lunes, 11 de marzo de 2019

EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Sala: Teatro Valle Inclán Autor: Anton Chéjov (versión de Ernesto Caballero) Director: Ernesto Caballero Intérpretes: Chema Adeva, Nelson Dante, Paco Déniz, Isabel Dimas, Karina Garantivá, Miranda Gas, Carmen Gutiérrez, Carmen Machi, Isabel Madolell, Fer Muratori, Tamar Novas, Didier Otaola y Secun de la Rosa Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Isabel Madolell, Secun de la Rosa, Carmen Machi, Miranda Gas, Tamar Novas y Nelson Dante

SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

NO SON DISPARATES

Esta vez entenderé a quien difiera de mi opinión y me diga que esto no va a ninguna parte. Yo mismo podría estar escribiendo que la puesta en escena va de disparate en disparate, pega bandazos en cada curva, acumula recursos escénicos (casa de muñecas, trenecito, proyecciones, vestuario, giratorio, músicas varias y mucho etcétera) como quien se aferra a lo que sea con desesperación… y estaría cerca de lo que me pareció ver.

    Pero, en este oficio de matices, la palabra clave en esa frase es “cerca”. Estuve a punto de ver eso, pero lo que vi fue otra cosa: que, por uno u otro lado, la catástrofe se orilla y, hasta cuando el hundimiento parece inminente (escena campestre, rotación del giratorio, desmantelamiento final), la tensión sube y concentra la atención en ese caleidoscopio de dramas personales superpuestos que es El jardín de los cerezos. No me aburrí ni un segundo. Yo diría que el chaleco salvavidas es, de principio a fin, la consistente dirección de actores que sabe encauzar el mucho talento interpretativo desparramado por el escenario. Imposible citar a todos, pero uno de los grandes aciertos de la función es el criado en travestí de Isabel Dimas, extraño eco del Mouton que Palmira Ferrer está haciendo en el Nekrassov de la Abadía (casualidades de la cartelera). Qué ternura, qué tristeza, qué gran final.


No recuerdo un montaje reciente que haya suscitado más unanimidad de opiniones, tanto entre las publicadas como entre las que me comentan por ahí. En rigor, lo que les he copiado más arriba. De los dos extremos (aaaaaay que se va la cosa / huuuuuy que vuelve a su sitio) hay quien pone más énfasis en lo primero (mal) y quien se queda con lo segundo (bien). Con intervalos un poco confusos, a veces poco hilvanados, decía Doncel en ABC. Liz Perales se despacahaba un poco más a gusto en El Cultural, pero rematando con un afortunadamente hay buenos trabajos interpretativos. También se ha dicho mucho algo que sugerí de pasada, pero en lo que no abundé por falta de espacio: la hipertrofia escenográfica (yo hablaba de elementos heterogéneos y casi todo el mundo ha mencionado la distancia excesiva que, a ratos, la escenografía impone a los intérpretes, y a la que yo aludía con lo del "desparrame"). Así que poco más voy a decir.

Uno: detallito sonoro. No sé si he oído alguna vez un efecto mejor logrado de fiesta en el salón de al lado. Ya saben, la reverberación de los graves. Le ha quedado perfecto a Luis Miguel Cobo. He oído lo mismo hace menos de dos semanas en otro sitio y no consigo recordar dónde. Pero nada como lo de Cobo.

Dos: texto del programa de mano. En el 90% de los casos (y me quedo corto) estos textos son infumables. Banalidades, declaraciones de intenciones que no vienen a nada, elucubraciones de individuos/as que como tienen que expresarse es con la pieza, y no con un texto anejo. No hace falta decir que el de la dirección de escena o la creación dramatúrgica (aunque este segundo un poquito más), son talentos que no tienen nada que ver con el de pergeñar un comentario atractivo y/o inteligente. El de Caballero en esta ocasión es interesante y tiene vida propia. Otra cosa es lo que les voy a decir en el párrafo siguiente.

Tres: tanto de ese texto como de alguna entrevista leída por ahí, se deduce que la intención era devolver El jardín de los cerezos a la supuesta intención cómica original de su autor. Dos cosas respecto a eso. La primera, que yo no he visto ni rastro de comedia en el montaje. Un dramón de tomo y lomo, que no se aligera ni por los acentos cubano y argentino, el tono ligero en algún pasaje o el travestí del anciano sirviente (como me ha parecido entenderle a Vallejo). A mí, por lo menos, me generó la misma opresión angustiosa que me ha generado siempre que la he visto. Celebro que, si era ésa la intención de Caballero, no haya llegado a puerto. (O sea, que el interesante texto del programa de mano, aporta, pero poco ilustra respecto al par intenciones/resultado, como ocurre prácticamente siempre). La segunda, que la intención original del autor nos importa, a estas alturas de capas y más capas de connotaciones añadidas, un bledo. Y les voy a contar dos historietas.

Hace muchísimo tiempo, conocí de primera mano los intentos de dos personajes por reconducir la música del siglo XIX (o parte de ella) a su brillo original. Uno sostenía que las indicaciones metronómicas de las obras de Beethoven estaban falseadas en bloque, y proponía una ejecución acorde con las intenciones del compositor. El otro defendió con ardor que la emisión vocal de los tenores se había alterado completamente a lo largo del siglo XX, y planteaba una interpretación distinta y -supuestamente- fiel a la historia. ¿Creen ustedes que a alguien le importó si las respectivas tesis eran históricamente acertadas? No. Lo único que contaba era si el resultado colaba o no colaba. Y no coló. A la "recuperación" de la música preclásica (lo pongo entre comillas, porque vaya usted a saber) le pasó al revés. Moló mucho el resultado. Lo mismo que a la reconstrucción del gregoriano partida de Solesmes, que es hoy en día la única interpretación posible que reconocemos. Y "reconocer" es verbo que viene al pelo, porque ¿reconocerían su música los monjes del siglo IX o los compositores del XIV en estas exquisitas interpretaciones "históricas"? Me temo que no lo sabremos nunca y, además, no nos importa. ¿Preferiría Chéjov que nos partiéramos la caja con las desventuras de sus personajes? A mí, la verdad, me importa poco.

Cuatro: no, no me puse a diseccionar interpretaciones. Sí, Dante está que se sale, como ya ha dicho todo el mundo. Ya se salía en En construcción y en Adentro. Me alegro de que haya llegado a los escenarios grandes. Machi no yerra una, ya se sabe. Nos acostumbramos, y ya no les damos mérito. Me gustó mucho, muchísimo, Miranda Gas, una actriz que interpreta tan en el sitio del personaje, tan a ras de tierra del calco de la realidad, tan... ESTUPENDAMENTE BIEN por decirlo de forma clara, que tiene siempre un tremendo hándicap (¿cómo castellanizo eso?) que arrastrar: todo el mundo recuerda el personaje, pero se le escapa la actriz. Lean eso que acabo de decir con atención, porque es un elogio inmenso. No crean que una observación tan sutil se me ocurrió a mi solo: me la sopló JM, que sabe más que yo de todo esto. Los que me parecieron fuera de onda: Secun de la Rosa y Carmen Gutiérrez. ¿Serán los únicos que se creyeron de verdad que esto iba de hacer reír? Buenos ambos (¿la vieron a ella en Un marido de ida y vuelta?), pero perdidos como pulpos en este inmenso garaje. El tío Gáyev es uno de los personajes más tristes de la historia del teatro, un filón del que aquí no se aprovecha nada.

Chéjov es el maestro de la nostalgia. Escribir esto me ha hecho añorar el Teatro del Arte y La Casa de la Portera (En construcción y El huerto de Guindos).
P.J.L. Domínguez

          

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