Sala: Teatro de la Abadía Autor: José Sanchis Sinisterra (sobre Tres hermanas de Anton Chejov) Director: Carles Alfaro Intérpretes: Mariana Cordero, Mamen García y Julieta Serrano Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Sanchis Sinisterra deshace las costuras de Tres hermanas como quien desmonta un gabán y las vuelve a coser alterando el patrón, pero conservando el tejido. Operaciones practicadas sobre textos archiconocidos que satisfacen profundamente nuestra obsesión posmoderna por moler y remoler el mismo trigo. El género es el de aquella Estado de ira en la que Ciro Zorzoli convertía en comedia hilarante Hedda Gabler. Estas Hermanas eran drama y en drama se quedan. Sanchis, uno de nuestros mejores dramaturgos, lo ha bordado con habilidad estupefaciente: tres personajes y ochenta minutos dan para reconstruir de forma comprensible el gran fresco original, visto desde otro lugar.
Alfaro lo ha rebozado en Beckett -Chejov es abuelo de Beckett- y todo lo ha hecho bien: dirección de actrices, escenografía, vestuario (Ikerne Giménez), música... Las intérpretes, enfrentadas a un ejercicio técnicamente muy complejo, van acumulando magnetismo a lo largo de una función que termina por absorber enteramente al espectador. Va a ser uno de los bombazos de la temporada.
Y lo que no cabía allí:
I
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Sanchis Sinisterra deshace las costuras de Tres hermanas como quien desmonta un gabán y las vuelve a coser alterando el patrón, pero conservando el tejido. Operaciones practicadas sobre textos archiconocidos que satisfacen profundamente nuestra obsesión posmoderna por moler y remoler el mismo trigo. El género es el de aquella Estado de ira en la que Ciro Zorzoli convertía en comedia hilarante Hedda Gabler. Estas Hermanas eran drama y en drama se quedan. Sanchis, uno de nuestros mejores dramaturgos, lo ha bordado con habilidad estupefaciente: tres personajes y ochenta minutos dan para reconstruir de forma comprensible el gran fresco original, visto desde otro lugar.
Alfaro lo ha rebozado en Beckett -Chejov es abuelo de Beckett- y todo lo ha hecho bien: dirección de actrices, escenografía, vestuario (Ikerne Giménez), música... Las intérpretes, enfrentadas a un ejercicio técnicamente muy complejo, van acumulando magnetismo a lo largo de una función que termina por absorber enteramente al espectador. Va a ser uno de los bombazos de la temporada.
Y lo que no cabía allí:
I
El día en que las cámaras de representación popular, en un ataque de cordura, me nombren dictador por una temporada para poner un poco de orden, promulgaré de inmediato un decreto ley con dos modificaciones del Código Penal. La primera despenalizará el homicidio de los que empiezan a toser exactamente cuando arranca el monólogo clave de la función. La segunda prohibirá en los programas de mano, bajo pena de destierro, los textos de los directores de escena sobre sus propias creaciones. También los de compositores y arquitectos. No me malinterpreten. Con relativa frecuencia, he tenido que estudiar la obra de éste o aquel creador. En esas circunstancias, se agradece el testimonio del artista en primera persona. Pero la actitud del espectador es otra. Al espectador le interesa la obra, y no las elucubraciones propias de su autor, casi siempre desprovistas, como es lógico, de cualquier objetividad. Además, hay que recordar que el de dirigir y el de escribir son talentos distintos, y que uno puede dirigir como los ángeles y escribir como una marsopa drogada, algo patente en docenas de programas de mano que guardo por ahí. Y algo que saben perfectamente los artistas plásticos, que casi nunca cometen el error de escribir en los catálogos de sus exposiciones.
Supongo que están esperando ahora que diga que Alfaro ha dicho un montón de tonterías sobre Éramos tres hermanas. Pues no. Ese primer párrafo está ahí sólo para otorgar todo su valor al hecho excepcional de que todo lo que ha dicho está perfectamente ajustado a lo que uno ve en la Abadía. Tanto sobre el aspecto beckettiano como sobre el enfoque escenográfico de la función.
II
También lo que Sanchis dice en el programa de mano va a misa, como no podía ser de otro modo. Primero, respecto la licitud de someter a Chejov a una operación de este tipo. Segundo, sobre los rasgos fundamentales de su teatro: historias centradas en la descripción de una sociedad enferma que, en lo formal, anticipan los diálogos pinterianos. Sí, todo más o menos dicho con anterioridad, pero dicho aquí con admirable concisión (no como yo). Tengo siempre la sensación -les pasará lo mismo- de que Chejov escribió una y otra vez la misma obra (como Bach, como Balzac, como Borges), siempre caracterizada por esos rasgos. Por una parte, la apasionante descripción de personajes neuróticos y en contradicción con el mundo, que forman una sociedad que muy pronto sería barrida de la faz de la tierra. Como siempre, primero el arte entendió las cosas y la razón las explicó después. Tres hermanas se escribió en 1901 (por cierto, en Crimea, apúntense eso); El malestar en la cultura en 1929. Pero por fascinantes que resulten estos retratos que nos transportan a otro planeta, la segunda característica destacada por Sanchís, la de los diálogos pinterianos, resultaría más relevante para la historia del teatro conterporáneo, en el que Chejov inaugura una línea. Como he dicho en algún otro lugar, la que convierte en tema el modo en el que nos comunicamos los seres humanos. A base de, en palabras de Sanchis: los frecuentes "diálogos de sordos", las interrupciones mutuas, los monólogos que caen en el vacío, el "tiempo flotante" que a menudo lastra la acción dramática, los efectos corales, las reiteraciones, los silencios. Todo eso lleva de cabeza a Pinter y a Beckett.
III
Sólo se me ocurre el adjetivo estupefaciente, el que he usado en la crítica impresa, para describir la habilidad de Sanchis. Tres hermanas es una obra de grandes dimensiones en todos los sentidos: duración, personajes... terreno abonado para las reconstrucciones de época. Recuerden la versión de Donnellan de 2012 en el Valle-Inclán. El espectador debe absorber y procesar la información repartida en los parlamentos de catorce personajes, incluidas abundantes menciones a otros que no aparecen en escena. Los cuatro actos abarcan varios años.
Reducir esto a las dimensiones de Éramos tres hermanas era un reto formidable, sólo asumible desde la enorme experiencia de Sanchis. La representación directa de la realidad es sustituida aqui por el relato de Olga, Masha e Irina. Por supuesto, semejante operación no podía dejar intacto el efecto original. Las hermanas parecen contar a veces sucesos que ya han ocurrido, en otros momentos parecen anticiparlos. Cambian los tiempos verbales. Al final, no está nada claro si todo esto tiene fundamente real o son sólo las ensoñaciones de tres pobres mujeres de provincias, que vuelven una y otra vez sobre sus obsesiones, desarrollándolas. De ahí el acercamiento a Beckett. Y hasta un cierto parentesco con los montajes de Rodolfo Cortizo en la Puerta Estrecha, impregnados de Beckett hasta cuando no son Beckett.
Versión de Donnellan: escenografía, vestuario, utilería... Reconstrucción de época |
IV
Esta sensación está subrayada por todos los artificios escénicos. La escenografía (de Alfaro y Vanessa Actif) es un cubo brillante, aislado del público por una sutil malla que aleja a las intérpretes, situadas en un mundo autónomo, un planeta que tiene poco que ver con éste. También la iluminación acentúa este ambiente ultraterreno. Dice Alfaro que su intención inicial era la de poner espejos en ambos laterales, y tras ver la función se entiende. El efecto no haría sino intensificar la sensación de que estas tres van a su bola, en sus mundos de Yupi. El vestuario de Ikerne Giménez y la caracterización de Esther Barcenilla y Neyra Lobato inciden también en la idea de las tres hermanas arrumbadas en una triste ciudad, convertidas en tres muñecas ajadas y olvidadas en su caja.
V
Y, claro está, no podemos obviar la llamativa distancia entre las edades de los personajes y las de las actrices, que produce ese efecto de vieja loca asociado a las ancianas aniñadas. Véase la madre de Bernarda Alba. Qué inmenso acierto. El patetismo de oír decir a Mamen García que tiene veinte años es difícimente superable.
Las tres se han enfrentado a un trabajo ímprobo. En su narración, les tocan los parlamentos de cualquiera de los personajes originales, un poco como hará dentro de unos meses en ese mismo escenario Nuria Espert en La violación de Lucrecia. No sólo. Están instaladas durante toda la función en ese terreno vago entre la realidad, la ilusión y el sueño, les ha tenido que costar un triunfo encontrar el tono justo. Están soberbias. Les digo a menudo que el colmo de la verosimilitud en la construcción del personaje es que termine recordándole a uno a alguien que conoce. Yo conozco a estas tres mujeres perdidas en su ilusión de volver a Moscú. Me quedo con el parlamento de "dentro de doscientos o trescientos años la vida será maravillosa" de Verschinin, que le toca a Julieta Serrano.
Podría prolongar esta entrada, pero voy a mencionar sólo un detalle más. Entre acto y acto (entre miniacto y miniacto), Mamen García canta. Canta de perlas, sin una gran voz, pero con un gusto exquisito. Se tu non fossi qui, Que reste-t-il de nos amours? y una melodía de jazz que no reconocí con una letra chusca: I want to go to Moscow / with my sisters and my brother Andrej / but not with my sister in law. Ésta última la cantan las tres juntas. Un hallazgo. Estos signos de puntuación en forma de canción convierten un montaje muy bueno en algo sobresaliente.
P.J.L. Domínguez
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