jueves, 22 de diciembre de 2016

RICARDO III

Sala: Teatro Español Autor: William Shakespeare (versión de Yolanda Pallín) Director: Eduardo Vasco Intérpretes: Arturo Querejeta, Charo Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortíz, Cristina Adúa, Antonio de Cos, José Luis Massó, José Vicente Ramos, Jorge Bedoya, Guillermo Serrano Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Vasco me ha parecido siempre un director de escena interesantísimo, incluso cuando patina (todo el mundo patina, hasta los mejorcísimos), y Ricardo III me encanta (tanta maldad desparramada, tanto cinismo, mmm), así que me fui al Español con la mejor de las disposiciones. Y me aburrí como una ostra.

Resulta que fui con dos personas que saben bastante más que yo de teatro. Los tres nos aburrimos como un banco de ostras (¿se dice banco? ¿colonia?) y los tres nos pasamos la función pensando exactamente lo mismo, como después nos confesamos: "estos dos lo están pasando bomba y yo no", "algo me pasa, que el teatro no me llega como antes"... y variaciones sobre el tema. Pues no. Aburrimiento general. Planteamiento de hipótesis explicativas. Sólo se me ocurre una: este Shakespeare está tan podado (dura menos de la mitad que una versión sin tijera) que se ha quedado la peripecia monda sin prácticamente retórica. Shakespeare sin retórica... Si tienen un rato que perder, mírense lo que les decía a propósito del contenido narrativo y su forma externa en la crítica de El policía de las ratas. Pallín ha dejado el Ricardo III en una extenuante sucesión de asesinatos casi sin nada entre uno y otro, cuando Shakespeare está ahí, en el relleno. Y Vasco, haciendo alarde de una capacidad que casi siempre alabamos en otros montajes, lleva la cosa rapidita, rapidita, anulando incluso las transiciones (qué habilidad, dicho sea de paso, para enlazar las escenas sin que se noten las costuras). Resultado: tras dos o trescientas muertes ya estamos todos pensando en la lista de la compra del día siguiente. 

Creo que lo único que me despertó del letargo fue la escena de Charo Amador como la reina Margarita. Todo tiene más vuelo: desde el vestido hasta la interpretación, que se aleja de una austeridad general que casi me atrevería a llamar austericidio. Y mira que siempre me quejo de lo contrario. Es cierto que la reina viuda tiene que parecer un poco tronada, pero no lo es menos que su entrada eleva la línea mortecina del montaje. Desde ahí hasta la aparición de la cabeza de jabalí (en sentido literal y no en el charcutero) todo el resto es piñón fijo. Y eso que el Ricardo en escena (el incomparable Querejeta) es un pedazo de actor como hay pocos. Sin él, esto sería un barco al garete. 

Como parece que hay bastante gente con opiniones marcadamente positivas, les pongo este enlace para que lean otras cosas, vean la función y decidan. Yo los dejo advertidos.

Para terminar, comentario de actualidad. Les hablaba ayer de los desternillantes resultados de la encuesta de la revista Godot sobre el mejor montaje del año. Lo de hoy supera -como chiste- a aquel antológico monólogo sobre el despido en diferido. Interrupted ha vencido en la primera semifinal a La cocina. Lo que oyen. Todo el proceso recuerda cada vez más intensamente al referéndum del Brexit. 
P.J.L. Domínguez
          

martes, 20 de diciembre de 2016

MASKED

Sala: Teatros Luchana Autor: Ilan Hatsor Directora: Iria Márquez Intérpretes: Pedro Santos, Carlos Jiménez Alfaro y Antonio Lafuente Duración: 1.15' (creo recordar, olvidé apuntarlo)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Carlos Jiménez Alfaro, Pedro Santos y Antonio Lafuente. Foto de Kike Rincón para madridiario.es
Vi Masked hace un mes largo, y ahí estaba, esperando turno a que terminara de una vez la infinita entrada de La cocina. Además, les seré sinceros: La cocina me ha provocado tal avalancha de visitas que tenía la sensación de tener hechos los deberes al menos por lo que tocaba al mes de diciembre, como si alguien me exigiera un mínimo, fíjate tú cómo somos en cuanto nos ponen un contador.

El caso es que ahí estaba yo revolcándome en la pereza, cuando llega la encuesta de la Revista Godot. Treinta y dos funciones (de las que he visto veintisiete) preseleccionadas para llegar por un sistema de enfrentamientos sucesivos a elegir el mejor montaje teatral del año en Madrid por votación en twitter. Y me encuentro con que Masked e Interrupted se encuentran en este grupo de excelencia, codeándose con -por ejemplo- Incendios, La cocina, Todo el tiempo del mundo o La respiración. Y ustedes se dirán "bueeeeno, eso no va a ninguna parte, no se soporta la comparación". Pues bien, a día de hoy, resulta que Proyecto Homero (La odisea y La Ilíada de La Joven Compañía) ha eliminado Incendios (sí, la de Mario Gas y Nuria Espert) e Interrupted ha dejado K.O. a Numancia .También a El jurado, que no era para echar cohetes pero le saca varias cabezas, y a Yo, Feuerbach, que no vi (la vi después, es unas mil o dos mil veces mejor que Interrupted desde cualquier punto de vista). Creo que tales resultados no merecen ni comentario, pero si tienen alguna relación con el sector sabrán de las campañas que se montan en plan "vótanos", sin que a nadie se le ocurra recordar que hay que votar a lo que mejor nos ha parecido y no a quien más simpático nos caiga. 

¿Saben a quién hacen más daño estas operaciones que pretenden repartir prestigio? Aparte de a la propia iniciativa (fíjense el peso que va a tener para cualquiera medianamente informado el título de "semifinalista al mejor montaje del año de la Revista Godot"), a quien cosecha elogios inmerecidos. Y eso me lleva de vuelta a Masked.

Masked se basa en un buen texto sobre el conflicto palestino. Para que se me ubiquen: si, en esto de piezas sobre la violencia, Incendios es una matrícula de honor y Tierra del fuego un cuatro y medio, Masked se acerca al notable. Bien estructurado, con personajes creíbles, una peripecia interesante y sin caer en las trampas del teatro de buenas intenciones (he hablado muchas veces de eso, aquí tienen una mención si les interesa). Plantea una de esas situaciones horrendas en las que todas las partes tienen algo de razón en medio de la escabechina general. Se podría convertir en una peli con planos subjetivos de protagonista huyendo de las balas israelíes, barridos de cámara sobre barrios arrasados por las bombas y mucha amargura de fondo.

Ahí se termina lo bueno. La versión que vi en los Luchana apenas está dirigida. Se ha montado el texto con alguna dignidad, pero no hay nada más, ni una sola idea memorable. La interpretación es justita, justita, y me quedo corto. Quizá quien más se salva es Carlos Jiménez Alfaro, que es quien menos texto tiene. Antonio Lafuente estaba muy centrado en el estilo ligero de Los desvaríos del veraneo y Pedro Santos estupendo en Los atroces, así que nos consta que sus capacidades daban para aprovecharlos mejor. No diré que la cosa llegue al desastre, porque las líneas se largan con la soltura necesaria para no aburrir, y cuando una función no aburre ya ha evitado el mayor de los males posibles. Pero es poco más que un intento masticable. Colocarla en una clasificación de las treinta y dos mejores hace un muy flaco favor a su directora. Viene a ser como decirle "sigue así, que vas bien". Y no.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 8 de diciembre de 2016

ALARDE DE TONADILLA

Sala: Tribueñe Autor y director: Hugo Pérez de la Pica Intérpretes: Candela Pérez, Raquel Valencia, Helena Amado, Badia Albayati, Alberto Arcos, Ana Peiró, José Luis Sanz (pianista: Tetyana Studyonova, se turna con Mikhail Studyonov) Duración: 2.20' (entreacto de 20 minutos) 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Estupefacción. Es el sentimiento que invade a quien ve por primera vez una creación de Hugo Pérez de la Pica. Alarde de tonadilla, como sus obras anteriores (Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama, Por los ojos de Raquel Méller, Paseíllo) bucea en los cimientos de nuestra cultura (iba a escribir 'popular', pero sobra), rebusca, reconstruye, arma y exhibe un resultado… lo dicho: estupefaciente. No se parece a ninguna otra cosa que veamos en los escenarios.
La estructura de números sueltos dibuja un relato cronológico y una dramaturgia que es… ¿Homenaje? Sin duda: el amor por la copla se expresa en cada gesto, en cada pliegue de las docenas de trajes diseñados ad hoc, en el vídeo que recuerda a las grandes intérpretes. ¿Arqueología? Ya sería mucho si fuera sólo eso, pero la recuperación del pasado desemboca en otra cosa, en algo de radical originalidad. Véanse como prueba las poesías declamadas entre los números, que nos dejan perplejos en su equilibrio entre el ripio y la exquisitez, el lugar común y la lírica abstrusa, lo popular y las fintas conceptuales de un espíritu complejo. El remate es quizá la impecable construcción de los números de copla estilizada extraídos de la zarzuela (De Madrid a París) y la revista (¡Por si las moscas!). Qué no haría este hombre con los medios de un gran teatro. ¿A qué esperan?


A Paseíllo tuve que volver por segunda vez para enterarme más o menos de la mitad. Sí, soy corto de entendederas y mi memoria es cada vez peor, pero digamos en mi descargo que estos monumentos son inabarcables. Me permitiría sugerir que -como se ha hecho tan a menudo con las estructuras tradicionales de números- se entregara al público una lista con los títulos, o se colgara en la página de Tribueñe. Antes de seguir, voy a plantar aquí otra foto, para que se enteren.


Nunca seguí. Este párrafo lo estoy redactando en octubre de 2018, nada menos que casi dos años más tarde. Alarde de tonadilla ha vuelto a la Tribueñe y es -en mi modesta opinión- lo más sorprendente que encontrarán en la cartelera. Y, quizá, lo mejor. Si nunca han visto nada de Pérez de la Pica, sigan los enlaces a Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama, Por los ojos de Raquel Méller y Paseíllo, porque les aseguro que hacerse a la idea de los caminos que este hombre transita no es fácil. Acaba de estrenar una cosa nueva (Las Teodoras) que aún no he visto, pero pueden apostar que no será nada convencional. Quizá algún día encuentre un rato para hablarles de Isadora. Más que nada, para que la posteridad digital encuentre quizá este mensaje en una botella, glosando todo lo que haya podido glosar de la obra de este genio. Lo repito: G-E-N-I-O. No me cabe duda. Sacúdanse la pereza y vayan a la Tribueñe, es como irse a Marte.
P.J.L. Domínguez
          

PREMIOS Y CASTIGOS

Sala: Teatro de la Abadía Autor y director: Ciro Zorzoli Intérpretes: Mamen Duch, Carolina Morro, Jordi Oriol, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta, Jordi Rico, Ágata Roca y Marc Rodríguez Duración: 1.20' 
(la función ya no está en cartel)


La foto de David Ruano no es del escenario de La Abadía, pero nos sirve. Son Mamen Duch, Carme Pla, Jordi Rico, Ágata Roca, Jordi Oriol (detrás), Albert Ribalta (delante), Marc Rodríguez y Marta Pérez. Falta Carolina Morro.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 T de Teatre no es una compañía que se quede parada mucho tiempo en el mismo sitio. Por mencionar lo más reciente, después de Jet-lag, una sit-com televisiva que duró seis temporadas, atravesaron las regiones de Sanzol (Delicadas, Aventura) y Pau Miró (Dones com jo). El salto al planeta Zorzoli da la medida de sus ganas de aventura.

    Zorzoli cosechó un éxito estrepitoso en 2011 con Estado de ira, desternillante retrato de una compañía que debe adiestrar a la sustituta de la primera actriz en un montaje de Hedda Gabler. Premios y castigos es otro ejercicio metateatral que bucea en las relaciones entre la verdad y la verosimilitud, la realidad y la ficción, mostrando los ejercicios de interpretación de un grupo de actores. No hay un relato completo que preste una estructura de soporte, como era el caso del Ibsen mencionado. Sólo hacia el final, en el momento oportuno para ofrecer al espectador un hilo narrativo al que agarrarse, aparece un dramón rural uruguayo (Barranca abajo) cuyo texto se larga entre innumerables trompicones. Quizá por eso el aspecto general es más conceptual y menos amable. Pero la formidable pericia de los intérpretes y la sutilísima trama de interrelaciones entre los personajes consiguen armar un espectáculo excelente partiendo de una idea que haría temblar a cualquiera.  

Y lo que no cabía allí:

Como sucede a menudo, mi recuerdo de Premios y castigos ha ido variando a medida que pasaba el tiempo. A mejor. Lo decía en la crítica reproducida más arriba, pero no sé si la idea central quedaba suficientemente resaltada. La repito. El procedimiento es, en lo esencial, el mismo que en Estado de ira. Pero sin armadura narrativa. Allí, a trompicones y entre carcajadas, se reproducia la peripecia de Hedda Gabler. Aquí no hay tal apoyo. Se trata de un grupo de actores que salta de uno a otro ejercicio de interpretación, y esa ausencia de dramaturgia macro acaba pesando un poco. Así que, aunque mi consideración global por la pieza era buena y ahora es mejor, me parece -es sólo es una conjetura- que habrá gustado más a todo el que tenga que ver con el teatro que al público en general. Yo, que soy un cobarde, habría metido Barranca abajo antes.

¿Por qué habrá gustado más a "la profesión"? Primero, porque va precisamente de eso, y a todos nos engancha más lo que nos toca. Segundo -y en esto es posible que esté yo minusvalorando al público general- porque el aprecio de la dramarturgia micro apuntalando una función sin narración exige un metagusto de cierta sofisticación. Tercero, sobre todo, porque toda la pieza es un merodear constante alrededor de lo que la interpretación es o no es, con todos los personajes buscando -y reclamándose unos a otros- más verdad en las actuaciones. Nada más y nada menos que la cuestión central del teatro.

Pocas cosas más difíciles para un actor que encarnar a un actor que está actuando. Casi siempre, el remedo de actuación es la caricatura de una mala actuación. ¿Cómo hacer una buena interpretación de un actor haciendo una buena interpretación? ¿Cómo distinguirá el espectador el trabajo real del actor real del trabajo fingido del actor representado? Es una paradoja sin fin, un juego de espejos. Lo pensaba ayer viendo a Manuela Paso en La noche de las tríbadas, sin sospechar que hoy me pondría - por fin- a escribir sobre Premios y castigos, que, de principio a fin, no es otra cosa. Sólo se podía sostener sobre nueve estupendos intérpretes. Mencionaré primero a Carolina Morro para hacer un poco de justicia poética: tiene un papel mudo y lo borda. Es el último mono, entre regidora y asistente, y ya coloca la función en atmósfera antes de que comience, con su presencia fastidiada y rebotada en el escenario. Andújar ha acertado con la escenografía y el vestuario, pero me quedo con lo que le ha puesto a Muleta (así llaman todos al personaje): una cosilla vaporosa con mucha pierna vista que contrasta con la rigidez del resto del vestuario y subraya que a esta pobre la tienen con rancho aparte y sugiere una sensualidad espontánea frente a la gestualidad actuada y compuesta del resto. Me he vuelto loco buscándola en red, y nada hasta dar con Karolina Morro (con ka). Me temo que este curriculum está obsoleto, pero algo es algo. Es también la asistente de dirección. A ver si la vemos hacer otras cosas.

Ordóñez ha glosado mejor de lo que yo lo haría por dónde van los demás. A Ágata Roca la vi estupenda en Barcelona en Els veïns de dalt , en el papel que luego hizo en Madrid Candela Peña en Los vecinos de arriba. Allá donde Peña apenas pudo contra una dirección morosa, ella quedaba bastante más airosa. Con esas caras de mirada transparente que pone se cree uno cualquier cosa que diga. No sabría con quién quedarme del resto, todos están para comérselos en más de un momento. Citaré sólo a Jordi Oriol (otro del que apenas encuentro rastro en internet), que no estaba en la versión comentada por Ordóñez. También para comérselo.
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 20 de noviembre de 2016

INTERRUPTED

Sala: Teatro Lara Autoras: Fiona Clift, Andrea Jiménez, Noemi Rodríguez y Blanca Solé Directoras: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez Intérpretes: Ariana Cárdenas, Andrea Jiménez, Esther Ramos y Noemi Rodríguez Duración: 1.10' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)

Encuentro la foto en rinconfriki.es. Son Noemi Rodriguez, Ariana Cárdenas, Andrea Jiménez y Esther Ramos. Son Teatro Envilo.
Interrupted está cargada de avales de todo tipo: candidaturas, premios, recomendaciones... Algún vídeo que encontré por ahí prometía. En suma, lo tiene todo. Y ahora les cuento.

Me dicen en la puerta que dura hora y media. Obediente, apago el móvil. Termina la función, y pienso: "La hora y media se hace larguísima, a esto le sobran por lo menos veinte minutos". Enciendo el móvil: hora y diez. Les comunico que tengo una percepción del tiempo bastante precisa, no sé si por vía genética (mi señor padre ha sabido siempre la hora sin mirar al reloj) o adquirida (muchos años de entrenamiento musical). ¿Por qué esta comunicación? Para subrayar que una pieza que consigue hacerme creer que han transcurrido noventa minutos, en vez de los setenta reales, me ha aburrido mucho. Pero mucho.

Excelente idea (dramatúrgica, escenográfica y de estilo), estupendas actrices. ¿Problema? Uno muy habitual en las creaciones colectivas. Falta poda. Falta un criterio unificador que tome las dolorosas decisiones de acortar, quitar lo que -visto aisladamente- puede ser gracioso, ocurrente, ingenioso... pero que resta coherencia y velocidad al conjunto. En mi modesta opinión, los materiales que conforman Interrupted dan para un espectáculo resultón de unos cincuenta minutos. Abonando el aspecto dramático -que lo hay- quizá para una horita.

Como no hay mal que por bien no venga (qué dulces mentiras consoladoras nos hemos inventado los humanos durante siglos) el esfuerzo -vaya diíta tuve yo antes de entrar al Lara- mereció la pena por conocer a Noemi Rodríguez. Un pedazo de payasa. Nota: "payasa" es un elogio en este blog. Espero verla más.
P.J.L. Domínguez
          

LA COCINA

Sala: Teatros Valle Inclán Autor: Arnold Wesker (versión de Sergio Peris-Mencheta) Director: Sergio Peris-Mencheta Intérpretes: Silvia Abascal, Roberto Álvarez, Fátima Baeza, Aitor Beltrán, Almudena Cid, Víctor Duplá, Patxi Freytez, Javivi Gil Valle, José Emilio Gimeno, Ricardo Gómez, Pepe Lorente, Óscar Martínez, Natalia Mateo, Xabier Murua, Diana Palazón, Paloma Porcel, Ignacio Rengel Lucena, Xenia Reguant, Nacho Rubio, Alejo Sauras, Marta Solaz, Romans Suárez-Pazos, Mario Tardón, Javier Tolosa, Carmen del Valle y Luis Zahera Duración: 2.20' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Foto: MarcosGpunto
Espero que tengan aquí en breve el enlace a mi crítica en la Guía del Ocio. Entre tanto, el acostumbrado avance:

He mirado en el diccionario de sinónimos el término PROEZA. Me salen varios aplicables: HAZAÑA, GESTA, EPOPEYA, HEROICIDAD. Si me dan a leer el texto, juro que no se puede llevar a escena. Si me cuentan el resultado de la osadía, no me hago ni una lejana idea. La cocina no va a dejar ni un solo premio disponible para otros montajes.


SAQUEN ENTRADAS EN CUANTO LEAN ESTO. VAN A VOLAR, Y ME PARECE IMPROBABLE QUE SE PUEDA REPROGRAMAR UNA FUNCIÓN CON 26 PERSONAS EN ESCENA.

Hasta quien no aprecie la dramaturgia (desde luego, no es mi caso) saldrá atónito ante la impecable resolución técnica (de dirección, interpretativa, coreográfica, ¡de utilería!) de un problema que parece irresoluble. A mí me parecía irresoluble incluso cuando la resolución se estaba desarrollando ante mis ojos. No me lo podía creer. Nadie va a olvidar esta función.
* * *
Escribí lo anterior a toda prisa a la mañana siguiente de verla, y acerté. Las entradas volaron, ya circula en twitter el hashtag #reposiciónlacocinaCDN. Pudo ser -al menos en parte, no voy a sobrevalorar mi influencia- una profecía autocumplida, porque la página tuvo más de dos mil entradas en un periquete. Después, publiqué la crítica en la Guía, se tituló PROEZA e iba acompañada de cinco estrellas. Ahí la tienen:
La cocina no es reto para pusilánimes. Leído, de­be de parecer a cualquiera una empresa impo­sible. La respuesta que Sergio Peris-Mencheta ha dado a este reto sobrepasa cualquier descripción. Si me lo contaran, no creo que fuera capaz siquiera de acercarme a imaginar lo que está sucediendo día tras día en el Valle-Inclán.
 Una proeza, un alarde de virtuosismo, un conflicto entre lo que los ojos dan por cierto y lo que la razón se resiste a proce­sar. Veintiséis intérpretes. Pero no veintiséis intér­pretes que se turnan en escenas sucesivas, sino una algarabía trepidante –una gran cocina a todo gas con los camareros y camareras vociferando pedidos y saliendo a servirlos– con la mayoría de ellos en escena durante prolongados períodos de tiempo. La labor de los utileros debe de ser otro es­pectáculo en sí misma.
Todo ese movimiento (el término se me queda cor­to) ha contado con la asesoría de Chevi Muraday. La inmejorable escenografía es de Curt Allen Wilmer. Pero los colaboradores imprescindibles eran estos veintiséis que podrán decir siempre “yo estuve en La cocina”. Un elenco admirable en el que nadie desentona, pero en el que sobresalen quizá –tanto por los papeles como por el derroche de talento– Xabier Murúa (muy bien secundado por Abascal y Lorente, novia y amigo) y Aitor Beltrán. Lástima no poder citarlos a todos.

* * *
A continuación vino el pasmo, cuando vi otras críticas en papel (me da la sensación de que lo digital es prácticamente unánime en la alabanza). Los pasmos son de cada uno, y ya saben que los míos suelen referirse a pestiños infumables ensalzados entre nubes de incienso. Pues hala, al revés. Vallejo (El País) tres estrellas, García Garzón (ABC) tres estrellas. Villán (El Mundo), cuatro, menos mal. Ya saben que cuando me ocurren estas cosas no puedo evitar ponerme a buscar explicaciones a la divergencia ante lo que a mis antenas receptoras les parece clarísimo (que otra cosa es cuando se queda uno en el pantano a veces indefinible del aprobadillo). Y tengo una modesta hipótesis: La cocina parecerá una obra maestra a todo el que tenga una concepción del teatro como algo que supera con mucho a la suma de texto y actores. Déjenme ser más básico: la juzgarán una obra maestra todos los que veían en los montajes del desaparecido Pandur un alarde de dominio de los tiempos (muy por encima de lo puramente visual, que a veces parecía ser lo único que se veía) y no una frivolidad que dejaba el texto a la altura del barro (perdón, del vídeo, quería decir). Ojo, que con esto no estoy descalificando a nadie, ya que cada uno puede tener la idea del teatro que mejor le parezca, faltaría más. Pero a mí, que tan buen teatro me parece Reikiavik como Fausto, La cocina me parece la bomba. Si tiene un rato y le apetece leer por qué creo que ambos tipos de teatro son igualmente válidos, siga el enlace que le he puesto al Fausto.

Así estaban las cosas de la crítica cuando ayer (sábado 10 de diciembre) salío la de Ordóñez en Babelia, a la que sólo le falta pedir que pongan una plaza a Peris-Mencheta. Como esta vez besaría por donde escribe (ha usado incluso el término proeza, encontrar estas coincidiencias me reconforta siempre, debe de ser un núcleo de inseguridad que llevo escondido en alguna parte) me ahorra escribir un porrón de cosas para las que no he encontrado tiempo desde hace veinte días. Pero algo añadiré.
* * *
Que yo recuerde, las lágrimas se me han saltado por motivos puramente estéticos -sin mezcla de cuestiones emocionales- tres veces. Una vez, al llegar al verbo principal de una frase de Proust que medía docenas de metros. Otra, con el arranque del Concierto para clave de Falla. La tercera, con el momento paroxístico de La cocina. No sé para qué les cuento estas cosas, porque terminarán sacándome coplillas; es verdad, estas cosas me pasan. Pero volvamos a La cocina: no fueron sólo lágrimas, me dio la risa histérica ante la divergencia entre lo que me decían la razón ("esto no puede hacerse") y los ojos ("lo están haciendo"). "Esto" eran los veintiséis intérpretes desarrollando la vida ante los espectadores estupefactos. La vida fingida, claro está. En la vida se improvisa, pero aquí cada movimiento debe estar milimetrado o el resultado sería un cataclismo. Semejante alarde coral es planteable en el cine, donde uno rueda fragmentos y los monta, pero esta cima del tiempo real debería quedar almacenada en nuestra retina y en la historia de nuestro teatro como determinados planos secuencia han quedado en la historia del cine (en esa lista falta uno de mis favoritos, el de la playa de Dunquerque en Expiación). Las pocas voces que me han llegado de quienes no han visto una gran función en La cocina reconocen -no hay más remedio- el gran resultado técnico. Hay que moverlos de un lado a otro, hay que conseguir que cada uno mime la actividad que realiza (pelan patatas, limpian pescado, fríen, cuelan, baten...  ¡sin comida!), hay que conseguir dirigir la atención del espectador hacia este gesto o hacia aquella frase, hay que utilizar cientos de objetos (la mayoría de las veces, evitando hacer ruido, para no distraer la atención del foco principal, cuando existe), hay que sacar y volver a meter esos objetos en sus lugares... Una locura.

¿Cómo ha sido posible? Pregunté cuánto habían ensayado. Me dijeron que lo habitual para las producciones del CDN. "Es imposible", respondí. Y me cuentan que el director llegó a los ensayos con una pila de papeles que lo contenían ya todo previamente decidido. Era la única manera. Pónganse a dirigir esto de otro modo y necesitarán seis meses de trabajo. [Después de escribir eso me doy cuenta de que Ordóñez dice "cinco meses de ensayos". Les dejo con mis mismas dudas] Todo esto supone un talento fuera de lo común para la abstracción espacial y narrativa. Me parece extraño que no lo vocifere todo el mundo. Algunos recordarán que hace tiempo tuve un rifirrafe con Peris-Mencheta, no debo de ser ser sospechoso de hacerle la pelota. Así que al César lo que es del César: La cocina tiene detrás un cerebro privilegiado. Asomaba la patita en Continuidad de los parques y en La puerta de al lado, pero esta vez hemos asistido a la conversión de alguien en indiscutible. Alguien a quien ni siquiera los futuros errores (también los cometen los indiscutibles, miren la racha de Del Arco antes de su recuperación) podrán arrebatar ese mérito.
* * *
Salí pensando que habría quien reconocería, como decíamos, el alarde técnico, pero pondría pegas a una dramaturgia "débil". Niego la mayor. En primer lugar, porque es no ver la capacidad de construcción dramatúrgica de un hallazgo técnico estrepitoso. Lo del vídeo de Pandur, si me dejan seguir usando caricaturas. Más caricaturas, que tengo siempre el pavor de no explicarme lo suficiente (es el pavor del pelmazo): si yo cuento Caperucita Roja, pero -a mitad de narración- quemo un castillo de fuegos artificiales, ya no es Caperucita Roja, es algo distinto. Según cuándo y cómo ponga los fuegos, el resultado dramatúrgico será bueno o malo, pero es innegable que tendrán repercusión dramatúrgica. Pues eso. El frenesí de esta cocina no permite distinguir técnica / dramaturgia. Es un logro técnico de brutal repercusión dramatúrgica.

Pero diré más. La dramaturgia débil -no hay una línea narrativa tradicional que comience, se desarrolle y culmine- de Wesker lo es sólo en apariencia. Cierto que son retazos de vida, pero la potente caracterización psicológica de los personajes es la sólida urdimbre en la que se apoya la trama de los acontecimientos (más o menos débiles). Eso en lo que respecta al texto. Y en lo que toca a la puesta en escena, la sucesión de los berridos y la calma, del frenesí y los momentos de charla tranquila, ensoñación o (hay un par estupendos, Lili Marlen y el sirtaki) de deriva musical están perfectamente engarzados. Repito. Niego la mayor: no es un envoltorio ténico de lujo para una dramaturgia escasa. No.

Y añado. Una consideración histórica de relieve dramatúrgico. Vista hace diez años, esta comunidad de trabajadores provenientes de todos los rincones de una Europa desolada nos hubiera parecido sólo una reconstrucción de época. Ahora se ha convertido en una ominosa advertencia. Europa o el desastre, y todo parece indicar que será el desastre. Ese sustento dramático -en el sentido general del término- colabora al desarrollo dramático -en su sentido específico-.

* * * 
Me gustaría ponerme a comentar uno por uno el trabajo de los veintiséis, pero tengo el blog desatendido y no puedo dedicar más tiempo a esta entrada. Les copio (por si han sido perezosos y no han seguido el enlace) lo que dice Ordóñez (Dios mío, qué parasitismo):

"El elenco está perfectamente repartido y todos están fantásticos, pero ahora vuelven a mi memoria el alemán Peter (Xabier Murúa), un volcán a punto de estallar, quintaesencia del antihéroe angry, quizás el protagonista porque su malestar es más intenso, y Monique (Silvia Abascal, un esperado retorno), la francesa cortejada por Peter y por Gastón (Nacho Rubio), y la humanísima Bertha (Paloma Porcel), la cocinera judía, y el alegre y vivaz Mangolis (Ricardo Gómez). Y el achulado Max (Javier Tolosa) y el amargo Nicholas (Víctor Duplá). Y el veterano Frank (Patxi Freytez), para el que “de todo hace ya mucho tiempo”, y la recién llegada Violet (Xenia Reguant). Y la angélica pareja de reposteros, Ramone (Mario Tardón) y Paul (Javivi Gil Valle, nuestro Victor Buono, siempre con el corazón en la mano). Y el chef Robert (Roberto Álvarez), que lleva el timón y no pierde la calma. Y Marango (Luis Zahera), el dueño, la versión italiana del tío Gilito, incapaz de comprender lo que desean sus empleados".

Aquí los tienen:

Javier Tolosa (Max), Aitor Beltrán (Dimitris), Mario Beltrán (Tardone), Alejo Sauras (Kevin), Roberto Álvarez (Robert), Patxi Freytez (Frank), Javivi Gil (Paul), Ricardo Gómez (Mangolis), Nacho Rubio (Gaston), Ignacio Rengel (Winter), Carmen del Valle (Anne), Pepe Lorente (Hans), Xabier Murúa (Peter), Luis Zahera (Marango), Román Suárez Pazos (Bertrán), Víctor Duplá (Nicholas), Paloma Porcel (Bertga), José Emilio Gimeno (Michael), Óscar Martínez (Jack), Natalia Mateo (Cinthia), Almudena Cid (Molly), Diana Palazón (Gwen), Silvia Abascal (Monique), Marta Solaz (Daphne), Fátima Baeza (Hettie) y Xenia Reguant (Violet).

Sólo añadiré que Murúa me gustó mucho en Los buitres, una función chiquita pero matona que, por alguna de esas extrañas leyes que rigen el recuerdo, me viene a la memoria una y otra vez. Quizá tenga que mencionarla mañana otra vez, si cuelgo de una vez la crítica de La noche de las tríbadas.
P.J.L. Domínguez
          

lunes, 14 de noviembre de 2016

INVENCIBLE

Sala: Teatros del Canal Autor: Torben Betts (versión de Jordi Galcerán) Director: Daniel Veronese Intérpretes: Maribel Verdú, Jorge Bosch, Pilar Castro y Jorge Calvo Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)



Qué decepción. Esperaba -como supongo que todo el mundo- mucho de Veronese y de este elenco. 

Suele ser complicado juzgar un texto habiéndolo oído una sola vez, pero tengo muy pocas dudas con Invencible: es excelente. Excelente, pero endemoniado. Y, además, excelente y endemoniado por la misma razón: porque va saltando de género a género, a veces de una línea a la siguiente. Esto exige mucho trabajo a todo el mundo: al director, a los intérpretes y al espectador. Me recuerda, en este aspecto, a la genial El filósofo declara de Juan Villoro, estrenada hace poco en el Romea y que aún no sabemos si llegará a Madrid. Son piezas cuyo reto fundamental es encontrar el tono. Si tiene uno un tipo básico y charlatán que sólo habla de fútbol y de lo buena que está su mujer; una pija obsesionada por la corrección político / social / ecológica de todo lo que hace y dice, y 


ATENCIÓN, SPOILER

un gato del primero que la segunda no puede soportar, porque acosa a los hámsters en el jardín, puede tirar por la comedia de trazo gordo, por el sainete... hasta por las matrimoniadas del Moreno. Pero si, de pronto

ATENCIÓN, SPOILER MÁS GORDO

y como por casualidad, nos enteramos de que este carácter tirando a rigido de la pija oculta un hijo muerto mientras sus padres se emborrachaban... ¿qué hacemos con la comedia gruesa de hace un momento? Y, lo que es peor, si ambos registros -el choque costumbrista del proletariado y la pequeña élite intelectualizada y el drama de la insatisfacción profunda en la que al menos tres de los cuatro personajes están o terminan ubicados- se van turnando... ¿en qué tono me quedo? Hay incluso uno de esos largos equívocos en los que unos personajes hablan de una cosa y otros de otra, mientras el espectador se regodea en la carcajada que le espera ahí al fondo, en algún momento. Sólo que aquí eso ocurre sobre un trasfondo dramático. Ahí está la gigantesca dificultad. Hay que encontrar un lugar, una forma de estar, moverse y decir que tanto valga para provocar una carcajada como para hacer creíble la amargura. Y, lamentablemente, este montaje no la ha encontrado. Poco más se puede decir, es un experimento fallido. Se deja ver, no es que nadie se aburriera, pero no va más allá, y de Veronese cabía esperar otra cosa.


Y, sin embargo, de algo me ha servido Invencible. He descubierto a Pilar Castro (ahí la tienen, en la foto). Me gustó en Babel, era la que mejor estaba; me gustó, y mucho, en Buena gente, maravillosa en un doblete peliagudo. En Invencible, simplemente se come la pieza. Miren si son buenos Verdú, Bosch y Calvo (un tipo que consiguió la proeza de quedar bien en un desastre del tamaño de La chunga). Pues bien, no hay quien se crea lo que hacen. Ninguno de los tres personajes alcanza la verosimilitud, en esa montaña rusa, ese ir y venir del gato al drama del que les hablaba. Calvo grita tanto desde el primer segundo para hacer reír, que cuando tiene que encogernos el corazón ya sobra cualquier inflexión de volumen. Verdú no se entiende de dónde viene, parece solo una histérica, no hay manera de sentir compasión por lo que sea que le pase por dentro para hacerle ser así por fuera. Bosch está casi reducido a comparsa. La única que todo lo pone en su sitio -cada vez que abre la boca- es Castro. ¿Por qué? Yo diría que porque, cuando tiene que ser una señora tirando a barriobajera, se guarda mucho de exagerar; no le hace falta hacerlo para que el humor rezume solito del texto, de la construcción del personaje y de su gesticulación vulgar, pero con el estereotipo sin descontrolar. Cuando tiene que cambiar de registro le basta con seguir siendo el mismo personaje real. Es una humilde hipótesis. Los dos únicos grandes momentos de la función son suyos: la explicación con su marido y el final. Viva Castro.
P.J.L. Domínguez
          

viernes, 4 de noviembre de 2016

PERPLEJO

Sala: Teatro Galileo Autor: Marius von Mayenburg Director: Tito Asorey Intérpretes: Melania Cruz, Fernando González, Fran Lareu y Laura Míguez Duración: 1.25' 
La función ya no está en cartel


Esto es Perplejo, vayan calculando. Les pongo otra más abajo para que tengan un poco de perspectiva. Son Cruz, Mínguez, González y Lareu.
Séptima entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada (empecé con ésta que les enlazo). Me daba MUCHA pena dejar a Perplejo sin ninguna mención. Creía que había pasado por el Galileo sin pena ni gloria, pero veo que hubo hasta critica de Vallejo en El País. Un texto del alemán Marius von Mayenburg con un título perfectamente puesto. Así se queda uno, perplejo, cuando empiezan a pasar cosas. Un texto que demuestra que aún se puede hacer mucho jugando con el concepto de género. Esto está entre el Mihura de Tres sombreros de copa y una sit-com, pero por más que les explique, creo que se van a enterar mejor si miran las dos fotos que les he puesto. Muchos de los comentadores, la propia compañía -y, a lo mejor, el mismo autor- han subrayado que el desparrame del argumento (cambia todo de una escena a otra, este era tal ahora es cual, eran los propietarios ya no lo son...) hace referencia a la situación actual de Europa. Hay basura que huele (digo en la función, en Europa ya se sabe). Pero ya saben mis habituales que esto del tema me pone nervioso. Claro que las ficciones tienen tema. Otelo haba de los celos. Pero la frase "Otelo habla de los celos" es de una cortedad insufrible. Un artículo científico que se titule Celopatías asociadas a demencias seniles habla de los celos. Otelo es mucho más. Esta semana decía Pere Gimferrer en una entrevista que el tema de la poesía es siempre la poesía. 

El tema del teatro es siempre "a ver si consigo un artefacto que se tenga en pie durante una hora y veinticinco (en este caso) con estos mimbres". Los mimbres de Perplejo son tan peculiares que les ruego consideren eso de la podredumbre de Europa como algo completamente secundario. 


Tito Asorey había dirigido a la compañía gallega iLMaquinario (se escribe así, ya saben cómo son los artistas) en El hombre almohada, que estuvo en Madrid, pero que me perdí. Lo siento ahora, porque esto está muy, pero que muy bien llevado, y el reto de una cosa que cambia de aspecto cada pocos minuto sin dar tregua era considerable. Los intérpretes están estupendos (aquí tienen un dossier donde los encuentran a los cuatro). Me gustó mucho Fran Lareu, uno de esos tipos que tienen muchísimo más carisma en vivo que en las fotos. Y también Laura Míguez, graciosísima, a veces con un aire interpretativo a la gran Macarena Sanz. Escenográficamente sencilla -no le hacía falta más- e impecable (Luis Iglesias, "Luchi") y con un vestuario chisporroteante (el texto ayuda) de Yaiza Pinillos (La venus de las pielesen 2014). Una de las piezas de la temporada: el disfraz de volcán que lleva Míguez, entre campesina mallorquina y una imagen de la Virgen. Inenarrable verla recorrer el escenario con ese invento bamboleándole encima. La tienen en la foto de arriba del todo.

No sé si la función seguirá viva, pero si les pasa cerca no se la pierdan. (Acabo de comprobar que estuvo en Valencia el pasado día 29, así que ¡sigue viva!)
P.J.L. Domínguez