Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor y director: Pascal Rambert Intérpretes: Bárbara Lennie e Irene Escolar Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que ya no está en cartel)
Ochenta minutos gritando así. El espectador ni siquiera ve ese paisaje de listones de madera: fondo blanco y tubos fluorescentes. El marco está tan vacío como el texto. La foto es de Vanessa Rabade. |
SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME
No sé si recordarán aquello de Aristóteles (¿de Aristóteles?) de cómo eran los procesos de degeneración de los regímenes políticos de su época. De su epoca, les aconsejo que no se pongan a trasponerlo a la nuestra porque se hacen un ovillo las neuronas. Me parece que la evolución era de monarquía a tiranía, de aristocracia a oligarquía y de democracia a demagogia (sobre esto último es sobre lo que les recomiendo que no reflexionen demasiado). En esto del teatro hay también degeneraciones cantadas. La comedia degenera en brocha gorda, el drama en Echegaray (pobre, hace decenios que nadie lo lee -de representarlo, ni hablemos- y lo seguimos usando de ejemplo negativo) y la tragedia en Muñoz Seca. Mire usted por dónde, éste es un ejemplo positivo. Se me ocurren algunos negativos que me voy a callar.
¿A dónde va a parar el teatro con pretensiones intelectuales cuando se tuerce? A lo pretencioso. Pretencioso, pedante, vacuo. O sea: Hermanas.
Me perdí La clausura del amor. Les seré sincero, no tenía yo los circuitos cerebrales para dramas de pareja. Supongamos que era, como todo el mundo dijo, la octava maravilla. Resulta que no me perdí Ensayo, así que con ésa no me la dan. Cuatro interminables monólogos sucesivos, de los que sólo uno (el de Orazi) tenía algún interés literario. Sí, ya sé que era un texto premiado y que aquí provocó los elogios más encendidos. Vale, no me crean, léanla si pueden y me lo cuentan. El interés dramatúrgico de la yuxtaposición de los cuatro monólogos era poco más que nulo. Su autor / director debe de tener tal fe en la potencia de su pluma que prescinde de cualquier artificio escenográfico o de iluminación, todo se reduce a un espacio espartano. El resultado era un ladrillo de cuidado.
Muy a menudo, las frases hechas vienen de perlas. Por eso son frases hechas. Parece que me encaja ahora ésa de que se puede engañar a muchos mucho tiempo, pero no a todos todo el tiempo (¿Era así? Me encanta inventarlas). Sólo he leído un par de cosas sobre Hermanas, pero mi admirado Kritilo (lo digo completamente en serio) ha pasado de elogiar Ensayo a escribir "conocimos Ensayo, e igualmente sondeó terrenos metateatrales, esta vez con cuatro intérpretes, que exprimió al máximo en la implosión de una compañía. Pero ahora, con Hermanas, tan solo se aprecia un manierismo. Una dejadez en las perspectivas dramatúrgicas, ya sin gestos metaficcionales, ni monólogos abusivos". Yo no veo la menor diferencia entre la dejadez y el ladrillismo de ambas, y -dicho sea de paso- diría que Hermanas es una sucesión de monólogos abusivos, pero da igual: la verdadera religión acoge con los brazos abiertos a cualquier converso. A ver si me acuerdo de ir mirando qué dicen los demás.
Despachados así los aspectos generales de la pieza, un par de notas más. Las dos intérpretes se pasan la hora y veinte gritando, prácticamente sin descanso. No haría falta añadir nada más, pero repetiré por si acaso esta obviedad: si empezamos a gritos y seguimos a gritos, al rato ya no es que no nos importe si Medea se carga a los niños, es que nos da igual hasta si hace salchichones con ellos. Aquí no hay niños muertos, los personajes pelean por si papá prefería a ésta o si el novio de la otra era un perfecto idiota. Lo siento, no da para tanto alarido. Claro, las pretensiones son tan altas que quién se va a parar a pensar en eso tan antiguo y tan pedestre del arco dramático. Hay UNA cesura digna de tal nombre, y mejor olvidarla: interludio musical bailado.
Segunda nota: la sucesión de monólogos deja algún pequeño resquicio, no diré al diálogo, pero sí a breves intercambios de palabras aisladas. Mal dirigidos.
A estas alturas, alguien habrá diciéndose a sí mismo "este pobre crítico de corta mirada convencional se ha creído que lo de Rambert es realismo y, claro, como realismo no le funcionan ni los monólogos ni los conatos de intercambio de palabrillas ni el bailongo intermedio ni...". Nones. El atractivo que lo de Rambert podría tener si tanta pretensión hubiera dado lugar a un trabajo más humilde es, precisamente, que intenta plantear un equilibrio imposible entre el realismo y el antirrealismo, una tensión constante entre lo verosímil y lo metateatral, entre el drama familiar convencional y el taller de interpretación, entre la narración y el psicodrama. Lo entendí, soy capaz de llegar hasta ahí. El problema no está en lo que uno quiere hacer sino en cómo consigue hacerlo. ¿Cuándo he dicho yo esto mismo? Ah, sí. Ayer. A propósito de Tres canciones de amor, otro sopapo en la capacidad de aguante con sorprendentes puntos de contacto con Hermanas. Como se ponga de moda lo de monologar en grupo me pego un tiro.
Observación final. Lo que hacen Lennie y Escolar es sobrehumano. El esfuerzo físico y psicológico que se les ha pedido tiene que ser agotador. No por estar metidas en un montaje radicalmente fallido dejan de hacer honor a su talla de actrices, que es superlativa. Lástima de tanto trabajo digno de mejor causa.
¿A dónde va a parar el teatro con pretensiones intelectuales cuando se tuerce? A lo pretencioso. Pretencioso, pedante, vacuo. O sea: Hermanas.
Me perdí La clausura del amor. Les seré sincero, no tenía yo los circuitos cerebrales para dramas de pareja. Supongamos que era, como todo el mundo dijo, la octava maravilla. Resulta que no me perdí Ensayo, así que con ésa no me la dan. Cuatro interminables monólogos sucesivos, de los que sólo uno (el de Orazi) tenía algún interés literario. Sí, ya sé que era un texto premiado y que aquí provocó los elogios más encendidos. Vale, no me crean, léanla si pueden y me lo cuentan. El interés dramatúrgico de la yuxtaposición de los cuatro monólogos era poco más que nulo. Su autor / director debe de tener tal fe en la potencia de su pluma que prescinde de cualquier artificio escenográfico o de iluminación, todo se reduce a un espacio espartano. El resultado era un ladrillo de cuidado.
Muy a menudo, las frases hechas vienen de perlas. Por eso son frases hechas. Parece que me encaja ahora ésa de que se puede engañar a muchos mucho tiempo, pero no a todos todo el tiempo (¿Era así? Me encanta inventarlas). Sólo he leído un par de cosas sobre Hermanas, pero mi admirado Kritilo (lo digo completamente en serio) ha pasado de elogiar Ensayo a escribir "conocimos Ensayo, e igualmente sondeó terrenos metateatrales, esta vez con cuatro intérpretes, que exprimió al máximo en la implosión de una compañía. Pero ahora, con Hermanas, tan solo se aprecia un manierismo. Una dejadez en las perspectivas dramatúrgicas, ya sin gestos metaficcionales, ni monólogos abusivos". Yo no veo la menor diferencia entre la dejadez y el ladrillismo de ambas, y -dicho sea de paso- diría que Hermanas es una sucesión de monólogos abusivos, pero da igual: la verdadera religión acoge con los brazos abiertos a cualquier converso. A ver si me acuerdo de ir mirando qué dicen los demás.
Despachados así los aspectos generales de la pieza, un par de notas más. Las dos intérpretes se pasan la hora y veinte gritando, prácticamente sin descanso. No haría falta añadir nada más, pero repetiré por si acaso esta obviedad: si empezamos a gritos y seguimos a gritos, al rato ya no es que no nos importe si Medea se carga a los niños, es que nos da igual hasta si hace salchichones con ellos. Aquí no hay niños muertos, los personajes pelean por si papá prefería a ésta o si el novio de la otra era un perfecto idiota. Lo siento, no da para tanto alarido. Claro, las pretensiones son tan altas que quién se va a parar a pensar en eso tan antiguo y tan pedestre del arco dramático. Hay UNA cesura digna de tal nombre, y mejor olvidarla: interludio musical bailado.
Segunda nota: la sucesión de monólogos deja algún pequeño resquicio, no diré al diálogo, pero sí a breves intercambios de palabras aisladas. Mal dirigidos.
A estas alturas, alguien habrá diciéndose a sí mismo "este pobre crítico de corta mirada convencional se ha creído que lo de Rambert es realismo y, claro, como realismo no le funcionan ni los monólogos ni los conatos de intercambio de palabrillas ni el bailongo intermedio ni...". Nones. El atractivo que lo de Rambert podría tener si tanta pretensión hubiera dado lugar a un trabajo más humilde es, precisamente, que intenta plantear un equilibrio imposible entre el realismo y el antirrealismo, una tensión constante entre lo verosímil y lo metateatral, entre el drama familiar convencional y el taller de interpretación, entre la narración y el psicodrama. Lo entendí, soy capaz de llegar hasta ahí. El problema no está en lo que uno quiere hacer sino en cómo consigue hacerlo. ¿Cuándo he dicho yo esto mismo? Ah, sí. Ayer. A propósito de Tres canciones de amor, otro sopapo en la capacidad de aguante con sorprendentes puntos de contacto con Hermanas. Como se ponga de moda lo de monologar en grupo me pego un tiro.
Observación final. Lo que hacen Lennie y Escolar es sobrehumano. El esfuerzo físico y psicológico que se les ha pedido tiene que ser agotador. No por estar metidas en un montaje radicalmente fallido dejan de hacer honor a su talla de actrices, que es superlativa. Lástima de tanto trabajo digno de mejor causa.
P.J.L. Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, comente. Soy buen encajador.