martes, 12 de marzo de 2019

BAILAR EN LA OSCURIDAD

Sala: Teatro Fernán-Gomez Autores: Patrick Ellsworth y Lars von Trier (versión de Fran Calvo y Fernando Soto; música de Tomás Virgós) Director: Fernando Soto Intérpretes: Marta Aledo, José Luis Torrijo, Fran Calvo, Luz Valdenebro, Inma Nieto y Álvaro de Juana Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Espantoso
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME

¿Vieron la peli? Yo no. Y, tras la experiencia escénica, me invade la alegría por el infierno evitado. Me ha pasado lo mismo con La la land: tras dedicarle, este fin de semana, un rato en la placidez del hogar, bendigo mi resistencia a la gigantesca presión mediática que me impulsaba al cine en su día. Resistir es vencer. Me lo agradecerá el espíritu de Gene Kelly.

Esto es una sarta de desventuras sin cuento. Me recordó mucho a una amiga que dice que nunca ha superado la visión, en su primera infancia, de una película que se titulaba Pobre huerfanita, endilgada por las caritativas monjas encargadas de su educación. Me pasé la función recordando eso y Los miserables. También Los miserables es una sarta de desventuras, ¿no? ¿Por qué lo de Hugo es una obra maestra y esto un truño, un amontonamiento de infortunios en los que sólo falta que la protagonista contraiga la sarna o se mutile un brazo con la tronzadora? Porque Los miserables (y podríamos multiplicar los ejemplos) es condenadamente divertido, en el sentido más alto de la palabra, y esto no hace más que reptar dificultosamente en el limo de la pobreza, la injusticia, la enfermedad y la muerte. Cualquiera puede narrar apilando desastres. El mérito consiste en que tanta desolación no obligue al receptor a salir corriendo a ver una de Lina Morgan.

No entiendo que nadie se embarque en orquestar una versión escénica de tal engendro. Como la película es fruto de aquello que se llamó Dogma (que alguna maravilla produjo) no sé si los recursos que el cine tiene y el teatro no (yo qué sé: una cámara volando sobre las coreografías, por ejemplo) se aplicaron o su sola mención es una blasfemia, pero -desde luego- en el teatro esto no se tiene en pie. Entiende uno, hasta con sus limitadas capacidades, que los interludios coreografiados están para esponjar la (asfixiante) narración, pero... vaya interludios. Música, cero. Coreografía, cero. Tanto la una como la otra, de una banalidad aplastante. Y no voy a hacer sangre con las capacidades de los intérpretes enfrentados a cantar y a bailar. Lo único que se salva es una breve intervención final (cantada, quiero decir) del más joven de los actores: Álvaro de Juana.

La última escena, cuando a la protagonista le ponen la soga al cuello, da risa. Claro. Llegados a ese punto, y con la capacidad de horror saturada a la media hora de espectáculo, a nuestras neuronas no les queda ninguna otra reacción disponible. Le he visto cosas estupendas a Fernando Soto. Y fíjense que este desastre tiene un lejano aire de familia con Trainspotting. Pero más vale olvidarlo.

He decidido que conservo, en algún lugar un poso de humildad: alguna tarde que me sienta en forma daré una oportunidad a la película. Con alguien que me vigile de cerca, por si me da por tirarme por el balcón.
P.J.L. Domínguez

          

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.