domingo, 25 de mayo de 2014

NOC

Sala: Teatro del Arte Autor y director: David Quintana Intérpretes: Nuria Benet, José Cobrana, Elsa Cabo, David Vento, Zaida Díaz y Ricardo Mata Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Zaida Díaz, Ricardo Mata, José Cobrana, Nuria Benet, David Vento y Elsa Cabo.


[conviene que se lean esto con Cabaret Paris de fondo]



Hay una cierta resurrección del cabaré y de las variedades, aderezada con recientes aportaciones foráneas, como el burlesque. Términos, todos, de significado ambiguo, que no pueden aferrar el abanico de estilos dispersos en el tiempo y la geografía. Más que etiquetas nítidas, evocaciones. El buque insignia del regreso de estas formas de entretenimiento a la cartelera está siendo The Hole. No sé cómo será el segundo, que lleva meses en el Teatro La Latina, pero el primero, el del Calderón, era un pestiño de cuidado. Infinitamente superiores los intentos del Price (Pasión sin puñales o Crazy love), con mucho menor éxito de público. Es que nadie ha dicho que la vida sea justa.

Lo que son las cosas, después de escribir ese primer párrafo esta tarde sin recordar que los Max se entregaban hoy, precisamente, en el Price, llega la ceremonia para ponerme en bandeja un ejemplo que ni hecho adrede para ilustrar cómo las modas aplicadas sin ton ni son pueden resultar indigestas. Madre del amor hermoso, pensar que estuve a puntito de aceptar una invitación para ir. Vaya espectáculo insoportable, gracias en buena parte al empacho de estética de cabaré negro, como leo por ahí que lo llaman. Qué pena, señor, llamar cabaré a esto. Postureo en estado puro. Luego llaman vacuo a Carniti (sí, les advertí el otro día que alguien lo haría; ya está, Villán en El Mundo).

José Cobrana y RIcardo Mata. No se dejen engañar por los colorines de la
foto. El espectáculo es lo que una madre denominaría "muy fino".

El caso es que proliferan, aparte de este pestiño de los Max, los espectáculos de pequeño formato a los que sus autores llaman cabaré, sin que muchas veces la denominación se refiera ni lejanamente a la acepción tradicional del término. Otras veces, está más justificada: como en Lamirilla. Pero invocar un género para hacerlo avanzar hacia donde sea es una cosa, y resucitar sus formas tradicionales, otra. Aquí, se trata más bien de lo segundo.

David Quintana es uno de Los Quintana, dos hermanos especializados en montar, e interpretar, espectáculos de dragqueenismo en play-back. Tuvieron El varietón en el Pequeño Gran Vía a finales del 2013: una fantástica combinación de pasión por la cultura popular kitsch, capacidad cómica y travestismo del mejor. Con tanto cabaré trucho por ahí, me fui al Teatro del Arte exclusivamente porque firmaba Quintana, y me encontré lo que esperaba. Noc mantiene esas mismas características de El varietón y de otras cosas de los Quintana que he visto colgadas por ahí. Pero se va decididamente hacia el cabaré: la presencia de los diálogos en play-back es menor, la de números cantados y bailados es mayor y, sobre todo, hay menos pitorreo y más recreación sincera de estas formas ínfimas del teatro. Esto no quiere decir, desde luego, que no vayan a reírse.



Muchos son los talentos repartidos en la concepción de la función y, a falta de más créditos, tengo que suponer que son todos de su director. Primero, el de la elección de los números. Por una parte, los diálogos de películas de inefable estilo interpretados en play-back y pantomima. Por ejemplo, el audio de la escena en la que Roxy mata a Freddy en Chicago... extraído de un doblaje sudamericano. Supongo que allí el efecto kitsch no sería el que aquí percibimos, pero aquí es la bomba. El drama queda automáticamente convertido en comedia disparatada. O lo que supongo que era el doblaje, también sudamericano, de La reina del vaudeville, con nada menos que Gypsy Rose Lee rediviva en escena. Segundo, los números musicales. Y aquí es donde la cosa empieza a alcanzar cotas de exquisitez, porque Quintana tiene la rara habilidad de encontrar no sólo las cosas más kitsch que uno pueda imaginar, sino también las versiones más kitsch de las cosas que uno nunca ha oído en versión kitsch. Por ejemplo, El día que me quieras en versión dúo hombre-mujer, que ya me gustaría saber quién cantaba. Pero nada comparable a Las luminarias de Los flamingos (los de la foto, no sospechaba que Chile hubiera alumbrado un pre-pop semejante, no dejen de seguir el enlace) o a Cabaret Paris  de Zarah Leander, una joya sobre la que volveremos más abajo.


Nuria Benet, de charleston, y David Vento. Muy bien la caracterización 
de los chicos: muy maquillados, pero sin llegar a lo grotesco. Repito: las fotos 
no hacen justicia.

Más talentos: escenografía y vestuario. Sencilla, efectiva y resultona la primera. Deliciosamente canónico el segundo. Quiero decir con esta palabreja que el vestuario es pieza fundamental en la intención de recreación de género que informa toda la pieza. Incluso las licencias cómicas (las apreturas de embutido a las que se somete a Cobrana, los avestruces) responden a la tradición, tiene uno la sensación de que no se salen un pelo de las convenciones. Por no hablar, claro está, de los trajes estándar de Betty Boop o de pilingui, del número final, del charleston, del remedo cómico de Gilda… Aprovecho para soltar una de mis perlas generalizantes: a estas alturas es imposible promocionar un espectáculo sin más FOTOS. Las pocas que ilustran esta página están extraídas del twitter de los intérpretes. Parece una tontería, pero pasa constantemente y lastra la promoción. La cena del rey Baltasar, por ejemplo, sería una fuente excelente de imágenes, y apenas tienen tres. NOC también permitiría hacer una bonita colección.

Sí, Quintana sabe elegir los números, salir escenográficamente airoso, vestir el género... pero el talento fundamental para un director de escena es, lo decimos siempre, el control del tiempo. El teatro de variedades es, si cabe, el más frágil en este aspecto: no hay relato, no hay dramaturgia de conjunto, o se mantiene alto el interés del espectador con el chisporroteo de cada número o la cosa se va a pique. Y esto está muy bien resuelto: el espectáculo dura una hora y veinte minutos que se pasan volando. Sólo le veo una pega: los pocos y breves parlamentos no están a la altura del resto. Es Nuria Benet quien los dice, una actriz con carisma, simpática, con el desparpajo que el género requiere. Pero lo que dice, quizá valdría la pena encargarlo a un escritor. Diría que es lo único que desmerece en toda la función.



Aquí encima la tienen con diversos atuendos. Está estupenda en todo lo que canta y baila, pero me gustó sobre todo de Betty Boop, o similar, impostando la voz en al falsete característico de los años treinta. Muy en estilo.

El otro peso fuerte es José Cobrana, que hace sucesivos papeles de fea en travestí. Me pareció evidente que tenía que tener carrera a las espaldas y, aunque no encuentro en red un curriculum en condiciones, zas: resulta que ha sido clown en el Circo del Sol. Está perfecto de travestida fea, sobre todo en el número que más me hizo reír (el de El día que me quieras y el maldito cable demasiado corto) o en de Los Flamingos, pero -él también, muy en estilo- donde se sale es en Cabaret Paris (en la foto de arriba del todo). Vestido con una combinacion brillante: de hombre, pero con tacón alto y plumas. Si han seguido el enlace a Youtube de arriba del todo, verán que la canción encierra toda la historia del cabaré germánico. Desde el de principios del XX, hasta las derivaciones alemanas y austríacas de mediados del siglo XX, prodigio del kitsch, que aún colea con la televisión en color bien instalada. A alguien de mi edad, tiene que recordarle a Los Vieneses y a Herta Frankel. Consejo: sigan en Youtube todo los enlaces que tengan que ver con Zarah Leander, incluido el de Nina Hagen.

Zaída Díaz, Elsa Cabo y David Vento (por fin, uno con presencia consistente en internet), que tienen menos papel, están a la altura de todo lo anterior. Pero me estoy dejando para el final a Ricardo Mata. Un pedazo de artista cargado con energía de alto voltaje. Travestido, su presencia se come a la de las mujeres reales. De hombre, no hipnotiza menos. Baila como quiere, se mueve de forma electrizante, interpreta. No tengo a mano la información con el currículo de toda esta gente, pero mañana intentaré añadirles alguna información. Todos vienen de alguna parte, claro está, todo este talento no se improvisa.

Vayan, van a pasar un rato estupendo. Y es para todos los públicos: en mi función hubo un niño de dos años que se mantuvo despierto y atento hasta el final. 
P.J.L. Domínguez
           

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