lunes, 9 de noviembre de 2015

SIEMPRE ME RESISTÍ A QUE TERMINARA EL VERANO

Sala: Teatro Marquina Autor y director: Lautaro Perotti Intérpretes: Pablo Rivero, Andres Gertrúdix, Estefanía de los Santos, Unax Ugalde y Santi Marín Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Gertrúdix, Marín, de los Santos, Rivero y Ugalde. La foto es de Antonio Castro, a quien la posteridad va a deber una ingente documentación sobre el teatro en Madrid.
Siempre me resistí a que terminara el verano es un fracaso. Pero diría que un hermoso fracaso. Hermoso como su título, que me suena un poco Tennessee Williams, autor que Perotti visitó no hace mucho.

Parte de un texto del propio Perotti que es, casi hasta el final, una maravilla. Tres amigos que vuelven al lugar de origen, subgénero de montones de historias. Seguro que ya les ha venido alguna a la cabeza. De mi memoria emergió en seguida La partida, una pieza de Paco Rodríguez -también con tres amigos- que se hizo en 2012 en Azarte, más centrada en la trama narrativa, que ésta de Perotti, que es sobre todo drama sicológico. Pero es sólo un ejemplo; hay multitud de detalles de la narración (la camaradería asociada a compartir una prostituta, la mitificación del recuerdo de la noche en que jugaron desnudos al fútbol bajo la lluvia, el bar como segundo hogar con una segunda familia...) claramente ubicados en una larga tradición de lugares comunes. Ojo, "lugar común" no tiene aquí la menor connotación peyorativa, quizá deberíamos decir "topos" literario. Como bien saben, la mejor literatura viene agarrándose, desde Gilgamesh por lo menos, a los mismos asideros narrativos. La escritura de Perotti tiene, entre otras, esta habilidad de colocarse en un sitio que no deja de ser nuevo porque nos recuerde a otros en los que hemos estado.

Tiene más: verosimilitud, diálogo fluido, interés narrativo, construcción de caracteres... y un lirismo que se desprende con naturalidad tanto de la una (la narración) como de los otros (el carácter de cada personaje). Les decía más arriba que es una maravilla casi hasta el final, y ese casi estaba ahí exclusivamente por el útimo monólogo de Isabel. Se repite ahí la operación de querer elevar un suceso banal (el ruido de las hojas secas) a categoría de recuerdo vertebrador. Estas operaciones a veces salen (sale perfectamente con el fútbol bajo la lluvia) y a veces no salen, y el texto se queda, en esos minutillos finales, muy por debajo de todo lo anterior, muy por debajo de la intensidad interpretativa de la actriz y muy por debajo de su función de remate de la pieza. Aparte de eso, Siempre me resistí es redonda y conmovedora y dibuja, de los cinco personajes, al menos tres maravillosos: la prostituta en decadencia (otro lugar común de larguísima tradición); el joven empleado de la funeraria, entre el macarrismo y una desarmante ingenuidad, y el padre de familia que mantiene a sus hijas dedicándose a una actividad que lo avergüenza. Este último es el único que no ha interrumpido la relación con la prostituta durante los últimos veinte años, y esa amistad -de la que ni siquiera se habla pero que resalta bien visible- es quizá el aspecto más interesante de la obra. Ya he perdido el control detallado de quién me lee (un experto en marketing me diría que como no defina bien mi target, voy listo), pero me consta que algunos de ustedes son habitantes del planeta artes visuales, así que voy a decirles algo: aquí hay un peliculón.

Además del texto, la función tenía muchas bazas a favor. La música de Etxeandia no, desde luego, a pesar del partido publicitario que se le ha sacado. No sé si las breves rágafas de ambientación sonora que acompañan a alguna escena serán suyas o de los otros dos firmantes (Tao Gutiérrez y Enrico Barbaro), pero nada tienen de memorable. Es cierto que al final se oye una canción, pero llega a telón cerrado y con el público abandonando el teatro. Bazas: Perotti como director (estupendo en Algo de ruido hace y brillante en Breve ejercicio para sobrevivir), Boromello como escenógrafa, Ana López Cobo como figurinista... Y, sin embargo, la función no termina de salir adelante. Ni la escenografía ni el vestuario ayudan gran cosa, pero ¿cuál es el problema de fondo?

No sabría decirlo con seguridad, aunque algunos errores son evidentes. Por ejemplo, Rivero no da el personaje. No es su responsabilidad, siempre lo he visto bien (piensen en Pandur: La caída de los dioses, Fausto). Es, por el contrario, un error de casting. No hay quien se trague ni por un minuto que es un señor conservador de cuarenta años. Resulta que tiene treinta y cinco, pero no los da, parece un niño. Lo han vestido de señor del PP con flequillito rubio y chaleco de estos impermeables de plumas que todo lo inundan desde la temporada pasada, y ocurre lo peor que puede pasar con el vestuario en escena: parece que lleva un disfraz. Tampoco está Gertrúdix, me parece a mí, suficientemente centrado en el personaje. Es un tipo atormentado, escritor fracasado que ha vuelto a su pueblo a enterrar a una madre con la que hacía veinte años que no se hablaba. Falta espesor en la interpretación, tendría que provocarnos la empatía suficiente para entender sus rarezas, tendría hasta que darnos pena. En vez de atormentado, se queda demasiado tiempo en rarito o en insufrible. ¿Saben? Ahora que llevo un ratillo escribiendo este párrafo me parece que sí, que éste es el lastre fundamental de una función que es todo sicología, todo dirección de actores, una función que debe sostenerse íntegramente sobre la verosimilitud de lo que cada uno lleva por dentro. Repetiré, en descargo no tanto de Rivero -que ya digo que no tiene mayor responsabilidad- sino de Gertrúdix, que sus personajes son menos interesantes que los otros tres.

Estefanía de los Santos está fotográfica. Vamos, que parece una foto del tipo de mujer que representa. Todavía no puedo decir si es una actriz excelente o esto es un as herself, porque la he visto tres veces (Las plantas, Marca España) y las tres prácticamente en el mismo papel: intensa, explícita, expuesta. Desde luego, aquí le va de miedo a la función. Espero verla alguna vez en algo más reposado. Estuvo nominada a un Goya por Grupo 7, pero prácticamente no veo cine.

No se me ocurre manera mejor de sacar adelante el papel de Unax Ugalde -un hombre bueno y apocado que ha encontrado refugio en la amistad de una prostituta y en el puti-club en desuso- que como él lo ha hecho: sin el menor aspaviento, con un único arranque expresivo de intensidad que, en el colmo de la contención, nos hurta su rostro. Ugalde es lo mejor de la función. No sé si había hecho teatro, no veo nada en su curriculum. Visto aquí, creo que podría hacer cualquier cosa. Ha sido un acierto de Perotti arrastrarlo al Marquina. 

Santi Marín, adorable. Es siempre difícil predecir qué será lo que la memoria decidirá archivar, pero yo diría que es su personaje lo que el público recordará mayoritariamente de Siempre me resistí.

Eso será, quizá, lo que el público recuerde, porque se ha desperdiciado una oportunidad de oro de construir una escena tan memorable para los espectadores como para los personajes. Hace veinte años la policía irrumpió en el Caimán, y los tres amigos huyeron desnudos por la puerta de atrás. Terminaron jugando al fútbol bajo la lluvia, así, como vinieron al mundo. Es un recuerdo central en la función y tiene fuerza poética. Hay hasta una foto, que Isabel sacó mientras los tres corrian alejándose y que la madre de Raúl reveló. La escena se recrea al final. Los tres empiezan a desnudarse y... paran y se quedan en calzoncillos y camiseta. Error. Llevamos más de una hora oyendo contar que no fue así. Entiendo que son mediáticos y que un desnudo es siempre una cosa complicada, pero están a medio iluminar, cabía bajar aún más la luz y alejarlos. No sé cómo se habrá llegado a esta decisión, pero lo suyo era desnudarlos y reproducir ese recuerdo que, durante años, ha condensado para los tres la esencia de su relación y de la perdida juventud.

A pesar de todas estas pegas, ya les decía al comienzo que es un fracaso hermoso. Merece la pena verlo, por su fuerza evocadora -evoca la juventud de estos tres, pero también la nuestra- y por algunas de las interpretaciones. Merecería la pena darle una vuelta más, no haría falta mucho para que dejara de ser un fracaso.
P.J.L. Domínguez
          

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