miércoles, 31 de mayo de 2017

MARTINGALA

Sala: Sala Tú Autor: Joan Yago Director: Gerard Iravedra Intérpretes: Elisa Matilla, Ferrán Vilajosana, Ángela Cervantes y Fernando Tielve Duración: 50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

No le había visto nada a Joan Yago, intentaré poner más atención a partir de ahora. No soy Dean Moriarty fue una de esas funciones que marco con boli semana tras semana en la cartelera de la Guía del Ocio, y así durante meses. Ahora mismo tengo igual a Las hermanas Rivas. No llego a todo. Hubiera asegurado que You say tomato pasó por Madrid, pero ahora mismo no encuentro referencias. Del resto de su producción, no me suenan campanas.

No está mal Martingala, siempre y cuando uno se olvide de un pequeño detalle: no está terminada. Antes de que alguien me venga con finales abiertos o cosas por el estilo, déjenme decirles que no: que a Martingala, se la mire por donde se la mire, le falta mucho metraje. Pone en marcha una serie de materiales dramáticos que no es que no se rematen, sino que -en algún caso- ni siquiera se tocan. El más evidente: Aurora, una mujer de mediana edad en una difícil encrucijada, encuentra algo en Quim -bastante más joven, artista, bastante perdido- que la hace regresar al piso que comparte con Jonás. Por lo que se ve, con cierta asiduidad. Se hace fija del extraño grupo que forman los dos chicos y el ligue de una noche de Jonás, que parece haber ido a más. Pues bien, la función nos hurta la conversación más interesante de todas: la de Aurora y Quim. Todo esto comienza bien, la maquinaria arranca bien engrasada... y ¡zas!, se terminó. Me parece que es un texto de juventud (de hace cinco años, cuando el autor tenía veinticinco), quizá aún asistamos a su desarrollo.

La dirección está correcta, pero tampoco tengo criterio muy fundado. Primero, porque apenas me dio tiempo a centrarme en este visto y no visto, el final me pilló con la atención a contrapié. No se rían: uno dosifica inconscientemente la atención según la duración previsible, no se mira igual un spot de veinte segundos que una función de cuatro horas. Segundo, porque el elenco es muy desigual, y eso esconde la mano del director. No sabemos si los buenos parecen buenos y los malos malos porque es lo hay, o porque no los han dirigido. Aunque, si me obligaran a elegir, me inclinaría por la primera opción. 

Elisa Matilla lleva meses en ese incomprensible éxito de Lavar, marcar y enterrar (una comedia basada en una buena idea, pero torpona de escritura y dirección) del que sale indemne, porque para eso es lo buena que es. Aquí, es como si estuviera dando una clase de interpretación a los jovenzuelos: tanto a los que comparten escenario como a los que se sientan a mirar. A ver si hay suerte, se aficiona al off y la vemos a menudo. No es el único atractivo de la función, también está Ferrán Vilajosana, un actor muy joven, pero muy hecho ya. Me gustó mucho en dos montajes de Vera: El cojo de Inishmaan y Los hermanos Karamazov (que me acabo de dar cuenta de que es una de esas cosas que se me quedan en el limbo sin colgar, a ver mañana).

Los otros dos, más verdes. Ángela Cervantes apunta maneras -vaya expresión viejuna- mejor en el papel exagerado de la falsa prostituta que en el que se supone que retrata al personaje real. Sobre el cuarto intérprete, mejor corro el velo de la discreción.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 29 de mayo de 2017

FUENTE OVEJUNA

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Lope de Vega (versión de Alberto Conejero) Director: Javier Hernández-Simón Intérpretes: Jacobo Dicenta, Marçal Bayona, Mikel Aróstegui, Alejandro Pau, Paula Iwasaki, Ariana Martínez, Loreto Mauleón, Pablo Béjar, Carlos Serrano, Kev de la Rosa, Aleix Melé, Raquel Varela, Miguel Ángel Amor, etc. Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




No hacía ni cuarenta y ocho horas que estaba yo pidiendo a los dioses que no encomendaran a Viana y al redactor del programa de mano de la Zarzuela el repertorio por el que se supone que debe velar la Compañía Nacional de Teatro Clásico, cuando me encontraba con la operación de censura practicada sobre Lope de Vega. Se avecinan malos tiempos, si no lo tienen asumido, más vale que se caigan del guindo.

Alberto Conejero, el autor de la estupenda La piedra oscura, recibe el encargo de realizar la versión de Fuente Ovejuna (así, separado, como Lope tituló originalmente) que la Joven Compañía de Teatro Clásico representará. Entonces, lee lo siguiente:
               Gallinas, ¡vuestras mujeres
               sufrís que otros hombres gocen!
               Poneos ruecas en la cinta.
               ¿Para qué os ceñís estoques?
               ¡Vive Dios, que he de trazar       
               que solas mujeres cobren
               la honra de estos tiranos,
               la sangre de estos traidores,
               y que os han de tirar piedras,     
               hilanderas, maricones,
               amujerados, cobardes,
               y que mañana os adornen
               nuestras tocas y basquiñas,
               solimanes y colores!          
               A Frondoso quiere ya,
               sin sentencia, sin pregones,
               colgar el comendador
               del almena de una torre;
               de todos hará lo mismo;          
               y yo me huelgo, medio-hombres,
               por que quede sin mujeres
               esta villa honrada, y torne
               aquel siglo de amazonas,
               eterno espanto del orbe.      

Y decide que nuestra sensibilidad no puede sufrir los términos "maricones", "amujerados" y "medio-hombres". Como harían Viana, los jesuitas autores de versiones edulcoradas de los clásicos o la mismísima Reina Victoria, los censura, y se carga el monólogo.

Voy a repetir lo obvio, lo voy a repetir todas las veces que haga falta ante esta oleada de reacción, censura e hipocresía de la corrección. Usted y yo no concebimos que se pueda insultar a un hombre llamándole mujer, porque creemos en la igualdad de géneros. Quien insulta a un hombre llamándole "medio-hombre" o "amujerado" o "maricón" -y usando esos términos con su significado primero y no, como se hace a menudo, des-semantizados- muestra una repugnante ideología sexista (digamos de paso que aquí "maricón" quiere decir seguramente "afeminado" y no "homosexual", pero esto es secundario). Ahora bien, Lope pone estas palabras en boca de una campesina castellana del siglo XV, una campesina que comulga a pies juntillas con el sexismo. Cree que los hombres deben ser valientes, y si no lo son parecen mujeres, porque las mujeres son menos valientes que los hombres. Esto es lo que el personaje -y, con toda probabilidad, también Lope, aunque esto es también secundario en este caso- cree, y es absurdo censurarlo, como si la operación de censura hiciera desaparecer el sexismo del mundo. Repitámoslo, por si no ha quedado claro: ni usted ni yo ni Conejero pensamos así, pero tanto Laurencia como sus interlocutores, sí. [Laurencia es feminista, en la forma en que su bagaje cultural le permite, al pedir que vuelvan las amazonas, únicas mujeres que sabe se hayan comportado alguna vez igual que los hombres en esto del valor]

El resultado es que el monólogo, una de las cumbres dramáticas de nuestro siglo de oro, queda absurdamente disminuido, porque cercena la realidad y la verosimilitud de la identidad del personaje. Acaban de violarla, está llamando medio-hombre y maricón a su propio padre (convertido aquí en hermano), quitar esos insultos equivale a prohibirle arbitrariamente el grado máximo de violencia verbal que ella es capaz de ejercer desde su universo de referencias. Me recuerda esto poderosamente a una cosa que creo que le oí una vez a Cela (y Cela sabía mucho de censura): que el guión de Raza no era malo por fascista, sino porque los combatientes decían cáspita. Pero no se fíen de mi memoria, podrían ser perfectamente Torrente Ballester, En Flandes ya se ha puesto el sol y córcholis.

Alguna tontería más incluye la versión. Por ejemplo, que el juez pesquisidor, incapaz de obtener durante la sesión de tortura otra respuesta distinta a la proverbial "Fuenteovejuna", ordene con un simple "mátalo" la muerte de Mengo. Innecesario y muy poco verosímil, incluso fuera de estilo. Peor aún por lo que prepara: su resurrección en la escena final con los reyes, cuando se levanta a preguntar para qué murió. Mucha licencia me parece. Como la de que Jacinta se niegue a participar en el asesinato colectivo del Comendador, reprochando a las mujeres que la dejaran a su suerte cuando le tocó padecer. Es que la función trata de eso, precisamente: de cuánto le cuesta a una comunidad reaccionar ante la violencia que sufre. Lope analiza minuciosamente ese proceso (la situación pre-motín en la que se tolera el sacrificio de este o aquel individuo), y subrayar un punto concreto de esa evolución dramática es minusvalorar la capacidad de comprensión del espectador. En conjunto, me parece una versión floja y que introduce cambios arbitrarios que no se justifican por su rendimiento. Garzón la ha llamado soberbia, no entiendo qué le ha visto. Villán ha dicho que la versión "deja a Lope en su época, en su contexto histórico". ¿Cómo? El gusto es el gusto, y me parece estupendo que a Garzón le haya gustado, nada hay más legítimamente opinable. Pero, por todo lo que he expuesto, me parece que lo que la versión hace es exactamente lo contrario de lo que dice Villán: saca a Lope de su contexto y se lo lleva a otro donde no se pueden decir ciertas palabras y donde los campesinos -siquiera resucitados- no acatan el poder real.

Después de escribir todo eso de una tacada me ha vuelto a la memoria lo que decía el otro día a propósito de Enseñanza libre: si no será que la libertad de expresión ha sido un breve paréntesis que apenas ha durado cuarenta años y que los miembros de mi generación podemos dar gracias por haberlo disfrutado. Que yo sepa, hay dos películas sobre Fuenteovejuna, y me he ido a investigar. La de 1947 es de Antonio Román. Laurencia es Amparo Rivelles, nada menos: en este enlace tienen el monólogo, en versión de José María Pemán. Llama a los hombres mujeres, comadres, amujerados y medio-hombres. Pero ojo: de maricones, nada. 1947 era mucho 1947 como para pronunciar palabras malditas. La de 1972 es de Juan Guerrero Zamora. Laurencia es Nuria Torray, también canela fina: aquí tienen el monólogo. 1972 era la víspera de la libertad, con la dictadura en descomposición, así que puede permitirse largar maricones, como el texto original pide. En resumen: Conejero se comporta en 2017 como Pemán en 1947, los del medio se atrevían. Por cierto, ya de paso, fíjense un poco en cómo están dirigidas estas dos mujeres, y pasen luego al párrafo siguiente.
* * *
La puesta en escena es opaca, mortecina. Mi acompañante me susurró a media función "no sé si estoy yo rara, porque no me llega nada". No es que aburra, pero deja Fuente Ovejuna -y ya es mérito- a medio gas. Es como si la dirección estuviera mucho más preocupada por las felices ideas (los golpes acompasados en el pecho, los cánticos a boca cerrada, el constante abre y cierra del portón de entrada desde el foro con efecto sonoro incluido) que de la dirección de actores. A Hernández-Simón le pasó exactamente lo mismo en Los justos: se hizo tal lío con las cuerdas que se le olvidaron los actores (eso sí, se llevó un premio ADE, el mundo en ansí). Por no cansarles con ejemplos, vuelvo al del monólogo de Laurencia. Es un fragmento que pone los pelos de punta, pero aquí pasa con poca gloria -además de por la poda del texto- porque no parece que nadie haya indicado a la actriz (que es una estupenda actriz) la necesidad de modular registros, introducir matices, subir, bajar... En suma, ser una persona y no un altavoz. 

Hay una cosa que me gustó mucho. Los reyes están en otro mundo. Se mueven como espectros, están vestidos como si llegaran de Andrómeda y parecen muñecos perversos, alternando una jeta hierática de acero inoxidable, la sonrisa de madera y la carcajada sardónica de película de terror. Se subraya así el artificio que suponen en el texto original: vienen de un mundo dramatúrgico distinto al del resto de la acción. Eso es teatro. Matar a Mendo [a Mengo, como me señala amablemente @josefeval] para que resucite y pueda reprochar al pueblo su sumisión, recalcando así lo artificioso del lieto fine, es didactismo y subestima al espectador.

A Carlos Serrano, Paula Iwasaki, Marçal Bayona, Kev de la Rosa, Pablo Béjar y Alejandro Pau (y, seguramente, a alguno más) se les nota el talento en cuanto les dejan un resquicio (no les dejan muchos). Jacobo Dicenta es siempre una garantía, pero tampoco crean que el montaje lo arropa: sale adelante con sus propias fuerzas.
P.J.L. Domínguez
          

sábado, 27 de mayo de 2017

EL ÉXTASIS DE LOS INSACIABLES

Sala: Sala Réplika Autor: Mikolaj Bielski sobre textos de Stanislaw Ignacy Witkiewicz Director: Mikolaj Bielski Intérpretes: Socorro Anadón, Raúl Chacón, Malcolm T. Sitté, Eeva Karoliina Duración: 50'
(la función ya no está en cartel)
Encuentro por ahí una serie de excelentes fotos de Antonio R. Barrera.
Por si llevara yo pocos complejos de culpa amontonados sobre mi karma, cada vez que me pongo a pensar en El éxtasis de los insaciables me asalta la incómoda sensación de no haberle otorgado a tiempo la atención que se merecía. Un poco exagerado esto de comparar la crítica con un sacerdocio, pero a veces me pongo a pensar en las docenas y docenas de funciones en salas pequeñas, las docenas y docenas de equipos trabajando sin lograr una sola línea de repercusión en ninguna parte... y me pongo malo. Bueno, es imposible. Cada uno llega a lo que llega. En este caso, me consuela ver que el montaje ha obtenido una buena colección de críticas, y me alegro, porque se las merecía.

 
Vaya fotacas, como diría alguien que yo me sé.
Raúl Chacón en El casamiento
El éxtasis de los insaciables es poco más que un fogonazo, cincuenta minutos de intensidad teatral en vena. Un texto verdaderamente bien urdido, no sé hasta qué punto por Witkiewicz el visionario o por Bielski, expresionismo ya cáustico en origen elevado a sicotrópico por la música en directo de ErRor Humano y la iluminación del propio Bielski. No creo que Witkiewicz hubiera podido imaginar nada más acorde con su universo. Empieza como si nada, como una cosilla que se curra el estilo, pero va revelando poco a poco lo que es: un ejercicio de construcción dramatúrgica a base de provocación en el concepto, de habilidad en el manejo del exabrupto en, al menos, tres lenguajes: el verbal, el visual, el musical. Termina también como si nada, como si no terminara, como terminaba La cena del rey Baltasar, y hasta aquí puedo llegar. Pero entre un y otro "como si nada" lo que ocurre se impone a la percepción -y a la memoria- del espectador.

Socorro Anadón
Los intérpretes están exactamente como deben estar: pura exageración, pura gesticulación, por momentos simple presencia ofensiva. Esto último le toca todo el rato a Malcolm Sitté. Eeva Karoliina impone una carnalidad agresiva, una vulgaridad rubia delineada con precisión. Raúl Chacón es un tipo que me encanta, lo mismo construye esto que un delicado individuo enamorado en la Rusia de los zares. Siempre lo he visto bien. Y Socorro Anadón es-pec-ta-cu-lar. Como si se hubiera pasado una vida preparándose específicamente para estas madres de Witkiewicz. Una dureza de expresión que me recordaba a algunas miradas de Geraldine Chaplin. Está cenando de espaldas al público, se da la vuelta y lanza una, qué concentración de intensidad.
P.J.L. Domínguez
          

LAS BRUJAS DE SALEM

Sala: Teatro Valle Inclán Autor: Arthur Miller (versión de Eduardo Mendoza) Director: Andrés Lima Intérpretes: Míriam Alamany, Nausicaa Bonnín, Marta Closas, Borja Espinosa, Miquel Gelabert, Núria González i Llausí, José Hervás, Lluís Homar, Carles Martínez, Anna Moliner, Nora Navas, Albert Prat, Carme Sansa, Yolanda Sey y Joana Vilapuig Duración: 2.35'
(la función ya no está en cartel)


La muy efectiva, y preciosa, escenografía de Beatriz San Juan.
Ésta fue mi crítica (hace cuatro meses) en la Guía del Ocio:

PLEGADO AL ESTILO


¿Es éste el mismo Lima que hace unos meses montaba una Medea con todos los sacrificios exigidos por la diosa modernidad a sus seguidores? Esta vez esconde su presencia –y no me refiero a su propia presencia física, que en ocasiones ha usado, sino a la mano del director- y muestra un talento impecable para la construcción clásica. Texto de repertorio puesto en escena con tal sobriedad canónica que, grabado en blanco y negro, podría presumir de ser cuarenta años más joven. Esto, que a veces puede ser reproche, es aquí elogio a la modestia de saber plegarse a un estilo. Aparte de algunas intervenciones didácticas (breves, gracias a los dioses) y de una jovencita cantarina, todo sigue el mismo cauce, todo sirve a un texto en el que no sobra una coma y que se precipita impetuoso a su final.

Grandes aciertos en el elenco. La función sube dos palmos desde que Homar, que ya está en esa categoría en la que empieza a importar poco incluso lo que dice, entra en personaje (ha hecho antes algunos de esos comentarios explicativos). Espinosa compone un Proctor cuya lejanía del heroísmo estereotipado lo hace verosímil. Carles Martínez consigue dotar a John Hale de una pálida llama de simpatía incluso al principio, abriendo el camino al giro del personaje. Excelente la joven Anna Moliner en el agradecido papel de Mary Warren.

Sólo añadiré que me encantaría que Anna Moliner, que ha hecho bastante teatro en Cataluña, se dejara ver por Madrid.

La escenografía de Beatriz San Juan, una auténtica preciosidad. La aprecio más con la perspectiva de los cuatro meses que han pasado desde que la vi.

P.J.L. Domínguez
          

ENSEÑANZA LIBRE - LA GATITA BLANCA

Sala: Teatro de la Zarzuela Autores: Enseñanza libre: Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (libreto) y Gerónimo Giménez (música); La gatita blanca: José Jackson Veyán y Jacinto Capella (libreto) y Gerónimo Giménez y Amadeo Vives (música) Director de escena: Enrique Viana Director musical: Manuel Coves Intérpretes: Roko, Cristina Faus, Gurutze Beitia, María José Suárez, Ángel Ruiz, José Luis Martínez, Axier Sánchez, Iñaki Maruri, Mitxel Santamarina, etc.  Duración: 2.00
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Gerónimo Giménez (el de La tempranica) y Amadeo Vives (el de Doña Francisquita) son indiscutibles. Pero no es menos indiscutible que estas dos son piececitas menores. No por ello carentes de interés. Uno termina por ver docenas de Revoltosas en la vida, pero ¿cuántas veces se le van a poner a tiro títulos como éstos? Como en el chiste, una o ninguna. Si les ha tocado dedicarse a la historia de los géneros habrán leído aquello de que la zarzuela intentó todas las vías de salida posibles en los primeros decenios del siglo XX: el verismo, la opereta, el musical a la americana, la revista... también el acercamiento a los géneros ínfimos y lo sicalíptico. De esto último, casi lo único que ha pasado al repertorio es La corte de faraón, ejemplo de que géneros menores pueden dar obras mayores (y viceversa: no habrá óperas nefandas ni nada). Así que la programación de dos juguetes eróticos que hicieron las delicias de nuestros bisabuelos, para enterarnos de primera mano de qué iba todo aquello, me parece una estupenda iniciativa. Aquí termina casi todo lo estupendo. Y si sólo le interesa la crítica pura y dura (bastante dura) del espectáculo, salte hasta las estrellitas separa-párrafos, que me voy a enrollar.

PARA SALTARSE EL ROLLO E IR DIRECTAMENTE A LA CRÍTICA, BUSQUE UNAS ESTRELLITAS COMO ÉSTAS:
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Dice el programa de mano que los chistes que contienen los libretos serían incomprensibles en algunos casos y, en otros, podrían ser tachados de machistas. Dice también que esto ha movido al director y autor de la versión, Enrique Viana, a hacer lo que ha hecho. Tanta sinceridad me conmueve. Y me hace rogar a los dioses que no encomienden al redactor del programa y a Viana el Teatro de la Comedia, porque si se ponen a eliminar los pasajes que podrían ser tachados de machistas se nos quedan los clásicos en clás, y gracias. Y como les dé por eliminar también el clasismo, el racismo, la apología de la violencia y de la tiranía y unas cuantas cosas más que se merecen la eliminación, pues nos quedan los títulos.

Vamos por partes. Nada que objetar a la actualización de los chistes. Es una cosa que hay que hacer hasta con Shakespeare. Pero en esto tendríamos que ver qué quiere decir "actualizar". Yo entiendo que hay que adecuarse al tipo de humor, a la finta mental que hace reír a una generación y no a otra, a eso tan sutil que hace que los finlandeses se rían de unas cosas y los sicilianos de otras. O a sustituir referencias a situaciones sociales y tipos humanos ya inexistentes por los que tenemos alrededor. Porque si estamos hablando de reírse de un par de políticos en activo con chistecitos de patas cortas cortitas, eso ya lo vimos en Cómo está Madriz y es para morirse de pena. En fin, nunca sabremos si los chistes de estas dos obritas nos hubieran gustado, los que se han escrito en su lugar hacen bostezar.

Y ahora, vamos con el machismo. Tomar una obra del patrimonio cultural y alterarla porque va contra los valores mayoritarios en un momento concreto se llama censura. Es igual que se haga por un lado o por el otro. Si viene un reaccionario y le pone trapitos a los frescos de Miguel Ángel, es censura. Si viene un progresista y altera las tramas machistas, es censura. Y es curioso que estas censuras de uno y otro lado coincidan con admirable precisión en un asunto: el sexo. Vamos a toda velocidad hacia un puritanismo de nuevo cuño: teóricamente opuesto al anterior -de derechas- porque teóricamente éste es de izquierdas. Encontramos ahora estas voces que mutilan en nombre del progreso y hasta en mi propia generación hubo quien representó versiones mutiladas sólo para chicos en los colegios religiosos. ¿Cuánto ha durado el oxígeno? ¿Cuarenta años? La operación de Viana y la de los jesuitas -con objetivos supuestamente opuestos- terminan en el mismo sitio: la esterilización. Antes de no mucho tiempo veremos a alguien defendiendo en los tribunales -como Flaubert- que las opiniones de sus personajes no son las suyas. Ya les conté que, a la salida de La lista, dos señoras se preguntaban indignadas cómo se podía reproducir en el teatro la vida de un ama de casa tan alienada. Como si no existieran. Me pregunto si, para terminar con la alienación de las amas de casa, es mejor que salgan en las piezas de teatro o condenarlas a la invisibilidad. Lo que no vemos no existe. Me pregunto si, para acabar con el machismo (o avanzar pasito a pasito, que la cosa va a llevar generaciones) es mejor exhibirlo en la ficción o aplicarle la damnatio memoriae. ¿De qué me habla, si nunca existió? Eso nos lleva a 1984. La de Orwell, digo, y su Miniver o Ministerio de la Verdad.

Pero voy a dar un paso más. Tenemos DERECHO a reírnos con cosas que transgreden las normas morales, incluso las normas morales en las que creemos más firmemente. Para mí, la igualdad de todos los seres humanos es algo tan sagrado, y me toca de manera tan visceral, que de vez en cuando arruino alguna cena por parar los pies a alguien ante el horror de mi cónyuge. Si un taxista (pobres, la mayoría encantadores, y los usamos para cualquier ejemplo) me empieza a hablar de "las mujeres" o "los inmigrantes", lo paro y me bajo (no, mi heroicidad no da para más, no estoy muy orgulloso). Pero, como ya se encargó Sigmund Freud de enseñarnos, cuanto más serio consideramos algo, más risa nos da tomarlo a chacota. ¿Es alguien machista por reírse de un chiste sobre mujeres? ¿Es alguien antisemita por reírse de un chiste de judíos? ¿Homófobo por los chistes de mariquitas? ¿Odia a las madres, o las considera seres inferiores, por partirse la caja con los chistes de madres? Muchas mujeres, judíos, gays, madres... de la más fina inteligencia disfrutan de lo lindo con ese tipo de humor. Alguien que se ríe de un chiste machista puede ser machista, pero no todo el que se ríe lo es. Este asunto está plagado de silogismos incorrectos que terminan produciendo represión, censura... y en último término campos de concentración. Lo que diferencia a una tiranía de una democracia no es lo que se censura (ellos censuraban mal, nosotros censuramos bien) sino si se censura o no, a secas. Por no meternos en una más gorda: la confusión entre la desigualdad y la representación de la desigualdad. 

Por supuesto, todo esto termina cuando se da de bruces con la apología. Hay que prohibir la apología de la desigualdad, pero la risa no puede prohibirse, porque es una prohibición liberticida. El humor es algo complejísimo de imposible reducción a normas. Un ejemplo, para cerrar esta interminable digresión. Sigamos con el machismo. Esta situación de Enseñanza libre producía en 1901, sin duda, una hilaridad que llamaremos de primera instancia. Risas sobre las intenciones -o las acciones, no lo sé- de estos señores en el internado que compartían su visión del mundo. En 2017 esa lectura sigue siendo posible, pero estoy seguro de que buena parte de los espectadores se reirían en segunda instancia. O sea, algo así como "mira tú si eran animales estos bisabuelos nuestros". Sin compartir su visión. Y ahora: ¿quién es el juez que distingue entre los que se ríen porque son machistas y los que se ríen del machismo? Es como lo de Benny Hill, denostado como la quintaesencia del humor machista, cuando -precisamente- ridiculizaba a ese rijoso e imposible personaje que se inventó. ¿Ustedes se reían de la utilización de las mujeres o del impresentable patán? ¿Nadie se ha dado cuenta de que condensar tantos ismos condenables en un, pongamos por caso, Torrente (el de Santiago Segura) es una forma mucho más efectiva de condena que cualquier explicación racional? Es como si condenáramos a Chaplin por hacernos reír con un remedo de Hitler en El gran dictador. Si me río ahí, ¿soy filonazi? En fin, como tantas cosas, ésta de la libertad de expresión es una de esas cuestiones que dejaré para escribir un libro airadísimo cuando me jubile. La igualdad de género es una cosa demasiado seria y demasiado necesitada de acciones en innumerables órdenes de la vida como para que gastemos pólvora en salvas, creyendo que eliminar la representación del machismo de los escenarios eliminará el machismo. Por cierto, en este mismo escenario hemos visto hace nada Juan José y Las golondrinas. Dos la-maté-porque-era-mía. Imaginen a Viana aligerándolas. La "operación Viana" terminaría con el repertorio desde Sófocles hasta Mihura, por lo menos.

Coda: leo a Viana en hoyesarte.com que algunos de los chistes "pueden ofender particularmente al [público] femenino". Es una frase que resume perfectamente las paradojas que rodean estas cosas. Es profundamente machista esto de que el machismo ofenda a las mujeres. Es exactamente la actitud de enviarlas al salón para que los hombres nos quedemos fumando puros y diciendo cosas abominables. Por Dios. Me imagino a mis amigas (pro-fun-da-men-te feministas) escuchando esto de que no pueden oír chistes machistas de 1901, porque se van a ofender particularmente ellas.

* * *

Luces, cristales, brillos, espejos... dan algunos de los momentos visualmente
más logrados de la función.
Volvamos al teatro. Perdonaría las tijeras de podar si, al menos, el resultado fuera a alguna parte. De Enseñanza libre no ha quedado ni la raspa. Se ha modificado el texto para simular que los personajes preparan una zarzuela que es La gatita blanca, como si el programa doble no se hubiera inventado nunca (miren lo bien que lo hizo Lima con De Madrid a París y El bateo). El resultado es que el texto avanza trabajosamente hacia no se sabe dónde y, de pronto, entran unos números musicales extraviados, como si a alguien se le hubieran caído libros y partituras en la biblioteca de la Zarzuela y hubiera recogido papeles al azar. La gatita blanca queda mejor parada, aunque no pude evitar echar de menos los suculentos chistes que, según el programa de mano, se le habrán censurado como Dios -y tanto la conferencia episcopal como los progresistas del progresismo del rábano por la hojas- manda.

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Lo más bonito que se le suele llamar al público de la Zarzuela es conservador. De ahí, para arriba. Me parece a mí que podríamos ir rebajándole grados de ferocidad, porque si me dicen que en el templo del género lírico nacional íbamos a ver a una protagonista cantando

AMPLIFICADA

y que el público no apedrearía la fachada a la salida, no me lo hubiera creído. Pues como si nada. Amables aplausos de compromiso. El Teatro de la Zarzuela es el buque insignia de un género. Eso sucede con contadísimos teatros en todo el planeta. Debe ser referencia absoluta. ¿Ustedes creen que se puede microfonar a una cantante porque no le da la voz? Será que no hay cantantes líricas con las condiciones necesarias para salir ligeras de ropa, como exigen el género y el personaje, y -además- aportar la picardía que Roko no ha sabido interpretar. Docenas. Les he dicho más de una vez que nuestro repertorio lírico exige a menudo actores que canten, más que cantantes de altura, pero... que canten. A esta chica no le llega la voz. Éste es un despropósito mayor que el de la versión, y espero que el escándalo evite que vuelva a producirse. Me extraña mucho -y demos tiempo al tiempo- no leer ya las protestas de los cantantes líricos.

* * *
Gurutze Beitia, sin duda, lo
mejor de la función.
¿Y la puesta en escena? Sepan que la acción se desarrolla en la platea (desprovista de butacas y con el piso alzado hasta medio antepecho de los palcos) y que se ha instalado un graderío en el escenario, donde se sienta el respetable. El respetable afortunado, porque los de los pisos ven una función que se desarrolla en su 80% dándoles la espalda (a pesar del giratorio). ¿Qué aporta esta disposición? Por mucho que me exprimo las meninges, la única ventaja que se me ocurre es que el público ve el suelo de espejos que, sentado en platea, no vería. Parece una flaca ventaja, pero debía de ser fundamental en las intenciones de los creadores, porque el resultado general recuerda mucho aquella frase de Chus Lampreave en La flor de mi secreto: "Esas sillas le gustan mucho a tu hermana. Como tienen dorao... ni que fuese gitana". No he apreciado una querencia parecida en mis queridos vecinos gitanos, pero si fuera cierta podríamos pensar que los autores del montaje, las acomodadoras (esto no es sexismo, sino descripción) y hasta el segundo flauta son de la raza calé, porque en mi vida he visto una función con más dorados, plateados, espejos, telas brillantes, cristales... Madre del Amor Hermoso. En fin, es verdad que es espectacular por momentos y que lo visual es el punto fuerte de una función más bien débil, pero termina por empalagar un poco (por ejemplo, en el momento en que los portadores de los poquísimos trajes medianamente discretos, el coro, despliegan unas... ¿cosas?... convenientemente doradas). Claro, el espejo del suelo lo multiplica todo por dos, así que para eso supongo que estábamos sentados en el escenario.

Para equilibrar esta ventaja -ya saben que no hay nada gratis en esta vida- se oye de pena desde ahí. La señora de mi izquierda se pasó la velada susurrando "pero si no se oye nada". En efecto. Añadan que -al menos en la representación que yo vi- las voces de todo el mundo provenían de la boca que las emitía, excepto la de Roko, que venía siempre de un punto situado a la izquierda, cercano al arco de proscenio. Mal balanceada.
* * *
Para cerrar el catálogo, hay que mencionar la coreografía. Salvemos el número de las bañistas, en plan Busby Berkeley. La mayor parte de lo que queda es de una ramplonería apabullante. Subo el brazo derecho adelanto el pie izquierdo, subo el brazo izquierdo adelanto el pie derecho. Además de eso, cuando un cuerpo de baile está en funciones más bien de ilustrar, decorar, rellenar o llámenlo como quieran (que es el caso) dice el manual que el físico de los bailarines debe ser más o menos homogéneo y evitar los saltos de treinta centímetros en las estaturas. Y más: alguno, simplemente, no llega al nivel mínimo exigible.
* * *
¿Qué nos deja esta doble función? Algunos momentos visuales construidos por la escenografía de Bianco y el vestuario de Corzo. La resurrección de la hilarante Habanera de los reyes godos de El trébol. Los esfuerzos de José Luis Martínez (un tipo que sirve para esto igual que para un Misántropo) y del gran Ángel Ruiz por encarrilar algunas escenas. El quinteto de cantantes del coro de la Zarzuela, que brilla en La gatita blanca. Y, sobre todo, la IMPRESIONANTE vis comica y la capacidad de colocar frases y caras de Gurutze Beitia. Hagan algo con esta mujer, cantando, no cantando, con Jardiel, con Coward, con Arniches o con Goldoni. Pero algo.

Viana es un tipo que sabe lo suyo de teatro, al que hay que respetar, y cuyo talento ha brillado en más de una ocasión (aún tengo pendiente la crítica de Le frigo). Una mala tarde la tiene cualquiera.
P.J.L. Domínguez
          

LA CANTANTE CALVA

Sala: Teatro Español Autor: Eugène Ionesco (versión de Natalia Menéndez) Director: Luis Luque Intérpretes: Adriana Ozores, Javier Pereira, Helena Lanza, Fernando Tejero, Carmen Ruiz y Joaquín Climent Duración: 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

RITUAL DEL ABSURDO

El primer golpe de efecto es el de una escenografía de Monica Boromello que ocupa con autoridad el escenario del Español. Boromello ha estrenado también Trainspotting y Blackbird en poquísimo tiempo, y los tres títulos dan buena idea de una creadora que sabe sacar partido a las exigencias de cada montaje. Tiene uno la sensación de que, cuando el telón transparente con la Union Jack sube lentamente, suenan las campanadas y Adriana Ozores comienza a oficiar el ritual con el celebérrimo “Hoy hemos comido bien”, ya está ganada la mitad de la partida.
    Digo ritual, porque acudir a escuchar este Ionesco tiene mucho de acto reverencial hacia un tipo de teatro y hacia una época. Es como ir a ver el Tenorio en Semana Santa o el Cascanueces en Navidad. 

Natalia Menéndez ha tratado con gran respeto toda esta carga simbólica, pero Luque–un director que confirma una solidísima carrera a cada paso que da- se ha permitido, afortunadamente, acercarlo un tanto a nuestra propia tradición de comedia descacharrada. Los intérpretes no tienen que urdir nada extraordinario para largar estos despropósitos casi como en una de esas denostadas películas que han encontrado refugio en Cine de Barrio y que recogían el saber completo de los diálogos de Jardiel y Mihura. Todos estupendos; Climent, impecable; la Ozores, fantástica, milimétrica, quirúrgicamente precisa, desternillante.

Y lo que no cabía allí:

Luis Luque: Diario de un loco, El señor Ye ama los dragones, Insolación, El pequeño poni. Y eso, lo que pueden encontrar en el blog. Tienen aquí una lista más completa. También me gustó La escuela de la desobediencia, y tuvo mucho éxito en el off más cool Ahora empiezan las vacaciones, pero esa me la perdí. Uno de sus talentos es el de saber rodearse de estupendos colaboradores. Además de Boromello, citada en papel, Felipe Ramos iluminando (como en El señor Ye) y Almudena Rodríguez Huertas para el vestuario.

[Agrego una nota de mayo de 2018. Así de memoria, Luque ha dirigido después un fiasco, Dentro de la tierra, y una cosa apañada contra la que alguna pega estructural tengo pero que, en conjunto, me dejó muy buen recuerdo: Lulú]

* * *
Está Jardiel encerrado dentro. Y Mihura, pero eso es bien sabido (bien sabido aquí; la ignorancia internacional sobre Mihura es oceánica, como les demostrará un vistazo a la voz en francés sobre el Teatro del Absurdo en la wikipedia; en inglés sí que sale). Ionesco se llevó el gato al agua con La cantante calva, quizá porque la estrenó en el lugar por donde había pasado Jarry, y estaba todo preparado para recibirlo. Tienen a Jardiel en "Es como nuestra hija, que sólo bebe leche y come papillas. Será porque sólo tiene dos años" o en "Llaman a la puerta / Debe de ser alguien". Es el mismo humor del teatro de Achille Campanile en Italia, y demuestra -por si hiciera falta demostrarlo- que hace unos miles de años que la cultura europea sólo puede entenderse y explicarse en su conjunto. Miren las fechas: Campanile, 1899-1977; Mihura, 1905-1977; Ionesco, 1909-1994. ¿Creen que les hizo falta leerse unos a otros para escribir lo que escribieron? Qué va. Cada uno venía de su propia tradición, sólo que "la propia tradición" de cada uno era una sola: la europea, soplando, como dice la fábula que cuenta la Ozores en escena "por aquí y por allá".

Hablandode "nuestra propia tradición de comedia descacharrada" se me cruza la Ozores en esta composición de tronada entrañable y... ¿de quién me acuerdo? ¿Quién se acuerda de la Locatiwhisky? Pronuncien Locatigüisqui. ¿Quién se acuerda de La casa de los Martínez? Si pinchan el enlace, lean el último comentario que aparece al final de todo, porque es el mejor informado. Era un formato de vanguardia en la televisión de los sesenta que podría resucitarse ahora perfectamente y parecería un hallazgo: un programa de entrevistas a personajes reales, realizadas por una familia de ficción. Allí salía la Locatigüisqui, nada menos que María Isbert, que fue capaz de dejar huella en la memoria de un niño que tenía ocho años cuando terminó la serie.


Enlace a RTVE
La Ozores. El Gobierno debería disponer, de inmediato y por decreto, que esta mujer estrenara no menos de media docena de cosas por temporada. Creo que lo último fue Atchúusss!!! en 2015, y año sin Ozores es como para considerarse año perdido. Las abuelas podrían decir ¡Un año sin la Ozores os haría falta! como decía la mía ¡Una guerra os haría falta! cuando no me terminaba la comida (agarraba el plato y lo vaciaba ella). Si aún no han visto La cantante calva estén atentos al momento en que ella cuenta la historia del novio que regala a su novia un ramo de flores, porque no dura ni un minuto y es antológico. Merecería la pena pagar entrada sólo para no desviar la atención de cómo esta mujer mantiene la tensión de personaje sin aflojar ni un solo segundo, da exactamente igual que esté en el foco o no.

Tampoco se pierdan a Climent dando un saltito para llegar al lugar desde el que debe contar la maravillosa historia de la serpiente y el zorro. Carmen Ruiz (fantástica en Bajo terapia) es otra indiscutible. Pereira, propinando las necesarias sonrisas encantadoras y absurdas bajo ese casco absurdo. Lanza, que me pasó desapercibida en La ola, mejor en Los desvaríos del veraneose revela como una actriz con carácter. Y Tejero, que es aquí un acierto de casting, confirma que es un buen actor de carácter, que no es lo mismo.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 22 de mayo de 2017

LA TERNURA

Sala: Teatro de la Abadía Autor y director: Alfredo Sanzol Intérpretes: Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón Duración: 1.15'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)

Trancón, Déniz, Hernández y Lara

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

DE CARNE Y HUESO

Sanzol ha tomado las comedias de Shakespeare, ha deducido sus leyes y reproducido (que no parodiado) el estilo, y le ha salido La ternura. Podría esperarse un engendro ortopédico sin alma o, a lo sumo, un ejercicio de estilo, un pastiche culto. Es mucho más, porque, antes de esta operación, Sanzol compartía ya con su modelo una fecunda capacidad para el dibujo de los caracteres con el pincel de la comedia. Unos toques con ese instrumento le bastan para generar criaturas de carne y hueso que se agitan en sus pequeños dramas bajo la mirada compasiva de su creador. Y de la nuestra, porque nos reconocemos en las mismas manías y obsesiones de la trama sencilla, llena de magia y humanidad, en la que resuenan La tempestad, Cuento de invierno o El sueño de una noche de verano.


    Me veo al final rodeado de caras sonrientes que buscan las miradas ajenas, y es que La ternura provoca exactamente eso: una corriente de ternura hacia los personajes y –de rebote- hacia nosotros mismos. Sanzol ha escrito para sus intérpretes, y se nota: no hay uno que no tenga varios momentos de gloria. Pero son quizá los dos personajes de más edad los que más jugo sueltan, por su mayor contraste de sentimientos. Elena González da una lección magistral titulada “cómo hacer un papel cómico sin perder la seriedad un instante” y Lumbreras compone un payaso admirable.

Y lo que no cabía allí:


Mientras nadaba esta mañana pensando en la función, se me aparecía refulgente una cosa que ha pasado desapercibida. Esto no se podía hacer con otros actores. Estoy siendo irónico (mejor advertir): lo ha dicho todo el mundo. Es una manera de hablar, claro está, siempre se puede hacer con otros. Lo que queremos decir con esa expresión es que la pieza parece parida expresamente para los seis, porque los intérpretes se amoldan tan bien al texto que parece que sea el texto el que se les amolda. Bueno, en este caso, hasta probablemente será así, siquiera en parte. Sanzol ha trabajado con gente que conoce muy bien. En cualquier caso, escriba con los actores en mente o perfectamente a su bola, el efecto es muy intenso esta vez. Como si la pieza les perteneciera.

Se me ha ocurrido que tendré lectores a los que les apetecerá echar un vistazo a cosas que hayan hecho con anterioridad, así que voy a dejarles los enlaces a las entradas que los mencionan.

Paco Déniz: Jardiel, un escritor de ida y vuelta, Vida de Galileo, Esperando a Godot (lo único que no le he visto redondo a Sanzol).

Elena González: Serena apocalipsis, Enrique VIII . Como apunto en la crítica en papel, esta mujer se las ha arreglado para representar con la misma majestad la Catalina del Enrique VIII y la Reina Esmeralda de esta comedia. Sólo que aquí se las arregla para hacer reir sin mover una ceja. ¿Cómo? Misterios de la interpretación. Suelta lo de "Tengo un plan" como para convertirla en una de aquellas frases del Un, dos, tres que todo el país repetía el lunes.

Natalia Hernández: Carlota, El lindo Don Diego. La mujer de la voz mágica. Como Esperanza Pedreño, se la puede llevar a un registro casi grotesco de efecto cómico o a la modulación aterciopelada de las dobladoras de Lo que el viento se llevó. Si hubiera nacido en Wisconsin, la conocería todo el planeta. Una reina de la comedia esperando todavía -me temo- un grandísimo papel protagonista. ¿La Mujer asesinadita? Algo así.

Javier Lara: Todo el tiempo del mundo. Vaya, estoy seguro de haberlo visto en más cosas, pero he debido de olvidar etiquetarlo. No encuentro un maldito curriculum en red. Snif.

Juan Antonio Lumbreras: Esperando a Godot. Lo vi en El inspector, pero tengo esas críticas sin subir (qué pereza). También en Locos por el té -la pieza no estaba a su altura- y en la estupenda, extraña y desapercibida Canícula. Juraría que he visto más cosas suyas, pero no las encuentro ahora... qué desastre.

Eva Trancón: Estaba a punto de decir "no conocía a Trancón" cuando he pasado por Canícula. Miren lo que escribí sobre ella: "Las dos están de muerte, no me explico cómo no había visto nunca a Eva Trancón. Actúa en el Edipo de Sanzol, que evito desde antes del verano, porque me da una pereza tremenda una función que -por lo que me han dicho ya varios chivatos de mi confianza- no pasa de ser una lectura dramatizada. En fin, a lo mejor voy por confirmar esta excelente impresión sobre la actriz. Perdonen el tópico, pero no puedo evitar verlas a ambas en unas Criadas entre siniestras y bufas". No vi el Edipo, así que La ternura me ha servido para la confirmación: esta mujer es la bomba, qué aplomo.
P.J.L. Domínguez