Sala: Teatro Infanta Isabel Autores: Christian Simeon (libro) y Patrick Laviosa (musica), versión de Jorge Roelas, Marc Álvarez y Alicia Serrat Director: Víctor Conde Intérpretes: Cayetano Fernández, Ferrán González, Armando Pita y Leandro Rivera Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
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Foto con todo lo mejor de la pieza: el mejor intérprete (Ferrán González), la mejor escena y la mejor canción. (Foto Javier Naval) |
Es una idea excelente. Su desarrollo incluye un buen texto, una música mala de solemnidad y una puesta en escena francamente mejorable. Hala, ya tienen resumen. Vamos por partes. Prometo ser breve, pero no se me acostumbren.
Idea y texto. Nueva versión del siempre efectivo arquetipo del rake's progress, ya saben, auge y caída. Este Luciano de Rubempré se llama Dicky. La gracia de la idea es el lugar al que el muchacho, perfectamente perdido en la vida, llega, un antro, mezcla de bar y estudio de tatuador, donde se encuentra a tres personajes no se sabe si de alegoría, de noche de farra o de pesadilla: el camarero-tatuador, el Destino y un personaje -Miss Lullaby- que tampoco acierto a saber si es un travestido o una mujer representada por un hombre. El texto avanza sin desmerecer de este arranque brillante: las aventuras y desventuras del héroe se cuentan a buen ritmo, con golpes de ingenio y aprovechando con habilidad los estereotipos narrativos que el espectador lleva instalados en sus dispositivos decodificadores. Cada uno de los puntos de la historia parece ser el de contacto con una tangente, de Querelle a El crepúsculo de los dioses pasando por todos los planetas de ese sistema solar. Todo muy gay, desde luego, por si no se habían dado cuenta todavía. Capas y capas superpuestas de cultura popular y elevada bien escondidas bajo una superficie de puro entretenimiento. En suma: una cosa bien tramada. Este Christian Simeon, también escultor (!), no debe de ser ningún idiota.
Música. Mala, y poco más puedo añadir. Se salva un número: el cuplé-habanera que Dicki y Miss Lullaby cantan sentados en el proscenio. No por nada es el primer enlace que salta en YouTube (y lo que me decidió a ir a verla). La intención del compositor es muy clara, y paralela a la del escritor: jugar con los estereotipos. Cada uno de los números calca clichés conocidos, lástima que lo haga sin la menor gracia. Una cosa es explotar la parodia y la ironía, y otra bien distinta redundar. La idea y su desarrollo narrativo son tan buenos, que justificarían una reescritura musical completa. Dejémoslo para cuando alguien decida hacer la película.
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En el Infanta Isabel no está tan holgada, pero la foto les sirve para hacerse a la idea de una escenografía atractiva y bien resuelta. |
Puesta en escena. Escenográficamente resultona (Bianco) y bien iluminada (Llorens), justita de vestuario. La dirección de actores (y/o la selección de los mismos, esto es siempre complicado de discernir), mal dibujada. El patinazo más evidente es el del personaje del Destino, que en los teatros del Canal interpretó Ignasi Vidal (bien entrenado en caracteres tortuosos, véase el Javert de Los miserables) y que en el Infanta Isabel ha recaído en Leo Rivera. No está enfocado como merece. Les ha salido un individuo entre chuloputas (con perdón) y vendedor de coches usados rozando el gañán, algo que contribuye poco al vuelo de la pieza. Cabía tanto un tipo sutilmente torcido, con aroma de azufre y seductor en todos los sentidos, como un bufón pasado de rosca tirando a maestro de ceremonias de Cabaret. No sé si Rivera hubiera podido dar alguno de estos caracteres (tiene el físico para el primero, y el perfilado de la barba podría hacer pensar que era lo buscado), lo he visto siempre de simpaticote. Armando Pita me pareció capaz de bastante más de lo que se le ha pedido, y me temo que Dicky le viene un poco ancho al protagonista (que, sin embargo, canta que da gusto).
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¿No perciben en la foto algo de toda esa poesía oscura que la idea encerraba? |
El mejor -y no sólo el mejor intérprete, sino lo mejor de la función- es Ferrán González. Debo de tenerlo un poco gafado, porque no vi Pegados (debo de ser el único) ni Mierda de artista (que escribió y protagonizó). Intentaré estar más atento a este hombre, que está aquí de miedo tanto de Miss Lullaby como de Catherine Glove. Si alguien duda de lo dificilísimo que es hacer de mujer sin caer en lo zafio, que espere a cuando le toma el relevo Rivera, un momento que debería ser hilarante, como en el original francés, y que se revienta a base de disfrazar al actor como en las cenas de nochevieja y esconderlo en el pasillo lateral de la platea. Hay un mundo entre el travestismo de señor que no quiere parecer señora, sino hacernos reír con la finura de La jaula de las locas, y el remedo grotesco. Pero volvamos a Ferrán González. Salta en la función de la chica-en-un-bar con incisos almodovarianos, a la sugerencia de la mirada velada (adivina uno noches, alcohol, drogas, desengaños a paletadas) o al registro bufo de la pata de palo como quien cambia de camisa. No relaja el esfuerzo interpretativo ni para sacudir las imaginarias maracas en el trío que acompaña el "Yo, yo, yo, yo" (ay, qué buen texto y qué mala música) de la Glove. Canta de maravilla. Vamos, que todo lo hace bien. Que haga más cosas.
P.J.L. Domínguez
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