domingo, 15 de noviembre de 2015

NORA 1959

Sala: Teatro Valle-Inclán Autora y directora: Lucía Miranda (versión libre de Casa de muñecas de Henrik Ibsen) Intérpretes: Nacho Bilbao, Ángel Perabá, Rennier Piñero, Efraín Rodríguez, Belén de Santiago y Laura Santos Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)




Quienes me leen habitualmente entenderán el ataque que va a darme en 3, 2, 1... ¡¡¡Micrófonos!!! ¡¡¡Aquí también hay micrófonos!!! Si repasan las últimas entradas de mi blog verán que hay una epidemia. Inexplicable. En resumen: los micrófonos se han puesto de moda, y empieza a ser difícil ver una función en la que no haya alguien que nos hable micro mediante. Que vengan a algo o se limiten a estorbar, ya es otro cuento.

En ésta no sólo hay micrófonos. Hay canciones (muchas), bailes (muchos), un adulto haciendo de niño (horrible casi siempre, por ejemplo esta vez), participación de dos espectadoras (una hace de portera y la otra custodia una mirilla que los actores le reclaman cada vez que van a llamar a la puerta), onomatopeyas del ruido de fondo en la radio cuando se mueve el dial (tres actores frente a un... micrófono, claro), teatro dentro del teatro (serial radiofónico, para ser exactos, pero con actores a la vista)... en fin, una larguísima serie de elementos añadidos a la trama de Casa de muñecas entre los que sólo falta el neperiano (si quiere saber lo que es el neperiano, siga este enlace).


Estas cosas salen a veces, otras se estrellan. Ésta se estrella con estrépito. No es sólo que la acumulación de... cosas -no encuentro término común más preciso- sea de heterogeneidad dramatúrgicamente injustificada, sino que en los ratitos en que el asunto se calma y los intérpretes dicen su texto, no hay por dónde coger el resultado. No me atrevo a asegurar que ninguno sea especialmente mal actor (o actriz, que también llevan lo suyo), porque está todo tan mal hilado, que cualquiera sabe. El único que parece demostrar una cierta capacidad interpretativa es Efraín Rodríguez (el de la foto), que está gracioso y sabe colar alguna segunda intención -los demás, planos como encefalograma de difunto- en registro de melodrama. Insisto: es posible que sean capaces de hacerlo mejor, pero aquí no hay quien lo vea. El concurso de la escena menos justificada estaría reñido, pero creo que me quedo con la conversación final entre los esposos, el nudo de toda la cuestión, el clímax dramático... en el que no se miran. Hablan al tendido con sendos... micrófonos, claro, ¿qué esperaban? Como si no tuvieran ya durante el resto de la función serios problemas para hacernos creer lo que dicen, encima van y les impiden mirarse a la cara.

Dicho todo esto, Nora 1959 no comete el peor pecado posible en un teatro. Tanta cosa, tanto lío, tanto "a dónde se supone que queremos llegar" impide que uno se aburra. Maldice un poco, pero no se aburre. Termina, además, con un rasgo de sinceridad. Como si se reconociera la incapacidad para terminar aquello mejor que con el original portazo ibseniano (al que se renuncia), se cede el final a lo mejor que pasa en los noventa minutos largos: la grabacion de voces de ancianas que hablan de la perra vida que les dieron y de su liberación en edad provecta. Un soplo de naturalidad que, después de tanta impostación, es como un vendaval liberador.
P.J.L. Domínguez
          

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.