martes, 10 de noviembre de 2015

LOS DESVARÍOS DEL VERANEO

Sala: Teatro Fígaro Autor: Carlo Goldoni Director: José Gómez Intérpretes: Ana Mayo, Borja Luna, Macarena Sanz, Antonio Lafuente, Vicente León, Kevin de la Rosa, Andrés Requejo, Juanma Navas y Helena Lanza Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)

Lafuente (ahora lleva barba), de la Rosa (que no estuvo en mi función), alguien que no reconozco en la foto (y que en mi función era Ana Mayo), Luna (ahora no lleva barba), Requejo, Sanz, León y Navas.


Le smanie della villeggiatura es un delicioso texto de Goldoni, tan bien urdido que resiste la dolorosa operación de sacarlo del italiano, su contenedor natural. Pierde finura, pero aguanta.

Con estas cosas me pasa siempre lo mismo, supongo que como a todo el mundo. Entro al teatro un lunes a las ocho y media (cuando ya llevo un rato pensando en el momento de felicidad suprema de irme a dormir); dejo ahí fuera un mundo grotesco (véase el gigantesco lugar que la patada de Rossi o la conversación de Benzema ocupan en la plaza pública de los medios), pavoroso (la irreversibilidad del calentamiento global se anuncia al mundo el lunes 9 de noviembre de 2015) y deprimente (45 mujeres muertas a manos de los hombres que se suponía que las amaban) y me encuentro con una gente ociosa y feliz como nadie fue ocioso y feliz después de 1789 (Talleyrand dixit: "Quiconque n’a pas vécu avant 1789 ne connaît pas la douceur de vivre"), una gente tan alejada de nuestro planeta que, durante unos minutos, sufro la sensación de que me van a interesar poco o poquísimo. Luego, Goldoni despliega tal conocimiento sobre sus semejantes, tal habilidad para retorcer hasta el infinito una ligerísima trama... que me vuelve a atrapar. Una delicia.

Me fastidió perderme La isla de los esclavos de Venezia Teatro. Tenía buena pinta. "Qué será buena pinta", se preguntarán. Se parece bastante a comprar unas naranjas por el mismo motivo. Luego, pueden salir estupendas o incomestibles, pero la pinta previa siempre está ahí, no hay quien se la salte. Encuentro opiniones favorables, pero tiendo a no fiarme ni de mi sombra. En cualquier caso, me dije que ésta no me la perdía. A veces, el esfuerzo (¡un lunes a las ocho y media!) se ve premiado por la recompensa. El montaje merece la pena.

Tiene estilo. Tiene también algo en escena que les voy a dejar que adivinen. ¿Ya? Al menos la mitad de mis lectores crónicos -perdón- habrá acertado. ¡Hay micrófonos! ¡Es un capítulo de Expediente X! ¿Algún fabricante surcoreano ha colocado todos sus excedentes en los teatros de Madrid? ¿Qué está pasando? ¿Lo saben la Unión Europea, el Consejo Regulador de Denominaciones de Origen, la Asociación de la Prensa? Les confieso mi estupor. Ya me parecía suficientemente extraño lo de los jóvenes con moño como para que ahora llegue esto. En fin, sigamos. Aquí hay un micrófono en cada extremo del proscenio, pero su uso -afortunadamente- es fácil de comprender: los apartes se dicen desde ahí, con cañón sobre el intérprete. Vale. No molesta. Otro tributo a la moda: los intérpretes se sientan alrededor del escenario, a la vista, cuando no les toca. ¿Les va sonando? Sí, las dos cosas suenan a Stockman. Stockman, a su vez, sonaba a otra cosas. Pero esto son detalles de entomólogo, no tienen mayor importancia. Ni los micrófonos ni los actores a la vista ni sus ocasionales y breves intervenciones (en algún momento apoyan al que está actuando) distraen de lo fundamental. Lo fundamental es decir bien un texto que sin estilo en la interpretación no es nada. Tengan en cuenta que todo son naderías: que si me pone celoso que vayas en la carroza con ese tipo, que si no te fías de mí y eso ofende, que si quiero un vestido nuevo, que si vigile usted de cerca a su hija porque todas las mujeres son iguales... Estas naderías vienen dando de comer a miles de personas desde hace siglos, las tenemos tan archiconocidas que no encierran en sí mismas ningún atractivo: toda su capacidad de diversión se sustenta en el estilo con que se dicen. Cambie el estilo y le sale Goldoni o Arniches, Marivaux o los Quintero, todo depende de cómo haga que los actores se muevan y digan las cosas. Y Gómez ha dejado la cosa bastante cercana a lo que sería una interpretación canónica, sin pasarse de arqueológico. No olviden que los personajes de la Comedia del Arte están apenas un centímetro debajo de la piel de estos nobles del XVIII y de sus criados, y que eso impone una cierta dosis de estereotipo en la que reside toda la gracia del asunto.

Para hacer esto son necesarios intérpretes inteligentes, que sepan de qué les están hablando cuando les cuentan esta copla. Y la verdad es que me sorprendieron. No me hubiera pasado si llego a hacer los deberes antes y me estudio bien quién era cada cual, pero llevo la vida que llevo. Mírenselos si quieren en este enlace. Para empezar, hay dos veteranos que están sembrados: Vicente León y Juanma Navas, anciano estricto y cascarrabias, y padre marioneta de su hija. Las dan todas en su sitio. Andrés Requejo y Helena Lanza son criado (incluido breve doblete, porque la versión se carga un par de ellos, prescindibles) y criada; también bien los dos. El tercero en discordia -amigo molesto de la jovencita- es un papel breve, pero Borja Luna lo coloca bien, con las dosis precisas de tontorrón y simpático. El sustituto de Kev de la Rosa, que creo que hacía la función por primera vez, era el único que no terminaba de encajar. No creo que sea el amaneramiento con que encaraba el papel, porque el papel lo pide a gritos. Quizá una dicción masticada y lenta.

El trío en (ligera) discordia: el chico, la chica, la hermana del chico. Antonio Lafuente, estupendo. Difíciles siempre estos papeles de galán toreado a conciencia por una jovencita más lista que él. Sale bien librado, es -con los dos mayores- el más cercano a la interpretación tradicional del género.

Me he dejado para el final a las dos chicas. Siempre más interesantes: en el género, las mujeres son manipuladoras y torcidillas; los hombres tontuelos o huraños, sin doblez. Así que son los dos papeles más divertidos. La escena entre ambas, llena de pequeñas envidias, mentirijillas y roces cubiertos por el barniz del trato social (y curiosamente podada en la versión audiovisual que les he enlazado más arriba) es una de las cumbres de la pieza que uno espera desde el principio. Muy bien ambas. Ana Mayo ya me gustó en Stocmann. Y me llevé la gran sorpresa de la noche (¡no había leído su nombre antes de verla en escena!) al reencontrarme a Macarena Sanz. Si su curriculum está al día, he visto todo lo que ha hecho en teatro: Munchhausen, El inspector y Maribel y la extraña familia. Todo lo hace bien: abre la boca y se queda con el escenario, se mueve y sólo se puede mirar en su dirección. Vaya pedazo de carisma. Esta chica tiene un futuro estrepitoso por delante.

José Gómez ha dirigido con discreción y sin tonterías (ya les decía que los micrófonos no molestan), añadiendo aquí y allá algún detallito: las intervenciones en off de los actores que no tienen parte; la mano de León que rubrica lo que dice mientras Lafuente sigue hipnotizado su recorrido arriba y abajo; Luna que se queda en absoluto primer plano de "he hecho el canelo" mientras el final feliz se relega al fondo; el mismo Luna en el efecto de mimo de la maleta flotante; el idílico epílogo mudo de los criados... No está mal, todo ayuda, da a la función un aire simpático. Pasé un rato estupendo. 
P.J.L. Domínguez
          

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