ahora doblemente. Ya irán entendiendo por qué. Echen un vistazo a lo que dijo entonces Ordóñez. Aparte de su opinión, resume admirablemente de qué va el asunto.

Verán, si Ordóñez dice algo y yo pienso lo contrario, de quien primero dudo es de mí mismo. Y les aconsejo que hagan lo mismo. Dudo, me someto a contradicción, me argumento y me autorrefuto ("autorrefuto", es precioso, parece una categoría de hongos, "hongos autorrefutos"; perdonen pero es que me estoy estudiando la Biología de la ESO de pe a pa). Si ese proceso no disuelve la divergencia, voto por mí, claro, por el simple motivo de que me caigo más cerca. Leída la opinión de Ordóñez sobre el texto, y sintiéndolo mucho, disiento. Buscando explicaciones por las grietas de los motivos de las cosas, doy con esta frase en su comentario: 
 El tour de force narrativo, que transcurre en una sola habitación que es todas las habitaciones, corre parejo con el maratón actoral de un repóquer de cómicos superdotados (Andrea Garrote, Mónica Raiola, Héctor Díaz, Alberto Suárez y el propio Spregelburd), capaces de cambiar de piel en unos segundos, el tiempo de salir por una puerta y entrar por otra. No hay "caracterizaciones". No hay "tipos". Ni caricatura: el humor, la pincelada satírica, nunca trabaja contra la verdad humana, la pureza secreta y conmovedora que late bajo el disparate o el presunto estereotipo.
Resulta que en la función del Matadero sí hay "caracterizaciones", "tipos" y "caricaturas". Puede haber excelente teatro con tipos y caricaturas (recuerdo a bote pronto Atchúusss!!! de Alfaro), por supuesto, pero es evidente que lo visto en el Matadero no comparte enfoque con la versión de 2005. Y me pregunto: ¿será que las supuestas virtudes del texto eran efecto engañoso de una interpretación virtuosa?

* * *
Nos acabamos de topar con un problema mayúsculo. Ya he mencionado alguna vez aquello que decía Gaudí: la visión espacial no es cualidad de humanos, sino de ángeles. Opino algo parecido sobre la cualidad de juzgar textos dramáticos. ¿Cuánta gente conocen ustedes capaz de opinar sobre el rendimiento potencial de un texto en escena con un margen de error despreciable? Yo creo que nadie. Me voy a remitir a los hechos (a los hechos recientes, como intento siempre). Miren Aitana Galán. Una mujer de teatro con la perspicacia suficiente para pescar dos perlas como Málaga y Las neurosis sexuales de nuestros padres y montarlas de miedo. Y no se le ocurre más que llevar a escena un horror sin paliativos del calibre de Sin anestesia (acabo de darme cuenta de que no publiqué nada, pero créanme, un horror de texto). Esto ocurre constantemente: gente que sabe mucho de teatro, que está rodeada de gente que sabe mucho de teatro, que está a veces producida por gente que arriesga su propio dinero... y que pone en escena pestiños infumables. ¿Cuál es la única explicación posible? Que juzgar un texto es muchísimo más difícil de lo que nos parece. 

Alguno estará pensando "pues yo sí que me doy cuenta de que Macbeth o La vida es sueño son la bomba". No vale. No vale apoyar el juicio en varios siglos de consenso. Les voy a hacer algunas preguntas que suelto a menudo por ahí: ¿Cuánta gente creen ustedes que sería capaz de distinguir un fragmento poco conocido de Mozart de otro de cualquiera de sus contemporáneos medianamente dotados? ¿Cuántos especialistas creen que pueden apreciar la diferencia entre un coral de Bach y otro que haya armonizado un buen profesor de armonía? ¿Cuántos de los espectadores de Ternura negra se creerían que las líneas de María Estuardo son de Schiller si así lo dijera el programa de mano? Les voy a responder en ese orden: Nadie, ninguno, todos. La sensibilidad humana está sobrevalorada en general.

O sea: que en una gran puesta en escena, a veces es extremadamente difícil discernir los valores originales del texto. A veces. Otras veces pasa exactamente lo contrario: en una puesta en escena espantosa se aprecia que el texto es fantástico. Pero ese "a veces" es muchas veces. Llegado a este punto, el espíritu crítico comienza a preguntarse si, por ejemplo, La omisión de la familia Coleman era una gema refulgente sólo porque la interpretación era galáctica o si el texto estaba a la altura que le pareció. Y el espíritu crítico se responde "tengo que leerlo" y deja la lectura para las calendas griegas. Y ahí dentro sigue la inquietud, reconcomiendo. Así nos moriremos todos, esperando a saber cuáles serán los grandes textos de nuestra época que se venerarán en el siglo XXV. ¿Quieren que mi espíritu crítico arriesgue una apuesta? Mi relación con la comida.

* * *
Hipótesis (que ya se olían): aquello que le pareció la octava maravilla a Ordóñez... ¿pudo ser la dirección de Spregelburd y la interpretación de su actores? Dejémoslo en una hipótesis confortadora, en un bálsamo que atenúe el escozor de la contradicción, porque lo que yo creí oír en el Matadero -soltémoslo de una vez- hubiera estado igual de bien oído en hora y media que en tres horas, y les dejo imaginar lo que uno se puede aburrir en hora y media extra. El breve entreacto llega a las dos horas, y hubiera matado a alguien por salir de allí en ese momento. Llevo cuatro días preguntándome si la larga duración suma algo en este caso, y cuatro días respondiéndome que no. Recuerdo ahora Incendies (en el Español en 2008, tres horas y diez minutos). Durante mucho, mucho rato, no avanza en línea recta, son meandros, vueltas y más vueltas que hacen pensar que no se abandonará nunca el pantano aparentemente divagador. Hasta que explota el asunto, y uno entiende que todo lo anterior era necesario para colocar al espectador en la predisposición justa. Es una estética por amontonamiento, emparentada con 2666 (también en 2008, en el Matadero, ¡cinco horas de las que huyó ni Blas!). La estupidez no perdería absolutamente nada si se redujera a la mitad su duración: ni importa que las tramas avancen (las tramas son un puro pretexto, estoy en esto en franco desacuerdo con Vallejo), ni se produce ninguna iluminación. El único mérito está en la fabulosa capacidad técnica que Spregelbud muestra al ser capaz de orquestar semejante delirio oceánico y escribirlo para solo cinco intérpretes. Pero las virtudes técnicas no salvan ninguna pretensión artística.

* * *

Hay momentos formidables, desde luego: el del relato del japonés Okazu o la escena con la conservadora del museo, por ejemplo. También alguna de las que reúnen a los cinco actores. Hay recursos formidables del texto, desde luego. Yo creo que el mejor, y el más spregelburdiano / borgiano, el de la ficticia historia del cuadro -a cuyo parto hemos asistido- que los sucesivos personajes que aparecen van corroborando (sorpresa) y completando. No voy a negar la capacidad cuasicircense de la compañía para ir encarnando a toda esta humanidad en solo cinco cuerpos. Todos me gustaron. Quizá más, el más contenido en todo momento: Javier Márquez. Y Javi Coll, cuando más contenido andaba. Me gustó la vis cómica de Acosta y -mucho- la ya citada conservadora de Santamaría. Se atisba un incipiente Perea costumbrista, una especie de José Luis López Vázquez posible y quizá impedido hasta ahora por un físico de galán guapo (una bendición y una condena). Sería interesante ver qué ocurre si avanza por ahí. En esta opción que tira a la caricatura y al tipo, por seguir con la terminología del comienzo, la dirección de Soto es coherente y está bien armada. Pero nada de todo esto (momentos formidables, recursos formidables del texto, capacidad camaleónica, interpretación, dirección) es suficiente para justificar las tres horas. Y la duración, ay, es la esencia misma del teatro. Como dirían los profes de la ESO que tan próximos tengo últimamente, si nos aburrimos no hay aprobado, no basta con haber aprobado los parciales. 
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 28 de abril de 2013

URGENCIA

Sala: Sala Triángulo Autor: Alejandro Moreno Jashés (adaptación de I. Rojas) Director: Iván Rojas Intérpretes: Romina Guida, Asier Iturriaga, Chelo Robres, José Escribano, Silvia Gómez, María Mendizábal, Gala Pérez Iñesta y Borja Maestre. Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Alguien me dice "vé a la Triángulo, que hay una cosa curiosa de género indefinible", y yo, pronto y bien mandado, me planto en la Triángulo. Y me topo por primera vez con la compañía Teatro Atómico. Resulta que han dado bastante guerra. Se trabajan mucho todo lo referente a la imagen: fotos, webvídeo promocional de esta función... Son chilenos, y parece que se mueven entre Chile y España. El fundador, Iván Rojas, dirige Urgencia, una adaptación de Sala de urgencias, del también chileno Alejandro Moreno Jashés. Encuentro un texto con ese título, evidentemente emparentado con el que se representa en la Triángulo, pero más breve y con notables diferencias. No sé si lo que he visto es otra versión del propio autor o si la adaptación de Rojas es prácticamente una reescritura. En cualquier caso, tiene su gracia. Son retales de historias que giran en torno al núcleo de la sala de espera en las urgencias de un hospital. Situaciones disparatadas contadas con diálogos más o menos realistas. Un poco en la línea de Spregelburd o Despeyroux, recientemente vistos en Madrid. Debe de ser cosa del Cono Sur.


Más interesante el enfoque de la puesta de escena: los diálogos interpretados con mayor o menor realismo -deslizante hacia la farsa- se enmarcan en transiciones propias del teatro de vanguardia o la performance. Hay un poco de todo. Desde un rewind (lo hacen también en Hermanas) o un par de fragmentos que podríamos llamar danza (también en Hermanas, que tiene bien integrados elementos extrañísimos en una pieza de teatro comercial), hasta un monólogo de la enfermera coreado por el resto de intérpretes o, al final, un monólogo de corte más convencional. Música, cantada o de violín, integrada en algunas escenas. Visualmente interesante, con la habitual elegancia de Juan Domínguez en la escenografía  y el vestuario. Muy bien vestidas las enfermeras, la mujer embarazada, el hombre del pájaro, la madre. Brillante la idea del vientre embarazado que se disuelve en una masa de plumas negras. Sospecho que bien iluminada por alguien (no consta), pero el técnico se hizo un lío en mi función. Bien también el espacio sonoro de Sergio Urcelay. Con algún altibajo, bien interpretada. Me gustaron Asier Iturriaga, Silvia Gómez y, sobre todo, Romina Guida: mucho carácter, mucha presencia, excelente dicción.

En fin, una pieza situada entre el teatro y la performance. Con más narración que una performance y con más heterogeneidad de elementos que el teatro. Ya sé que estas etiquetas van quedando un poco antiguas, pero de alguna manera tengo que explicárselo. Un artefacto de estas características se sostiene dramatúrgicamente sobre un equilibrio muy sutil. Los distintos elementos se aguantan unos a otros como en la gravitación de los cuerpos celestes, o como en los famosos checks and balances de la democracia estadounidense. Aquí, la cosa está medianamente lograda. En algunos momentos, la evidente intención esteticista (o plástica, llámenla como quieran) no acaba de alcanzar la fuerza de impacto que podría alcanzar. En otros -la escena del atraco, por ejemplo- se pierde el aura de irrealidad -presente, por ejemplo, en la de la sopa- y el relato se desliza un poco demasiado hacia el sainete. El monólogo final es una arriesgada ruptura  con el tono de todo lo anterior, pero termina funcionando. El conjunto no está mal y dura lo que debe durar. Pero, pulido un poco por aquí y por allá, podría dar una pieza de altura. En resumen, un buen intento. 
P.J.L. Domínguez
           

domingo, 20 de enero de 2013

LA REALIDAD

Sala: Teatro Fernán-Gómez (Sala Guirau) Autora y directora: Denise Despeyroux Intérprete: Fernanda Orazi Duración: 1.15'
Información completa (El enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



ATENCIÓN: Esta crítica es de 2013, la función se representa en 2014 en El Umbral de Primavera.

Ésta fue mi crítica de la Guía del Ocio:

Fantástica explosión de teatro rioplatense: de las tres personas que citaré dos nacieron en Buenos Aires y una (Despeyroux) en Montevideo. Pasó fulgurante Lúcido de Spregelburd por el Valle-Inclán, y siguen sus dos pequeñas joyas en la sala Azarte: La extravagancia y La inapetencia. Ahora llega al Fernán-Gómez La realidad, escrita y dirigida por Denise Despeyroux, que tiene a Spregelburd entre sus maestros. El estado, el municipio y la iniciativa privada parecen ponerse de acuerdo para mostrarnos una panorámica de un modo de escribir y montar teatro. Ecos y resonancias por aquí y por allá. Hecho adrede no hubiera salido mejor.

La realidad es un trozo arrancado a la vida, en el que bullen sin contradicción la energía kundalini y Mujercitas (eco explícito de Lúcido); la tía chamánica y la jerga psicoanalítica; el intenso amor de dos hermanas y lo que cada una lleva por dentro. Magistral empleo del vídeo (eco de las piezas breves de la Azarte). Atentos: el magnífico texto está disponible en red.

Además, La realidad es la confirmación de la talla de Fernanda Orazi, dotada de una mágica naturalidad (habrá que explicar algún día por qué esa planta florece mejor en el hemisferio sur, yo tengo alguna hipótesis). Se desdobla aquí en dos papeles de personalidad opuesta, y se marca además la proeza técnica de interactuar con la grabación de sí misma durante setenta y cinco minutos. Lo que quiere decir, ni más ni menos, que maneja el tiempo exactamente igual en todas las funciones. Una “gran actriz” es joven a los cincuenta. Así que Orazi, gran actriz, es jovencísima: tiene todo el tiempo del mundo para llegar a lo que sea. Consigna: que no quede libre una sola butaca de la sala Guirau. 


Y lo que no cabía allí:
(Para enterarse bien, conviene leer la crítica antes de lo que sigue. Las frases iniciales en negrita enlazan con el texto anterior)

Denise Despeyroux
Panorámica de un modo de escribir y montar teatro: un modo de construir teatro que le da a uno ganas de pasar un semestre de estudios en Buenos Aires. Rotundos parentescos reflejados en multitud de aspectos: el primero de ellos, la obsesiva reflexión sobre las relaciones familiares. Presente en la trilogía de Tolcachir, en las obras de Spregelburd, en Mujeres soñaron caballos Teatro para pájaros de Veronese (familia u otros próximos, en el caso de éste, algo que viene a ser lo mismo). Y en La realidad, de DespeyrouxAlguien podría decir que casi todo lo que se escribe se enmarca en algún tipo de realidad familiar. Es cierto, pero aquí la familia no es sólo el ambiente en el que se desarrollan los conflictos de los individuos consigo mismos y con el mundo, sino el tema profundo, la respuesta a la pregunta ¿de qué va la pieza? No es el único tema: en La realidad, cada hermana tiene su postura ante la vida y arrastra su propia cruz, es lo que hace creíble el texto, pero es la relación entre ambas lo que domina. Una hermana no se elige, le toca a uno en la lotería de la vida. ¿Cuánto tiene que quererla? ¿Cuánto tiene que perdonarle?

El magnífico texto está disponible en red:  y eso dice muchísimo de su autora. Dice, ni más ni menos, que aprecia más la difusión de su obra que el hipótetico rendimiento económico de una publicación. La encuentran aquí, difundámosla.

Fernanda Orazi
Orazi, gran actriz: Dos personajes, con una impresionante hondura en el retrato de cada uno. Una hermana que no para quieta, comunicativa y extrovertida. La otra, mortecina, volcada hacia dentro. Contraste incluso en la apariencia física. No sé cómo se las arreglará Orazi, pero una de ellas llega a parecer hasta fea (no sé en qué medida está caracterizado el personaje del vídeo). Anécdota: Alfonso XIII fue agasajado en una de sus estancias en San Sebastián con un zortziko interpretado por varios dantzaris. En pleno aurresku, uno de ellos resbaló y se cayó al suelo. Inmediatamente rehecho, se levantó de un brinco y siguió bailando. Impresionado, el abuelo del monarca reinante pidió que repitiera la hazaña. Y hubo que explicarle que aquello no había sido voluntario, y que se habían combinado el azar y la habilidad del bailarín. El lector se estará preguntando hacia dónde se me han ido las neuronas. Pues bien: los espectadores de mi función tuvieron la misma suerte que Alfonso XIII. El vídeo se atascó, y hubo que parar. Dada la concentración que le exige a un intérprete una función de estas características, estaba convencido de que nos enviarían a casa con las correspondientes excusas. Y no. La Orazi, como una jabata, se reubicó en un punto situado minutos antes de la interrupción y, ante nuestros ojos, dejó en un parpadeo de ser la Orazi para transmutarse otra vez en Andrómeda. Eso es dominar la técnica, y lo demás son cuentos. Nota final: además, esta mujer tiene un físico maravilloso. No sabría explicar por qué, ni en qué consiste esa maravilla, pero su aspecto, su mirada, su gesticulación, establecen de inmediato una corriente de empatía. Supongo que es lo que llamamos carisma.
P.J.L. Domínguez



martes, 8 de enero de 2013

LA EXTRAVAGANCIA / LA INAPETENCIA

Sala: Azarte Autor: Rafael Spregelburd Director: Diego Sabanés Intérpretes: Lola Polo, Patricia Almohalla, Delfín Estévez, Julia Fournier Intérpretes en vídeo: Fran Antón, Kike Guaza, Ángel Ramón Giménez, Marisa Ruiz, Mike James (voz de Gloria Muñoz) Duración: 1.20'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



La diosa Fortuna nos ha servido simultáneamente Lúcido y estas dos obras breves de Spregelburd. Tres hurras por la diosa Fortuna. Entre otras cosas, porque arrojan luz unas sobre otras. Antes de seguir adelante: envié algunos amigos con poco trote teatral a ver la primera, y salieron diciendo que "bien, pero un poco rara". Debo de tener ya la sensibilidad completamente embotada para apreciar la rareza, así que, por si acaso, aviso: si es usted de "presentación, nudo y desenlace" (como dice uno de los personajes), absténgase. Éste es un universo en el que uno no tiene nunca una idea muy clara de por dónde va lo real.

Lola Polo en La extravagancia
(Foto: Rosibel Rojas)
Dos pequeñas joyas, enmarcadas por la pregunta ¿Por qué pensar que la familia es la mejor manera de organizar los cuerpos en el espacio? O sea: el tema más fértil de la historia del teatro desde, al menos, Edipo rey. Spregelburd tiene un talento prodigioso, no sólo para la concepción y organización general del texto, sino también para pergeñar diálogos que entrelazan lo más anodinamente cotidiano con la irrupción de la incoherencia, sin que aquello cante por peteneras. No hace falta decir que recuerda en eso al Ionesco de La lección, por ejemplo

La extravagancia es más bien realista o, digamos, comprensible. Dentro de lo que cabe en una historia de tres hermanas que se llaman María Socorro, María Axila y María Brujas (vamos, que estos amigos la seguirían llamando rara, por muy comprensible que me parezca). Las tres interpretadas por Lola Polo: una sale por la derecha, la otra por la izquierda y la tercera en la tele, proyectada en vídeo. Las dos primeras hablan por teléfono, y sólo oímos cada vez a la que tenemos delante en carne y hueso. (Esos diálogos partidos recuerdan a la Liddell). Ambas tienen la manía de subir el volumen de la tele cuando cuelgan, lo que nos permite oír a la tercera hermana mientras pontifica sobre fonética o animales mitológicos: un delicioso delirio. Se amontonan los géneros literarios: monólogo (una habla al público), diálogo telefónico, lección magistral (en la tele), novela rosa, cuento...   Polo está estupenda en los tres papeles: secorra y amargadilla en el primero; vulgarota y no menos amargada en el segundo; y sensual resbalando a grotesca en la tele. Me tronché con las frases tronchadas de (creo) Socorro, que su hermana, a la que no oímos, le pisa al otro extremo del hilo. 

Maravilloso final. Lo puedo contar, porque está completamente desgajado de la trama (y de ahí la maravilla y la estupefacción). La voz en off de la gran Gloria Muñoz, que está hablando de algo completamente en las antípodas, suelta de pronto: "Es decir, es como si esa tonta idea de que existe una patria...". Fin. ¿No me dirán que "no es decir" no es sublime como conector de dos extravagancias inconexas? 

Patricia Almohalla en
La inapetencia
(Foto: Rosibel Rojas)
En La inapetencia el desparrame narrativo es mayor. Por poner un ejemplo: la protagonista no tiene hijos, tiene dos hijos, tiene una hija pequeña, tiene una hija mayor. Fantásticos ecos de la primera pieza (el pecho tatuado de Frank, el pecho mutilado-tatuado de Leila), en un planeta situado en la misma galaxia que Lúcido. De hecho, el final de esta última, que no desvelaré aunque me arranquen la piel a tiras, le sugiere a uno trasponer aquí una explicación parecida. Los seres humanos estamos programados así, buscamos explicaciones hasta donde no las hay. Sobre todo donde no las hay. El peso de la pieza recae principalmente en Patricia Almohalla, que roza el virtuosismo técnico en las escenas dialogadas con personajes en vídeo, y que hace verosímil un personaje que, sin esa capacidad de convicción, sólo nos provocaría preguntas sobre cuál de los mundos de Yupi transita. Maravillosa escena en  la terraza de sus amigas (Lola Polo, Marisa Ruiz), proyectadas a sus espaldas, y tour de force de timing (hala extranjerismos) cuando debe hablar a un interlocutor mudo (Mike James), también proyectado detrás. Delfín Estévez y Julia Fournier (qué bien grita esta chica, no se le nota la molestísima impostación de uso universal) tienen menos papel pero cumplen. Y los intérpretes en vídeo, también, sobre todo Kike Guaza, que compone un macarra agitanado con mucha guasa. 

Vamos ahora con el envoltorio común a ambas obras. Todo bien controlado por Diego Sabanés (Mentiras piadosas), que creo que se había limitado en teatro a cosas más menudas. Cuando digo todo, me refiero sea a la dirección de actores (esto ya lo había deducido el avispado lector), sea a elementos tan heterogéneos como las proyecciones o el diseño gráfico. Sabanés sale más que airoso de la combinación de actor presente y proyectado. No sólo por la estupenda factura de ambos vídeos y la milimetrada interacción con las actrices, sino también por la ubicación de aquéllos respecto a éstas, la combinación con su movimiento... O sea, por todo lo que pesa en la percepción del espectador y que, mal medido, lleva nueve de cada diez veces a que el vídeo se coma al actor en vivo. Mención final para el vestuario, y para la caracterización de Polo encarnada en el televisor (no encuentro los créditos correspondientes por ninguna parte). Spregelburd debe de llevar semanas recibiendo vibraciones positivas desde este lado del océano. A ver si alguien se anima a continuar con el resto de la Heptalogía de Hieronymus Bosch.

P.J.L. Domínguez


martes, 18 de diciembre de 2012

LÚCIDO

Sala: Teatro Valle-Inclán (sala Francisco Nieva) Autor: Rafael Spregelburd Directora: Amelia Ochandiano Intérpretes: Alberto Amarilla, Tomás del Estal, Itziar Miranda e Isabel Ordaz Duración: 1.45'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Qué bueno, qué bueno, qué bueno. Confieso que no conocía a Rafael Spregelburd (no, no llego a todo), pero vistos los antecedentes más recientes (Tolcachir, Veronese, Zorzoli), me tiro como un enajenado sobre cualquier cosa que llegue de Argentina.


Lúcido es complicado de definir. En primer lugar, porque no se deja colgar etiqueta de género: "una comedia casi policiaca que se convierte en melodrama" según la Ochandiano. Bueno, después de verlo se puede entender lo que quiere decir, pero como nota aclaratoria no es muy potente. Ella no tiene la culpa, es que el artefacto se las trae. Difícil también, porque no hay manera de orientar  al lector sin destriparle el asunto. Tiene suspense y giro, cosas que nos entusiasman al menos desde Esquilo. Todos sabemos que algo pasa, que en la sucesión de escenas deberíamos estar discriminando lo real de lo soñado, o de lo imaginado, y al principio nos va bien, porque el texto lo explica. Pero van aumentando las grietas irreales en la zona realista, y además -creo no desvelar demasiado- la falsa pista nos despista (mira qué bonito). Hasta el giro (el SUPERgiro), que nos deja estupefactos: satisfecha el alma de investigador privado de todo espectador ante una trama compleja, y maltrecha el alma, así en general. Vi la función sentado junto a AL, la inteligencia más lagarta de las que me rodean, y ni se olió por dónde iba a saltar el desenlace. Si no pudo ella, no puede nadie. 
 
No creo estar inventándomelo: hay un parentesco de técnica de escritura con el Veronese de Mujeres soñaron caballos Teatro para pájaros, y con el Tolcachir de la sublime trilogía (La omisión de la familia Coleman, El viento en un violín, Tercer cuerpo). En los tres casos, tramas familiares en las que el espectador tiene que reconstruir el jarrón roto a base de juntar piezas que se le van entregando con maestría en las dosis. Y un fondo -esto ya no es técnica, es estética- de dramatismo pudorosamente oculto hasta el desenlace. En fin, tengo que leer más cosas de este hombre.


Alberto Amarilla
Qué buena Amelia Ochandiano. Citaré solo Mi mapa de Madrid, Las bribonas y El caso de la mujer asesinadita. Qué capacidad de amontonar sensibilidad en la comedia. Tiene además una rara habilidad para la selección de actores, que Lúcido confirma. Están los cuatro como nacidos para los respectivos papeles. Tomás del Estal, poniendo todo el rato las caras más convincentes ante sucesos poco menos que marcianos (incluso marcianos, ahora que lo pienso). Itziar Miranda (ay, ¿es que no se va a reponer Dani y Roberta?) con esa tierna hondura que juzgaríamos natural, si no supiéramos que nada es natural en un escenario. Alberto Amarilla jugando su mejor baza: el entusiasmo, la capacidad de convicción que tiene cuando parece que todo lo dice desde las tripas (hay un alegato político en youtube que ilustra bien esto). ¿Y la Ordaz? ¿En qué lotería nos tocó la Ordaz? La de la Mujer asesinadita de Mihura, la de los Días felices de Beckett, la de Lúcido de Spregelburd. Esto que hace ahora es titánico. Y además verosímil, que es ya la repera. Tan verosímil que parece mi tía Juanita. Otra vez intentaré no destripar nada, pero cuando vayan a verla (que irán, más les vale) atentos a la gradual deriva del personaje durante los últimos quince minutos de función. Es el elemento clave que permite digerir el final: si no, no habría manera. Me pareció que termina física y moralmente (como diría Chiquito) exhausta. No es para menos. Pagaría por cenar un día con esta mujer y que me contara sus cosas.
P.J.L. Domínguez
Itziar Miranda en Dani y Roberta