Sala: Teatro María Guerrero Autor: William Shakespeare (versión de Juan Cavestany) Director: Andrés Lima Intérpretes: Javier Gutiérrez, Carmen Machi, Jesús Barranco, Chema Adeva, Laura Galán, Rebeca Montero y Rulo Pardo. Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Ahí tienen a las meigas. Estas tangentes de puro visualismo son lo mejor de la función. |
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
La fama
de nuestros políticos está en niveles tales que esto de trasponer las fechorías
de Macbeth a la Galicia actual no parece descabellado de entrada. Mutatis mutandis. Que, en un remoto
pasado, el rey de Escocia liquide a sus rivales es una cosa. Que lo haga el
presidente de la Xunta… Se podría digerir bajo un enfoque de farsa o de franca
vanguardia (Lima parece deslizarse hacia la vanguardia estetizante a ratos,
entre Lynch y Pandur), pero se ha pretendido hacer convivir la hipérbole con
los parlamentos de Shakespeare en tono convencional, y la cosa no se mantiene. Un
Macbeth tradicional sólo avanza si la
sucesión de horrores conmueve al espectador, y aquí la oscilación entre la
tragedia, el disparate tragicómico y los añadidos en clave puramente visual,
produce alejamiento y una mirada gélida sobre lo que debería espantarnos, de
manera que las dos horas terminan por hacerse excesivas.
Hay, sin
duda, aspectos atractivos en la puesta en escena. Algunas de las imágenes tienen
una cierta potencia: las meigas con liguero y cabeza de cerdo recortadas sobre
el fondo traslúcido, por ejemplo, o la aparición de Banquo. Y, sobre todo,
buena parte de las interpretaciones, con Carmen Machi llevándolo todo al lugar
adecuado con cada simple inflexión de voz. Muy bien Pardo, Montero y Adeva, y
excelente Jesús Barranco, tanto de Banquo como de Mayordomo.
Uno.- Vaya, todos de acuerdo, qué aburrimiento: Villán, García Garzón, Ordóñez... todo el mundo ha dicho lo mismo. Con lo que a mí me gusta discrepar. Como esto se repita a menudo tendré que hacérmelo mirar. Los Mácbez no funciona. No funciona en absoluto, quiero decir. Como gustéis no funciona, pero digamos que tiene una falla, una quiebra, que la parte en dos y destroza el efecto de conjunto. Los primeros cien minutos van de muerte y al final remonta otra vez. Aquí, es que la cosa no va para ninguna parte. Que me perdone el consenso de los entendidos, pero es algo que me encuentro recurrentemente en Lima, al que sólo le he visto una cosa redonda: De Madrid a París y El bateo, un programa doble que dirigió en la Zarzuela y que le quedó como para mojar pan. A todo lo demás ya le pasaremos revista otro día, que tengo mucho trabajo atrasado.
El problema de Los Mácbez es que no se ha querido elegir género: se abandona la tragedia original (pero no del todo) y se organizan excursiones por los campos de la farsa (ese "me voy a Castellón" roza a Jardiel; por no hablar del pretexto para acercar la Carballeira al palacio de la Xunta; o de la patética, por ridícula, escena del asesinato de la familia de Macduff, o como aquí se llame; etcétera), pero no mucho; o del puro visualismo (caja iluminada, meigas, coreografías de conjunto), pero tampoco mucho. Después de tanta excursión, el patetismo estándar de la angustia de Macbeht-Gutiérrez nos importa un pepino. Hay que tener un pulso formidable para mantener semejante indefinición de género: Ni siquiera Pandur osaba, en su formidable Hamlet tanto desparrame. Por contra, el mejor Macbeth visto por aquí en los últimos tiempos (el de Martret) se quedaba perfectamente pegado a la intención trágica del original.
Dos.- Sí, escenográficamente es interesante, con el proscenio adelantado sobre el patio de butacas y la caja traslúcida encajada como una pecera en una pared negra. Extrema cercanía (la corbata está casi sobre los espectadores) y extremo alejamiento de la caja al fondo. Todo eso es de Beatriz San Juan, muy bien iluminado (y no era fácil) por Valentín Álvarez. Sin embargo, el efecto final, en el que la escenografía adquiere protagonismo, no funciona. ATENCIÓN: SPOILER ESCENOGRÁFICO. La caja se deshace, en transparente metáfora del derrumbe de la causa de Macbeth, pero se deshace de forma más bien fea. De acuerdo, la metáfora ampara también que a la monísima caja se le vea la realidad de los cuatro paneles de chichinabo. Da igual, no cuela.
Otra: la caja es un paralelepípedo con las aristas inclinadas, de forma que se acentúa la ilusión de fuga. Lo aprecian en esta foto de encima. Pues bien: a la izquierda hay una puerta cuyo dintel NO sigue esa inclinación hacia el punto de fuga central. Es un efecto visual insoportable. Digo yo que para comprar una puerta estándar y no tener que construirla, no se me ocurre otro motivo. Digamos, de paso, que construir expresamente una puerta que cierre de verdad, con el efecto de peso de una puerta de verdad y no de un panelito de morondanga, tiene su aquel (puesto que no hay pared real en la que anclarla). Fíjense si no en la cantidad de puertas de papel que se ven siempre en los escenarios. Son como las maletas que no pesan en las películas.
Vestuario, ni fu ni fa, excepción hecha para el vestido oscuro con moño alto, botas y pieles de la Machi. Lujo de parvenue. Asqueroso, por lo verosímil. Lo tienen en la foto de arriba.
3.- De la Machi ya les he hablado otras veces, y ya ha hablado todo el mundo esta vez. Sobrenatural. Javier Gutiérrez es un gran actor, no cabe duda. Lo último que le he visto, la versión musical de ¡Ay, Carmela!, bastaría para corroborarlo. Pero le pasa un poco como a Raúl Prieto, hay que controlarlo. Si no, le da por abusar de esa cara de estar completamente perdido en el hiperespacio, con la boca abierta y la mirada angustiada. Resulta que esto no lo dice nadie, pero el gesto es tan característico que sale en la PRIMERA FOTO que da Google para su nombre.
Es la de la izquierda. A la derecha, una de Los Mácbez. La cabeza inclinada hacia abajo, la mirada de abajo hacia arriba, la boca entreabierta. Se pasó así medio Woyzeck de Vera. Cierto que Woyzeck y Paulino son papeles de perro apaleado. Pero Macbeth, no. Además, se puede hacer de perro apaleado cambiando de cara: Diego Martín, La Venus de las pieles, ya les contaré.
El hallazgo de estas semanas es Jesús Barranco (foto de la derecha). Compruebo a posteriori que lo había visto en varias cosas, sin que me llamara la atención. Me dejó boquiabierto en La cena del rey Baltasar. Consulto a mi jefe del V.F. y me viene a decir, traduciendo, que de qué guindo me caigo, que es un pedazo de actor. Aquí está de muerte, nunca mejor dicho en el caso de Banquo. La unánime crítica reseñada en la primera línea parece no valorarlo mucho en ese papel (hace dos), pero me gustaría a mí ver la deslavazada escena de la aparición del fantasma, si el fantasma no fueran él y su impresionante jeta de mármol. Si se empeña, no es que no mueva un músculo, es que no mueve una célula. Unánimes, por contra, las alabanzas al mayordomo entregado e impotente ante la debacle de su amo. Se llama Senén, y los que lo vean no lo olvidarán.
Adeva y Rulo Pardo se reparten otro puñado de papeles. Los dos me gustan, aunque a Pardo le ha dejado Lima resbalar un poco en algún momento hacia su proverbial comicidad, que aquí sobra. Aunque quizá sean mis ojos los que se la prestan, es un tipo que me troncha con sólo mover una ceja. Los dos funcionan tan bien en las figuras gemelas de lameculos (perdonen el término, pero me parece el más ajustado) que pierden la propia individualidad y se convierten en una especie de Hernández y Fernández difíciles de discernir. Adeva está de miedo, tanto de presidente como de chófer. Y también Rebeca Montero, tanto de delfina -una burra imbuida de poder, me recuerda mucho a alguien que se ha hecho famoso estos días, pero no voy a mencionar su nombre, permítanme un mínimo de prudencia de vez en cuando- como de chacha: hay momentos en que su mutismo asustado da la medida de las lindezas que los demás largan. Siento decirlo tan claro, pero Laura Galán no llega al mínimo exigible; puede que tuviera un mal día o no sea ésta la función de su vida.
De Madrid a París, lo mejor que le he visto a Lima. |
Dos.- Sí, escenográficamente es interesante, con el proscenio adelantado sobre el patio de butacas y la caja traslúcida encajada como una pecera en una pared negra. Extrema cercanía (la corbata está casi sobre los espectadores) y extremo alejamiento de la caja al fondo. Todo eso es de Beatriz San Juan, muy bien iluminado (y no era fácil) por Valentín Álvarez. Sin embargo, el efecto final, en el que la escenografía adquiere protagonismo, no funciona. ATENCIÓN: SPOILER ESCENOGRÁFICO. La caja se deshace, en transparente metáfora del derrumbe de la causa de Macbeth, pero se deshace de forma más bien fea. De acuerdo, la metáfora ampara también que a la monísima caja se le vea la realidad de los cuatro paneles de chichinabo. Da igual, no cuela.
Otra: la caja es un paralelepípedo con las aristas inclinadas, de forma que se acentúa la ilusión de fuga. Lo aprecian en esta foto de encima. Pues bien: a la izquierda hay una puerta cuyo dintel NO sigue esa inclinación hacia el punto de fuga central. Es un efecto visual insoportable. Digo yo que para comprar una puerta estándar y no tener que construirla, no se me ocurre otro motivo. Digamos, de paso, que construir expresamente una puerta que cierre de verdad, con el efecto de peso de una puerta de verdad y no de un panelito de morondanga, tiene su aquel (puesto que no hay pared real en la que anclarla). Fíjense si no en la cantidad de puertas de papel que se ven siempre en los escenarios. Son como las maletas que no pesan en las películas.
Vestuario, ni fu ni fa, excepción hecha para el vestido oscuro con moño alto, botas y pieles de la Machi. Lujo de parvenue. Asqueroso, por lo verosímil. Lo tienen en la foto de arriba.
3.- De la Machi ya les he hablado otras veces, y ya ha hablado todo el mundo esta vez. Sobrenatural. Javier Gutiérrez es un gran actor, no cabe duda. Lo último que le he visto, la versión musical de ¡Ay, Carmela!, bastaría para corroborarlo. Pero le pasa un poco como a Raúl Prieto, hay que controlarlo. Si no, le da por abusar de esa cara de estar completamente perdido en el hiperespacio, con la boca abierta y la mirada angustiada. Resulta que esto no lo dice nadie, pero el gesto es tan característico que sale en la PRIMERA FOTO que da Google para su nombre.
Es la de la izquierda. A la derecha, una de Los Mácbez. La cabeza inclinada hacia abajo, la mirada de abajo hacia arriba, la boca entreabierta. Se pasó así medio Woyzeck de Vera. Cierto que Woyzeck y Paulino son papeles de perro apaleado. Pero Macbeth, no. Además, se puede hacer de perro apaleado cambiando de cara: Diego Martín, La Venus de las pieles, ya les contaré.
El hallazgo de estas semanas es Jesús Barranco (foto de la derecha). Compruebo a posteriori que lo había visto en varias cosas, sin que me llamara la atención. Me dejó boquiabierto en La cena del rey Baltasar. Consulto a mi jefe del V.F. y me viene a decir, traduciendo, que de qué guindo me caigo, que es un pedazo de actor. Aquí está de muerte, nunca mejor dicho en el caso de Banquo. La unánime crítica reseñada en la primera línea parece no valorarlo mucho en ese papel (hace dos), pero me gustaría a mí ver la deslavazada escena de la aparición del fantasma, si el fantasma no fueran él y su impresionante jeta de mármol. Si se empeña, no es que no mueva un músculo, es que no mueve una célula. Unánimes, por contra, las alabanzas al mayordomo entregado e impotente ante la debacle de su amo. Se llama Senén, y los que lo vean no lo olvidarán.
Adeva y Rulo Pardo se reparten otro puñado de papeles. Los dos me gustan, aunque a Pardo le ha dejado Lima resbalar un poco en algún momento hacia su proverbial comicidad, que aquí sobra. Aunque quizá sean mis ojos los que se la prestan, es un tipo que me troncha con sólo mover una ceja. Los dos funcionan tan bien en las figuras gemelas de lameculos (perdonen el término, pero me parece el más ajustado) que pierden la propia individualidad y se convierten en una especie de Hernández y Fernández difíciles de discernir. Adeva está de miedo, tanto de presidente como de chófer. Y también Rebeca Montero, tanto de delfina -una burra imbuida de poder, me recuerda mucho a alguien que se ha hecho famoso estos días, pero no voy a mencionar su nombre, permítanme un mínimo de prudencia de vez en cuando- como de chacha: hay momentos en que su mutismo asustado da la medida de las lindezas que los demás largan. Siento decirlo tan claro, pero Laura Galán no llega al mínimo exigible; puede que tuviera un mal día o no sea ésta la función de su vida.
P.J.L. Domínguez
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