jueves, 26 de abril de 2018

EN LA FUNDACIÓN

Sala: Centro Cultural Conde Duque Autor: Antonio Buero Vallejo (versión de Irma Correa) Director: José Luis Arellano Intérpretes: Óscar Albert, Álvaro Caboalles, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Pascual Laborda, Nono Mateos, Juan Carlos Pertusa, Mateo Rubistein y María Valero Duración: 1.40' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


La pareja de pie: Víctor de la Fuente y María Valero. Foto de David Ruano.

 Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

VIVO Y COLEANDO

Buero está vivito y colea. La afirmación parece obvia, pero viene al caso después de que más de uno haya podido salir dudoso de El concierto de San Ovidio, también en cartel ahora mismo. Tengo una enorme admiración por Mario Gas (bastarían sus Incendios en la Abadía), pero su versión oscila entre Cifesa y el Estudio 1: arqueología pura, incluso en estilo interpretativo, que ya es difícil. Bien al contrario, esta actualización de La Fundación operada por Irma Correa y La Joven Compañía nos entrega un Buero fresco, vital, lleno de una energía capaz de mantener en absoluto silencio a una platea llena de adolescentes. Ahí es nada. La diferencia entre la veneración de las reliquias y la proyección de un legado hacia el futuro.

    Arellano la ha montado con sus habituales virtudes: el uso de los recursos escenográficos más allá de lo decorativo, el talento para el movimiento (ayudado por Larrabeiti) y la coreografía (véase el interrogatorio de Tomás sentado de espaldas al público) y la dirección de actores. Un pelín revolucionados en los primeros minutos, pero ubicados pronto en el nivel de empuje conveniente. Nono Mateos es, quizá, el más centrado (y coincide en esto con su personaje), pero Víctor de la Fuente da muestra de una versatilidad de registros técnicamente muy lograda que podría ser formidable con alguna guía que evitara el ligero abuso.

Y alguna cosilla que no cabía allí:


Uno.- Ya le solté algo de cera al Concierto de San Ovidio en ese primer párrafo, pero voy a intentar exprimir algo de tiempo para comentarlo un poco más extensamente en entrada propia. La comparación era inevitable. Siempre les digo lo mismo: no sé quién inventó aquello de que las comparaciones son odiosas, porque conocemos sólo por comparación. Sabemos lo que es un buen colchón, porque alguna vez hemos padecido uno insufrible. Etcétera. Caducados todos los sobreentendidos que en San Ovidio criticaban a la dictadura -y sólo los que han vivido esa situación son capaces de entender hasta qué punto es capaz el espectador de decodificar hasta un "buenos días"- lo que queda es un larguíiiiiisimo alegato contra la explotación del débil. Larguíiiiisimo y banalísimo. 

Ya me extenderé, lo digo aquí también porque pone de relieve la mayor virtud de La fundación: que, igualmente caducada la crítica política a la tiranía, quedan intactos otros planos de signifcado. Tanto una crítica política dirigida en origen específicamente a una situación de tiranía explícita pero perfectamente aplicable a la deriva de nuestras democracias, como un análisis sicológico de los planteamientos de cada personaje y -sobre todo- una evidente lectura existencial que no podemos ignorar ninguno de los espectadores condenados a muerte. O sea, todos. Alguien me dijo a la salida, "es del período existencialista". Sí, muy cierto, pero me parece que, llegados a este punto, nos quedamos cortos si atribuimos a la simple etiqueta de "existencialista" esta opción de colocar el drama universal de la muerte de todos y cada uno en el mismo centro del motor de la trama. A "existencialista" le ha ocurrido lo mismo que a "feminista". No tengo trato estrecho con nadie que no lo sea, incluso si no lo sabe. El Buero existencialista de entonces parece que hubiera escrito ayer la función para esta sociedad que tiene el existencialismo absorbido e incorporado de serie.

Dos.- Tener a la vista lo de Arellano y lo de Gas obliga necesariamente a hablar de eso que llamamos "actualizar" a los clásicos. Verán, no es opinable. Por la sencilla razón de que es metafísicamente imposible no actualizarlos. Cuando se hacen puestas en escena que se pretenden -explícitamente o de facto- "fieles" al original hay torrentes de elementos que no lo son. Hay uno alucinantemente insuperable, por lo fácil que parece a priori: el corte de pelo de los hombres y el maquillaje de las mujeres. Eso pasa muchísimo en el cine, donde las reproducciones de época pueden datarse al dedillo por la sombra de ojos. Una tontería ilustrativa. El estilo interpretativo, ejemplo de mayor peso, es dificilísimo de reproducir. Y si tenemos registros audiovisuales podemos juzgar (por eso mencionaba a Cifesa y al Estudio 1 más arriba), pero ¿con todo lo históricamente anterior? Incluso cuando la intención es, ya no de "fidelidad", sino de reproducción prácticamente arqueológica, -y estoy pensando en Las bodas de Fígaro, doble finta de reproducción¿quién puede calibrar el grado de acercamiento al modelo? Los inventores de la ópera creían estar resucitando el drama griego. Los arquitectos que construían calcos de las catedrales góticas, ¿podían imaginar la pátina evidente de "otra cosa" que esas construcciones tendrían decenios, o siglos, más tarde? Vayan a ver la catedral del Buen Pastor en San Sebastián, cuya intención arqueológica es palmaria. ¿Por qué es "otra cosa"? Porque era metafísicamente imposible que no lo fuera.

Así las cosas, todas las puestas en escena tienen uno u otro grado de actualización. Por eso es un poco ridículo el escándalo de los profanos cuando les parecen horrorosas las óperas de Mozart vestidas de otro siglo. Lo horroroso no es la maniobra en sí, sino que esté bien o mal hecha (y muchísimas veces es de una vacuidad insoportable, véase el reciente Burlador). Si vamos a actualizar, porque es imposible no hacerlo, más vale que la operación sea consciente y no nos aturda la ilusión de que estamos siendo "fieles". Ésa es la distancia entre el San Ovidio de Gas y la Fundación de Arellano. Ésa es la distancia entre un cadáver ligeramente maquillado y un atleta en forma. Espero poder con la entrada prometida para tratar en exclusiva El concierto de San Ovidio.

Tres.- Ahora que ya hace un par de semanas que la vi, la escenografía emerge en mi recuerdo. Qué buena. Esto suele ser marca de La Joven Compañía, pero en este caso es especialmente virtuosa. Salva incluso un escollo de verosimilitud: ven en la foto de arriba que, cuando se abren las puertas, el fondo es una superficie reflectante. Esto hace que, en algún momento, veamos reflejado algún intérprete que no debería estar allí. No importa, se digiere sin problema. Mejor espejo con intérprete escondido pero reflejado que intérprete aforado sin espejo.

Nono Mateos, mencionado en la crítica en papel, es el quinto por la izquierda, sin contar al sentado en el suelo.

En esta otra foto ven el aspecto con las puertas del fondo cerradas y los tubos superiores. Quien conozca la trama entenderá la necesidad de que el paisaje tenga dos aspectos distintos y si recuerda el final de los finales entenderá también por qué conviene que haya una posibilidad de dirigir la atención a un punto elevado. El efecto final de los tubos es precioso. La autora de todo esto es Silvia de Marta


Cuatro.- Casi se me olvida. Aparece y desaparece, por aquí y por allá, lo que creo que es un arreglo de Luis Delgado de Ich habe genug, maravillosa cantanta de Bach. En la cantata, este "tengo suficiente" está usado en sentido positivo ("tengo suficiente con haber sujetado al Redentor en mis brazos", debe de ser Simeón cantando una trasposición del Nunc dimitiis), pero la repetición de su comienzo una y otra vez adquiere aquí un sentido de "ya basta". Está muy bien versionada y muy bien puesta. En mi función, el técnico la dejaba un pelín demasiado baja, un asunto siempre complicado: El no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!, como diría Don Mendo. A mí, esta música me provoca un problema que supongo es común entre quienes hemos sido músicos antes que nada. Atrae mi atención de tal manera que tengo que hacer un verdadero esfuerzo incluso para entender lo que están diciendo en el escenario. Afortunadamente, no les ocurre a la mayoría de espectadores.

Por cierto, el programa menciona a Telemann, pero yo juraría que oí también un fragmento de polifonía antigua. ¿Me estoy equivocando de función?

Cinco.- Citaba entre las virtudes de Arellano la del movimiento. Les dejo una foto más, que capta uno de esos momentos en los que la ubicación de los cuerpos es el elemento más expresivo de todos los puestos en juego. 


Seis.- Lo he dejado para el final, pero no puedo dejar de mencionar la espléndida versión. Me he hecho un escaneado del Estudio 1 con cierto detalle (signo de los tiempos, hace bien poco hubiera ojeado el libro), y estoy admirado con la precisión del bisturí de Irma Correa. Ha quitado, o variado, lo estrictamente necesario, sin tocar nada de lo esencial. Vayan, la tienen hasta el cinco de mayo.

P.J.L. Domínguez
          

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