martes, 29 de enero de 2013

YERMA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Federico García Lorca Director: Miguel Narros Intérpretes: Silvia Marsó, Marcial Álvarez, Iván Hermes, María Álvarez, Eva Marciel, Mona Martínez, Roser Pujol, etc. Duración: 1.55'
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Foto: Luis Malibrán


Telegrama: LUCES Y SOMBRAS stop DOS ESCENAS SALVAN FUNCIÓN IRREGULAR stop MARSÓ ALTIBAJOS stop MARCIAL ÁLVAREZ GRITA stop HERMES DESAPROVECHADO stop ESTUPENDA MARÍA ÁLVAREZ stop FANTÁSTICAS CUÑADAS stop SALEN AIROSAS MARÍA ÁLVAREZ, MONA MARTÍNEZ, EVA MARCIEL Y ROSER PUJOL stop FEO FINAL DESDE LA ROMERÍA stop


Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Las estrellas que acompañan a la crítica suelen corresponder a una impresión general. Esta vez son la media de los elementos que funcionan, y de los que no. [La calificación era de tres estrellas] Lo contaré en el orden inverso. 

A ratos, extraña dirección de actores. Quien más lo sufre es Marcial Álvarez, que casi no para de gritar. Una lástima, da el tipo perfectamente y tiene la talla de intérprete requerida. Marsó empieza la función cambiando de registro casi a cada frase (pizpireta, abatida, alegre, melancólica…). Fatigoso. Y mima casi todo lo que dice: viento (ondular de brazos), luna (mirada hacia arriba), piedras (las pisa), pecho (se lo toca), etc. Más fatigoso aún. Pérdida de matices, como en la despedida de Víctor, donde la renuncia de Yerma debería entenderse clamorosamente. Hermes, completamente desaprovechado. Inicio trillado y antiguo de la escena de las lavanderas, con música mal elegida. Fea escena de romería, con un vestuario hasta ese momento impecable, y que ahí parece de baratillo. El final, que se las trae, sujeto con alfileres.

    Desde que la escena de las lavanderas supera su introducción, todo sube. Muy bien las chicas (sobre todo Mona Martínez). Sigue todo arriba en la cena, donde Marsó demuestra, monólogo final incluido, que podría hacer una gran Yerma. Esas dos escenas son lo mejor de la función. Muy bien puestas y muy bien encarnadas las cuñadas. Y muy bien María Álvarez, Eva Marciel y Roser Pujol, cada vez que abren la boca. En resumen: luces y sombras.
P.J.L. Domínguez


Las cuñadas son Asunción Díaz Alcuaz y Rocío Calvo (estupenda en el Ivan-Off de Martret, que vuelve a La Casa de la Portera). La mención no cabía en la critica de la Guía.
                                                                                             

lunes, 28 de enero de 2013

UN PASADO EN VENTA

Sala: La casa de la portera Autora: Marta Fernández Muro Directora: Pilar Massa Intérprete: Marta Fernández Muro Duración: 55'
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Hay actores que tienen la suerte inmensa de soltar una vez algo que se agarra como una lapa a las neuronas del espectador. Es Vivian Leigh clamando "a Dios pongo por testigo".  Es José Luis López Vazquez que, tras montar a su mujer en el autobús que se la lleva de vacaciones, y ante el panorama de quedarse al fin solo en Madrid, rompe a cantar "nos han dejao solos, somos de Tudela" (bailando). Es Aurora Bautista, la mujer más maravillosamente sobreactuada del cine español (porque se puede sobreactuar maravillosamente), susurrando ante el cadáver de Fernando Rey "el rey se ha dormido". Es la voz de Constantino Romero revelando "No. Yo soy tu padre". Se da en esos momentos una mágica confluencia de circunstancias y elementos imposibles de analizar; una ecuación con demasiadas variables. No hay quien explique por qué esos instantes, y no los de al lado, son los que sobreviven. Pero es indiscutible que uno de esos elementos es la habilidad del actor al colocar la frase. Véanse los ejemplos citados.

- He visto todas tus películas varias veces. El Paradigma del Mejillón la he visto hoy ya tres veces: a las cuatro, a las siete y a las once.
- ¿Y te gustó? - Sí, me gustó mucho la segunda vez, pero menos que la primera vez que vi Remake - ¿Y la quinta vez que viste Cara de Culo? - Me gustó menos que la primera vez que vi Remake, pero mucho más que la primera vez que vi Halitosis. Y a ti, ¿de todas cuál es la que te gusta más? - Mira, a mí las películas solo me gusta verlas pero no soporto hablar de ellas.

(Marta Fernández-Muro y Eusebio Poncela en La ley del deseo de Pedro Almodóvar, 1987)



Es muy posible que esté harta de que le recuerden esto, pero ahí es donde Marta Fernández-Muro se quedó irremediablemente adherida a nuestra memoria colectiva. Y no me digan que no hay que saber torear para soltar ese diálogo sin despeinarse. Pero las hadas que pasaron por la cuna de esta mujer debieron de ser numerosas. Además de su capacidad para provocar la ternura instantánea y universal, resulta que la extensa popularidad conseguida con esas pocas frases no se limita, como yo creía, a mi generación. Ayer, me di de bruces a la salida del teatro con un jovenzuelo de treinta abriles que reaccionó ante su nombre de inmediato con un "ah, la que salía en Cajón Desastre". Vamos, que quien la ve, no la olvida.


Lo que no le conocía era la habilidad literaria. Es autora de este monólogo, que las clava todas sin aparente esfuerzo. Esto del "sin aparente esfuerzo" es siempre un espejismo, claro. Cuanto más naturales parecen las cosas, más trabajadas tienen que estar. En Un pasado en venta, una señora de mediana edad un poco tronada nos va soltando incoherencias, aprovechando que hemos ido a ver la casa que pretende vender. "Ya perdonarán, pero como vivo sola, no tengo con quién desahogarme". Me tocó pensarme casi simultáneamente la crítica de esto y la de Maridos y mujeres y, respecto al mayor o menor realismo de esta última, solté una las mías (me encanta ponerme lapidario): la sensación de realidad se produce a menudo a partir de la combinación de elementos no realistas. Sí, ya sé que he descubierto el Mediterráneo, pero viene a cuento recordarlo ahora. Esta señora (un poco maniática, un mucho cotorra, un bastante frustrada) va componiendo un mosaico familiar en el que comparecen la tía enamorada de un ciervo disecado, el gato asesinado con mercurio o el tío obsesionado con que la luna le cayera encima. Mientras cuenta todo eso, se le escapa la ansiedad con la que lleva decenios manejando la relación con un hombre que -ella no se da mucha cuenta, pero nosotros sí- le ha destrozado la vida. Y así, entre esos retazos de un pasado improbable, va emergiendo un retrato tan verosímil y tan cercano, que todos salimos de allí con la sensación de haber conocido muchas señoras como ésta. 


Fernández-Muro está que se sale. Ha incorporado con extrema habilidad (qué digo habilidad, ¡maestría!) el repertorio gestual de estas señoras que. Cambia de registro como yo de calcetines. Hay un momento en el que, con viveza y buen humor, cuenta que su abuela tenía "un gusto exquisito". Cambio de registro: abatimiento. Y dice: "Un gusto exquisito... ya ven". La muletilla para pensar en otra cosa, con la mirada velada. Estupendo. La ha dirigido Pilar Massa que, en esto del teatro de cámara, venía de bordar Contraacciones en el María Guerrero, y que la mueve de maravilla.

No puedo terminar sin decir algo sobre La Casa de la Portera. Un ejemplo más de algo que, como me decía JM, debería saberse ya en todo el planeta: que en Madrid se ha producido una inaudita explosión de pequeñas salas. Yo presumo de pateármelo todo, y todavía me quedan varias que no he podido pisar. Ésta es mi segunda visita a los porteros. La anterior, un maravilloso Chejov (Ivan-Off) de José Martret. Y ahora, este delicioso monólogo que es la excusa perfecta para que conozcan el sitio. Si todavía no han ido, asúmanlo: no están al día. Ah, y llévense a sus madres, les va a encantar.


P.J.L. Domínguez

MARIDOS Y MUJERES

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Woody Allen (versión de A. Rigola; traducción de José Luis Guarner) Director: Àlex Rigola Intérpretes: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Miranda Gas, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez y Nuria Mencía. Duración: 1.25' 
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Primero un telegrama, que me parece que esto va a ser largo:  NOTABLE TRABAJO DE DIRECCIÓN DE ACTORES stop NOTABLE TRABAJO DE INTERPRETACIÓN stop TEXTO QUE SE PRESTA POCO A ESTE TIPO DE REALISMO stop EXCESO DE AMANERAMIENTO EN LA PUESTA EN ESCENA stop.

Y ahora, al toro. Este espectáculo va a recibir críticas más que elogiosas por todas partes. Ya han empezado: la de Miguel Gabaldón o la reseña de todosalteatro.com, por ejemplo, que resalta la "maestría habitual" de Rigola. (Nota del día siguiente: ya van dos mas, García Garzón en ABC y Javier Vilán en El Mundo). No quiero ni pensar en lo que será la de Marcos Ordóñez. ¿Por qué es esto previsible? Porque, aparte de que hay aciertos notables, como decía en el telegrama, se dan todas las circunstancias extracualitativas, por así decir, a su alrededor. Para empezar, el prestigio acumulado de Rigola, que no es poco: su 2666 es quizá de lo mejorcito que he visto y que veré en toda mi vida. Además, el de Woody Allen. Y, desde luego, el de los actores: Israel Elejalde, por ejemplo, es un actor en la cresta de la ola del aprecio entre sus colegas. Pero hay más. La puesta en escena de Maridos y mujeres sigue un modelo identificado con el éxito desde La función por hacer de Miguel del Arco.  En todo hay modas, también en esto. Énfasis en el trabajo actoral, escenografía esencial, naturalismo, ubicación de los intérpretes entre el público... Incluso la expectación previa en el medio, que fue enorme en La función por hacer, no sé si de forma espontánea o planificada, se ha reproducido ahora en cierta medida. Todo eso dio excelente resultado en La función, y muy buen resultado en Veraneantes. Aquí, mucho menos.

Me parece, humildemente, que el texto no es para echar cohetes.  A veces pienso que debo de tener una incapacidad congénita para apreciar estas narraciones hechas de retazos de vida (Closer o Babel, por citar dos recientes). Pero luego me acuerdo de Chejov, y concluyo que la incapacidad no es mía, y que algo les falta. Aquí la diferencia es evidente: todo lo que Allen cuenta y recuenta, machaca y remachaca (cómo no van a verbalizar hasta la saciedad estos personajes, hijos del psicoanálisis) es en el ruso silencio, reticencia. Otra cosa es la combinación del texto con la dirección y la interpretación del propio Allen en la película, pero el cine y el teatro son artes tan complejas que es perfectamente posible parir una obrón con una base literaria endeble. Es ésta una discusión eterna que se repite constantemente a raíz de los Oscar, o de cualquier otro premio de esa naturaleza, en su forma "¿Cómo le pueden dar el premio al mejor director y a la mejor película, y no al mejor guión?" (con todas las combinaciones posibles en las cursivas). Yo soy de los que creen que tiene su lógica. Ahí están los guiones de Chaplin, incurriendo a veces en el melodrama más tópico, que dieron lugar a obras inolvidables e interpretaciones excepcionales. Y si nos metemos en el teatro musical , desde la ópera hasta el musical actual, los buenos textos son más bien la excepción. Podríamos amontonar docenas de ejemplos. En resumen: me parece mucho más valioso el Allen inicial, incluidos los relatos cortos de Sin plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, que parecen a primera vista una tontería, pero que descabezan hasta al Padre Eterno y tienen una prodigiosa capacidad de infectar la visión del mundo del incauto lector, convencido de estar pasando un ratillo agradable. Es lo que tiene el humor.

Yo creo que la intención de Rigola es abiertamente realista. Digo "creo", porque mi habitual JM sostiene que, por el contrario, hay una pretensión de alejamiento brechtiano con la ruptura de la cuarta pared, los parlamentos al público, y todo ese blabla que ustedes conocen. A mí me parece que no. Si no es realismo esto de sentar a los actores en unos sofás en los que también hay público, y hacerles hablar exactamente como uno habla en su casa, que venga Dios y que lo vea. Y aquí viene una paradoja: en teatro, el realismo no siempre se consigue con un texto realista y una interpretación naturalista. El cine es otra cosa. Pero en el teatro, todos sabemos todo el tiempo que el vino es agua, o que la supuesta puerta de la calle da al vestíbulo de la sala. Esta verdad de Perogrullo tiene una consecuencia brutal: la sensación de realidad (más bien debería decir la sensación de verdad) no está garantizada, por mucho que los elementos sean realistas. Pocos momentos de esos cacé yo: el foco no concentra la mirada del espectador sobre la verdad de la historia, sino más bien sobre la pericia en su interpretación. (Por cierto, la inversa es cierta también: la sensación de realidad se produce a menudo a partir de la combinación de elementos no realistas. Para no aburrir con ejemplos, me basta el que el azar me ha puesto a mano: el mismo fin de semana he visto el monólogo de Marta Fernández Muro en La Casa de la Portera, cuya crítica el amable lector puede consultar en este enlace).

Álex Rigola
Y ahora diré algo a primera vista contradictorio (lo siento, el teatro es así). Si la opción realista se hubiera mantenido de forma sostenida, quizá la sensación de verdad sería mayor. Pero está entreverada de detalles que parecen boutades de dirección o, casi peor, opciones de taller de actores. (Por cierto: toda la función está impregnada de ese aire de taller, algo que será otro motivo para su éxito entre la profesión). Por ejemplo: los paseos entre las filas de butacas (¿para qué?); el largo silencio con la música del móvil (¿para qué?); la escena en la que, con Álex de pie detrás de Carlota inclinada, ambos intercambian frases como puñales sin parar de reír (¿para qué?); el monólogo de Álex subido a una mesa (¿para qué?). Es como si alguien hubiera dicho: "A ver, ahora repetid la escena pero sin parar de reír, y vemos qué sale". Insisto, aire de taller de interpretación. Me gustaría ver la misma función, en teatro a la italiana y sin esas escapadas tangentes.

Mencía y Bermejo en la mejor escena de la función
Los actores están bien, desde luego. A ratos muy bien. Luis Bermejo, excelente. Pero, en conjunto, esta sucesión de frases que cualquiera se oye pronunciar a sí mismo o escucha decir a sus amigos en las cenas de fin de semana, servidas en un contexto de interpretación naturalista salpimentada con las licencias mencionadas, se hace larga. Si por mi fuera, veinte minutos menos irían de perlas. Una observación final: la prueba de que la función podría ser mucho mejor está dentro de la misma función. La escena de la ruptura entre Bermejo y Nuria Mencía es realmente antológica. Durante unos minutos, zas, se produce un pico de tensión e irrumpe potente esa sensación de verosimilitud que, al menos yo, no fui capaz de percibir con intensidad el resto del tiempo. Si no la han visto todavía, agudicen la atención en ese momento. En conjunto, y con todas las pegas expresadas, la visión de Maridos y mujeres es interesante.


 
Julia Caba Alba
José Luis López Vázquez
Reminiscencias: ¿Se han dado cuenta de que la dicción y prosodia de Nuria Mencía se parecen extraordinaramente a las de la gran Julia Caba Alba? Otra: cuando a José Luis le preguntan qué tal va el sexo en su matrimonio, Elejalde debe mostrarse incómodo. Me pareció ver al no menos grande José Luis López Vázquez. No se me va la olla, fíjense bien. Que conste que esto son elogios.

Nota del 4 de febrero: ¿Recuerdan? Lo dije, está ahí arriba: Este espectáculo va a recibir críticas más que elogiosas por todas partes. Por fin salió la de Marcos Ordóñez, aquí la tienen.Para que nadie diga que no difundo opiniones con las que no comulgo.


P.J.L. Domínguez
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jueves, 24 de enero de 2013

HILVANANDO CIELOS

Sala: Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva) Autor y director: Paco Zarzoso Intérpretes: Ruth Atienza, Luis Campos, Lola López, Carles Sanjaime y Mireia Sobrevela Duración: 1.15'
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Dice el dossier de prensa que la obra tuvo en Buenos Aires un gran éxito de crítica y público. Mi colega de La Nación remataba de esta manera: "la obra de Zarzoso genera una sosegada, sedativa y amable tranquilidad". En ese punto estoy de acuerdo: tan sedativa que cuesta no dormirse. 

Puede que lo de Buenos Aires funcionara mejor, esto de Madrid no es más que un tostón insoportable de setenta y cinco minutos. Y para que no me acusen de ocultar la parte elogiosa de la crítica de Verónica Pagés en La Nación, aquí está el enlace.
P.J.L. Domínguez




martes, 22 de enero de 2013

LA RENDICIÓN

Sala: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa) Autor: Toni Bentley (versión de Isabelle Stoffel; traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla) Director: Sigfrid Monleón Intérprete: Isabelle Stoffel Duración: 1.05'
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Digámoslo cuanto antes: La rendición es una apología del sexo anal. Qué digo, apología. Análisis, disección, magnificación y glorificación del sexo anal. Con una tesis de base: lo físico, lo que tiene que ver con el cuerpo, es más fiable y fuente más intensa de satisfacción que cualquier otra cosa. Bueno, estoy radicalmente en contra de esta afirmación, como la abrumadoramente mayoritaria línea del pensamiento occidental desde, al menos, Platón (del oriental también). Aunque eso no es un obstáculo: la base ideológica de Los tres mosqueteros es repugnante, y la novela me encanta.

Toni Bentley
Toni Bentley repite allá donde le pregunten que el texto es autobiográfico, cosa que entiendo que sea muy importante para ella, pero que a los demás nos importa un bledo: ese rasgo no añade valor literario. La obra se inscribe en una tradición casi centenaria de erotismo escrito por mujeres -desde Anaïs Nin- que últimamente ha saltado a la liga de los best-seller con Cincuenta sombras de Grey y su cola de seguidoras. El enfoque autobiográfico tuvo un precedente de bastante éxito hace poco: Diario de una ninfómana de Valérie Tasso (que llegó al cine). Pero pongamos las cosas en su sitio: La rendición no es sólo un relato erótico. Los fragmentos de pura descripción son escasos y relativamente breves, al menos en la versión escénica. Menos mal. Nada más divertido que el sexo o la comida, pero nada más aburrido que el Kama-Sutra o un libro de recetas. Los aspectos más interesantes del relato son los que explican la evolución mental de la protagonista: una mujer marcada por su intensa dedicación a la danza clásica y por la incapacidad de acceder al sentimiento religioso. El proceso de generación del mapa físico-mental de la jovencita sometida a esas dos circunstancias está bien narrado. Uno entiende perfectamente por qué termina absolutamente colgada (el cuerpo me pide otro vocablo, pero no es muy correcto) de un individuo que le proporciona, por una parte, el mayor placer físico jamás experimentado y, por otra, algo a lo que rendirse de forma absoluta (de ahí el título). A mí todo esto me escandaliza más o menos tanto como Los tres cerditos, pero supongo que a personas con otra sensibilidad puede resultarles duro. Quizá, sobre todo, más por las alusiones religiosas que por la cuestión sexual. 



En fin: no es un monumento de la literatura, pero resulta ameno, y está salpicado, aquí y allá, de hallazgos ingeniosos. A mí me gustaron sobre todos dos. La evocación de haber confeccionado una lista con cincuenta y dos motivos de resentimiento (me parece una cifra modesta) y el fragmento en el que la protagonista explica (con ayuda de una ilustración como ésta de la derecha) que, dado que en el ano se yuxtaponen un músculo que somos capaces de controlar a voluntad y otro de funcionamiento reflejo, ése es el punto de nuestro organismo donde nuestra conciencia y el subconsciente están más cerca. Aunque la conclusión -que consentir una penetración anal es la forma más total de entrega de uno mismo- hace decenios que circula entre los clásicos del psicoanálisis y del cine porno.

Excelente traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla, es como si el original estuviera escrito en castellano. Algo que no es frecuente en el teatro representado, no me pregunten por qué. Proviene de la edición castellana de la novela, en la que se ha basado Isabelle Stoffel para la versión escénica. Versión estupenda, con la duración justa que el relato precisa, y en la que la narración avanza convincente. Sólo recortaría un poco los ya mencionados fragmentos de descripción pura y dura de la sodomía, aunque es posible que, para esa parte del público que tenga la suerte de escandalizarse, cumplan su función dramatúrgica. Piensa uno con cierta frecuencia para qué demonios se escenifican textos que no ganan nada al ser representados, pero en este caso es evidente que lo que escuchamos es más de lo que sería su lectura. Mérito de la versión, y de lo que sigue en los dos párrafos que me faltan.

La puesta en escena saca al texto todo el provecho posible. El pequeño espacio de la Sala de la Princesa está muy bien exprimido por una escenografía firmada por Alicia Blas Brunel y Alain Bainée que permite a la actriz entrar y salir por distintos recovecos, hablar a través de una celosía o mostrar sólo su silueta. Monleón ha sabido vestir lo que, a fin de cuentas, no es más que un monólogo, hasta conseguir una función de cierta complejidad. Mueve bien a la actriz (la sienta, la tumba, la pasea, la arrodilla); explota utilería (velas, cintas de casete, cajas, rosario...), iluminación (Pilar Velasco), vestuario (Cristina Rodríguez) imágenes proyectadas y voz grabada para introducir ritmo y amenidad. El conjunto termina por estar muy por encima de la base literaria.

Pero, probablemente, el mayor acierto está en el registro interpretativo. Esto no se sostendría ni con una postura provocativa, o simplemente picante, ni subrayando el aspecto chistoso de la cosa (que lo tiene). Seguramente han sido tentaciones presentes, pero Stoffel larga las mayores barbaridades como quien cuenta que ha bajado a por el pan, y logra que el relato se mantenga en pie. Su belleza y su acento alemán ayudan, dan un aura de exotismo al personaje. Bien arropada por caracterización, luz, vestuario y decorado, esquiva el riesgo evidente de retratar a una desequilibrada obsesa por el sexo, y consigue cuajar una verosímil muchacha que empezó bailando ballet y era incapaz de encontrar a Dios. 
P.J.L. Domínguez



lunes, 21 de enero de 2013

LOS HABITANTES DE LA CASA DESHABITADA

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Enrique Jardiel Poncela Director: Ignacio García Intérpretes: Pepe Viyuela, Juan Carlos Talavera, Paloma Paso Jardiel, Abigail Tomey, Pilar San José, Susana Hernández, Manuel Millán, Ramón Serrada, Matijn Kuiper, etc.  Duración: 1.40'
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Tengo por Jardiel una adoración reverencial. En vez de desparramar adjetivos voy a soltar un tópico: si hubiera nacido en Arkansas sería tan conocido como Groucho o Woody Allen. No exagero, la inteligencia desbordada de este hombre resiste cualquier comparación. Repetiré cada vez que hable de él, y hasta la muerte, que en un país normal habría siempre en cartel cuatro o cinco jardieles, en Madrid, en Lugo o en Albacete. Pero, ¿cuántos países normales hay en el mundo? No más de tres o cuatro, y éste no está en el grupo.
Enrique Jardiel Poncela, el genio.
Los habitantes de la casa deshabitada no tiene precio. Por sí sola, justificaría que se le dedicaran plazas a su autor. Es un delirio cómico con historia de pareja joven dentro, igual que algunas de las películas del citado Groucho y sus hermanos. Es muy difícil de hacer. Las obras de Jardiel tienen una engañosa apariencia de facilidad que las convierte en una trampa mortal para el teatro de aficionados y los grupos universitarios, que no cejan en el empeño de montarlas (algo que, por otra parte, me parece estupendo). Los textos son tan tronchantes a la lectura, todo encaja con tal perfección, que parece que basta con soltarlos en el escenario. Y no es así,  sólo funcionan bajo un cuidadísimo control del movimiento y la expresión de todos y cada uno de los actores en escena, incluso los que están en segundo término o corren pegando tiros por las escaleras. Si quieren ver un ejemplo muy bien resuelto busquen Eloísa está bajo un almendro en la versión de Rafael Gil (1943). Si quieren ver un ejemplo mal resuelto, pásense por el Fernán-Gómez.

El gran Saza
Atentos, porque llega una de las más horrendas frases tipo del crítico (peor aún: del gran aficionado al teatro). "Yo se la vi a...". Ahí va: Yo se la vi a Saza. Al inmenso Sazatornil. Dirigido por Mara Recatero, una especialista en Jardiel. Y andaban sueltos por allí Manuel Gallardo, Ana María Vidal y Manuela Paso (trece años antes de que le dieran un Max por La función por hacer). También Paloma Paso Jardiel, que repite ahora, y de la que algo diremos más abajo. Aquello fue un éxito antológico (vean la publicidad en ABC en junio del 99). A la salida, me dolía el estómago de tanto reír. Con Jardiel, la crítica es muy sencilla: ¿Le duele el estómago? Bien ¿No le duele? Mal. En este teatro el humor es la esencia.

Estreno en 1942. ¿Ven que se puede hacer
teatro sin proyecciones de vídeo?

Vamos por partes. La escenografía (un bombón para el diseñador, porque la trama pide de todo) es feota. En cuanto a rendimiento, el comedor -ocasión de lucirse- mal encajado y demasiado lejano. Las proyecciones, prescindibles. El vestuario, más bien de salir del paso. Por ejemplo: claro que el fantasma y el hombre sin cabeza son, en la historia, un burdo apaño armado por una panda de inútiles. Pero la trasposición de ese concepto intacto al escenario da la impresión de un burdo apaño armado por una compañía sin medios. Artiñano es un artista sin discusión, pero esto va menos que raspado. El movimiento de actores, desastroso. Cuando la acción se precipita, todo el mundo debe correr por todas partes, y salir y entrar del escenario como en un vodevil enloquecido. O se mide todo bien medido, o parecen los payasos de la tele (cierto que la inmensa boca del Fernán-Gómez ayuda poco). 

Y lo más difícil de todo, lo más importante de todo y, en este caso, lo peor de todo: el tono. Simplemente, no hay registro de conjunto. Viyuela se salva, le basta con aplicar el repertorio para que el respetable se ría. Se salva también Pilar San José, cuando a la encantadora locuela que es Susana más le patinan las sinapsis. Y se salva, desde luego, Paloma Paso Jardiel, que supongo que sabría bordar el papel hasta en un andén del metro. (¿Se han fijado en los apellidos? Sí, es lo que parece. Esta mujer me produce el mismo estupor místico que experimenté cuando conocí a la sobrina de Falla. Lleva en las venas el teatro español del siglo XX). Ramón Serrada, digno. Tan estirado como pide el papel y más contenido que los compañeros de correrías.

Los demás, dejados de la mano de Dios. El galán joven, para empezar, no da el físico necesario. Esto puede parecer cruel, pero no lo es: la culpa no es suya. Le ponen además un pelucón inenarrable y más rimmel que a Marujita Díaz. Ni el mejor actor sería capaz de salir airoso. La joven dama, francamente mejorable (por no hablar del vestido). Alto: debo decir algo en favor de ambos. Con estos jóvenes protagonistas serios empotrados en un disparate (como en las pelis de los Marx que citaba más arriba), casi no hay manera de acertar. Son papeles malditos. Pero sigamos: la madre, a años luz de la tenebrosa bruja que debe componer; el jefe de los malvados, muy alto, muy guapo, y muy macizo, sí, pero expresivo como  un pedazo de madera.

Como casi siempre, JM me dio la clave a la salida. Esto sólo funciona si se interpreta con extrema seriedad, entreverada de estupor. A los personajes les están pasando cosas horrorosas, y van de sorpresa en sorpresa. No se puede salir al escenario buscando la inmediata complicidad del chiste. Precisamente, lo que genera la carcajada es el contraste entre el mal trago y lo radicalmente absurdo de la situación y los dialogos. Recuerden a Saza, ése es el tono.
P.J.L. Domínguez

domingo, 20 de enero de 2013

LA REALIDAD

Sala: Teatro Fernán-Gómez (Sala Guirau) Autora y directora: Denise Despeyroux Intérprete: Fernanda Orazi Duración: 1.15'
Información completa (El enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



ATENCIÓN: Esta crítica es de 2013, la función se representa en 2014 en El Umbral de Primavera.

Ésta fue mi crítica de la Guía del Ocio:

Fantástica explosión de teatro rioplatense: de las tres personas que citaré dos nacieron en Buenos Aires y una (Despeyroux) en Montevideo. Pasó fulgurante Lúcido de Spregelburd por el Valle-Inclán, y siguen sus dos pequeñas joyas en la sala Azarte: La extravagancia y La inapetencia. Ahora llega al Fernán-Gómez La realidad, escrita y dirigida por Denise Despeyroux, que tiene a Spregelburd entre sus maestros. El estado, el municipio y la iniciativa privada parecen ponerse de acuerdo para mostrarnos una panorámica de un modo de escribir y montar teatro. Ecos y resonancias por aquí y por allá. Hecho adrede no hubiera salido mejor.

La realidad es un trozo arrancado a la vida, en el que bullen sin contradicción la energía kundalini y Mujercitas (eco explícito de Lúcido); la tía chamánica y la jerga psicoanalítica; el intenso amor de dos hermanas y lo que cada una lleva por dentro. Magistral empleo del vídeo (eco de las piezas breves de la Azarte). Atentos: el magnífico texto está disponible en red.

Además, La realidad es la confirmación de la talla de Fernanda Orazi, dotada de una mágica naturalidad (habrá que explicar algún día por qué esa planta florece mejor en el hemisferio sur, yo tengo alguna hipótesis). Se desdobla aquí en dos papeles de personalidad opuesta, y se marca además la proeza técnica de interactuar con la grabación de sí misma durante setenta y cinco minutos. Lo que quiere decir, ni más ni menos, que maneja el tiempo exactamente igual en todas las funciones. Una “gran actriz” es joven a los cincuenta. Así que Orazi, gran actriz, es jovencísima: tiene todo el tiempo del mundo para llegar a lo que sea. Consigna: que no quede libre una sola butaca de la sala Guirau. 


Y lo que no cabía allí:
(Para enterarse bien, conviene leer la crítica antes de lo que sigue. Las frases iniciales en negrita enlazan con el texto anterior)

Denise Despeyroux
Panorámica de un modo de escribir y montar teatro: un modo de construir teatro que le da a uno ganas de pasar un semestre de estudios en Buenos Aires. Rotundos parentescos reflejados en multitud de aspectos: el primero de ellos, la obsesiva reflexión sobre las relaciones familiares. Presente en la trilogía de Tolcachir, en las obras de Spregelburd, en Mujeres soñaron caballos Teatro para pájaros de Veronese (familia u otros próximos, en el caso de éste, algo que viene a ser lo mismo). Y en La realidad, de DespeyrouxAlguien podría decir que casi todo lo que se escribe se enmarca en algún tipo de realidad familiar. Es cierto, pero aquí la familia no es sólo el ambiente en el que se desarrollan los conflictos de los individuos consigo mismos y con el mundo, sino el tema profundo, la respuesta a la pregunta ¿de qué va la pieza? No es el único tema: en La realidad, cada hermana tiene su postura ante la vida y arrastra su propia cruz, es lo que hace creíble el texto, pero es la relación entre ambas lo que domina. Una hermana no se elige, le toca a uno en la lotería de la vida. ¿Cuánto tiene que quererla? ¿Cuánto tiene que perdonarle?

El magnífico texto está disponible en red:  y eso dice muchísimo de su autora. Dice, ni más ni menos, que aprecia más la difusión de su obra que el hipótetico rendimiento económico de una publicación. La encuentran aquí, difundámosla.

Fernanda Orazi
Orazi, gran actriz: Dos personajes, con una impresionante hondura en el retrato de cada uno. Una hermana que no para quieta, comunicativa y extrovertida. La otra, mortecina, volcada hacia dentro. Contraste incluso en la apariencia física. No sé cómo se las arreglará Orazi, pero una de ellas llega a parecer hasta fea (no sé en qué medida está caracterizado el personaje del vídeo). Anécdota: Alfonso XIII fue agasajado en una de sus estancias en San Sebastián con un zortziko interpretado por varios dantzaris. En pleno aurresku, uno de ellos resbaló y se cayó al suelo. Inmediatamente rehecho, se levantó de un brinco y siguió bailando. Impresionado, el abuelo del monarca reinante pidió que repitiera la hazaña. Y hubo que explicarle que aquello no había sido voluntario, y que se habían combinado el azar y la habilidad del bailarín. El lector se estará preguntando hacia dónde se me han ido las neuronas. Pues bien: los espectadores de mi función tuvieron la misma suerte que Alfonso XIII. El vídeo se atascó, y hubo que parar. Dada la concentración que le exige a un intérprete una función de estas características, estaba convencido de que nos enviarían a casa con las correspondientes excusas. Y no. La Orazi, como una jabata, se reubicó en un punto situado minutos antes de la interrupción y, ante nuestros ojos, dejó en un parpadeo de ser la Orazi para transmutarse otra vez en Andrómeda. Eso es dominar la técnica, y lo demás son cuentos. Nota final: además, esta mujer tiene un físico maravilloso. No sabría explicar por qué, ni en qué consiste esa maravilla, pero su aspecto, su mirada, su gesticulación, establecen de inmediato una corriente de empatía. Supongo que es lo que llamamos carisma.
P.J.L. Domínguez



sábado, 19 de enero de 2013

SOFOCOS

Sala: Teatro Nuevo Apolo Autora: Isabel Arranz Director: Juan Luis Iborra e Isabel Arranz Intérpretes: Lolita Flores, Ana Hurtado, Paz Padilla, Fabiola Toledo Intérprete en vídeo: María Teresa Campos Duración: 1.35'
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Me temo que voy a terminar esto en un pispás. Mal escrita, mal dirigida. Se trata de una sucesión de monólogos y canciones, con alguna escena entre dos o entre tres, y un final a cuatro (ver foto). La idea era buena, pero los textos tienen muy poco alcance, y el conjunto está apenas dirigido. Algo tendrá que ver también que a mi sesión, era evidente, le faltaban ensayos. 

Dicho esto, la función tiene una virtud: no engaña a nadie. Es exactamente lo que uno imagina al ver el cartel. Está dirigida a un público perfectamente definido -las mujeres que conozcan de cerca la menopausia- que abarrota el teatro. En mi vida había visto algo con una proporción menor de hombres (claro que nunca he estado en un local para despedidas de soltera, aunque no me falten ganas). Y parecían pasarlo en grande. Supongo que la identificación con lo que allí se cuenta es completa.

Esa estupenda actriz que es Lolita (quien lo dude, que se vea Rencor) está completamente desaprovechada. Brilla algo más el talento de Paz Padilla, que lo salva todo a empujones de entusiasmo: da los mejores momentos del espectáculo. Me gustaría ver a esta mujer en algo serio, a lo mejor me daba una sorpresa. Ana Hurtado y Fabiola Toledo ponen empeño, pero es que no hay gran cosa que defender. La Campos en vídeo, exactamente igual que en la tele.

P.J.L. Domínguez         
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martes, 15 de enero de 2013

SI SUPIERA CANTAR ME SALVARÍA (EL CRÍTICO)

Sala: Teatro Marquina Autor: Juan Mayorga Director: Juan José Afonso Intérpretes: Pere Ponce y Juanjo Puigcorbé Duración: 1.25'
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Juan Mayorga
Yo no sé qué me pasa con Mayorga. Fui al Marquina pidiendo a los dioses que lo que iba a ver me convenciera (como el protagonista de la obra, por cierto). Se lo dije a JM: "Estoy deseando que me guste". Pero no hay manera. Este hombre está reconocido casi unánimente como uno de los mejores dramaturgos vivos en castellano, si no el mejor. Tiene todos los premios posibles. Está traducido... hasta al coreano. Cada estreno va indefectiblemente seguido de críticas ditirámbicas. Y yo no veo nada por ninguna parte. Por supuesto, y lo digo con toda humildad, puede ser que algo en mi conformación mental me impida ver las que sean precisamente sus virtudes. Espero encontrar a alguien que, con alguno de sus textos delante, se siente conmigo y me demuestre que, efectivamente, es una pieza de altura. Porque yo no veo nada.  

Desde luego, no soy un especialista en su obra. Recuerdo ahora Himmelweg, La paz perpetua y Penumbra. Me pide el cuerpo reseñar lo que fueron mis impresiones, pero no quiero hacer esta entrada interminable. Creo que puedo resumir diciendo que me parecieron banales, y con poco interés dramatúrgico. Bueno, ya lo he dicho. De ésta me expulsan de la Real Congregación de Críticos de la Villa y Corte de Madrid. 

Juanjo Puigcorbé y Pere Ponce
Si supiera cantar me salvaría me ha parecido peor que las anteriores. Reedición del visitadísimo asunto de visita sorpresa y duelo dialéctico. En este caso, un autor (Scarpa) visita a un crítico (Volodia) inmediatamente después de un estreno. Ocurre lo que uno espera que ocurra: resulta que ambos llevan media vida obsesionados.mutuamente. Scarpa porque, en la cumbre del éxito, nunca ha recibido un elogio del crítico. Volodia, porque puso en el talento del autor sus esperanzas, y ha pretendido estimularlo, en vano, con sus críticas negativas. La cosa no da más de sí. Entre tanto, se va hilvanando la historia de una mujer, de manera más bien confusa (un jovencillo decía a la salida "yo no he entendido lo de la tía") y, sobre todo, trillada. Ejemplo: "Yo amo a una mujer como tú ni siquiera podrías comprender". Hay, además, episodios de evidente torpeza dramatúrgica. En su esfuerzo por demostrar al crítico las virtudes del texto recién estrenado, Scarpa recrea partes del mismo. Esos fragmentos de teatro dentro del teatro no tienen ningún interés por sí mismos -relatan una historia de maestro y discípulo perfectamente tópica- y no enganchan. Tienen una duración excesiva y detienen el curso de la función. Tampoco aporta nada su evidente paralelismo con la relación entre los personajes: un aprendiz de boxeador termina por tumbar a su entrenador, como una proyección de la psique de Scarpa, que estaría encantada de soltar un puñetazo a Volodia. Elemental, querido Watson.

Y ya que estamos con la psique, vamos con algo insoslayable. Mayorga emplea un buen rato en retratar a Volodia. Es un hombre que va al teatro con la mente abierta; que no permite que sus sentimientos interfieran en su juicio; que ha hecho de su profesión casi un sacerdocio, porque es crítico por vocación (y no de rebote, como la leyenda pretende que somos todos). En resumen: el crítico perfecto. Este crítico machaca sistemáticamente a un autor de enorme éxito. No hay que ser un mago de la interpretación psicoanalítica para ponerse a sospechar que lo que Volodia dice a Scarpa algo tendrá que ver con la proyección de lo que Mayorga (o una parte de él) espera que alguna vez le diga un crítico. ¿Y qué le dice? Le dice que el único sentido del teatro es mostrarnos la verdad, para ayudarnos a soportar la mentira que nos rodea. Que la verdad en un escenario suscita siempre rechazo. Y que los éxitos incontestados son, por tanto, la mejor prueba en contra de una obra. Aquí cabe recordar que Mayorga ha escrito piezas sobre la pederastia (Hammelin) o el terrorismo (La paz perpetua), dos asuntos erizados de espinas y con los bordes cortantes. Y que ambas consiguieron el aplauso unánime. ¿Es posible escribir algo con interés artístico sobre semejantes cuestiones sin que nadie encuentre un pero? (Estoy recordando ahora los párrafos sobre ambas cuestiones en los textos de Rodrigo García, que dejan helado al respetable) ¿No es preciso, para eso, sujetarse estrictamente a las verdades universalmente admitidas? ¿Qué se aporta entonces? Última pregunta: ¿no está Mayorga pidiendo a gritos que alguien se lo diga? En fin, no me hagan mucho caso, es posible que mis neuronas patinen. [En honor a la verdad: hubo al menos una queja, de Fernando Savater, sobre La paz perpetua. El resto, aplausos] 

Villano expresionista
La puesta en escena, torpe. Sobre todo en la dirección de actores, y esto es prácticamente como decir "en todo" en una función de estas características. A Pere Ponce se le ha asignado un registro que le hace rozar lo grotesco. Entra como un villano de película muda, y la sensación se acentúa durante los interminables minutos en los que retrasa el brazo derecho, simulando la tensión reprimida, hasta que a todos nos parece que se ha contracturado. Cuando la supuesta tensión se le hace insoportable, mueve los dedos de esa mano como si se resistiera a cerrarla para propinar un puñetazo. Cine expresionista. Puigcorbé sale mejor parado, hace lo que puede. Pero no se libra de ser colocado una y otra vez en pose declamatoria. Para terminar la fiesta, oscuro, efectos de sonido, la escenografía se abre, y unos focos al fondo nos ciegan mientras una lluvia de papelitos cae sobre la escena (recordé de pronto el harapo volador que simulaba un murciélago en el Drácula del mismo teatro). ¿A qué viene esto? ¿Caroline, ve hacia la luz? Comentario de JM: "¿Tú has entendido por qué sale un OVNI al final?"
P.J.L. Domínguez

martes, 8 de enero de 2013

LA EXTRAVAGANCIA / LA INAPETENCIA

Sala: Azarte Autor: Rafael Spregelburd Director: Diego Sabanés Intérpretes: Lola Polo, Patricia Almohalla, Delfín Estévez, Julia Fournier Intérpretes en vídeo: Fran Antón, Kike Guaza, Ángel Ramón Giménez, Marisa Ruiz, Mike James (voz de Gloria Muñoz) Duración: 1.20'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



La diosa Fortuna nos ha servido simultáneamente Lúcido y estas dos obras breves de Spregelburd. Tres hurras por la diosa Fortuna. Entre otras cosas, porque arrojan luz unas sobre otras. Antes de seguir adelante: envié algunos amigos con poco trote teatral a ver la primera, y salieron diciendo que "bien, pero un poco rara". Debo de tener ya la sensibilidad completamente embotada para apreciar la rareza, así que, por si acaso, aviso: si es usted de "presentación, nudo y desenlace" (como dice uno de los personajes), absténgase. Éste es un universo en el que uno no tiene nunca una idea muy clara de por dónde va lo real.

Lola Polo en La extravagancia
(Foto: Rosibel Rojas)
Dos pequeñas joyas, enmarcadas por la pregunta ¿Por qué pensar que la familia es la mejor manera de organizar los cuerpos en el espacio? O sea: el tema más fértil de la historia del teatro desde, al menos, Edipo rey. Spregelburd tiene un talento prodigioso, no sólo para la concepción y organización general del texto, sino también para pergeñar diálogos que entrelazan lo más anodinamente cotidiano con la irrupción de la incoherencia, sin que aquello cante por peteneras. No hace falta decir que recuerda en eso al Ionesco de La lección, por ejemplo

La extravagancia es más bien realista o, digamos, comprensible. Dentro de lo que cabe en una historia de tres hermanas que se llaman María Socorro, María Axila y María Brujas (vamos, que estos amigos la seguirían llamando rara, por muy comprensible que me parezca). Las tres interpretadas por Lola Polo: una sale por la derecha, la otra por la izquierda y la tercera en la tele, proyectada en vídeo. Las dos primeras hablan por teléfono, y sólo oímos cada vez a la que tenemos delante en carne y hueso. (Esos diálogos partidos recuerdan a la Liddell). Ambas tienen la manía de subir el volumen de la tele cuando cuelgan, lo que nos permite oír a la tercera hermana mientras pontifica sobre fonética o animales mitológicos: un delicioso delirio. Se amontonan los géneros literarios: monólogo (una habla al público), diálogo telefónico, lección magistral (en la tele), novela rosa, cuento...   Polo está estupenda en los tres papeles: secorra y amargadilla en el primero; vulgarota y no menos amargada en el segundo; y sensual resbalando a grotesca en la tele. Me tronché con las frases tronchadas de (creo) Socorro, que su hermana, a la que no oímos, le pisa al otro extremo del hilo. 

Maravilloso final. Lo puedo contar, porque está completamente desgajado de la trama (y de ahí la maravilla y la estupefacción). La voz en off de la gran Gloria Muñoz, que está hablando de algo completamente en las antípodas, suelta de pronto: "Es decir, es como si esa tonta idea de que existe una patria...". Fin. ¿No me dirán que "no es decir" no es sublime como conector de dos extravagancias inconexas? 

Patricia Almohalla en
La inapetencia
(Foto: Rosibel Rojas)
En La inapetencia el desparrame narrativo es mayor. Por poner un ejemplo: la protagonista no tiene hijos, tiene dos hijos, tiene una hija pequeña, tiene una hija mayor. Fantásticos ecos de la primera pieza (el pecho tatuado de Frank, el pecho mutilado-tatuado de Leila), en un planeta situado en la misma galaxia que Lúcido. De hecho, el final de esta última, que no desvelaré aunque me arranquen la piel a tiras, le sugiere a uno trasponer aquí una explicación parecida. Los seres humanos estamos programados así, buscamos explicaciones hasta donde no las hay. Sobre todo donde no las hay. El peso de la pieza recae principalmente en Patricia Almohalla, que roza el virtuosismo técnico en las escenas dialogadas con personajes en vídeo, y que hace verosímil un personaje que, sin esa capacidad de convicción, sólo nos provocaría preguntas sobre cuál de los mundos de Yupi transita. Maravillosa escena en  la terraza de sus amigas (Lola Polo, Marisa Ruiz), proyectadas a sus espaldas, y tour de force de timing (hala extranjerismos) cuando debe hablar a un interlocutor mudo (Mike James), también proyectado detrás. Delfín Estévez y Julia Fournier (qué bien grita esta chica, no se le nota la molestísima impostación de uso universal) tienen menos papel pero cumplen. Y los intérpretes en vídeo, también, sobre todo Kike Guaza, que compone un macarra agitanado con mucha guasa. 

Vamos ahora con el envoltorio común a ambas obras. Todo bien controlado por Diego Sabanés (Mentiras piadosas), que creo que se había limitado en teatro a cosas más menudas. Cuando digo todo, me refiero sea a la dirección de actores (esto ya lo había deducido el avispado lector), sea a elementos tan heterogéneos como las proyecciones o el diseño gráfico. Sabanés sale más que airoso de la combinación de actor presente y proyectado. No sólo por la estupenda factura de ambos vídeos y la milimetrada interacción con las actrices, sino también por la ubicación de aquéllos respecto a éstas, la combinación con su movimiento... O sea, por todo lo que pesa en la percepción del espectador y que, mal medido, lleva nueve de cada diez veces a que el vídeo se coma al actor en vivo. Mención final para el vestuario, y para la caracterización de Polo encarnada en el televisor (no encuentro los créditos correspondientes por ninguna parte). Spregelburd debe de llevar semanas recibiendo vibraciones positivas desde este lado del océano. A ver si alguien se anima a continuar con el resto de la Heptalogía de Hieronymus Bosch.

P.J.L. Domínguez