lunes, 20 de enero de 2014

EL HUERTO DE GUINDOS

Sala: La Casa de la Portera Autor: Anton Chejov (versión de R. Tejón) Director: Raúl Tejón Intérpretes: Felipe G. Vélez, Nacho Fresneda, Alicia González, David González Sabrina Praga, Consuelo Trujillo, Bárbara Santa-Cruz, Germán Torres y Carles Francino. Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Nacho Fresneda y Carles Francino.

Nada, parece que no hay remedio. Está definitivamente de moda cambiar los títulos. Me fui al Huerto de guindos convencido de que iba a ser una parodia de El jardín de los cerezos, y ni parodia ni nada (para parodia, involuntaria, parece que tenemos suficiente con Los áspides de Cleopatra). Como les decía a propósito de MBIG, ¿qué estarán haciendo los pobres documentalistas que tengan que archivar los programas de mano, la información en prensa...? Porque, aunque no lo crean, hay gente que se dedica a eso a jornada completa. 

La Casa de la Portera está íntimamente unida a Chejov: el exitazo de su apertura fue un Ivan-off (hala, otro título alterado) dirigido por Martret. Tejón recibió entonces numerosos elogios por su papel protagonista, y es el director ahora. No es de extrañar que se perciba un cierto aire de familia entre ambos montajes. ¿Estaremos asistiendo al nacimiento de una escuela? Nunca se sabe, el espíritu sopla donde le apetece. No me consta que haya dirigido antes. Si es su primer intento es, desde luego, notable. 


Además, tenía estilo el tío.
También la versión es suya. Ha eliminado algunos papeles menores y la ha dejado en cien minutos. Además de eso, hay un intento de ubicar la acción en nuestro país. Un intento inocuo, ni aporta ni molesta. Da exactamente igual que Lopakhin se llame López y que el diccionario se convierta en el Espasa-Calpe. Estos personajes son rusos hasta de perfil. Y, como bien saben, hay un tópico que asegura que nos resultan especialmente cercanos. Toda una ristra de afirmaciones por el estilo desde el siglo XIX sobre la supuesta vecindad del alma rusa a la del otro extremo del continente. Es posible, pero me pregunto si todos los demás europeos que quedan en medio no sienten a esta gente igual de próxima, por mucho que hoy pueda chocar tanta efusión sentimental o el promiscuo amontonamiento en el que ricos y pobres viven mezclados (y en el que el siervo besa a su señorito antes de acostarlo). ¿Chejov, a la vez, el último de los antiguos y el primero de los modernos? 


Repitan conmigo: Freud,
Marx y Marcuse... etc,
no eran completamente
idiotas.
Lo que no choca en absoluto es esa asfixiante atmósfera de fin de ciclo: él no lo sabía, pero nosotros sí, que cuando escribió esta obra faltaban diez años para que el mundo reventara en pedazos y se llevara por delante todos estos conflictos neurasténicos de sus personajes. ¿No notan una parecida sensación ominosa en el ambiente? Serán cosas de mi mal carácter, pero cada vez veo más gente alrededor que no sabe cómo disimularse a sí misma que no le gusta nada de lo que tiene, nada de lo que hace. Semejante abundancia sólo puede deberse, como en tiempos de Anton Pavlovich, a una contradicción (anda por Dios, perdón, se me ha escapado un término marxista, ya debo de tener a Echelon encima) cada vez más violenta entre nuestras necesidades y la vida que la corporación (digo, perdón otra vez, la sociedad quería decir) nos impone. Quién sabe. Lo peor de todo es, quizá, que, como Tropimov (que en la version de Tejón se llama Pedro y es Carles Francino), todo el mundo parece saber en el fondo lo que debería hacer para estar-en-el-mundo mucho mejor (si lo pongo así, con guiones, es como si entendiera de filosofía alemana), pero que casi nadie lo hace. Yo lo llamaría "surplús de represión", si no fuera porque Marcuse es otro apestado; si lo citas pareces idiota, y se ríen de ti hasta los que nunca han leído ni la voz correspondiente en la enciclopedia.

En fin, volvamos a lo nuestro. El Chejov de Tejón está bastante bien, tirando a muy bien. Pegas, lo que se dice pegas, no le encuentro ninguna, para ser excelente le falta sólo ese no-sé-qué que no se deja explicar con palabras. Quizá algo de tensión sostenida, más malestar, más... "egonezina". ¿Saben lo que es eso? Una fantástica palabra en vascuence para la que no conozco equivalente en otras lenguas: no-poder-estar. Desazón, podríamos decir. El jardín de los cerezos tiene que contagiar la neurastenia, la íntima inquietud que las falsas situaciones superpuestas provocan en los personajes.


Empezando por la última fila: González y Francino; González, Fresneda y Vélez; Santa-Cruz, Trujillo, Torres y Praga.
Algo que está superlativamente bien: todo el off que acompaña a las escenas. La Casa de la Portera casi impone la ficción de que el espectador está en el mismo lugar en el que se desarrolla la historia. En este caso, la casa de Liubov Andréievna Ranévskaya. El escenario no termina en la puerta del salón en el que uno está sentado, se prolonga por el pasillo, el otro salón, la puerta de entrada... Por tanto, pueden llegar ecos de todo lo que ocurre por ahí, o los personajes pueden atravesar el pasillo. Tejón ha explotado esto muy bien. Especialmente -pero no sólo- durante el tercer acto: la música y las risotadas de la fiesta suenan fuera, produciendo una fuerte sensación de ambiente real.


Bárbara Santa-Cruz
Los intérpretes bien; bien individualmente y bien en conjunto. Algunos, como si no hubieran abandonado el planeta Ivan-off desde que los vimos hace meses (ya les he dicho que el estilo de dirección está muy cercano). Es una sensación curiosa: parece que, mientras el tiempo pasaba, estos señores seguían viviendo en la Rusia prerrevolucionaria, pero en plena calle Abades. Me ha gustado mucho, pero mucho, Bárbara Santa-Cruz (Valeria / Varia), un mar en calma que todo lo lleva por dentro. Pero también Alicia González (Dunia / Duniasha), deliciosamente escandalosa, y Sabrina Praga (Ania). Consuelo Trujillo consigue sobrevolar la realidad sin parecer boba o hacerse odiosa, como pasa a veces con estas antiheroínas de Chejov (yo lo llamo el síndrome Melania). A Nacho Fresneda no lo había visto nunca en teatro, y el tipo es impresionante: qué aplomo. Sólo eché de menos algún matiz en Firs / Fer y en Piotr / Pedro, que van un poco a piñón fijo.

Nota final: fíjense en el fantástico repertorio de voces. 
P.J.L. Domínguez
           

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