martes, 24 de abril de 2018

EL BURLADOR DE SEVILLA

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Tirso de Molina (versión de Borja Ortiz de Gondra) Director: Josep Maria Mestres  Intérpretes: Elvira Cuadrupani, Raúl Prieto, Ricardo Reguera, Pedro Miguel Martínez, Samuel Viyuela González, Egoitz Sánchez, Mamen Camacho, Pepe Viyuela, Paco Lahoz, Irene Serrano, Juan Calot, Ángel Pardo, José Juan Rodríguez, Lara Grube y José Ramón Iglesias Duración: 1.50' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Ya les digo más abajo que hay tres escenografías con ADN diverso (mesitas, Formica imitación mármol, arcos realistas). Tipos de vestuario los hay como para cuatro cinco funciones distintas.
[Si quiere llegar directo al meollo de la crítica, sáltese los primeros párrafos y empiece donde están las tres estrellitas]

En esto, estoy con Villán. Me gusta más el de Zorrilla que el de Tirso. Tienen muy mala prensa estas afirmaciones: es como preferir la ópera italiana a la alemana o proclamar que te gusta la poesía de Gloria Fuertes. Si uno ventea su especial querencia por las cosas de apariencia sencilla (ojo, he dicho apariencia) frente a las de complejidad evidente, se autoexcluye del club cool, de la secta chic, de la crema de la intelectualidad, por usar de una vez una expresión castiza (mexicanamente castiza, para ser exactos, pero dejémoslo correr). Si le gusta más el Cascanueces que las sinfonías de Bruckner quedará siempre la duda de si ha entendido éstas. ¿No podemos postular, siquiera como hipótesis, que deglutida, digerida y asimilada una forma de elevada complejidad externa pueda alguien preferir la sencillez (repito, externa)? Vi el domingo Chitty Chitty Bang Bang por segunda vez en mi vida, y confirmó la primera impresión: una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Claro que a los seis años, momento del primer contacto, no había pasado yo por Bergman ni por la Coixet ni por... ¿cómo se llamaba aquel tipo con el que desayunabas, comías y cenabas y del que ahora sólo quedan esas líneas de las enciclopedias que lo califican como uno de los grandes cineastas de la historia? Ah sí, Kiéslowski, que en paz descanse. Pues ahora que ya he pasado por todo eso, y que incluso he MILITADO en todo eso, arribo por fin a la paz de los portales de la senectud con la tranquilidad de espíritu necesaria para juzgar las cosas como creo que son y no como los demás me cuentan que son: igual que a los seis años, considero Chitty Chitty Bang Bang una joya que lo mantiene a uno entretenido sin interrupción durante dos horas y media (!), que ya es decir.



¿Volvemos a lo nuestro? A riesgo de ser tomado por mentecato, repito: me gusta más el de Zorrilla. ¿Por qué lo van a tomar por mentecato?, se preguntaran ustedes. Pues porque el de Zorrilla es más fácil de asimilar, de verso más simple (admiro su capacidad de detenerse a un milímetro del ripio), de trama más aventurera (menudo hallazgo lo de ir a por la novicia, el top de la depravación), de caracteres más culebroneros (la rapta para lo que la rapta... ¡y va y se enamora! Valdría para el Chavo Guzmán). Tirso no sólo le lleva la desventaja de 238 años más de lejanía respecto a nosotros, sino que, además, no es Lope. Me explico: no tiene la prodigiosa fluidez del verso del Fénix, con lo que la impresión general es más arcaica. En resumen: tiene una recepción más complicada, y por lo tanto más guay, que Zorrilla. Pues bien, viva Zorrilla, dispárenme, moriré abrazado a Villán.
* * *
Vamos a bosquejar una píldora de historia del teatro español en caricatura. Las caricaturas son siempre mentira, pero ayudan a llegar a la verdad. Llegó Marsillach y sacó la puesta en escena del teatro clásico del baúl en el que estaba: el del polvo, la capa y la espada. Ahí seguimos.

Digo "ahí seguimos", porque nos atrevemos a despanzurrar cualquier clásico menos los nuestros. Con notables excepciones, por supuesto. Por ejemplo, El burlador que Facal despanzurró. Lástima que el resultado fuera nefasto. En cualquier caso, vaya por delante que esto de Mestres sigue en el enfoque mainstream post-Marsillach. No es ningún baldón: en esa categoría hay cosillas correctas y semiaburridas como El perro del hortelano de la Pimenta y grandes maravillas como La vida es sueño, mira tú por dónde, también de la Pimenta (que sabe ser muy buena). O sonoros patinazos como éste. Pero aviso de entrada lo del mainstream, porque es posible que el amontonamiento de despropósitos que voy a intentar describir les lleve a la falsa idea de que la intención era, como la de Facal, reventar la función colocando una bomba en sus tripas, y no. Es todo formalito, quiere ser todo correctito. El resultado es simplemente feíto.

No voy a desmenuzar paso a paso la función, como alguna vez he hecho y me consta que les divierte. Bueno, divierte a algunos. Todos estos años de experiencia me han enseñado que lo que más furibundo pone a un fan (un creador inteligente con el ego domado no se encabrita por una crítica negativa) es, precisamente, que se le explique con detalle dónde están los errores de su adorado maestro. Respecto al carácter general de la puesta en escena, me parece que me voy a limitar a glosar la introducción. 


Como tantos millones de veces últimamente (está esto de moda), la compañía entra por el pasillo central del patio de butacas. Alegres atavíos de época: les dejo foto para ahorrarme la descripción. Llegan al escenario y bailan, bailan, bailan. Bailan mucho rato. Con esos fragmentos de imágenes en las manos. Todos esperamos que las evoluciones terminen, a modo de exhibición ginmástica en Pyongyang, con los panelitos formando una imagen y revelando algo que los justifique y constituya una introducción a la función. Pues no: terminan de bailar y se largan. Fin. Jaja, ahora me da la risa recordando mi propia estupefacción y la de mis vecinos. Entonces, desciende desde los cielos un retrato fragmentado del héroe (en marco blanco que no tiene parentesco con todo lo demás ni en sexto grado de consanguinidad, por lo menos) que se va armando como un rompecabezas. ¿Para qué llevaban ese estorbo en las manos? Misterio. ¿Por qué están vestidos de una forma que no tiene absolutamente nada que ver con el resto de la función? Misterio. Tomo pasacalles y danza iniciales como ejemplo, porque anuncian perfectamente lo que va a suceder durante toda la función (y en este sentido, son una perfecta introducción): incoherencia, arbitrariedad, desbarajuste.

Lo peor, con diferencia, está en la orfandad de los actores. Tengo la sensación de que sale cada uno por donde puede, y el que no ha podido solo... pues eso. Siguiendo en esta línea de mencionar un solo ejemplo, la que más chirría es Tisbea, que suelta el monólogo ¡Fuego, fuego que me quemo, que mi cabaña se abrasa! con tales berridos guturales que apenas se entiende el sentido. Son cuarenta y cinco líneas de texto, no puede uno quedarse en el alarido a piñón fijo.  Tampoco se entendió la mitad del Yo, de cuantas el mar (hasta tal punto que comienzo a dudar si lo dijo). Y es que del verso, mejor no hablamos (ahora no me refiero sólo a Tisbea, sino a la función entera). No llega a la estrepitosa ignorancia de la versión de Facal, pero en los mejores momentos no pasa del aprobado. Imposible no decir algo del protagonista. Prieto es muy bueno, salvo algún traspiés de los que nadie se libra (pueden mirarse Refugio y Antígona y, pinchando pinchando, seguir su carrera hacia atrás). Sale airoso, excepto del tremendo trance de gritar Me abraso en pose de crucifijo y subido a la balaustrada del fondo (ahora les cuento), cuando ya hace muchos minutos que cualquier verosimilitud ha saltado por los aires.

Tres parrafitos sobre vestuario, escenografía y vídeo, y cerramos.

El vestuario lo firma María Araujo, cualquier cosa menos desconocida. Premios por aquí, éxitos por allá. Creo que le he visto bastantes cosas, pero me basta citar la preciosa coleccion de trajes para El lindo Don Diego de Carles Alfaro. Esta vez se le ha ido la olla. El vestuario no tiene ni pies ni cabeza. Parte de esas alegrías con base de época y aires de carnaval napolitano o sevillano del cortejo inicial. Sigue parecido en los primeros minutos, en lo que piensa uno que será el estilo de la función hasta que la pasma entra con monos azules contemporáneos con la leyenda GUARDIA en la espalda. A partir de ahí, el despiporre: a veces llevan trajes y corbatas actuales, a veces la cosa se va hacia atrás, como si oteara el XIX desde su cornisa superior. Menudo desbarajuste, Dios mío. Pobre Pedro Miguel Martínez, un actor que aprecio, al que le han colocado un collar en la pechera que no abandona un momento y que se parece mucho más a los de la cofradía de la tostada o, teniendo que ser rey, a uno de opereta. Si los demás también estuvieran en una opereta, muy bien, pero es el único en ese género. No voy a seguir citando ejemplos.

La escenografía no es una, son tres. La primera, una serie de mesitas de aspecto escandinavo, con estructura de cuadradillo negro (parece, a mi distancia) y tablero de madera clara. Creo que las hay parecidísimas en Ikea. Entran salen, sirven de banqueta, de mesa, de tarima... Podrían ser la escenografía de cualquier función alternativa. La segunda, unos paralelépidos de regular altura (más que la humana) montados en carras y de fácil movimiento que también entran, salen, giran y bailan, acabados con un aspecto de Formica imitación mármol que para sí quisieran muchas zapaterías de barrio allá por los ochenta. Mismo acabado en los dos paneles laterales del fondo y en la escalinata central. Sólo falta una fuentecilla con hiedra de plástico verde botella para caer en las pesadillas de Moreno (José Luis, quiero decir). La tercera -oh, pasmo- una espectacular galería con tres arcos de arenisca dorada de gran realismo y balaustrada incorporada. Eso, al fondo. Detrás, vídeo. Hay que sumar flor de cortinajes que suben y bajan y hasta se transforman en las olas del mar (claro, no vamos a tener una tela y no usarla para que figure el mar). Tres escenografías distintas tres. No pegan ni con cola, por usar la castiza expresión. La galería realzada al fondo (que es donde está la arcada) guarda una sorpresita final: los escalones que la unen con el nivel del escenario avanzan conformando una pasarela, en plan concurso de misses, para que me entiendan. Es todo horrible. También Notari debió de tener un mal día: me gustó mucho lo que hizo en La cortesía de España para el mismo Mestres. Todo el equipo era el mismo, y aquello salió redondo. Cosas del teatro.

El vídeo es de Álvaro de Luna. Álvaro de Luna es muy bueno. Esto es un desastre. Creo que el resumen son esas tres frases, y supongo que es que no habrá recibido indicaciones excesivamente claras, por ser suave. Lo proyectado es, simplemente, incomprensible.

Para terminar: la aparición del Comendador, tremenda. En mi función hubo carcajadas. Y no esas carcajadas malintencionadas del público resabiado, sino carcajadas ingenuas de gente que entendió que tocaba reírse. Horrible. El aspecto del pobre hombre es espantoso, ataviado como para una fiesta de disfraces. ¿Vas de zombi? No, de Comendador. Mal movido, mal dirigido, mal iluminado. El remate de la función termina de hundirla.

Si quieren leer prácticamente lo mismo, pero escrito con elegancia, vean lo de Kritilo.
P.J.L. Domínguez
          

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