jueves, 1 de mayo de 2014

EL TRIÁNGULO AZUL

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Laila Ripoll y Mariano Llorente Directora: Laila Ripoll Intérpretes: Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcós León, Mariano Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño y Jorge Varandela (Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Montalvo y David Sanz) Duración: 2.05'' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Pareja a la izquierda: Manuel Agredano y Mariano Llorente. Señor de americana: Paco Obregón. El que da la cara en la pareja central es Jorge Varandela.


Si sólo le interesa el núcleo de la crítica, sáltese la primera sección entera. Hasta las estrellitas: * * *

Las definiciones sucintas de una película en una o dos frases, redactadas con propósitos de marketing, se llaman en inglés logline. Ya saben, "La magia de Dumbo con el ritmo trepidante de Fast and Furious" o "Ríe y emocionáte con la tierna aventura de un avestruz de tres cabezas que encuentra su primer empleo en la guardería más enrollada del Bronx". Los que se las dan de saberlo todo sobre la industria del cine aseguran que si tu peli no puede resumirse así, no tienes peli. He estado buscando alguna logline atractiva por ahí (busquen y verán la cantidad de literatura generada por logline, tagline, sinopsis, título...) y la que más me gusta es una que un escritor propone para su novela en un foro:
Sex! Drugs! Murder! Betrayal! Alcohol! Loyalty! Horror! Forgiveness! Dread! Fear! Pride! Jealousy! Love! And Redemption!
Debía de estar pasado de vueltas ese día. 

Parece una solemne majadería la primera vez que uno lo oye, pero denle unas vueltas, y ya me dirán cuántas grandes películas recuerdan que no se puedan concentrar en ese formato. Ninguna. Díganme cuántas grandes novelas, cuántas grandes piezas para el teatro no se dejan reducir a un esquema de ese tipo. Ojo, que a primera vista pueden parecer sinopsis reducidas al mínimo, y no lo son. Una sinopsis (o sea, resumen de la peripecia) es otra cosa: por ejemplo, las caricaturas de Hamlet y Otelo que hacíamos hace unas semanas a propósito de El policía de las ratas. Una buena logline puede dar idea, o no, del argumento, pero aporta también algo fundamental, aunque difícil de definir: color, aroma, aire... En suma, una pista sobre algo parecido al género de la obra en cuestión. Y el motivo por el que cualquier obra bien concebida se deja loglinear perfectamente es algo tan simple, y tan enorme, como que para trasvasar la realidad a la ficción hay que podar, podar y podar, y quedarse sólo con una parte; mirar las cosas desde un lugar concreto, dada la imposibilidad de captar un poliedro simultáneamente desde todos los puntos de vista, con permiso del cubismo. Un asesinato puede dar para desarrollar Edipo, Diez negritos o Perdona bonita pero Lucas me quería a mí. 


Diez negritos, versión Padre de familia.
Hay una salvedad. SIEMPRE hay una salvedad en el teatro. Si alguna vez escribo una máxima de ésas lapidarias que tanto me gustan y no añado la posibilidad de excepción, denla por añadida. Los grandes talentos hacen lo que les viene en gana con las máximas, y estamos en un ámbito en el que vale todo lo que funcione. El teatro... vaya, ya estamos con la terminología. El teatro que no sigue una estructura narrativa convencional (perdonen la farragosa expresión) no se deja reducir ni a género ni a logline  ni a sinopsis... ni a la madre que lo trajo. A ver quién es el guapo que me hace un resumen de La historia de Ronald el payaso de McDonald's.


La historia de Ronald el payaso de McDonald's, de Rodrigo García.

En este tipo de teatro sin logline posible hay que pedalear mucho y muy fuerte para que la bici no se caiga. Por eso son proverbialmente breves las performances, y por eso quien alcanza la larga duración en ese género tiene un talento admirable. Un dia hablamos de Gólgota picnic, si les parece.



* * *


Ya pueden ponerse a cavilar a ver si dan con una definición resumida de El triángulo azul, porque no la van a encontrar. Alguien ha dicho "vodevil en Mauthausen". De eso nada, esto tiene de vodevil lo que yo de María Antonieta. A mí sólo se me ocurre una: Una empanada que le sorprenderá por sus cuatro ingredientes incompatibles. Quizá alguien sería capaz de hacerlos compatibles, pero aquí están simplemente yuxtapuestos. A saber:

1) Un factor documental, de intención claramente didáctica. Algo siempre fastidioso en el teatro. Perdí la cuenta de las veces que la palabra "digno" y sus derivados se pronuncian en la escena del minuto de silencio concedido por los carceleros nazis al primer muerto español en el campo de concentración. Dicho esto, las proyecciones en gran formato de fotos históricas son una de las pocas cosas aprovechables.

2) Una historia -de corte realista- de arrepentimiento (miren, como Dionisio Ridruejo, sin punto alguno de comparación). De arrepentimiento con nazis por medio. Hay que decir que esto de los nazis y el arrepentimiento, el no arrepentimiento, el de los nazis, el de los judíos, el de los jerarcas, el de los hijos de los jerarcas... etcétera, etceterísima, está trabajado, trillado, analizado, examinado y vuelto del revés trillones de veces. Con unas cotas de resultado artístico como las de Sigue la tormenta o Ante la jubilación (por citar obras teatrales) o Las benévolas (por citar algo reciente), pasando por las memorias de Speer o el reciente documental sobre hijos de dirigentes destacados cuyo título no encuentro por ninguna parte. Vamos, que está uno compitiendo con unos niveles que le aconsejarían más bien centrarse un poco, y no dejar la historia del anciano que narra los horrores de los que se arrepiente, ahí, tirada en medio de otras mil cosas. Empleo adrede el verbo "tirar", porque el anciano se pasa absolutamente toda la función en escena, viendo la recreación del pasado, y al final ya no saben ni en qué postura ponerlo. Así que le toca hasta tirarse por los suelos.

El arrepentido a la derecha, mirando. Así se pasa toda la función.

3) Otra historia realista en la que los presos españoles conspiran a espaldas de los nazis, no les diré para qué. En fin, los precedentes son también numerosos, de La gran evasión a Los falsificadores. Así que les diré lo mismo que antes: ya había aquí suficiente tomate como para andar liándola con más historias.

4) Un intento por combinar los horrores del lager con una especie de cabaré frívolo (de ahí lo de "vodevil en mauthausen") a base de canciones dedicadas a la supremacía de la raza aria o a la valla electrificada. En plan chotis, copla o swing, letras chuscas y reclusos travestidos con medios de fortuna encontrados en el campo. También hay tradición de la colision de los nazis con el humor castizo (La niña de tus ojos), con el musical (Cabaré) y hasta con el musical de carcajada (Los productores). Eso no querría decir nada si los números estuvieran bien hechos y bien encajados. Mal hechos (mal coreografiados, mal cantados, letras con poca gracia) y mal encajados. Sólo salen airosos los tres músicos. Por si esto fuera poco, también tenemos escena con unos seres que parecen sacados de un carnaval tradicional (máscaras con huesos de animales, pieles, percusión primigenia) y que tienen que ver con todo lo anterior aproximadamente lo que el célebre tocino con la famosa velocidad. La escena da una penosa sensación de "qué hacemos ahora que se nos han terminado los recursos". Mas: ahorcamiento con número de clown. Todo esto se aproxima peligrosamente al neperiano (si quiere saber lo que significa el neperiano en este blog, siga este enlace).

Un invento con esta premisa (o con esta abundancia de premisas) era insalvable, y aquí casi no se salva ni el Tato. Además del enfoque, hay más problemas. Vamos con alguno.


A ratos, la cosa nazi se aproxima peligrosamente a Mel Brooks.

Texto. Al margen del pecado original descrito: A) Es banal, no se salta un tópico. Un ejemplo: el malvado nazi es un padre amantísimo que llama a casa para preguntar por su hijita. Otro: uno de los presos toca... la armónica, por supuesto. Otro: el preso que nos debe caer simpático no es capaz de acostarse con la prostituta forzada. Va así, de lugar común en lugar común, de principio a fin. Nada sorprende, todo es previsible. B) Es redundante. En vez de confiar en la inteligencia del espectador, remacha. C) Es monótono. A los cinco minutos de función, ya sabe uno lo que le espera durante los restantes ciento veinte. 

Interpretación / dirección de actores. Notables altibajos de interpretación. Me gustó Marcos León. Algunos, por debajo del mínimo. Me temo que, en determinados casos, también por un severo problema de dirección. Por ejemplo: ¿Por qué el jovencito habla a ratos como si fuera Pollyana? No me refiero a que tenga un registro agudo, sino a que se puede representar a un joven, incluso a alguien más joven que uno mismo, sin parecer tonto. Y lo digo tan claro porque la responsabilidad no es suya, sino de quien le dirige. ¿Por qué el monólogo de la carta de Toni se nos larga con una expresión de candor angelical? ¿Habla así un hombre que asegura que puede estar muerto mañana? ¿Por qué en el punto álgido de la desesperación se hace gesticular al narrador con el brazo por encima de la cabeza, como cuando los niños imitan a un avestruz o a la trompa de un elefante? 


Por si esto que ven fuera poco excurso, Jacinto (el jovencito) alterna el chotis
con movimientos y contorsiones actuales, plan hip hop. Misterio.

Aparte de esa incomprensible licencia, y cuando le toca hablar y no deambular por la escena o tirarse donde puede, el narrador está colocado a piñón fijo en tesitura de declamación. Le da igual hablar de su profunda amargura (con un texto que más parece un ensayo que la expresión del dolor en primera persona) que contar lo que hicieron otros. Tiene dos explosiones. Un hipoaullido huracanado (¡¡¡SEIS!!!) cuando menos se lo espera nadie, que me provocó un bote en el asiento y un ataque de risa. Y una exasperación desproporcionada cuando el baranda de las SS no se queda quieto para la foto. Claro, todos entendemos que es la gota que desborda el vaso, que el ataque se debe a todo lo demás... pero qué mal explicado. Etcétera.

Ritmo. No hay. Es una sucesión de escenas aisladas. Hay hilo narrativo, sí, pero no avance dramatúrgico o ritmo de conjunto apreciable. Es una posibilidad lícita: así es, más o menos, la revista y, a veces, el teatro musical, pero esa estructura exige una presentación pirotécnica de cada escena (de ahí plumas, lentejuelas y muslos) para poder durar más de media hora. No es el caso, con lo que las dos horas largas se hacen interminables. Me temo que esta entrada está resultando igual de interminable, pero si no pongo ejemplos luego me dicen que no justifico las opiniones negativas. Verán, si uno se monta un número cantado sobre las treinta y cinco maneras de morir en Mauthausen (yo, el neurótico, las conté y me salieron treinta y cuatro), luego es muy, pero que muy difícil conmover con una muerte. Ya es difícil hacerlo de por sí (los productores comerciales huyen de las muertes como de la peste), pero si el asunto era risible hace un rato, apaga y vámonos. Otro ejemplo: en el colmo del horror, y antes del hundimiento inmediato, se confrontan el bárbaro asesino y el candoroso joven. Hay violencia física. ¿Qué? Un sopapo. Después de los ahorcamientos y, perdonen la reiteración, el largo etcétera. Efecto anticlímax, un sopapo a esas alturas queda como de colegio de frailes.


¿Han visto que el tiro de las fotos está siempre de izquierda a derecha? Se debe 
que el extremo izquierdo del escenario prácticamente no se usa en toda la función.

Convenciones. Ya saben aquello de que en los primeros minutos el director de escena establece las convenciones que el público está dispuesto a tragarse a cambio del placer que supone seguir una narración. Las reglas no pueden cambiarse a voluntad, si no, se produce el efecto-el-señor-de-los-anillos, del que les he hablado alguna vez. Voy a poner pocos ejemplos, que si no, no termino nunca. Primorosa imitación realista de suelos, paredes, escalones y bloques de mármol. Ha debido de costar su esfuerzo. El espectador entiende "los elementos en escena son realistas". Al rato, el pedazo de bloque de mármol tiene cajones detrás, porque es un escritorio. Soy un obseso del uso, del multiuso a poder ser, de los objetos escenográficos y de utilería, pero esto es otra cosa: es romper las reglas iniciales. Por si fuera poco, los reclusos hacen pis encima del escritorio, que ya no es escritorio, sino urinario. ¿Para qué, si podían hacerlo en cualquier lugar? Sigo: la comida no existe, los actores miman el acto de comer. La bebida, sí. Mal. El reloj es un trozo de algo con aspecto de utilería inerte; evidentemente, no funciona. Sin embargo, la radio tiene lucecita y mando de volumen, para crear la perfecta ilusión de que funciona. Sigo. Los ruidos producidos por la acción salen todos de la acción, excepto el disparo, supuesta cumbre dramatúrgica. El eventual efecto de tal cumbre -discutible- es anulado a conciencia, porque es el primer ruido derivado de la acción que sale del equipo de amplificación (o el primero que importa, que viene a ser lo mismo). Sigo. La gitana centroeuropea que se ganaba la vida como equilibrista en un circo ambulante habla como si hubiera seguido un curso con Lacan. Eso no puede ser, si los demás hablan más o menos como uno se espera que hablen: los reclusos con tacos y casticismos, etc. 

Podría seguir, pero ya nos hemos aburrido ustedes, yo y hasta el lucero del alba. ¿Se salva algo del espectáculo? Los músicos ya citados, Marcos León y las fotos proyectadas, que tienen interés histórico. En fin, un desastre.
P.J.L. Domínguez
           

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