sábado, 2 de febrero de 2019

NEKRASSOV

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Jean Paul Sartre (traducción de de Miguel Ángel Asturias, adaptación de Brenda Escobedo) Director: Dan Jemmett Intérpretes: GJosé Luis Alcobendas, Ernesto Arias, Carmen Bécares, Miguel Cubero, Palmira Ferrer, Clemente García y David Luque Duración: 2.20'  
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)


Ernesto Arias, como Cary Grant (lean el último párrafo), y Carmen Bécares. (foto de Álvaro Serrano Sierra)

SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Hala, otra vez. Coro unánime por Nekrassov. Vidales en El País, Losánez en La Razon y -creo, sólo pude echarle un vistazo- Villán en Metrópoli. Renuncio a buscar más. Coro unánime de la crítica, del público nunca conseguimos tener más que una visión intuitiva. En mi función de ayer había bastantes butacas libres, y me dio la sensación de que el sopor era generalizado. El señor a mi izquierda, roncó. Literalmente. Aunque luego se puso de pie para gritar bravo, acompañado de algunos otros. La naturaleza humana es fascinante.

En una de esas críticas mencionadas leo que la pieza se representa poco en España, o algo parecido. Bueno, en España, en Sierra Leona y... ah, sí, se me olvidaba un lugar que tiene cierta relevancia en este caso: en Francia. El único sitio del universo conocido en el que Nekrassov se representa menos que en el planeta Tierra es en Titán, la luna de Saturno célebre por su dedicación exclusiva al teatro de entretenimiento y la prohibición del teatro intelectual. Viene al caso una perogrullada muy útil que conviene no perder de vista: cuando un grande de la literatura mundial tiene obras de teatro que nadie en su sano juicio monta... lagarto, lagarto. Es difícil que tanta gente de talento a la búsqueda siempre de ideas originales rechace -no sabemos cuántas veces, porque lo hace en la intimidad de su hogar- las creaciones de los indiscutibles, sin que tal continuada unanimidad, que atraviesa las décadas y, a veces, los siglos, tenga algún fundamento. Nos zurraron hace poco una contundente demostración de este principio lagarterano (de lagarto) con aquella peregrina idea de mostrar el teatro completo de Vargas Llosa. Yo cito siempre El sí de las niñas (sin pretender que Moratín sea un grande de la literatura mundial): todas las generaciones de españolitos aficionados al teatro pasan por la experiencia de verla una vez... y entender por qué no se hace nunca. Y ya están todos ustedes pensando en Cervantes, así que para qué liarme.

No me voy a meter ahora en una valoración general del teatro de Sartre. Me limitaré a unas pocas preguntas. ¿Si Sartre hubiera dejado sólo su producción dramática ocuparía ese lugar de indispensable del XX que ocupa ahora? No. El teatro es secundario en el conjunto de su producción. No cuantitativa -que también- sino cualitativamente. En su teatro, ¿cabe distinguir lo importante de lo accesorio? Cabe. Seamos serios: lo único que está vivo (en el sentido de que se monta con cierta frecuencia) es À huis clos, La putain respectueuse Les mains sales. Y digo "cierta". Y digo en Francia, no en Manchuria. Y me atrevería a decir que, de las tres, la única que no necesita de intervenciones más o menos masivas para hacerla atractiva al público general de hoy en día (y no a los obsesos de la cosa como ustedes y yo) es la primera.

Y volvemos ahora a Nekrassov. Busquen, busquen representaciones, que no las encontrarán. Si, una en Thêatre 14 en 2007 (creo que es una sala muy dedicada a los raros, me fui yo una vez expresamente a ver La reine morte de Montherlant, una de mis manías). Sí, seguro que Noséquiénmuyimportante la montó en Quebec hace diez minutos y no me he enterado. Pero estamos hablando de cuestiones estadísticas, y les va a costar lo suyo encontrar algún fragmento en Youtube, por ejemplo. O simple reseñas críticas colgadas en la red. La búsqueda "Jean Paul Sartre A Huis Clos" arroja casi un millón de resultados. "Jean Paul Sartre Nekrassov", 29.000, deben de ser, más o menos, los que salen con "Maestro Churrero".

Ya, ya llego al asunto, no se me impacienten. Hace mucho frío fuera y la tele es un asco, lean con tranquilidad. Imaginen un espectador culto que va al teatro a ver... A SARTRE. Sabe que Sartre es un indiscutible, así que entra con la sumisión con la que entra uno a encontrarse con Esquilo o con Lorca. Y, claro, entre Sartre y un apellido tan impresionante como Jemmett, a ver quién es el guapo que se confiesa a sí mismo que se ha aburrido como una croqueta. Ahora viene Paco con la rebaja, como diría mi madre, y les quita la mala conciencia. Sartre es indiscutible por otros méritos, su teatro tiene un pase (sobre todo un valor de reflejo de su época y su trasfondo ideológico) y ha dejado al menos una obra relevante (A huis clos), pero Nekrassov es, sin duda, una pieza menor desde varios puntos de vista. Veamos cuatro:

1) Dos horas y veinte para este contenido, con una trama tirando a ingenua, eran masticables en 1955, en 2018 son insufribles. De todas formas, dense con un canto en los dientes: cuando comenzaron los ensayos del estreno la cosa se iba a las cinco horas. Esto mismo ya da idea de las dudas de Sartre respecto a lo que había parido. Además de eso, hay otro factor que avejenta considerablemente el impacto. El director del periódico, Palotin, era un retrato inconfundible y despiadado del director de France soir (les dejo una foto). La referencia está tan perdida como la actualidad del comunismo (vean el punto 4).

2) Sartre intentó una incursion en un género -una comedia disparatada que tira a veces hacia el vodevil y a ratos hacia la farsa- que le resultaba ajeno, y el resultado está muy lejos de hacer diana. Quienes mejor podían apreciar eso -los espectadores que estaban hartos de ver los modelos originales en el bulevar de al lado- lo tuvieron clarísimo. El único defensor que encuentro en línea, inicia su "defensa" con el reconocimiento de la opinión general: "¿Por qué elegir una pieza que nunca ha tenido muy buena reputación? Nekrassov, efectivamente, fue el primer verdadero fracaso de Sartre en el teatro. La crítica, con la excepción de Roland Barthes, destrozó la pieza, que fue retirada tras apenas sesenta representaciones".

3) Tanto la literatura promocional como las críticas posteriores resaltan la prodigiosa concordancia entre esta trama que saca las vergüenzas al periodismo y la actualidad de las fake news. Perdónenme todos, pero tengo la sensación de que nos tragamos con mucha facilidad los textos promocionales. Claro que la trama exhibe el descaro de un periódico dispuesto a lo que sea con tal de alcanzar su objetivo (derrotar a los comunistas en las elecciones), pero -como siempre decimos- las intenciones no salvan al teatro. ¿Es bueno denunciar los manejos de la prensa canalla? Sí. ¿Es por eso buenísima Nekrassov? Ni Nekrassov ni nada es bueno por eso. Hay sopocientas películas americanas  que denuncian lo mismo y le dan mil vueltas. Me da mucha pereza ponerme a recordar ahora, así que sólo menciono El gran carnaval y me quedo tan ancho. Me aburre muchísimo esta táctica, vieja como la tos y previsiblemente inmortal, de agarrar el rábano por las hojas: esta pieza es buenísima, porque fíjense la que tenemos montada ahora con (el género, los carriles bici, la caza, los toros, el populismo, Venezuela, el procés... pongan lo que quieran) y, precisamente, va de eso. No es un mérito artístico, puñeta.

4) La intención de Sartre es evidente: pretende desenmascarar las formas burdas de anticomunismo imperantes en su época. (Bueno, y en la nuestra: a mí me llamaron una vez estalinista completamente en serio por escribir unas cuartillas que organizaban un asuntillo de gestión burocrática).  Estamos hablando de los años cincuenta, de la Guerra Fría, de los tiempos duros en los que los comunistas eran retratados como tipos que se comían a los niños crudos. Pero la época no estaba para sutilezas, y el comunismo era -para todo el mundo- la URSS (si es que aquello fue comunismo, que es otra copla). Y, como bien dice el programa de mano, la URSS invadió Hungría diez minutos después del estreno. Así que Sartre quedó como aquel personaje de Mel Brooks que llevaba media vida en la Bastilla por haber dicho una vez que los pobres no eran tan malos. Esa distinción elemental entre la idea y sus perpetradores podía desarrollarse en un ensayo, pero no se apreciaba en una farsa.
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¿Y qué ha hecho Jemmett? Errar el tiro desde el primer segundo. No sé cómo sería el estreno (las poquísimas pistas de propuesta que veo en línea parecen hundirse en el mismo agujero de Jemmett), pero llamaron a Louis de Funes (lo echaron en los ensayos y tuvieron que pagarle 250.000 francos de indemnización), un maestro insuperable en encajar personajes inverosímiles en comedias pasadas de revoluciones, pero ancladas en lo verosímil. El tono, claro, me refiero al tono. Lo que hay detrás de Sartre son siglos de refinamiento y sutileza en el humor. Ya saben, Voltaire y todo eso. Nekrassov, que es menor, pero no un pestiño, está repleta de réplicas que demandan una caída de ojos, un encogimiento de hombros o un suspirito, no estos constantes alaridos, braceos y composiciones de personajes clownescos. En mi modesta opinión, esto sólo saldría adelante como una finíiiiiiiisima comedia de humor suave y explosiones aisladas. Y cortando un buen trozo, desde luego. Imagínense por un momento que lo monta Flotats. Pues eso.
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Los intérpretes, estupendos. Hay talento a chorros en ese elenco. Palmira Ferrer hace, en travestí, un anciano que, incluso en medio de este show, tiene maravillosos destellos de realismo. David Luque, al que solo había visto en Las dos bandoleras (y no muy bien), y Alcobendas (uno de ésos que lo hacen todo bien siempre) son, en sus escenas juntos, los que más hacen añorar una dirección más delicada, hubieran hecho maravillas. Cubero está más cerca de Ferrer cuando hace de anciano y lamentablemente ubicado en el clown cuando hace del inspector Gadget. La culpa no es suya. Compone perfectamente al poli apayasado (se llama Gobelet, no Gadget, claro), probablemente como se lo han pedido, pero está fuera de lugar. Como Clemente García en el otro policía.

Párrafo aparte para Ernesto Arias. Ya me impresionó en El corazón de las tinieblas. Me parecio uno de esos actores que, con la edad, parecen ir multiplicando sus capacidades. En Nekrassov se produce un efecto alucinante. Salta a la vista de tal modo, que me extraña que no lo haya dicho nadie. Hay momentos en los que está clavado a Cary Grant. Clavado. De físico, de actitud. La típica composición de golfo simpático. El momento en calzoncillos, ligas para los calcetines y batín de seda es tan estrepitosamente evidente que tiene que haber sido buscado. ¿Se imaginan lo que hubiera podido ser eso si se hubiera colocado en esa comedia fina dirigida por Flotats que he sugerido más arriba? Mucha atención a Arias, que cualquier día hace algo monumental.

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